Misericordia vivida en la atención a las almas María Cecilia Bayón
Transcripción
Misericordia vivida en la atención a las almas María Cecilia Bayón
Misericordia vivida en la atención a las almas María Cecilia Bayón Weidmann Mirar dentro El Buen Samaritano, ve al hermano tirado por el camino y siente compasión por él. Esto significa que se ha detenido a mirar largamente las heridas, y se ha dejado tocar por ellas. Cuando se siente tocado; se detiene, lo recoge con cariño, y empieza a curar cada una de ellas con un aceite que no es suyo. Lo limpia, le vierte el aceite, lo venda para protegerlo: pues una herida abierta pude sangrar fácilmente por cualquier golpe; luego como no puede hacer todo solo, ya que tiene que seguir su camino, encuentra un lugar, una posada, en la que puede darle una casa mientras este pobre hombre no puede caminar. Le hace hacer una parada y paga por él. Algo similar ocurre en la dirección espiritual, en el trato diario con las personas que el Señor pone en nuestro camino. La gran profundidad de la dirección espiritual en la perspectiva de la misericordia divina, es más grande de lo que uno se puede imaginar. La dirección espiritual, el acompañamiento personal que hacemos con nuestra escucha en los ámbitos de apostolado que el Señor nos encomienda, nos adentra en el misterio del Cristo Buen Samaritano, por lo que estando con las almas no ejercitamos una obra de misericordia, ejercitamos la transformación de nuestro corazón en el corazón misericordioso de Cristo, que no reduce su “ser Samaritano” a una acción, sino a ser todo el reflejo de la misericordia de Dios. Tal vez un viandante cualquiera, que no se detuviera suficientemente a ver al herido, puede pretender de este, que se cure rápido y se levante y camine. Esta es la mirada de los corazones que miran desde fuera; esta es la mirada exterior, que ve la conducta, que hace cálculos matemáticos y pretende que se cumplan. Pero cuando tú tienes la misión de entrar en el corazón de una persona, en puntas de pie, ves perfectamente que esta persona va a curarse, va a caminar, pero tú no sabes cuándo, ni cómo. La primera obra de misericordia que nos hace la dirección espiritual es que cambia nuestra mirada, agudiza nuestros sentidos interiores, para ver lo que Cristo y su Espíritu desean que veamos. Algo así sucede con los jóvenes. La chica “fácil”, que todos dicen cuando pasan a su lado, me recuerda algunas de mis jóvenes. Cada fin de semana uno diferente; pero cuando nos conoció algo le hacía acercarse a nosotros, venir de misiones… ¡qué sorpresa! Una persona que ha sufrido violencia toda su vida, que llora porque no sabe lo que es el amor y por lo tanto no lo sabe recibir; como instinto natural del corazón que desea tanto colmar su deseo de ser amado, se arroja en los brazos violentos de alguno de turno, en el sexo, cada vez que siente el vacío. Mentalmente lo sabe todo, sabe lo que está bien y lo que está mal; sabe que esto no le ayuda, que esto hiere a Dios y le hiere a ella misma. Llegados aquí podemos decir que solo hemos mirado como tantos caminantes solo lo exterior, le dijimos la receta de lo que tiene que hacer. El aceite del amor Muchos caminantes te pueden decir, pero ¿por qué invitas a esta chica a misiones? ¿Por qué le pides ayuda y está en los retiros que organizas? ¿Sabes quién es esta niña?... ¡cuántas veces he escuchado esto! y me vienen ganas de responder ¿sabes tú quién es esta niña?... yo sí. Hay heridas en la vida y en el alma que necesitan muchísimo el aceite del amor. Un amor incondicional. Para quien ha hecho la experiencia repetida de no ser amada, sino ser considerada digna de recibir golpes ¿Cuántas veces debe esta persona hacer la experiencia de que cuando se equivoca en cambio recibe amor? Solo que, no podemos controlar cuánto necesita de este ungüento para sanar la profundidad de esa herida. Practicar misericordia, es mucho más que dar una receta y esperar resultados. Dios no es así con nosotros. Tampoco nosotros podemos serlo con las almas. El Espíritu Santo comienza a mover fibras de nuestro corazón para que se mueva hacia Cristo y tener la mirada de Él para las almas. Y allí comienza nuestro camino de Buenos Samaritanos y la mirada va cambiando poco a poco. Creo que hay algo que pone a prueba nuestro corazón misericordioso y es que las personas a veces “no cambian”, “no siguen mis consejos”, “aparentemente no dan pasos”, “no crecen”. Más allá de que puse estas frases entre comillas, porque no son cosas que decimos explícitamente, pero es que a veces están en los repliegues de nuestro corazón (pues se supone que nadie esta apegado a que la persona cambie, o en base a qué parámetro queremos que cambien, o crezcan, en qué ritmo; o podemos decir que no deben seguir nuestros consejos sino aquellos que se suscitan en el corazón por obra del Espíritu). Y allí empieza otro camino de misericordia para entender el corazón de Cristo. Puede ser que a quien tienes que cargar a la posada tenga una herida que continúe sangrando hasta su muerte. Para el apóstol, aceptar esto es difícil. ¡Pero cuánto es necesario! Cuantas veces esta almita ha venido llorando llena de culpa porque no sabe por qué vuelve y vuelve a caer. Y otras contenta porque ha podido resistir a lo que le lleva este sufrimiento no buscado por ella. ¿Acaso no hay que festejar por el día del regreso? Cuantos más días pasen lejos, más festeja el padre la vez que vuelven. Recuerdo una niña que nadie consideraba que merecía atención porque era tremenda de conducta, chiquilla, pero se las traía… conociéndola dije: esta alma es un alma inquieta que busca en el riesgo lo que no encuentra. Con mucha paciencia y escucha poco a poco fui acercándome. Me llamaba cuando se emborrachaba, cuando en un viaje estaba con varias niñas con dificultades en su identidad sexual, ¡vaya que si me ha hecho sufrir! Lo más increíble es que se acercaba siempre a la línea entre el bien y el mal; se asomaba pero nunca caía. Alguna que otra vez un golpe se lo daba. Me preguntaba cómo es posible que una persona de corazón tan bueno e inteligente se pudiera poner siempre al borde del abismo. ¡Qué enojos! Desilusión tantas veces. Iba y venía, desaparecía y aparecía. Era bastante adolescente. Creo que formó en mí unos sentimientos muy encontrados. Pero su nobleza y humildad de venir urgentemente cuando creía que estaba al borde del abismo, me asombraba y esta sinceridad le iba a salvar. Allí me ponía Dios cada vez que creía que no regresaba, para que le volviera a invitar a la posada, y cada vez que se iba me decía ahora no vuelve y además no la recibiré por esto, esto y esto, se aprovecha. (¡Qué dura de corazón!) Finalmente se calmó un poco por un susto que se pego, y empezó a pedirme que le llevara a orar, y poco a poco la oración le fue transformando. Iba creciendo su amor por la Eucaristía, y luego tuve que irme de esa ciudad por un cambio. Igual cada mes me llamaba. Hace poco llamo para decirme que entraba en un convento. Pasaron 7 años desde que la conocí con 16 años, hoy reza por mí en un convento. ¡Cuánto esta alma formó en mi corazón!, la paciencia, el aceptar el dolor del que va y del que viene. La misericordia no puede no ser paciente, dar sin esperar, no querer controlar, amar aunque no me den. Se dice fácil, pero ¡cómo te forma en esto la dirección espiritual! Cuando el hijo “perfecto” peca Cuantas veces me ha faltado la mirada del buen samaritano, no porque no viera las heridas de las personas, sino porque pretendía que esos miembros del Movimiento son perfectos y no pueden caer. Lo sabemos que no es así, pero tantas veces esperamos esto. Personas que crecieron junto a nosotros, que recibieron “formación” y luego vienen con la noticia: estoy conviviendo, aborté, etc., etc. La misericordia con quien es de casa y de repente no te diste cuenta y se fue por un camino donde rápidamente los ladrones le apalearon, es un sufrimiento que purifica el corazón y enseña que no se ama a las personas porque “lo lograron”, porque son buenas o un ejemplo. Se les ama siempre, sobre todo cuando “te desilusionan”. Reconocer que esto nos pasa nos abre a la misericordia de Dios en dos vertientes: de una parte con nosotros mismos, con nuestros hermanos y hermanas consagradas, con las personas de Iglesia. Crea en nosotros el verdadero amor por la Iglesia santa y pecadora, que hemos estudiado y nos eleva al plano del Cuerpo Místico de Cristo: ese cuerpo llagado también. Donde (gracias a Dios) no hay mejores y peores, sino todos caminantes hacia la patria celeste. Por otro lado, libera a las almas, pues no perciben en nosotros una expectativa de mantener una cierta imagen ante nosotros, les libera de la mirada del directora espiritual, para elevarles a la mirada del Señor misericordioso. La única que importa, y abre su corazón a saber acoger la misericordia en ellos, a aceptar que no debían ser perfectos como sinónimo de impecables, sino perfectos en el amor: amor que ama, cae y se levanta, y sabe recibir amor. Sufrir por la lejanía del hijo Hay un tipo de misericordia que es hermosa pues es dolorosa: la misericordia con quien se va definitivamente… al menos aparentemente. Es dolorosa, porque pierdes a un hijo. Cuando un alma se aleja definitivamente de tu vida, no porque fue a buscar otro director espiritual sino como la elección de seguir otro camino y no el de la fe, y de consecuencia a veces no te busca más. Sabía que el hecho de verme le llevaba a cuestionarse el sentimiento de falta de generosidad por una vocación. No era algo que yo deseaba que sintiera esta persona, y luchaba mucho para que no sintiera culpa por no consagrarse a Dios; le explicaba que esto no era el modo de hacer discernimiento. Pero igual se alejó. No podía soportar la idea de enfrentarse a sus miedos, a resolver ese peso que le llenaba el corazón. Mi solo ser le recordaba esto...no era culpa mía. También en otra ocasión en que advirtiera una posible caída, un camino que lleva a mayor lejanía de Dios y pecado, hizo que dos almas se alejaran y no hablaran conmigo por varios meses. Qué angustia sabiendo que estaban al borde del abismo, sin embargo eran libres. Había que dejarles ir, ser testimonio de cómo caían y se lastimaban, y por el peso que ocasionaba no entendían que siempre les esperaba con los brazos abiertos de la misericordia. Allí también me di cuenta que cuando uno cae, lo primero que hace como Adán y Eva es esconderse incluso de la mirada de Dios. ¡Cómo quería gritarles que no era necesario esconderse! Que lo que más necesitaban es esa mirada. Obviamente que aunque no volvieran a dirección espiritual, no me quitaba el acercamiento misericordioso para dejar siempre las puertas abiertas… Sufrir por las almas es algo que no se puede explicar: es un sentimiento de dolor, de impotencia, de angustia algunas veces. Cuando esto me ha sucedido con algunos jóvenes, o personas varias, he aprendido algo que en la mente lo sabía pero cuando te toca el corazón, es más que un libro de espiritualidad. La impotencia es tan necesaria para practicar la misericordia, una gracia fundamental, un poder que tenemos en nuestras manos: la potencia de Dios, la confianza, la oración y la intercesión. Sufrir por las almas y acudir al Crucificado y decirle: ésta te la dejo en la herida de tu costado. No puedo llegar a ella…a él…llega Tu, con tu Sangre bendita que ha llegado a todas las almas. Estas son las oraciones más profundas donde pude ejercitar mi pequeñez y la grandeza de la confianza en su misericordia: Jesús, tú que en Getsemaní sufriste por ellas y en la cruz, creo que yo no puedo llegar pero Tu Señor…tú salva esta alma. Llorar por ellas, pedir por ellas, sufrir, ¡es hermoso! Es compadecerse, es tener los sentimientos de Cristo, es ser esposa y madre al pie de la Cruz verdaderamente. Esto en realidad lo vivimos antes, durante y después con las almas, pero solo cuando les “perdemos” a veces lo concientizamos. No sé cuántas veces hemos visto a alguien llorar por nosotros, sufrir por nosotros, creo que esto nos haría cambiar y convertirnos inmediatamente. Pues esta es una grande obra de misericordia, por las almas que llevamos en la dirección espiritual. Otras veces se alejan porque no hemos sido buenos pastores: este es otro tipo de impotencia, pero que forma la misericordia con uno mismo. Que nos hace reconocer que también nosotros necesitamos un pastor, te ubica en la humildad, en la limitación que tienes; si identificas el por qué “les alejaste”, es fuente de conversión, de cambio, de pedir misericordia y acogerla con uno mismo. Es fuente de aceptación de las limitaciones. Es confiar que hay un Dios misericordioso que de esto sacará también un bien para las almas y sobre todo para la de uno. Invita a la reparación, a reconocernos pequeños, y a la confianza mayor en el amor del Señor, con la certeza de que sí nos ha escogido de pastores, y nos equivocamos. El es el Buen Pastor verdadero que no nos deja que lastimemos a sus ovejas y por eso permite que se retiren. ¿No es esto una misericordia mayor? Es como la que reconocía Teresita de Lisieux cuando decía que el Señor la preservaba de caer. A veces Dios nos ayuda para no apropiarnos de las almas, para no lastimarles en nuestras crisis o errores. Aprender del corazón de Cristo Para terminar, quisiera cantar con María las misericordias del Señor, que nos permite aprender la misericordia del Corazón de Cristo a través de la dirección espiritual, que nos permite leer en los corazones los movimientos del Corazón de Cristo. Que inicia en nosotros una cadena de purificación del corazón para poder ser instrumentos reales de su misericordia. Nos evangeliza, nos transforma para poder mirar como El miró y mira; sentir como El sintió y siente; sufrir como El sufrió y sufre, amar como El amó y ama, y ser rostros de la misericordia para este mundo atribulado.