Memorias

Transcripción

Memorias
Memorias a flor de piel
OT 14339 C M Y K Portada A flor de piel
Volumen II
Memorias a flor de piel
Volumen II
Memorias
a flor de piel
Volumen II
a flor de piel
Memorias
Volumen II
Memorias
a flor de piel
Volumen II
Fedele, S. A. de C. V.
Pedro Hoth von der Meden
Director general
Editorial Otras Inquisiciones, S. A. de C. V.
María del Pilar Montes de Oca Sicilia
Directora
Alicia López Fuentes
Coordinación editorial
Alejandra Tapia Silva
Alicia López Fuentes
Investigación y redacción
Carolina Hernández Solares
Arte editorial e iconografía
Dr. Fernando Montes de Oca
Asesoría editorial
Jorge Sánchez y Gándara
Corrección de estilo
Memorias a flor de piel. Vol. II, 2009
©
Editorial Otras Inquisiciones, S. A. de C. V.
Pitágoras 736, 1er. piso
Col. Del Valle
C. P. 03100
México, D. F.
Tel.: 5448 0430
Primera edición, 2009
Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de
esta obra por cualquier medio o procedimiento, sin permiso de la
editorial.
Impreso en México/Printed in Mexico
Memorias
a flor de piel
Volumen II
Comité editorial
Nuestro más sincero agradecimiento por su apoyo generoso y desinteresado a:
Dr. Roberto Arenas Guzmán
Dra. Isabel Arias Gómez
Dra. Patricia Mercadillo Pérez
Dr. Fernando Montes de Oca Monroy
Dr. Francisco Pérez Atamoros
—6—
Índice
Primera parte
2
1
Comité editorial
6
Mensaje del editor
10
Prólogo
13
La piel, sus patologías y sus cuidados
en épocas prehispánicas y durante la
Colonia
La dermatología en la República
Mexicana: una mirada a sus
instituciones
La medicina prehispánica:
Departamento de Dermatología
el encuentro de la ciencia
del Centro Médico Nacional
19
y lo sagrado
29
Nueva España y el desarrollo
de los Protomedicatos
35
Patologías durante la Colonia
41
—7—
47
Instituto Dermatológico
La medicina española
en la Edad Media
“20 de Noviembre” de Jalisco “Dr. José Barba Rubio” 51
Segunda parte
3
4
La dermatología como
especialidad
La conformación de la ederpas
Prestigiosos maestros, grandes
colegas, viejos amigos: los pilares
de la dermatología en México
57
Pasión por la piel:
en memoria del doctor
Miguel Ahumada Padilla
63
La construcción del quehacer
micológico y la enseñanza,
en palabras de Roberto
Arenas Guzmán 69
Doctor José Barba Rubio:
un legado de humanidad
77
Carola Durán McKinster:
la dermatología pediátrica,
su mejor proyecto de vida
85
Sagrario Hierro Orozco:
el movimiento por un mejor
servicio en los hospitales
de México 91
Amistad y unión de talentos:
María Teresa Hojyo Tomoka y
Luciano Domínguez Soto
—8—
97
Un pionero de la dermatología:
Una vida en infinitas
Evocaciones de la
conversación con el doctor
experiencias: testimonios
dermatología pediátrica en
Pedro Lavalle Aguilar
107
de León Neumann Scheffer
Manuel Malacara de la Garza:
Impulsor de la dermatología
recuerdos de la vida en el
de avanzada en México, doctor
Centro Dermatológico Pascua
113
Jorge Ocampo Candiani Las grandes preocupaciones
Capturamos instantes del
para el siglo xxi: una visión del
quehacer dermatológico de la
doctor Charles Meurehg Haik
119
doctora Rocío Orozco Topete
La disciplina dermatológica
Vivir para la dermatología,
en San Luis Potosí: una
la gran obra de la doctora
entrevista con el doctor
Yolanda Ortiz Becerra
Benjamín Moncada González
125
microscópica del doctor
133
145
155
161
un homenaje a la mentora
—9—
la vida de varias generaciones,
Amado Saúl Cano
189
Oliverio Welsh Lozano:
Más de 50 años de amor
de la dermatología mexicana
183
El maestro que ha marcado
Obdulia Rodríguez Rodríguez:
Clemente Alejandro
voz de su precursor, Ramón
Ruiz Maldonado
por la piel: Luis Ramírez Rivera 169
La piel bajo la mirada
Moreno Collado
139
175
la dermatología mexicana y su
desarrollo en el norte del país
197
Índice analítico
205
Bibliografía
210
Mensaje del editor
Apreciable lector:
De nuevo nos adentramos en la piel, ese órgano que marca una frontera entre nuestro
mundo interior y exterior, que seduce y cautiva, pero que también es nuestra coraza. Las sensaciones que percibe y los conocimientos que ha suscitado este espejo de
nuestro cuerpo son parte de nuestras Memorias a flor de piel.
Y este segundo volumen —al igual que el anterior— sigue abriendo un espacio para
la historia, los recuerdos y el trabajo de quienes han compartido su sabiduría y son,
y serán siempre, los grandes maestros de la dermatología mexicana.
Porque, ¿cómo podemos explicarnos el desarrollo de esta rama de la medicina sin el
legado de los especialistas José Barba Rubio y Miguel Ahumada o las enseñanzas de
reconocidos dermatólogos como Yolanda Ortiz, Pedro Lavalle y Amado Saúl?
Aquí están las voces y los testimonios de quienes han sembrado las raíces del conocimiento de esta disciplina en nuestro país, así como de quienes la han enriquecido
desde su especialidad con talento, dedicación, generosidad y muchos sacrificios.
Sirva la presente obra como un humilde homenaje a todos ellos.
Y aunque seguramente faltarán algunos maestros, en cada edición continuaremos
dando cabida a los profesionales comprometidos y apasionados por la dermatología.
Mi gratitud para quienes al compartir su historia nos hicieron parte de ella. Mi más
sincero agradecimiento a los doctores Roberto Arenas, Isabel Arias, Patricia Mercadillo,
Fernando Montes de Oca —asesor editorial de esta obra— y Francisco Pérez Atamoros,
integrantes de nuestro Comité editorial, por su sabiduría; a Pilar Montes de Oca Sicilia,
por dar vida a estas páginas con su gran experiencia; al doctor Amado Saúl, quien aceptó gentilmente escribir el prólogo; al doctor Hernán Navarrete Alarcón, especialista en
Medicina del enfermo en estado crítico, cuya vasta biblioteca estuvo a nuestra disposición para nutrir los contenidos; y a todos aquellos que, de manera directa o indirecta,
han estado involucrados en la realización de este proyecto como Carolina Hernández,
Alejandra Tapia, Alicia López, Valentina Santos, Natalia Marín y Paula Arizmendi.
—10—
Y, por supuesto, un especial reconocimiento al prestigioso antropólogo e historiador
Miguel León-Portilla. El profesor e investigador emérito de la unam nos brindó observaciones invaluables para la realización del capítulo “La medicina prehispánica:
el encuentro de la ciencia y lo sagrado”. Fue un verdadero honor contar con la participación del más célebre estudioso de las lenguas y culturas indígenas de México.
Toda esta suma de esfuerzos nos ha permitido llevar hasta sus manos este libro. La
empresa no ha sido sencilla, sobre todo porque hemos tenido que sortear tiempos
difíciles, pero nos queda la satisfacción de poder transmitir una riqueza de testimonios que son una fotografía viva de una disciplina en constante búsqueda de nuevos
caminos de excelencia médica.
Deseamos con sinceridad que usted encuentre en esta publicación algo tan profundo
que logre traspasar su piel y quede inscrito para siempre en su memoria.
Afectuosamente,
Pedro Hoth von der Meden
Director general
Fedele, S. A. de C. V.
[email protected]
—11—
Un beso apenas, un leve,
ya risueño fulgor que lento acaba:
la piel que se contrae. La sangre
toda y los sudores hablan. Vuelven
a mí los pensamientos.
Jaime Labastida
Prólogo
L
a historia no significa sólo la simple enumeración de fechas y personas,
sino algo más, la forma como esas personas han modificado para bien o para
mal el desarrollo de las civilizaciones y la presencia del ser humano en el
mundo en que vivimos.
Saber cómo y por qué actuaron los que nos antecedieron es comprender las causas
de nuestro comportamiento actual, y esto es en todos los aspectos. En el caso de la
medicina es más evidente, tenemos que saber cómo pensaron nuestros maestros para
poder evaluar su legado y la influencia que éste tiene en nuestra actitud actual de
médicos ante nuestros enfermos.
En el campo de la dermatología, en especial de México, varias personas se han interesado en su historia y han escrito capítulos y hasta libros sobre ella, como Yolanda
Ortiz, Dominique Verut, el que esto escribe, tanto en sus aspectos prehispánicos como
en la vida colonial e independiente, sobre todo acerca de su nacimiento en México
y su desarrollo en el siglo xx.
Recientemente apareció un libro llamado Memorias a flor de piel realizado por la casa
farmacéutica Fedele. En el se exponen algunos datos históricos de la dermatología en
México, a través de los recuerdos y las palabras de algunos importantes dermatólogos
del país. Resultó una agradable sorpresa por la magnífica edición y porque, de manera
curiosa, gran parte de lo ahí expuesto era desconocido seguramente por muchos de
los dermatólogos de nuestro país.
Ahora, la misma casa farmacéutica se impone la labor de continuar esa historia en
un segundo volumen.
El señor Pedro Hoth, director general de Fedele, me ha hecho el honor de invitarme
a escribir el prólogo de este segundo volumen de Memorias a flor de piel, tal vez por
ser el “menos joven” de los dermatólogos del país, lo cual acepto con mucho gusto
y se lo agradezco.
La obra que da luz a diversos aspectos de la dermatología contemporánea se inicia
con una magnífica y completa descripción de la dermatología precortesiana, en especial acerca de la medicina maya y azteca, haciendo hincapié en las enfermedades
ya conocidas de sus habitantes y los medios que tenían para curarlas sobre todo con
base en una amplia herbolaria. Algunos términos indígenas aún prevalecen en nuestro
—13—
“Cuanto más lejos puedas mirar hacia
atrás, más lejos podrás mirar hacia
delante” así dijo el gran estadista
inglés Winston Churchill,
en 1944, y tenía razón.
lenguaje dermatológico actual como la palabra xiotl-jiote, por ejemplo, que designa
cualquier mancha hipocrómica. Mucha de la herbolaria usada para tratar las tiñas, la
sarna, quizá la tuberculosis y la sífilis, se fue incorporando lentamente a la terapéutica
que traían los españoles. Es un capítulo muy bien documentado.
A continuación se habla de la medicina española, desde la Edad Media al siglo xvi,
con la influencia que tenía de las medicinas árabe y griega y cómo llega esta medicina
a América y se mezcla con la autóctona de los pueblos mesoamericanos.
Se señalan las enfermedades que trajeron los españoles a América como la viruela,
el sarampión, la lepra, y las que se llevaron como la sífilis.
El capítulo dos habla de algunas instituciones actuales del país que han intervenido
ampliamente en el desarrollo de la dermatología en México. Se escogen sólo dos:
el Centro Médico Nacional “20 de Noviembre” de la capital del país y el Instituto Dermatológico de Jalisco “Dr. José Barba Rubio”. Como ejemplo de sociedades
dermatológicas que se han formado al amparo de la dermatología, se ejemplifica
ederpas, que es la Asociación de Egresados del Centro Dermatológico Pascua, creada
a instancias del doctor Manuel Malacara de la Garza; importante centro formador
de dermatólogos de México, desde su fundación en 1937, donde destaca la labor
del profesor Fernando Latapí como su primer director y fundador de la moderna
escuela mexicana de dermatología.
Después vienen aspectos de la dermatología mexicana en voz de algunos connotados
dermatólogos actuales como los doctores Miguel Ahumada Padilla (q.e.p.d.); José
Barba Rubio (q.e.p.d.), fundador del instituto que lleva su nombre en Guadalajara;
Ramón Ruiz Maldonado y Carola Durán, relevantes dermatólogos pediatras; Sagrario
Hierro; los doctores Luciano Domínguez y Ma. Teresa Hojyo que han hecho florecer
a la dermatología en el Hospital General “Dr. Manuel Gea González”; el doctor Pedro
Lavalle, decano de los dermatólogos en México y uno de los fundadores de la micología dermatológica en este país.
Los doctores Malacara de la Garza, Charles Meurehg y Clemente Moreno; el doctor
Benjamín Moncada de San Luis Potosí; León Neumann; Roberto Arenas; Jorge Ocampo,
que ha desarrollado aún más el Servicio de Dermatología del Hospital Universitario
de Monterrey; Yolanda Ortiz en el Hospital Juárez, una de las más conocidas derma-
—14—
tólogas de México y Latinoamérica; Obdulia Rodríguez, quien fue directora del Centro
Dermatológico Pascua y gran conocedora de la lepra; la doctora Rocío Orozco, fundadora del Departamento de Dermatología del Instituto Nacional de Ciencias Médicas
y Nutrición “Salvador Zubirán”; Luis Rivera; Amado Saúl, autor de este prólogo, y,
finalmente, Oliverio Welsh también de Monterrey.
Este segundo tomo de Memorias a flor de piel es muy completo, no pretende ser
exhaustivo, quedaron muchos magníficos dermatólogos en el tintero, seguramente
habrá un tercer volumen; la historia nunca termina, la hacemos a diario todos los
que vivimos.
Es, pues, de agradecer a los laboratorios Fedele su interés por poner en manos de
los dermatólogos mexicanos una buena parte de su historia para que podamos comprender quiénes somos, cómo somos y por qué actuamos como lo hacemos, y tal
vez con ello poder vislumbrar algo del futuro de la dermatología en México en los
próximos años. ❁
Dr. Amado Saúl Cano
—15—
Primera parte
1
La piel, sus patologías y sus cuidados en épocas
prehispánicas y durante la Colonia
—18—
La medicina prehispánica: el encuentro de la ciencia
y lo sagrado
E
n el primer tomo de Memorias a flor de piel situamos los inicios de la der-
matología, en este segundo volumen nos referiremos a esta disciplina desde la
perspectiva de la medicina maya y náhuatl. De esta forma, nos encauzaremos en
dos de las fuentes de las que proviene la terapéutica americana y revisaremos someramente los avances que agrupó y sintetizó su conocimiento médico.
La medicina no puede ser entendida fuera de la sociedad que la generó. Toda medicina tiene que ver con una visión particular del hombre, su estructura y el lugar que
ocupa en el Universo.1 Y en este sentido, a pesar de que el marco conceptual que dio
fundamento a la terapéutica de los antiguos mexicanos es desconocido en muchos
aspectos, hoy es posible hacer algunas especulaciones con base en la información
que se ha recolectado sobre la medicina herbolaria.
“¿Qué mágicas
infusiones de los indios
herbolarios de mi
patria, entre mis letras
el hechizo derramaron?”
Sor Juana Inés de la Cruz
También sabemos que la salud entre los nahuas, los mayas y otros pueblos del
México precolombino se obtenía a partir de un equilibrio entre fuerzas corporales,
naturales y sobrenaturales. Como veremos más adelante, las plantas medicinales
desempeñaron un importante papel en este equilibrio y proporcionaron elementos
para las prácticas preventivas y curativas que se aplicaron a una sociedad espléndida en conocimientos médicos.2
Medicina maya3
El pensamiento maya y todas sus actividades estaban guiados por su gran fe en los
dioses. Consideraban que sus padecimientos eran de origen sobrenatural y tenían
1 Carlos Viesca, Ticiotl. I. Conceptos médicos de los antiguos mexicanos, Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina,
UNAM, México, 1997, p. 92.
2 Robert Bye y Edelmira Linares, «Plantas medicinales del México prehispánico», arqueología mexicana, vol. vii, núm. 39,
CNCA/INAH, México, septiembre-octubre de 1999, p. 5.
3 El contenido de este apartado se basa en el documental “Medicina maya”, La historia de la medicina en México, cap. ii,
UNAM/AstraZeneca, México, 2007.
2100-2000 a.C.
En Babilonia se encuentran las primeras indicaciones terapéuticas para la preparación de
cataplasmas, pomadas, emplastos y vendajes —sobre una base de grasa y la adición de drogas
machacadas.
—19—
varios dioses de la medicina, entre ellos la diosa anciana Ixchel, que también era
patrona del parto, de la adivinación y de la Luna.
Para esta civilización, un médico, además de dedicarse a cuidar de la salud de los
miembros de su comunidad, debía ser versado en las artes de la adivinación, fungía
como intermediario ante los dioses y conocía su voluntad. Otra de sus funciones era
vigilar el cumplimiento de los rituales e interpretar los signos enviados por las deidades para que así pudiese guiar al pueblo.
Existían distintos tipos de médicos. Entre los nobles mayas el segundo hijo aprendía
a reconocer las señales de la naturaleza que le hablaban de la voluntad de los dioses.
Aquellos que se ocupaban de la salud de los estratos más bajos, eran elegidos por las
deidades, que los designaban de maneras diferentes:
El viaje
de un códice
Considerado el
“último gran herbario
medieval”, el Códice
De la Cruz-Badiano fue
redescubierto hasta el
siglo xx por historiadores
estadounidenses.
En sueños que eran interpretados por los ancianos del pueblo.
Por sobrevivir al golpe de un rayo, ya que indicaba que la persona había
recibido poderes sobrenaturales y podía ser médico.
Al encontrar preciosas piedras de luz, que formaban parte del bagaje del
médico y con las que llevaba a cabo algunas de sus artes adivinatorias.
Después de ser seleccionados, eran muchos los requisitos exigidos a los hombres y
mujeres que ejercían este oficio. Necesitaban conocer todos los aspectos físicos, emocionales y espirituales de los pobladores, para poder identificar si los padecimientos
que los aquejaban se debían a una transgresión a los dioses —pecados, excesos, haber
generado envidias, ataque de las deidades del inframundo, entre otras. También se
ocupaban de la parte espiritual del ser, o el alma del hombre, que estaba ligada a una
criatura animal que padecía si el hombre sufría y viceversa.
Otra de sus tareas consistía en asegurarse de que los elementos naturales que recolectaban para sanar a las personas contaran con todas las energías positivas.
Entre los productos que recogían en los bosques para sanar padecimientos de la
piel encontramos la resina de pinos y oyameles que, aplicada sobre las heridas,
podía curarlas.
—20—
Ejemplo de una de las ilustraciones del
Códice Badiano, p. 38.
Muchos padecimientos se asociaban con animales. Por ejemplo, las enfermedades
dermatológicas, como la aparición de erupciones, granos, pústulas y bubas, se relacionaban con el fuego y con animales como la serpiente, el armadillo, el mono, la
lagartija, las palomillas, avispas, arañas y termitas. Es muy probable que la inclusión
de artrópodos se deba al efecto de la picadura que algunos de estos animales producen sobre la piel.
El ejercicio de la medicina maya era muy efectivo, ya que la mayoría de las ocasiones
la curación se lograba desde la primera intervención del médico. Los antiguos mayas
heredaron su gran conocimiento a los actuales pobladores, quienes siguen usando
los mismos remedios de hace siglos, a pesar de la fusión del saber científico español
e indígena.
Medicina náhuatl
Medicina prehispánica.
Los nahuas, una de las civilizaciones más importantes del altiplano central de México,
también tenían construida una teoría médica precisa. Según este criterio, todo estaba
sometido al cambio y al término o a la muerte;4 la vida era una lucha constante a la
vez que efímera. Se le concedía una importancia fundamental al equilibrio, tanto al
cósmico como al del ser humano, y tomaba en cuenta un gran número de influencias
externas que atribuía a deidades y sus criaturas. Este pensamiento definía la naturaleza de las enfermedades y sus remedios.
Los nahuas transmitían su conocimiento mediante la tradición oral y sus antiguos
códices. Gracias a ello, actualmente sabemos que las plantas medicinales autóctonas
integraron jardines y colecciones escrupulosamente cuidadas, que se cultivaron con
4 Miguel León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, FCE, México, 2006, p. 171 .
1550 a.C.
Creación del Papiro Ebers, tratado de medicina egipcia que habla sobre las medicaciones para curar
mordeduras, quemaduras, purulencias, poliuria, enfermedades de las manos y de los pies, y consejos
para el cuidado de la piel y el cabello.
—21—
Curación de la fiebre
—Códice Florentino,
Libro 11.
propósitos curativos específicos, y cuya producción permitió el abastecimiento de
mercados para el ejercicio formal de la medicina indígena.5
No obstante, el herbario
tuvo que recorrer un largo
camino antes de llegar a
su destino final. Cuando
fue creado, su misión era
ser un lujoso regalo para
el rey de España, Carlos
V. Sin embargo, después
de ser visto y admirado
por la realeza ibérica su
función terminó y pasó
a formar parte de la
Biblioteca del Escorial.
Después lo adquirió Diego
Cortavila y Sanabria,
un famoso erudito y
farmacéutico que vivió
en Madrid en el siglo xvi.
Su segundo propietario
fue el cardenal italiano
Francesco Barberini,
En lengua náhuatl, el nombre que representaba a la disciplina médica era ticiotl, mientras que el especialista médico se denominaba tícitl.6 Su concepción de esta materia
curativa lindaba con el misticismo y la narración simbólica; de ahí que, para poder
curar correctamente, fueran tan importantes no las enfermedades, sino las concepciones del cuerpo.
Según la medicina náhuatl, la salud dependía
de un lazo cósmico de los sanadores con las
divinidades. Del mismo modo, la terapéutica
se ayudaba de diversos rituales y sacrificios que
invocaban una curación que se relacionara con
el favor de los dioses.
De acuerdo con la tradición nahua, el cuerpo es concebido como un reflejo del mundo,
“un microcosmos”, cuyo centro es el ombligo, como lo es en el Universo.7 Dentro del
ser humano anidaban tres fuerzas anímicas que fungían como motor esencial para el
funcionamiento de los hombres. El ihíyotl era una emanación proveniente del interior
de la Tierra, que se situaba en el hígado y era la entidad anímica correspondiente a
la parte inferior del cuerpo y símbolo del inframundo. El término significa aliento.
El teyolía corresponde al concepto cristiano del alma; se guardaba en el corazón,
y su característica principal era la vitalidad y su salida provocaba la muerte de su
poseedor, convirtiéndose el teyolía en un ave. La entidad anímica más importante,
el tonalli, descendía de los cielos, se relacionaba con el Sol y el calor; se hallaba en
la cabeza o en las coyunturas. Su nombre proviene del verbo tona, “irradiar”. Era el
coleccionista ávido y
5 Xavier Lozoya, «Un paraíso de plantas medicinales», arqueología mexicana, vol. vii, núm. 39, CNCA/INAH,
México, septiembre-octubre de 1999, p. 16.
6 Viesca, op. cit., pp. 7 y 8.
7 León-Portilla, op. cit., p. 11.
—22—
medio para comunicarse con los dioses y permitía el crecimiento
de los niños y la vitalidad de los hombres; su ausencia causaba enfermedad y hasta la muerte. El tonalli podía debilitarse por causas
muy diversas: durante el sueño, por un enojo, ebriedad, angustia o
espanto, durante el coito o por medio de hechicería con ciertos encantamientos o maleficios.8
A partir de esta concepción tripartita, la noción de la medicina lindaba con los preceptos religiosos. De esta forma, las enfermedades podían ser causadas por:
Dioses o seres de pisos superiores del Universo.
Fuerzas pertenecientes al ámbito cósmico.
Fuerzas divinas que habitan en seres de la superficie terrestre.
Dioses del inframundo.
Fuerzas de seres del inframundo.
Seres de ese mismo ámbito cósmico que moran en la superficie terrestre.
Otros hombres.9
Escena de medicina —Códice Florentino,
Libro 11.
Por ello era necesario, además de curar el cuerpo, resarcir a los espíritus y fuerzas
agraviadas. De esta manera, se hacía imperativa la labor de un médico religioso, que
pusiera orden en el cuerpo y el alma del enfermo.
En los pueblos indígenas, los rituales religiosos operaban en todos los ámbitos. Así,
la herbolaria pertenecía a la sabiduría popular, precisamente por los nexos que exis-
Médico maya.
8 Viesca, op. cit., pp. 143-148.
9 Ibid., p. 169.
1400 a.C.
Los egipcios importaban aceite de oliva y de almendra de Grecia para la preparación de cosméticos.
En los papiros médicos abundan las recetas para el cuidado y embellecimiento de la piel y sus
anexos; el tratamiento de las arrugas era bastante común en Egipto.
—23—
tían entre el saber religioso y el médico. Los métodos curativos eran transmitidos de
los padres dedicados a la ticiotl a los hijos, sin distinción de género. Se comenzaba
a muy temprana edad con tal instrucción, por la amplitud de conocimientos que se
habían llegado a alcanzar.
curioso de toda clase de
libros, objetos de arte o
rarezas naturales, cuya
biblioteca fue anexada
a la del Vaticano. Existe
una copia del códice en la
Biblioteca de Windsor, en
Inglaterra, que ostenta
el escudo de armas de
Cassiano dal Pozzo,
colega del cardenal
Barberini. Este hecho
sugiere que el herbario
Tláloc, el dios del agua y de la
reproducción de la vida, estaba
directamente relacionado, junto
con otros dioses, con la salud y
la medicina. Los dioses podían
castigar a la gente causando
problemas. Por ejemplo,
Tláloc era el responsable de los
Tláloc, dios del agua.
reumatismos ocasionados por
la humedad. A su vez, Xipe Totec, nuestro Señor
el Desollado, era el dios de la piel y enviaba la
dermatitis y la sarna.
suscitó tanta admiración
en las personas que
llegaron a observarlo,
que mandaron hacer un
ejemplar adicional, el cual
permaneció empolvado
varios cientos de años
antes de ser encontrado
en 1929.
Tezcatlipoca era el principal propagador de enfermedades entre los nahuas. La diosa
de la Luna era quien traía a la Tierra las epidemias. Las deidades que forman el complejo de los “dioses del agua”, como el antes mencionado Tláloc, mataban a ciertas
personas para que los teyolía se convirtieran en sus mensajeros y ayudantes.10
El ser supremo encargado de auxiliar a los sanadores era Xipe Totec, el dios de la
primavera y las flores, responsable de la transformación de la Tierra y de las enfermedades de la piel. Si se perdía su favor, los nahuas enfermaban de sarna, pediculosis,
tiña, psoriasis o diversas ulceraciones.
10 Bernard Ortiz de Montellano, “Medicina y salud en Mesoamérica”, arqueología mexicana, vol. xiii,
núm. 74, CNCA/INAH, México, julio-agosto de 2005, p. 37.
—24—
Como se puede observar, las enfermedades de la piel tenían una amplia relevancia
en la medicina precolombina. Esto también se ve reflejado en los textos indígenas
del mundo náhuatl del siglo xvi, donde se hace referencia a Nanahuatzin, dios cuyo
nombre significa “el purulento o bubosillo”, quien se preparó haciendo penitencia,
para arrojarse a una hoguera y salir de ella transformado en Sol.11
Hoy en día sabemos acerca de los padecimientos dermatológicos de nuestros antepasados, como las granulomas y pústulas, entre otros, por las piezas de cerámica que las
reflejan. Existían numerosas formas de terapéutica de la piel en la medicina nahua,
que dependían del tipo de enfermedad. Se sabe que el médico agorero, por ejemplo,
hacía uso de diversos objetos con presuntas propiedades mágicas:
navajas de obsidiana, espinas de maguey, sonajas, entre muchos
otros. También se conoce que el diagnóstico se hacía con base en
las distintas prácticas adivinatorias.
Los nahuas utilizaban una gran variedad de plantas medicinales
para solucionar las patologías cutáneas con vigencia actual: las
semillas, hojas y cáscara del aguacate sirven para aliviar los padecimientos de la piel; los frutos, las hojas y la corteza de la guayaba
para curar la sarna; y el tlanchichinole, tomado en infusión, se usa
para curar úlceras, llagas y heridas.12
El capítulo vigésimo séptimo del libro décimo del Códice Florentino inicia la relación hablando primero “acerca de nuestra carne, de
la piel de nosotros los hombres y las mujeres”.13 Según esta fuente, en la curación de
heridas de la cabeza se usaban: orina —para lavarla—, la planta matlalxíhuitl —para
detener las hemorragias— y baba de maguey para la cicatrización. Cuando el pacien11 León-Portilla, op. cit., p. 26.
12 Bye y Linares, op. cit., pp. 12 y 13.
13 Alfredo López Austin en Viesca, op. cit., p. 128.
1000 a.C.
“Cuando los españoles huyeron nosotros
pensamos que habíamos visto el último
de ellos pero no fue así […] vino una
pestilencia, la viruela. Causó gran miseria.
Los que la sufrieron tenían el cuerpo
cubierto con pupas, y sólo podían estar en
sus camas. Muchos murieron de hambre
porque no quedaba ninguno vivo en sus
hogares para cuidarlos.” Códice Florentino
El Atharvaveda contiene consejos prácticos acerca de cómo verter ciertas hierbas hervidas sobre las
heridas para ayudar a su curación.
—25—
A partir de julio de
1991, el documento se
encuentra depositado
en el Museo Nacional de
Antropología e Historia,
gracias al Papa Juan
Pablo II. En 2009, el inah
lo digitalizó y editó en CD
para que alcanzara una
difusión cada vez mayor.
te tenía una infección cutánea en el cuello, se procedía de la siguiente manera: “Se
lava el cuello con orina. Se bizma con el compuesto de astillas resinosas de pino muy
desmenuzadas y chíchic cuáhuitl, e iztáuhyatl y hollín, y raíz de yapaxíhuitl, y un
poco de sal, capulxíhuitl e itzcuinpatli. Y sus bubas se cubren con abundante sal”. 14
En este mismo texto se especifican curas alternativas para las bubas, llagas, abscesos,
entre otros padecimientos del tonacayo, o “nuestra carne”, en lengua náhuatl.
Por su parte, el Códice de la Cruz-Badiano prescribía instilar dentro de una herida el
jugo del árbol de ilin, la raíz del arbusto tlalhahuehuetl, cera y la yema de un huevo.
Según esta última fuente, los animales, o partes de ellos, fungían como ingredientes complementarios de las plantas. Por ejemplo, la sarna y las manchas en la cara
se curaban con el jugo de tlalquequetzal, acuahuitl y ehecapahtli, molidos y echados en agua de sabor agrio con excremento de paloma. Las grietas en las plantas de
los pies se trataban con “un ungüento hecho de la hierba tolohuaxihuitl, sangre de
gallo, resina y todo esta mezcla se calentaba”. Uno de los tratamientos para remover
las verrugas recomendaba lavarlas con alguna frecuencia con el agua en que se ha
limpiado un cadáver.15 Esto último apunta a que en el Códice de la Cruz-Badiano
aparecen mezclados los recursos que pudiéramos llamar racionales con los mágicos.
Esta compilación incluye, además, soluciones para la caspa, los forúnculos, los “tumorcillos esponjosos”, entre otros.
Algunos de los más avanzados procesos
de terapéutica de los pueblos indígenas eran
suministrados a través de la piel, como el baño,
el calor o la humedad.
Un aspecto importante de la conceptualización de las enfermedades de los nahuas es
que las clasificaban por cualidades de frío y calor. No se sabe a ciencia cierta si esta
visión dual del mundo es endémica, si deriva de la doctrina de los humores traída
por los españoles o si se trata de un paralelismo cultural, que es lo más probable.
14 Alfredo López Austin, Textos de medicina náhuatl, UNAM, México, 1984, p. 55.
15 Martín de la Cruz, Libellus de medicinalibus indorum herbis, FCE/IMSS, México, 1996, pp. 37, 53 y 75.
—26—
Calor y frío se entendían como calidades y no cantidades térmicas. Cuando el cuerpo
humano no se encontraba equilibrado, era necesario suministrar al enfermo alimentos
o medicamentos de calidad contraria a la del mal, para que se restableciera el orden.
Las enfermedades de naturaleza caliente se generaban al interior del cuerpo o provenían de la exposición prolongada a los rayos solares y podían provocar fiebre. Las
enfermedades frías se producían por la intrusión de la calidad fría que podía llegar
al cuerpo mediante una corriente de aire o por la ingestión de algún elemento frío.
Algunos padecimientos calientes con implicación dermatológica eran las erupciones, las irritaciones en la piel y la escarlatina. Las verrugas, la sarna y las bubas eran
provocadas por elementos fríos.16
Médicos aztecas, Códice Florentino, Libro 10.
De esta forma, el proceso de curación implicaba un conjunto de nociones variadas
y complejas, y muy diversas fuentes que pervivieron a lo largo de la Conquista y la
Colonia. Los adelantos médicos de los nahuas fueron recogidos en varios documentos, tales como el mencionado Códice de la Cruz-Badiano, elaborado hacia 1549 y
que contiene información acerca de 150 plantas medicinales autóctonas, las cuales
están acompañadas de textos en latín que refieren sus propiedades curativas. Otro
documento es el también citado libro 11 del Códice Florentino, que está dedicado a
las plantas, los animales y a diversos aspectos de la medicina antigua. Contiene información respecto de 250 plantas medicinales y la obra en su totalidad fue recopilada
por fray Bernardino de Sahagún. Ambos manuscritos resultan esclarecedores para
conocer cómo era el tipo de medicina practicada en Mesoamérica.
Gracias al profundo conocimiento que la tradición mexica tenía de su entorno y del
cuerpo humano, la dermatología colonial la incorporó en su saber científico y su influencia ha llegado hasta nuestros días.
Fray Bernardino de Sahagún.
16 López Austin, op. cit., pp. 17-31.
30 a.C.
Celso describió los signos de la inflamación y también utilizó corteza de sauce para mitigarlos.
Hacia 160
Galeno de Pérgamo atribuía al adelgazamiento del cuero cabelludo la alopecia y recomendaba
el afeitado y los masajes para su tratamiento.
—27—
Vuelve muchas veces y tómame,
sensación amada, vuelve y tómame cuando el recuerdo del cuerpo despierta
y un viejo deseo recorre la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan
y sienten las manos como si de nuevo palparan.
Vuelve muchas veces y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerden...
Constantino Cavafis
La medicina española en la Edad Media
L
a medicina española se deriva de las fuentes arábiga, griega y europea. Sin
embargo, tales influencias comenzaron a marcarse casi hasta la llegada del
Renacimiento. Durante el Medievo, la doctrina de los especialistas provenía
principalmente de la tradición clásica; la medicina secundaba el conocimiento hipocrático-galénico que proponía, en especial, la teoría humoral. Ésta postulaba que todas
las cosas estaban constituidas por cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, y tenían
ciertas propiedades: seco, húmedo, frío o caliente, dependiendo del elemento que
les diera origen. Los elementos correspondían a los cuatro humores que constituían
el cuerpo humano y su equilibrio conservaba la salud: sangre, flema, bilis amarilla y
bilis negra o melancolía.
Si bien esta concepción del cuerpo humano era totalmente apriorística, fue manejada con una seguridad magistral durante toda la Edad Media. En aquel entonces, la
labor del médico consistía en conocer la naturaleza del enfermo, descubrir los diferentes desarreglos que anidaban en él, y a partir de eso sugerir el tratamiento. No
debía descartarse la influencia de los astros sobre el flujo y el reflujo de los líquidos
corporales, lo que hacía que la curación de ciertas enfermedades dependiera de la
influencia astral de ese momento. Otra creencia era que los santos cristianos podían
curar enfermedades. Así, una curación se basaba más en supersticiones y rituales que
en prescripciones efectivas.
Galeno, el principal precursor de la medicina grecorromana, hizo diversos estudios
sobre anatomía y fisiología. Impulsó, además, el estudio anatómico sobre animales y
seres humanos. Por otra parte, se debe al dictum Hippocratis la división del arte de
curar en diaetetica —preceptos para mantener la salud—, pharmaceutica —la ciencia
de los medicamentos— y chirurgica —intervención de manos e instrumentos. Esta
última se dividía a su vez en dos partes: la relacionada con la carne —cortar, suturar,
cauterizar— y la relacionada con los huesos —composturas y vendajes.1
Representación de los cuatro humores
hipocráticos, ilustración de Leonardo
da Vinci.
El Papa Silvestre.
1 Heinrich Schipperges, “La medicina en la edad media latina”, en Pedro Laín Entralgo et al., Historia universal de la medicina,
t. iii, Salvat, España, 1973, pp. 191 y 193.
1100
El libro de Trotula de Salerno, Passionibus Mulierum Curandorum, describe las pomadas y pastas para
desaparecer las arrugas, cambiar el color de la tez y conservar el color de las mejillas. Además, da la
receta para la confección de un lápiz de labios con miel, jugo de remolachas, calabaza y agua de rosas.
—29—
Galeno (129-162), médico, farmacéutico
y filósofo griego. Estatua situada en los
jardines del Hospital Italiano de Buenos
Aires.
Durante la Edad Media, la sabiduría médica se relacionaba estrechamente con la Iglesia.
La postura del monje médico se basaba en la concepción cristiana de la naturaleza,
que era considerada como una creación de Dios, en la que todo debía estar en función
del bienestar del hombre. Lo que no había sido creado para servir de alimento, como
la carne de los reptiles, la sangre de los pájaros o el excremento, era considerado, en
general, como un medicamento. Así, el fraile, además de preocuparse por el alma,
tenía la función de cuidar al cuerpo, plantar hierbas medicinales, realizar pequeñas
incisiones, aplicar emplastos o aprovechar una y otra vez la erudición de los libros
antiguos.2
Los dermatólogos griegos de la
Antigüedad se caracterizaron por su
objetividad al momento de describir
y diagnosticar enfermedades cutáneas.
Una muestra de ello es que todavía
se utilizan términos que los helenos
acuñaron, como exantema, edema,
pitiriasis o liquen.
Al igual que en la tradición náhuatl, los habitantes
de la península Ibérica dieron a la religión un lugar
trascendental en todos los ámbitos. De acuerdo con la
concepción católica, en el ser humano habitaban dos
niveles: el alma y el cuerpo. Mientras que al cuerpo
le correspondía una curación científica, al estilo de
Galeno e Hipócrates, al alma se le curaba con elementos religiosos y psicológicos. Como es sabido, en esos
tiempos era más relevante el destino del alma que el
del cuerpo, por lo que se le daba preponderancia a
la salvación religiosa; ello implicaba la confesión del
enfermo y el uso de oraciones, plegarias especiales,
fórmulas mágicas y reliquias o amuletos.
Entre las grandes enfermedades que solía padecer el pueblo se hallaban la tuberculosis y diversas afecciones de la piel3 dadas las condiciones de insalubridad imperantes durante la Edad Media. Algunas patologías cutáneas se recrudecieron a tal grado
que se originaron grandes supersticiones y prejuicios que permanecieron en Europa
—y en los países colonizados, desde luego— durante muchos años e implicaron
un tratamiento espiritual y sólo tardíamente corporal. La lepra, por citar alguna, se
consideraba un castigo divino. De acuerdo con la tradición bíblica, el enfermo era
2 Ibid., p. 198.
3 Ibid., p. 204.
—30—
de inmediato aislado en habitaciones especiales, y las personas con las que anteriormente convivía tenían prohibido establecer contacto con él a partir de que se le
diagnosticaba el padecimiento.
Las leproserías se extendían a lo largo de toda
Europa, especialmente durante y después de las
Cruzadas. Después del año 1225, se dice que sólo
en Francia había más de 2 000 casas destinadas
a enfermos de lepra. La leprosería típica estaba
rodeada de un muro; tenía una pequeña capilla
de piedra, numerosas y pequeñas casas de madera
y un cementerio. Se ubicaban en los caminos
principales de salida de las grandes ciudades para
que así los enfermos pudieran mendigar limosna
como derecho a tránsito.
Monjes infectados por alguna enfermedad
exantemática son bendecidos por un
sacerdote. Ilustración de letra C capital
del manuscrito inglés del siglo xiii Omne
Bonum, de James le Palmer.
4
Con la llegada del mundo árabe a la Península Ibérica, en el siglo viii se fue logrando
lentamente la recuperación de la sabiduría grecolatina. Avicena y Ar-razi, eruditos
árabes de los siglos ix y x, abrieron el horizonte hispano a las obras de los clásicos
griegos. Las universidades peninsulares, que aglutinaban a los más ilustres estudiosos,
superaron paulatinamente los paradigmas medievales de la medicina.
La influencia de Andrés Vesalio fue determinante para el desarrollo de la anatomía
y la medicina posterior a la Edad Media. En su libro De Humanis Corporis, Vesalio
4 Dieter Setter, “Los hospitales en la Edad Media”, en ibid., p. 289.
Hacia
1300
Los indígenas de lo que hoy es Colombia usaban el achiote para prevenir las quemaduras solares,
el ají como tratamiento para el acné, el guayacán para las bubas y el tabaco como cicatrizante contra
las mordeduras.
—31—
representaba grabados de las diferentes partes del
cuerpo, como los músculos, el aparato circulatorio, el sistema nervioso e incluso el cerebro.
Aunque al poco tiempo se publicó el libro de
Bernardino Montano, Anatomía del hombre,
como una respuesta que regresaba a la doctrina de
Galeno, el texto de Vesalio fue de gran influencia
para los estudiosos de la época. De hecho, Juan
de Valverde, cuyo libro Historia de la composición del cuerpo humano se basó en el estudio de
Vesalio, fue el autor más leído por los médicos
durante esa época.
Para ese entonces, la medicina española era la más
avanzada de Europa, porque en aquel entonces
la Península Ibérica era una potencia científica y
técnica en varias disciplinas y artes. Además, contaban con las recientes influencias de la medicina
árabe y judía, como se mencionó anteriormente.
Esta última se dio por parte de la Corona, ya que
los médicos encargados de cuidar de la salud de
los reyes y príncipes eran judíos.
Además, el término de la Edad Media y el inicio del
Renacimiento coinciden con uno de los acontecimientos más trascendentales para el mundo moderno: el descubrimiento de América. Como veremos
a continuación, este evento cimbró la identidad
medieval, y provocó una muy interesante combinación de saberes en la especialidad médica.
Andrés Vesalio (1514-1564).
—32—
La teoría humoral permitía clasificar a los enfermos en
sanguíneo, flemático, bilioso o melancólico. Cada uno de
estos temperamentos tenía una fisiognomía especial y una
predisposición para cierto tipo de enfermedades o desarmonía
de los humores corporales. Por ejemplo, si los humores
entraban en efervescencia se producían la inflamación y la
fiebre; si se volvían acres surgían las erupciones; su putridez
ocasionaba las enfermedades pestilentes y disentéricas.
5
5 Documental “Medicina colonial”, La historia de la medicina en México, cap. III, UNAM/AstraZeneca, México, 2007.
Hacia
1350
Los guaraníes, habitantes del Amazonas, utilizaron la ostra, concha bivalva molida, que
espolvoreaban sobre las heridas para acelerar su curación.
—33—
Vaso de amarga miel:
sueño dorado,
sueño adentro
de la cegada piel.
Efraín Huerta
Nueva España y el desarrollo de los Protomedicatos
L
a época colonial en México fue un periodo de grandes contrastes y contra-
dicciones. Abarca tres siglos, desde el xvi al xviii, y, durante el primero de
ellos, pudo haber muerto 90% de la población indígena en la Nueva España
a causa de guerras, epidemias, hambrunas e insalubridad.
Hasta antes de la Conquista, las culturas prehispánicas se levantaban magníficas en
conocimientos, particularmente en el área de la medicina. De hecho, durante los
primeros 40 años del régimen colonial se tomó muy en cuenta a los médicos indígenas como personas en quienes debería recaer la atención médica, por lo menos de
la población indígena y, en su momento, se dictaron las medidas para que esto así
sucediera. Más adelante, los europeos la convirtieron en un terreno vedado y fue automáticamente colocada fuera de las posibilidades compatibles con la nueva cultura
imperante.1 Sin embargo, esta tradición no desapareció y debió mezclarse con otro
grupo social, lo que dio origen a una cultura mestiza.
Escena de mestizaje.
Como vimos anteriormente, los indígenas basaban su medicina en la herbolaria y la
relacionaban con rituales religiosos. Los españoles, por su parte, utilizaban ensalmos
y remedios que se preciaban de tener un carácter científico. La fusión fue inevitable;
con el arribo de los europeos a las tierras americanas, surgió una nueva tradición
médica y farmacológica que no terminó con la medicina herbolaria. Por el contrario, continuó vigente entre la población indígena, mestiza y criolla, y pervive hasta
nuestros días.
Para 1477, los Reyes Católicos ya habían establecido leyes para regular la profesión
médica, y le dieron el nombre oficial de Real Protomedicato. En ninguna otra nación
de Europa se requería más persistentemente que en España un grado universitario
para ejercer la medicina porque, en este país, la reglamentación de las profesiones
médicas involucraba tanto a las universidades como al gobierno. Para evitar la falsi1 Carlos Viesca, Ticiotl. I. Conceptos médicos de los antiguos mexicanos,
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, UNAM, México, 1997, p. 30.
Hacia
1350
Los mocovíes, habitantes de lo que hoy es Argentina, utilizaron el cebil —perteneciente a la familia
de las mimosas— en forma de emplastes para curar las lesiones de la lepra.
—35—
ficación de las certificaciones, las universidades de Salamanca, Valladolid y Alcalá
eran las únicas que podían dar una licencia en medicina.2
Francisco Hernández, protomédico.
Así, algunos años después de la Conquista, el ayuntamiento de la ciudad de México
trató de vigilar la práctica médica, de manera que en enero de 1525 aparece la primera disposición para controlar esta actividad. También llegaron algunos médicos
españoles de carrera, cuyo objetivo era ejercer la profesión y realizar estudios de botánica. Su fin principal era el análisis de las plantas medicinales que pudieran utilizar
exitosamente en el Viejo Continente. La práctica de la medicina en la Nueva España
corrió paralela a las investigaciones teóricas y a las recopilaciones de recetarios indígenas. De esta forma, su búsqueda en este rubro los llevó a darse cuenta de que los
nativos sabían medicina herbolaria y empezaron a sustituir las plantas europeas por
las americanas.
“Escasos tres años después de la caída del Imperio
mexica, llegó el primer facultativo español
provisto de real licencia para ejercer. Su nombre
era Olivares y su autorización había sido datada en
Burgos el 8 de julio de 1524.”
3
Una botica de la época.
Fue hasta 1570, cuando el rey de España, Felipe II, nombró protomédico general de
todas las Indias, Islas y Tierra firme del Mar Océano, a Francisco Hernández, quien
con dicho cargo residió en la Nueva España de 1571 a 1577. Sin embargo, el doctor
estaba demasiado interesado en la botánica como para ocuparse de la fundación permanente de un Protomedicato. Él fue un viajero incansable; recorrió buena parte del
país en busca de noticias acerca de plantas, animales y minerales; hizo importantes
estudios de sus propiedades terapéuticas y experimentó en enfermos y en sí mismo
los efectos, aun en contra de su propia salud. Todo ese conocimiento lo recolectó en
su libro Historia natural de Nueva España. Esta obra se caracteriza por ser la visión de
2 John Jay TePaske, (ed.) El Real Protomedicato. La reglamentación de la profesión médica en el Imperio español, trad. de Miriam de los Ángeles Díaz
Córdoba y José Luis Soberanes Fernández, Facultad de Medicina-IIJ, p. 31.
3 Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México, Estudios y Textos, CONACYT/FCE, México, 1985, p. 44.
—36—
La primera descripción e ilustración del
ololiuqui fue publicada por Francisco
Hernández, médico español que, entre
1570 y 1575, realizó una investigación
extensa sobre la flora y la fauna de México
para Felipe II.
un hombre de ciencia europeo que, ante la riqueza natural de un mundo no antes conocido, cataloga e investiga el entorno con categorías inflexiblemente occidentales.4
En América y en España, el Real Tribunal del Protomedicato era un organismo que
regía toda la actividad y desarrollo de la medicina y demás acciones relacionadas
con la salud. Estaba integrado por los tres médicos más prominentes de la Nueva España: el primero era el catedrático de prima —profesor que tenía tiempo destinado
para sus lecciones—; el segundo, el decano de la facultad, y al tercero, lo designaba
el virrey. Sus funciones estaban relacionadas con todos los problemas de salubridad
pública; vigilaban las boticas —que se despacharan los medicamentos correctamente
y se cobraran los precios adecuados—; dictaban las indicaciones necesarias duran-
4 Alfredo López Austin, Textos de medicina náhuatl, UNAM, México, 1984, p. 41.
Hacia
1350
Los pampas, que habitaban en lo que hoy es el noroeste de Buenos Aires, emplearon el yang en la
terapéutica de las aftas bucales.
—37—
te las múltiples epidemias, y controlaban a las personas que practicaban ciertas
formas de curar, como las parteras, los boticarios, los cirujanos y los herbolarios,
a quienes se les aplicaba un examen para obtener una licencia que les permitiera
ejercer su actividad.5
La influencia de esta institución fue muy profunda, precisamente por el encuentro
de las patologías de dos mundos. Debido a las epidemias que cundieron en la Colonia, como la de sarampión o la de viruela, se elaboraron reglamentos locales que
pervivieron hasta el México independiente. Además, los Protomedicatos corrigieron
y arbitraron los posibles atropellos e injusticias de los médicos, o presuntos médicos,
hacia los pacientes, ya que abundaban las personas que ejercían el oficio de manera
clandestina y con documentos falsos.
Lujosa portada de la obra de Francisco
Hernández.
Otra de las actividades de los Protomedicatos, de especial importancia para el desarrollo de la medicina en la Colonia, fue su estrecha relación con la enseñanza en las
universidades. Así, el mismo año en que se inauguró oficialmente la universidad, se
otorgó el grado de doctor en Medicina a Pedro López, aunque, de acuerdo con el Primer
Libro de Grados de la Universidad fue un sevillano llamado Pedro García Farfán el
primero en recibir dicho título en 1567. Más adelante, este médico publicó el Tratado
breve de medicina y de todas las enfermedades que incluía varios remedios inspirados
en la terapéutica indígena.6
La influencia de la cultura ibérica y su visión del mundo se reflejaba en los tratados
anatómicos de finales del siglo xvi, publicados en la Nueva España. En ellos los miembros del cuerpo humano se generaban por la mixtión de los humores y se clasificaban
en simples y compuestos. La piel era un miembro simple y se le llamaba cuero:
El cuero es una tela y cobertura de hilos, de nervios, de venas, de arterias menudas,
tejido y hecho, para detener el sentido. Llámase el cuero en griego derma, y hay dos
especies de él. El uno cubre los miembros del cuerpo por la parte de afuera, y el otro
los cubre por la parte de adentro. Éste se llama panículo, como el cerebro, y como la
pleura, donde se hace el dolor de costado. No llamo cuero al que con alguna quemadura se levanta haciendo ampolla, porque no lo es. El cuero es templado caliente, y
5 Documental de “Medicina colonial”, en La historia de la medicina en México, cap. III, UNAM/AstraZeneca, México, 2007.
6 Trabulse, op. cit., 44.
—38—
en algunas partes de adentro es húmedo, sirve de
mucho sentido el tacto.7
La labor más importante de los Protomedicatos
fueron las estrictas medidas que se impusieron
durante la epidemia de viruela, en la segunda
mitad del siglo xviii, hasta que la enfermedad fue
cediendo terreno y desapareció prácticamente.
En una denodada lucha contra las patologías más
cruentas, esta institución llevó a cabo disposiciones de saneamiento e higiene en las grandes urbes
de la Nueva España.
El Real Tribunal del Protomedicato desapareció al
consumarse la independencia y en 1831 se creó en
su lugar la Facultad Médica del Distrito Federal.
Esta institución estaba formada por ocho profesores médico/cirujanos y cuatro farmacéuticos. Entre
sus atribuciones estaba la de examinar a médicos,
cirujanos, farmacéuticos, parteras, flebotomianos
y dentistas, de los cuales se llevaba un registro oficial.8 La creación de esta facultad y el sincretismo
vivido en la medicina y en la cultura cimentaron
un verdadero sistema de salud en el México independiente, tiempo más tarde.
7 Agustín Farfán, “De la anatomía”, en Historia de la ciencia en México.
Estudios y Textos, op. cit., p. 227.
8 http://www.facmed.unam.mx/palacio/Archivoh/AFacultad_medica.htmlhttp://
www.facmed.unam.mx/palacio/Archivoh/AFacultad_medica.html
Hacia
1400
Maíz, tomado de Francisco Hernández, Rerum medicarum Novae
Hispanae thesaurus, edición de 1651.
Los guaraníes practicaban el tatuaje como ornato y con fines curativos para pacientes con
determinadas afecciones, a través de incisiones en la piel en la región dorsal y glútea.
—39—
Es de noche y es invierno
no hay nadie
en este sueño.
El dolor
es un punto que arde
en el fondo de tus ojos.
Blanca Strepponi
Patologías durante la Colonia
A
l llegar a Tenochtitlan, los conquistadores españoles se vieron favore-
cidos por una epidemia de viruela que diezmó la población indígena. Al no
tener defensas orgánicas para hacerle frente a las enfermedades, tanto europeas como africanas, en 1519 la población disminuyó considerablemente.
La coexistencia de muy diversos pueblos en un mismo lugar dio pie a padecimientos
para los cuales no se tenía cura: viruela, sarampión, el tifus exantemático o tabardilla, la disentería, fiebre amarilla, entre otras. La epidemia de sarampión se repitió
frecuentemente hasta mediados del siglo xx y siempre estuvo relacionada con las
hambrunas.1
La hepatitis fue otra de las enfermedades que asoló a la Nueva España dadas las
pésimas condiciones de higiene, la mala alimentación y la proliferación de vagos
enfermos que deambulaban por la ciudad. Los gobiernos virreinales, asesorados por
los Protomedicatos, intentaban paliar estas enfermedades con diversas medidas, la
más efectiva fue, quizá, el aislamiento de los enfermos y la aplicación de medidas
profilácticas. En toda la región hispanoamericana se recurría a la “cuarentena”, incomunicación obligada de los que hubieren contraído alguna patología altamente
contagiosa. En caso de muerte, se procuraba enterrar a los cadáveres cubiertos con
cal viva, para que no llegara la infección al aire.
La falta de higiene en los acueductos y en las escasas cañerías, el hacinamiento de
los habitantes, así como la ausencia de agua limpia, originaban en buena medida la
rápida propagación de las enfermedades. A lo anterior también contribuyó el maltrato de los españoles a los indígenas, con la consiguiente merma de la población
autóctona en menos de un siglo.
1 Documental “Medicina colonial”, en La historia de la medicina en México, cap. III, UNAM/AstraZeneca, México, 2007.
Hacia
1400
Los nahuas utilizaban el aceite de cacao en grietas y heridas en la piel. La manteca de cacao tenía
aplicaciones medicinales y cosméticas para el cuidado del cutis.
—41—
Durante la Colonia se desatendió casi
completamente el abastecimiento de agua limpia
y el alejamiento de aguas sucias, a pesar de que
existían acueductos, cañerías y desaguaderos.
Esto favoreció la proliferación de ratas, ratones,
arañas, moscas y cucarachas, que esparcían las
enfermedades.
La viruela es una enfermedad con abundantes manifestaciones en la piel, como vesículas, erupciones, pústulas y costras. La contagiosidad de la patología provenía de
las supuraciones de dichas erupciones. Se cree que la viruela llegó a Mesoamérica
a causa de un esclavo africano que viajaba con el conquistador español Pánfilo de
Narváez; de ahí se derivó una epidemia que influyó decisivamente en la derrota de
los pueblos indígenas.
Los enfermos eran atendidos en los hospitales coloniales que pertenecían a órdenes
religiosas, virreyes, cabildos, indios principales y acaudalados filántropos. Su labor
consistía en albergar a las personas que lo necesitaran, brindarles alimento, vestido
y asistencia religiosa. En algunos casos, estas instituciones contaban con un médico, enfermero o curandero que llegaba a prestar sus servicios, lo que permitió que
se practicara de manera formal la medicina hipocrático-galénica con cierto grado de
sincretismo.2 Sin embargo, la concepción que se tenía del nosocomio estaba basada
en una visión medieval: una obra de piedad, dedicada más al acompañamiento espiritual que a tratar de aliviar los males.3 Hernán Cortés fundó el Hospital de Jesús, el
primero en la Nueva España, que atendía únicamente a enfermos españoles. Para los
indígenas, los mulatos y los negros se fundaron otros hospitales varios años después.
Hacia fines del siglo xvi eran 150 los establecimientos que prodigaban sus socorros
a todo lo largo y ancho del territorio entonces dominado.4
Pústulas de viruela en el dorso de la
mano. Litografía tomada de Moritz
Kaposi, Handatlas der Hautkrankheiten: für
Studierende und Ärzte, 1898-1900.
2 Ibid.
3 Véase F. Ortiz en Ricardo Galimberti, et al., Historia de la Dermatología Latinoamericana,
Éditions Privat, Laboratoires Pierre Fabre, Francia, 2007, p. 267 .
4 Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México. Estudios y Textos, CONACYT/FCE, México, 1985, p. 76.
—42—
Cuando los nativos enfermaban llamaban a uno de sus médicos tradicionales, si se le podía conseguir fácilmente. De lo contrario, los
enfermos yacían en forma estoica y podían vivir o morir. Por otra
parte, los españoles luchaban contra las enfermedades hasta que se
arruinaban: si uno de ellos moría, el médico y el boticario se llevaban
todo lo que el paciente hubiera acumulado o poseído.5
En la Nueva España, los principales afectados en las epidemias fueron los centros
mineros. Las condiciones infrahumanas a las que se veían sometidos los trabajadores, el hacinamiento y la mala alimentación ocasionaron en 1736 un brote de peste
en el pueblo de Tacuba, hoy Distrito Federal. La peste incluía una gran variedad de
síntomas, como fiebre elevada, consunción y bubas, además de secreciones altamente
infecciosas. Pronto la población indígena, española y mestiza fue decreciendo vertiginosamente, más aún con el brote que se dio en Zacatecas por 1737. La epidemia
terminó alrededor de 1739, no sin antes haber dejado graves secuelas en aquellas
poblaciones.
Las epidemias de cocoliztli y de
matlazahuatl fueron causa de la
mortalidad entre indígenas de la Nueva
España.
El brote de sarna que se desencadenó a mediados del siglo xvi fue producto de la pobreza, especialmente de los habitantes indígenas. Se cree que pudo haber provenido
de las pulgas de las ratas o de los piojos que proliferaban en los barcos transatlánticos. Del mismo modo, la tiña fue un padecimiento originado por las malas condiciones de vida y por la poca limpieza de la gente. Las patologías tropicales también
se expandieron entre los indígenas y españoles a causa de los esclavos africanos que
acompañaron a los españoles a América.
En 1630 comenzaron a promulgarse reglamentos para evitar los contagios. Éstos versaban mayormente sobre la recepción de los esclavos africanos a la Nueva España,
y se fundamentaban en las instituciones de los Protomedicatos: se debía separar a
5 John Jay TePaske, (ed.) El Real Protomedicato. La reglamentación de la profesión médica en el Imperio español, trad. de Miriam de los Ángeles Díaz
Córdoba y José Luis Soberanes Fernández, Facultad de Medicina-IIJ, p. 50.
1552
Thierry de Héry hace una fortuna tratando a los pacientes sifilíticos con la aplicación tópica de
ungüento mercurial y la ingestión de té de guayaco proveniente de América.
—43—
mujeres de hombres, incluso si eran familias; también debía ponérseles en
“cuarentena”, a una legua de la ciudad más cercana. Además, se realizaban
cuidadosos exámenes a los que querían entrar a las urbes, con el fin de identificar enfermedades incubadas o declaradas, como la viruela y el sarampión.
Existe un dicho de aquellas épocas que ilustra las preocupaciones de las autoridades gubernamentales: “Sarampión toca la puerta, viruela dice: ‘¿Quién
es?’. Y escarlatina contesta: ‘¡Aquí estamos los tres!’ ”.6
Examen de leprosos. Grabado en madera
de H. Wächtlin en Hanns von Gersdorff,
Feldtbuch der Wundarztney, Estrasburgo,
1517.
La viruela fue una de las patologías más
temidas durante la Colonia. Su poder
destructivo era tal, que la gran mayoría de
enfermos fallecía y los pocos sobrevivientes
sufrían graves desfiguraciones y secuelas. La
vacuna antivariolosa llegó hasta 1804, después de
casi tres siglos de prevalencia en la Nueva España.
Mención aparte merece la lepra. Se sabe que sus orígenes se remontan a tiempos muy
antiguos, a civilizaciones como China o Egipto. Se expandió por el mundo en las diferentes conquistas, así como en las cruzadas y colonizaciones de la Edad Media. Es
probable que haya llegado al Nuevo Mundo por medio de conquistadores europeos
y esclavos africanos. En el siglo xvi, ante la proliferación de enfermos de lepra, el
Virreinato creó asilos o leprosarios donde se atendía a los enfermos. Como aún no
existía ninguna cura contra este padecimiento, los leprosos eran excluidos permanentemente en los “lazaretos”, sin que se tomara alguna medida preventiva.
Sin embargo, fue hasta el año 1789 en que el Tribunal del Protomedicato implementó medidas para el manejo de aguas negras, la vigilancia nocturna en las calles y el
control de perros callejeros.
El arte de curar de mediados del siglo xviii todavía arrastraba muchos de los lastres
y prejuicios que privaron en los dos siglos anteriores. La medicina científica y acadé-
6 Álvaro Gómez-Gallo. “La medicina en el descubrimiento de América”, Gaceta Médica de México, vol. 139, núm. 5, Academia Nacional de Medicina
de México, México, septiembre-octubre de 2003, pp. 519-522.
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En el siglo xvii, el deterioro de las ciudades había
llegado a límites insospechados: el desorden de las calles,
las inmundicias en los arroyos, así como la falta de agua
potable, se fue agravando exponencialmente hasta
poner en serio riesgo a la población en general.
mica estaba aún invadida por una buena dosis de superstición y magia, resabios de
las doctrinas herméticas, alquimistas y astrológicas de épocas pasadas.
La práctica de la medicina realizada por los egresados de la universidad dejaba mucho
que desear por lo inadecuado y caduco de muchos de los cursos que llevaban, por la
escasa experiencia clínica que adquirían y por prejuicios contra prácticas tales como
la disección; sin embargo, un selecto grupo de médicos logró, desde los primeros años
del siglo, aportar cierto grado de modernidad en los estudios de anatomía, fisiología,
práctica quirúrgica y patología. Se introdujo el uso del microscopio y del termómetro,
así como de otros instrumentos y aparatos. No obstante, continuaban empleándose
indiscriminadamente prácticas tan severas como las sangrías, las purgas y el uso de
vomitivos para todo tipo de males, con el propósito, se decía, de eliminar del cuerpo
los “malos humores”. Las curaciones mágicas, a base de hierbas, hechizos o encantamientos aún formaban el meollo de la medicina popular.7
Sin embargo, a medida que corre el siglo, el espíritu de la medicina académica va
sufriendo cambios, por efecto de la aceptación de la teoría de la circulación de la sangre, así como de teorías más novedosas pertenecientes a la anatomía patológica, a la
higiene, a los nuevos métodos de diagnóstico y a la química de la digestión. De esta
manera, se cierra el panorama de la medicina en la Nueva España, marcado por las
aportaciones autóctonas relacionadas con el saber herbolario y los descubrimientos
tecnológicos venidos de Europa.
En su primer ensayo de inoculación,
Edward Jenner utilizó el contenido de las
pústulas de la vacuna natural contraída por
una sirvienta llamada Sarah Nelmes (1796).
Tomado de E. Jenner, “An Inquiry Into the
Causes and Effects of the Variolae Vaccinae”,
Londres, 1798.
7 Trabulse, op. cit., pp. 75-77.
1572
Hieronymus Mercurialis publica su trabajo Sobre las enfermedades de la piel y todas las secreciones
del cuerpo humano, donde trata los principales padecimientos de la piel de aquel entonces: la sarna,
el prurito y la lepra.
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