Fragmento del Diálogo tercero de la obra Del infinito

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Fragmento del Diálogo tercero de la obra Del infinito
Fragmento del Diálogo tercero de la obra Del infinito: el universo y los mundos de Giordano Bruno
BURQUIO– Con esta opinión vuestra pretendéis subvertir el mundo.
FRACASTORO– ¿Te parece que haría mal quien pretendiera subvertir el mundo subvertido?
BURQUIO– Pretendéis hacer inútiles numerosos esfuerzos, estudios y sudores en torno al oído físico, a los cielos y
los mundos, donde se han exprimido el cerebro muchísimos grandes comentadores, parafrasistas, glosadores,
compendiadores, sumulistas, escoliastas, traductores, autores de cuestiones y teoremas, donde han sentado sus bases
y fijado sus fundamentos doctores profundos, sutiles, dorados, grandes, inexpugnables, angélicos, seráficos,
querúbicos y divinos.
FRACASTORO– Añade los quiebrapiedras, rocarruidosos, cornúpetos y calcipotentes. Añade los profundividentes,
paladios, olímpicos, firmamentales, celeste-empíricos y altitonantes.
BURQUIO– ¿Deberemos arrojarlos a todos, a instancia vuestra, en una letrina? ¡Por cierto que estará bien regido el
mundo cuando sean eliminadas y despreciadas las especulaciones de tantos y tan dignos filósofos!
FRACASTORO– No es justo que privemos a los asnos de sus lechugas y pretendamos que sus gustos sean semejantes
a los nuestros. La diversidad de ingenios y entendimientos no es menor que la de humores y estómagos.
BURQUIO– ¿Queréis decir que Platón es un ignorante, que Aristóteles es un asno y que quienes los han seguido son
insensatos, estúpidos y fanáticos?
FRACASTORO– Yo no digo, cacharro mío, que éstos sean potros y aquellos asnos, éstos monitas y aquellos grandes
simios, como queréis que yo diga, pero, como os he explicado desde el principio, los considero héroes de la tierra,
aunque no quiero creer en ellos sin causa ni admitirles aquellas proposiciones cuyas contradictorias, según podéis
haber comprendido, si no sois enteramente ciego y sordo, son tan manifiestamente verdaderas.
BURQUIO– ¿Y quién ha de ser aquí el juez?
FRACASTORO– Cualquier sentido normal y cualquier juicio despierto, cualquier persona discreta y no pertinaz, cuando
se sienta convencida e incapaz de defender los argumentos de aquellos y de resistir a los nuestros.
BURQUIO– Cuando yo no los sepa defender, será por culpa de mi incapacidad y no de su doctrina; cuando vos, al
impugnarlos, sepáis salir adelante. no será por vuestra sofística insistencia.
FRACASTORO– Si yo me supiese ignorante de las causas, me abstendría de dar opiniones, me consideraría instruido
por la fe y no por la ciencia.
BURQUIO– Si tú estuvieses mejor influido, sabrías que eres un asno presuntuoso, sofista, perturbador de la buena
literatura, verdugo de los ingenios, amante de las novedades, enemigo de la verdad, sospechoso de herejía.
FILOTEO– Hasta ahora, éste ha demostrado tener poca instrucción, ahora nos quiere dar a entender que tiene poca
discreción y que es un mal educado.
ELPINO– Tiene buena voz y discute con más gallardía que si fuese un fraile franciscano. Mi querido Burquio, mucho
alabo la constancia de tu fe. Desde el principio declaraste que, aun cuando esto fuese cierto, no querías creerlo.
BURQUIO– Sí, quiero más bien ignorar con muchos hombres ilustres y doctos que saber con unos pocos sofistas, como
considero que son estos amigos.
FRACASTORO– Difícilmente podrás distinguir entre doctos y sofistas, si damos fe a lo que dices: No son ilustres y
doctos los que ignoran: los que saben no son sofistas.
BURQUIO– Yo sé que entendéis lo que quiero decir.
ELPINO– Bastante sería si pudiésemos entender lo que decís, ya que a vos mismo os resultaría muy difícil entender
lo que queréis decir.
BURQUIO– ¡Marchad, marchad, vosotros, más sabios que Aristóteles; ¡id, id, más divinos que Platón, más profundos
que Averroes, más prudentes que tan gran número de filósofos y teólogos de tantas épocas y naciones, que lo han
comentado, admirado y elevado hasta el cielo! ¡Id, vosotros, que no sé quiénes sois y de dónde salís y queréis presumir
de oponeros al torrente de tantos grandes doctores!
FRACASTORO– Este sería el mejor de cuantos argumentos nos habéis dirigido, si en realidad fuese un
argumento.
BURQUIO– Tú serías más sabio que Aristóteles, si no fueses una bestia, un pobre diablo, mendigo, miserable,
alimentado con pan de mijo, muerto de hambre, engendrado por un sastre, nacido de una lavandera, sobrino de Pancho,
el remendón; hijo de Momo, mayoral de las putas; hermano de Lázaro, que hace zapatos para los asnos. ¡Quedad con
cien diablos también vosotros, que no sois mejor que él!
ELPINO– Por favor, magnífico señor, no os toméis más la molestia de venir a visitarnos y esperad que nosotros vayamos
a vos.
FRACASTORO– Querer demostrar con muchos argumentos la verdad a semejantes individuos es como si con muchas
clases de jabón y lejía se lavase muchas veces la cabeza del asno: en tal caso no se adelanta más lavándolo cien veces
que una sola y es enteramente igual haberlo y no haberlo lavado.
FILOTEO– Más aún, aquella cabeza siempre será considerada más sucia al fin del lavado que al comienzo y antes,
porque mientras más agua y perfumes se le echan, más y más se remueven los humores de la misma y llega a sentirse
aquel mal olor que de otro modo no se sentía, el cual será tanto más molesto cuanto es despertado por más aromáticos
líquidos. Mucho hemos hablado hoy. Mucho me alegro de la capacidad de Fracastoro y de vuestro maduro juicio, Elpino.
Ahora bien, puesto que hemos discurrido acerca del ser, el número y las cualidades de los infinitos mundos, es justo
que mañana veamos si existen argumentos en contra y cuáles son.
ELPINO– Así sea.
FRACASTORO– Adiós.

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