XXXV Coloquios de la Punta de la Mona Una nueva mirada sobre la

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XXXV Coloquios de la Punta de la Mona Una nueva mirada sobre la
XXXV Coloquios de la Punta de la Mona
Una nueva mirada sobre la salud: medicina global
Jueves, 23 de agosto de 2012
Enrique Baca Baldomero
Catedrático de Psiquiatría. Director de la Cátedra UAM-Pfizer de Teoría de la Medicina. Madrid.
¿Qué es la enfermedad?; ¿Qué es la salud?; ¿Qué tiene que ver el bienestar con todo ello?
Para ver el todo es necesario definir una teoría. No hay nada más práctico que una buena teoría. El tema de la salud, de
la medicina, está lleno de caras de un mismo poliedro.
Medicina y salud, ¿tienen mucho que ver? Quizás llegaremos a la conclusión de que tienen poco que ver.
La enfermedad es un fenómeno universal en los seres vivos. Es un fallo en el mecanismo de la vida. Si el fallo es muy
grande, el ser puede morir. El organismo vivo recibe la enfermedad como una actualización de un riesgo inherente a la
vida, que es la muerte. La muerte es el destino radical de todo ser vivo. Los seres vivos tienen su reloj biológico, que
depende de su dotación genética. A medida que los organismos se van complicando, su dotación genética empieza a
tener menos relevancia respecto a la muerte, en comparación con los accidentes o enfermedades.
La enfermedad es un problema biológico.
En el ser humano, los parámetros generales de la enfermedad que he dicho hasta ahora, sirven igual, pero hay más. La
irrepetibilidad de cada uno de los seres humanos es clara. Cada persona es única, irrepetible; nunca ha habido ni podrá
haber otro igual. Cada persona establece una relación con su ambiente, con la naturaleza. La enfermedad es un
problema biológico que sucede en el ámbito corporal, pero nos hemos de preguntar si en el ser humano hay otros
ámbitos coexistentes y que interectúan entre ellos, además del corporal. La ciencia ha dicho que el ser humano participa
y se desarrolla en tres ámbitos sucesivos que se complementan entre sí: el del ambiente (mundo circundante); el del ser
con otros seres (mundo de la comunicación, el del ser con los demás); y el de la identidad personal, de la conciencia, del
saber que somos conscientes, de irnos percatando de las cosas y de ir generando nuestro mundo de valores. Por ello, una
enfermedad que se produce en lo corporal, pasa de ser un problema biológico a algo que atañe al ámbito de toda su
existencia. La persona acaba tomando distancia de lo biológico y trasciende lo corporal.
La enfermedad aparece siempre en el ámbito de lo corporal pero no puede ser entendida solo desde el simple cuerpo,
sino que tiene que ser entendida desde la existencia.
La muerte inmanente es la interrupción de la vida. La muerte trascendente es la que proyecta al sujeto más allá de la
propia vida.
La salud se ha definido siempre como la ausencia de enfermedad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) hace
unos años dijo que la salud era el perfecto estado de bienestar físico, psíquico y social. Así colocó a la salud como el
paradigma del bienestar, y dejó a casi el 100% de la humanidad fuera de la salud.
Actualmente todo gira alrededor del hecho de que la enfermedad es un fracaso.
La salud ha sido percibida por el hombre como el silencio del cuerpo. Nuestro cuerpo, cuando mejor está, es cuando
está calladito. Puede ser un buen indicador. El cuerpo sano habla con un solo lenguaje, el del bienestar y el placer. El
cuerpo enfermo habla con el dolor, angustia, cansancio, agotamiento. Por ello nos conformamos, muchas veces, con que
nuestro cuerpo esté callado. Pero el silencio del cuerpo, aunque sea un indicador, no garantiza que por dentro no haya
una enfermedad.
La utopía es necesaria. Es una meta que tiene que estar negociando con la posibilidad. Ese es el camino de maduración
del ser humano.
Se nos dice que la medicina tiene que ir más allá de la curación y que tiene que buscar el bienestar. Es cierto, pero no en
términos absolutos. La medicina no puede hacer un intervencionismo total en la vida de las personas. Los médicos no
proporcionan felicidad y bienestar, sino que a través de la intervención de la enfermedad, se puede mejorar el bienestar.
El objetivo primario del médico no es el de proporcionar felicidad y bienestar. La medicina no es la ciencia del
bienestar o de la felicidad. Intenta prevenir el fracaso o pasar de éste al bienestar. La medicina debe ser una ciencia
humilde. Hay una tendencia actual que nació en Alemania en los años 80 que es la medicina de la mejora o del deseo.
La medicina del deseo es la que yo acudo a ella para cambiar algo que no me gusta o deseo (paradigma de ello es la
cirugía estética). Hay quien quiere tener más memoria, poder correr más, etc., etc. Todo ello es pedirle demasiado.
Julio Lozano Lorenzo
Capellán del Hospital Universitario de Puerto Real. Cádiz.
Quiero tener un recuerdo especial para Alfredo Rubio y Don Francisco Prieto Moreno, promotores de estos coloquios
veraniegos aquí en la Punta de la Mona.
Son muchas las vivencias que todos llevamos en nuestro interior. Algunas han quedado muy hondamente grabadas en
mí.
Yo tuve un accidente cuando tenía 10 años. Vivía en un pueblecito de Granada. Mi lesión fue en la primera vértebra
lumbar que se desplazó oprimiendo la médula. Desde un principio todo se complicó. Yo permanecí encamado cuatro
años seguidos, entre el hospital y mi casa. Ese fue mi mundo durante ese tiempo. Así hasta el 11 de mayo de 1975, en
que llegué al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Estuve un año ingresado. Me sometieron a rehabilitación.
Fue un trampolín desde donde pude lanzarme al exterior, con mi silla de ruedas.
En 1993 regresé al Hospital. Acababa de ser ordenado sacerdote. Celebré mi primera misa allí con el personal sanitario.
Conocí en ese momento a una familia que tenía un hijo tetrapléjico. José y Carmela, los padres de este muchacho, José
Miguel, están hoy entre nosotros.
Su hijo, con 14 años, el 31 de julio de 1992 tuvo una meningitis aguda estando en Taizé, Francia, en un encuentro de
jóvenes. En los hospitales se vive el dolor y el amor al mismo tiempo. El enfermo es el espejo de la indigencia humana.
Todo enfermo recuerda la fragilidad que tenemos nata. Todos podemos enfermar. El enfermo no es aquel al que hay que
ayudar, sino uno mismo. Es una prefiguración de la propia caducidad. El enfermo es el gran servidor de la humanidad.
Somos interdependientes unos de otros, hermanos en la existencia. Los sufrientes, y todos lo somos, también hemos de
sentirnos hermanados entre nosotros.
José Miguel quedó sin poder hablar, respiraba por traqueotomía, no podía mover brazos y piernas. Él fue paciente pero
también protagonista de su enfermedad. Sus sentimientos, ojos, oídos, inteligencia... permanecían activos. José Miguel
se comunicaba por su sonrisa, por sus ojos... Movía un único dedito y lo deslizaba por un panel con letras para poderse
comunicar.
Esa realidad a mí me hacía recordar muy intensamente mi incipiente adolescencia, junto con todos mis temores y
esperanzas, ante la dependencia, inmerso en aquella habitación. No era comparable su situación con la mía pero no
podía evitar recordar aquellos años de mi infancia.
José Miguel supo y pudo entender su enfermedad. Supo aceptar su dependencia total con naturalidad. Supo enseñar que
hay otra forma de vida, sin exigencias, dando alegría y haciendo la vida más fácil a los demás sin pedir nada a cambio.
Supo dar ejemplo y hacer la vida fácil a los que le rodeaban. Donó sus órganos en el momento de su muerte.
José Miguel vivió con intensidad su enfermedad. Dejarse ayudar conlleva un nivel espiritual muy superior al de ayudar.
Es bueno ayudar a los demás, pero también lo es el dejar que los demás nos ayuden. No es fácil dejarnos cuidar.
En años sucesivos seguí visitando a la familia. Desprendían amor, alegría, paz. Vivían un trocito de cielo aun a pesar de
la enfermedad de José Miguel. En mi última visita, José Miguel ya no estaba físicamente. Había muerto en silencio.
El amor es una gran maravilla. La muerte no es triste; lo triste es no saber vivir. Morimos según vivimos. La muerte
puede ser recibida como una invitada a la fiesta. Alfredo Rubio decía: “morir también es una fiesta”.
Ester Borrego
Trabajadora social. Coordinadora de un piso de acogida para personas con sida y en riesgo de exclusión social
Desde el año 2003 me dedico profesionalmente a acompañar a personas con sida y en riesgo de exclusión social.
Muchas veces pesa más el no tener una red social o familiar que no el no tener dinero. Muchas veces son personas con
alguna dependencia.
La Fundación Acollida i Esperança nace en los años 90 cuando el sida marginaba a muchas personas enfermas por esta
enfermedad.
Intentamos acoger a las personas porque creemos que desde la acogida podemos transmitir esperanza para vivir. Suelen
ser personas que no han podido vivir los hábitos que nos sostienen en la vida: casa, amigos, salud, trabajo, familia. A
estas personas se les van rompiendo estos hilos que sostienen, y se van quedando solos y sin recursos.
En el año 2007 nos llegó una persona con salud delicada pero que no tenía sida. Dudamos en saber qué hacíamos con
esta persona pero decidimos acogerla por tener una enfermedad no física pero sí del ser.
Podemos ver el sida como una oportunidad en la vida o como un muro infranqueable. En este segundo caso, no hay
horizonte. El sida hoy es una enfermedad crónica, no terminal, aunque muchos la sigan viendo como muro
infranqueable. En estos últimos años la medicina ha avanzado mucho y actualmente se consigue estabilizar la
enfermedad. Suelen ser personas con otras patologías: mentales, hígado afectado... Suelen ser personas con pocos
hábitos. En nuestra fundación se les ofrece un hogar y hábitos.
Aprender a vivir con la enfermedad y tomar las riendas del cuido de su vida. Si hacen esto, para mí son personas muy
valientes, porque normalmente estas personas vienen de entornos muy desestructurados.
En ocasiones, creer que la enfermedad te la has provocado tú, hace que surja un sentimiento de culpabilidad que lleva a
autoabandonarse. Ninguna persona sale del pozo si no le importas a nadie, decía San Vicente de Paúl.
Acariciar a la persona, como persona distinta, propia, con unos valores que merecen ser respetados y potenciados.
Que la persona tenga un lugar donde estar. Crear vínculos personales desde la ternura y la individualidad para que las
personas recuperen esa confianza en sí mismos.
Hay que tener distancia profesional pero crear vínculos al mismo tiempo, en nuestras casas de acogida. En veinte años
hemos pasado de acompañar a morir a acompañar a vivir, pero no podemos olvidar que también hemos de aprender a
acompañar a morir. En poco tiempo tuve que aprender que no estamos para salvar de la muerte a nadie, sino para
ayudar a bien vivir y bien morir.
Acompañar desde el afecto, desde el tocar, besar, abrazar.
A pesar de que nuestras historias sean muy distintas, lo que nos une es mucho mayor.

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