Juventud esperanza de la familia

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Juventud esperanza de la familia
Juventud esperanza de la familia
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TERCERA SEMANA: El diálogo con los jóvenes en la familia
Año XLIII
Agosto MMXII
Volumen VII
Para comprender la verdadera dimensión de la palabra diálogo, nos remitimos al Papa Juan Pablo II, que se
refiere así a este concepto: “Jesucristo es el Hijo Eterno Verdadero”. Por eso existe una comunicación plena y
permanente entre las Tres Divinas Personas. El Papa Juan Pablo II nos ha dicho que Dios no es una soledad,
sino una FAMILIA DIALOGANTE DE AMOR Y DE VIDA. En Jesucristo, por ser DIOS y HOMBRE, y
representante de la humanidad, se desarrolla constantemente un diálogo, una comunicación, una conversación
de Dios con la persona humana y de la persona con Dios.
Como podemos ver, Dios no solo es diálogo
perfecto en sí mismo, sino que ha elegido el
diálogo para comunicarse con nosotros, sus hijos.
En esta conversación tan especial podemos
distinguir
entre
otras,
las
siguientes
características:
1. Es un diálogo permanente, abierto y sincero a
través de la historia de la humanidad.
2. Es un diálogo de amor y de perdón, el cual
tiene un propósito fundamental: que sus hijos
seamos felices y tengamos vida plena como
seres humanos y divinos que somos; que
vivamos en El eternamente.
3. Es un diálogo que nos llama a una escucha
atenta, mediante la oración y reflexión de su
Palabra, lo que incluye además, la obediencia
a exigencias fundamentales de toda moralidad
humana (cumplir los Mandamientos y seguir a
Cristo como modelo de vida); que se da en un
ámbito de respeto a la libertad y dignidad del
hombre, quien en definitiva decide el camino
a seguir.
No deja a sus hijos solos en este caminar, sino
que nos da su acompañamiento e iluminación
permanentes, mediante la gracia de los
Sacramentos, la guía del Espíritu Santo, y las
enseñanzas del Magisterio de la Iglesia: el Papa y
los Obispos. Cristo Jesús vino a darnos verdadero
testimonio de vida, de entrega, de servicio, de
obediencia al Padre, de amor y resurrección
como hijos de Dios.
En la búsqueda de espacios propicios para el
encuentro familiar a través de diálogo, surgen
interrogantes que es importante tener siempre
presentes, tales como: ¿Hemos comprendido los
padres esta verdadera dimensión del diálogo?
¿Practicamos el diálogo amoroso, permanente,
sincero y respetuoso tanto con nuestra pareja
como con nuestros hijos e hijas? ¿Tenemos claro
nuestro propósito como esposos y como padres
de familia? ¿Comprenden nuestros hijos cuál es
su propósito en la vida desde el punto de vista
cristiano? ¿Somos conscientes de nuestra función
como formadores de valores y principios
fundamentales en nuestros hijos e hijas, y por
consiguiente de nuestro deber de disciplinarlos,
corregirlos, aconsejarlos y guiarlos como parte
de ese proceso? ¿Comprenden nuestros hijos e
hijas esta importante función de sus padres y la
obediencia que deben guardar por su propio
bien? ¿Cuánto tiempo le dedicamos a la
convivencia en familia? ¿Compartimos con ellos
tiempo de calidad, y los participamos de los
proyectos y decisiones que afectan a la familia?
¿Hemos aprendido a escuchar con atención y a
interpretar lo que nuestros hijos nos quieren
transmitir mediante palabras, gestos y actitudes?
¿Hemos fomentado un ambiente de confianza
para que ellos nos comuniquen sus inquietudes,
problemas, alegrías, temores, proyectos e ideales,
con la misma apertura y confianza que podemos
nosotros hacerlo con nuestro Padre Celestial?
¿Estamos dando un buen testimonio de vida a
nuestros hijos e hijas?
Las respuestas a muchas de estas
interrogantes no resultan siempre positivas. Si
analizamos específicamente el caso de nuestros
jóvenes, vemos que muchos se han formado en
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TERCERA SEMANA: El diálogo con los jóvenes en la familia
Año XLIII
Agosto MMXII
familias que no comparten calidad de tiempo,
donde sus miembros no dialogan y se han
convertido en verdaderos extraños que
únicamente comparten el mismo techo. Como lo
indican los Obispos en la V Conferencia del
Episcopado Latinoamericano celebrada en
Aparecida, Brasil: “La familia está siendo
desplazada como protagonista de la formación
del joven”. Los padres hemos cedido terreno,
estamos olvidando nuestra misión y como
resultado nuestros jóvenes viven en soledad y
desesperanza, vacíos; por lo que buscan
diferentes mecanismos para llamar la atención.
Se refugian en el materialismo del mundo actual
y depositan su confianza en personas
inadecuadas que los inducen a conductas
erróneas y a la satisfacción de sus caprichos
inmediatos y deseos descontrolados. ¿Seremos
realmente conscientes los padres de familia de la
importancia de la etapa de la juventud en la vida
de nuestros hijos?
El Papa Juan Pablo II dio siempre particular
importancia a su encuentro con los jóvenes y
cuando le preguntaban los motivos respondía:
“El joven" significa la persona que, de manera
especial y decisiva, está en proceso de
"formación". Eso no quiere decir que el ser
humano no se esté formando durante toda su
vida; se dice que "la educación comienza ya
antes del nacimiento" y dura hasta el último día.
Sin embargo, la juventud, desde el punto de vista
de la formación, es un período especialmente
importante, rico y decisivo. Efectivamente,
muchas de las decisiones que hoy tomen nuestros
jóvenes definirán el curso de sus vidas, y como lo
reconocen los Obispos en Aparecida: “En los
jóvenes está el futuro de la Iglesia y de la
Sociedad” y hacen un llamado a los padres
cuando afirman que: “Los primeros que han de
realizar su misión entre los jóvenes son los
padres de familia, generando en sus hijos el amor
a Dios y la vocación de servicio. Ello exige la
clara reformulación del sentido de la familia, en
función a la obediencia a la voluntad de Dios”.
Volumen VII
Nos corresponde por lo tanto a los padres de
familia dar el primer paso. Abramos las puertas
de nuestros corazones y de nuestras familias al
amor de Dios. Abrámonos sin temor a ese
diálogo incesante y amoroso que nuestro Padre
nos enseña. Reedifiquemos nuestras familias
utilizando la poderosa herramienta del diálogo,
que es un camino rico y valioso que exige de
nuestra parte un esfuerzo serio para salir de
nosotros
mismos
y
recibir
al
otro
incondicionalmente; requiere superar obstáculos
como la desconfianza, el miedo, la vergüenza, los
resentimientos y la indiscreción; exige humildad
para comunicarse en un plano horizontal de
igualdad y para saber perdonar con la facilidad
que Dios perdona; requiere fe en nosotros
mismos y en el otro; confianza que se da y se
merece;
amor
gratuito
y
sacrificado.
Aprovechemos el enorme potencial de nuestros
jóvenes; su sensibilidad hacia la vocación de
amistad, su generosidad de entrega, su búsqueda
permanente del sentido de la vida, para que se
abran a valores más profundos, al descubrimiento
de su propia vocación y a la Verdad de Cristo.

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