CUANDO «DIOS ES AMOR» TIENE UN ROSTRO HUMANO

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CUANDO «DIOS ES AMOR» TIENE UN ROSTRO HUMANO
CUANDO «DIOS ES AMOR» TIENE UN ROSTRO HUMANO
Columna semanal del arzobispo Charles J. Chaput, O.F.M. Cap.
19 de junio del 2014
Esta semana la Iglesia nos lleva de la gran Solemnidad de la Santísima Trinidad, la semana
pasada, a la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, el 22 de junio. Ambas fiestas nos
enseñan algo hermoso acerca del Dios que profesamos y la vida que él nos invita a llevar.
Como los judíos y los musulmanes, los cristianos creen que Dios es uno. No hay ningún otro
dios sino Dios, que creó todo de la nada; que es infinitamente superior y diferente a nosotros; que
es totalmente independiente de su creación. Cuando llamamos a Dios santo nos referimos a lo
que el latín sanctus, o la palabra hebrea kadosh, significan –Dios es «distinto a» nosotros y
nuestro entendimiento humano, sin la ayuda de Dios mismo, no puede nunca capturar su esencia.
Pero también los cristianos creen que Dios nos habla a través de las Escrituras y la sabiduría de
la Iglesia y que las palabras de la Primera carta de Juan –«Dios es amor» (4:8, 16)– son
literalmente verdaderas. La naturaleza de Dios, su «unidad», es una comunión de amor entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; un Dios en tres personas divinas, cuyo amor crea y sostiene
todas las cosas. Así, mientras que la naturaleza de Dios es un misterio, no es uno enteramente
extraño: cada familia humana –la unidad de padre, madre e hijo--refleja, en forma parcial y
pequeña, la naturaleza de Dios mismo.
Y hay más. Los cristianos creen que Dios no es sólo trascendente sino también inmanente. Dios
se hizo hombre en Jesucristo. Él se hizo carne. Por lo tanto el cristianismo es encarnacional.
Dios creó a la raza humana, pero también llegó a ser parte de ella por amor para redimirnos. Él
ama a cada uno de nosotros no sólo como un creador, sino también como un padre y un hermano.
Esta constante y tangible presencia de Dios, personalmente en medio de nosotros, se renueva en
cada misa. La Eucaristía es más que un símbolo o una metáfora o una comida conmemorativa,
aunque es todas esas cosas también; es, la viva carne y sangre de Jesucristo.
El domingo de la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, nos recuerda que Jesús es
realmente Emmanuel –«Dios con nosotros»– y cada vez que lo recibimos en la Eucaristía, nos
pide amar como él amó y confiar en Dios como él confiaba en su Padre.
¿Cómo amamos como Cristo amó? ¿Cómo llevamos nosotros el amor cristiano del campo de la
teología al campo de la práctica?
Madre Teresa lo hizo con un pequeño acto de piedad a la vez. Hoy en día sus Misioneras de la
Caridad consuelan a los desamparados y sufridos alrededor del mundo. Eunice Kennedy Shriver
comenzó con los mismos pasos modestos. El movimiento de Special Olimpics (olimpiadas
especiales) comenzó como simples juegos en el patio de la casa de Eunice y Sargent Shriver hace
más de 50 años. Los Shrivers tenían un amor profundamente católico por los niños con
discapacidad intelectual, y una vez que empezaron, nunca dejaron de ayudar a las personas con
discapacidad a descubrir su dignidad dada por Dios y sus habilidades.
Hoy el movimiento de Special Olympics incluye a 4,2 millones de atletas en más de 170 países.
Mientras escribo esta columna, casi 4.000 atletas de Special Olympics de todos los 50 estados y
el Distrito de Columbia están compitiendo en los juegos nacionales del 2014 USA Special
National Olympics Games en Nueva Jersey, y 185 de esos extraordinarios deportistas pertenecen
a la delegación de Pensilvania. Cada uno de ellos es un héroe. Así también lo es cada entrenador,
padre, voluntario y patrocinador, que ha trabajado tan duro, sacrificado tanto y amado tan
desinteresadamente para ganar para estos olímpicos especiales la inclusión y el reconocimiento
que ellos merecen.
Si «Dios es amor» –y lo es– entonces los que bien quieren, en aras de otros, sin tener en cuenta el
costo, son los reflejos de Dios. Son el rostro humano del amor de Dios en nuestro medio. Y todos
nosotros nos enriquecemos por eso.
Este próximo domingo, al celebrar el Cuerpo de Cristo, debemos agradecer a Dios de una
manera especial por el don de su amor, encarnado en su Hijo; por la presencia real de Cristo en la
Eucaristía; por el agua viva que encontramos en la Sagrada Escritura; y por el testimonio
cristiano de aquéllos cuyas vidas nos dejan vislumbrar la belleza de Dios mismo.

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