Beneficio de las ventosidades El Adelanto
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Beneficio de las ventosidades El Adelanto
El beneficio de las ventosidades Jonathan Swift Precedido por un «tratado sobre los gases», de Charles James Fox Traducción de Ismael Attache ÍNDICE TRATADO SOBRE LOS GASES Charles James Fox EL BENEFICIO DE LAS VENTOSIDADES Jonathan Swift 7 45 TRATADO SOBRE LOS GASES por Charles James Fox con anécdotas curiosas de zullencos eminentes Humildemente dedicado al presidente de la Cámara de los Lores Quizá estos escritos debieran ocultos quedar, como con tantos gases sepultos. Si la lectura obligación fuera, el pudor nos haría evitar temas como el hedor. Pero el lector lee lo que juzga sensato; si lo mismo sucediera en el olfato, un gran pedo ahora mismo me tiraría no lo retendría por hipocresía. Wilmot Creditur ex medio quia res, Arcessit habere sudoris minimum1 1 «Se cree que, como el tema se inspira en la vida cotidiana, [la comedia] cuesta menos sudores.» Epístolas II, Horacio, 1, 168-69. AL PRESIDENTE DE LA CÁMARA DE LOS LORES Estimado señor: Me tomo la libertad de dedicar esta obra caprichosa a Su Señoría, pues sois un hombre que se eleva por encima de los prejuicios mundanos. También es por todos sabi do que sois uno de los súbditos preeminentes de los dominios de Su Majestad; constituís el ejemplo más noble y más digno para vuestros compatriotas. Varios de vuestros pares me han contado que Su Señoría se tira pedos, sin reserva alguna, al ocupar el asiento oficial de la asamblea de nobles. Esto demuestra la sinceridad y la imparcialidad de Su Señoría, y merecéis el agradecimiento de toda la nación, sobre todo del partido democrático, por comportaros del mismo modo ante esa orgullosa institución de representantes hereditarios que ante los plebeyos que llenaban las sesiones de los tri bunales superiores del campo. Se trata de algo viril; admiro a la espléndida naturaleza en todas sus manifes taciones, y detesto esas personas despreciables y afecta das que la constriñen y la corrigen en cualquiera de sus obras sublimes y hermosas. La fama, mi Señor, con su trompeta sonora y estruendosa, declara que los pedos de Su Señoría son tan FUERTES y ROTUNDOS como sus argumentos; tan VIGOROSOS como su inteligencia; tan CONTUNDENTES como su lengua; tan BRILLANTES como su ingenio y tan SONOROS y tan MUSICALES como la voz de Su Señoría. Que Su Señoría siga soltando ventosidades como un griego antiguo durante muchos años; sinceramente se lo desea El muy devoto sirviente de Su Señoría, EL AUTOR 12 PRÓLOGO DEL AUTOR Me parece escuchar la siguiente exclamación del lector CURIOSO: «¡Santo Cielo! ¿Cómo es posible que un hom bre dedique su cabeza a tan grandes bobadas, a un tema tan vil como los pedos? Debería darle vergüenza aplicar sus escasas facultades a una cuestión tan sucia y tan absurda. Y que IMPRIMA sus IDEAS sobre las ventosidades, que dedique esas elucubraciones inmundas al Presidente de la Cámara de los Lores, es el culmen de la impudicia y del desatino humanos.» Quizá tengáis razón, amable lector, pero soy tan vicioso e incorregible que me importa un rábano vuestra opinión. No obstante, antes de que nos despidamos os contaré un secreto: sabed que el siguiente y singular tratado fue escrito y publicado tras realizar una apuesta considerable; vuestra censura me deja indiferente, pues he ganado la apuesta. Nos haec novimus esse nihil.2 2 «Sabemos que esas cosas nada son.» Epigramas XIII, Marcial, 2, 8. TRATADO SOBRE LOS PEDOS en una carta dirigida al Secretario de las Sociedades Agrícolas y Filosóficas de *** Montreuil, 22 de diciembre de 1783 Estimado Secretario: Mediante la presente respondo a vuestra petición del día 14 de este mes: a saber, si me topaba con algún asunto ingenioso o filosófico, que os lo comunicase. Si consideráis que la siguiente cuestión es digna de vuestra atención, y que podéis mejorarla y confirmarla mediante indagaciones filosóficas, me quedaré muy complacido al pensar que he empleado mi tiempo de forma óptima y que os he hecho partícipe de mis ideas sobre un tema útil y ameno; un tema, honorable Secretario, de gran se riedad e importancia para todos los hombres, del que lamento decir que, hasta ahora, se había juzgado de manera demasiado vaga, imprecisa y fútil. De forma poco venturosa, estas útiles reflexiones me las inspiró la lec tura de cierto autor, de un estilo de lo más tajante, que aseguraba con mucha pompa y mucha seriedad que un pedo pesa exactamente un grano y cuarto, ¡pero un hom bre inteligente no se deja engañar por esas conclusiones irrelevantes, arbitrarias y falsas! En lo que a mí respecta, estoy resuelto a no seguir las conjeturas y opiniones volubles de esos escritores insustanciales, que, con esas afirmaciones vanas y hueras, corrompen en grado sumo la verdadera profundidad y la dignidad de la escritura. No cabe en un escritor propósito más injusto y más taima do que inducirnos a albergar opiniones falsas, y considero el deber de todo hombre sincero identificar y exponer las falacias de esos simuladores del ingenio y de la erudición. Es por eso que me he tomado la licencia (como hombre de sincero celo por señalar el error y que también se reconoce dispuesto a ser corregido) de abordar y de tratar la cuestión del modo siguiente: Afirmo que hay cinco o seis especies distintas de pedos, perfectamente distinguibles entre ellos, tanto en peso como en olor. En primer lugar, el pedo sonoro y rotundo, o pedo vehemente; en segundo, el pedo doble; en tercero, el pedo de lento silbido; en cuarto, el pedo mojado; y, en quinto, el pedo sombrío y de poca fuerza. Ahora bien, al entendimiento más rudimentario le resultará evidente que el peso exacto de esas distintas categorías de pedos es necesariamente diferente en cada caso; lo mismo sucede con las cantidades de aire que salen de diversos instrumentos tocados por distintos in térpretes, tras una saturación que puede obedecer a diversas causas. Lo anterior me parece una verdad esencial; por tanto, emitir un juicio precipitado sobre una cuestión tan sutil y tan delicada supone una arrogancia suprema y un insulto a nuestra inteligencia, pues ello nos lleva a 16 confundir y a mezclar, formando un todo general, cualesquiera especies de pedos, sin tomar en consideración alguna su naturaleza, su textura, su formación y sus carac terísticas, ni las causas diversas que concurren en dichas ventosidades; por eso sostengo que el tajante escritor demuestra un talante muy pernicioso, al que no falta ruido, desde luego, aunque no vaya más allá de un vientecillo, en modo alguno un razonamiento sonoro y rotundo; mediante él se establece una regla general que no admite excepciones según la edad, ni según la fuerza o la comida de los que se tiran los pedos. Por ejemplo, ima ginemos que se realiza un experimento metódico para producir las diferentes clasificaciones de ventosidades que he expuesto; no soy infalible, pero propongo con toda humildad unos medios para procurarlos, y no me cabe duda de que se conseguirán de manera venturosa y satisfactoria. Para el pedo número uno, una persona de constitución robusta, fuerte y sana debe comer una libra de uña de vaca, una libra y media de entresijos y dos libras de filetes de ternera; el causante electo de las ventosidades debe esperar la digestión con tranquilidad, y veréis cómo pone en práctica con sumo vigor sus nobles facultades como fabricante de pedos espléndidos, sonoros y rotundos; y, si pertenece a la estirpe verdadera, estos ca recerán de todo olor repulsivo, que solo notarán aquellos que no estén muy acostumbrados a los gases o que sufran de una sensibilidad nerviosa extrema de la facultad olfativa. En cuanto al experimento relativo al pedo número dos, hay que hacer que una persona sana, después de mucho 17 ejercicio, ingiera un cuarto de galón de una rotunda sopa de guisantes, una libra de cebolla frita y dos libras de ter nera frita con repollo; lo más probable es que no tarde en deleitaros con unas rápidas sucesiones de pedos dobles. En lo que respecta al pedo número tres, una persona de constitución débil debe comer unas nueve docenas de ce bollas hervidas y beber unos tres cuartos de galón de cerveza amarga recién fermentada, fuerte y espesa; os holgará con gran abundancia de pedos de lento silbido. La ventaja de esta ventosidad es que su hedor es más deli cioso que el de cualquiera de las otras; tal y como ciertos escritores han afirmado, su pestilencia es intolerable y abrumadora. El pedo número cuatro, comúnmente llamado pedo mojado, se consigue de manera harto sencilla. Una persona amante de los excesos en el comer debe atiborrarse de pasteles, de natillas, de crema de azúcar, de ciruelas, etcétera, etcétera, y efectuará su labor con una eficiente prontitud, de modo que tendrá que lavarse de inmediato. Las damas producen esta clase de pedo mejor que los hombres; es, pues, recomendable, llevar a cabo el expe rimento con una damisela sana, de unos dieciocho años, que suela estar hambrienta. El pedo número cinco, que, con toda compasión he denominado el pedo sombrío y de poca fuerza, es la más incómoda, insalubre y penosa de cuantas ventosidades se han descubierto, pues se forma lentamente, con una sen sación de dolor y un rumor repentino, semejante al del aire atrapado en un volcán que a veces causa terremotos y estremecimientos horribles de la Tierra, al no haber una vía abierta y expedita para que el gas o el aire flogístico 18 sea expulsado. Aquellos que sufren la desgracia de des pedir esos pedos de sus mórbidos cuerpos son, en realidad, enfermos; no pueden sentirse bien con esa abundancia de aires impuros y hediondos atrapados en todas las cavidades de sus volcanes. Es esto lo que causa el pedo sombrío, que sale lentamente y que lanza murmullos las timeros a intervalos largos y regulares; en este caso, la asistencia médica se hace necesaria. Dado que yo mismo los he padecido (sobre todo la semana pasada, cuando, en una noche de insomnio, tuve la idea de escribir este provechoso tratado), creo me puedo tomar la libertad de explicar, con cierto convencimiento, de dónde creo que nace la enfermedad de los pedos y, como hombre benévolo que soy, siempre dispuesto a ayudar a mis con géneres, y franco amigo de la espontaneidad y de la libertad, también me dispongo a señalar la causa. El sombrío y de poca fuerza obedece a diversas clases de hartazgo: indigestiones producidas por un exceso en el yantar y en el beber, una vida sedentaria, un ánimo preocupado (afección de la que suelo ser víctima), comida flatulenta, etcétera. Todo lo anterior ocasiona un cese parcial de la circulación general de la sangre y de la presión de varios vasos sanguíneos del estómago. La cura se consigue adoptando un comportamiento diame tralmente opuesto a la causa de la afección, a la que hay que enfrentarse mediante la templanza y el ejercicio mo derado (a pie o a caballo), la despreocupación de todo asunto, la compañía alegre y, sobre todo, mediante una gran cantidad de carminativos y de agua de menta, que han de emplearse para que el paciente suelte unos pedos vigorosos; cuando éstos al fin se producen, tienen 19 un efecto sumamente agradable y bonito (como el de un rápido combate con armas de poco tamaño). Y, con la ayuda de un cierto elemento de ensoñación activa y de portentosa imaginación, uno puede creer de forma natural que escucha los horripilantes estruendos de los grandes cañones, y el rumor de las descargas de las armas poco voluminosas, mientras el enfermo soporta una incertidumbre angustiosa, hasta que los carminativos y la menta actúan en cordial conjunción: recorren todas las cavidades del volcán y, al fin, erradican por completo al enemigo molesto y tempestuoso. Entonces el enfermo, con una fuerza inmensa, se tira el pedo feliz, que, con toda humildad, creo que puede considerarse, de modo preciso y pertinente, como una sexta clase de ventosidad. De ese modo, el ventoso y aliviado paciente se cobra una victoria merecida, que solo le cuesta el gasto mínimo y la molestia de pagar una capa nueva* para el campo de batalla. En lo referente a la siguiente clase de pedo, el número cuatro, o el pedo mojado, cabe preguntarse si resulta justo o sincero compararlo con los demás, si atendemos a una única idea: lo que deja a su paso acaba pesando más que la propia ventosidad, que va acompañada, en la explo sión, de un aire viciado y de un olor penetrante. También puede sostenerse, por otro lado, que es imposible, sin incurrir en una injusticia flagrante hacia el pedo pri meramente mencionado, considerar y estudiar ese aire de manera totalmente inseparable, pues nace y es expulsado como consecuencia de la verdadera naturaleza Un forro nuevo para los bombachos.(N. del T.) * 20 del pedo. Empero, esta cuestión delicada y muy precisa debe debatirse serena y reflexivamente antes ser aceptada o rechazada. Si se establece que el efecto doble se considera legítimo, esta clase de ventosidad habrá de gozar de la mayor preeminencia y superioridad sobre las demás, sea cual sea la gradación y las características que después les correspondieran a las otras, y será la más importante en cuanto a peso, a fuerza y a olor. La cuestión del número cuatro me suscita una opinión per sonal, pero resultaría grosero y dogmático expresar esa opinión hasta que su naturaleza y sus efectos hayan sido estudiados con precisión y anunciados públicamente por la Sociedad Filosófica. Este punto también plantea una distinción muy interesante y difícil que la sociedad tendrá que resolver, y que quizá sea causa de encendidas discusiones, a saber, la concesión de la categoría plena al pedo número dos, si lo comparamos al pedo número uno. Conozco a algunos filosóficos e ingeniosos flatulentos muy célebres por su recurso frecuente al pedo número dos, o pedo doble, y, sin embargo, su sinceridad y su honradez les lleva a afirmar que es injusto y tramposo comparar un pedo doble con uno sencillo, porque, tal y como dicen, «comparar lo doble con lo sencillo es hacer trampas en cuestiones de vientos.». Ante eso yo replico, con toda la reverencia y la humildad debida a esos pedorreros magníficos e ingeniosos, bien hayan adquirido la sapiencia mediante la teoría, bien mediante la práctica, que hay que tener en cuenta que el individuo del que procede la ventosidad no es responsable de ella, del mis mo modo que no es responsable de la respiración de la que depende la vida. El efecto doble es involuntario, y 21 obedece a causas desconocidas. Por ello, ese pedo no debe compararse (cosa que se hace, según tengo entendido, de modo harto inapropiado e injusto) con una pistola de dos cañones, porque ésta, aunque solo tenga una culata, presenta dos cuerpos distintos, y la persona puede dispa rar con uno o con ambos, cosa que no sucede con el pedo doble, puesto que aparecen dos sonidos diferentes que salen de un único cuerpo y por una única vía. Sin embargo, antes de que sea plenamente reconocida, y dada la magna importancia de la cuestión, ésta debe ser estudiada de forma minuciosa y crítica por un comité escogido y selecto de filósofos con experiencia, que cuenten con un conocimiento profundo de la materia. No obstante, me siento tentado a pensar que el número uno, el llamado pedo sonoro y rotundo, por lo general pesa más que el número dos, o pedo doble, porque viene acompañado de un énfasis correspondiente y enérgico, y, al mismo tiempo, de la siguiente ventaja: que puede ser grandemente prolongado y mejorado, según los conocimientos, las capacidades y la fuerza del autor del flato. El pedo doble, por contra, aparece rápido e impetuoso, y no puede ser frenado ni mejorado siquiera recurriendo al arte y al ingenio de los ventosos más capaces y más puros. También puede observarse, y así lo han afirmado muchos investigadores curiosos, que el pedo doble suele producirse con mayor frecuencia en las personas débiles y laxas que en las fuertes y vigorosas. Tengo el placer de conocer a un caballero asaz ingenioso (hoy distinguido miembro de la Academia Francesa, fundada por Luis XVI), que ha realizado unos esfuerzos insólitos y que ha superado con cre22 ces a todos sus predecesores en cuestiones de experimentos y de profundas investigaciones sobre la naturaleza de pedos diversos; en una docta obra, dedicada a Su Alteza Real Luis XVI, en la página 163 de la sección quinta escribe las siguientes y notabilísimas palabras: Ce qui est ordinairement nommé le double pet, n’est en effet qu’un simple vent du derrière, le dernier son n’étant que la réverbération, ou l’écho de la première explosion.3 Empero, por grande que sea mi parcialidad hacia las profundas investigacio nes de mi amigo sobre filosofía natural, no puedo, en este caso, mostrarme enteramente de acuerdo con él en una hipótesis tan singular. Esta cuestión, así como otras tan tas relativas a los pedos, dejaré que la juzguen los filósofos imparciales y eruditos de vuestra sociedad, sin dudar en absoluto que llevarán a cabo las investigaciones como acostumbran: con seriedad, templanza y moderación. Reciba, apreciado Secretario, toda mi estima y mi amistad sincera, Van Trump 3 «Aquello que suele llamarse pedo doble en realidad no es sino un viento posterior; el último sonido sólo es la reverberación o el eco de la primera explosión.» 23 EPÍLOGO Para que seáis capaz de encontrar la mejor máquina capaz de medir con precisión la extensión, la anchura y el peso de una flatulencia, quizá podríais proponer, en la siguiente asamblea general, una recompensa generosa pagada por vuestra sociedad liberal. Creo yo que utilizando una bomba de aire, con un receptáculo adecuado y pensado de tal forma que no hiciera daño al trasero del enfermo, se conseguiría ese fin. También presentaría una ventaja: el investigador curioso, si emplea sus mejores lentes, podrá ver todo el funcionamiento y los mecanismos de un flato, e incluso distinguirá la forma y el color. Tiempo ha que se inventaron las lentes de apicultor: ¿por qué no puede haber gafas de pedos también? Tal y como la experiencia nos demuestra, el ingenio humano no conoce límites. ¿No os parece que podrían llevarse a cabo experimentos espléndidos con el aire de las flatulencias, que pesa veintidós veces menos que el aire normal? No me cabe duda de que su empleo supondría una gran mejora para los globos. Si me encontrara en Inglaterra, pondría en prácti ca el experimento entrenando para ese fin a sesenta u ochenta flatulentos célebres, pero esto no se puede hacer en Francia, pues estos canallas comen una comida