1 A. CENCINI, Prete e mondo d`oggi. Dal post

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1 A. CENCINI, Prete e mondo d`oggi. Dal post
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A. CENCINI, Prete e mondo d’oggi. Dal post-cristiano al pre-cristiano, San Paolo, Cinisello
Balsamo, Milano 2010, 156 pp.
Al término del Año Sacerdotal nos llega esta reflexión del bien conocido experto en la teología,
espiritualidad y psicología de la vida consagrada y sacerdotal Amedeo Cencini, sobre El sacerdote
y el mundo de hoy, una original y hermosa contribución al esfuerzo renovador de la existencia y
acción de los presbíteros promovida por la celebración de dicho año.
El subtítulo –“Desde lo post-cristiano a lo pre-cristiano”– expresa bien la finalidad, el horizonte y la
perspectiva fundamental de la obra, que expone ampliamente en el capítulo primero, ¿Post o precristiano? El mundo de hoy, que de ordinario es visto y calificado como un mundo caracterizado
por el “post” (post-moderno, post-metafísico, post-humano…), con una connotación del final de
una época, de “abandono” o “despedida” de unas determinadas características, puede y debe ser
visto, vivido y afrontado por los cristianos, y con mayor razón por los presbíteros, no como un
simple kronos sino como un nuevo kairós, no como una despedida, sino como un comienzo, no
como un post-cristiano, sino como un pre-cristiano, no como una nostalgia, sino como una profecía,
como una nueva y mejor ocasión para la siembra y germinación del mensaje cristiano.
Como ejemplo ofrece en este primer capítulo una lúcida reflexión entre socio-psicológica y
teológica sobre la caracterización de este mundo como “post-mortal”: el miedo a la muerte, que se
traduce en silencio, marginación y, en casos extremos, como autonomía absoluta frente a ella por el
suicidio o la eutanasia, es terreno abonado para el mensaje de la victoria de Cristo sobre la muerte y
del misterio de su resurrección.
En esta perspectiva se sitúa la reflexión sobre el presbítero, sobre las consecuencias que para la
comprensión de su propia identidad y de su misión se deriva de situarse ante este mundo en una
visión pesimista o derrotista “post-cristiana” o, al contrario, adoptando una visión esperanzada e
ilusionante, “pre-cristiana”. De esta manera, lo que nos ofrece es en realidad un horizonte renovado
sobre espiritualidad sacerdotal. Una espiritualidad que el autor sintetiza y describe en cuatro
dimensiones.
La primera (cap. II), que califica como simbólico-funcional, la sintetiza en el carácter de “hombre
de Dios”, su relación íntima y personal con él en el Espíritu, que da la respuesta profunda y
adecuada a las dos preguntas que la sana psicología ha descubierto como vitales para toda persona,
la de la identidad y la de la pertenencia, “quién soy” y “de quién soy”, por encima de saberes,
poderes, haceres, titulaciones, triunfos, éxitos, aceptaciones o rechazos. Y que sintetiza en una frase
lapidaria: «saberse y sentirse envuelto por una mirada de amor (de Dios) y mirarse con esos ojos, o
sentirse dichas a sí mismo las palabras dirigidas por el Padre al Hijo: ‘Tú eres mi hijo, el amado’. Y
llorar de alegría» (p.46).
La segunda (cap. III), denominada dimensión del contenido-experiencial, la sitúa no en las
convicciones ideológicas aunque sean de orden teológico, ni en la “experiencia de Dios”, entendida
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como fruto de la propia búsqueda o esfuerzo ascético, sino en la que procede de ser un “Hombre
probado por Dios”, hombre que ha experimentado la “prueba de la fe”, como lo han sido todos los
grandes creyentes de la historia, que le lleva a pasar de una imagen de Dios triunfante, a disposición
del hombre, alguien que satisface sus anhelos, necesidades y deseos, muchas veces caprichosos, al
Dios que se revela en las situaciones difíciles de la vida, difíciles de aceptar, contrarias a sus
expectativas, que le provocan interrogantes más que respuestas y seguridades, que lo coloca en
profunda “lucha con Dios”. También aquí lo sintetiza en frase lapidaria: alguien que ha pasado de la
teología a la teofanía y de ésta a la teopatía (p. 63). Esta experiencia de “probación” saca al hombre
del refugio y la seguridad del templo y de la sacristía y lo coloca “en medio del mundo” secular y
laico, en el que Dios no es algo obvio, en comunión y sintonía con tantos hombres como hoy se
sienten asediados por tantos interrogantes sobre el ser y el hacer de Dios en el mundo y en la
historia.
La tercera dimensión (cap. IV), la relacional-fraterna, coloca al presbítero, como “hombre para los
demás”, ante la exigencia espiritual de compartir su fe, su experiencia de Dios con sus hermanos
presbíteros y con los miembros de la comunidad de fe que se le ha encomendado. Con una especial
referencia y urgencia de compartir también su vivencia del celibato, comunicación que además de
ayudarle a él mismo en esa vivencia y en dar nombre a las trampas a que puede verse expuesto,
constituiría un elemento evangelizador por cuanto podría ayudar a sus fieles a comprender mejor el
sentido del amor también en su forma matrimonial.
La cuarta y última (cap. V), la dimensión misionera-mundana, que caracteriza al presbítero como
“hombre del anuncio”, enviado a este mundo de hoy formado en buena parte por no creyentes o
creyentes de otros credos. Aquí se contempla la necesidad y urgencia de entrar en relación con los
diferentes “tipos” de ateos con que puede encontrarse, –los ateos científico-emocionales, los débiles
(light), los no practicantes– y que le ayudarán a asumir y vivir “espiritualmente” el ateísmo que
sigue presente en todo creyente, también en el presbítero, y que formula con una expresión tomada
de un documento pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana: “el creyente es un ateo que cada día
se esfuerza por comenzar a creer” (p. 122). Y le llevará además a cultivar esa misionariedad que
formula con una bella imagen: “pasar al atrio de los gentiles” y a “la parroquia de los no creyentes”.
Este capítulo termina con el testimonio de un conocido psiquíatra italiano que expresa las 10
necesidades que un ateo quisiera ver atendidas por la comunidad cristiana: ser “considerado” como
alguien encomendado también a la comunidad y al párroco; promover actividades para los no
creyentes; sentarse con el presbítero y gozar de una amistad gratuita con él; conocer lo que Cristo
ha mandado hacer a los apóstoles; que se dirijan también a los no creyentes las orientaciones
doctrinales del magisterio; ser reconocido como no creyente y capaz de búsqueda; que el párroco se
considere también párroco suyo; ser amado por quienes declaran que aman a Dios y en él a todos;
ser considerado persona en búsqueda y alguien que aprecia a los que ya han encontrado; ser
aceptado y ayudado a vivir en la comunión social de la comunidad cristiana. Por el tenor de estos
deseos se percibe que constituyen en buena medida la síntesis de todo el libro y pueden ser
considerados como un ‘programa pastoral’ para esa parroquia de los no creyentes, en esa
perspectiva de un mundo claramente “pre-cristiano”.
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Por este amplio resumen se percibe que la obra, dentro de su brevedad, es bastante sugerente tanto
en perspectivas como en horizontes de vida y aun de acción. Muy adecuada y oportuna para
quienes puedan continuar moviéndose en perspectivas más sacrales o conciban y vivan
espiritualidades más o menos dualistas o devocionales. Un libro muy recomendable para los
formadores de los seminarios, para que puedan ofrecer horizontes nuevos y alentadores a los futuros
presbíteros y les ayuden a amar este mundo y a situarse frente a él no con el pesimismo de todos los
“post”, sino con el desafío y compromiso de su humus pre-cristiano.
Luis Rubio Morán
Salamanca

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