Las rosas de Saturraran

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Las rosas de Saturraran
Las rosas de Saturraran
dijous 16 de maig de 2013
http://www.elcorreo.com/vizcaya/20130514/mas-actualidad/sociedad/rosas-saturraran-201305131901.html
ISLA MUJERES
Un balneario de Mutriku se convirtió en la mayor cárcel franquista de mujeres.
En sus celdas fallecieron 170 presas y niños, un episodio olvidado demasiado
tiempo
13.05.13 - 19:01 ITSASO ÁLVAREZ |
Entre Ondarroa y Mutriku, la playa de Saturraran forma parte de un bello entorno, antaño
lugar de veraneo y descanso para turistas adinerados. Las olas llegan con fuerza hasta
este arenal que destaca por el peculiar perfil de dos peñascos que, según cuenta la
leyenda, adoptaron la forma de dos amantes, Satur y Aran. El lugar, sin embargo, guarda
una historia cruenta real que conviene recordar pues incluso hoy son muchas las personas
que desconocen que en esta playa hubo un presidio en el que miles de mujeres sufrieron
persecución, hambre, enfermedad y muerte. Muchas de ellas vieron, además, cómo les
arrebataban a sus hijos para darlos en adopción a familias falangistas.
Saturraran fue una Prisión Central para mujeres juzgadas y condenadas que funcionó
como tal entre 1938 y 1944, es decir, durante la Guerra Civil y hasta cinco años después
de finalizada la contienda. El conjunto de edificios que albergó la cárcel pertenecían a un
antiguo hotel balneario de lujo, y sirvieron para diferenciar a las presas en pabellones: el
de las madres, el de las ancianas y un tercero para las jóvenes. La investigadora y
periodista María González Gorosarri, autora del libro 'No lloréis, lo que tenéis que hacer es
no olvidarnos', calcula que cada una disponía de unos 45 centímetros de suelo para
dormir, y lo hacían sobre jergones de hoja de maíz amontonados. En 1944, con la II
Guerra Mundial terminada y ante el temor de que la victoria de los aliados pusiera fin a la
dictadura fascista en España, el régimen decidió echar el cierre al penal y los edificios
fueron cedidos a la Iglesia para su uso como seminario.
De aquellas construcciones no queda vestigio alguno, ya que las infraestructuras se
demolieron en 1987. Tan sólo se ve una explanada de cemento que sirve de aparcamiento
para los bañistas que acuden a la playa en verano. La única referencia a la situación que
allí se vivió es una pequeña placa colocada en 2007 en homenaje a los cientos de mujeres
y niños que estuvieron encarcelados en este precioso lugar y de donde algunas jamás
llegaron a salir, así como un documental, una película basada en los trágicos hechos
ocurridos en la cárcel y varios estudios y libros que recogen los testimonios de las
supervivientes y que destacan la falta de humanidad y el despotismo con que fueron
tratadas, aunque sus dramas fueron silenciados por el franquismo y la transición.
Por las celdas de Saturraran pasaron más de 4.000 reclusas de 16 a 80 años y de todos
los puntos de España. Eran presas políticas, aunque no necesariamente habían
pertenecido a algún partido o asociación o tenían determinado nivel de compromiso.
Bastaba con ser madre, esposa o hija de algún republicano para ser detenidas como
medida de chantaje o de castigo hacia sus familiares o incluso a veces bajo la acusación
de no haber sabido "contener a sus hombres". La imputación más frecuente era haberse
mantenido fieles al orden legal de la República, castigado con delito de rebelión. La justicia
al revés. A sus vástagos se les consideraba "hijos de débiles mentales". Procedían sobre
todo de Asturias y de Madrid y también había algunas pocas vascas. Todas fueron
sometidas a la férrea disciplina impuesta por las monjas de la orden Mercedarias –hasta
negaban la leche a los niños pequeños-, quienes se encargaban del orden interior de la
prisión junto con un sacerdote, un funcionario de prisiones y 50 militares.
Sor 'Pantera blanca'
Entre las guardianas se distinguía por su crueldad la superiora sor María Aranzazu Vélez
de Mendizábal, un personaje siniestro. "La llamábamos sor 'Pantera blanca' porque tenía
los hábitos blancos pero el corazón muy negro", apuntó una superviviente. Salvo alguna
excepción, las religiosas se distinguían por su especial celo: "Casi todas las monjas eran
como demonios; me acuerdo de muchas de ellas y en especial de sor Jesusa, que era de
Arrasate, de sor Ángeles, de Usurbil, o de sor Ana, que a punto estuvo de encerrarme en
el sótano", relataba otra mujer. Al parecer, también hubo una monja que, sin embargo,
viendo las condiciones infrahumanas en que vivían las prisioneras, decidió abandonar los
hábitos mercedarios.
María José Berenet destaca el gesto de los pescadores de Ondarroa, que "salían a pescar
para las reclusas, sabedores del hambre que pasaban dentro de aquellas siniestras
dependencias". Pero las monjas llegaron al extremo de confiscar los víveres que familias
solidarias de Ondarroa, Mutriku y Deba hacían llegar a las presas para venderlos en el
economato de la propia prisión e incluso fuera del recinto. Así, además de contribuir al
estraperlo en beneficio del convento, incrementaban el hambre de las prisioneras y de sus
criaturas hasta el punto de llevarlas a la muerte.
Santurraran tenía capacidad para 700 prisioneras, pero su población nunca bajó de las
1.500. Durante los seis años en los que se mantuvo operativo el penal fallecieron entre sus
muros 116 mujeres y 56 niños y niñas, tanto por los malos tratos que les infligieron como
por inanición, tifus, tuberculosis y otras enfermedades. A estos decesos hay que añadir los
de presas que murieron tras ser trasladadas a un centro hospitalario o las que fallecieron
al poco de recobrar la libertad, hasta el punto de que se planteó la necesidad de ampliar el
cementerio de Mutriku. Indica la investigadora María José Berenet que pese a que no se
formalizaron ejecuciones sumariales en Saturraran, hubo varias muertes sin justificar.
Un día, cuando las madres salieron al patio con sus hijos, vinieron unas monjas
Teresianas en un autocar y mandaron a las mujeres a limpiar el río. Les dijeron que los
niños mayores de 5, 6 y 7 años tenían que quedarse dentro, que iban a pasar un
reconocimiento médico. Eran un centenar. Cuando las madres volvieron los pequeños ya
no estaban. En el mejor de los casos, familias de localidades vecinas se hicieron cargo de
las criaturas. Otros acabaron en la inclusa de las religiosas y fueron dados en adopción.
Según el historiador Ricard Vynyes, "una serie de disposiciones legales propiciaba que los
padres de los niños que integraban Auxilio Social perdieran la patria potestad, que pasaba
al Estado o a una familia siempre que ésta fuera profundamente católica y adepta al
Régimen". Paradójico, por cuanto desde el Nuevo Estado y la Iglesia exaltaba la
maternidad y la protección a la infancia, mientas que a las mujeres republicanas
encarceladas se las privaba de su derecho a ser madres en condiciones y a sus hijos e
hijas de recibir los cuidados y atención necesarios.
A esta tortura cabía añadir, como relataba la maestra gallega Josefa García Segret en su
libro 'Abajo las dictaduras', el acoso y las agresiones sexuales que sufrieron las prisioneras
por parte de sus monjas guardianas. El estudio 'Situación penitenciaria de las mujeres
presas en la cárcel de Saturraran' elaborado por Emakunde y el Inst ituto
vasco
de
Criminología de la Universidad del País Vasco señala asimismo que "si algo ha quedado
en la memoria colectiva de las prisioneras es el frío y la humedad que se respiraban en las
celdas de castigo. En los casos de marea alta, el agua del mar llegaba a penetrar en la
celda, lo que obligaba a las reclusas a subirse a ciertos altillos para no mojarse. Así y todo,
a veces el agua les llegaba hasta la cintura".
La revista 'Redención', órgano propagandístico del Patronato de Redención de Penas,
dedicaba frecuentes y amplios reportajes a la Prisión Central de Saturraran, con
parabienes al sistema y noticias de toda índole, indica el mismo informe. Por supuesto, las
contradicciones entre la imagen que el régimen quería dar de la prisión y los testimonios
orales y las evidencias recogidas de los expedientes son manifiestas. Son el blanco y el
negro, sin lugar a matices. Lo que para algunas eran terribles vivencias, para otros eran
unos números, una parte de un sistema carcelario singular.
Prisioneras de Saturraran con seis de las monjas guardianas. Las reclusas sólo podían fotografiarse con
la ropa de los domingos./ Archivo de E. Piñero
Publicat per Jordi Grau a 20.35

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