Año 14 – nº 28 - Academia Nacional de Periodismo

Transcripción

Año 14 – nº 28 - Academia Nacional de Periodismo
BOLETÍN
DE LA
ACADEMIA NACIONAL
DE PERIODISMO
Año 14 - Nº 28
ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO
Ciudad de Buenos Aires - República Argentina
Diciembre de 2011
La Academia Nacional de Periodismo agradece la
adhesión de las siguientes instituciones:
Bolsa de Comercio de Buenos Aires
Banco Galicia
Confederación Argentina de la Mediana Empresa
Aeropuertos Argentina 2000
El presente boletín es propiedad
de la Academia Nacional de Periodismo
Academia Nacional de Periodismo
Miembros de número
Armando Alonso Piñeiro
Roberto Pablo Guareschi
Gregorio Badeni
Jorge Halperín
Nora Bär
Ricardo Kirschbaum
Rafael Braun
Lauro F. Laíño
Nelson Castro
José Ignacio López
Juan Carlos Colombres
Enrique J. Maceira
Jorge Cruz
Enrique M. Mayochi
Héctor D’Amico
Joaquín Morales Solá
José Claudio Escribano
Alberto J. Munin
Jorge Fontevecchia
Enriqueta Muñiz
Hugo Gambini
Antonio Requeni
Roberto A. García
Magdalena Ruiz Guiñazú
Osvaldo Granados
Fernando Sánchez Zinny
Mariano Grondona
Hermenegildo Sábat
Daniel Santoro
Mesa Directiva
Presidente:
Vicepresidente 1º:
Vicepresidente 2º:
Secretario:
Prosecretario:
Tesorero:
Protesorero:
Lauro Fernán Laíño
Hermenegildo Sábat
Magdalena Ruíz Guiñazú
José Ignacio López
Fernando Sánchez Zinny
Osvaldo Granados
Hugo Gambini
Miembros eméritos
Cora Cané - José María Castiñeira de Dios
Ernesto Schóo
Miembros correspondientes en la Argentina
Efraín U. Bischoff - Carlos Hugo Jornet (Córdoba)
Carlos Liebermann (Entre Ríos)
Jorge Enrique Oviedo (Mendoza)
Carlos Páez de la Torre (Tucumán)
Héctor Pérez Morando (Neuquén)
Julio Rajneri (Río Negro)
Gustavo José Vittori (Santa Fe)
Miembros correspondientes en el extranjero
Mario Diament (Estados Unidos)
Elisabetta piqué (Italia)
Armando Rubén Puente (España)
Andrés Oppenheimer (Estados Unidos)
Comisión de Fiscalización
Miembros titulares:
Miembros suplentes
Armando Alonso Piñeiro
Gregorio Badeni
Alberto Jorge Munin
Nora Bär
Enrique Maceira
Enriqueta Muñiz
Comisiones
Admisión: Enrique J. Maceira (Coordinador), José Claudio
Escribano, Ricardo Kirschbaum, Enriqueta Muñiz.
Publicaciones y Prensa: Antonio Requeni (Coordinador), Fernando
Sánchez Zinny, Nora Bär.
Biblioteca, Hemeroteca y Archivo: Enrique Mario Mayochi
(Coordinador), Fernando Sánchez Zinny.
Concursos, Seminarios y Premios: Jorge Cruz (Coordinador), Nora
Bär, Enriqueta Muñiz.
Libertad de Expresión: Gregorio Badeni (Coordinador), José Claudio
Escribano, Nelson Castro, Enrique Maceira, Alberto Munin.
Ética: Daniel Santoro (Coordinador), Rafael Braun, José Ignacio
López, Magdalena Ruiz Guiñazú.
Comisión para la Redacción de la Historia Integral del Periodismo
Argentino: Armando Alonso Piñeiro (Coordinador), Enriqueta
Muñiz, Fernando Sánchez Zinny.
Académicos fallecidos
Emilio Abras...........................06/10/98
Félix Laíño..............................07/01/99
Jorge Rómulo Beovide..........26/02/99
Roberto Tálice.......................20/05/99
Alfonso Núñez Malnero......12/05/00
Germán Sopeña......................08/04/01
Jorge Roque Cermesoni........07/12/01
Luis Alberto Murray.............31/07/02
Luis Mario Lozzia..................31/07/03
Francisco A. Rizzuto.............12/06/04
Raúl Horacio Burzaco..........09/02/04
Fermín Fèvre...........................06/06/05
Martín Allica.........................09/11/05
Ulises Barrera........................11/12/05
Roberto Maidana...................11/08/07
Napoleón Cabrera.................15/08/09
Félix Luna...............................05/11/09
Tomás Eloy Martínez............31/01/10
Bernardo E. Koremblit.........01/02/10
Enrique Oliva.........................28/02/10
Daniel Alberto Dessein.........24/05/10
Raúl Urtizberea.....................16/07/10
Bartolomé de Vedia...............12/08/10
Leandro Pita Romero............30/07/11
Durante el año 2010, al iniciarse cada una de las sesiones
plenarias de la Academia Nacional de Periodismo, algunos
académicos leyeron textos sobre temas relacionados con la
profesión y la actividad periodística. Por considerarlos de
particular interés, la Academia decidió dedicar el presente
Boletín a reproducir dichas exposiciones. Se ha seguido,
para su publicación, el orden alfabético de sus autores.
Roberto J. Payró y la “no ficción”
Por Jorge Cruz
Voy a comenzar por referirme a un subgénero de la literatura que,
a pesar de haberse practicado desde antiguo, solo en tiempos contemporáneos se ha reconocido y estudiado con propósitos teóricos. Me refiero a la no ficciòn literaria, creativa o narrativa, como también se la
denomina, erróneamente enunciada a veces solo como no ficción. La
no ficción, como se verá, es otra cosa; nada menos que lo contrario.
La no ficción literaria posee amplio y legítimo alcance en la expresión
artística, pero resulta riesgosa cuando se la aplica a la comunicación
periodística. Estas consideraciones servirán para confrontarlas con las
crónicas de guerra del extraordinario escritor y periodista Roberto J.
Payró, que vivió entre 1867 y 1928. Reunidas en un voluminoso tomo
recién aparecido, ejemplifican muy bien los límites entre literatura y periodismo, o, para emplear los términos aquí utilizados, entre no ficción
literaria y no ficción.
El vocablo “ficción”, como designación de un género, procede del
léxico literario sajón, adoptado y utilizado por estudiosos de otras lenguas, entre ellas, la española. Las obras de ficción —en particular novelas y cuentos— contienen mundos inventados que, por decirlo así,
flotan por sobre nuestra realidad tangible y verificable. En general, la
reiteran en clave imaginaria, pero con matices, desde los remedos del
realismo y las alteraciones parciales de la realidad consumadas por la
literatura fantástica, hasta las elaboraciones prospectivas de la ciencia
ficción. Todas estas manifestaciones, involucradas en la esfera del arte,
aunque apoyadas en la realidad, se desentienden de la verdad, en el sentido de conformidad de lo narrado con la realidad efectiva.
La no ficción, por el contrario, se afirma en esa realidad y presenta
personajes, hechos y ámbitos de existencia verdadera. El periodismo es
no ficción, y en él la obligación de ajustarse a la verdad se impone como
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razón de ser. Cuando se trata de historias noveladas, crónicas de viajes,
memorias, autobiografías, grandes reportajes, entre otros subgéneros,
si bien están sostenidos por el designio de establecer y decir la verdad,
o, al menos, la verdad subjetiva del autor, tientan a la imaginación y, en
ocasiones, comprometen la verdad. En estos casos, la no ficción se diría
que toma la coloración de la literatura, participa de sus atributos y se
convierte, curiosamente, en un híbrido seductor. Incluso se ha dicho que
un periodista que escribe ficción se arriesga a no ser creíble en ninguna
de las dos modalidades. A veces es perceptible el carácter postizo de esa
mano de literatura, pero, en otras, la potencia del genuino escritor logra
unir los elementos de naturaleza distinta —verdad e invención— en un
todo coherente.
Se me ocurre como buen ejemplo de no ficción literaria una de las
obras maestras de nuestras letras, el Facundo de Sarmiento, invectiva
genial, calificada alguna vez de novela, donde personajes y hechos históricos, tipos característicos y paisajes están traspasados por la pasión
del periodista combativo y por el talento del escritor. La obra se publicó
en folletín en El Progreso de Santiago de Chile, en 1845, y fue uno
de los episodios más resonantes en la lucha de la prensa libre contra
Juan Manuel de Rosas, el llamado Restaurador de las Leyes. Lo cierto
es que, al cabo de más de un siglo y medio de su aparición, apenas
nos interesa el contenido histórico del libro, ya en parte rebatido, sino
más bien la admirable fuerza verbal de cada una de sus páginas. Podría
agregarse, como un ejemplo más, la crónica de Lucio V. Mansilla Una
excursión a los indios ranqueles, publicada en forma de cartas, en La
Tribuna, de Buenos Aires, en 1870; minucioso relato, protagonizado
por su extravagante autor, de un episodio de la campaña del desierto,
no demasiado importante en lo político, pero trascendental en lo literario. A las grandes expresiones de la no ficción literaria parece que les
aguarda un mismo destino: con el tiempo, el interés por la verdad de los
hechos narrados se borra, mientras que la sustancia literaria se convierte en la clave de su perduración.
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Una de las manifestaciones de la oposición entre no ficción y no ficción
literaria, o, para decirlo de otro modo, entre periodismo y literatura de
ficción, fueron, en la década de 1960, los libros del norteamericano Tom
Wolfe, autor de El nuevo periodismo y de novelas en las que utilizaba
métodos del periodismo, como las entrevistas. Pero, en verdad, después
de proclamar la muerte de la novela, su pretendida innovación no consistió sino en retomar la tradición narrativa del siglo XIX. El promocionado
autor aducía como ejemplos de “nuevo periodismo” obras de Norman
Mailer y de Truman Capote, el autor de A sangre fría, la estremecedora
reconstrucción del sonado crimen de una familia campesina norteamericana, consumado por dos asesinos entrevistados repetidamente por el
autor. Wolfe, redactor de diarios prestigiosos como The Washington Post,
NewYork Herald y Esquire, propiciaba un periodismo literario, muy llamativo, impactante, más subjetivo que objetivo, solo aceptable para cierto tipo de notas no demasiado comprometidas con la exactitud.
Los términos en oposición volvieron últimamente a barajarse con
motivo de la publicación de una biografía del célebre escritor y periodista polaco Ryszard Kapuściński escrita por su discípulo Artur Domoslawski, donde se muestra —y esto provocó la indignación de su
viuda y amigos— que algunos de sus reportajes, convertidos en libros
de éxito, incurrían en exageraciones e inexactitudes. El narrador había
sobrepujado, en ese caso, al cronista. Para dirimir el conflicto, habría
que decir que el Kapuściński escritor afirmaba su fuerte presencia en
los libros de no ficción literaria, mientras que el Kapuściński periodista,
en sus correspondencias, se mantenía fiel a la no ficción.
Aunque en la época de Roberto J. Payró, encabalgada entre los siglos XIX y XX, no se utilizaban estos términos, de hecho existía este
tipo de literatura. Valen los ejemplos locales de Sarmiento y Mansilla,
pero una exploración más amplia se remontaría a las inagotables fuentes de la Grecia clásica; a Platón, algunos de cuyos diálogos fueron llevados modernamente al teatro; y a historiadores que forjaron historias
no científicas. Como es sabido, Payró, en sus tres obras de ficción más
destacadas —El casamiento de Laucha, Pago Chico y Divertidas aven-
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turas del nieto de Juan Moreira— se reveló no solo como un narrador
de enorme atractivo sino también como autor que en la descripción de
tipos y ámbitos de la política criolla había logrado desentrañar, con intención satírica y tono risueño, rasgos típicos que no han dejado de
reiterarse en la historia nacional. No obstante, paralelamente a estas narraciones, inventadas pero con sustento en la realidad, dejó numerosos
testimonios de su vigorosa vocación periodística, como La Australia
Argentina, Excursión periodística a las costas patagónicas, Tierra del
Fuego e Islas de los Estados y En las tierras de Inti, crónicas de viaje
por las provincias del Noroeste argentino. Luego de desempeñarse en
otras publicaciones periódicas, Payró se incorporó a la redacción de La
Nación en 1892 y desde entonces practicó casi todos los subgéneros
periodísticos, tradujo cables y numerosas novelas que se daban en folletín, pero descolló como corresponsal. Viajó a España para recibir una
herencia, se instaló más tarde en Bruselas, donde sus hijos se educaron,
y envió al diario de Mitre, primero desde España y luego desde Bélgica,
artículos sobre los más diversos aspectos de esos países.
El volumen que por primera vez los reúne, asombrosa obra de recopilación y ordenamiento de la profesora Martha Vanbiesem de Burbridge, es por sí mismo un acontecimiento, ya que aporta a la bibliografía
de uno de los primeros escritores y periodistas argentinos páginas que
corrían el riesgo de extraviarse en las hemerotecas. Si la primera sección del libro, titulada “Misceláneas, 1907-1911”, registra los pasos
iniciales de Payró en Europa, las restantes muestran al corresponsal ya
instalado en Bruselas y enfrentado a poco andar con una invasión y
una guerra de proporciones mayúsculas. El argentino, en plena ocupación, debía movilizarse a pie para entregar su correspondencia; su casa
fue allanada y su tarea periodística, impedida a partir de 1915, hasta la
conclusión del conflicto. Denominaciones como “Diario de un testigo”, “Diario de un incomunicado”, “La destrucción”, “Bélgica invadida” dan cuenta del drama que esas cartas revelan con terribles detalles.
La Primera Guerra Mundial, que tuvo en los campos belgas, invadidos
por los germanos, escenarios de catástrofes, es el centro del libro, y
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descubre a Payró transformado en comprometido testigo de un acontecimiento decisivo en la historia del siglo XX; un conflicto que hizo tambalear la estructura de Europa y socavó, quizá sin remedio, sus valores
culturales y morales.
Payró se ajusta estrictamente a los principios de la no ficción periodística. Sus artículos son un rico repositorio de datos puntualizados
con declaraciones de testigos y la trascripción de documentos oficiales
relativos a la Gran Guerra, de modo que constituyen irreemplazables
fuentes para la historia. Pero no sorprende que siendo el autor un narrador nato y un prosista seductor, transfiriera a sus crónicas esos dones,
y que muchas de sus páginas sean ejemplos de no ficción literaria, con
todos los atractivos de esos relatos bélicos que inmortalizó el realismo
del siglo XIX.
En sus más de mil trescientas páginas, la publicación recobra la copiosa correspondencia enviada por Payró, entre 1907 y 1922, al diario
La Nación. Es el material de casi tres o cuatro tomos de extensión habitual rescatado por una gran pasión intelectual, movida en este caso por
entrañables afectos de la compiladora y editora, descendiente de inmigrantes belgas. Los frutos de esos quince años de la madurez del escritor quedan así a salvo, y los estudiosos y lectores de Payró tienen a su
alcance un material literario y documental de excepcional importancia.
Como periodista, en el plano de la no ficción, Payró fue un testigo
veraz del primer gran estallido bélico en la historia del siglo XX. Como
narrador, en el plano de la no ficción literaria, dio a muchos episodios de
sus crónicas de guerra un atractivo que, al cabo de los años, los ha independizado de la verdad periodística, sin quitarles su valor testimonial.
Ramiro de Casasbellas
Por Hugo Gambini
Todo empezó en 1956, con esa generación de periodistas que asomó
después del peronismo.
Hijo de gallegos (todos republicanos en el exilio), lo obligaron a
estudiar lo que no quería: Ciencias Económicas. Y le consiguieron un
empleo en las Dirección General Impositiva.
Escribía poemas. Publicó El doble fondo. Bien comentado, alguien
le ofreció hacer una columna bibliográfica en La Razón de los sábados.
Pero otro alguien cambió las cosas. Era el que mandaba en ese diario:
don Félix Laíño. Lo llamó y le dijo: “Para usted tengo un puesto de reportero policial. Si lo quiere, ocúpelo ahora, porque mañana será de otro…”
Ramiro tenía 20 años; se fue a recorrer comisarías y cubrir accidentes. Hasta que llegaron los casos más complicados: los crímenes pasionales. Ramiro los contaba y los llenaba de literatura. Donde faltaba un
dato, él lo imaginaba, para que la nota fuera completa.
“En La Razón —contaba el propio Ramiro— hice una carrera veloz.
En menos de dos años pasé de reportero a cronista y luego a prosecretario de redacción, saltando por encima de las categorías de redactor y
editorialista. Empecé a conocer el otro lado del mostrador”.
Empezó a pulir las notas de otros. Cuando la información desbordaba, gozaba describiendo como nadie los personajes, lugares y hechos.
El crimen se convertía en una pequeña novela. Su prosa era más elegante de lo normal, para un periódico de la tarde, de lectura muy rápida, en
el café, en el tren o directamente en la calle.
En 1962 se fue de La Razón el periodista más audaz, para fundar
la revista Primera Plana. Se llamaba Jacobo Timerman y se lo llevó a
Ramiro a ocuparse de cine y televisión. También arrastró por segunda
vez a Luis González O’Donnell. (Ya lo había hecho pasar de La Prensa
a La Razón). Al poco tiempo, Ramiro ya era el jefe de redacción.
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Hubo cambios en el semanario. También se fue González O’Donnell
y después, Timerman. Pero quedaba armado el equipo inicial, con Osiris Troiani, Tomás Eloy Martínez, Julián Delegado, Ernesto Schoo y un
gran columnista político: Mariano Grondona.
Ramiro haría los editoriales, además de conducir al gran equipo, al
que también se sumaron Norberto Firpo, Ricardo Frascara, Alberto Borrini y quien esto escribe, Hugo Gambini.
En una charla en el Archivo General de la Nación, el 24 de setiembre
de 1998, Ramiro dijo: “Primera Plana fue, y no exagero —recalcó—,
una revolución periodística. Fue una obra más de la generación del 56,
cuyas grandes novedades fueron el nuevo estilo de escritura, casi literaria; el tratamiento de la política interior, con más información analítica
sobre las actividades de los partidos y el funcionamiento de los poderes,
otorgándoles una atención desusada a las provincias; la preocupación
por América latina en la sección de política internacional, y el envío de
corresponsales al exterior para acontecimientos importantes de la política, la economía, las ciencias, las artes, la vida de los pueblos”.
Ramiro impuso un estilo que estampó cambios hasta en los grandes
diarios. Aparecían nuevas secciones y se enfocaban los problemas de
otra forma. Lo mismo ocurría con los reportajes. Al protagonista había
que describirlo, no calificarlo. Todo eso producía celos en la competencia y envidia en los colegas. Naturalmente, también creaba imitadores.
Cuando Norberto Firpo hizo la necrológica de Ramiro, dijo lo siguiente: “No he conocido otro periodista tan tercamente apegado al detalle, ni tan estoico, a extremos de que casi no abandonaba su puesto de
trabajo sino para dormir un poco y, quizás, afeitarse”.
Un hallazgo de Casasbellas era la introducción de palabras nuevas o
caídas en desuso. Como la que rescató una vez Ernesto Schoo, cuando
calificó un film de “coruscante”, por lo bello. Ramiro soltó una carcajada y todos empezamos a utilizar el calificativo “coruscante” hasta para
elogiar un cuadro o un gol exquisito. Lo dejamos de usar cuando lo
empleó la competencia.
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Corregía todo lo que leía. Se la pasaba corrigiendo. Y si era necesario, hasta escribía de nuevo la revista entera. A veces recitaba: “Tendemos a la excelencia. ¡Es más: somos excelsos!”. Y todos se reían junto
con él. No le faltaba sentido del humor a aquella recordada redacción.
Ramiro tenía un segundo nombre, de cónsul romano: se llamaba Manlio. Pero el que parecía un cónsul romano era Troiani, quien se paseaba
por los baños turcos del hotel Castelar pontificando contra la línea editorial de Primera Plana. “Si seguimos serruchando la rama del árbol donde
estamos sentados, fatalmente nos vamos a caer”, solía decirle a Ramiro.
Y tenía razón. Onganía aprovechó todo eso y después de echarlo a Illia,
como la revista seguía igual criticando al Gobierno, la cerró.
Cuando llegó la policía a clausurarla, se levantó un acta. Y Ramiro sugirió: “Mire, hay una frase mal redactada…”. El subcomisario lo
frenó a tiempo: “¡Usted no toque nada!”. La disculpa de Ramiro sonó
bajita: “Son gajes el oficio, ¿sabe?”.
Cuando estaba contento. entonaba zarzuelas. Las sabía enteras. Pero
lo más gracioso eran sus discusiones con Troiani —otro personaje irrepetible—. Ambos armaban un despliegue de conocimientos históricos y
de buenas lecturas; inteligencia e imaginación. Para afirmar sus conceptos no despreciaban la ironía, y a veces mentían. Y cuando ya uno lo iba
alcanzando al otro, este pegaba un viraje y pasaba a defender lo mismo
que el primero. La situación se invertía, hasta que finalmente terminaban enfrentados, pero al revés, cada uno con los argumentos del otro.
Eran batallas en las cuales Ramiro exhibía una memoria de elefante. Y
Osiris —perro viejo— toda su imaginación.
Cuando clausuraron Primera Plana, Ramiro estuvo en la agencia
Reuter-Latin, hasta que en 1973 Timerman lo fue a buscar y le encargó
la subdirección, de La Opinión, un diario copiado de Le Monde, de
París, sin fotos, con excelente información y, otra vez, un gran equipo
periodístico. Trabajó allí cuatro años, cargados de temores, clausuras,
detenciones y los interrogatorios de los años 70. Volvió la democracia y Alfonsín lo hizo Director de Cultura de la Cancillería, primero,
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y de Canal 7 después. En 1987 dirigió El Ciudadano, un periódico
militante del radicalismo.
Ramiro de Casasbellas, un periodista de estirpe, es recordado por
todos aquellos que trabajaron con él. Porque explicaba la excelencia
del oficio ejerciéndolo, que es la mejor manera de enseñar. Fue un caso
único, imposible de olvidar.
Dolarmaníacos
Por Osvaldo Granados.
En Argentina existe una secta formada por millones de personas.
Adhieren a ella fanatizados, y su fe no tiene fisuras.
Durante décadas trataron de crear dudas en sus corazones, ofreciéndoles algunas alternativas.
Estas se desflecaban rápidamente.
Los creyentes tienen en todo el territorio lugares donde, con piedad y devoción, confirman día a día sus creencias. Estos son los
adoradores del dólar.
¿Cuáles fueron las razones de este crecimiento geométrico en
pocas décadas?
¿Por qué razón cualquier departamento, casa, terreno, campo, automóviles, oficinas se cotizan en dólares y no en pesos?
Hagamos un repaso.
En 1942, el Banco Central creado en 1935 para reemplazar la caja de
conversión, decidió fabricar sus primeros billetes.
En 1970 aparece el peso ley 18188, que le suprimió dos ceros. Cada
peso ley equivalía a 100 pesos moneda nacional.
La explicación del ministro de la época era que las cantidades usuales de dinero que se manejaba no entraban en las maquinas de calcular.
La inflación volaba, y en 1982 se emitió un billete de un millón de pesos.
En la carrera entre precios y salarios, desaparecían y se creaban fortunas en meses. En 1983, apenas un año después, inventan el
peso argentino, que equivalía a diez mil pesos ley. Le sacamos cuatro ceros. Sin embargo, la criatura no pudo sobrevivir a los avatares
económico-políticos.
El alza de precios se lo llevó con la corriente y tuvieron que reemplazarlo en junio de 1985 por el austral de Alfonsín-Sourrouille.
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El austral sufrió las mayores penurias conocidas entre las monedas
del mundo en poco tiempo. En 1989, apenas cuatro años después, llegó
a retroceder lastimosamente un cinco mil porciento contra el dólar. Al
principio, el billete máximo era de cien australes, pero en cuatro años
el billete mayor era de quinientos mil australes. La moneda terminó
arrastrando al Gobierno de Alfonsín.
En 1992, el peso convertible llegó, aparentemente, para quedarse.
Cada peso equivalía a un dólar. El uno a uno marcaría la década del 90.
Todo se arreglaba en dólares: créditos, salarios y precios.
En enero de 2002, se derogaron los dos primeros artículos de la ley
de convertibilidad. Allí, se dispuso suprimir la frase “convertibles de
curso legal” en los billetes de la línea pesos. Allí del uno a uno, se
pasó al tres a uno.
Para resumir las catástrofes que vivió nuestra moneda en los últimos
cuarenta años, habría que señalar que el promedio de inflación de la
década del 70 fue del 233% anual. Tuvo picos anuales de 283% en el
75 y de 544% en el 76.
En la década del 80, la inflación promedio fue del 666% anual, con
picos de 772% en 1985 y más del 5000% en la hiperinflación de 19891990. Pulseaban el Tesoro nacional y el Banco Central, y este se convertía en proveedor de financiamiento del Tesoro. No custodiaba la moneda, la emitía.
Cuando la inflación entró en dos dígitos, desapareció el crédito de
largo plazo y se evaporaron las tasas fijas en pesos. Hoy los bancos,
cuando con cuentagotas otorgan un préstamo hipotecario a 15 años,
solo los dos primeros son a tasa fija, el resto es variable.
En Argentina, no saben lo que puede pasar el año que viene, se imaginan a alguien que se endeude a 15 años y desconoce la tasa que le
van a cobrar
La frase más famosa de un empresario vinculado a la UIA lo refleja
así: “Argentina es un país donde te acostás rico y cuando te levantás sos
pobre”. Esa noche te cambiaron por decreto las reglas del juego.
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La economía argentina tiene una historia de terremoto cada diez
años. Los propios errores nos llevaron a los movimientos sísmicos.
La inflación es una huella imborrable. Cuando los funcionarios actuales e incluso Hugo Moyano nos dicen que un poco de inflación es
buena para crecer, algunos lo comparan con un alcohólico al que quieren convencer de que una copa de whisky diaria no lo va a afectar.
Lo único que se hizo es dinamitar las estadísticas.
Sin moneda no hay desarrollo, no se puede planificar, ni proyectarse en el tiempo. Tampoco hay crédito a largo plazo. La carta orgánica
del Banco Central establece en su artículo 3º como “misión primaria y
fundamental del BCRA preservar el valor de la moneda”. El mandato
es claro: la estabilidad de precios entendida como un ritmo de inflación
bajo, estable y predecible.
Hace poco se anunciaron, con reservas del Banco Central, créditos
al 9,9% anual a 5 años a tasa fija. La inflación este año se proyecta entre
20 y 25%. Un crédito de esa naturaleza es un regalo porque nunca se va
a recuperar al mismo valor. El Banco Central, entonces no cumple con
lo que dice su carta orgánica.
Algunos alquimistas y nigromantes cuentan que en el año 390 antes de
Cristo los romanos fueron advertidos de un ataque por sorpresa de los galos. El ruido de un grupo de gansos que vivía en el templo de Júpiter, donde se guardaban las reservas del dinero de la ciudad, los puso en alerta.
En agradecimiento, los romanos erigieron un santuario a Moneta, la
diosa de la advertencia, de donde derivó siglos después la palabra money.
Primero se intercambiaban animales, dientes de delfín, colmillos de
jabalí, tabaco, arroz y sal. Todo lo que tenía valor.
La moneda es, por decirlo de alguna manera, el equivalente económico de la bandera. Tiene un valor simbólico fuerte. Pero en la
Argentina desapareció.
Hoy, en medio de la desaparición de la moneda nacional, la población entendió que se tenía que manejar con una diferente como punto
de referencia. Por eso en la calle, de diez preguntas, nueve apuntan a lo
siguiente: “¿Y, cómo va estar el dólar en 2011?”.
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Por eso, la Argentina es el paraíso de los creyentes y de los místicos
adoradores del dólar. Ese dios que permite cambiar de mano cada mes
ocho billones de dólares con operaciones a la velocidad del viento.
Qué lejos quedo aquella pregunta que Perón hizo desde el balcón de
la Plaza de Mayo en 1954: “¿Quién vio un dólar alguna vez?”.
Trato y maltrato del idioma
en los medios de comunicación
Por Antonio Requeni
Es tal vez innecesario recordar la función educativa —no solo informativa— que cumplió el périodismo en nuestro país, especialmente en
los últimos años del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, cuando el índice de analfabetismo era aún considerable y llegaban al puerto
de Buenos Aires inmigrantes de todas las lenguas. Los diarios fueron
entonces tácitos aliados de las campañas de alfabetización y ayudaron
a los trabajadores de idioma no español a aprender nuestra lengua. En
realidad, no solamente extranjeros; muchos hemos oído decir a padres
y abuelos nacidos en la Argentina: “Yo aprendí a leer en La Prensa o
en La Nación”.
Pero así como en la primera mitad del siglo pasado el periodismo
ejercía una insoslayable función educativa, en los últimos años no se
puede decir lo mismo, pues los diarios ya no están tan bien escritos y la
radio y la televisión, dos medios que compiten hoy con los medios gráficos, en lugar de ser modelos de buen decir, suelen hacerse eco de los
muchos vicios e incongruencias del hablante común, para no hablar del
mal gusto y hasta la chabacanería de sus contenidos. Yo voy a referirme
aquí a un solo aspecto: el maltrato del idioma.
Los errores gramaticales, sintácticos y semánticos que se advierten
a menudo en la redacción de los diarios y en el lenguaje audiovisual
son, seguramente, consecuencia del deterioro de la educación que el
país viene sufriendo desde hace décadas. Los que amamos el idioma
observamos con alarma cómo cunden ciertas confusiones que derivan
de un precario conocimiento de la lengua. En esta ocasión hablaré de los
defectos más frecuentes a los que el periodismo parece dar legitimidad.
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Últimamente se dice y escribe: “hace diez años atrás” o “hace mucho
tiempo atrás”, cuando lo correcto es “hace diez años” o “hace mucho
tiempo”. El adverbio “atrás” sobra. Del mismo modo, son erróneas las
siguientes expresiones: “le vuelvo a repetir” por “le repito”; “la primer”
y “la tercer” por “la primera” y “la tercera”; “antes de ayer” por “anteayer”; “asola” por “asuela”, “delante suyo” por “delante de él”; “repitencia” por “repetición”; “recepcionar” o “receptar” por “recibir”; “un
ilícito” por “un hecho ilícito”; “realizar una pericia” por “un peritaje”;
“sentir” por “oír”; “de vuelta” por “otra vez”´; “la manija de la puerta” por “el picaporte”. Y la lista podría seguir. Por desdicha, el lector
u oyente llega a habituarse a tales errores. Estamos acostumbrados a
llamar “micro” a un ómnibus de gran porte, cuando “micro” quiere decir
pequeño. Otro ejemplo, Este de carácter semántico: el periodismo le ha
cambiado el nombre a la Plaza del Congreso al llamarla “Plaza de los
Dos Congresos”. En la Plaza del Congreso, por el palacio legislativo, se
erige el Monumento a los Dos Congresos, por los de 1813 y 1816, lo que
ha provocado la confusión que los diarios y los llamados “comunicadores sociales” se encargan de difundir. En lugar de cumplir con eficacia
su implícita labor docente, muchos periodistas suelen otorgar una falsa
canonización a estos dislates.
Otro error generalizado: cuando se informa sobre hechos ocurridos
en Israel, Palestina o el Líbano, nuestros más importantes diarios ponen
como volanta “Medio Oriente”. Los países del Asia menor cuyas costas dan al Mediterráneo pertenecen al “Cercano Oriente” o, como dicen
los diarios españoles: “Oriente próximo”, no “Medio Oriente”, pero la
volanta continúa insistiendo en el error. Otra más: algún político puso
de moda la palabra “cooptar” como sinónimo de “captar”, lo cual es
incorrecto, ya que el vocablo “cooptar” tiene una acepción distinta en
el Diccionario: “Llenar las vacantes que se producen en el seno de una
corporación mediante el voto de los integrantes de ella”.
En la segunda mitad de la década de los cincuenta, cuando empecé a
trabajar en La Prensa, se entregaba a los recién ingresados un cuadernillo que hacía las veces de manual de estilo, al que debíamos ajustarnos.
25
Cada diario tenía el suyo y, por cierto, no siempre eran perfectos. Por
aquella época, en La Prensa debíamos escribir “Méjico” con jota y no
con equis. Algún jefe, por otro lado, había dictaminado que, en palabras
que llevaban “n” antes de “s”, como “transporte” o “transparente”, la
“n” debía ser suprimida. Tampoco se podía iniciar un título con el pronombre “se”, pues se consideraba que, prácticamente, todas las noticias
podían comenzar igual: “Se realizará un acto”, “Se produjo un choque”,
“Se encuentra en estudio”. La solución a la que el diario apelaba era la
forma enclítica, o sea: colocar la partícula “se” al final de la palabra.
Los títulos comenzaban: “Encuéntrase”, “Prodújose”, “Realizárase”. Un
remedio peor que la enfermedad. La artificiosidad de esa construcción
tuvo consecuencias risueñas cuando en la década de los 30 llegó al país
una suerte de teósofo o gurú indio cuyo nombre era Jinarajadasa. Sus
seguidores le habían organizado un agasajo (La Prensa no usaba en esos
casos “homenaje”, pues dicha palabra estaba reservada a los muertos).
Como al dar la información el periodista no podía escribir “Se agasajará”, el título quedó así: “Agasajárase a Jinarajadasa”.
Con todo, a pesar de esos accidentes idiomático—humorísticos, La
Prensa era un diario bastante bien escrito. El secretario general de redacción, Juan José Navarro Lahitte, convocaba a su despacho para reconvenir no solo a quien cometía una equivocación informativa sino a
quien había puesto mal una coma. Navarro Lahitte no habría permitido
que escribiéramos “casa intrusada” por “usurpada” o “avión siniestrado” por “accidentado”. Por otra parte, el señor Moralejo, jefe de la sección Corrección (que parece ya no existir), no dejaba que se deslizara el
menor gazapo.
En la actualidad es frecuente oír y leer errores de correlación verbal
como el que se comete al escribir o decir “Fulano le dijo que vaya” por
“le dijo que fuera”. O cuando se confunde el condicional con el subjuntivo: “Si Menem lo habría hecho” por “Si Menem lo hubiera hecho”, así
como otras incorrecciones tan comunes como “es así que”, “fue entonces que” y “fue allí que”, por “es así como”, “fue entonces cuando” y
“fue allí donde”.
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Cualquier persona atenta podrá comprobar que en la Argentina ya
nadie oye, todos escuchan. Así se dice y así aparece en los diarios, y se
oye en la radio y la televisión. Acaso esa anomalía tuvo origen en aquella frase de una historieta que hace tiempo se difundía por televisión:
“Larguirucho, hablá más fuerte que no te escucho”. Oír es percibir con
el oído y escuchar es aplicar el oído, prestar atención a lo que se oye.
Hijitus no percibía lo que Larguirucho quería decirle; la voz era débil
o lejana. No lo oía o lo oía con dificultad. Lo correcto era: “Hablá más
fuerte que no te oigo”, pero, claro, no rimaba.
Hay palabras que se ponen de moda. Los encuestadores hacen “muestreos” o “testean”; en el ambiente del fútbol ya no se dice “empate” sino
“igualdad” y, en general, se ha eliminado la expresión “por ejemplo”;
ahora se dice “por caso”. En cuanto a las crónicas policiales, ya no se
dice o escribe que una mujer fue detenida por “ejercer un triste comercio”, pero persisten otros lugares comunes como “extrajo un arma de
entre sus ropas” y “se dio a la fuga”. Nunca escapó o huyó o se fugó. No:
“se dio a la fuga”.
En la sección Economía hay también gran cantidad de perlas: “gerenciar”, “eficientizar”, “direccionamiento”, “estadío”, así, con tilde sobre la “i”. Este último disparate, que he leído y oído también en otros
ambientes como el de la medicina, podría encontrar explicación —no
justificación— en la necesidad de distinguir esa palabra de “estadio”, sin
tilde, que algunos creen que tiene la única acepción de “recinto con graderías para competiciones deportivas”, pero la segunda acepción de este
vocablo es: “fase o estado de un proceso”, así que lo correcto es decir y
escribir “estadio” sin tilde. Nada de “estadío”.
No se trata de desdeñar ciertas modalidades expresivas que vienen
a llenar una necesidad semántica, así como las que provienen del habla
popular, siempre que enriquezcan o coloreen el idioma, pero no cuando
lo desvirtúan. Opino, al igual que Borges, que “escribir bien es escribir
con precisión”. Creo necesario rechazar la invasión de palabras inventadas como una que leí hace poco en un comentario bibliográfico: “Este
relato posee similaridades con”. ¿Por qué inventar “similaridades” cuando existe “similitudes”?
27
Seguramente, algunos pensarán que las transgresiones a las reglas
gramaticales no constituyen un problema tan grave y habrá quienes, inclusive, opinen que dichas normas no deberían imponerse de manera
demasiado rígida. Pero la lengua es una estructura o un código que debemos respetar. La corrupción del lenguaje tal vez sea un pecado venial al
lado de corrupciones políticas y económicas sobre las que nos informan
los medios con desdichada frecuencia, pero incurrir y abusar de errores,
giros impropios, deformaciones, barbarismos, muletillas, extravagantes
neologismos y generalizados dislates representa un atentado contra el
idioma que naturalmente evoluciona pero que no debe ser desvirtuado.
Entre los deberes u obligaciones de los periodistas debería priorizarse el uso correcto del idioma, siempre, en todas las circunstancias. Así lo
sugiere el caso de la profesora de castellano a la que su marido encontró,
al llegar imprevistamente a su casa, con un desconocido y en una actitud
tan dudosa, tan dudosa, que no dejaba lugar a dudas. Al enfrentarse con
tan inesperada escena, el marido exclamó:
—¡Pero querida, estoy sorprendido! Y la esposa lo corrigió:
—No querido. La sorprendida soy yo. Tú estás estupefacto.
Caricaturistas
Por Hermenegildo Sábat
Estoy muy honrado de poder expresar qué es el periodismo gráfico.
Me lleva a hacer precisiones que prácticamente se integran con opiniones.
Entonces, quiero hacer la precisión de que esto no necesariamente tiene
que ser abalado por la Academia porque, obviamente, así como Lauro
(Laíño) decía con razón que el periodismo se había politizado, la historia
del periodismo gráfico naturalmente ha sido política. La mera mención de
la historia del periodismo gráfico lleva a hacer opiniones políticas.
El periodismo gráfico nació, casual y justamente como es obvio, con
el nacimiento de la Nación. Los dibujos que se hacían eran realizados
por gente que no eran artistas, aun cuando sus opiniones visuales eran
muy valiosas.
Todo el siglo, desde 1810 en adelante, no hubo ese tipo de opiniones, mayormente durante la época de Rosas. Pero, posteriormente, ya
hacia la década del 60, del 70 y del 80 hubo publicaciones —una que
se llamaba Anton Perulero y otra que se llamaba El Mosquito— donde esta gente no solo hacía excelentes representaciones dibujadas en
piedra —es decir, todo esto se hacía en litografía— sino que, además,
eran opiniones militantes. Lo que se hacía en Anton Perulero o en El
Mosquito, comparado con lo que hago yo, son cosas casi —para utilizar
una palabra en desuso— baladí.
Una de las partes perdurables de estos artistas es que, además, quien
ha seguido su trabajo se ha enterado del desarrollo del país. Por ejemplo, en Anton Perulero a Nicolás Avellaneda siempre lo hacían como
si fuera un gigante. Le ponían no solo tacos altos, sino también zancos,
por lo cual ahí ya nos podemos enterar de que Nicolás Avellaneda era
un hombre de muy baja estatura.
El carácter de los dibujos era sangriento. Ahí no se salvaba nadie. Ni
Mitre, ni Vélez Sárfield, ni Avellaneda, ni los que fueren.
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Tuve la suerte de que una vez me ofrecieran en San Telmo la colección de Anton Perulero encuadernada. Hay que tener en cuenta y, además, recalcar qué circulación podían tener esas publicaciones, es decir,
yo creo que no deberían llegar a quinientos ejemplares, con suerte. La
que es más citada de esas publicaciones es El Mosquito, donde el artista
principal era un hombre de apellido Stein, que tuvo continuidad porque
allí comenzaron a trabajar algunos de los artistas que después han sido
identificados con Caras y Caretas, publicación que nació en 1898 y que
la fundó José S. Álvarez, conocido como Fray Mocho. Ya ahí la precisión que vale la pena registrar y recordar es que en Caras y Caretas, que
era una revista lo que se podría llamar ahora de información general,
las opiniones que se hacían de carácter político no afectaban el respeto
y la relevancia de la revista gracias al talento de estos artistas. La mayoríaeran gallegos, según me explicó en su momento un gallego magnífico que era Luis Seoane. José María Cao, Manuel Mayol, Alejandro
Sirio eran todos gallegos o colindantes con Galicia. La excepción de la
nacionalidad era un extraordinario artista peruano que se llamaba Julio
Málaga Grenet. Fueron influidos por la publicación alemana que se llamaba Simplicissimus.
Hasta 1910—1911 cuando quebró, parte del personal de Caras y
Caretas se abre y fundan la revista Fray Mocho, que era exactamente
igual a Caras y Caretas con la diferencia de que había otros artistas. El
punto que llama la atención allí es que el tono visual de las dos revistas
era similar. Publicaban fotografías (o reproducían fotografías) de actividades europeas, raras veces de otros países del continente, y después
le dedicaban una página a un retrato o a una caricatura de algún personaje notorio. Esa parte la hacían en colores y donde verdaderamente
se demostró el talento de todos estos artistas. Mi abuelo colaboró con
Caras y Caretas. Entonces tuve la suerte, desde niño, de ver esas cosas. Eran prodigiosos. Esta palabra que utilizo no es una exageración,
eran realmente maravillosos, y tenían un grado de verosimilitud con los
modelos que usaban que no solo es llamativo sino que realmente admirable. Ver cómo trataba Cao a Julio Roca, por ejemplo, llevaba a pensar
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que él se movía con mucha delicadeza, por decir así, de modo de poder
hacer mucho trabajo del natural. Nosotros tenemos ahora la suerte de
ver a una cantidad de gente, nos guste o no nos guste, por la televisión,
entonces los tenemos cerca. Pero no solo hacían personajes políticos,
sino además personajes de trascendencia cultural. Recuerdo, por ejemplo, el uso de un dibujo de Rubén Darío con un verso abajo hecho por
otro miembro de la redacción en el estilo de Rubén Darío —era Luis
García—. Decía: “Es del arte esperto / nauta buzo y bonzo / de sus
perlas costosísimas incauta / y en las perlas de sus versos las incrusta
pronto y bien / la gran flauta, la gran flauta/ la gran flauta de Rubén”.
El éxito que tuvo Caras y Caretas llevó a que ellos hicieran una publicación, que yo creo que ha sido de las más lujosas en la historia del
periodismo nacional, que se llamó Plus Ultra. Era una revista que se
hacía, incluso, con ilustraciones con papel de seda por encima. Por eso,
cuando se venden colecciones de Plus Ultra se pagan fortunas ahora.
Fue una revista que dirigió Manuel Mayol y era más de carácter cultural. Directamente, no había ningún tipo de citas visuales de carácter
político, pero no se privaban de nada. El material, en el carácter visual,
las caricaturas, era realmente maravilloso. Caras y Caretas siguió un
camino; ya habiendo desaparecido Cao y Málaga Grenet, ahí intervino
Eduardo Álvarez (que era pariente de Cao) y con un boliviano que se
llamaba Valdivia, siguieron hasta los años 30, hasta que en 1936 la revista dejó de existir. Murió de muerte natural, pero hay que hacer una
precisión también: ya la década del 30, la aparición del diario Crítica
y la importancia que se empezó a dar en esos momentos a las ilustraciones de hechos policiales, todo eso de algún modo preanunció lo que
pasaría de otra manera y por otras razones durante la década del 40.
Ahí el ilustrador, que tuve la suerte de conocer, era Pascual Güida. Eran
realmente notables las representaciones que hacía de hechos policiales.
A principios de la década del 40 y contemporáneo con el golpe del
4 de junio del 43, empezó a salir una revista que se llamaba Cascabel.
Esa revista que reunió, entre otros, a Juan Carlos Colombres —quien
realizó para esa publicación sus primeros dibujos—, a Juan Ángel Co-
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tta —hermano de Blanca Cotta, la señora que se ocupa de las recetas
culinarias, y que era un hombre muy culto, profesor de inglés— y Oscar
Conti. Hicieron una publicación de carácter satírico, no era una cosa de
un compromiso político opositor, pero, habida cuenta de las circunstancias y del peso de una preminencia militar, todo eso llevó a que la
revista durase poco. Pero ahí comenzó, entonces, ya en 1945, un fenómeno muy llamativo: se eliminó la caricatura política en publicaciones
masivas, entonces, los personajes políticos fueron sustituidos por historietas. La gente, en vez de observar a través de caricaturas políticas
a los personajes que gobernaban, comenzaron a ver, cuando entraron
a actuar El otro Yo, el Dr. Merengue, Fúlmine, Pochita Morfoni o Avivato, que los políticos se parecían a estos. Otras referencias políticas sí
se dieron en publicaciones “antinazis”, como Argentina Libre, donde
intervenía un suizo muy notable que se llamaba Clement Moreau, o en
La Vanguardia, donde aparecían los dibujos de un hombre de apellido
Ginzo que era conocido como Tristán. Ahí sí ya llegamos a la censura
abierta y la persecución. Ginzo, que era un hombre natural de Junín, fue
preso y ¿cuál era el pecado de Ginzo —de Tristán—? Hacía a Perón con
forma de pera. No era tan grave el asunto, pero no era tolerado ni siquiera ese tipo de sutileza, por decir así. Toda esta situación duró desde
1945, desde que nació Rico Tipo, que reunió a la inteligencia humorística de este país: desde Rodolfo Taboada, que era el Dr. Escardó, y una
cantidad de otros escritores y críticos cinematográficos y los mejores
humoristas gráficos del país, desde Oscar Conti “Oski” hasta Guillermo
Divito, que fue el hombre que tenía ese mérito esencial que no sentía
celos del talento ajeno, o sea, algo fundamental. Y él fue el hombre que
sostuvo al talento ajeno de Oscar Conti, a Abel Ianiro —que era un gran
caricaturista y fue el que hizo las historietas Pura Pinta y Falluteli, que
aun cuando la firmaba Divito, el que la dibujaba era Ianiro— y otros
como Rafael Martínez o Toño Gallo. La revista ciertamente reunía el
humor por completo ajeno a la política, pero desarrolló un tipo de humor absolutamente brillante. Oscar Conti “Oski” hizo un arreglo con
Divito y realizó un viaje a Europa; entonces, Divito lo esperaba hasta
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la revista —que estaba casi hundida— pero “Oski” cumplía y Divito
también. Hacía, entonces, dibujos con epígrafes o con leyendas, absolutamente graciosos, brillantes. En uno, estaba la imprenta primitiva y,
entonces, a un hombre con el sombrero que se le atribuye a Gutenberg
alguien le decía: “¡Pero Maister Gutenberg, usted también recortando
revistas americanas!”. Ese tipo de humor, evidentemente, era de avanzada, como por ejemplo El otro yo del doctor merengue, que era una
cosa aliada al sicoanálisis. Es la primera historieta que se hizo, muy
probablemente, en américa dedicada a eso. Divito tuvo tanto éxito con
esa publicación que llevó adelante otra, que se llamaba Chicas. Allí
colaboraba una señora de apellido Eslava, una notable ilustradora, y
también uno de los mejores ilustradores de su generación: Joaquín Albistur. Divito que, a su manera, era un playboy, tuvo un accidente fatal
volviendo de Porto Alegre, entonces esa revista desapareció. Ahora,
quiero hacer una precisión: el único sesgo político desde Ramírez, Farrell y Perón, fueron los dibujos presuntamente de política internacional
que hacía Lino Palacio. Un hombre que tuve las suerte de conocer, porque era un caballero, pero era un caballero nazi. El hermano, Ernesto
Palacio, era un nazi abiertamente. Y Lino Palacio transformó a todos;
ya fueran Hitler o Winston Churchill o Roosevelt, eran todos personajes de historieta y todos tenían el mismo valor. Sin embargo, tenía un
extraordinario talento que lo llevaba tanto a hacerlo bonachón a Hitler
como a hacer extraordinarias tapas para la revista Billiken (que las hizo
durante décadas).
Algunos de los que habían colaborado en Cascabel fueron reunidos por otro hombre, querido colega, que también carece de celos por
los talentos ajenos: Juan Carlos Colombres, conocido como “Landrú”,
que publicó Tía Vicenta. Esta publicación fue, verdaderamente, una explosión del humor que había sido reprimido, censurado o perseguido
durante los años de Perón. Esto comenzó, curiosamente de una manera
tímida, en la época de la Revolución Libertadora, siguió adelante con
Frondizi y terminó durante la época de Onganía. La clausura de Tía
Vicenta fue porque aparecieron dos morsas en la tapa, entonces se decía
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que Onganía se había dejado el bigote porque tenía labio leporino (creo
que esto es un hecho), pero evidentemente la irritación no alcanza a
la defensa de la persecución de la revista. Como consecuencia de esa
persecución y del cierre de Tía Vicenta, a Juan Carlos Colombres se le
concedió el premio María Moors Cabot.
Posteriormente, cuando nace Primera Plana, es convocado Lino Palacio para hacer caricatura política y él, de algún modo, intervino para
generar la imagen de tortuga que se le concedió a Arturo Illia. Quiero
decir que, de algún modo, esa caricatura tuvo un carácter reaccionario.
Mientras tanto en la prensa general, diaria, la caricatura política no
existía salvo alguna excepción minúscula, y hubo que esperar hasta la
aparición del diario La Opinión, en donde se me convocó. Aquí quiero
hacer la siguiente precisión: el padre del actual canciller, al principio,
hasta él estaba tan asustado con los posibles resultados o reacciones de
los dibujos que yo hacía que llamaba por teléfono a los damnificados
para pedirles perdón por lo que yo había hecho. Afortunadamente, para
la aceptación del dibujo político en los diarios intervino, muy generosamente, Robert Cox. Fue el único que publicó un artículo sobre la
aparición del diario La Opinión en el Buenos Aires Herald. Entonces,
a las dos o tres semanas de la aparición (mayo - junio de 1971), Jacobo
Timerman cruzó toda la redacción y me preguntó si había visto el Buenos Aires Herald y yo le dije “no, no lo vi”. Había un artículo donde
se elogiaba mucho la aparición del diario y, llegado cierto momento,
hacía la precisión de que la publicación tenía características similares a
Le Monde y que, entonces, tal como en Le Monde, no publicaba fotografías y entre parentesís decía: “teniendo a Sábat, ¿para qué precisan
fotos?”. Eso cambió mi vida y, aparte, mi relación con Jacobo, que tenía
dudas severas con respecto al trabajo que yo estaba haciendo.
Lo que quiero decir es que la prensa gráfica y la prensa dibujada han
tenido suertes varias desde el principio pero, afortunadamente, se han
consolidado por la continuidad. Lo que es fundamental para la existencia de las opiniones gráficas es la continuidad. Yo me he defendido,
he eliminado palabras, porque si no —como se dice habitualmente—,
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hubiera sido “boleta”. Incluso sin palabras ha habido algunos amagos
de sorpresa y reacción.
Creo que este tipo de trabajo reconoce modelos importantísimos en
Europa. En Inglaterra, durante la década del 20, 30 y 40 hubo un maravilloso artista de origen neozelandés que se llamaba David Low. Fue
realmente el más grande caricaturista político y el más grande opositor
de Hitler en esas circunstancias. Su prestigio fue tan grande que, incluso, lo invitaron para que fuera a los juicios de Núremberg, donde hizo
dibujos “del natural” de todos quienes estaban ahí.
Esa tradición, que venía de tiempo atrás en Inglaterra, ha sido continuada por artistas, también semisalvajes algunos y salvajes otros, como
Ronald Searle y Ralph Steadman.
Quiero hacer una aclaración muy llamativa: hay un dibujante dinamarqués que fue amenazado por los dibujos que hizo sobre Mahoma,
pero el asunto ahí es que no tenía nada que ver el dibujo con las palabras; el asunto pasó ahí por las palabras. Esto me lleva a pensar que la
gente se pelea en mayor medida por palabras, y no por imágenes.
En Brasil, durante los años de la dictadura militar brasileña, fue publicado un semanario que se llamaba O Pasquim, donde colaboraron
los mejores humoristas brasileños. Incluso tenían como corresponsal
en Londres a Caetano Veloso. Ellos fueron perseguidos, censurados y
puestos presos a disposición de los militares.
Yo tuve la oportunidad de colaborar en un semanario que fue censurado y perseguido, que se llamaba Opiniã. Ellos tenían que enviar sus
materiales desde Río de Janeiro hasta Brasilia, entonces identificaban
cada uno de los materiales escritos con letras y números, y del mismo
modo las ilustraciones. Advirtieron que el censor cambiaba todas las
semanas, entonces lograron que algunas de las cosas que habían sido
censuradas una semana antes, a la semana siguiente pasaran porque superaban el filtro de otro tipo que no estaba enterado de que eso había
sido censurado la semana anterior. De todos modos, en el caso de Opiniã, por cansancio lograron que fuese cancelada voluntariamente por su
fundador, que era Fernando Gasparian.
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Finalmente, lo que se está observando a 200 años del comienzo de
la actividad gráfica entre nosotros es que sí existen, de manera obvia,
intentos de presionar a la prensa en general y el temor de que sean malinterpretados dibujos y escenas fotográficas alteradas, lo cual es una
película que ya hemos visto varias veces y que a mí me preocupa por el
mal que se le hace al periodismo, que tiene que sobresalir no solo por
sus ideas sino también por sus opiniones, siempre que las opiniones no
sean un “mamarracho” por decir así.
Yo realmente confío en que, de todos modos, se serenen como consecuencia de la elección de octubre, espero que antes de que termine
este ciclo se llegue con tiempo, de modo que las expresiones gráficas
puedan ser concebidas y publicadas sin ningún tipo de sospecha.
He querido recalcar que hubo durante períodos (fácilmente cuarenta
años del siglo pasado) muchas contradicciones que impidieron que se
pudieran expresar opiniones visuales sin ningún tipo de sospecha. Pero
eso a mí me lleva a recordar siempre esa generación admirable que actuó en Caras y Caretas y que son los padres de todos nosotros.
Índice
Roberto J. Payró y la “no ficción”
Por Jorge Cruz.........................................................................................9
Ramiro de Casasbellas
Por Hugo Gambini.................................................................................15
Dolarmaníacos
Por Osvaldo Granados.............................................................................19
Trato y maltrato del idioma en los medios de comunicación
Por Antonio Requeni...............................................................................23
Caricaturistas
Por Hermenegildo Sábat..........................................................29
Otras publicaciones de la
Academia Nacional de Periodismo
•
Boletines Nº 1 al 27 (1997 a 2011).
•
Presencia de José Hernández en el periodismo argentino, por Enrique
Mario Mayochi, 1998.
•
Guía histórica de los medios gráficos argentinos en el siglo XIX, 1998.
•
El otro Moreno, por Germán Sopeña, 2000.
•
Orígenes periodísticos de la crítica de arte, por Fermín Fèvre, 2001.
•
Periodismo y empatía, por Ulises Barrera, 2001.
•
Homenaje a Félix H. Laíño, 2001.
•
Sarmiento y el periodismo, por Armando Alonso Piñeiro, 2001.
•
El periodismo como deber social, por Lauro F. Laíño, 2001.
•
Historia de la idea democrática, por Mariano Grondona, 2002.
•
Música argentina y mundial, por Napoleón Cabrera, 2002.
•
Premio Creatividad 2001, por Diez, Pérez y Rudman, 2002.
•
Cara a cara con el mundo, por Martín Allica, 2002.
•
La identidad de los argentinos, sus virtudes y peligros,
por Enrique Oliva, 2002.
•
La responsabilidad social y la función educativa de los medios de
comunicación, por Rafael Braun, Pedro Simoncini y Federico Peltzer, 2003.
•
Premio a la Creatividad 2002, 2003.
•
Gerchunoff o el vellocino de la literatura, por Bernardo Ezequiel
Koremblit, 2002.
•
Revistas de la Biblioteca Nacional Argentina (1879-2001), por Mario
Tesler, 2004.
•
Orígenes de la libertad de prensa, por Armando Alonso Piñeiro, 2004.
•
“La Prensa” que he vivido, por Enrique J. Maceira, 2004.
•
El periodismo cordobés y los años ’80 del siglo XIX, por Efraín U. Bischoff,
2004.
•
Tres batallas por la libertad de prensa, por Alberto Ricardo Dalla Vía, 2004.
•
Doctrina de la real malicia, por Gregorio Badeni, 2005.
•
La Patagonia de Sopeña, por Héctor D’Amico, 2005.
•
Indro Montanelli, las lecciones de un gran periodista, por Jorge Cruz, 2006.
•
Reconocimiento a Bernardo Ezequiel Koremblit, Día del Periodista, 2006.
•
Carlos Pellegrini periodista, por Enrique Mario Mayochi, 2007.
•
El mirador de Olímpico, por Alberto Laya, 2007.
•
El periodismo en el Virreinato del Río de la Plata, por Fernando Sánchez
Zinny, 2008.
•
El periodismo porteño en la época de la Independencia, por Armando
Alonso Piñeiro, 2008.
•
La prensa argentina en tiempos de guerra, 1827-1852, por Enriqueta
Muñiz, 2009.
•
El periodismo de Entre Ríos, por Miguel Ángel Andreetto, 2009.
•
El periodismo en la Revolución de Mayo, Fernando Sánchez Zinny, 2010.
•
El Periodismo en Mendoza, Jorge Enrique Oviedo, 2010.
•
Testimonios. La pasión de informar, 2011.
•
El periodismo en Tierra del Fuego, por Arnoldo Canclini, 2011.
Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken
Ayacucho 357 (C1025AAG) Buenos Aires
Telefax: 4954-7700 / 4954-7300
E-mail: [email protected]
www.dunken.com.ar
Febrero de 2012

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