Las mujeres sabias
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Las mujeres sabias
VINCULOS | Adiós a la niñez VINCULOS 87 Las mujeres sabias C Por Laura Gutman dentro de la mente de los padres, y los riesgos de la misma, ya que la niña púber precisa aún más tiempo para la maduración de su identidad”, explica Alkolombre. Laura V. notó que a su hija mayor, de 9 años, ya le comenzaron a salir vellos en el pubis y que desde hace unos meses usa protectores diarios, por el flujo vaginal. “Al principio, fue un momento de angustia y confusión reconocer que mi nena había comenzado su desarrollo”, dice Laura. “Lo conversé con el pediatra, quien me aconsejó que hable con ella y que le explique sobre estos cambios y sobre su primera menstruación, porque prontamente iba a desarrollar”, recuerda esta mamá y admite: “Me costó muchísimo encontrar el momento y la manera de encarar esa charla, así que recurrí a un par de libros y textos, además de lo conversado con el médico”. El pasaje de niña a mujer adquiere características diferentes en cada grupo familiar y dentro de cada cultura en particular. Es un momento que tiene ciertos rituales culturales. En algunos pueblos primitivos, la mujer que sangra es tabú. La pubertad se convierte en el “pasaporte a la exogamia”, la salida de la púber 86 CONVIVIMOS | Marzo 2013 hacia los grupos de pares y los primeros noviazgos. Del mismo modo que en las culturas de pueblos primitivos, en la actualidad, la pubertad representa la separación de la niña-mujer de sus padres, y en especial de la madre. Para que esto sea posible, la madre es una “figura facilitadora”. Ayuda a la niña en su proceso de separación e individuación. Es posible pensar esta nueva etapa con alegría, y recibir la primera menstruación como un primer hito en el “camino hacia la femineidad”, revela la licenciada Alkolombre. El duelo y la angustia En Psicología de la adolescencia, su autor, Aguirre Baztán Angel, manifiesta que con la irrupción de la maduración sexual, el adolescente puede sentirse falto de coherencia interna, y, por lo tanto, verse perturbado en el sentido de la propia identidad. Es frecuente el sentimiento de extrañeza y de no reconocimiento del propio cuerpo que invade al adolescente, tiene la sensación de estar deformado físicamente, aunque no se corresponda con la realidad, ya que se trata de falsas percepciones de la imagen de sí mismo. Aguirre explica que el adolescente siente una dosis elevada de angustia ante el reajuste intrapsíquico producto de los cambios hormonales y corporales y describe tres “duelos” fundamentales: • El “duelo por el cuerpo infantil”: el adolescente contempla sus cambios como algo externo frente a lo cual él es un espectador impotente de lo que le ocurre a su cuerpo. El adolescente se despide de su cuerpo infantil. • El “duelo por la dependencia infantil”: al asumir un cuerpo genital, adulto, el adolescente revive el abandono y la pérdida de la relación dual y simbiótica con la madre, gracias a la cual el niño vivía en un estado de bienestar y de placer. • Y por último, el “duelo de los objetos edípicos”: el desarrollo corporal hace tomar conciencia al adolescente del cuerpo sexuado de sus padres, y del posible “entrometimiento” en su relación. Solo si las experiencias tempranas han sido fundamentalmente positivas –escribe Aguirre Baztán- el “Yo” adolescente encuentra las fuerzas y la base necesaria para afrontar el sentimiento de vacío que acompaña la ruptura de esas primeras identificaciones y, en consecuencia, del “adiós a su niñez”. on la ilusión y la ambivalencia de devenir abuelas, las mujeres maduras nos disponemos a afrontar esta nueva etapa, procurando ofrecer a nuestros nietos lo que quizás no pudimos ofrecer a nuestros hijos: tiempo disponible. Sin embargo, la “abuelidad” y la madurez tienen un objetivo más pleno y necesario, que es la función de transmitir los secretos de la maternidad a las mujeres más jóvenes, ofreciendo nuestro conocimiento acerca del mundo interior, ya que ahora no necesitamos alimentar al niño, sino que superamos ese rol nutriendo espiritualmente a la comunidad de mujeres que devienen madres. También es tiempo de comprender, en toda su dimensión, las vivencias internas de los varones –que también han nacido de nuestras entrañas– y acercar experiencias entre unos y otros. Es posible que, en el pasado, hayamos padecido situaciones penosas, y a partir de esas vivencias, hoy podamos optar entre dos posturas: ser duras y críticas, desaprobando el modo en que los jóvenes crían a sus hijos –con lo cual nuestros hijos necesitarán distanciarse de nosotras–, o bien abrir el corazón y estar al servicio de las madres y los padres jóvenes apoyándolos, comprendiéndolos, aceptándolos, amándolos y admirándolos. Y así constatar la cercanía y el entendimiento que podemos producir entre las diversas generaciones, cosa que redundará a favor del niño. Es verdad que hemos desmerecido globalmente la sabiduría profunda de las mujeres maduras a causa de la mala reputación que han adquirido las arrugas y algunos cabellos blancos. Pero que nuestro cuerpo físico pierda fuerza y belleza en la madurez es imprescindible para desapegarnos de lo aparente y sumergirnos en la complejidad del ser. Si quedáramos muy atadas a la apariencia física, difícilmente estaríamos dispuestas a zambullirnos en lo insondable de la vida espiritual. Nece- sitamos el encanto de las arrugas, el grosor de la piel algo más curtida y la fluidez de los tejidos más blandos, para desparramar la sabiduría de la experiencia sobre quien esté dispuesto a aprovecharla. Tengamos en cuenta que hoy hay muchas mujeres jóvenes desesperadas con niños en brazos. Pero si las mujeres maduras estamos dispuestas a revisar nuestra historia y si logramos darnos cuenta de que tal vez hemos sido innecesariamente hostiles o severas en el pasado con nuestros hijos, podremos resarcirnos abriendo las puertas de la conciencia femenina para que nuestras hijas e hijos, nuestras nueras y yernos, puedan transitar sus caminos con conciencia, gracias a nuestro sostén, apoyo y generosidad. Solo entonces mereceremos ser llamadas mujeres sabias. ✉ [email protected] Marzo 2013 | CONVIVIMOS 87