Las mujeres sabias

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Las mujeres sabias
VINCULOS | Adiós a la niñez
VINCULOS
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Las mujeres sabias
C
Por
Laura Gutman
dentro de la mente de los padres, y los riesgos de la misma, ya que la niña púber precisa aún más tiempo para la maduración
de su identidad”, explica Alkolombre.
Laura V. notó que a su hija mayor,
de 9 años, ya le comenzaron a salir vellos en el pubis y que desde hace unos
meses usa protectores diarios, por el
flujo vaginal. “Al principio, fue un momento de angustia y confusión reconocer que mi nena había comenzado su
desarrollo”, dice Laura.
“Lo conversé con el pediatra, quien
me aconsejó que hable con ella y que le
explique sobre estos cambios y sobre su
primera menstruación, porque prontamente iba a desarrollar”, recuerda esta
mamá y admite: “Me costó muchísimo
encontrar el momento y la manera de
encarar esa charla, así que recurrí a un
par de libros y textos, además de lo conversado con el médico”.
El pasaje de niña a mujer adquiere
características diferentes en cada grupo
familiar y dentro de cada cultura en particular. Es un momento que tiene ciertos
rituales culturales. En algunos pueblos
primitivos, la mujer que sangra es tabú.
La pubertad se convierte en el “pasaporte a la exogamia”, la salida de la púber
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hacia los grupos de pares y los primeros
noviazgos. Del mismo modo que en las
culturas de pueblos primitivos, en la actualidad, la pubertad representa la separación de la niña-mujer de sus padres, y
en especial de la madre. Para que esto sea
posible, la madre es una “figura facilitadora”. Ayuda a la niña en su proceso de separación e individuación. Es posible pensar esta nueva etapa con alegría, y recibir
la primera menstruación como un primer
hito en el “camino hacia la femineidad”,
revela la licenciada Alkolombre.
El duelo y la angustia
En Psicología de la adolescencia, su autor, Aguirre Baztán Angel, manifiesta
que con la irrupción de la maduración
sexual, el adolescente puede sentirse falto de coherencia interna, y, por lo tanto,
verse perturbado en el sentido de la propia identidad.
Es frecuente el sentimiento de extrañeza y de no reconocimiento del
propio cuerpo que invade al adolescente, tiene la sensación de estar deformado físicamente, aunque no se corresponda con la realidad, ya que se trata
de falsas percepciones de la imagen de
sí mismo.
Aguirre explica que el adolescente siente una dosis elevada de angustia
ante el reajuste intrapsíquico producto
de los cambios hormonales y corporales
y describe tres “duelos” fundamentales:
• El “duelo por el cuerpo infantil”:
el adolescente contempla sus cambios
como algo externo frente a lo cual él es
un espectador impotente de lo que le
ocurre a su cuerpo. El adolescente se despide de su cuerpo infantil.
• El “duelo por la dependencia infantil”: al asumir un cuerpo genital, adulto, el adolescente revive el abandono y la
pérdida de la relación dual y simbiótica
con la madre, gracias a la cual el niño vivía en un estado de bienestar y de placer.
• Y por último, el “duelo de los objetos
edípicos”: el desarrollo corporal hace tomar conciencia al adolescente del cuerpo
sexuado de sus padres, y del posible “entrometimiento” en su relación.
Solo si las experiencias tempranas
han sido fundamentalmente positivas
–escribe Aguirre Baztán- el “Yo” adolescente encuentra las fuerzas y la base necesaria para afrontar el sentimiento de
vacío que acompaña la ruptura de esas
primeras identificaciones y, en consecuencia, del “adiós a su niñez”.
on la ilusión y la ambivalencia
de devenir abuelas, las mujeres maduras nos disponemos a
afrontar esta nueva etapa, procurando
ofrecer a nuestros nietos lo que quizás
no pudimos ofrecer a nuestros hijos:
tiempo disponible.
Sin embargo, la “abuelidad” y la madurez tienen un objetivo más pleno y necesario, que es la función de transmitir los
secretos de la maternidad a las mujeres
más jóvenes, ofreciendo nuestro conocimiento acerca del mundo interior, ya que
ahora no necesitamos alimentar al niño,
sino que superamos ese rol nutriendo espiritualmente a la comunidad de mujeres
que devienen madres. También es tiempo
de comprender, en toda su dimensión,
las vivencias internas de los varones –que
también han nacido de nuestras entrañas–
y acercar experiencias entre unos y otros.
Es posible que, en el pasado, hayamos padecido situaciones penosas, y a partir de
esas vivencias, hoy podamos optar entre
dos posturas: ser duras y críticas, desaprobando el modo en que los jóvenes crían a
sus hijos –con lo cual nuestros hijos necesitarán distanciarse de nosotras–, o bien
abrir el corazón y estar al servicio de las
madres y los padres jóvenes apoyándolos,
comprendiéndolos, aceptándolos, amándolos y admirándolos. Y así constatar la
cercanía y el entendimiento que podemos
producir entre las diversas generaciones,
cosa que redundará a favor del niño.
Es verdad que hemos desmerecido
globalmente la sabiduría profunda de las
mujeres maduras a causa de la mala reputación que han adquirido las arrugas y algunos cabellos blancos. Pero que nuestro
cuerpo físico pierda fuerza y belleza en la
madurez es imprescindible para desapegarnos de lo aparente y sumergirnos en la
complejidad del ser. Si quedáramos muy
atadas a la apariencia física, difícilmente
estaríamos dispuestas a zambullirnos en
lo insondable de la vida espiritual. Nece-
sitamos el encanto de las arrugas, el grosor de la piel algo más curtida y la fluidez
de los tejidos más blandos, para desparramar la sabiduría de la experiencia sobre
quien esté dispuesto a aprovecharla.
Tengamos en cuenta que hoy hay
muchas mujeres jóvenes desesperadas
con niños en brazos. Pero si las mujeres
maduras estamos dispuestas a revisar
nuestra historia y si logramos darnos
cuenta de que tal vez hemos sido innecesariamente hostiles o severas en el
pasado con nuestros hijos, podremos
resarcirnos abriendo las puertas de la
conciencia femenina para que nuestras
hijas e hijos, nuestras nueras y yernos,
puedan transitar sus caminos con conciencia, gracias a nuestro sostén, apoyo
y generosidad. Solo entonces mereceremos ser llamadas mujeres sabias.
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