Una vida ligada a Sto. Domingo: Paco Giménez, en su Jubilación.

Transcripción

Una vida ligada a Sto. Domingo: Paco Giménez, en su Jubilación.
Una vida ligada a Sto. Domingo: Paco Giménez, en su Jubilación.
PANEGÍRICO DE PACO GIMÉNEZ ÁVILA
Si tuviera que redactar una biografía de Francisco Giménez Ávila, ya tendría el título:” Una vida ligada al Colegio Santo
Domingo”. Porque así ha sido: entró como alumno siendo un niño que solo tenía que andar unos metros desde su casa
para llegar a su cole. Aquí terminó Preuniversitario (segundo de bachillerato para los más jóvenes) en junio de 1967,
cuando cumplió 17 años. Realizó sus estudios universitarios en la Universidad de Granada, donde obtuvo la licenciatura en
Ciencias Biológicas y tras una breve incursión en la enseñanza pública, ingresó como profesor de su especialidad en Santo
Domingo el año 1976, bajo la dirección del Rvdo. D. Antonio Martí. Y aquí ha permanecido, como apreciado profesor por
compañeros y alumnos. Y ahora también reconocido por los ciudadanos de Orihuela, a través de su corporación
municipal, con el nombramiento de Síndico Portador de la enseña del Oriol, por lo que nos sentimos orgullosos y lo
felicitamos sinceramente.
Me resulta difícil ser objetiva con persona tan querida, pero debo destacar el importante y decisivo papel que desempeñó
como alumno en el equipo ganador del concurso Cesta y puntos en el año 1967, éxito que situó el colegio Santo domingo
en el mapa docente de España, considerado uno de los mejores colegios, si no el mejor, y con un merecido prestigio
recordado durante mucho tiempo.
Como profesor, contribuyó activamente para la obtención del premio concedido por la Oficina en España del Parlamento
Europeo y que nos permitió vivir una jornada inolvidable en la sede de este organismo en Estrasburgo, con alumnos de la
promoción del 96.
Impulsor y coautor del libro conmemorativo del 50º aniversario de la Dirección Diocesana del Colegio Santo domingo,
bellamente titulado: “Historia de un sueño”, imprescindible tanto para los que quieran conocer esta institución como para
los que la conocemos y amamos.
Fiel continuador de su padre, Paco conoce y atesora como pocos la tradición y cultura de Orihuela, con sus pequeñas
historia y rincones, y siempre está dispuesto y con buen ánimo para contar algo sobre todo ello, bien sea rodeado de
amigos o conocidos que se lo piden. Y puedo asegurar que cuando Paco cuenta algo lo hace con la claridad del buen
profesor y el enraizado cariño por su ciudad.
Pero por encima de todo, quiero destacar dos de los rasgos que creo que mejor definen a Paco: la discreción humilde y la
generosidad. Siempre como profesor de base, y con el único cargo de enlace sindical, se ha prestado para resolver dudas y
problemas de sus compañeros, y siempre con la sencillez del sabio, con el que todos queremos contar; tanto da si se trata
de comprar un coche, una cámara de fotografía o buscar un buen piso para alquilar…Paco sabe, te asesora ampliamente y
si hace falta puedes recurrir a uno de sus numerosísimos amigos que completará el informe de Paco.
Discreción y generosidad que generaciones de alumnos recuerdan de sus clases magistrales (en el buen sentido de la
palabra) de Paco, sus esquemas de caligrafía impecable y los precisos dibujos en la pizarra, células, fallas o tiburones, que
daba pena borrar al terminar la clase. La profesionalidad comprometida y la paciencia que exige esta profesión… esta
vocación, se dan en Paco en grandes dosis.
Generosidad que le ha llevado a desarrollar una importante labor social a través de Manos Unidas, junto a Carmen, su
armónico contrapunto, mujer de simpatía arrolladora junto a la que ha educado a sus tres estupendos hijos, en cuya
formación algunos hemos tenido la suerte de colaborar.
Y ahora, después de 39 años, Paco podrá seguir con su tarea desinteresada, asesorando amigos, cuidando al nieto y a los
que vengan y si quiere, cuando le apetezca…también podrá volar la milocha.
Teresa Zapata
PALABRAS DE D. FRANCISCO GIMÉNEZ ÁVILA
Estimados amigos y compañeros:
Es un orgullo dirigiros estas breves palabras, en este momento de júbilo (del latín: jubilare, gritar de alegría), para mí,
cuando se acaba mi vida profesional como profesor, ya que me vienen a mi mente un montón de recuerdos, que empiezan
por mis padres, que me enseñaron las primeras letras, hasta este momento en el que veo a mi nieto que empieza a leer con
cierta soltura.
Mi vinculación con este colegio comienza antes de que yo naciera, no en vano, mi padre empezó su andadura de maestro
en las Escuelas Graduadas, de ambos sexos, instaladas en el Colegio, en los años de la II República, en la zona del patio de
Lourdes y en el de Juan XXII (antes patio de la carpintería), en junio de 1932, como director interino y aquí permaneció
hasta octubre de 1935, fecha en la que aprobó las oposiciones a maestro nacional. Todavía quedaban los recuerdos, de las
antiguas Escuelas del Ave María, como el mapa de España en relieve, sito en el patio de Lourdes, que funcionaron, desde
1915 hasta 1928, y luego serían el germen de otra gran obra, el Oratorio Festivo, con la financiación de la Caja de Ahorros
de Ntra. Sra. de Monserrate, fundada en 1904, como obra social emprendida por el P. Bartolomé Arbona, jesuita adscrito
al colegio, y que pondría en marcha las directrices de la Doctrina Social de la Iglesia emprendida por el gran papa León
XIII.
Tendrían que pasar unos 34 años, desde 1935, para llegar a 1959, año en el que entré como alumno, procedente del
parvulario de la Tahona de la calle del Molino, en el colegio después de pasar el correspondiente examen de ingreso al
bachillerato, aquel de las dos reválidas en 4º y en 6º, siendo mi primer maestro D. Antonio Jareño, cuya clase estaba
encima de las actuales de los niños de 3 años. Posteriormente viví los actos del IV Centenario del Colegio, en el curso
1961-62. (En esa época se encontraron las columnas que ahora vemos en el patio de Lourdes, que estaban enterradas en el
patio de la Universidad). Tuve la gran suerte de recibir las enseñanzas de un grupo magnífico de profesores como, D.
Manuel Valdés, D. Joaquín Cánovas, D. Joaquín Martínez Campillo, D. Ildefonso Moya, así como D. Eliseo Villagrasa, que
me hizo correr lo que no está escrito, y, unos sacerdotes ejemplares, tales como los padres José Carlos Sampedro, Vicente
López, José Carlos Berenguer, Manuel Soto, Antonio Penalva, Jesús Ortuño, entre otros. Tuve la gran suerte de vivir la
gran experiencia del concurso “Cesta y Puntos” de TVE, en el curso 1965-66, bajo la tutela del más entusiasta de los
directores que he conocido, el P. Alejo García y con la extraordinaria sabiduría de D. Ildefonso Moya. Terminé mi estancia
en el colegio, como alumno, con el título de Maestro de la Iglesia, cuyo estudio simultaneaba con 5º y 6º de bachillerato y
Preuniversitario y que luego convalidábamos en la escuela Normal de Valencia, con el título de Maestro de Primera
Enseñanza.
De aquella época, guardo muy gratos recuerdos de esos profesores y sacerdotes que nos transmitieron sus conocimientos y
sus valores y que conservo como un preciado tesoro. Así mismo, aquí hice mis mejores amigos en aquellos años de
adolescencia, que conservo y cuido con esmero.
Volví de nuevo al colegio, a primeros de septiembre de 1976, después de estudiar Ciencias Biológicas, en Granada y hacer,
¡cómo no! el servicio militar obligatorio , en Alicante, cuando el P. Antonio Martí me llamó, pues ese verano había fallecido
D. Joaquín Cánovas, entrañable profesor de Química, que se había especializado en Ciencias Naturales y que cuando me
dio clase, en 3º de bachiller, me sacaba a la pizarra a escribir unos enormes esquemas, que él traía desde casa, ya que le
gustaba mucho mi letra, no en vano, antes teníamos en Magisterio una asignatura de caligrafía. ¡Qué paradojas tiene el
destino! ya que terminé en su puesto de profesor de Ciencias Naturales.
De esta, mi última etapa, al ser más reciente, debo de hablar menos pues es la más conocida por vosotros, pero os diré que
volví y me encontré a profesores que habían sido mis maestros, tales como Rafael Fenoll, Joaquín Martínez Campillo,
Manolo Gutiérrez o Ildefonso Moya, que me recibieron con los brazos abiertos y me ayudaron en los primeros meses. Así
mismo conocí a otros, con los que pronto hice amistad como Julio Muñoz, Manolo Conesa, Paco Mazón, Juan José García
Vidal o Agustín Navarro, todos ellos ya fallecidos. Así mismo, compartí la sala de profesores con Manolo Espinosa o con
sacerdotes como Antonio Andréu, Ángel Bonavía, Juan Antonio González Magaña, Luis Fernado Brotóns, etc. Más adelante
vivimos una pequeña revolución, como fue la entrada de las chicas en un colegio masculino, de toda la vida, en el curso
1979-80. Me consta que el P. Martí sufrió lo suyo, pero terminaron por convencerlo, entre otras, la Hermanas Discípulas de
Jesús, que habían llegado, en el curso 1975-76, desde su pequeño colegio de Jesús Maestro, con sus maestras
introduciendo un aire nuevo, así como los miembros de la APA, recién creada, capitaneados por el entusiasta médico D.
Manuel Gallud.
Todo ello supuso que se ampliara la nómina de profesoras entrando, entre otras, las entrañables amigas Teresa Zapata y
Luisa Sánchez, que se añadieron a las maestras, Rosina López, Conchita Mª Teresa Valdés, Trini García, Carmen Cases,
Cruz Fernández, Mercedes Quesada, que habían llegado con las Discípulas. Posteriormente se iría ampliando el número y
ahora somos una gran familia, o, como se dice ahora, una gran comunidad educativa.
También vienen a mi mente el personal no docente, ahora el PAS, entre los cuales recuerdo al entrañable Sr. Blanco
(nunca supe su nombre de pila), que manejaba con destreza la pala del magnífico horno y que me contaba historias de su
lejana Argentina; a los que formaban el trio de secretaria, Tomás Ángel, Santos Juárez y Paco López y así mismo a los
porteros, Manolo Cases, Paco Cubí (aquel que nos hacía firmar los castigos famosos de los domingos de 5 a 8) , Luis
García y Pepito Ramón. Y para terminar con la siempre atenta Luisa Juárez que lo mismo te curaba una herida que te daba
un bocadillo, siempre atenta en la cocina, como el buenazo de Paco Hurtado.
He tenido la gran suerte darles clase, a unos 15 alumnos o alumnas, a los que ahora son compañeros y que me dan mucha
alegría al ver que mis esfuerzos y, los de otros profesores como yo, han cuajado en excelentes personas y magníficos
profesores. Así mismo me alegro de ver a antiguos alumnos que me paran por la calle o en las reuniones que se hacen
periódicamente en el colegio conmemorando los 25 años de su promoción; aunque se olvidan los nombres, no las caras,
que han quedado grabadas en mi mente.
En resumen, en estos años, 8 como alumno, he conocido un director entrañable para mí, D. Alejo y en mis 39 como
profesor, unos seis directores más, pero todo esto se ha completado con ese gran amor que es mi familia, encabezada por
mi mujer Carmen, sin la cual no concibo mi vida, y mis 3 hijos, Paco , Pilar y Pablo, que junto con 2 miembros más, Elia y
Antonio, han ampliado ese pequeño círculo, culminándolo con el más pequeño, mi nieto Paco que, ¡cómo no!, seguirá la
cuarta generación de la saga que empezó mi padre en el año 1932.
Como veis, aquí están mis dos amores, dos familias: la mía y la del colegio, a las que he querido y seguiré queriendo.
Espero haberme comportado bien con todos vosotros, ayudando a todos los que habéis requerido mi ayuda o consejo desde
mis puestos de responsabilidad, como delegado sindical, y, como la vida no termina cuando uno se jubila, ya sabéis que
estoy comprometido con una gran obra de la Iglesia: la ONG para el Desarrollo, Manos Unidas, que es la otra cara de
Caritas para los países más pobres de entre los pobres y termino, ahora sí, con unas palabras del papa Francisco, que con
motivo de la Campaña Internacional contra el Hambre en el Mundo, el pasado 9 de diciembre de 2013, dijo entre otras
cosas lo siguiente:
“Invito a todas las instituciones del mundo, a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros mismos, como una sola familia
humana, a dar voz a todas las personas que sufren silenciosamente el hambre, para que esta voz se convierta en un rugido
capaz de sacudir el mundo. La parábola de la multiplicación de los panes y los peces nos enseña precisamente eso: que
cuando hay voluntad, lo que tenemos no se termina, incluso sobra y no se pierde.
Francisco Giménez
Orihuela, a 30 de junio de 2015

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