MI PACO

Transcripción

MI PACO
MI PACO
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¡Se ha muerto, Angustias! ¡Mi Paco se ha muerto!
Perdona que me eche a llorar, hija, es que no lo puedo remediar.
Pero pasa, hija, pasa; no te quedes en la puerta. Gracias por venir, mujer. No
sabes cuánto te lo agradezco. Es que me he quedado tan sola…
Siéntate Angustias, mujer, ¿quieres un café? No, mejor te voy a poner una
copita de anís, que yo también necesito entonarme un poco, que he estado
toda la noche sin dormir…
Y es que cuando me desperté ayer y me lo encontré ahí "tiesecico", "tiesecico"
al pobre… hija, me dio una impresión… es que no puedo quitármelo de la
cabeza. Me he quedado sola otra vez Angustias, ¿te lo puedes creer?
Con lo hermoso que era mi Paco, no me digas tú a mí que no, que llamaba la
atención; con ese brillo en los ojos y esa alegría y esa forma de cantar, que me
lo decía hasta la Luisa:
—¡Hay que ver qué bien canta tu Paco, Rosario!, da gloria oírle. Ojalá el mío
cantara la mitad de bien.
Hasta la Luisa me lo decía. Y eso que ya sabes tú que la Luisa es una envidiosa
de padre y muy señor mío. Acuérdate de cuando celebramos la comunión de
las niñas, la envidia que le dio que las mías llevaran los vestidos nuevos y la
suya uno de prestado. Eso no me lo ha perdonado nunca la Luisa, y mira que
han pasado años ya, ¿eh? Pues treinta años por lo menos, que se dice pronto.
Claro, que si llego a saber lo desagradecidas que me iban a salir las niñas, ésas
hacen la comunión con vestido de calle, ¡te lo digo yo! Sí, sí, Angustias, no me
mires así. ¿Te puedes creer que no han venido ni al entierro siquiera? Como lo
oyes; todavía estoy esperando a que vengan a darme el pésame.
¡Claro!, como ellas no aceptaban a mi Paco… No lo aceptaban Angustias, no
hagas así con la cabeza, sabes perfectamente lo que pensaban: que había
ocupado el lugar de su padre, que Dios lo tenga en su gloria. Que solamente se
acuerdan de mí para encasquetarme a los demonios de sus hijos. Y mira que yo
quiero a mis nietos Angustias, tú lo sabes bien, que les adoro y que me da
mucha alegría cuando vienen a verme, pero es que cuando se marchan
Angustias… eso sí que es felicidad, porque mis nietos han salido tan guapos
como sus madres, pero tan malcriados como sus padres, las cosas como son.
Pero si hasta me echaron en cara hace poco que yo nunca había querido a mi
Manolo… Y por ahí no paso, Angustias, eso sí que no porque yo con mi Manolo
estuve casada cuarenta años, más otros cinco años que estuvimos de novios…
¡Cómo no le iba a querer si era el padre de mis hijas!
Aunque, ¿qué quieres que te diga?, guapo, lo que se dice guapo mi Manolo no
lo era. Pero ni de joven ¿eh?, con esa cabeza tan gorda y ese cuerpo tan
pequeño, tan "desproporcionao"… Ni muy listo tampoco, que anda que no le
costaba hacer la Declaración de la Renta. Ni simpático, hija, ¿para qué nos
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vamos a engañar? Mi Manolo era un muermo, todo el día tirado en el sofá
viendo el fútbol o los toros, y de ahí no le sacabas. Eso sí; buena persona, que
siempre le cedía el asiento a las viejecitas cuando íbamos en autobús. Y de
buena familia, que su padre era Comandante del Ejército del Aire. Por eso me
casé yo con él, por las "perras", no te voy a mentir; porque pensaba que iba a
seguir los pasos de mi suegro, si no ¿de qué? Pero en cuanto nos pusimos de
novios, que si quieres arroz Catalina; se salió del Ejército y se puso a trabajar
en la fábrica.
Si es que yo me tenía que haber casado con Paquito, el panadero, que anda
que no me lo dijo mi madre veces:
—No te cases con el Manolo, Rosario, que es más soso que un café de peseta.
Cásate con el panadero, que es más guapo y más "salao".
Pero yo, ¡zurra que dale!, con el Manolo me acabé casando.
Y eso que el Paquito bebía los vientos por mí, y me decía unas cosas, hija, que
todavía algunas noches me acuesto pensando en las ocurrencias que me decía:
—"Quisiera ser baldosa para que me pisaras, diosa", "Qué curvas, y yo sin
frenos", " ¡Eso es carne y no lo que le echa mi madre al cocido!"…
Hija, ¡qué calores me entran cada vez que me acuerdo!
En cambio mi Manolo lo único que me decía era que él me iba a respetar hasta
el matrimonio. ¡Y vaya si me respetó el muy pacato! Hasta el matrimonio y
mucho después; que yo creo que casi fue un milagro que nacieran mi Enriqueta
y mi María Victoria, de verdad te lo digo.
Y anda que no me he sacrificado yo por las niñas, Angustias, bien lo sabes tú;
que hasta me quitaba de comprarme un vestido decente para que a las niñas
no les faltase de nada, para que nadie viera que pasábamos necesidades,
Angustias; porque entre tú y yo, con el trabajo de mi Manolo en la fábrica no
nos daba ni para pipas. Menos mal que me metí en aquella casa de modas
clandestina de la Jacinta; sí mujer, la de la calle Illescas.
Todo el día cosiendo jaretas sin parar, que yo creo que de ahí me viene la
hernia que tengo en la espalda. Y todo para que las niñas tuvieran de todo y
pudieran lucir los vestidos nuevos en la comunión, que mira que le sentó mal a
la Luisa…
Y, total, para qué, ¿me lo quieres decir, Angustias? Para que ahora me hayan
dejado más sola que la una, marchándose a vivir a esas urbanizaciones tan
pijas de Pozuelo y de Boadilla; que sí, no te digo yo que no estén bien, con sus
chalets y sus jardines y sus todo-terrenos en el garaje, pero hija, a mí me da
una pena que vivan allí, con lo a gusto que estarían en el barrio…
¿Tú sabes lo triste que es ir a sus casas y salir a la calle y no ver un alma? Con
la alegría que da salir por el barrio a cualquier hora y en cualquier época del
año y cruzarte con la gente y saludarles y pararte un rato a charlar con
cualquiera; porque al final nos conocemos todos, Angustias, que el barrio es
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como si fuera un pueblo, no me digas que no. Eso no lo tienes en una
urbanización, por mucha piscina y mucho jardín privado que tengas… Si hasta
para comprar el pan tienen que ir en coche porque no hay tiendas, sólo hay
supermercados y no al lado de su casa, ¡qué va!, donde Cristo perdió el gorro.
Dime tú si va a ser lo mismo comprar en un supermercado que ir a la frutería
de Juanito, que sabes que mejor fruta no la vas a encontrar en todo Madrid; y
además el trato tan cercano, mujer, que si un día no llevas dinero te lo fía. O
en la pescadería de Fermín, con lo zalamero que es, que da gusto ir a comprar
aunque sólo sea para escuchar una galantería, hija, que eso siempre es de
agradecer, y lo bien que te limpia los "lenguaos" además.
Y luego está el tema de los vecinos, que esa es otra, porque es que mis hijas
no conocen a sus vecinos, pero ni siquiera a los que tienen al lado, que les digo
yo:
—Pero, hija, ¿y si un día necesitas una cebolla o un puñadito de arroz, a quién
se lo pides?
—Pues me voy al súper a comprarlo— me dicen. No me digas que eso es
calidad de vida Angustias, no tener a nadie que te eche una mano, las cosas
como son.
Con lo que nos hemos ayudado las vecinas unas a otras en este barrio. Ayer
mismo sin ir más lejos, la Puri, que me ayudó con todo lo del entierro de mi
Paco. Hija, ¿qué habría hecho yo sin ella? Y tú porque estabas en el pueblo,
mujer, y no te ibas a venir deprisa y corriendo, que bastante has hecho con
venir hoy, que mira que te lo agradezco, corazón.
Yo es que teniendo vecinas como vosotras, que sois como mi familia, la verdad
es que no necesito nada más. ¿Y lo bien que nos lo pasamos desde que
estamos viudas? Angustias, reconócelo, que lo pasamos mejor que antes de
que murieran nuestros maridos, que en gloria estén, y que Dios me perdone,
pero es la "puritica" verdad.
Mira: los lunes y los miércoles nuestra gimnasia de mantenimiento en el Centro
Cultural, que anda que no nos reímos con el profesor ese que está tan
"buenorro", como dirían mis hijas. Los martes y los jueves nuestras clases de
restauración, que yo ya he reformado dos baúles de mi madre que tenía en el
pueblo y me han quedado la mar de "apañaos" para ponerlos en las
habitaciones de las niñas. Y los viernes al baile. Hija, ¿para qué quieres más?
A mí es que este barrio me da la vida, ¿qué quieres que te diga? Y mira que ha
cambiado ¿eh?, que todavía me acuerdo de cuando llegamos aquí mi Manolo y
yo, que más allá de lo que ahora es el "Carrefú" era todo campo, y hasta venía
la gente a bañarse al arroyo de Aluche.
Y lo bien comunicado que está, que te coges el metro o el autobús y te plantas
en el centro en veinte minutos. Eso no lo tienes en ninguna urbanización
Angustias, eso te lo digo yo.
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¿A ti te parece normal que me digan mis hijas que por qué no me marcho a
vivir a una residencia? Yo, con lo joven que estoy y lo bien amueblada que
tengo la cabeza… Eso lo dicen porque tienen remordimientos de haberse ido a
vivir tan lejos y haberme dejado sola; pero vamos, que la próxima vez que me
lo digan les voy a mandar a freír espárragos.
Con lo a gusto que estoy yo aquí, que con teneros a la Puri y a ti tengo más
que suficiente. Bueno, y a la Luisa, que aunque sea un poco envidiosa la mujer,
la verdad es que no es mala del todo.
Claro, que voy a echar de menos a mi Paco, como te digo una cosa te digo la
otra. Ay, qué sola me he quedado Angustias, hija.
¿No quieres otra copita de anís? Pues yo me voy a echar otra, que tengo la
boca más seca que la mojama; ¡claro!, no paro de darle a la "sin hueso". No
sabes la suerte que tienes de ser muda, Angustias, hija.
¡Uy!, llaman al timbre. ¿Quién será a estas horas?
Son las niñas. Seguro que vienen porque les remuerde la conciencia.
Pero, ¿qué traen en esa jaula? ¡Si es mi Paco!
—Enriqueta, ¿se puede saber qué haces tú con mi Paco y por qué te lo has
llevado que menudo susto me has dado? Ay mi pajarito guapo…
—Que no, mamá, que no. Que este no es tu Paco, es otro canario que te
hemos comprado para que te haga compañía y no estés tan sola.
—Mira, María Victoria, tú cállate la boca, ¿te crees que no soy capaz de
reconocer yo a mi Paco entre un millón? Venga hombre por favor. Que sea la
última vez que me gastáis una broma de estas.
¿A ti te parece normal lo que me han hecho las niñas, Angustias? dime la
verdad.
—Pero mamá, ¿cómo va a ser tu Paco si tú misma nos has dicho que lo has
enterrado en el Parque de Aluche esta mañana?
—¡Y vuelta la burra al trigo! ¿Qué queréis? ¿Hacerme pasar por loca para poder
llevarme a la residencia? Pues aviadas vais, ricuras, que yo de aquí no me
pienso mover, y menos ahora que me habéis devuelto a mi Paco.
¡Hala!, a vuestro cuarto castigadas, ¡las dos!
—Mamá, ¿has estado bebiendo anís? Si te dijo el médico que con las pastillas
que tomas para la cabeza no puedes probar el alcohol.
—Es que no me estoy tomando las pastillas para la cabeza, y además ¿sabéis lo
que os digo? que me voy al "Carrefú" a comprarle alpiste a mi Paco.
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