“Don Pirulero… ¿El juego de quién, atiende cada cual

Transcripción

“Don Pirulero… ¿El juego de quién, atiende cada cual
“DON PIRULERO… ¿EL JUEGO DE QUIÉN, ATIENDE
CADA CUAL?”
Autor: Manuela Ponce
Licenciada en Psicología
Residente 2º año
M.P. 46836 – M.N. 47857
Institución: HIGA “Dr. Diego Paroissien”
Isidro Casanova, La Matanza
Dirección: Güemes 4748 – 8ºE
Teléfono: 4778-0996 – 1533081266
Email: [email protected]
“Al Don, al Don, al Don Pirulero. Cada cual, cada cual, atienda su juego.
Y el que no, y el que no, una prenda tendrá…”
- Anónimo Los inicios en la clínica, me condujeron paso a paso, a encontrarme con el
discurso de algunos adultos que hablaban acerca de un niño: Ian, de 8 años, cursaba el
3º año de la E.P.B. Pertenece a una familia de clase media, conformada por su padre, su
madre (a quien llamaré María) y su hermano de 3 años.
Ian llega a la primera entrevista vehiculizado por el discurso de su madre. La
cual había sido interpelada por la docente de su hijo, para que consulte a un psicólogo,
debido a que el pequeño “no prestaba atención en clase”.
Lo que generaba que no terminara de copiar las tareas, ni completar las
actividades solicitadas, ni responder al “llamado de atención de la maestra”. Motivo por
el cual, la docente promovía sanciones por escrito, llegando a transmitirle a la madre,
que “corría riesgos de repetir el año escolar”, dado que sus notas no satisfacían lo
esperado para cada eje curricular.
Paradójicamente, y tras ponerme en contacto con la maestra del niño, me
anoticio de la inteligencia que caracteriza a Ian, el cual es descripto como “un chico
sumamente inteligente” tanto por su madre como por la docente. “Él dice que se
aburre en la escuela”, transmite María, “porque cree que se las sabe todas”. Y en ese
aspecto, lo identifica siendo igual a su esposo y su suegro: “tanto el padre como el
abuelo de Ian son iguales: creen que se las saben todas, son creídos, soberbios”.
Agregando la maestra, que “es un niño muy tranquilo, silencioso, tímido… Casi
no se relaciona con nadie, sólo con dos o tres compañeros” (…) “conmigo
prácticamente no habla, y eso me extraña, porque todos los nenes suelen hablar
conmigo, menos él” (…) “Él hace lo que tiene ganas de hacer, sino no lo hace”,
haciendo así alusión a cierta dimensión de rebeldía y despotismo presente en el niño.
María se manifiesta muy enojada con la docente, si bien asiente lo planteado por
la misma, pues “en casa tampoco termina de hacer los deberes si no estoy yo al lado de
él” (…) “se dispersa muy fácil”, expresa. Pero, le resulta sumamente exigente la
postura de la maestra, hasta en cierto punto desmedida.
Comienzo a preguntar acerca de la vida social de Ian, dado que es un
interrogante que me genera el diálogo con la docente, la cual lo marca como una
dificultad en el aula. La madre aduce que ellos como familia viven prácticamente
aislados, salen muy poco, casi nadie visita su hogar y de hacerlo excepcionalmente son
los abuelos maternos, algún que otro primo y tíos.
Bajo estas coordenadas discursivas, escolares y familiares, me dirijo a la primera
entrevista con Ian. De la mano de algunas cajas con juegos, hojas, crayones y lápices, lo
invito a ingresar al consultorio. Me saluda, casi sin tocar mi mejilla, se sienta delante de
mí, y no habla… No me mira… Sólo responde a mi pregunta acerca de si sabe por qué
está ahí conmigo y quién soy yo. “Vengo porque no presto atención”, enuncia. Serán
las únicas palabras que exprese, adquiriendo de aquí en más su discurso esta modalidad:
escueto, muy escueto, respondiendo sólo a mis preguntas y no más… Aunque claro,
tampoco no menos.
Gran dificultad se me planteó al no saber cómo hacer allí, en mi primera
experiencia clínica con un niño, el cual no jugaba, no hablaba, no miraba…
¿Qué sucedía allí? ¿Qué lugar y sentido le estaba otorgando él a mi presencia?
¿De qué se trataba este reiterado “no” del posicionamiento de Ian?
Comencé a sostener cierta hipótesis de que, si bien su cuerpo parecía estar
dentro del consultorio pero ausente a la vez, él me escuchaba y me observaba, por más
que no pudiera sostener su mirada en respuesta a la mía. Algo de lo insoportable e
insostenible de la presencia del Otro se comenzaba a vislumbrar. Junto a cierto modo de
hacer con ello por parte de Ian, de la mano del desaparecer, restarse, quitarse del campo
del Otro, de la demanda del Otro, de la mirada y ritmo pulsional del Otro.
Opté por operativizar una estrategia, la de “jugar mi juego”, invitándolo a él a
sumarse si así lo deseara, haciendo algo parecido o bien, algo distinto, pudiendo jugar
él también su propio juego. Así fue que, armé y desarmé diálogos entre juguetes de
plástico, dibujé, coloreé, leí, escribí… Ian solo miraba, posición de espectador que
aparentaba inconmovible.
Un día llevé una bolsita de papel madera, invitándolo a que la abra y descubriera
que había allí dentro. “¡Globos!”, expresó con suma alegría, siendo ésta la primera vez
que lo vi sonreír. Empecé a inflarlos, siguiéndome él después con mucha cautela. Tras
quedar todos inflados, ¡el consultorio parecía un pelotero, pero de globos! Empujo uno,
luego dos, tres, y así hasta mantenerlos en su mayoría en el aire. Pautamos una regla: el
juego consistiría en tratar que ningún globo tocara el piso. Al cansarnos y ver que la
sesión llegaba a su fin, se lo transmito y pincho un globo. Se asusta aunque luego se ríe.
Lo invito a que pinche él también los globos, hasta que así como los inflamos, los
pinchamos en su totalidad.
A partir de aquí, algo cambió. De a poco, muy de a poco, comenzó a
incorporarse en la escena del juego: coloreando mis dibujos, siguiendo la lectura de un
cuento que yo relataba, sumándose a los juegos de mesa que le traía. Manteniéndose
siempre como constante mi inicio en el juego: era yo quien proponía (si dibujar,
escribir, leer, etc.) y luego él hacía lo mismo pero en su hoja, o continuando en voz alta
la lectura del cuento, o enumerando los puntajes de cada uno en los juegos de mesa.
Pareciera como si evaluara todo el tiempo mis movimientos, percatándose de la
lógica de los mismos y a partir de allí, armara sus propios movimientos. Tal como el
juego infantil “Al Don Pirulero”, Ian atiende su juego. Pero su juego no es el juego del
Otro, precisamente. Radicando aquí la dificultad por la cual su madre consulta. Puesto
que, en dicho juego si un participante no copia el instrumento del coordinador, recibe
una prenda, debido a su “falta de atención”.
¿Acaso debería sancionarse la actitud de Ian de no querer copiar el instrumento
del Otro cuando éste lo decide? ¿De qué se trata tal distracción?
Algo de su propio juego, con sus propias reglas, Ian estaba mostrando. Bajo una
modalidad reprendida como negativa desde la escuela, pero valorada como positiva
desde la clínica como un movimiento de constitución subjetiva: él estaba tocando su
instrumento, y no el del Otro. Modo de no ser todo él, el objeto de deseo del Otro,
restándose a la demanda de ocupar tal lugar por la maestra (no prestándole atención
cuando ésta así lo decidiera), generándole a partir de allí a la madre una incógnita
respecto de su hijo (ella no todo lo sabe sobre él). Dialéctica de alienación-separación
constitutiva tanto del sujeto como del Otro, pues ni uno ni otro existen
independientemente de sí. Elección forzosa de constitución en donde el sujeto necesita
pasar por el lugar del Otro, ir a ese lugar extranjero para hacerse representar allí.
Otorgamiento de sentido por parte del Otro que resulta ineludible, fundante,
constituyente. Y que a su vez, al ser nombrado el sujeto pierde algo, no logra decir tal
nombramiento todo sobre él, pues de decirlo todo no habría entonces sujeto.
Algo se escapa… Se escabulle… No logra ser significado por este Otro que
nombra, adjudica sentido y le da consistencia al sujeto. Síntoma positivo, que le permite
interponer una mediación, una frontera al goce del Otro. Tal como el juego Fort-Dá, en
donde la apuesta está dirigida a establecer una distancia entre el niño y su madre,
corrompiendo aquella completud imaginaria de los primeros tiempos constitutivos de la
alienación, poniendo un coto a la posición de quedar a expensas y merced del goce y
demanda de ese Otro Absoluto. Modo de inscribir la alternancia presencia-ausencia, a
través de su propia ausencia, de la carencia de atención. Lo cual no deja de ser un
síntoma, pues le acarrea dificultades en el ámbito escolar y familiar: correr riesgos de
repetir el año (llegando a entregar pruebas prácticamente en blanco, pues “se distrajo
mientras las hacía”), recibir retos y penitencias diarias en su hogar, fruto de las
notificaciones entregadas por la maestra.
Ian con su distracción, vendría a dar cuenta de que no todo el campo del Otro lo
representa. Movimiento de afánisis, instancia de la falta en ese Otro que le permite
mantener la intersección entre los dos círculos. Ese mismo objeto a, con el cual se
identificó alienándose al deseo del Otro, respondiendo a lo que a éste le faltaba; es el
que le permite restarse mediante sus “no”: no hablar, no jugar, no mirar, no prestar
atención.
Poco a poco nuestro vínculo se afianzó, dándose cambios significativos: al
ingresar al consultorio me daba un beso en la mejilla, me miraba mientras hablaba,
iniciaba diálogos por cuenta propia… Mi presencia no le resultaba intimidatoria.
Le pregunto, dado que su maestra me comentó que “lo veía disfrutar mucho en
educación física”, si le gustaría practicar algún deporte. Me dice que el fútbol lo atrae,
por lo cual decidimos juntos comentárselo a la mamá. Ésta recibe la noticia con
asombro, y al cabo de una semana, Ian había comenzado sus clases de fútbol: concurría
a un club tres veces por semana, encontrándose allí con nenes de distintas edades.
Culmina el ciclo lectivo. Ian había sido promovido al siguiente año, estaba pronto a
concurrir a un campamento con sus pares de fútbol y se preparaba para comenzar
catecismo el próximo año, para poder tomar la comunión.
Luego del receso de verano recibo un llamado telefónico de su madre, quien
solicitaba una nueva entrevista. Al recibirla comenta las vacaciones familiares en una
localidad costera, en donde Ian había disfrutado muchísimo, pero marca algo que le
llamó poderosamente la atención: mientras que estaban en la playa, el niño no se había
querido sacar la remera ni siquiera cuando se metía al mar. Nos encontramos
nuevamente con Ian, quien se ofrece a dibujar sus vacaciones, realizando un dibujo en
el que ubica al padre a un costado de él con arena en la mano, su hermano del otro lado
de él, y él en el medio de ambos, cuyo cuerpo se hallaba cubierto de arena. Al relatar
tal juego, el que había sido reiterado durante toda la estadía en la playa, se revive con
suma alegría, localizándose su satisfacción en tal ocultamiento de su cuerpo.
Otra vez aquí, el no ser visto podría ser leído como sintomático: la temperatura
de las playas, nos impulsan a despojarnos de nuestras ropas. Aunque bien sabemos, que
el cuerpo no visto del sujeto por el Otro, vuelve a significar un modo de hacer allí por
parte de Ian, un velo, coto simbólico facilitado por su padre, que lo resguarda de la
mirada de ese Otro, aparta y mantiene debajo de la arena.
Comenzando el nuevo ciclo lectivo, y tras acordarlo con Ian, decido darle el alta:
realizo un reconto de cómo ingresó al tratamiento, con todos sus “no”; y el modo en
cómo se encontraba hoy. Al transmitírselo a la madre, se genera un silencio prolongado,
luego del cual expresa con sus ojos llorosos: “Creo que en realidad la que necesita un
psicólogo soy yo…” Dejando el espacio abierto para consultarme cuando así lo
requieran y deseen, los despido, con la satisfacción de haber acompañado a un niño y su
madre en un proceso constitutivo de ambos. Relanzándome a la pregunta que inspiró
éste trabajo: “Don Pirulero… ¿el juego de quién atiende cada cual?”
Bibliografía consultada:
•
Donzis, L. (1998) – Jugar, dibujar, escribir. Psicoanálisis con niños, colección
la clínica en los bordes – Rosario: Homo Sapiens Ediciones.
•
Freud, S. (1925) – Inhibición, síntoma y angustia - 1ª ed. – Buenos Aires: El
Ateneo, 2003.
•
Lacan, J. (1986) – Dos notas sobre un niño, en Intervenciones y Textos 2 – 1ª
ed. 6ª reimp. – Buenos Aires: Manantial, 2007.
•
Lacan, J. (1962-1963) – Seminario X: La angustia – 1ª ed. 3ª reimp. – Buenos
Aires: Paidós, 2007.
•
Lacan, J. (1964) – Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis – 1ª ed. 14ª reimp.- Buenos Aires: Paidós, 2007.
•
Lacan, J. (1966-1967) – Seminario XIV: La lógica del fantasma – Versión
crítica de Rodríguez Ponte, R. - Texto de circulación interna de la Escuela
Freudiana de Buenos Aires, 2008.

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