El Regreso a Carateras
Transcripción
El Regreso a Carateras
CARATERAS Tomás Delaney El Regreso a Carateras El tiempo pasó. Aproximadamente cincuenta años después, cuando yo andaba por los sesenta y cinco años de edad, me encontraba pasando un fin de semana en la finca Zaragoza de mi pariente político Marvin PérezLeclaire, ubicada entre Carateras y lo que es ahora La Dalia. Le estaba comentando a Marvin los recuerdos de ese pueblo, y me preguntó si quería ir a Carateras. Sin pensarlo, le dije que sí, por supuesto. Me emocionó la idea de regresar a ese lugar que tantos recuerdos representaba para mí. Abordamos la camioneta de tina de Marvin. Como no había acceso público desde el lado de Zaragoza, hicimos el viaje por caminos angostos, cruzando ríos, quebradas, cafetales y cercos de alambre, porque eran más bien caminos privados de fincas colindantes. Llegamos a un trecho donde ya no había camino, sólo monte. Marvin puso la doble trasmisión, y continuamos el viaje abriendo brecha entre el monte y la maleza. –Ya estamos llegando, –me dijo Marvin al rato. Yo iba atento, con la expectativa de ver aparecer aquel pueblo de vaqueros que había quedado grabado fotográficamente en mi memoria. Subimos con dificultad un cerro montoso… Marvin oteaba el contorno mientras avanzaba despacio…., yo lo observaba intrigado…..un presentimiento se iba apoderando de mí… Se detuvo, volvió a ver a un lado y otro, se quedó viendo hacia el frente en silencio por un momento, y me dijo: –Aquí es. Aquí es Carateras. Estamos en la calle. Todavía dentro del vehículo, volví a ver para todos lados. No había calle alguna, sólo monte. ¿Dónde estaba el pueblo? Busqué a los lados, escudriñando, tratando de ubicarme. Y entre los arbustos logré apreciar los restos de lo que habían sido casas de 1 madera. Eran más que todo fachadas, destruidas y carcomidas. Las casas ya no existían. El tiempo y el monte se habían tragado todo. ¡Carateras era ahora un pueblo fantasma! Marvin, a propósito, se había detenido frente a la casa del tío Quincho y la tía María. O a lo que quedaba de ella. –Esa es la casa –me señaló. Me bajé del vehículo. Caminé hacia la casa. Difícilmente pude identificar sus restos en medio del matorral. Mi entusiasmo original se transformó en angustia. Me quedé parado por unos minutos en medio de lo que había sido la calle del pueblo, frente a la casa de mis tíos, que tantos recuerdos tenía para mí. Marvin, desde el vehículo, me miraba sin decir media palabra. Respetuoso de aquel significativo silencio. La carita de un niño, sucio y haraposo, asomó por uno de los resquicios de los escombros. Cuando lo vi, se ocultó. Logré intuir la presencia también de una mujer oculta. Indigentes. Huraños, ariscos. No acostumbrados a ver caras nuevas. Regresé al vehículo. –La Dalia se comió a Carateras –me explicó Marvin– Como este pueblo estaba escondido y aislado de las rutas de tránsito, a medida que sus pobladores originales se iban muriendo, sus descendientes se iban mudando a La Dalia donde había más facilidades para todo, y fácil acceso a Matagalpa. A Carateras nunca logró llegar un vehículo, porque nunca tuvo un camino de penetración. Y el café no podía seguirse sacando en mulas. – Vámonos – le dije a Marvin – necesito un trago. 2