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1er Congreso Internacional en la red sobre Interculturalidad y Educación
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Isabel Iglesias Casal · El reto de la interculturalidad en el aula de lenguas...
CONFERENCIA
EL RETO DE LA INTERCULTURALIDAD
EN EL AULA DE LENGUAS
EXTRANJERAS: ENCUENTROS,
DESENCUENTROS Y APRENDIZAJES
Isabel Iglesias Casal
Universidad de Oviedo (España)
Nos tenemos que dar cuenta de que todas las culturas poseen una
coherencia propia que cada una identifica con la verdad. Por tanto la
reflexión intercultural ha de desembocar en la constatación de que la
verdad es plural y relativa y que cada cultura tiene que trabajar en la
superación de sus propios horizontes si quiere comprender más libre y
objetivamente los valores del otro.
(Weber)
I. Introducción
Aunque la investigación sobre el componente cultural se
revela como un campo esencialmente interdisciplinar, parece
innegable que puede aportar datos especialmente relevantes
para el ámbito de la enseñanza de lenguas extranjeras, en
contextos educativos orientados cada vez más hacia la
construcción y el desarrollo de una conciencia intercultural.
Además, si tenemos en cuenta que las lenguas son un
instrumento de producción negociada y compartida de
significados resulta evidente que las habilidades de
comunicación se intensifican y se realzan por la intimidad con
el contexto cultural de pensamiento y de conducta.
Basándonos en estas premisas, conviene que, en primer
lugar, nos preguntemos qué debe entenderse como cultura en
el ámbito de la enseñanza de lenguas, cómo se construyen las
representaciones culturales (ideas y creencias respecto a
determinadas culturas) y en qué medida y de qué modo
influyen en la comunicación intercultural; es decir, en qué
grado sirven para reajustar, enriquecer o relativizar las
representaciones culturales propias.
En segundo lugar, partiendo de la convicción de que la cultura
constituye el contexto en el que la comunicación cobra
verdadero sentido, resulta imprescindible que afrontemos una
reflexión profunda sobre cómo activar y desarrollar la
comunicación intercultural de una manera efectiva. Para ello
describiremos las características de las cuatro etapas en las
que se podría estructurar el recorrido para desarrollar la
habilidad de negociar los significados en los contactos
interculturales: encuentro intercultural, choque cultural,
aprendizaje
cultural
y
comunicación
intercultural.
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Posteriormenete analizaremos algunos de los obstáculos que
se interponen en el proceso para comunicarse con eficacia con
personas cuyas experiencias socioculturales son diferentes a
las propias: el etnocentrismo, los prejuicios, los estereotipos y
la diferente jerarquización de los sistemas de valores.
Finalmente, abordaremos las implicaciones didácticas que
conllevan estos procesos en el ámbito de la enseñanza de
lenguas extranjeras, porque sin duda alguna puede
establecerse una influencia positiva recíproca en la medida en
que el desarrollo de una cierta competencia intercultural
puede ser un factor que ayude al aprendizaje de lenguas y
este aprendizaje puede favorecer, a su vez, la formación
intercultural de los estudiantes.
II. Reflexiones sobre los conceptos de cultura
e identidad cultural
En el ámbito de la didáctica de las lenguas debemos seguir
insistiendo en la necesidad de partir de un concepto de
cultura no formal que refleje los puntos de vista sobre la vida
cotidiana, los sistemas de valores y el universo significativo
de los hablantes de la lengua meta. Debemos continuar
reivindicando una cultura para la formación −no sólo para la
información− que incida también en aspectos que capaciten
para comprender mundos de comportamiento diferentes de
los propios.
Así pues, frente a la visión formal de la cultura académica
como “civilización”, defendemos un concepto de cultura en su
significado antropológico. Desde una perspectiva, que Vívelo
(1978) llama mentalista, se define la cultura como un sistema
conceptual, es decir, un sistema de conocimientos y creencias
compartidas con el que las personas organizan sus
percepciones y experiencias, toman decisiones y actúan.
Según este enfoque, la cultura sería una especie de código
conceptual que las personas utilizan para conocerse, para
conocer el mundo y para actuar; en definitiva, una forma
aprendida de pensar, sentir y actuar que caracteriza a una
sociedad. Ha de insistirse, sin embargo, en su carácter
dinámico, complejo y diverso, cuestionando también la visión
monolítica, uniforme y homogénea de la cultura que
tradicionalmente se ofrece en las clases de lenguas
extranjeras.
Parece evidente que en las relaciones interculturales es
preciso ir más allá de la comprensión superficial, superando
esa mirada desde fuera, desde la propia cultura, que
interpreta lo que ve, pero sin corroborar las hipótesis, sin
tratar de averiguar en qué medida o hasta qué punto son
válidas para explicar ciertos comportamientos, sin conocer la
mayoría de las veces la verdadera intención que las ha guiado
porque casi siempre cobran su verdadero sentido dentro de la
totalidad de la cultura de origen. Conviene, por lo tanto, no
olvidar que del mismo modo que las palabras aisladas
expresan significados potenciales, cuando observamos las
conductas aisladas de su contexto cultural, éstas pueden
recibir potenciales interpretaciones activadas en multitud de
ocasiones por la cultura de origen.
Por otro lado, parece que lo que más nos identifica frente a
los demás es precisamente aquello en que nos diferenciamos
de ellos. Normalmente ponemos el acento en revelar las
diferencias culturales (se habla y se defiende el derecho a las
diferencias), pero habría que reivindicar también el derecho a
la igualdad y descubrir el placer de encontrar en culturas
diferentes vínculos e influencias comunes, lazos de cohesión,
aspectos semejantes (explícitos e implícitos, manifiestos u
ocultos, objetivos o subjetivos). Ésta es una realidad que
frecuentemente se olvida y que debe llevarnos a cuestionar
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cómo construimos y cómo va evolucionando nuestro sentido
de la propia identidad, sea personal o colectiva.
Sin embargo, suele afirmarse que la alteridad se reconoce en
y desde la diferencia porque parece que los seres humanos
satisfacemos el anhelo de clasificar a los otros a partir de un
yo, clasificamos la humanidad entre lo propio y lo ajeno
(extraño, exótico y cargado de connotaciones).
Nuestra
mirada, pues, debe ser sensible tanto a la singularidad como
a la analogía porque ambos son dos componentes
elementales de la experiencia de la alteridad. Sin duda
constituye un grave error de perspectiva entender las
diferencias como argumento que separa y enfrenta y no como
una diversidad que enriquece: yo soy más yo cuanto menos
me parezca a ti, frente a yo soy yo por todo aquello en lo que
me diferencio de ti, pero también por todo aquello en lo que
me parezco.
Parece incuestionable que tendremos
que replantearnos qué se entiende por
identidad cultural en una sociedad que
camina cada vez más hacia la mezcla,
la fusión (¿confusión?) de culturas.
Esta tendencia no debe inquietarnos
porque, en última instancia, toda
cultura constituye una mezcla de
varias culturas. Así pues, vista de
cerca la noción de identidad se vuelve
problemática ya que connota una
esencia, lo cual implica en cierto modo
invariabilidad, homogeneidad, permanencia. Sin embargo, las
identidades nacen, cambian e incluso pueden desaparecen de
acuerdo con los intereses de ciertas élites políticas. Además,
aunque la remodelación de la identidad social que provoca
eso que se ha dado en llamar la aldea global conduce a una
cierta homogeneización de las culturas, existen divergencias
muy marcadas dentro de esa uniformidad engañosa, porque
también en el seno de la misma cultura se manifiestan
diferencias de concepciones por el simple hecho de pertenecer
a distintos ambientes sociales, subculturas, comunidades
regionales o generacionales.
Debemos aprender, por tanto, a vivir rodeados de diversidad
y de similitud sin que ni la una ni la otra sea interpretada
como una amenaza. La primera me interroga, la segunda me
funde –me confunde– con otras identidades y corro ¿el
riesgo? de dejar de ser yo mismo, como si lo que es uno fuera
únicamente lo que lo diferencia del otro y no el conjunto de
rasgos comunes, que me hacen semejante, y rasgos distintos,
que deberían despertar en los otros el deseo de conocerme y
en mí el deseo de conocer a los otros.
III. Construyendo caminos
cación intercultural
hacia la comuni-
Como afirma Israel (1995:63) la realidad es multicultural,
plural y diversa, pero intentar que sea intercultural pasa por
el desarrollo de dispositivos comunicativos interculturales. Es
decir, la interculturalidad hace referencia a la dinámica que se
da entre las diferentes comunidades culturales. Pero en la
comunicación intercultural el proceso de descodificación, de
negociación,
con
otras
culturas
implica
establecer
comparaciones, siempre odiosas, aunque a menudo
inevitables, entre lo cercano y lo distante, entre lo que es
similar y lo que es distinto, teniendo siempre en cuenta que
nuestro objetivo debe consistir en ir más allá de la
comprensión periférica y superficial. Por eso favorecer el
conocimiento y el reconocimiento de lo que es distinto −y de
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los que son distintos− ha de ser una práctica habitual en el
aula de lenguas extranjeras.
Teniendo esto en cuenta, en el apartado siguiente nos
proponemos señalar algunas vías que puedan servir de ayuda
para desarrollar la habilidad de negociar los significados
culturales y de actuar comunicativamente de una forma eficaz
en los encuentros interculturales, aunque hay que tener
presente que una comunicación eficaz no quiere decir una
comunicación totalmente controlada y sin ambigüedades.
Hemos estructurado este recorrido en cuatro etapas:
encuentro intercultural, choque cultural, aprendizaje cultural y
comunicación intercultural.
III.1. Encuentro intercultural: yo ante el (lo)
otro
En un estudio publicado en 2003 sobre Interculturalidad y
bilingüismo: estudio de las actitudes lingüísticas en Asturias
(Atienza et al) los investigadores señalan que el encuentro
con “lo otro” (lengua, cultura, personas, incluso paisaje) no es
necesariamente para el sujeto una escuela de alteridad. Al
contrario, con frecuencia, refuerza las posiciones intolerantes,
contra lo que a menudo se da por sentado, incluso desde
instancias como el Consejo de Europa y desde propuestas
didácticas como las que recoge el Marco común europeo de
referencia para las lenguas: aprendizaje, enseñanza,
evaluación (2001).
En nuestra opinión, la didáctica del plurilingüismo sólo
contribuirá a los objetivos que señala el Marco común
europeo si va acompañada de una didáctica de la
pluriculturalidad
que
considere
la
diversidad
como
instrumento básico para el aprendizaje de la tolerancia y
como base esencial para la construcción y el desarrollo de la
interculturalidad. Recordemos que la multiculturalidad nos
viene dada, pero que la interculturalidad es preciso ir
construyéndola paso a paso, porque es indudable que cuando
abordamos el aprendizaje de una lengua extranjera estamos
abordando un proceso de aprendizaje intercultural puesto que
debemos enfrentarnos a esa otra cultura a la que se asoman
nuestros ojos. Pero no partimos de cero, en cada uno de
nosotros habitan experiencias y conocimientos previos,
representaciones, en suma, de los que hacemos uso al
aprender esa lengua y al abordar esa cultura.
Por eso el proceso de descodificación, de negociación con la
otra cultura implica establecer comparaciones entre lo que es
similar y lo que es distinto. Debemos ser conscientes, pues,
de que nuestra cultura nos enseña qué ver y qué ignorar,
pero una persona recién asomada a otra cultura no sabe qué
ver, ni generalmente, cómo interpretar lo que ve. Está a la
deriva en un mar de datos y generalmente tratará de
interpretar dichos datos proyectando sobre ellos sus propias
experiencias. En cualquier caso, la actitud ante lo diferente
que cada sujeto tenga, según sea aquélla más abierta o
cerrada, más tolerante o intolerante, parece determinar las
representaciones que tenemos de los otros.
III.2. Choque cultural: yo contra el (lo) otro
Siguiendo a Neuner debemos tener presente que aprender
sobre el mundo extranjero (sobre el mundo de las
mentalidades y de los comportamientos) comprende una
dimensión cognitiva que se realiza mediante procedimientos
de comparación, inferencia, interpretación, discusión y otras
formas similares de negociar el significado de los fenómenos
del mundo extranjero. Con relativa frecuencia tenemos
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ocasión de comprobar la presencia de incidentes críticos sobre
desencuentros culturales. Se compara, se infiere, se
interpreta, pero casi siempre falta la fase de discusión y de
negociación de significados en el mundo del otro porque en
los momentos críticos en los que podría suceder un
malentendido, a pesar de los esfuerzos para enfrentar con
éxito una interacción cultural, deberíamos tomar conciencia
de que frecuentemente nos faltan elementos de información
que nos permitirían interpretar la situación de manera distinta
a como se haría con ellos.
Oberg (1960) introdujo el
concepto de choque cultural,
causado por la ansiedad que
resulta de la pérdida de todo
signo, símbolo o señal que
conocemos para llevar a cabo
la interacción social. Estos
signos, símbolos y señales
incluyen las múltiples formas
en las que nos orientamos en
las situaciones de la vida
diaria: cuándo debemos estrechar la mano y qué debemos
decir al saludar a las personas, cuándo y cómo dar la propina,
cuándo aceptar y cuándo rechazar una invitación, cuándo
debemos bromear y cuándo debemos hablar en forma seria.
El choque cultural se caracteriza por una serie de síntomas
que convendría conocer de antemano para poder identificar
con claridad:
TENSIÓN
Las personas involucradas en la situación de encuentro
intercultural tienen que esforzarse para hacerse entender, se
crea un ambiente de tensión y ansiedad.
CLIMA
DE RE-CHAZO
Debido a que en las situaciones de encuentro intercultural
las expectativas de rol, de valores y de todo a lo que las
personas están acostumbradas no se satisfacen, se sienten
confundidas y desorientadas.
DESORIENTACIÓN
SENSACIÓN
En las situaciones de encuentro intercultural, las personas
sienten cierta duda, ansiedad y, a veces, miedo de ser
rechazadas.
PÉRDIDA
Las
personas
en
estas
situaciones
experimentan
sentimientos de pérdida de sus parientes, amigos, su estatus
y profesión.
SENTIMIENTOS
Al darse cuenta de las diferencias entre sus expectativas y lo
que observan y experimentan diariamente, las personas
sienten fuertes emociones, con frecuencia negativas
(ansiedad, disgusto, indignación...).
DE
DE
SORPRESA
SENTIMIENTO
IMPOTENCIA
DE
Debido a que se dificulta su habilidad de actuar de manera
eficaz en el nuevo entorno.
Síntomas del choque cultural según Oberg (1960:177-182)
Las etapas del choque cultural1 según Oberg (1960) son las
siguientes:
Algunos estudios proponen interesantes actividades para trabajar choques culturales, por ejemplo, Eileen McEntee
(1998) y Á. Oliveras (2000).
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LUNA DE MIEL
CRISIS
RECUPERACIÓN
ADAPTACIÓN
Ocurre al inicio de encuentro intercultural. Se mantienen
las relaciones interpersonales cordiales y superficiales con
los anfitriones y las emociones que produce son
generalmente
entusiasmo,
fascinación,
euforia
y
curiosidad por descubrir novedades.
Las diferencias de lenguaje, valores, ideología y
comportamiento en general, que al inicio le parecían
atractivas, son causa de pérdida de autoestima de la
persona, porque encuentra que su forma de comportarse
no es adecuada para su entorno.
La persona encuentra formas de manejar las nuevas
situaciones y empieza a superar las emociones y los
sentimientos que experimentó durante la etapa de crisis.
El individuo se muestra relajado y es capaz de mantener
relaciones interpersonales cálidas, manifiesta seguridad en
sí mismo y muestra empatía con los demás.
Si el individuo llega a experimentar la última etapa del
choque cultural, la adaptación, conseguirá trabajar en su
nuevo entorno y disfrutar las experiencias que vive. En
esta etapa es capaz de expresar humor y de confiar en las
personas, puede realizarse plenamente, se expresa sin
dificultades y es creativo.
Sin duda alguna, el conocimiento de los síntomas y las etapas
del choque cultural nos puede ayudar a comprender ciertas
reacciones, de pensamiento y de emoción, ante situaciones
que involucran encuentros interculturales.
III.3. Aprendizaje cultural: yo y el (lo) otro
Adler definió el aprendizaje cultural como un conjunto de
situaciones intensas por las que el individuo llega a ser
consciente de sí mismo y de otras personas, de tal manera
que alcanza nuevos niveles de conciencia y de comprensión
(1987:3l). El sujeto, al experimentar la comprensión de otras
formas de actuar, de valorar y de percibir, puede llegar a
comprenderse mejor a sí mismo y su cultura de origen.
Según Martin (1989), las cualidades personales que favorecen
el aprendizaje cultural son las siguientes:
FLEXIBILIDAD CULTURAL
Poder sustituir las actividades de la cultura propia
por las actividades de la cultura anfitriona
ORIENTACIÓN SOCIAL
Ser capaz de
interculturales
DISPOSICIÓN
establecer
nuevas
relaciones
COMUNICARSE Estar dispuesto a utilizar la lengua de la cultura
anfitriona sin temor a cometer errores
PARA
CAPACIDAD PARA LA
RESOLUCIÓN Comunicar un estilo de cooperación para solucionar
los posibles conflictos
PACIENCIA
Poder suspender el juicio
SENSIBILIDAD INTERCULTURAL
Estar dispuesto a buscar posibles diferencias
culturales que podrían explicar el comportamiento
que no se entiende
TOLERANCIA
DIFERENCIAS
SENTIDO
DEL
POR
HUMOR
LAS
Sentirse atraído o tener curiosidad por lo diferente
entre las personas
Poder reírse cuando las cosas salen mal
El desarrollo de estas cualidades puede ser objeto de trabajo
explícito en el aula, pues tanto los docentes como los
estudiantes debemos tener presente la fuerte tendencia a
interpretar −o mejor malinterpretar− las conductas de los
usuarios de una lengua, sin conocer la mayoría de las veces la
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verdadera intención que las ha guiado. Sin embargo, como
veremos en el apartado siguiente, el verdadero proceso de
conocimiento intercultural implica que cada uno se aleje de
los estilos familiares y habituales de mirar su entorno para
poder, así, entender los puntos de vista ajenos, sin renunciar
a la propia identidad cultural.
III.4. La comunicación intercultural: yo con y
desde el (lo) otro
Se puede definir la comunicación intercultural como el
proceso simbólico, interpretativo, transaccional y contextual
en que un cierto nivel de diferencia entre las personas es
suficientemente importante para crear interpretaciones y
expectativas diferentes acerca de lo que se considera
conductas competentes que se deben utilizar para crear
significados compartidos (INTERCULTURAL COMMUNICATION INSTITUTE,
1996: l).
Parece que la relativización de la cultura propia facilita la
comprensión de otros valores alternativos y, eventualmente,
puede llevar a su aceptación. Esto nos aproxima cada vez
más a una identidad intercultural que nos permite reconocer
que los valores de nuestra cultura no son únicos. Así pues, en
el ámbito de la enseñanza de lenguas extranjeras, sería
conveniente diseñar actividades basadas en la relatividad de
los puntos de vista para contrarrestar las tendencias
etnocentristas tanto de estudiantes como de docentes.
En este sentido, trabajar explícitamente en el aula el
encuentro con el otro es, al mismo tiempo, trabajar en el
descubrimiento de uno mismo, y, tomar conciencia del
carácter socialmente construido de la propia identidad. Los
profesores de lenguas extranjeras tendremos que diseñar
actividades que conduzcan a nuestros estudiantes ocupar el
lugar del otro, a argumentar desde ese otro, a observarse a sí
mismos desde esas posiciones ajenas para advertir
posiblemente puntos de vista alternativos o inusuales que
puedan servir para la confrontación y la reflexión.
Seguidamente para conocer los factores que inciden en la
construcción de este proceso de comunicación intercultural,
analizaremos los niveles interpersonal e intrapersonal y
trataremos de identificar los posibles obstáculos que se
interponen en su desarrollo.
IV. Obstáculos: prejuicios, estereotipos y sistemas de valores
Como es sabido, la conducta de los miembros de una cultura
se desenvuelve según ciertos patrones observables o
deducibles que se refieren a formas de comportarse
asimiladas directamente de la observación de la conducta de
las personas en particular. Sin embargo, existen otros
aspectos culturales implícitos –los temas– que son difíciles de
verbalizar, incluso por los participantes de esa cultura. Gran
parte de nuestra conducta, pues, ocurre a nivel
subconsciente, por tanto, uno de los beneficios de la
experiencia del encuentro intercultural es forzarnos a ser
conscientes de nuestra conducta, lo que nos permite percibir
y conocer la propia cultura, que para nosotros puede estar
oculta, pues sólo al enfrentarnos con otros comportamientos y
representaciones nos damos cuenta de que los nuestros no
son los únicos, y que como los otros han sido social e
históricamente construidos.
Pero para ayudarnos a comprender el estado cognitivo en el
que se encuentra un extranjero veamos en qué consisten la
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percepción humana y la categorización, dos de los procesos
cognitivos involucrados en la comunicación intercultural2 .
IV.1. Nivel
intrapersonal:
la
humana, la categorización
percepción
Wenhurg y Wilmot (1973:20) ofrecen la siguiente definición
de la comunicación intrapersonal:
La comunicación intrapersonal es la realizada con uno
mismo. En este nivel de comunicación la persona
recibe las señales que representan las propias
sensaciones o sentimientos. (...) La característica que
distingue el nivel intrapersonal de la comunicación
humana es que tú eres el único participante. Los
mensajes se originan y terminan dentro de ti, y
puesto que no puedes comparar tus percepciones con
alguien más, todos los significados de los mensajes se
determinan desde tu propia perspectiva.
Sereno y Bodaken (1975:23-32) apuntan que la percepción es
un proceso subjetivo, creativo y activo, por el cual el individuo
crea significados como resultado de mezclar ciertos estímulos
externos (señales verbales y no verbales) con determinados
estímulos internos (elementos de su actitud, personalidad,
motivación, necesidades, creencias, valores...). Distinguen
tres etapas en el proceso de la percepción: la selección, la
organización y la interpretación de los estímulos externos e
internos. La selección se refiere al proceso de eliminar ciertos
estímulos externos e internos y enfocarse en otros.
Posteriormente se tiende a organizar las percepciones
formando categorías completas basándose en información
incompleta. La última etapa involucra la formación de juicios
o inferencias acerca de los estímulos seleccionados.
Seguimos la clasificación que establece Eileen McEntee en los capítulos sexto y séptimo de su obra Comunicación
intercultural. Bases para la comunicación efectiva en el mundo actual, Mc Graw Hill, Méjico, 1998.
2
Por otro lado, la categorización puede definirse como el
proceso de agrupar en clases (categorías) los fenómenos que
son discriminadamente diferentes. Lakoff (1985:5-6) expresa
lo generalizado que resulta este proceso cognitivo y afirma
que sin la habilidad de categorizar no podríamos funcionar ni
en el mundo físico, ni en nuestras vidas sociales e
intelectuales. La mayor parte de las categorizaciones que
realizamos son automáticas e inconscientes, lo que nos
conduce a pensar que categorizamos las cosas como son y
que nuestras categorías se relacionan de una manera natural
con las cosas que existen en el mundo. Comprender cómo
categorizamos es fundamental para comprender cómo
pensamos y funcionamos, y por tanto, es muy importante
para comprendernos como seres humanos. Como veremos en
el apartado siguiente estos dos procesos cognitivos (la
percepción y la categorización) influirán notablemente en el
nivel interpersonal y estarán en la base de la formación de
estereotipos y en la formulación de prejuicios.
IV.2.
Nivel interpersonal: prejuicios, estereotipos y sistema de valores
Una de las referencias más frecuentes en las relaciones
interculturales tiene que ver, directa o indirectamente con lo
que podríamos llamar el nivel interpersonal: la presencia de
estereotipos y la formulación de prejuicios. Los primeros
tienen un fundamento en lo real, pues son el resultado de
procesos empíricos, aunque sean reducidos, pero los segundos
carecen de fundamentación porque son producto de juicios
que preceden al conocimiento de la realidad. Los prejuicios
pueden combatirse, por tanto, ofreciendo la información de la
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que carecen los que los difunden, mientras que los
estereotipos, aunque nunca podrán ser enteramente
eliminados, sí pueden ser complejizados.
Parece evidente, por tanto,
que cuando opinamos acerca
de las personas o de los
grupos socioculturales los
estamos
categorizando
(formando estereotipos) es
decir, aplicando el proceso
de categorización cognitiva a
personas y grupos. Según
Barna
(1994:341)
los
estereotipos son generalizaciones, creencias de segunda mano
mediante las cuales interpretamos lo que pasa a nuestro
alrededor. En un país extranjero el uso de los estereotipos
incrementa nuestro sentimiento de seguridad, además,
psicológicamente son necesarios en la medida en que no
podemos tolerar la ambigüedad o el sentimiento de frustración
que resulta de nuestra incapacidad de comprender o manejar
las situaciones que no entendemos.
Por eso, el alcance representacional que adquieren los
estereotipos
muestra
fundamentalmente
un
valor
“metonímico” (permítaseme el adjetivo filológico): se califica
el todo basándose en la parte. Así pues, parece que estamos
condenados a debatirnos entre la necesidad de generalizar y
la convicción de que toda generalización es improcedente
porque siempre es abusiva. Sin embargo, cuando los sujetos
tienen ya una visión más cercana y completa de la realidad
española, los prejuicios se eliminan y los estereotipos se
matizan (complejizan, dinamizan). La lección que obtenemos
de nuevo es que debemos ser consientes de la provisionalidad
de las representaciones culturales que en un determinado
momento manejamos.
Si asumimos como normal –y psicológicamente necesaria– la
presencia de estereotipos, tendremos que reflexionar cómo
abordarlos para tratar de minimizar sus efectos negativos.
Adler (1987: 76-78) habla del estereotipo efectivo y sugiere
que debemos utilizar el estereotipo como una forma inicial de
acercarnos a la persona, antes de tener información directa y
que debemos emplearlo como "una primera hipótesis", para
después ir modificándola de acuerdo con la información que
vamos obteniendo, a medida que se va estableciendo una
relación interpersonal con base en el diálogo. Este mismo
autor distingue entre estereotipos estáticos y dinámicos. Los
primeros generalmente se reciben de otra persona o grupo,
no son resultado de la propia creación y el sujeto selecciona
aquellas informaciones que concuerdan con el estereotipo
formado, de esta manera lo refuerza basándose en
información incompleta y desviada. Además, no está
dispuesto a modificar el estereotipo formado o la primera
hipótesis en caso de que la información nueva la contradiga.
Por otro lado, en el estereotipo dinámico la primera hipótesis
que la persona puede haber formado en cierto momento
generalmente es el resultado de su interacción con el
individuo de la otra cultura y la actitud de interactuar con
personas de culturas diferentes de la propia es de curiosidad
e interés por explicar las diferencias observadas. La persona
está dispuesta a modificar el estereotipo o la primera
hipótesis en caso de que la nueva información la contradiga.
Otro de los factores factor que disminuye la eficacia de la
comunicación intercultural es el etnocentrismo. Sin embargo,
son precisamente los contactos con otras culturas los que
llevan a cuestionar ciertos planteamientos etnocéntricos, a
tomar conciencia crítica de la cultura propia y a desarrollar
estrategias de adaptación en la cultura extranjera. Esa mirada
hacia la cultura nativa desde el exterior ofrece el
distanciamiento necesario para analizar con más objetividad
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ciertos presupuestos y ciertos valores que posiblemente
nunca antes se habían cuestionado.
Por otro lado, resulta evidente
que la descripción y la
interpretación que hacemos de
ciertos comportamientos y
actitudes ante la vida de los
miembros de otras culturas
está estrechamente vinculada
a nuestra jerarquía de valores.
Por ello, conviene no olvidar
que el modo de conceptuar
cada
experiencia,
la
jerarquización de la escala de
valores y contravalores y las
connotaciones culturales que
esconden esas experiencias son resultado, una vez más, de
un relativismo cultural incuestionable. Los valores nos sirven
como estándares o criterios para guiar nuestra conducta, para
justificar y racionalizar ciertas creencias, actitudes y acciones.
Además, justifican nuestras evaluaciones, lo que alabamos y
lo que criticamos de nosotros mismos y de los demás. Son,
pues, creencias de tipo prescriptivo, constituidas por
componentes cognitivos, afectivos y conductuales que nos
ayudan a escoger entre alternativas con el fin de resolver
conflictos y tomar decisiones.
Sin embargo, las listas de valores frecuentemente se enfocan
en las culturas de una manera muy general, sin considerar las
diferencias que reflejan los grupos socioculturales de los
cuales se compone cada cultura. Además, las culturas son
dinámicas y cambiantes, por lo tanto, debemos tener
presentes las excepciones que rompen las reglas y la
posibilidad de que en ciertas situaciones y con individuos
particulares "la regla" no se aplique. Por eso diseñar
actividades que favorezcan el trabajo comparativo de los
valores que defiende una determinada cultura −y en su caso
una determinada persona− puede resultar eficaz para
relativizar los propios puntos de vista y las propias creencias.
Esto ayudará a los estudiantes a trabajar la tolerancia hacia la
cultura del otro, aunque la aceptación de puntos de vista
alternativos no tiene por qué conducir necesariamente a
compartirlos.
V.
implicaciones didácticas
V.1.Construcción de representaciones
Los profesores de lenguas extranjeras debemos asumir que
también los significados que construimos incorporan
creencias, actitudes, pensamientos y reflexiones adquiridos
por diversas vías, es decir, también en el discurso de los
profesores subyace una cierta dimensión valorativa. Resulta
extremadamente difícil ser capaz de prescindir de la conexión
entre las percepciones propias y el contexto social global en el
que intervienen elementos académicos, sociales, culturales,
valorativos e ideológicos. Ya lo advertía Protágoras el hombre
es la medida de todas las cosas.
Los resultados de un proyecto de investigación3 llevado a cabo
por un equipo de profesores de la Universidad de Oviedo
sobre las representaciones culturales de estudiantes
extranjeros en España confirman que las ideas y creencias
que tenemos de los otros son cambiantes, y el hábito, la
frecuentación del otro, la aceptación de cambios en uno
mismo, las hacen evolucionar. El conocimiento de la cultura
extranjera favorece la eliminación de prejuicios y la
Los resultados del proyecto aparecen recogidos en J.L. Atienza Merino (dir.), ¿Cómo se ven? ¿Cómo nos ven?
Atrapados en los estereotipos, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 2005.
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complejización de los estereotipos ligados a ella, permitiendo
al mismo tiempo mirar la propia cultura con cierta distancia
crítica, la cual posibilita una mejor comprensión de la
realidad, que nos lleva a veces a reconciliarnos con ella y
otras a poner en tela de juicio lo que hasta entonces nunca
antes habíamos cuestionado.
La confrontación de las representaciones de los estudiantes y
la de los siete investigadores que desarrollamos dicha
investigación supuso para todos, en mayor o en menos
medida, la reelaboración y la reconstrucción de nuestras
propias representaciones. En la mayoría de los casos la
estancia en España ofrece a los extranjeros la oportunidad de
revisar, reajustar, modificar o completar informaciones,
ubicados, ahora, en un nuevo entorno cultural, en un
escenario que física y psicológicamente les resulta
desconocido, pero que no deja de ser una lógica distinta de
regular el mundo. Tienen la oportunidad de observar y
analizar la comunicación en un contexto cultural completo
(verbal y no verbal), una buena base para darse cuenta de la
estructura de los sistemas de comportamientos propios y
ajenos. El contacto con la cultura española les lleva a veces a
variar su idea sobre sus propios países, les obliga a
reflexionar sobre cosas que antes pasaban inadvertidas, a
confrontar las ideas con la realidad que observan. El
resultado de ese ejercicio comparativo puede estar más cerca
de la etnocentricidad o de la xenofilia, pero, en cualquier
caso, siempre supone un cuestionamiento de las propias
percepciones. Sirva como ejemplo el relato una informante
estadounidense, para quien una cierta distancia crítica
permite reflexionar con mayor libertad sobre la cultura propia
porque viajar te amplía la mirada (a veces te abre los ojos)
aunque eso sea interpretado a veces como una crisis de
identidad: Cuando hablo de esto con mis amigos y mi familia
me critican mucho, mi madre me dijo: “You are having an
identity crisis” y me mandó una bandera americana.
En efecto, intentar resolver los conflictos que se han generado
al poner en entredicho las propias convicciones y reconsiderar
los puntos de vista supone en alguna medida abrir una crisis.
Precisamente desde la perspectiva etimológica, el término
crisis conlleva una doble acepción: conflicto y juicio. Y es
cierto, confrontar puntos de vista implica enfrentarse a una
crisis: por un lado, hay que juzgar y por otro, hay que decidir.
Pero los conflictos son inherentes a cualquier dinámica social,
son un motivo de cambio que nos permiten crecer
dialécticamente. Por eso, sin duda, el esfuerzo comunicativo
necesario para la convivencia intercultural implica inicialmente
la disposición de abrirse a los otros. Cultivar ese interés
supone estar dispuesto a conocer –y por tanto a asumir
riesgos y a dejarse sorprender–, a ver esa exploración
intercultural como fuente de aprendizaje, aceptando los
posibles choques como una experiencia positiva de la que se
puede aprender acerca de la cultura anfitriona y también, qué
duda cabe, de la propia cultura de origen.
Por otro lado, una de las fuentes más prolífica de origen de
representaciones culturales son los medios de comunicación
de masas, que constituyen un poderosísimo instrumento de
distribución y generalización de estereotipos. Los viajes son
también una fuente importante de construcción de
representaciones y adquieren un importante papel en su
reorganización y reformulación. Estas modificaciones son el
lógico resultado de un conocimiento más profundo y cercano
de una cultura y seguramente una expresión de ese
estereotipo dinámico del que hablaba Adler, basado sobre
todo en admitir la provisionalidad de las representaciones
culturales que en un momento determinado se tienen.
Esta reflexión debe llevarnos a cuestionar hasta qué punto
pueden ser fiables algunas representaciones culturales
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Isabel Iglesias Casal · El reto de la interculturalidad en el aula de lenguas...
originadas en fuentes como el cine y la literatura, a pesar de
su importancia. Sin duda, una de las fuentes más sólidas de
construcción de nuestras representaciones es el contacto
directo con la otra cultura, sin embargo, los resultados de
esos contactos parciales, sobre todo si no son prolongados,
no deben extrapolarse alegremente en un intento
generalizador, legítimo pero poco fiable.
V.2.Autoestereotipos y heteroesterotipos
También resultaría interesante comprobar hasta qué punto
nuestra visión de la cultura propia no está mediatizada por los
estereotipos que sabemos que operan en otros sujetos. Los
heteroestereotipos (las representaciones del extranjero sobre
lo nuestro) pueden funcionar bien como iluminadores de lo
que los autoestereotipos ocultan, bien como pantalla con
efecto deformante de la imagen resultante de la mirada con la
que nos auto-observamos. A este respecto, sería altamente
ilustrativo describir, por ejemplo, cómo nos caracterizamos a
nosotros mismos los propios españoles y descubrir qué
imágenes nos parecen más representativas de nuestra cultura
para concluir en qué medida esa visión está mediatizada por
los heteroestereotipos. Tanto éstos como los autoestereotipos
van conformando una imagen que refleja cómo miramos y
cómo somos mirados, por eso la experiencia de poder
confrontar ambas clases de estereotipos nos ofrece la
oportunidad
de
poner
a
prueba
nuestras
propias
representaciones, que resulta un camino bastante eficaz para
entender mejor los mecanismos que determinan nuestros
sentimientos, nuestros pensamientos y nuestras conductas.
V.3.Ámbitos cognitivo y efectivo
Parece, pues, que para conseguir una conducta intercultural
adecuada se debería trabajar simultáneamente en dos
ámbitos distintos: el cognitivo y el emotivo. Chen y Starosta
(1996: 366) señalan que las personas presentan una
competencia cognitiva intercultural mayor cuando tienen un
alto grado de auto-conciencia y conciencia culturales. Esto
implica que, en primer lugar, se tiene que tener conciencia de
nuestras propias características
culturales y de nuestros procesos
comunicativos. Es necesario que
hagamos un esfuerzo para reconocernos, para conocernos de
nuevo. Quizás en este aspecto la
comunicación intercultural pueda
ser de gran utilidad, pues es en
estos contactos cuando nos damos
cuenta de muchas de nuestras
características culturales, que en otras circunstancias nos
pasan desapercibidas. Pensar de nuevo nuestra cultura desde
la perspectiva de otra cultura puede ser un ejercicio muy
estimulante y enriquecedor que nos permitirá tener una mejor
consciencia de nosotros mismos. Ya se sabe que, a veces,
para hacer un juicio autocrítico sobre lo propio es mejor
tomar una cierta distancia. Sin duda, el último deseo, el de
re-conocer nuestra propia identidad, deberá tener en cuenta
que no hay identidades unitarias ni estables, que nuestra
identidad es plural, como lo es la del otro. Es decir, que la
identidad cultural es, al menos en su origen, también plural.
Quizá
trabajar
explícitamente
sobre
los
orígenes
multiculturales de las llamadas identidades nacionales pueda
ayudarnos en este contexto.
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Por otro lado, la competencia intercultural emotiva se produce
cuando las personas son capaces de proyectar y de recibir las
respuestas emocionales positivas antes, durante y después de
las interacciones interculturales (Chen y Starosta, 1996:358).
Precisamente uno de los problemas emotivos de la
comunicación intercultural es la ansiedad, que puede
perturbar la interacción; es una respuesta a situaciones en las
que se prevé que pueden darse consecuencias negativas, lo
cual nos hace sentir incómodos o preocupados.
Una habilidad que puede ejercerse para controlar en buena
medida esta ansiedad es la tolerancia frente a la ambigüedad.
Es decir, se ha de ser capaz de ser eficaz precisamente en las
situaciones en las que la mayoría de la información que
necesitamos para actuar efectivamente, nos es desconocida.
No debemos olvidar que la comunicación es, sobre todo, una
construcción de sentido, por eso la comunicación intercultural
comporta frecuentemente un cierto grado de incertidumbre.
Los investigadores que analizan los encuentros interculturales
utilizan este concepto de incertidumbre para aludir a una
dimensión que atiende a la medida en que los miembros de
una cultura se sienten amenazados por las situaciones
desconocidas o inseguras. Aprendemos a aceptar, a manejar
y a convivir con ese sentimiento de incertidumbre, que parece
irremediable y sólo en una cierta medida reparable: el
resultado de toda interacción comunicativa permanece
siempre abierto porque nunca podemos estar plenamente
seguros del sentido de un mensaje. No parece desacertado
pensar, sin embargo, que un conocimiento más profundo de
otra cultura permitirá una comunicación intercultural más
eficaz porque reducirá en alguna medida el margen de
incertidumbre.
Como podemos deducir de todo lo anterior, cultivar las
cualidades para lograr una comunicación intercultural
eficiente requiere tiempo y esfuerzo, porque supone adquirir
habilidades en los procesos básicos de adaptación cultural,
interiorizar marcos cognitivos para su análisis, intentando
superar el etnocentrismo y desarrollando aprecio y respeto
por la propia cultura y por las diferencias culturales. A este
respecto, una cualidad personal fundamental para lograr una
buena comunicación intercultural es la empatía, entendida
como la capacidad de identificarse con el otro, para
imaginarse a uno mismo como extranjero. Es decir, se trata
de ser capaz de comprender y de experimentar los
sentimientos ajenos, pero a partir de los referentes culturales
del otro.
V.4.La comunicación no verbal: la kinésica, la
proxémica y la cronémica
La comunicación no verbal −ese lenguaje silencioso o esa
dimensión oculta de la que hablaba el
antropólogo estadounidense Edward T.
Hall− se refiere a todo aquello que
contribuye al significado del mensaje
que no sean las palabras, es decir, son
los estímulos contextuales de la
situación de comunicación y las pautas
y valores sociales interiorizados por
los
sujetos.
Ray
Birdwhistell,
reconocido
investigador
de
la
comunicación no verbal señala que en
una conversación entre dos personas,
sólo el 35 % del mensaje social se
transmite por medio de las palabras,
el restante 65% se transmite por medio de la comunicación
no verbal, es decir, mediante la forma de hablar, moverse,
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gesticular y manejar las relaciones espaciales. Así pues,
convendría incorporar en el aula de lenguas extrajeras el
análisis de las conductas no verbales culturalmente adquiridas
y de la diferencia de los comportamientos kinésicos y
proxémicos aprendidos en el entorno cultural, que pueden
constituir el primer “desencuentro” entre los hablantes de
distintas lenguas.
En este sentido los profesores de lenguas debemos recordar
la falacia que supone la reducción simplificadora de la triple
estructura básica de la comunicación humana a uno solo de
sus componentes –el verbal–, porque sin duda alguna la
verdadera realidad discursiva está representada por una
estructura tripartita inseparable que existe sólo como un
continuo verbal-paralingüístico-kinésico.
Para concluir, en el ámbito académico y partiendo de la
realidad del aula de lenguas extranjeras como espacio
multicultural privilegiado, para ser conscientes de las
divergencias y de las convergencias culturales que
obstaculizan o facilitan el acercamiento, la toma de conciencia
y la aceptación de otros modos de ver el mundo, es preciso
fomentar en el estudiante no sólo la fluidez lingüística, sino
también la fluidez cultural, realizando actividades que
supongan una "provocación" para el trabajo comparativo de
los modos de ser y de hacer de los miembros de las diferentes
culturas. Los estudiantes tendrán la oportunidad de contrastar
sus propias representaciones pudiendo así reajustarlas,
enriquecerlas, relativizarlas y reflexionar sobre cómo dichas
representaciones son construcciones sociales, lo que los
colocará en una disposición positiva para el diálogo
intercultural. De este modo, nuestras aulas podrán
convertirse en auténticos territorios para el encuentro, el
contraste, el intercambio y la negociación, lo que nos
permitirá comunicarnos con más eficacia en las sociedades
cada vez más complejas y plurales de las que formamos
parte.
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