El amor del violinista

Transcripción

El amor del violinista
El amor del violinista
Volví a doblar la carta y la guardé en mi bolsillo. Las urnas de sus cenizas. No
podía creerlo, los tenía en mis manos. Yo sería la persona que haría realidad su
última voluntad. Sería quien ayudaría a romper ese tópico...
Y ahí estaba yo... con lágrimas en los ojos y mi melena ondeando al
viento... y ahí estaba yo pensando en todas y cada una de sus palabras... buscando
en mi cabeza los recuerdos... y sobre todo aunque con lágrimas, sonriendo.
Sonriendo y agradecida por el mejor consejo y la mejor lección que podría recibir
en la vida...
Abrí las urnas y sus cenizas volaron y se esparcieron juntas con el viento.
Como habían vivido, como querían seguir eternamente... juntos. Permanecí unos
segundos mirando el horizonte, sintiendo las olas del mar romper a mis pies y
finalmente me senté y lloré. Expresé mi dolor y mi alegría, por fin comprendí lo
que ella había sentido, lo que él había sentido. Supe lo que para ellos había
significado el amor...
*
Desde que tengo memoria mis abuelos habían sido la pareja más unida que
jamás había visto. Se miraban con amor, siempre cogidos de la mano, conocían los
gustos del otro más que los suyos propios, no hacían nada sin consultarse
mutuamente... a pesar de los muchísimos años de matrimonio, se amaban incluso
más que el primer día. Siempre los había tenido como modelo y mi deseo era vivir
el amor de la misma manera que ellos lo vivían.
Cuando cumplí los dieciséis años, tuve un desengaño amoroso, una
decepción. Para poder desahogarme, fui a casa de mis abuelos como tantas otras
veces había hecho. Mi abuela me escuchó y después de una tarde de llantos, pastas
caseras y té caliente, salí de allí muy reconfortada y segura de que tarde o
temprano llegaría el amor, llegaría la persona con la que compartiría toda mi vida.
Pasaba una buena época, los estudios iban bien, las cosas en casa también y
el desengaño no fue capaz de arruinar todo eso, porque al fin y al cabo esa relación
había sido fruto de mi desesperada búsqueda, ni siquiera estaba segura de que
fuese amor... mi abuela me hizo ver que no tenía que intentar encontrarlo, que él
llegaría a mi cuando menos lo esperase, cuando la persona adecuada para mi
apareciese , que yo me daría cuenta y no lo dejaría escapar.
El tiempo pasaba y yo simplemente, esperaba, vivía , era feliz, aunque
deseaba con todas mis fuerzas que llegara el día en el que mi sonrisa fuese la
respuesta a otra.
Mientras esperaba y soñaba con la llegada de mi príncipe azul, escribía y
leía poesía, veía una y otra vez películas en las que el amor era el principal tema.
Mis padres y mis dos hermanos menores se burlaban de mi y mi afición a todo lo
relacionado con el amor. Mi abuela era la única que me comprendía y me daba su
aprobación. Me dejaba leer sus libros y me contaba historias. Una y otra vez la
pedía que me contara su propia historia de amor, y ella, con la más misteriosa
sonrisa siempre me decía que las historias no se pueden contar mientras se están
escribiendo, que ya conocería su historia algún día. Por todo esto pasaba mucho
tiempo en casa de mis abuelos y empecé a conocer detalles, algunos de los que me
sorprendió enterarme después de tantos años. Detalles como la diabetes de mi
abuela, la sordera progresiva de mi abuelo o la dificultad en aumento de los
movimientos de ambos que harían que en pocos años no pudieran seguir viviendo
solos. Fue entonces cuando me di cuenta de que mis abuelos ya eran mayores y
empecé a plantearme que no les quedaban muchos años de vida. Comencé a pasar
mucho tiempo con ellos y a ayudarlos en todo lo que podía. En los meses
sucesivos pude conocer el verdadero amor. Y era mucho mejor que el que se narra
en los libros y las películas.
Llegó el día en el que mi abuelo apenas podía levantarse de la cama y no
escuchaba absolutamente nada, a pesar de ello, cada día despertaba con una
enorme sonrisa. Yo le preguntaba que si era feliz, y el siempre respondía que era el
hombre más feliz del mundo. No podía entenderlo... él era consciente del poco
tiempo de vida que le quedaba... pero no le preocupaba en absoluto.
Mi abuela en cambio, seguía tan activa como de costumbre y nunca
olvidaba inyectarse su insulina, ni de tomar su medicación.
Un día, tras ayudarla a asear y acostar a mi abuelo la pregunté que si no tenía
miedo de perderle, que si no estaba aterrada por la idea de verlo morir... su
respuesta erizó mi piel... me dijo que no, porque no iba a perderle, porque una vez
prometieron que siempre se amarían y no iban a romper esa promesa. Pasara lo
que pasara, siempre iban a permanecer juntos.
Cuando apenas había cumplido los diecisiete y como llevaba algún tiempo
temiendo, mi abuelo murió por un fallo cardíaco. La verdad es que todos lo
temíamos y sabíamos que en poco tiempo iba a ocurrir, pero a pesar de ello, fue un
duro golpe para todos, en especial, para mi abuela. Como ella había hecho en mis
malos momentos, pasé las sucesivas tardes en su casa, llorando junto a ella,
consolándola y animándola.
Una tarde mientras tomábamos nuestro acostumbrado té con pastas, la pedí
que me contara su historia de amor. Él había fallecido, la historia ya había
terminado y ya podía ser relatada... pero se negó. Pensé que me había precipitado,
quizá era demasiado pronto y el recuerdo la hacía daño... pero su respuesta, una
vez más, me asombró: “No querida, esta historia no ha terminado... no todas las
historias tienen un final, ¿sabes?”
No sabía muy bien cómo reaccionar, así que callé.
El tiempo avanzaba lenta, pero implacablemente y durante un año, fui diariamente
a visitar a mi abuela tarde tras tarde. Tras el primer mes, no volví a verla llorar y
cada conversación me hacía madurar y aprender algo nuevo sobre la vida y el
amor.
Una tarde, llamé a la puerta a las 5,30, como de costumbre. Pero nadie me abrió.
Entré con la copia de la llave que tenía. No estaba en el salón ni en la cocina, así
que fui a la habitación. La encontré en la cama, tumbada y a su lado en el suelo,
varias cajas de madera. Pensé que estaba dormida y me acerqué, pero al tocarla le
noté helada. Me asusté y busqué su pulso, pero no tenía. Miré las cajas y vi que
tenía nombres escritos. El de mis padres, los de mis hermanos y el mío. Sobre ellas
había una nota que decía así:
” Confío en que tarde o temprano comprenderéis mi actuación. Creo que de mi
estancia en el mundo no se puede obtener nada más. He sido feliz todos y cada uno
de los días de mi vida y creo que he cumplido el trabajo que tenía que hacer aquí.
Ahora, vuelvo a su lado para continuar escribiendo nuestra historia. Lorena,
considera que tienes en tus manos el primer tomo. Mi última voluntad es ser
incinerada y que tú mi vida, seas quien esparza mis cenizas junto a las de tu abuelo
en la playa por la que paseábamos cuando eras aún una niña.
Coged vuestras cajas, en ellas están los objetos que considero que cada uno podréis
necesitar y valorar en el futuro.
No tengo más que deciros, gracias por todos los momentos, os quiero”
Temblando y llorando llamé a mi madre . La muerte había sido causada
por no haberse inyectado la insulina. Mi madre no quería aceptar que la abuela se
había ido por voluntad propia y se aferraba al hecho de que era mayor y la
memoria podía haberle fallado. Yo que había pasado mucho tiempo con ella esos
últimos días sabía que no, su memoria estaba perfectamente pero no su corazón.
No podía seguir viviendo separada de mi abuelo y quiso volver con él.
Fue incinerada como había pedido y la urna con sus cenizas me fue
entregada. En cuanto la tuve en mis manos, acudí al lugar que me había pedido
con la caja de madera que me había dejado. La abrí y dentro encontré la urna con
las cenizas de mi abuelo y una carta. Me senté en una roca y comencé a leerla:
”Hace años, esta playa en la que tú te encuentras, estaba completamente desierta.
Yo solía venir cada tarde cuando terminaba todas las labores de la casa y ayudaba
a mi madre. Me sentaba en la suave arena y sacaba de mi bolso una novela. Leía,
devoraba las novelas hasta que el sol comenzaba a ponerse. Entonces guardaba el
libro y miraba al sol. Veía los rayos esconderse dentro del mar, le veía desaparecer
en el horizonte Y entonces empezaba a soñar despierta. Sí querida, yo también
había empezado una búsqueda desesperada e idealizada del amor que narraban
mis novelas. Buscaba príncipes, caballeros, campesinos... pero no me paraba a
pensar que nada pasaría hasta que la persona adecuada apareciese. No entendía
que no podía buscar personajes novelescos, si no escribir mi propia historia. Esta
que ahora tienes en tus manos:
Una puesta de sol, escuché una música, que se coló en mi cabeza poniendo
fondo a la fantasía que en ella se estaba creando. Una historia de príncipes y
princesas. Una historia de amor verdadero y final feliz, esos finales que tanto me
obsesionaban. Estaba tan ensimismada que ni me preocupé en averiguar de dónde
venía. Solo salí de mi ensimismamiento cuando escuché las campanas de la iglesia
del pueblo, supe entonces que era hora de volver a casa. Como hacía a diario,
recogí mis cosas y caminé un par de kilómetros hasta el pueblo.
Normalmente, ayudaba a preparar la cena y acostaba a mis hermanos.
Después me acostaba y por lo general, no tenía problemas para dormir, pero
aquella noche tenía la melodía grabada en mi cabeza, no podía dejar de repetirla...y
me costó mucho dormirme.
Como cada mañana, me desperté al alba y fui a la panadería con mi padre.
Era el panadero del pueblo y teníamos una posición privilegiada dentro de la
sociedad de aquel momento. Pero eso no quería decir que no tuviéramos que
esforzarnos y trabajar muy duramente. Después de ayudarle, volvía a casa y
ayudaba a mi madre con las labores de la casa, hacía la comida a mis hermanos...
Al ser la mayor, y además ser una chica, no asistía a la escuela, pasaba mis días
trabajando y ayudando.
Pero ese día estaba totalmente desconcentrada, no podía sacarme aquellas
notas musicales de la cabeza y deseaba terminar todas mis tareas para regresar a la
playa. Pasé allí el tiempo acostumbrado, y tan solo me acompañaron los trinos de
los pájaros y las olas rompiendo a mis pies.
Seguí acudiendo a la playa tarde tras tarde, esperando volver a escuchar esa
linda melodía. Pasado un mes aproximadamente, volví a oírla y esta vez
guiándome por ella, caminé para encontrar de dónde procedía. Venía del violín de
un hombre que sentado en una roca y con la mirada perdida en el horizonte, tocaba
frenéticamente. Me quedé de pie escuchándole, hasta que terminó. Cuando dejó el
violín sobre su funda, me miró. Yo le sonreí y al ver su sonrisa, mi imaginación
voló hasta el cuento de princesas que su primera melodía había inspirado en mi. Se
acercó a mi y muy tímidamente comenzamos a hablar. Me contó que era un
músico ambulante y estaba de pasada en el pueblo. Esa tarde no leí, pasamos horas
charlando y mientras el sol se ponía, el volvió a tocar para mi la melodía que tan
dentro de mi cabeza se había grabado. Cuando las campanadas sonaron, le dije que
tenía que volver y disimuladamente, también dije que iba a aquella playa todas las
tardes.
Esa noche tampoco pude dormir. Sentía que por fin había encontrado el
hombre que haría posible la creación de mi cuento de princesas. Incluso pensé en
contárselo a mi madre, pero ¡se escandalizaría! Era más mayor que yo y su
profesión... ¡mi madre no lo aceptaría!
Durante las tardes siguientes nos vimos, y poco a poco fui conociendo sus
sueños y dejé que conociera los míos. Fui entrando en su interior y permitiendo
que entrara en mi. Él entendía el amor que yo soñaba y su forma de expresarlo era
la música. En los meses siguiente puso melodía a las historias que yo le contaba
mientras el sol se ponía.
Un día, mientras recitaba el final – “y fueron felices para siempre”- me
preguntó si creía en el amor eterno. Yo contesté que creía en el amor verdadero y
confiaba en encontrar a la persona que junto a mi rompiera el tópico de que todo lo
que empieza tiene un final. Que ese era mi mayor reto en la vida, encontrar alguien
con quien todas las historias que llevaba años leyendo cobraran realidad, alguien
que pudiera sentir de manera tan intensa como yo, que pudiera demostrar al
mundo que solo se necesita estar enamorado y ser correspondido para ser feliz.
Me miró unos instantes y me besó... fue la escena más romántica que
jamás podía haber imaginado, mucho más bonita que cualquier escena narrada... y
desde ese momento supe que él era el amor de mi vida.
Evidentemente, mis padres no aceptaron mi decisión. Hicieron todo lo
posible por evitar que tu abuelo y yo mantuviéramos una relación. Como era de
esperar su esfuerzos no sirvieron en absoluto. Yo era tan feliz a su lado... sentía que
nada más importaba. Me sentía segura junto a él, como si en sus brazos nada ni
nadie pudiera hacerme daño.
Después de unos meses, tu abuelo me llevó a la playa en la que nos
habíamos conocido, y sobre la arena que ahora mismo tu estás pisando, me pidió
que me sentara y cerrara los ojos. Cuando los abrí de nuevo, él no estaba pero a mi
alrededor la arena estaba cubierta de pétalos de rosa y una melodía llegó a mis
oídos... cuando miré hacía la dirección de la que venía la música, le vi arrodillado y
con el violín, tocando la primera melodía suya que había escuchado. Recitó mi
poema favorito y cuando terminó, dejó el violín sobre la funda y tímidamente se
acercó a mi, exactamente igual que el día en el que nos conocimos. Cogió mi
mano y me pidió que cumpliéramos juntos el reto de amarnos eternamente y
demostrar que los tópicos son falsos, que no todo lo que empieza tiene su final.
Cuando puso un anillo en mi mano, sentí que nada nos separaría jamás. Me hizo
feliz, todos y cada uno de lo días que pasamos juntos. La vida fue pasando y
nuestro amor aumentando cada día un poquito más... pudimos ver crecer a
nuestros hijos, a nuestros nietos, pudimos envejecer de la mano, cuidándonos el
uno al otro como hemos hecho durante tantos años...
Te entrego esta carta, porque se que tú sientes todo eso que sentí un día y
porque se que valoras el amor. Me siento orgullosa de ti, muy orgullosa y creo que
ya es hora de que conozcas esto, y de que recibas el mejor consejo que recibirás
nunca, puede sonar a frase hecha, pero lo mejor que puede pasarte en la vida es
amar y ser correspondido. Confío en que algún día tú también encontrarás ese
hombre, ese príncipe que cada mañana te despierte con un beso. Confío en que
hará sentirte la más bella de las princesas y que serás tan feliz como yo lo he sido.
Si con esta historia y con todo el tiempo que he pasado contigo he podido
enseñarte una mínima parte del sentido de la vida me siento más que satisfecha...
Solo espero mi querida niñita que entiendas el porqué de mi decisión... solo
esperé a que pudieses comprender y sentir esta historia. Esta fue mi única ilusión
desde que él se fue, y ahora vuelvo con él para continuar nuestra historia, una
historia que no será escrita en papel, pero que se que tú serás capaz de imaginar.
Hemos roto un tópico, no todo lo que empieza tiene un final, tu abuelo y yo nos
amamos desde el primer día y no habrá un último, porque ahora estaremos juntos
para siempre. Como en todos los cuentos no puede faltar la frase más importante y
especial... “Y vivieron juntos y felices para siempre”.

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