El sábado a la noche de Joana Estoy contenta, me conseguí un

Transcripción

El sábado a la noche de Joana Estoy contenta, me conseguí un
El sábado a la noche de Joana
Estoy contenta, me conseguí un trabajo para limpiar la cuadra de una panadería cerca de mi
casa (me como todo). Tengo un novio que se llama Ramón, es muy bueno conmigo. Él
trabaja en una estación de servicio. Voy a ver si con mi primer sueldo me compro un celular,
de los baratos, así podría llamar al Ramón (el sí tiene uno) y le diría cuanto lo quiero. En el
barrio casi todas las pibas lo tienen.
Bueno, también tengo una amiga del alma que se llama Yesica. Como hoy es sábado la Yesi
me viene a buscar al trabajo y me dice: -Tanto y tanto trabajar, hay que divertirse un poco.
Dale, ¡vamos bailar!-. Sigue, me dice que hay buena onda en el Tropi, no sé que... La verdad
es que me tienta pero el Ramón está de turno este sábado a la noche en la estación. –Bueno
-me dice- nosotras vamos y él que consiga salir un par de horas antes y se viene con nosotras.
¡Dale Joana, hace tanto que no vamos a bolichear!-. Me voy al trabajo de mi novio y se lo
propongo, me dice que vayamos las dos, que él en cuanto pueda zafar con el horario, viene.
Es un pan de Dios.
Llego a mi casa entusiasmada y se lo digo a mi mamá. Ella está tirada en la cama, siempre
empastillada, está muy mal de los nervios desde que se fue mi papá, cuando yo era chica. Se
trata en el hospital y le dan medicación para dormir y para tranquilizarla durante el día. Le
cuento mi plan y me dice: -Andá hija, andá a divertirte un poco, que no te pase como tu
madre, mirá ahora que no sirvo para nada.
Bueno, viene la Yesi a casa, ella me trajo una mini brillosa, me parece que es muy corta.
-Pero ahí las chicas andan así -me dice- no estás zarpada para nada ¡no seas tonta!-. Nos
reímos, nos pintamos bastante, y ya se está haciendo la hora...
Salimos a la calle y yo la admiro a ella, está muy canchera en esto, tiene mucha noche y yo no
quiero pasar de pavota.
Estamos llegando al boliche y para entrar sin pagar la Yesi me dice que a los patovica de la
puerta hay que tocarlos disimuladamente y te dejan pasar. Y bueno, estoy sin plata todavía no
cobré. Ya estamos en la entrada, el patovica es un morocho enorme, le sonrío, me acuerdo de
lo que me dijo la Yesi, lo hago y él se ríe un poco y me dice: -Pasá flaca, pasá capaz que
después te veo-.
Entramos las dos, a mi amiga la saludan un montón, parece que la conocen mucho. Un chico
la toma de un brazo y le dice: -Vamos a bailar!-. Ella me grita mientras van a la pista: -¡Dale,
copate, salí a bailar que después viene el Ramón!
Miro a mi alrededor, está bueno: la música tropical a fondo, las luces que encandilan,
oscurecen, dan colores fluorescentes. La verdad, uno se siente más lindo. Disfruto un rato del
entorno hasta que siento en mi brazo la mano de un chico que me sonríe ampliamente. Tiene
los ojos brillantes, un poco achinados, parece agradable. Tiene en la otra mano una jarra,
toma de ella y me dice: -Bailemos!-.Yo a la Yesi no la veo ¡hay tanta gente! y el Ramón
vendrá más tarde. El muchacho me dice: -Tomá un poco, esto te recopa!-. Tomo un par de
tragos y siento que está todo fantástico, me muevo, la verdad está lindo esto. La música me
entra en el cuerpo, el chico me convida unos cuantos tragos más, estoy como flotando.
De pronto siento que me tira del brazo y me empuja, yo soy flaquita y me lleva hasta un
pasillo oscuro cerca del baño de hombres. Me apoya contra la pared, me aprieta, no me puedo
mover y tampoco puedo gritar, estoy tan mareada y sin fuerzas. Me rodean 3 o 4 pibes, él me
dice: -Flaca, no grites, no hagas bardo y no te vamos a lastimar, va a ser rápido. Empieza él,
después los otros, sus cuerpos son apremiantes, ansiosos. Yo en la nebulosa pensaba: con el
Ramón no era así, él era suave y delicado conmigo, por eso será que me gusta tanto. Siento
que me ahogo, estoy muy aturdida, cuando el ultimo se va, me quedo tirada en el suelo, no me
puedo mover, tengo ganas de vomitar y me doy cuenta que no me ve nadie en lo oscuro.
Me levanto como puedo, me toco y lastimada no estoy, tengo la minifalda levantada y entre
las piernas, como pegoteadas. Me agarro de la pared, salgo del pasillo oscuro y voy a la pista
de baile. ¡Ojalá encuentre a la Yesica! Todo gira a mi alrededor, creo que me voy a caer. Ahí
siento que uno del personal de vigilancia me toma de la cintura, me lleva a la puerta de
entrada y me dice: -Acá no queremos minas en tu estado ¡tomatelás!- y me lleva del brazo
hasta el medio de la calle.
Hace mucho frío, apenas me puedo mantener en pie, me voy hasta un poste de luz en la
vereda. Dos chicas salen del boliche, me miran y se ríen -¡Que boluda!-, dicen. Yo,
tambaleando, me alejo. Pasan los coches a mi lado, pocos a estas horas de la madrugada. Veo
a lo lejos venir a un colectivo y me paro casi en la mitad de la calle para que se detenga. Hay
charcos y asfalto roto. Me doy cuenta que perdí una zapatilla y el pie descalzo me duele. Por
suerte me para y me subo. No tengo para pagar pero me deja pasar, me voy al fondo y,
temblando, me dejo caer en el asiento. Ya no siento nada, creo que me duermo.
Una mano en mi hombro me despierta, es el chofer del colectivo que me dice: -Llegamos a la
terminal, estás mal piba, te llevo a la policía o algún hospital?-. Me agarra terror y le digo que
no con la cabeza. -Llamo a tu casa?-. Tampoco, mi mamá ¿qué me va a solucionar pobre?
Ella está en otra, no quiero causarle otro dolor. Y el Ramón, ni pensarlo, no entendería lo que
me pasó.
Me bajo y estoy temblando otra vez ¡Tengo tanto frio! El chofer se va a una garita de la
terminal y me trae un pullover viejo. Lo noto conmovido, traga saliva y me dice: -Sabes piba,
tengo una hija casi de tu edad, se parece mucho a vos-. Parece bueno el hombre. Le digo que
quiero volver a mi casa y que no sé cómo, que yo vivo cerca del boliche. -Ahora va a salir
otro ómnibus de vuelta, -me dice- le voy a decir a mi compañero que te lleve-. Casi no puedo
darle las gracias. Me subo de nuevo al otro colectivo, me acurruco y veo todo como una
película, como si no me hubiera pasado a mí. De a ratos lloro y me doy cuenta que se hizo de
día. Ya reconozco el barrio, le pido al chofer que me pare y me bajo. La calle está poceada y
cada vez tengo más frío, estoy llegando a casa.
Mi mamá, al oírme entrar, se levanta con dificultad de la cama. Viene a mi encuentro, veo
que busca un cigarrillo, lo prende y, mirándome sin verme bien, me dice: -¡Que bien que te
fuiste a divertir anoche, cuando yo tenía tu edad, no pude!-. Me trae el paquete de facturas de
ayer que traje de la panadería. Le digo que estoy tan cansada que no voy a comer nada, que
voy a dormir nomás. Me tiro en mi camita, ahí sí que me salen las lágrimas, los sollozos,
tanto es mi dolor.
Cuando me calmo un poco, revivo todo de nuevo, y lo ví todo claro: ¡La culpa de lo que
pasó es de la Yesi! Si no me hubiera dejado sola en la pista de baile. El Ramón no, pobre,
seguro que no consiguió reemplazo en el horario del trabajo. No le voy a contar nada... pero
esa Yesi, ¡no va a ser mas mi amiga!
Creo que me estoy por dormir y pienso: Si hubiera tenido un celular, otra sería la historia, te
hubiera llamado:_¡Vení a buscarme Ramóoooon!.

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