CONTROVERSIAS EN HISTORIOGRAFÍA DEL PSICOANALISIS1

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CONTROVERSIAS EN HISTORIOGRAFÍA DEL PSICOANALISIS1
ENCABEZADO: CONTROVERSIAS EN HISTORIOGRAFÍA DEL PSICOANALISIS1
Anexo
Psicología, Psicoanálisis, Historiografía y Formación Académica en Argentina
En un sentido propedéutico que fundamenta nuestra investigación y que debe ser explicitado, es
reconocido que la reconstrucción histórica, y su inclusión en la educación o el entrenamiento (de
científicos o de ciudadanos) a menudo persigue el objetivo de reforzar la identidad de un colectivo
específico, lo cual puede implicar la distorsión de los sucesos y acontecimientos pretéritos, el
engrandecimiento de las figuras centrales de dicho colectivo (personalismo o celebracionismo) y la
demonización de oponentes o disidentes (Ash, 1983; Danziger, 1994; Vezzetti, 2007). En lo que
respecta a la ciencia, esto a menudo sucede cuando la reconstrucción histórica de una teoría o
sistema teórico se deja en las manos de adherentes o representantes incondicionales de dicha teoría o
sistema. En los casos en que dicha teoría o sistema es aceptada de forma generalizada por la
comunidad general de una ciencia o por un sub-grupo de una comunidad disciplinar específica, se
cristaliza un mecanismo que fortalece y retroalimenta simultáneamente las prácticas historiográficas
espúrias y la naturalización, legitimación y blindaje de las prácticas contemporáneas de los
pertenecientes a dicho sub-grupo.1
En tal preciso sentido, si bien la presentación de controversias historigráficas (y luego históricas)
sobre el freudismo factiblemente sea importante en todos los foros y contextos vinculados con la
historia de la ciencia y la formación de científicos-profesionales, tal presentación es especialmente
necesaria e incluso vital en contextos académicos como el conformado por los países de la ‘Cuenca
del Plata’ y más específicamente en Argentina. Este país, peculiar en el contexto de la ciencia
psicológica internacional, ha sido reiteradamente caracterizado desde la profesionalización de la
psicología como especialmente afecto a las teorizaciones psicodinámicas surgidas del consultorio
privado y con escaso o nulo apoyo empírico o fáctico más allá del anecdótico, recusando así los
proyectos objetivistas, naturalistas, cientificistas y realistas de la psicología (Ardila, 1979; Papini,
1976; 1985; Papni & Mustaca, 1979; Vilanova & Di Doménico, 2004). Por esto, Argentina
constituye un atractivo caso de estudio respecto a la pregnancia del psicoanálisis a nivel
universitario: es decir, en el campo del entrenamiento académico de los psicólogos, donde la
formación profesional ha sido histórica y tradicionalmente (AUAPSI, 1998; 1999; Ben Plotkin,
2003b; Cortada de Kohan, 1978; Courel & Talak, 2001; Dagfal, 1997; 2009; 2014; Di Doménico,
1996; 1999; Fierro & Brisuela Blume, 2016; Gallegos, 2005; González & Dagfal, 2012;
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Klappenbach, 2000b; 2000c; 2003; Piacente, 1998; Vilanova, 1987/2003; 1993; 1994a; 1994b;
1995c; 1995d; 1996; 1997b; Vilanova & Di Doménico, 1999) y es aún hoy en gran medida (Benito,
2009; 2010; Benito & Elmasian, 2010; Di Doménico & Piacente, 2011; Fierro, 2014a; García
Acacio, Noguera & Peralta, 2015; Klappenbach, 2015; Manzo, 2010; 2015; Medrano et al., 2009;
Menéndez & Acosta, 2011; Moya & Di Doménico, 2012; García, 2009; González, 2015a; 2015b;
Gonzalez et al., 2005; Ostrovsky & Di Doménico, 2007; Polanco & Calabresi, 2009; 2011; Vázquez
Ferrero, 2009a; 2009b; 2010; 2015) predominante y a menudo excluyentemente clínica y
psicoanalítica.
Varias décadas de estudios documentados y fácticos sobre la formación y el entrenamiento de los
psicólogos argentinos demuestra el punto al que el psicoanálisis se ha erigido de forma explícita e
implícita como la única opción coherente y sistemática en los currículos de psicología. Un reciente
estudio comparativo de tipo bibliométrico entre las referencias bibliográficas (N=1716) del grado de
psicología de la Universidad de Buenos Aires y las referencias bibliográficas (N=686) del grado de
psicología de la Universidad Nacional de Córdoba arrojó que la edad media de la literatura de esta
última era 1992 y que sólo un 14,2% de dicha literatura era posterior al 2004 (Medrano et al., 2009).
De acuerdo a tal estudio, un 40,6% de la literatura de la Universidad de Buenos Aires corresponde a
autores locales, mientras que un 36,9% de la literatura de la Universidad Nacional de Córdoba era
de autoría argentina. Finalmente, y relevante para nuestro trabajo, en Córdoba Freud y Lacan
componen en su conjunto el 15,4% de la literatura de las asignaturas, mientras que componen un
22,7% de la misma en la Universidad de Buenos Aires.
Este último punto, que evidencia una extremada e inusitada concentración ya no en problemas o
fenómenos psicológicos sino en autores específicos, registra variantes más extremas. Un estudio
bibliométrico más reciente (Moya, 2012) halló que referencias bibliográficas pertenecientes a Freud
(y en mucha menor medida, a autores post-freudianos) conforman el 34,7% de las referencias
bibliográficas de asignaturas del ciclo básico de la licenciatura en Psicología de la Universidad
Nacional de Mar del Plata, un 53,2% de las referencias de la licenciatura en Psicología de la
Universidad de Buenos Aires, y un 47,3% de las referencias de la licenciatura en Psicología de la
Universidad Nacional de La Plata (las tres casas de estudio que hacia el 2013 concentraban al 55%
de los estudiantes activos de psicología de Universidades públicas argentinas). Referencias a
Jacques Lacan constituyen un 7,3%, un 5% y un 9,4% del total de las referencias en las tres
universidades referidas, respectivamente. Por tanto, y circunscribiendonos al primer psicoanálisis en
las universidades nacionales y públicas, Freud ocupa más de un tercio de la formación básica en el
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entrenamiento de psicólogos marplatenses, casi la mitad de la formación de los psicólogos platenses
y más de la mitad de la formación de los psicólogos de Capital Federal. Esto se maximiza, como
podria esperarse, en asignaturas clínicas de los ciclos profesionales de las carreras, donde la amplia
mayoría del entrenamiento de los psicólogos se basa en fórmulas psicodinámicas de casi un siglo de
antigüedad y las cuales, por enseñarse desde las fuentes originales, no son sometidas a la luz crítica
de la investigación científica (Fierro, Brisuela Blume & Biglieri, 2016; Fierro, Iacovella & Toselli,
2015; Moya et al., 2010; 2015).
Esto ha implicado, como puede suponerse, la exclusión de alternativas teóricas, metodológicas y
profesionales al psicoanálisis en los currículos, lo que de hecho se observa en varios estudios
empíricos. Junto con revisiones curriculares que han eliminado propuestas cognitivistas,
comportamentales y humanísticas de la formación de grado (e.g. Manzo, 2015; Vázquez Ferrero,
2010; 2015) y con asignaturas específicas que en el ciclo básico promueven una definición
psicoanalítica de ciencia y profesión psicológicas (Fierro, 2016c; González, 2008; 2011; Visca &
Moya, 2013; Zillotti, en prensa), se ha observado en los planes de estudio una exclusión mayoritaria
de desarrollos sobre investigación científica en psicoterapia y sobre prácticas psicológicas basadas
en la evidencia, reemplazadas abierta o implícitamente por reflexiones psicodinámicas (Fierro,
2016b).
Junto con la predominancia del psicoanálisis como contenido en dicha formación, y por el hecho
de la existencia de una formación de tipo psicoanalítico paralela y externa a la de la universidad
(Bricht, 1973; Cortada de Kohan, 1978; Vilanova, 1987/2003), la modalidad de la enseñanza y
aprendizaje de la psicología en las aulas universitarias (y en la formación de post-grado parauniversitaria, no regulada) a menudo se estructura en torno a una dinámica semejante a la
constitutiva de los colectivos psicoanalíticos académicos y profesionales de ‘análisis de casos’ y de
‘grupos de lectura’ (Klappenbach, 2003; Vilanova, 1987/2003; 1994a; 1997b); dinámica cuyos
rasgos coinciden con lo que investigadores psicosociales han definido como ‘ortodoxia’ (Deconchy,
1984). En tal sentido, se ha destacado reiteradamente la naturaleza verbalista -o ‘palabrista’- de la
formación de los psicólogos argentinos: es decir, el predominio del entrenamiento basado en la
captación de fórmulas verbales más que en el desarrollo de competencias, técnicas o procedimientos
fácticos, y en la dominancia del aprendizaje iniciático o mediado por intérpretes más que
fundamentado en el acceso abierto a los desarrollos más recientes de la ciencia (Piacente, 1998;
Saforcada, 1993; 2008; Vilanova, 1994a; 1994c; 1996). Tales fenómenos, necesariamente esquivos
para la investigación empírica dado que dificilmente operacionalizables, son de acuerdo a numeros
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estudios sobre formación los que en los practicum universitarios de psicología colaborarían con la
naturalización y supervivencia del psicoanálisis ortodoxo.
Estos fenómenos propios de la formación universitaria son, necesariamente, emergentes de una
cultura académica y científica concreta más fundamental. El predominio histórico de corrientes
filosóficas y psicológicas subjetivistas, irracionalistas y hermenéuticas en el país, sumada al
aislamiento teórico y geográfico de propuestas disciplinares en línea con las ciencias fácticas o
naturales, y agregada a la temprana recepción del psicoanálisis en Argentina en un contexto de
debilidad infraestructural e institucional han permitido en su conjunto la cristalización de un campo
disciplinar con variados problemas de identidad disciplinar, de comunicación e intercambio
internacional y de investigación sistemática y crítica. A la vez que se ha indicado que la psicología
solo tardía y aisladamente retomó investigaciones sistemáticas posterior a la recuperación de la
democracia (AUAPsi, 1998; 1999; Serroni-Copello, 1990; Vilanova, 1994b), se ha observado que a
nivel científico y en lo que respecta a sus objetos de estudio y metodologías, el grueso de la
psicología argentina de las últimas décadas continuaba atada a definiciones y conceptualizaciones
freudo-lacanianas, a menudo de forma exclusiva y excluyente. En tal sentido, el grado de cooptación
de las plataformas de producción científica por parte de las ya centenarias obras de Freud en calidad
de referencias y de marco teórico o de reflexión puede considerarse como indicador del grado en
que la psicología como ciencia y profesión en Argentina han estado en un nivel fundamental atadas
a los pareceres del psicoanálisis ortodoxo (Klappenbach & Arrigoni, 2011; Vera Ferrándiz &
Quiñones Vidal, 1988; Vilanova & Di Doménico, 2004). A la luz de esto, la prevalencia de las
fuentes primarias freudianas como fuentes bibliográficas de lectura para el entrenamiento de
pregrado en psicología básica, psicología social, psicopatología, psicoterapia y muchas otras áreas
clínicas y no clínicas (Fierro et al., 2016; Medrano et al., 2009; Moya, 2012; Moya et al., 2010;
2015; Zillotti, en prensa) se muestra como una consecuencia necesaria.
Causado por deficiencias infraestructurales igualmente históricas, por desconocimiento de
adelantos mundiales y por una identidad profesional alienada, esto ha tenido, entre otras
consecuencias, la de naturalizar y blindar más allá de toda refutación o revisión posible los
constructos y teorías psicológicas, y fomentar en las nuevas generaciones de científicos el reemplazo
del recurso a la investigación científica por el recurso a la autoridad. En efecto, y de acuerdo a lo
anterior, a menudo los estudiantes identifican como autores representantes e insignes de la disciplina
a autores fallecidos hace casi un siglo (Freud) y a autores que consideraron que la psicología era
parte del ‘discurso del Amo’ y resultado de de un ‘error de perspectiva’ (Lacan) (Menéndez &
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Acosta, 2011; Piacente, 1998). En línea con esta ortodoxia (que lo es dado que reside en peticiones
de principio, en desactualizaciones considerables y en la recusación de los adelantos investigativos
internacionales), el psicoanálisis, que históricamente ha moldeado la cultura pofesional de los
psicólogos argentinos y sus sistemas representacionales (institucionales y cognitivos), a menudo es
extendido por los profesionales más allá de sus legítimos límites, difuminándose así su carácter de
teoría psicológica al ser aplicado de forma irrestricta tanto a áreas profesionales como extraprofesionales, en calidad de un sistema de sentido comprehensivo, recursivo, total y último (SerroniCopello, 1997b) –una estrategia característica de los grupos religiosos con creencias de posesión de
verdades reveladas, o dogmas-.
Todas las circunstancias anteriores pueden ser alumbradas críticamente a partir de un análisis
histórico tanto del psicoanálisis vernáculo como del psicoanálisis internacional, en tanto se ha
sugerido que este ha promovido actitudes dogmáticas, ortodoxas y sectaristas adversas o
detrimentales respecto a las actitudes propias de la formación científica. Efectivamente, se ha
sugerido que tales actitudes, lejos de circunscribirse a los primeros psicoanalistas, se habrían filtrado
a la propia historiografía del movimiento debido a las prácticas formativas y praxiológicas
perpetuadas por el grueso de los psicoanalistas del siglo XX y la identidad profesional y de grupo
estimulada a través de dichas prácticas. Efectivamente, la longevidad del psicoanálisis, que ha sido
considerada por múltiples autores como un fenómeno cultural, suele atribuirse a la mutabilidad y
maleabilidad de la teoría en función de los intereses interpretativos del exégeta; y esta maleabilidad
se ha imputado a la “legendaria de-historicización” (Borch-Jacobsen & Shamdasani, 2012, pp. 12) a
la que la teoría es sometida constantemente, especialmente en los contextos donde se erige como la
corriente psicológica predominante, imposibilitando así el pluralismo en este respecto.
Respecto de tal de-historicización, Argentina es un caso ejemplar, puesto que la formación en
psicoanálisis en las universidades no suele realizarse a partir de perspectivas históricas críticas, y
cuando la historia es de hecho reintroducida en el psicoanálisis, mayoritariamente lo hace a través de
la ‘mitologización de la historia de la ciencia’ (Vilanova, 1994a), de forma celebratoria y
justificacionista, y manteniendo incólumne la hagiografía del “respeto por el gran hombre y la
tendencia a la división bíblica del saber en un antes y un despuçes de ese gran hombre” (Vilanova,
1997c, pp. 184). Así,
la historia social del conocimiento, respaldada por estudios sobre las condiciones
socioeconómicas y políticas de su producción, es desertada a favor de una “historia del gran
hombre” en la cual todo lleva a, o todo se desprende de, la aparición –por caso- de un Freud,
un Jung, un Lacan o un Reich (Vilanova, 1994a, pp. 10).
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Respaldando tal conjetura, Vezzetti (2000) ha remarcado que la la historia oficial del
psicoanálisis en Argentina ha replicado a grandes rasgos la historia oficial del psicoanálisis
internacional. Esto significa que mayoritariamente la historiografía del psicoanálisis en Argentina, al
menos hasta años recientes, se ha estructurado como una crónica sobre el progreso del movimiento
respecto al sorteamiento de resistencias y obstáculos, “que comienza con los ‘fundadores’ y se
organiza a través de ese orden de lugares […] en un orden de sucesión por vía ‘transferencial’ que
toma como referencia a los fundadores” (Vezzetti, 2000, pp. 65). Coincidentemente, Vilanova
(1998) ha indicado que, contrariamente a la historia contextual y social de la ciencia, en Argentina
han subsistido modalidades historiográficas en psicoanálisis que, como “la historia apocalíptica
(antes y después de [Freud]) y la historia ‘nariz de Cleopatra’, de culto al gran héroe, perduran bajo
el manto del sociocriticismo, y sostienen una visión individualista –creacionista- acerca del origen
de las ideas y prácticas humanas” (p. 234). En el mismo sentido, Klappenbach (2005) ha indicado
que en Argentina es recién hacia la década de 1990 cuando la historiografía oficial del psicoanálisis,
fuertemente vinculada con la Asociación Psicoanalítica Argentina, y la historiografía lacaniana, que
revisó la primera pero mantuvo rasgos ortodoxos diversos, comenzarían a ser revisadas por agentes
externos al movimiento, al “iluminar los variados procesos intelectuales, culturales, sociales y
políticos que dieron forma al psicoanálisis en Argentina” (pp. 674). A conclusiones semejantes han
arribado las indagaciones históricas críticas de Ben Plotkin (2003a) y Dagfal (2009), entre otros.
Reintroducir el análisis histórico-crítico del psicoanálisis a la formación de los psicólogos
argentinos tal como se efectiviza a grandes rasgos desde hace sesenta años probablemente permita
contrarrestar ciertos déficits y desaciertos en cuanto al entrenamiento de los profesionales,
especialmente en algunos puntos concretos, como la tendencia vernácula a recurrir al psicoanálisis
en calidad de ‘epistemología última’ (Polanco & Calabresi, 2011; Vilanova, 1985), y la
identificación errónea –evidenciada en la historia del psicoanálisis y en las controversias históricas
analizadas en la segunda parte de nuestro trabajo- entre producción de conocimiento a través de
investigación científica (clínica, por caso) controlada, y aplicación profesional del conocimiento en
situaciones y ámbitos concretos (Fierro, 2016b; Vilanova, 1997b). Si como sostienen múltiples
investigadores (Benjamin, 2009; Fierro, 2014b; Raphelson, 1979; Rutherford, 2013; Vaughn-Blount
et al., 2009; Vilanova, 1997a; Woodward, 1980) la enseñanza de la historia de la psicología en la
curricula de grado a partir de una perspectiva no legitimadora fomenta la desafectivización de las
elecciones teóricas, el pensamiento crítico y el desapego doctrinario, y si como han argumentado
otros historiadores de la ciencia el dimensionamiento del psicoanálisis y de sus límites es sólo
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asequible a través del conocimiento de su desarrollo histórico (Young, 1997), entonces la
investigación y enseñanza en torno a cuestiones históricas e historiográficas del psicoanálisis especialmente sus controversias fundamentales- permitirían contextualizar histórica, cultural y
políticamente dicha teoría, estimulando el pensamiento crítico. En un sentido estricto, tal
pensamiento histórico y crítico con que abordar el psicoanálisis requerirá cuanto menos concebir
que, como en todo discurso con pretensiones de cientificidad, los constructos freudianos, lejos de ser
entidades naturales, evidentes y autocontenidas, “no son entes que se den en la naturaleza sino
construcciones fechadas cuyo proceso ha de estudiarse a la luz de una historia social de las ideas”
(Vilanova, 1998, p. 235). Esto, deseable para cualquier academia que pretenda estimular la
formación científica, se juzga como especialmente necesario en el contexto académico y formativo
rioplatense descrito; a tal necesidad apunta, en un sentido general, la presente investigación.
La Problemática Disquisición acerca de la Relación Psicología-Psicoanálisis
Para un análisis de las controversias históricas e historiográficas en psicoanálisis, se requiere
ensayar de forma breve una solución provisoria y operativa a la cuestión de la relación entre
psicología y psicoanálisis. Se pretende abordar sumariamente este problema (histórico, filosófico y
profesional) por varias razones. En primer lugar, en la presente investigación hemos recurrido a
metodología proveniente de la historiografía de la psicología, de la sociología de la ciencia y en un
sentido más general, de la sociología del conocimiento. Si bien a nuestro criterio y a criterio de
diversos autores (e.g. Coleman et al., 1992; 1993; Klappenbach, 2014) no existe (ni puede hacerlo)
una diferencia radical en la metodología de investigación histórica de las diversas teorías o sistemas
de pensamiento al interior de una ciencia o disciplina determinada, limitarnos a sostener esto sin
más constituiría una petición de principio puesto que estaríamos incluyendo al psicoanálisis de facto
en la psicología.
Aun admitiendo tal diferencia radical, la ya indicada escasa consideración sistemática por parte
de los psicoanalistas-historiadores de desarrollos teóricos y técnicos en historiografía de la ciencia y
de la psicología y en los estudios sociales de la ciencia creemos podrían ser indicativos de una
separación (al menos implícita) efectiva entre la historiografía del psicoanálisis, por un lado, y el
resto de los campos ocupados con la reconstrucción histórica de las disciplinas por otro. Es plausible
que tal separación se originase en la creencia de los psicoanalistas de que su disciplina es
radicalmente disímil de la psicología y las otras ciencias del comportamiento –mutatis mutandis, que
el psicoanálisis no pertenece a tales campos-, como han sostenido directa o indirectamente múltiples
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autores (Francioni, 1993; Renaud, 2008; Robinson, 1993; Romero, 2009; Roudinesco, 2014/2015).
Haciendo lugar a tal conjetura imputada por nosotros a los psicoanalistas-historiadores, el extrapolar
marcos teóricos y herramientas metodológicas de campos como la filosofía de la ciencia y la
psicología a un campo pretendidamente distinto como el psicoanálisis podía percibirse como una
maniobra espuria que vulneraría nuestras conclusiones. Aún más, el origen exógeno de las
consideraciones más generales introducidas en este trabajo en calidad de propósitos y objetivos (la
historiografía de la psicología, los estudios de la ciencia, la formación de psicólogos, etc.) podría ser
una segunda razón por la que psicoanalistas objetaran legítimamente al momento de cuestionar una
investigación semejante.
Aún más, debe considerarse que los sectores más radicales del psicoanálisis, como recientemente
ha apuntado García (2009), no conciben al psicoanálisis como una ciencia o una psicoterapia:
aseveraciones audaces que, aunque de dudosa calidad, pueden de hecho socavar la aplicabilidad de
marcos teóricos y metodológicos externos a la historiografía del movimiento. Así, y en un tercer
sentido, de hacerse lugar a la idea de que el psicoanálisis no forma parte ni constituye un sistema del
cuerpo de la psicología, la naturaleza exógena de nuestros marcos teóricos y herramientas
metodológicos, vinculados explícitamente a la dinámica de las ciencias –más precisamente, de la
sociología y de la psicología- podrían visualizarse como limitando la aplicabilidad de las
conclusiones de este estudio al campo del psicoanálisis y de su historia. Finalmente, debemos
pronunciarnos sobre este problema particular dado que la pertenencia profesional de los autores de
este trabajo es la psicología. Considerado lo desarrollado hasta aquí, este hecho puede ser
detrimental para la percepción de este trabajo por parte de académicos adheridos a, o identificados
con, el psicoanálisis, lo que obliga a defender la proveniencia y aplicabilidad de nuestros recursos
teóricos y metodológicos.
Por todo lo anterior, para hacer co-extensivos a la psicología y al psicoanálisis los hallazgos de
esta investigación, se requiere concebir al psicoanálisis, si no como una escuela o corriente
psicológica, al menos como un sistema de pensamiento psicológico al interior de la psicología,
comprendida esta como ciencia y en menor medida como profesión. Esto permitirá, finalmente y en
un sentido no accesorio, contextualizar ambas partes de nuestra investigación en un marco
epistemológico e histórico más general, clarificando las implicaciones contemporáneas (a menudo
descuidadas) de las controversias que abordaremos.
Si bien la cuestión ‘psicología-psicoanálisis’ puede ser considerada desde varios niveles de
análisis, por la inabarcabilidad (espacial y argumentativa) de una consideración exhaustiva, aquí tal
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cuestión se abordará desde un nivel meta-teórico (esto es, histórico y epistemológico). Realizando
tal circunscripción con miras a no extender el presente trabajo más allá de su temática, se omiten
otro tipo de consideraciones (filosóficas, teóricas y metodológicas), habilitándose así la asunción y
fundamentación de una postura explícita.
Argumentos Históricos: La perspectiva freudiana sobre la pertenencia del Psicoanálisis
Enunciado sintéticamente, este trabajo asume el hecho histórico de que el propio Freud concibió
y ubicó al psicoanálisis como una parte de la psicología, entendida esta última como la ciencia de
los fenómenos y sucesos psíquicos. Si bien Freud en ocasiones se consideró rupturista respecto de la
psicología conciencialista e introspectivista de su época, otras fuentes primarias freudianas –aquellas
más sistemáticas y nada periféricas- entroncan al psicoanálisis dentro de la psicología, entendida
esta última como ciencia de la mente. De hecho, una rápida consideración de revisiones críticas a la
historia heredada del psicoanálisis ha arrojado, entre otras cosas, que aquel interés rupturista, al
menos en los términos en que dicho interés es hoy conocido por los psicoanalistas, respondería más
a la proyección retrospectiva de interpretaciones históricas de ciertos autores -como por ejemplo
Ernest Jones- y sus posteriores intérpretes que a supuestos intentos sistemáticos y serios por parte
del neurólogo vienés de romper relaciones y erigirse como alternativa a toda una ciencia, por
entonces emergente, como la psicología (Klappenbach, 2006; Roazen, 2001; Terwee, 1990).
Lo mismo puede sostenerse acerca de la reinterpretación lacaniana del freudismo, que maximizó
retrospectivamente este rupturismo, aunque sin avanzar de forma paralela argumentos y
fundamentos claros. En este trabajo se asume, en calidad de premisa metodológica y tal como lo
hiciera repetidas veces el propio Freud, que el psicoanálisis freudiano fue (y es) parte o capítulo
componente de la psicología moderna, especialmente como teoría de la motivación, pero también,
en un sentido más laxo, como una teoría acerca de etiología de las patologías mentales (en este caso,
infradeterminadas por procesos inconcientes) y como una terapéutica para el tratamiento de tales
patologías. Es indudable que en ocasiones Freud igualó ‘Psicología’ con ‘ciencia de la conciencia’
(Freud, 1916-1917/1991. esp. pp. 18-19; 1923/1991b, esp. pp. 15-20; 1919/1991),
consecuentemente concibiendo al psicoanálisis como ajeno a, o desvinculado de, la psicología
conciencialista. Sin embargo, y como ha sido remarcado previamente (e.g. Klappenbach, 2006), tal
igualación hecha por Freud omitía las grandes y documentadas diferencias al interior de la
psicología de comienzos de siglo XX: específicamente, desconocía otras psicologías dinámicas que,
contemporáneas a él y alternativas al psicoanálisis, de hecho abordaban los fenómenos inconscientes
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o por fuera de la consciencia. La psicología dinámica de Janet (Dagfal, 2013), la psicofisiología
wundtiana (Danziger, 2001; de Freitas Araujo, 2012) y la psicología de Würzburg (Kusch, 1995;
1999) constituyen ejemplares de tales psicologías que, tematizando el inconsciente, eran
necesariamente pasadas por alto por Freud al hacer su distinción. No obstante esto, en momentos
más tardíos de su obra, al definir a la psicología como una ciencia de la mente o del espíritu, no
dudó en ubicar al psicoanálisis en su interior, describiéndolo como una postura psicológica (Freud,
1923/1991a). Según Freud, la raigambre psicológica del psicoanálisis era tan basal y evidente que la
incluyó dentro de sus lecciones fundamentales sobre su teoría (Freud, 1938/2006), y en varias otras
obras (Freud, 1925/1991; 1926/1991b; 1938) hasta el punto de sostener que
El psicoanálisis es una pieza de la psicología, no de la psicología médica en el sentido
antiguo ni de la psicología de los procesos patológicos, sino de la psicología lisa y llana;
por cierto, no es el todo de ella, sino su base {ünterbau}, acaso su fundamento
{Fundament} mismo. (Freud, 1926/1991a, pp. 236. Énfasis agregado)
Recientemente, un análisis de las menciones a la psicología realizadas por Freud en su obra edita
concluyó, en línea con lo aquí expuesto, que tales menciones son numerosas y que en su amplia
mayoría las mismas ubican a la teoría psicoanalítica en el corpus de aquella disciplina (Dagfal,
2015a). En algunos casos, tal como el de la cita inmediatamente anterior, el parecer de Freud
respecto al enraizamiento y ubicación del psicoanálisis en la psicología es explícito, tajante y poco
discutible o interpretable. Lo anterior lleva a Dagfal a sostener que el remarcar la relación de
pertenencia del psicoanálisis respecto a la psicología, lejos de ser una ‘herejía’, constituye una
realidad histórico-social que no puede desconocerse sin ignorar simultáneamente la evidencia
histórica, más fuerte esta que los intereses grupalistas o la regulación verticalista que los colectivos a
menudo realizan para legitimar y robustecer su identidad. Otros historiadores internacionales (Ash,
2001) han concebido de idéntica manera al psicoanálisis como una ‘escuela’ o corriente psicológica
que, hacia la actualidad y a diferencia de las otras escuelas ha mantenido y en algunos casos
reforzado las características propias de toda concepción escolástica de la teorización psicológica:
veneración de la palabra y obra del fundador, blindaje de los núcleos teóricos principales del
sistema, caracterización exclusiva y excluyente del propio programa respecto a otras propuestas
psicológicas, la institución de prolongados y costosos procesos de entrenamiento y acreditación (a
menudo paralelos y externos a los programas universitarios regulados y acreditados) y el
establecimiento de límites institucionales y profesionales a menudo herméticos.
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En tal sentido, la perspectiva de Freud respecto a este auténtico problema ha sido a menudo
olvidada, selectivamente recuperada o distorsionada en las aulas y curriculos de países ya
caracterizados como Argentina. Efectivamente, el histórico reconocimiento de Freud acerca de la
pertenencia del psicoanálisis a la psicología es relevante puesto que no es usualmente referido en las
disquisiciones contemporáneas sobre su teoría, especialmente en el marco de la formación
universitaria de los psicólogos argentinos. En tal sentido, a nivel local suelen omitirse las referencias
a las obras donde se encuentran las consideraciones arriba citadas (Moya, 2012; Vázquez Ferrero,
2010) -probablemente por acción de preselecciones interesadas- al mismo tiempo que se omiten
referencias a obras históricas de los autores que, como dijimos, tematizaban un inconsciente diverso
del de Freud en su propia época (Fierro, 2016c; González, 2014; Visca & Moya, 2013). Más aún, en
Argentina desde los años ’60 el psicoanálisis asumió de hecho un lugar paternalista respecto de la
psicología, siendo concebidos los psicólogos (por los psicoanalistas y en ocasiones hasta por ellos
mismos) como subordinados al freudo-lacanismo (Bricht, 1973; Danis, 1969; Klappenbach, 2000b).
Es comprensible entonces que sea común en estudiantes, profesionales y legos la confusión de
igualar o identificar ambos campos, con los problemas que, en la academia, esto genera respecto de
la identidad profesional de los graduados (Polanco & Calabresi, 2011; Vilanova, 1987/2003;
Vilanova & Di Doménico, 1999).
Argumentos Epistemológicos: La identidad de los fenómenos abordados por la Psicología y
el Psicoanálisis
Regresando a nuestro argumento, trascendiendo la propia consideración -necesariamente
subjetiva y retrospectiva- que realiza Freud en las referencias recién citadas2, y ubicando la cuestión
psicología-psicoanálisis en el contexto contemporáneo de la sociológica y la filosofía de la
psicología, debe reconocerse que se carece actualmente en ciencia de parámetros o criterios
completamente objetivos (esto es, absolutos) a partir de los cuales pronunciarse sobre la
superioridad del psicoanálisis respecto de la psicología (Bem & Looren de Jong, 2006; Collins,
1992/2009; Serroni-Copello 1997a). En efecto, demostrada tal superioridad, se justificarían al
menos parcialmente las pretensiones de los psicoanalistas de erigirse como un corpus de
conocimiento equivalente a la psicología e independiente de esta. Sin embargo, tales parámetros no
existen, en tanto que no existe un ente omnisciente que garantice líneas incontrovertibles y
definitivas de análisis filosófico del psicoanálisis (Erwin, 1996). De hecho, luego del falsacionismo
popperiano, probablemente haya sido el Programa Fuerte de la sociología del conocimiento
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científico el programa investigativo de los science studies que más ha enfatizado que no pueden
explicarse los juicios y decisiones de los científicos de acuerdo a normas epistemológicas y
racionalidades abstractas: en definitiva, “que los juicios de los científicos son falibles, [que] la
verdad [es] revisable y [que] no hay criterios absolutos que garanticen que las pretensiones de
verdad a través del tiempo y de las distintas comunidades” (González de la Fe & Sánchez Navarro,
1988, p. 85).
Aunque se carecen de tales parámetros absolutos, si nos remitimos a los parámetros
consensuados, provisorios y conjeturales utilizados por la comunidad científica para evaluar sus
producciones teóricas, tecnológicas, praxiológicas y meta-teóricas (criterios de verdad, eficiencia,
eficacia y adecuación crítica, respectivamente), la legitimidad de la demanda del psicoanálisis de
erigirse como una ciencia autónoma se debilita, a la luz de los múltiples problemas que tal teoría ha
tenido al momento de fundamentar empírica y sistemáticamente sus hipótesis básicas, su solvencia
terapéutica y sus bases meta-discursivas (Grünbaum, 1996).3
Considerando tales parámetros de análisis, la subsunción freudiana del psicoanálisis en la
psicología obligaría a pronunciarse acerca del estatus teórico y epistemológico de la segunda en
tanto que corpus científico más abarcativo. Excede los límites del presente trabajo desarrollar
detalladamente la cuestión de la unidad o fragmentación de la psicología como disciplina, cuestión
que debería atenderse al subsumir las teorías psicoanalíticas dentro de un cuerpo científico más
amplio y heterogéneo. Considerado el estado de expansión, fragmentación e hiperespecialización
que ha caracterizado a la psicología durante las últimas décadas (Bower, 1993; Polanco & Calabresi,
2011; Walsh-Bowers, 2010), y adoptando una perspectiva policéntrica de la misma y de su historia
(Brock, 2014a), aquí se asume que el psicoanálisis constituye (y constituyó desde sus inicios) una
psicología, en el mismo sentido en que, por citar sólo tres ejemplos, la psicología introspeccionista
experimental de Wundt fue una psicología (enfática de la experiencia mental inmediata), la
psicología empírica y fenoménica de Brentano una psicología (enfática de la percepción interna e
inmediata de fenómenos mentales indivisibles), y la psicología funcionalista de los primeros
diplomados norteamericanos una psicología (conciencialista, subjetivista y enfática de la adaptación
de los organismos) –por sólo referirnos a tres ejemplos-.
Desde una perspectiva estrictamente epistemológica, el punto central de nuestra posición es que
no existiría peculiaridad teórica, metodológica o praxiológica alguna en el psicoanálisis que, en lo
que respecta a los fenómenos psíquicos, lo constituyese como una ciencia independiente de, o
alternativa a, la psicología (Vilanova, 1995a). En otras palabras, no existen elementos que den lugar
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fundamentadamente a diferencias irreconciliables entre psicoanálisis y psicología, lo que
posibilitaría la autonomía científica del primero respecto de la segunda. Desde la filosofía de la
ciencia, los conceptos, tecnologías y prácticas psicoanalíticas que atienden a la motivación y
personalidad humanas, a la psicopatología y a los fenómenos inconscientes, por nombrar ciertos
elementos centrales, conforman un dominio de hechos que es parte componente del mayor dominio
de hechos de la psicología, por el hecho de que los fenómenos que componen ambos dominios
refieren en última instancia, todos ellos, a procesos psíquicos (Gardner, 2001).
Por lo anterior, toda pretensión separatista respecto de la psicología, sea del psicoanálisis o de
cualquier desarrollo teórico en torno a los procesos psíquicos, debe abordar y solucionar este
problema fundamental para constituirse como legítima. En lo que respecta al psicodinamismo, y
rebatiendo uno de los argumentos más usualmente blandidos para justificar una pretendida
particularidad o excepcionalismo en psicoanálisis recurriendo a la ‘singularidad’, peculiaridad o
particularidad de sus objetos de estudio, debe notarse que
los explananda –aquellos hechos y regularidades que se quiere explicar- propuestos por
la teorización psicoanalítica también son explananda legítimos de otras teorías
psicológicas […] Las teorías psicoanalíticas forman parte de la psicología, en el sentido
de que postulan ciertos procesos psíquicos, a través de un conjunto de conceptos
teóricos, para explicar determinados fenómenos observables […] Los procesos psíquicos
inconcientes postulados por el psicoanálisis son un constructo teórico, tal como lo son la
disonancia cognitiva, la motivación o la tendencia autorrealizadora. (Fernández
Acevedo, 2003, pp. 7-8)
Es decir que, contra algunas perspectivas que caricaturizan o sobresimplifican a la psicología
para subrayar el carácter independiente del psicoanálisis, no se concibe que este sistema teórico
pueda legítima y apropiadamente ubicarse como alternativa -o en los casos más extremos substitutode la ciencia y profesión psicológicas (Fernández Acevedo, 2003), ni que pueda reemplazar las
diversas psicologías entendidas como las teorías y corrientes que componen aquel corpus científico
más general (Vilanova, 1995a). El término ‘Psicología’, desde hace décadas y especialmente a partir
del siglo XXI refiere al campo de una disciplina y una profesión ciertamente heterogénea, situada en
la intersección entre los dominios naturales y sociales de la ciencia, pero aun así con sentido de
unidad y límites relativamente precisos (Ardila, 1995; McWilliams, 2015; Vilanova, 1995b). De
acuerdo a la caracterización esquemática de la disciplina de Schönpflug (2001),
Existe una tripartición en cuanto a la investigación y práctica relevantes para la psicología:
(a) involucramiento general en tópicos que varios campos de la psicología (e.g. psicología
del desarrollo, psicología social) comparten con otras disciplinas (e.g. sociología, pedagogía,
biología), (b) especializaciones en disciplinas centradas en objetos particulares [objectcentered] (e.g. lingüística, etnología, neurofisiología) y (c) especializaciones dentro de la
psicología (e.g. psicolingüística, psicología trans-cultural, neuropsicología). Una red
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compleja de disciplinas académicas y profesiones proveedoras de servicios sociales ha
florecido en años recientes, y dentro de esta red la psicología ocupa una posición respetable
con vínculos a una variedad de campos relacionados. (pp. 12415)
‘Psicoanálisis’, en un sentido diverso, refiere a una teoría o sistema teórico y terapéutico
particular, que comprende, tematiza y estudia diversos fenómenos, parte de los cuales conciernen a
la psicología como ciencia del psiquismo y del comportamiento. En términos de Tasman (2015),
además de constituir un método de investigación (un tipo particular de estudio de caso) y una
terapéutica, el psicoanálisis es, estrictamente, “una teoría de la personalidad, y en un nivel más
general, una teoría del desarrollo y funcionamiento psicológico que se enfoca particularmente en
procesos mentales inconscientes” (pp. 336). Lo anterior no implica que el psicoanálisis sea
completamente abarcado por la psicología. Claramente, sólo algunos de dichos fenómenos referidos
son propios del campo de la Psicología, mientras que otros elementos del psicoanálisis pertenecen
en rigor a campos como la sociología, la antropología y la psiquiatría: tal constituye un claro
indicador de la auténtica intención de Freud de establecer a su creación no como una teoría local o
de alcance medio sino como un auténtico sistema de pensamiento, o una macroteoría (Bos, 2012). A
la vez, lo anterior no implica que el psicoanálisis se reduzca a la obra freudiana. Si bien nosotros nos
circunscribimos al freudismo dado el objeto de nuestra investigación (las controversias históricas e
historiográficas y el vínculo entre ambas), existe una notable diversidad en el campo psicoanalítico –
aunque, nuevamente, son pesquisables en el mismo líneas transversales que, al igual que hace cien
años, deben ser aceptadas por los psicoanalistas para ser percibidos como tales-. Sin embargo, tal
pluralidad es, nuevamente, teórica (es decir, referida a perspectivas disímiles en torno a los mismos
sucesos psíquicos), y, en menor medida, tecnológica (Frie, 2014). Por tanto, a pesar de dicha
pluralidad, los fenómenos estudiados por los psicoanalistas continúan siendo, por necesidad,
fenómenos que han pertenecido y pertenecen al patrimonio de la psicología, con lo que,
nuevamente, es sólo lógico concebir al heterogéneo campo del psicoanálisis como un campo (el de
las teorías psicodinámicas) al interior de aquella.
Por lo anterior, si bien no es exclusivamente un sistema psicológico, en lo que nos importa aquí
(en lo que respecta a la psicología: es decir, en lo que respecta a los objetos y fenómenos de estudio
que comparten ambos campos), el psicoanálisis es una estructura de enunciados teóricos y reglas
tecnológicas que, a priori, se halla en pie de igualdad con otras teorías y tecnologías psicológicas, al
menos (pero no sólo) por el hecho de que teoriza sobre la psique o mente humana (Gardner, 2001).
De acuerdo a la complejidad del campo psicológico arriba esbozada por Schönpflug (2001), sólo el
desconocimiento de los desarrollos de la psicología y la complementaria sobrevaloración de los
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desarrollos psicoanalíticos podrían llevar a sostener que el psicoanálisis excede o reemplaza a
aquella.
En síntesis, desde un punto de vista histórico el propio Freud concibió mayoritariamente al
psicoanálisis como una teoría psicológica. Complementariamente, según los planteos de la filosofía
de la ciencia, tal teoría psicológica no registraría a priori ningún excepcionalismo que le confiriese
estatuto de reemplazante de la psicología (esto a pesar de la circunstancia institucional –no teóricade que los psicoanalistas han fundado sus propias asociaciones, órganos de difusión e instituciones,
y de que han sido ellos quienes han sostenido la independencia y la pretensión del psicoanálisis de
erigirse como reemplazo de la ciencia psicológica). Debe destacarse, como lo hace Fernández
Acevedo (2003), que si existe un sentido en el que el psicoanálisis puede hallarse por fuera de la
psicología, es en el sentido de pretender ignorar o trascender los cánones propios de la ciencia
moderna y de no someter a escrutinio y examen crítico sus propias pretensiones de conocimiento.
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Notas al final
1
Esto no excluye, por supuesto, la posibilidad de que un adherente a una escuela, corriente o teoría científica pueda
reconstruir la historia de la misma de forma crítica, objetiva y relativamente apartidaria: múltiples autores indican que es
quizá la tensión entre la pertenencia (el compromiso) y la distancia respecto a una teoría la que da lugar a las historias
más interesantes y productivas (Danziger, 1994; van Strien, 1993b). Sin embargo, como esperamos clarificar a lo largo
del trabajo, el psicoanálisis como movimiento registra ciertas particularidades respecto a las exigencias a sus adherentes
(como las altas demandas de involucramiento emocional, la adopción de la teoría como un sistema de sentido
omniabarcativo y extra-científico, el recurso a prácticas formativas e investigativas básicamente herméticas y
perseverantes, entre otras) que maximizan la dificultad de indagar críticamente la historia del sistema de pensamiento.
2
Es insigne, tanto de la historiografía crítica como de la enseñanza crítica de la historia de la psicología, el tomar
como objeto de indagación a la fuente primaria en el marco del contexto intelectual y sociocultural más general de la
ciencia. Esto implica, entre otras cosas, trascender un estudio y enseñanza centrados en la autorrepresentación
(necesariamente sesgada y poco confiable) que los ‘grandes hombres’ de la psicología tenían de sí, para encarar
proyectos de pesquisa y de instrucción históricos más objetivos, verídicos y críticos. Véase al respecto Ash (1992),
Danziger (1993a) y Vilanova (1997a; 2000).
3
De acuerdo a lo relevado y analizado en este trabajo acerca de los recursivismos historiográficos, y en la segunda
parte del mismo acerca del psicoanálisis como sistema omniabarcativo y reflectivo, hipotetizamos que gran parte de la
dificultad de los psicoanalistas para ajustar sus enunciados y pretensiones a los cánones científicos internacionales es,
precisamente, la notable indiferenciación y asimilación entre, por ejemplo, su faz básica y su faz terapéutica, entre su faz
investigativa y su faz profesional, y entre su faz teórica y su faz meta-teórica, respectivamente.

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