pliego pliego

Transcripción

pliego pliego
2.xxx. 2-8
2.748.
x-x de abril
mes de
de 2010
2011
PLIEGO
At il magnam fuga.
Pa velia
volestem
GUILLERMO
JOSÉ
CHAMINADE,
MISIONERO magnam
EN UN TIEMPO NUEVO
FIRMA
Cargo
José María Arnaiz, SM
La celebración de los 250 años de presencia y de acción
significativa en la Iglesia y en la sociedad del P. Guillermo José
Chaminade (1761-1850), fundador de la Familia Marianista,
llega en un momento oportuno de la historia de los marianistas.
Oportuno para iniciar un período de revitalización. Así será
si acertamos a volver al corazón de nuestro carisma y entrar
en elPit
espíritu
queudipsanis
nos dio el quunt
ser y que
Chaminade
nos dejó.
volorep
dipsam
asitatqui
Por lo mismo,
estamos
invitados
a vivir
este acontecimiento
con
inctum
velic toreperi
accum
vitempo
sanimil
memoria purificada ipsum
y agradecida,
y
con
una
fe
que
actúa
por
qui voluptis
la caridad y consolida una esperanza que nos permite lanzarnos
animosos hacia el futuro. Nos toca retomar lo vital de nuestra
fundación marianista y situarlo en el contexto de hoy.
PLIEGO
Año de fiesta y compromiso
Q
ueremos que esta celebración
se convierta en un año santo, en
una gran fiesta, de las que llevan
al compromiso, que es la mejor acción
de gracias. Al P. Chaminade le tocó
pasar página en la historia. Vio varios
ocasos; y en las noches oscuras alcanzó
a percibir los albores. En la frontera
entre dos épocas supo hacerse camino
hacia el nuevo tramo de la historia
y vivir con audacia y lucidez en
una revolución sociocultural y política.
Por eso es maestro de aquellos a quienes
les toca abrir brechas. Recibió la gracia
del vino nuevo y acertó a encontrar
los odres nuevos. Bien puede
ser patrono de los que les toca ser
misioneros en tiempo nuevo.
Chaminade es nombre de colegio,
de universidad, de calle o de plaza; es
título de libro, marca de vino, ya que
hizo su vida en Burdeos. Pero es, sobre
todo, etiqueta de maestros en el espíritu;
de fundador y misionero de María,
de hombre de Dios. Es una forma más
de encarnar el Evangelio; de trasmitir
un carisma, de hacer comunión, de
recordar con fuerza la misión de los
laicos en la Iglesia y en la sociedad, y
de multiplicar cristianos. Concibió unas
instituciones originales y, con ellas en la
mente y en el corazón, hizo un camino
de vida cristiana, y más concretamente
de santidad, y propuso un método de
formación en la fe. Su proyecto sigue
vivo porque en él hay semillas del
Espíritu. Ese proyecto fue, en su tiempo,
y sigue siendo hoy, una alternativa
a la realidad sociocultural y religiosa
en que vivimos.
La persona de un beato y el
patrimonio que él deja a su familia
espiritual, si es fundador, no es
exclusivo de su familia religiosa, en
este caso la marianista. Es un regalo
del Espíritu y aire fresco para toda
la Iglesia y la sociedad. Compartir su
testimonio de vida y su mensaje es lo
que quiero hacer desde estas páginas.
Su beatificación, hace poco más de diez
años, nos sirvió a los marianistas
para presentar en sociedad y en la
Iglesia un rostro original de santidad
y de humanidad: el del P. Chaminade
con dimensión universal; un rostro
que traspasa la realidad de la Familia
Marianista para convertirse en
patrimonio de todos los que buscan
orientación para ser misioneros
de tiempos difíciles. Ese rostro fue
el que se descubrió en la Plaza de San
Pedro en la mañana del domingo 3 de
septiembre del año 2000; el que mostró
y describió el Papa a los creyentes ante
la faz del mundo en la homilía de esta
celebración. A los actuales marianistas
nos toca saber volcar la figura de
nuestro fundador en moldes de Iglesia
universal, de sociedad desafiante y de la
cultura de nuestros días, de educador de
jóvenes, de servidor de pobres, de líder
que sustituye barreras por horizontes.
Por mi parte, en los días de esta
celebración, escucho cinco importantes
llamadas. Para algunos y en algunas
partes, son de vida o muerte:
Acierten a vivir este momento como
tiempo de contradicción; para superarla
bien y florecer, hay que convertirse
en signos de contradicción; ni más ni
menos. Son días para pasar y hacer
pasar de la muerte a la vida. Esa es
la mayor y mejor contradicción, ya que
nos lleva a la resurrección. Ese era su
mensaje: “Es cuestión de recomenzar con
decisión y de hacer algo determinante
para gloria de Jesucristo” (Cartas, n. 22).
Denlo todo; la vida solo así rebrota,
las ramas secas se convierten en
gérmenes si cerca hay alguien que
entra en el dinamismo del Evangelio
según el cual el que pierde la vida la va
a encontrar si cree “que aún hay sol en
las bardas”. El espíritu del P. Chaminade
es para tiempos difíciles: “Mi confianza
está puesta en el Señor y en su Madre,
para quienes yo quiero vivir y dar la vida”
(Cartas, n. 1.308).
Cuando llega la crisis, lo difícil, no
queda más que volver a Jesús, colocarle
en el centro, en el corazón; y el corazón,
en el centro del Evangelio. La vuelta a
Jesús fue propuesta espiritual y pastoral
decisiva del P. Guillermo José. Él aparece
en la escena de la Iglesia y de la Familia
Marianista para que nos volvamos
a Jesús; y Jesús está en el corazón
de María (Lc 2, 19). Ahí le encontramos.
Esa urgencia sintió el fundador: “Me
encuentro en Francia casi como en
una tierra extranjera. No sé casi qué decir
y qué hacer” (Cartas, n. 575).
Si en algo es maestro el padre
Chaminade, es en oración. Entrar en
su escuela de oración es responder a un
aspecto fundamental de su propuesta.
Nos invita a encarnar la Palabra. Con
lenguaje de nuestros días, nos quiere
haciendo la lectura orante de la Palabra.
Cuando eso se practica, se enciende
nuestro corazón como les pasó a los de
Emaús. “Hay que amar lo que se cree;
la fe, y sobre todo la fe del corazón, es
un gran don de Dios; por ello siempre
necesitamos decir: Señor, auméntanos
la fe” (Cartas, n. 164).
La lectura de la historia de la
Iglesia que ha hecho el P. Guillermo
José es muy sencilla. Siempre que la
Iglesia ha querido dar un paso nuevo
ha acudido a María; se ha convertido en
una Iglesia mariana, se ha vivido una
nueva anunciación. Con esa visión, nos
recuerda con mucha convicción que
“nosotros somos los misioneros de María…
A ella le están reservadas nuevas batallas”
(Cartas, n. 1.163) y, por supuesto, nuevas
victorias. Y exige lo que fue opción clara
del P. Chaminade: “Cada uno de nosotros
ha recibido de María un mandato para
trabajar por la salvación de nuestros
hermanos del mundo”.
Al P. Guillermo José le podemos
presentar y en él podemos ver
un gran peregrino de la fe. Vivió días
de una durísima revolución civil y
religiosa en su país. Con esa revolución,
todo se removió en él y en torno a él.
Por eso sintió la necesidad de fundar.
Su pensamiento, su proyecto y pasión
nos sirven en nuestros días para
caminar por nuestro mundo y alcanzar
la misma meta que él se propuso:
multiplicar los cristianos. Año
de gracia, año del P. Chaminade. Que,
en estos días, el P. Chaminade esté
cerca de nosotros y nos sea propicio.
I. UN SOLO PERSONAJE
CON CINCO ROSTROS:
PERFIL DE MISIONERO
PARA TIEMPO NUEVO
Tuve en el despacho de Roma,
durante diez años, el cuadro más
antiguo del P. Chaminade. Trabajaba
con él y en su presencia. Más de una
vez sentí que me miraba, y no faltaron
los momentos en que creí que me
hablaba. Para mí, ese rostro era el
típico rostro de fundador y padre; el del
que mira profundo y de cerca porque
cerca está. La pintura corresponde
a los últimos años de su vida. Se lee
en él seguridad, bondad y gravedad
a la vez; camino hecho, experiencia,
consejo y el sufrimiento propio de
quien ha iniciado algo importante
en la Iglesia y ha penado para darlo
a la luz y cuesta que siga vivo. Sus
labios son poco pronunciados y no
llegan a sonreír; sus ojos, penetrantes
y escrutadores a la vez, nos hacen
pensar en una voz fuerte y sonora;
los rasgos de su rostro están bien
definidos. Espontáneamente, lo que me
venía a los labios al contemplarlo era
llamarle “padre”, “padre fundador”, y
me surgía una relación de veneración
y de cariño filial. Él ha engendrado
una vida marianista, de ella participo
yo, y de ella, en cierto modo, también
soy responsable; trabajo para que sea
vida abundante. Respondiendo a una
llamada del Señor, se propuso hacer
de los marianistas una familia a la que
le gustó llamar “La Familia de María”.
Muchas veces he pensado que si él no
hubiera respondido generosamente a la
llamada del Señor para engendrar esta
vida, yo no la estaría viviendo en este
momento, ni el nombre “marianistas”
se escucharía en más de 40 países
de todo el mundo. Muchas veces, he
sentido que para él soy un hijo, y como
tal me debo comportar. Le tengo que
conocer, escuchar y, sobre todo, querer
y seguir la obra que él calificó de
“grande” y magnífica. Pero he sentido
también que, como él, soy un padre.
Me toca hablar, engendrar, continuar
su tarea de implantar vida marianista.
En mi oficina de Santiago de Chile,
está un diseño del P. Chaminade. Este
tiene autor: Brian Zampier, marianista
norteamericano, un buen artista.
Yo lo considero un rostro del tiempo
de la convicción y de la propuesta. No
sé por qué este rostro me ha inspirado
la dimensión de maestro en la vida del
Espíritu, aspecto que acompañó al P.
Chaminade de una manera especial
entre sus 39 y sus casi 90 años. Maestro
en la oración, en la fe, en la misión,
en la prueba, en la transmisión de la
fe, en la iniciación en el misterio de
María. Y me ha dejado con motivaciones
profundas, con visión nueva y también
con claridad sobre el camino que
debía tomar en varias circunstancias
de mi vida y que he tenido que hacer
en este cambio de época. Es buen
maestro “porque estaba convencido
de que Dios habla al corazón del que
se calla para escucharle”. Es el rostro
de un iniciador en los caminos del
espíritu. Para ello, leía mucho; tenía
una estupenda biblioteca para aquellos
tiempos, más de 800 volúmenes; se
formaba ininterrumpidamente, hizo su
doctorado; escribía, daba conferencias,
predicaba, formaba y aconsejaba.
PLIEGO
El tercer cuadro que también está
en mi despacho es el oficial de la
beatificación. El que apareció como
una gigante fotografía en la fachada de
San Pedro el 3 de septiembre del 2000.
Muestra un rostro de beatificado, de
hombre feliz. Feliz por lo que hizo por el
Reino, por su fidelidad hasta el final, por
su confianza en María, por haber creído,
por haber ofrecido una alternativa a los
hombres y mujeres de su tiempo. Se le
puede calcular una edad de unos 60
años, quizás la de más plenitud. Expresa
alegría serena, simpatía, paz, entrega
al Señor. En ese rostro yo he visto un
beato, un intercesor. Ante él se puede
recuperar la esperanza que la Vida
Marianista necesita para ser refundada,
ya que sirve para hacer santos, gente
feliz. De hecho, varios de sus miembros
han sido proclamados como tales. Por
supuesto, ante él se puede poner uno de
rodillas y pedir gracia y protección, con
la oración oficial de la misa del beato:
Padre, tú has inspirado
al bienaventurado Guillermo-José
para que se pusiera
bajo la protección de María,
a fin de trabajar
en la venida de tu Reino;
danos la gracia
de imitar su firmeza en la fe
y de difundir con su mismo ardor
la buena noticia de la salvación. Amén.
Ante él me ha tocado ponerme varias
veces de rodillas y, por su mediación, el
Señor me ha concedido, no tanto lo que
le he pedido, como lo que he necesitado.
Es un verdadero intercesor y con
confianza nos podemos dirigir a él.
No hay duda de que para aprender
a conocer, amar y servir a nuestro
fundador hay que usar la imagen y el
sonido, además de los textos. Alfonso
Ruano, director de Arte de la Editorial
SM, es el autor del logotipo del presente
Año Chaminade. Como él mismo ha
expresado, ha pretendido reflejar en él
muchos valores a través de una imagen/
retro del P. Chaminade, reconocida por
repetida y usada a lo largo de mucho
tiempo, pero presentada de una manera
nueva; lo esencial de la imagen aparece
en máximo contraste –sombra/luz–
y silueta. Pero hay en ella un toque
de modernidad, al traducir la silueta
en “píxeles”. El tipo de letra utilizada
también quiere reflejar la sensibilidad
por lo nuevo y sencillo. Aquí estamos
ante algo que es más que un rostro;
se quiere “volver a los orígenes para
proyectar futuro y celebrar la historia
propia con un lenguaje gráfico del
presente, que impulsa este momento
hacia delante”; en el fondo, nos presenta
al misionero de un mundo y un tiempo
nuevo. Por eso merece la pena fijar la
mirada en esta estupenda expresión
artística. Esta sencilla expresión
artística debe estar con nosotros cuando
nos hacemos ‘la pregunta del millón’:
¿cómo ser misioneros en este momento
de la historia? En esta celebración
de los 250 años del nacimiento del
P. Chaminade, ¿qué queremos que pase
y suceda en nosotros? Con la ayuda del
superior general, en su cuarta circular
Conocer, amar y seguir al fundador,
se concluye que el objetivo del Año
Chaminade es ambicioso. Su deseo es
que este acontecimiento nos ayude a
renovar la vivencia de nuestra vocación
y carisma marianista.
“Esta fidelidad al fundador se hace
más necesaria en momentos de cambio
de cultura, de época, como el que
estamos viviendo. Como les decía en
mi presentación de los documentos
del último Capítulo General, vivimos
un tiempo ‘de cambio, de tránsito
entre una imagen de vida religiosa y
marianista que se está difuminando y
otra que está por emerger con claridad’.
Como bien mostraba el resultado de la
consulta a la Compañía, es momento de
incertidumbre, en el que se desatan los
miedos ante el futuro”.
Este rostro es el que nos inspira la
fidelidad creativa; su mirada tiene algo
de penetrante que hace que sea grande
nuestra audacia apostólica.
Hemos contemplado cuatro rostros
del P. Chaminade. Echo de menos
un buen icono del fundador. Ese sería
el quinto, y correspondería, sobre todo,
al de los momentos en los que se dio
cuenta de que, al evangelizar en un
cambio de época, habría nuevos rumbos
y, para ello, habría que pensar en el
cielo, en él para siempre. Querría que
este icono también estuviera en mi
despacho. El icono es muy distinto de
la pintura realista. Es una idea hecha
imagen; ayuda a la contemplación y
es fruto de la misma; acompaña en la
celebración y sirve para alabar y dar
gracias. Evoca nuestra sensibilidad
mística. Nos presentaría al Chaminade
“dorado”, trasfigurado e iluminado.
Por lo mismo, solo podremos tener el
icono Chaminade a partir de la lectura
orada de su vida y de sus palabras. El
icono es “teología en líneas y colores”.
Ese icono nos recordaría lo esencial
del mensaje de Chaminade: ir a Jesús
por María, es decir, por la vía de la fe y
de la maternidad, y llegar a María por
Jesús, por un camino filial y fraterno.
El icono Chaminade nos dejaría con la
alegría y la paz del resucitado, del que
pasó de la muerte a la vida y con ganas
de compartir las bienaventuranzas a
través de una vida santa y moldeada
según la suya. En ese icono querría
ver representado al P. Chaminade de
pie, lanzado a lo alto como alguien que
está viendo lo invisible y cara a cara
con Dios. Sus pies deberían estar en
movimiento: es hermosos ver bajar
de la montaña los pies del mensajero
de la paz. Su caridad pastoral tiene
que ser visible y transparente. La parte
central de este icono sería su rostro.
En él aparecería la lucidez y la audacia,
la bondad y la felicidad; y también
un signo de lucha y de victoria. Su
mirada estaría dirigida a nosotros y nos
repetiría las palabras que dirigió a los
primeros marianistas, y que tuvieron
para él y para los que las escucharon
la fuerza de una promesa y de una
profecía: “Tal como les veo ahora les vi
un día”. Es una mirada que, a su vez,
concentra y reúne; viene del interior,
ya que al padre Chaminade le gustaba
repetir: “Lo esencial es lo interior”.
Así, Chaminade, además de
padre, maestro, beato y misionero,
se transforma en objeto de nuestra
así uno se confirma en que la persona,
el proyecto, el camino hecho por el P.
Chaminade es válido para hoy día.
Ese camino, para ser valioso, precisa
de etapas diferentes, y ser él mismo,
en cierto modo, la meta. Es la andadura
que el P. Chaminade hizo y que nos
propone para llevar un buen ritmo
y en buena dirección por la cotidianidad
de este siglo XXI.
contemplación, en olor de Cristo, con
el que los santos nos hacen sentir su
presencia. Este sería el icono de un
hombre que desde la tierra y desde el
cielo nos ofrece las señales de ruta para
emprender nuevas etapas de la historia.
En Chaminade se confirma que la
gracia se edifica sobre la naturaleza;
estamos ante un hombre sano y, al
mismo tiempo, apasionado por el Reino.
Se confirma que en nuestra vida todo es
don y tarea. Él recibió iluminaciones,
manifestaciones del Señor, disfrutó
de la acción misteriosa del Espíritu en
su vida, que le condujo por caminos
que él no sospechaba cuando iniciaba
su historia en la pequeña ciudad de
Périgueux. Por fin, cuando se contempla
ese rostro nuevo del padre Chaminade,
se confirma que el hilo conductor de su
vida fue la confianza y la certeza de que
su obra era “la obra de María”.
II. ¿CÓMO HACER QUE
UN SACERDOTE FRANCÉS,
MUERTO EN 1850, SEA UN
HOMBRE QUE MARQUE NUESTRO
RUMBO EN EL SIGLO XXI?
Siguiendo sus pasos. Porque él supo
entrar en el mundo de su tiempo con
decisión y fuerza. En efecto, en plena
revolución y difíciles días del Burdeos
del terror, decidió plantar cara, se negó
a prestar juramento a la Constitución
Civil del Clero y continuó su misión
y sus tareas de evangelización aun
con riesgo de su vida. Cuando vuelve
del exilio en 1800, mira de frente
la realidad, sin nostalgia. Imaginó
entonces una forma distinta de vivir la
fe en comunidad y con presencia activa
y transformadora en el mundo. Así,
en cierto modo, “reinventó” la Iglesia.
Optó por basar en los laicos su
intento de nueva evangelización, la que
necesitaba la Francia descristianizada.
Para ello, creó “la congregación
mariana”, inspirada en lo que ya existía,
en los jesuitas, pero con mucha fuerza
misionera e intensa actividad social y
fuerte relación comunitaria. Para ello,
crea una especie de Instituto secular,
“el Estado”, dos congregaciones
religiosas: las de las religiosas y los
religiosos. Al hacer todo esto, respondía
a una inspiración recibida en Zaragoza.
Primer paso: identificar
los signos de vitalidad
y ver esos signos de vitalidad
Allí, en los días de exilio, adquirió
una gran convicción: la vitalidad
del cristianismo pasa por una
nueva evangelización puesta bajo la
protección de María, madre de todos los
creyentes. Vio que la Iglesia del siglo
XIX no se relanzaría sobre los mismos
presupuestos y bases que la anterior a
la revolución. En ella hay que innovar y
emprender caminos nuevos. Para ello,
buscó inspiración en María. Creativo y
práctico a la vez, sueña y procede con
realizaciones concretas. En plena crisis
de pensamiento y vida cristiana en
Francia, elabora el credo del momento y
lo confiesa y transmite. Menos conocido
que otros pensadores de esos días, será,
sin embargo, más profundo. A todos
sus seguidores les confió la misión
de estar al servicio de los jóvenes y
de los pobres, destinatarios preferidos
de la obra que iniciaba.
Pero la mayor de las modernidades
del padre Chaminade es la que comparte
con los santos de entonces y de ahora.
Sabía que nada grande se puede hacer
en el ámbito de la vida espiritual y de
la misión sin la oración, sin el aliento
del creyente, que lo mete en el seno
del amor, de las obras grandes. Para
entender y vivir esta realidad, se precisa
entrar en una escuela de oración, y
eso monta el P. Chaminade. Solo así se
entiende el carisma marianista y solo
Al volver de Zaragoza, el padre
Chaminade llega con una intuición,
una inspiración; ha visto algo. Ha
“visto” signos de vida que vida darán.
Ha “visto” hombres y mujeres, jóvenes
y adultos, que son una alternativa a la
realidad existente que debilita o bloquea
la fe de su pueblo. Tiene un sueño. Al
ver a esos jóvenes, cree y espera; espera
y actúa. Les organiza, se mueve. Sueña
con un futuro y mantiene firme su
visión a pesar de los acontecimientos
que se oponen a ello. Su vida podría
ser descrita como una serie de
contratiempos y como una victoria
progresiva sobre todos los muchos
obstáculos que fueron apareciendo en
los diferentes momentos. Pero en él
todo nace de ver la vida que renace,
de descubrir lo que brota. Él mismo
se comparó con un arroyo de corriente
suave que supera con paciencia todos los
impedimentos a su paso, superándolos
para continuar impertérrito su curso.
Supo dónde había agua y terreno fértil.
Entre los signos de vitalidad que él
conoce y ve, estaba la realidad
de los carismas que mueven a la gente.
De ellos brotaba mucha vida; florecían
y crecían. La congregación comienza en
diciembre del 1800 y al año siguiente
contaba con 100 miembros; en 1809,
ya eran 1.000, y ello le hizo pensar y
soñar en una acción y en un pueblo de
santos. Vio crecer y se dio a hacer crecer.
En 1825, la congregación se había
extendido a más de cincuenta ciudades.
Su sueño de recristianizar Francia
parecía hacerse realidad. Soñó el futuro
y lo vio. De ahí partió, le movieron
la vida, las ganas, la certeza de su fe.
Ese fue su primer paso y tiene que ser
el nuestro: ver los signos de vitalidad.
Un pueblo, un grupo, una persona
PLIEGO
que no ve los signos de vitalidad no
tiene ningún futuro.
Él vio a María. Ella, por supuesto, no
es el centro de su intuición carismática.
Lo es Cristo. Pero se preocupa
de enseñar a “mirar a Jesús, unirse a
Jesús y actuar en y por Jesús”. María
está en el centro y lleva al centro.
Para el padre Chaminade, María es
la realización más alta del Evangelio
y el gran signo del rostro maternal
y misericordioso de la cercanía del
Padre y de Cristo, con quienes ella
nos invita a entrar en comunión. Con
ella se vivió el primer Pentecostés y se
vive todo nuevo Pentecostés. De estas
grandes intuiciones marianas nace su
gran convicción para el P. Chaminade:
nuestro futuro es María. Por tanto, como
se nos recordaría más tarde: “No se
puede hablar de la Iglesia si no está
presente María” (Pablo VI).
El P. Chaminade no se comporta en su
proceder misionero como un nostálgico
de lo que se está perdiendo, sino como
un profeta entusiasta de lo que está
naciendo y de lo que Dios quiere crear.
Por eso Juan XXIII, al declarar la
heroicidad de sus virtudes, lo considera
“un pionero y un precursor”.
Segundo paso: poner
nombre a esos signos
Este paso es importante para un
innovador, un fundador; es importante
dar un alma, una vida, a lo que se
inicia. El segundo paso supone verter
la visión del proyecto que el Señor le ha
inspirado y que le anima en personas,
instituciones, grupos, realizaciones.
Importante, también, ponerle nombre.
A sus obras las va a llamar Congregación
de la Inmaculada Concepción, religiosas
marianistas, Compañía de María,
religiosos marianistas; capilla
de la Magdalena para acoger a jóvenes,
escuelas para la juventud. Las personas
se llaman Adela, Lalanne, María Teresa
Lamourous, Canton, Rothea. El padre
Chaminade es un líder con seguidores.
Un buen mensaje de su parte para los
emprendedores de corto hálito sería:
“¡Ánimo! El tiempo y los años pasan
rápido. Vamos avanzando, mi querida
Teresa; nos hacemos viejos… Ahora
deberíamos comenzar de veras y hacer
algo para la gloria de Jesús, nuestro buen
Maestro. Piénsalo por ti misma; yo lo haré
por mi parte”. El cardenal Donnet, de
Burdeos, llegó a afirmar que a la cabeza
de todas las obras buenas de la diócesis
se encontraba el nombre de Chaminade.
Tercer paso: situarlos en el contexto
de la sociedad y de la Iglesia
Esa sociedad francesa del padre
Chaminade precisa justicia y fe, equidad
y calidad de vida; necesita gente, sobre
todo laicos, apasionados por Jesús y por
la humanidad. En esa sociedad e Iglesia,
“los antiguos métodos ya no podían
resolver satisfactoriamente los problemas
actuales. El mundo ya no podía volver a
sus formas previas. Se debería aplicar la
misma palanca, pero ahora con diferentes
puntos de apoyo” (P. Chaminade). En esa
sociedad e Iglesia había que transmitir
la fe. Hay que llegar a la inclusión,
la interdependencia, la fe del corazón.
El P. Chaminade soñaba que en esa
realidad tendría que probar que
el “cristianismo no es una institución
envejecida y que el Evangelio puede
practicarse todavía como hace
1.800 años”. El desafío era claro:
la necesidad de una educación religiosa
y la lucha por la formación de mentes
y corazones. Esos signos de vida
y esos movimientos se encarnan
en la realidad social, política, cultural
y religiosa de su tiempo. Su proyecto
y los nuevos desafíos que emprende
exigían que la sociedad para la que
trabajaba recuperara su alma, sus raíces
espirituales y morales.
Cuarto paso: convertirlos en punto
de partida de una etapa nueva
Con ese carisma, esas personas,
este peregrino en la fe comienza una
etapa nueva. Algo nuevo supo iniciar
Guillermo José Chaminade el día 8 de
diciembre del 1800 y el 1 de mayo del
1817. Para ello hay que ser original,
hay que traer algo nuevo al mundo.
Los grandes hombres y mujeres no se
dedican a hacer fotocopias. Tienen
carisma, viven de una manera original
el Evangelio. Fue mucho lo nuevo que
apareció en la sociedad y en la Iglesia,
sobre todo en Burdeos, por obra del
padre fundador. Sabía que había que
empezar una etapa nueva: Nova bella.
Fundó mucho, fue iniciador de grupos y
realidades diferentes; plantó, regó e hizo
regar. A los que han sabido descubrir
lo nuevo de lo nuevo hay que seguirles
de cerca. Dan vida y abren camino. Él
nunca quiso aceptar la derrota.
Con el P. Chaminade comienza una
nueva forma de ser Iglesia; en nuestros
días diríamos que nos “vendió” un
modelo mariano de Iglesia; una nueva
forma de ser laico, de ser religioso y de
ser una familia espiritual en el mundo.
Los días del padre Chaminade fueron de
cambio, de tránsito, y él vio emerger con
bastante claridad muchas realidades
nuevas. Por eso él mismo hacía esta
confidencia: “… No sabemos todavía
muy bien cómo será ese futuro, pero
estamos convencidos de que está ahí, y
lo esperamos fiados en el Señor, porque
sabemos, es más, sentimos y vivimos por
qué y para qué quiere el Señor religiosos
marianistas en la Iglesia y en el mundo”.
Quinto paso: celebrar
esos signos de vida
Esto significa que este hombre del
siglo XVIII-XIX se arrepintió de no dar
más vida al pueblo y a la Iglesia de sus
días; le costó proclamar que su obra
era magnífica, grande, transformadora,
pero, al fin, lo hizo. Más de una vez
pensó que la Familia Marianista no
iba a sobrevivir, y de esos malos
pensamientos se arrepintió. Escuchó la
Palabra de Dios para conocer el querer
de Dios y de los hombres, y para hacer
que corrieran aires nuevos y fresca brisa
en su entorno, y para revivir sus sueños.
El “hagan todo lo que él les diga” se
convirtió en divisa para todos. Mucha
fuerza sacó del “te aplastó la cabeza
y te la aplastará”; escuchaba con oído
de profeta. Oró para tener inspiración,
fuerza, constancia y generosidad.
Agradeció el ver crecer lo que había
iniciado, lo que contagiaba vida. Alabó
al Padre, cantó el Magníficat.
En una palabra, para el marianista
toda celebración es un nuevo encuentro
con María que le lleva a la misión;
ese encuentro se refrenda con una
consagración que es renovación
de la consagración bautismal y que pide,
también, más amar y mejor servir.
En la tarea misionera, sobre todo
cuando es comunitaria, el marianista
reaviva el carisma fundacional y logra
especial fecundidad.
Este proceso gira en torno a un
núcleo carismático. Cuando se captan
todas estas intuiciones e instituciones
carismáticas, se descubre en el padre
Chaminade un hombre del siglo XVIII
y XIX que sirve para hacer camino en
el siglo XXI. Da pistas a los que tenemos
que evangelizar en tiempos nuevos.
III. MENSAJE A LA FAMILIA
MARIANISTA DE HOY
El P. Chaminade, después de sus casi
90 años vividos en esta tierra y de los
160 en la Casa del Padre y desde allí,
¿qué nos dice a los marianistas? He aquí
algunas de las palabras que nos dirige
con ocasión de este aniversario. Este
mensaje lo resumimos en las tres ‘R’.
R
elanzar
la misión
Ello supone un renacer del celo
evangelizador en todos los integrantes
de la Familia Marianista. Esta familia
existe para evangelizar. Nos viene bien
evocar las palabras proféticas de Pablo
VI en la Evangelii Nuntiandi: “La Iglesia
existe para evangelizar; su misión y su
dicha es el anuncio de Jesucristo”. Eso
hacen los evangelizadores convencidos
y entusiastas como los primeros
cristianos. Evangelizar es el gozo
y la vocación del marianista. De ahí
la espontánea audacia misionera.
Estamos en momento propicio para
despertar nuestra vocación misionera.
La misión no es proselitismo, sino
ganas de contagiar el gozo por lo que
hemos encontrado en Jesús. La tenemos
que convertir en una urgencia y un gran
deseo. Actualmente, la conciencia de
necesidad misionera tiene que crecer
mucho. Nos lo imponen los hechos y los
números. El misionero evangelizador
marianista tiene que ser hombre y
mujer con carisma misionero, con
vocación, con especial modo de orientar
la vida y metidos en el corazón
de una Iglesia valientemente lanzada
a perforar nuevos horizontes. Bien
podemos decir que un nuevo modo de
evangelización se está gestando.
En la Familia Marianista del mundo
hay brotes de una nueva acción
misionera. Esta misión está delineada
en el campo de la educación, la justicia,
el desarrollo humano y el anuncio
del Evangelio. Pasa por el contacto
y por el contagio. Será siempre una
buena noticia y eco de la propuesta de
Miqueas: practicar la justicia, amar con
ternura y caminar humildemente con el
Señor (Miq 6, 8). No hay duda de que en
el proyecto misionero hay un “vayan”,
salgan a la calle, contagien el fuego
del Espíritu.
R
eafirmar y expresar
de modo nuevo la identidad
del marianista, el carisma
Ello supone hacer realidad la
experiencia kerigmática original
cristiana y marianista. La cual se da
en el encuentro personal con Jesús.
Así se define la condición del creyente.
Tenemos necesidad de “lanzar las redes
en aguas más profundas” (Benedicto
XVI). En los últimos años, el mundo
y la Iglesia cambiaron y pusieron en
crisis la identidad de las personas, de
los creyentes, de la familia. El contexto
cultural ha llevado a ello. Este fue el
intento del Vaticano II. Pero algunos
tienen la impresión de estar viviendo
una primavera interrumpida.
Esa identidad nos la da también
la descripción del marianista de hoy,
los rasgos que le deben caracterizar. No
hay ninguna duda de que es una mezcla
de alegría pascual y misericordia,
de gratuidad y generosidad. Estas
cuatro notas son las propias de los días
de resurrección.
Estas notas y este nuevo dinamismo
viene de la experiencia pascual que
lo llena todo. Desde ella se marcan
bien estos trinomios: seguimiento,
misión, Jesucristo; mundo, Iglesia,
Reino; persona, sociedad, comunidad;
liberación, comunión, transformación;
ministros, laicos y religiosos.
Un buen ejercicio de fe y de aprecio
al P. Chaminade nos lleva a juntar
estas experiencias hasta dar con
algo diferente, algo con lo que nos
dividiríamos menos en la Iglesia y la
Familia Marianista, y lograríamos entrar
en contacto con más grandeza de ánimo
y con más espíritu pascual. Nos toca
vivir y formular esta nueva identidad
que parte del corazón de nuestra fe en
Cristo muerto y resucitado y recorrer
el camino pascual. “No se comienza a
ser cristiano por una decisión ética o una
gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da
un nuevo horizonte a la vida y, con ello,
una orientación decisiva” (DA, 243).
R
enovar la institución
eclesial
El mundo ha cambiado, también
la realidad cultural que nos rodea.
La Familia Marianista, no lo suficiente
como institución, la Iglesia tampoco. Se
vive un reduccionismo grande, en el que
se advierte la falta de la influencia de la
mística de Jesús y del espíritu pascual.
Otras instituciones tienen un mensaje
más atractivo, un lenguaje más claro
y cercano, y una acción más fecunda
que la nuestra. En cada época de la
Iglesia, sus instituciones han tenido un
proyecto que les ha permitido superar
su agotamiento y han evitado que su
meta fuera continuar y mantener lo que se
hace. Ahora falta propuesta alternativa
y fijar el modo de llevarla adelante.
Muchas de las estructuras no responden
más a las exigencias de los hombres
y mujeres de hoy, que tienen sed de
un Dios más cercano, transparente y
visible. Para lograrlo, se requiere una
mayor sinergia; más puentes que vallas,
y más nexos que separaciones.
Las otras dos tareas no se van a
conseguir si esta no se da. Activar,
potenciar y enriquecer
PLIEGO
las estructuras de diálogo, participación,
complementariedad, reciprocidad
e interacción supone importantes
cambios eclesiales.
Esta Familia Marianista que el padre
Chaminade fundó no dudo que en este
momento la querría diferente. Buscaría
que todos, hombres y mujeres, jóvenes y
adultos, religiosos y laicos, bebiéramos
del mismo pozo; esa savia se fortificaría
en el tronco de ese gran árbol por donde
corre y crece la savia común; llegaría
a las ramas, diferentes y vivas, que,
alimentadas por las mismas raíces,
darían frutos variados y sabrosos que
fortalecerían al Pueblo de Dios. El vino
nuevo apunta a renovar, a revitalizar
la novedad del Evangelio. Los odres que
contienen ese vino son las estructuras.
El P. Chaminade fue revolucionario
en proponer odres nuevos; a nosotros
nos toca dar pasos importantes en la
sociedad y en la Iglesia en este campo.
Estas son las tres ‘R’ de la propuesta
del fundador que ahora se convierten
en proclama:
A la Iglesia del siglo XXI que camina
por India, Perú, Kenia, España, Canadá:
¡paz y gozo! El creyente de este siglo,
para serlo y hacer creyentes a los
demás, necesita lucidez y audacia, como
las necesité yo para rehacer el tejido de
la fe en el comienzo del siglo XIX en mi
país.
Les exhorto a ser lúcidos, a ver
lejos; a no dar tanta importancia a lo
que separa, que a veces quita visión de
conjunto. Destaquen lo que une a los
hombres y mujeres del mundo entero.
Pongan la fe y el amor en el centro. La
lucidez supone ver las raíces sin olvidar
los frutos. La lucidez no paraliza, evita
el repetirse y la mediocridad, recrea.
Lleva a actuar, a comenzar etapa
nueva. Los fines de una etapa pueden
ser comienzos de otra nueva. Solo
los que tienen lucidez pueden ver en
la oscuridad y ponderar todo el peso
de los dos grandes problemas de este
tiempo: el de la pobreza y el de no saber
o no querer vivir juntos los que son
diferentes. Imposible que la pobreza
desaparezca en 24 horas, pero es mucho
lo que se puede hacer para disminuirla.
Que acierten a ver, sobre todo, las luces
de la nueva aurora y las conviertan
en fuerzas revitalizadoras. No olviden
que las cosas que les han servido para
hacer glorioso el pasado no siempre les
servirán para hacer fecundo el futuro.
Yo, antes de fundar a los religiosos
marianistas, miré por todas partes para
dar con una forma de vida consagrada
que respondiera originalmente
al deseo de vivir en santidad. Solo así se
entra en la verdadera utopía y se confía
en la Providencia, como me gustó hacer
en mi vida.
Recomiendo que tengan mucha
audacia. Cuanto más lúcido sea su
discernimiento, mayor será su audacia.
Que sea la de los profetas y maestros.
Invito a dar batallas nuevas para
tiempos nuevos. Para ello, hay que
comenzar por sembrar esperanza
y cultivar el coraje de todos los días.
Es necesario reconciliarse con la
simplicidad de lo concreto para llegar
lejos. Si no se ejercita la esperanza, se
seguirá atrapado en la nostalgia del
pasado. Les repetí muchas veces, sobre
todo cuando ya me acercaba a la muerte,
que es importante tener la moral
de vencedores, y de los vencedores que
consiguen la victoria sin derrotar
a nadie.
De María aprendí lucidez y audacia.
Fue lúcida en la Anunciación, audaz
en su canto del Magníficat. Se sintió
pequeña, pero no impotente. Fue audaz
al pie de la Cruz y cuando dijo: “Todo
lo que Él les diga, háganlo”. Audacia
comunicó a los apóstoles en el Cenáculo.
Por ello bien les puedo proponer: “María
duce”, María es guía y buena compañía.
Ya en el Santuario del Pilar me concedió
gracia para ser lúcido y evitar el miedo
que paraliza. Muchas veces le pedí:
“Fortaleza en la fe, seguridad en la
esperanza y constancia en el amor”. No
hay duda: para aprender a evangelizar
en un cambio de época, se precisa vivir
días con riesgo.
Hagan esto y vivirán.
Este es el mensaje del Beato
Chaminade para el protagonista del
cambio de época. Que con su gracia
seamos capaces de seguir sus huellas.
Nos hace mucho bien una afinidad
espiritual con él y ponernos en
condiciones para recibir el “impulso
interior” que de él viene. Reconocida
la talla excepcional del P. Chaminade
como hombre de Dios, nos interesa y
necesitamos su mediación en nuestras
vidas. La que llega por su intercesión.
Así nos envuelve con el espíritu que
nos pasa junto con su manto, como
ocurrió con Elías y Eliseo (2 Re 2, 8-15).
Pedimos gracia para ser engendrados en
Cristo por él (1 Co 4, 15-16). Así, estamos
prolongando la santidad de vida del
fundador y su misión. Así, llegaremos
a ser “nosotros mismos, en nuestro
mundo, sus ojos y su corazón: ojos
que miren y vean como él, corazones
que sientan como él, que vibren
con lo que él vibró, amen lo que él amó”
(P. Manuel Cortés).

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