La alegría del que escucha la Buena noticia de Jesús y del que la

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La alegría del que escucha la Buena noticia de Jesús y del que la
La alegría del que escucha la Buena noticia de Jesús y del que la acepta, el Papa en el Ángelus
La alegría del que escucha la Buena noticia de Jesús y del
que la acepta, el Papa en el Ángelus
(RV).- El Evangelio de hoy describe con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo
Testamento, María al visitar a su pariente Isabel, ambas mujeres embarazadas encarnan la
espera y el Esperado. Isabel representa a Israel en espera del Mesías y María lleva consigo el
cumplimiento de tal espera para bien de toda la humanidad. La escena de la visitación expresa
la belleza de la acogida: una acogida recíproca de escucha, de dar espacio al otro, allí está
Dios. Imitemos a María en el tiempo de Navidad, dijo el Papa, visitando a cuantos viven en
sufrimiento. E imitemos a Isabel que recibe al huésped como Dios mismo. Sin desearlo, no
conoceremos nunca al Señor, sin esperarlo no lo recibiremos, sin buscarlo no lo
encontraremos.
Palabras del Papa en español:
Queridos hermanos y hermanas
En este IV domingo de Adviento, que precede por poco a la Navidad del Señor, el Evangelio
narra la visita de María a la pariente Isabel. Este episodio no representa solamente un gesto
de cortesía, sino que describe con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo
Testamento. Las dos mujeres, las dos embarazadas, encarnan en efecto la espera y el
Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras la joven María
lleva consigo el cumplimiento de tal espera, para bien toda la humanidad. En las dos mujeres
se encuentran y reconocen antes que nada los frutos de sus vientres, Juan y Cristo. Comenta
el poeta cristiano Prudencio: “El niño contenido en el vientre senil saluda, a través de la boca
de su madre, al Señor hijo de la Virgen” (Apotheosi 590: PL 59, 970). La Exultación de Juan en
el vientre de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios esta apunto de visitar a su
pueblo. En la Anunciación el arcángel Gabriel le había hablado a María del embarazo de
Isabel (cfr Lc 1,36) como prueba de la potencia de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad
avanzada, se había transformado en fertilidad.
Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la
humanidad y exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? La expresión
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La alegría del que escucha la Buena noticia de Jesús y del que la acepta, el Papa en el Ángelus
“bendita eres entre las mujeres” se refiere en el Antiguo testamento a Yael (Jueces 5,24) y a
Judit (Judit 13,1), dos mujeres guerreras que lucharon por salvar a Israel. Ahora en cambio se
ha dirigido a María, jovencita pacífica que está por generar al Salvador del mundo. Así
también la alegría de Juan (cfr Lc 1,44) recuerda la danza que el rey David hizo cuando
acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén (cfr 1 Cr 15,29). El Arca que contenía
las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Arón (cfr Heb. 9,4), era el signo de la presencia de
Dios en medio a su pueblo. El recién nacido Juan exulta de alegría ante María, Arca de la
nueva Alianza, que lleva en su vientre a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida
recíproca, escucha, dar espacio al otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. Imitemos a
María en el tiempo de Navidad, visitando a cuantos viven en dificultad, en particular los
enfermos, los encarcelados, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que recibe
al huésped como Dios mismo: sin desearlo, no lo conoceremos nunca al Señor, sin esperarlo
no lo hallaremos, sin buscarlo no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que va
apurada donde Isabel (cfr Lc 1,39), también nosotros vamos al encuentro del Señor que viene.
Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien
primero nos viene a visitar. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro
corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de su Navidad.
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