Vida como vocación, reflexiones sobre "La vida buena" Angelo

Transcripción

Vida como vocación, reflexiones sobre "La vida buena" Angelo
Vida como vocación, reflexiones sobre "La vida buena"
Angelo Scola
Cardenal, Arzobispo de la Diócesis de Milán (Italia)
traducción de Mairelys Perez para Kaire
18 de abril de 2012
Continúa la colaboración del cardenal Angelo Scola, con el "Messaggero di sant'Antonio". Cada
mes se dirige a los lectores de la revista hablando de vida buena, relacionándose al homónimo
libro-entrevista con el periodista Aldo Cazzullo.
Dios es un Padre. Su amor precede y acompaña nuestra existencia, sobre cada uno de la cual Él
tiene un designio personal e irrepetible que cumpliéndose lo cumple.
de Angelo Scola, Arzobispo de Milán
"¿Qué cosa tienes tú que no hayas recibido"?. Tenemos que admitir que la pregunta, a quemarropa,
de san Paolo a los fieles de Corinto también nos desplaza hoy, con la fuerza de una evidencia
inatacable. Todo lo que es decisivo para el hombre (la vida, el marido, la mujer, el hijo, el bautismo,
la vocación…) tiene este carácter de dato, de don. Empieza de un recibir.
Y también sabemos la razón. Lo hemos dicho desde el primer artículo, recordando la Carta de san
Giovanni: No hemos sido nosotros que hemos amado a Dios, sino es él quien nos ha amado".
Siempre un amor nos precede y nos acompaña. Detrás de las cosas que suceden, de las
circunstancias y las relaciones que forman el tejido de la realidad de cada hombre, no hay un Motor
inmóvil que, después de haber provocado el inicio de inmensa máquina del mundo, se aparta en su
imperturbable indiferencia, ni una Casualidad caprichosa y socarrona, sino un Padre que "amó tanto
el mundo que dió a su hijo unigénito… para que el mundo se salvase a través de él."
Por esto - no me canso de repetirles a los jóvenes - toda la vida es vocación. Luego, dentro de ésta
que es la cuestión decisiva, el estado de vida al cual cada uno es llamado - matrimonio indisoluble o
virginidad por el Reino - se impondrá con sencillez y claridad, en la paciencia del tiempo y en la
fidelidad a la vida de la comunidad eclesial en la cual Dios nos ha alcanzado y persuadido.
El Padre tiene en efecto sobre cada hombre un designio personal e irrepetible que cumpliéndose lo
cumple. Algunos los llama a identificarse totalmente con la modalidad de relación con personas y
cosas que Cristo ha vivido, adelantando en el de acá aquella gratuidad absoluta que todos vivirán
en Paraíso y de la cual afloran huellas visibles y fascinadoras en Su madre, en san José, en san
Juan… y de esta manera hasta los muchísimos que, conocidos o desconocidos a la historia oficial, a
lo largo de los dos milenios de cristianismo lo han reproducido en su humanidad. Aquel modo de
poseer con una "distancia dentro" que la tradición de la Iglesia siempre ha llamado virginidad.
Sólo cito de ello un par de ejemplos tomados por los Evangelios.
San Mateo y san Lucas, dando cuenta de las circunstancias extraordinarias en que ocurre el
nacimiento de Jesús, dejan filtrar la dramática prueba afectiva a la cual es sometido José. Este joven
hombre enamorado (él no era para nada el viejecito un poco modesto que nos presenta gran parte de
la iconografía popular, ¡casi a querer exorcizar el riesgo de cada capacidad generativa!) abraza sin
reservas, incluso no logrando comprenderlo, el destino de su joven novia. Así de José - el hombre
obediente (vir oboediens), según el incomparable título atribuido a él por la Liturgia - en la
dedicación gratuita y apasionada a quien le ha sido confiado por la vida, florece una fecundidad
nueva.
La misma experimentada por Maria, a los pies de la cruz, cuando oyó la voz de Su hijo que Juan le
confió: "Mujer, he aquí tu hijo". De aquel momento memorable - el evangelista cuenta - "el
discípulo la acogió consigo". Imaginémonos cómo se sintió Juan –después de haber escuchado a
Jesús que le decía: "He aquí tu madre" – habrá mirado a Maria, y cómo Maria habrá tratado a Juan,
después de aquella invitación: ¡qué potencia de afección y qué potencia de verdad en aquella
afección! Qué purificación profunda y radical de la posesividad de la carne y de la sangre en una
unión no hecha de dominio - voluntad de potencia y seducción -, ¡sino de pura, gratuita acogida del
otro!
Ahora somos capaces de comprender que la circularidad de los estados de vida con base en la
caridad, el amor que supera cada cosa, es esencial para la vida de cada comunidad cristiana.

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