La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en

Transcripción

La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en
FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES -FLACSOARGENTINA
MAESTRÍA EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL
La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas
en verdulerías de Buenos Aires
Trabajo, género y etnicidad-nacionalidad
Tesis de Maestría en Antropología Social
Autora: Susanna Moore
Directora: Dra. Cynthia Pizarro
Fecha: Julio de 2011
La construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en
verdulerías de Buenos Aires
Trabajo, género y etnicidad-nacionalidad
Resumen: El propósito de este trabajo es indagar de qué manera inciden el
género y la etnicidad-nacionalidad en el proceso de la conformación del
mercado laboral y en los lugares de trabajo en los que participan mujeres
bolivianas vinculadas a la comercialización frutihortícola minorista en la
Ciudad de Buenos Aires. El abordaje de esta pregunta se basa en un trabajo
etnográfico realizado con mujeres bolivianas que se desempeñan en este
sector en la actualidad. A partir de las trayectorias laborales y migratorias de
estas mujeres, las redes sociales en las cuales se articulan y la construcción
social de su imagen como buenas comerciantes, se analiza la conformación
particular del mercado laboral de las verdulerías. Asimismo se consideran
los lugares de trabajo de las verdulerías en relación a la organización de la
fuerza de trabajo y la dinámica de las relaciones sociales que allí se
entablan. Este análisis, desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad, aporta a una emergente discusión sobre la participación de
mujeres inmigrantes de origen boliviano en el último eslabón de la cadena
frutihortícola en Buenos Aires e invita a reflexionar sobre su posible
segmentación por etnicidad-nacionalidad y género.
Abstract: This paper inquires into how gender and ethnicity-nationality
influence the shaping of the labor market and workplaces of Bolivian
women engaged in small-scale fruit and vegetable sales in the City of
Buenos Aires. This question is addressed by drawing on ethnographic
fieldwork carried out with Bolivian women who currently work in this
sector. The unique formation of the labor market of fruit and vegetable
stores is analyzed based on these women‘s work and migration histories, the
social networks in which they participate and the ways in which their image
as good traders has been socially constructed. In addition, the workplaces of
fruit and vegetable stores are studied in terms of the organization of the
workforce and the dynamics of the social relations established therein. This
analysis, from a perspective that contemplates gender and ethnicitynationality, contributes to an emerging discussion on Bolivian immigrant
women‘s participation in the last link in the chain of fruit and vegetable
production and sales in Buenos Aires. It invites reflection on the possible
segmentation of this labor market by ethnicity-nationality and gender.
Índice
Introducción.................................................................................................. 3
Capítulo 1: Un entramado teórico-metodológico para analizar la
vinculación entre mujeres bolivianas y verdulerías en Buenos Aires ..... 9
I. Contextualización y estado del arte ............................................................ 9
I.i. La migración boliviana hacia Argentina en perspectiva histórica ..... 9
I.ii. La inserción laboral de inmigrantes bolivianos en la cadena de
producción y comercialización frutihortícola en Argentina ................. 15
I.ii.a. La producción frutihortícola en Argentina y en el cinturón
verde de Buenos Aires................................................................... 15
I.ii.b. La comercialización frutihortícola mayorista y minorista en
los cinturones verdes de Buenos Aires y Córdoba ........................ 18
I.iii. Antecedentes para el estudio de las migraciones bolivianas hacia
Argentina desde una perspectiva de género.......................................... 23
II. Marco teórico ........................................................................................... 28
III. Metodología ........................................................................................... 43
Capítulo 2: La conformación del mercado laboral de las verdulerías .. 50
I. Primer caso: Red migratoria y laboral no familiar.................................... 51
I.i. Estructura y funcionamiento de la red ............................................ 51
I.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red .. 52
I.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad ......................................................................................... 59
II. Segundo caso: Red migratoria y laboral familiar .................................... 72
II.i. Estructura y funcionamiento de la red .......................................... 72
1
II.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red . 75
II.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad ......................................................................................... 83
III. La conformación del mercado laboral de las verdulerías ....................... 96
III.i. La conformación del mercado laboral de las verdulerías en clave
de género y etnicidad-nacionalidad ...................................................... 96
III.ii. ¿La comercialización frutihortícola minorista como ―nicho‖
segmentado por etnicidad-nacionalidad y género? ............................. 103
Capítulo 3: Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las
verdulerías................................................................................................. 109
I. Primer caso: Establecimiento de tipo empresarial ................................. 112
I.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización
de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo ...................................... 112
I.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías:
emprendimientos de tipo empresarial ................................................. 115
II. Segundo caso: Establecimiento familiar ............................................... 130
II.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización
de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo ...................................... 130
II.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías:
emprendimientos familiares................................................................ 134
III. Comparación de los casos: emprendimientos étnicos de tipo empresarial
versus familiar ............................................................................................ 152
Conclusiones ............................................................................................. 161
Bibliografía ............................................................................................... 174
2
Introducción
Las migraciones laborales desde Bolivia a Argentina se caracterizan
por ser uno de los flujos migratorios principales de la región, uno de los más
permanentes en términos históricos y uno de los más dinámicos en la
actualidad. Dicho flujo constituye un proceso social fértil para estudiar
cómo se articulan los migrantes mismos con las instituciones sociales que
estructuran su migración, tales como los mercados de trabajo y las redes
sociales migratorias. Al tratarse de una migración internacional, en tanto
implica
atravesar
fronteras
interestatales
territoriales,
jurídico-
administrativas y simbólicas (Pizarro, 2011), es un campo que nos permite
considerar además cómo se pone en juego en este complejo proceso un
entramado de construcciones sociales y culturales. Entre ellas nos interesa
considerar especialmente cómo la etnicidad-nacionalidad de los migrantes
bolivianos en Argentina así como los estereotipos de género influyen en la
conformación de un mercado de trabajo ―disponible‖ para mujeres
migrantes bolivianas en el lugar de destino.
Es en esta coyuntura que proponemos analizar de qué manera
inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en la conformación del
mercado de trabajo de la comercialización frutihortícola minorista en la
Ciudad de Buenos Aires, incluyendo las relaciones laborales que se
desarrollan en los lugares de trabajo en este sector. Para abordar este
problema, se precisa considerar la articulación e interjuego entre los
diferentes niveles que atraviesa, contemplando e integrando cuestiones de
índole estructural, como los mercados de trabajo, y otras enfocadas en los
actores, cuyas acciones son mediadas por sus redes sociales, sus trayectorias
laborales y migratorias y la construcción social de su imagen estereotipada
en la sociedad de origen y la de destino. Esta mirada nos permitirá entender
la migración no sólo como un acto primordialmente individual, racional y
voluntario, sino además como ―el resultado de fuerzas centrífugas y
centrípetas que determinan procesos que conforman parte de redes históricas
y culturales que definen una respuesta a una forma específica de presión
sobre (ciertos sectores de) la población‖ (Halpern, 2009: 9).
3
Desde este enfoque, la presente tesis analiza el caso particular de las
mujeres bolivianas y su inserción y desempeño en las ―verdulerías‖ en la
Ciudad de Buenos Aires en relación a dos aspectos fundamentales. El
primero indaga sobre cómo se conforma este mercado de trabajo como
―disponible‖ para ellas, mientras el segundo examina cuáles son las
dinámicas de las relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo
en este sector.
Para la primera parte de nuestra pregunta, analizaremos desde una
perspectiva de género y de etnicidad-nacionalidad las trayectorias laborales
y migratorias de mujeres migrantes bolivianas que trabajan en las
verdulerías, así como las redes sociales en las cuales se articulan, para dar
cuenta de la conformación particular de este mercado laboral. Al mismo
tiempo, la reconstrucción de sus trayectorias laborales y migratorias, tanto
en el lugar de origen como en el de destino, nos permitirá observar cómo se
construye una imagen de estas mujeres como ―buenas trabajadoras‖ y
―buenas comerciantes‖, construcción que favorecerá su inserción en este
sector.
Con respecto al segundo aspecto de nuestra pregunta, se
considerarán las articulaciones de los clivajes de género y etnicidadnacionalidad en las relaciones sociales que se entablan en los lugares de
trabajo, así como las dinámicas de dominación y subordinación que
caracterizan de manera particular a estas relaciones y cómo las mismas se
imbrican con las relaciones sociales dentro de las redes sociales migratorias
en las cuales están articuladas. Con este objetivo miraremos cómo las
mismas trabajadoras en este sector experimentan su situación laboral en el
contexto migratorio y cuáles son las formas heterogéneas en que reaccionan
frente a sus experiencias de sufrimiento y/o explotación, ya sea a través de
prácticas de obediencia, resistencia o sus expresiones mixtas.
A la luz de lo analizado sobre estos dos aspectos que aportan a la
construcción del mercado de trabajo del comercio frutihortícola minorista en
la Ciudad de Buenos Aires, consideraremos en qué medida se puede
caracterizar a las ―verdulerías‖ en términos de un ―nicho‖ en un mercado
laboral segmentado por género y etnicidad-nacionalidad. Si bien no
4
constituye uno de los objetivos de este trabajo responder a esta pregunta, ya
que excede las posibilidades de generalización a partir del mismo, sí se
pretende, a través de la construcción de este objeto de estudio, abrir la
pregunta como una posibilidad a ser explorada a futuro.
¿Por qué consideramos oportuno plantear este problema particular
como un tema emergente en las migraciones bolivianas contemporáneas
hacia Buenos Aires? Pues, en la literatura sobre las migraciones regionales a
Argentina, incluyendo la boliviana, se ha planteado y examinado de manera
extensa la influencia de la etnicidad-nacionalidad en las relaciones de
producción y los mercados de trabajo en que se insertan trabajadores
migrantes, produciéndose su etnicización (Halpern, 2005), mediante la
apelación a categorías y matrices étnico-nacionales. Sin embargo, existe un
número contado de trabajos que incorporan una perspectiva de género al
estudio de estos y otros procesos vinculados a las migraciones bolivianas a
Argentina.
El patrón migratorio más documentado históricamente en las
migraciones bolivianas hacia Argentina consiste en dos etapas o fases: en la
primera los hombres migran solos y de forma temporaria, mientras en la
segunda los hombres inician una cadena migratoria en donde son seguidos
por su familia—esposa e hijos—para asentarse en Argentina. Frente a la
predominancia histórica de este patrón en las migraciones bolivianas, se
supone muchas veces que el mismo sigue en pie sin presentar cambios y,
como resultado, no se plantean las particularidades de las experiencias de las
propias mujeres bolivianas en estos flujos migratorios, menos aún a las que
migran en forma autónoma. Aunque esto está cambiando recientemente, en
los estudios donde el género ha sido analizado, muchas veces fue
contemplado como una variable (Balán, 1990) y no como un concepto
teórico central, o bien las mujeres figuran como integrantes de unidades
familiares lideradas por hombres (Benencia, 1997).
A diferencia de tal cuerpo de literatura existente, y adhiriéndose a
una tendencia emergente (Bastia, 2007; Benencia, 2009; Cerrutti, 2009b;
Karasik, 1995; Magliano, 2007), la presente investigación pretende
incorporar una perspectiva de género a la ya desarrollada perspectiva de la
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etnicidad-nacionalidad en los debates acerca del flujo migratorio de origen
boliviano, especialmente con respecto a las redes sociales que lo alimentan y
al mercado laboral que tiene como destino y que estructura sus
oportunidades. Así, se propone enfatizar el género no como variable
independiente sino las maneras en que se entrecruza con la etnicidadnacionalidad en las subjetividades de las mujeres inmigrantes y en la
construcción de ellas como trabajadoras ―deseables‖ para este sector,
mostrando cómo estas dimensiones influyen en su incorporación laboral en
el país de destino.
El abordaje antropológico en los estudios sobre el trabajo que aquí
proponemos es también novedoso en tanto tratará de dar cuenta de los
aspectos culturales vinculados a los procesos de conformación de los
mercados laborales de inmigrantes regionales en Argentina, así como a las
peculiaridades que asumen las relaciones socioculturales en los lugares de
trabajo. Con respecto al mercado laboral y los principales nichos para los
migrantes bolivianos en Argentina, existen importantes antecedentes de
investigación sobre la producción frutihortícola (Benencia, 1997 y 2005;
Benencia y Quaranta, 2006a y 2006b; Pizarro, 2010) –en la que también se
presenta a los trabajadores varones como los principales protagonistas-, pero
no así sobre su comercialización (Pizarro, 2007) y menos aún sobre la
comercialización frutihortícola minorista. Este último eslabón de la cadena
agroalimentaria, relacionado pero distinto y además urbano en este caso,
constituye un espacio para plantear nuevas cuestiones o posibles patrones
emergentes con respecto a la participación femenina en un mercado laboral
segmentado.
De acuerdo a cómo hemos planteado el problema en el cual se centra
esta tesis, el desarrollo de la misma se llevará a cabo a través de tres
capítulos centrales y uno de conclusiones. El primer capítulo brinda la
contextualización teórica y metodológica necesaria para luego entrar, en los
capítulos dos y tres, en el análisis de los casos etnográficos que informaron
este estudio.
En el capítulo uno, se esbozará un breve recorrido del contexto
histórico de las migraciones bolivianas a Argentina y a Buenos Aires en
6
particular y el vínculo que este flujo ha mantenido con los mercados de
trabajo regionales hasta la actualidad. Luego, se brindarán los antecedentes
centrales de la inserción laboral de inmigrantes bolivianos en la cadena de
producción y comercialización frutihortícola, especialmente en el Área
Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Se darán a conocer además cuáles
son los antecedentes para el estudio de las migraciones bolivianas hacia
Argentina desde una perspectiva de género. Luego nos centraremos en
cuáles son los conceptos teóricos clave que se adoptarán para el análisis de
nuestro problema particular, entre ellos el mercado de trabajo segmentado,
la etnicidad-nacionalidad y el género. Estos conceptos nos permitirán
adentrar, por un lado, en el proceso de la conformación del mercado de
trabajo de las verdulerías, en donde los conceptos centrales son las redes
sociales y la imagen socialmente construida de las verduleras como buenas
trabajadoras y buenas comerciantes, y, por otro lado, a las relaciones
sociales que se entablan en los lugares de trabajo de las verdulerías, en
donde los conceptos clave incluyen el sentimiento de la deuda moral y las
obligaciones recíprocas, así como la obediencia y la resistencia. Por último,
se presentarán las cuestiones metodológicas que guiaron esta investigación y
sus implicancias para la construcción del campo, del sujeto y del
conocimiento que dan forma a esta tesis.
Los capítulos dos y tres se ocupan del análisis en profundidad de dos
casos etnográficos contrastantes, en base al trabajo de campo realizado con
mujeres bolivianas en el sector de las verdulerías. El capítulo dos aborda el
tema de la conformación del mercado laboral de las verdulerías. Para cada
caso se presentan la estructura y el funcionamiento de la red social, se
reconstruyen las trayectorias migratorias y laborales de sus integrantes y su
articulación con dicha red, seguido por un análisis desde una perspectiva de
género y de etnicidad-nacionalidad, incluyendo la construcción social de una
imagen de las ―verduleras‖ como buenas trabajadoras/comerciantes. Luego,
se explicará cómo lo visto sobre las trayectorias laborales y migratorias y las
redes en los dos casos da cuenta de la conformación particular de este
mercado de trabajo, en clave de género y etnicidad-nacionalidad, para abrir
la posibilidad de que la comercialización frutihortícola minorista constituya
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un ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por etnicidad-nacionalidad y
género.
El tercer capítulo considera el segundo aspecto del problema de esta
tesis: las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías. Allí se
presenta el tipo de establecimiento que caracteriza a cada caso, cómo el tipo
de establecimiento se vincula con el tipo de red social migratoria respectiva
y con la organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo. De este
modo se podrá luego examinar cómo son las particularidades y dinámicas de
las relaciones sociales que se desarrollan en cada contexto específico, desde
una perspectiva de
género
y etnicidad-nacionalidad. Por último,
compararemos los casos presentados
en relación a los aspectos antes
mencionados referidos a los diferentes tipos de organización y de relaciones
laborales.
Finalmente, en el último capítulo se presentarán las conclusiones, las
respuestas a las preguntas iniciales que guiaron la investigación y otras
cuestiones no previstas que han emergido durante el trabajo de campo, así
como algunas cuestiones metodológicas que influyeron en la construcción
del conocimiento en esta tesis. En base a dichas conclusiones dejaremos
dicho cuáles son los aportes que consideramos que brinda este trabajo y el
terreno emergente que se abre en este campo de investigación.
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Capítulo 1: Un entramado teórico-metodológico para
analizar la vinculación entre mujeres bolivianas y verdulerías
en Buenos Aires
De modo de contextualizar y focalizar nuestro problema de estudio
sobre la disponibilidad de mujeres bolivianas en el mercado de trabajo de las
verdulerías de la Ciudad de Buenos Aires y sobre la manera en que inciden
el género y la etnicidad-nacionalidad en las relaciones sociales en dichos
lugares de trabajo, abrimos este capítulo con un breve recorrido histórico del
tema de las migraciones bolivianas a Argentina y especialmente a Buenos
Aires, en el contexto de las migraciones regionales hacia Argentina. Dicha
contextualización se complementa, por un lado, con un esbozo de los
antecedentes del trabajo inmigrante boliviano en los diversos eslabones de la
cadena de producción y comercialización frutihortícola especialmente en
Buenos Aires, y, por otro, con un resumen de los antecedentes de los
estudios de las migraciones bolivianas a Argentina desde una perspectiva de
género. Así, contaremos con un estado de la cuestión en el cual enmarcar los
conceptos teóricos clave que presentaremos en el marco teórico. Dichos
conceptos se utilizarán para la construcción y el análisis de nuestro objeto de
estudio. Por último, se presentarán las cuestiones metodológicas que guiaron
esta investigación, entre ellas los métodos y técnicas utilizados, los criterios
de selección de los casos, el proceso de construcción del campo, del sujeto y
de los datos y las limitaciones o no que implicaron para nuestro análisis.
I. Contextualización y estado del arte
I.i. La migración boliviana hacia Argentina en perspectiva histórica
En el panorama de las migraciones internacionales, Argentina se
destaca dentro de la región de Sudamérica por ser receptor histórico de
inmigrantes, tanto regionales como transatlánticos. La historia migratoria
desde países limítrofes hacia la Argentina es de larga data, antecediendo la
creación de las fronteras nacionales en la región y manteniendo a través del
tiempo un carácter espontaneo y constante (Benencia, 1997; Pizarro, 2009;
Sala, 2000). La población migrante regional, ―desde el primer Censo
9
Nacional de Población, en 1869, hasta el de 1991, osciló entre un dos y un
tres por ciento de la población total del país‖ (Sala, 2000: 338). Este
porcentaje se mantendría estable pese a algunas oscilaciones en el número
de inmigrantes regionales en el país, las cuales se debían a las variaciones en
la demanda de mano de obra temporal para las actividades agrícolas,
especialmente en el trabajo cañero, tabacalero y frutihortícola y a la
permeabilidad de la frontera que permitía el movimiento entre los países
limítrofes y las zonas fronterizas de Argentina (Benencia, 1997; Sala, 2000).
Con respecto a la inmigración transatlántica hacia Argentina, ésta
tuvo dos olas principales, la primera siendo entre finales del siglo XIX y
comienzos del XX y la segunda durante la década de los 40 y principios de
los 50 del siglo XX. Según considera Cerrutti, el impacto de ambas olas
migratorias provenientes de Europa ―no tiene correlato a nivel
internacional‖, mientras la inmigración regional de países limítrofes fue
―históricamente más modesta‖ (Cerrutti, 2009a: 12). Pero, al detenerse la
inmigración transatlántica especialmente a partir de los años 50 del siglo
XX, ―el peso relativo de los inmigrantes limítrofes dentro del total de
extranjeros se incrementa‖ (Cerrutti, 2009a: 12), creciendo de manera
exponencial especialmente a partir de los años 50 (Benencia y Karasik,
1994; Cerrutti, 2009a). Fue en ese momento que llegarían a un pico las
migraciones hacia Argentina desde países limítrofes –Paraguay, Chile,
Bolivia y Uruguay- y Perú, constituyendo uno de los sistemas migratorios
intra-regionales más predominantes en Sudamérica (Cerrutti, 2009b).
El crecimiento marcado de este sistema migratorio se debió en parte
a la demanda creciente de mano de obra temporal en las actividades de la
zafra, tabacaleras y frutihortícolas en el interior del país, y especialmente las
provincias del norte argentino, las cuales tuvieron una importante
participación de trabajadores migrantes bolivianos. Dicha demanda de mano
de obra constituyó una fuerte atracción especialmente porque la
complementariedad estacional de estas actividades permitía a los
inmigrantes contar con las actividades necesarias ―para garantizar la
preproducción anual y obtener un ingreso mayor al que proporcionaban las
actividades en las unidades campesinas de origen‖ (Sala, 2000: 340). Debido
10
a este atractivo, junto con la asalarización de la mano de obra en estas
actividades estimulada por mejoras en los salarios y en las condiciones
laborales, se iba prolongando la duración de la residencia de trabajadores
inmigrantes en Argentina (Sala, 2000). Esto fue acompañado por la
adopción de un modelo de crecimiento basado en la industrialización
durante los años 50 hasta los 70 en Argentina, el cual generó la expansión y
diversificación de la economía y tuvo como resultado un crecimiento
significativo de la migración limítrofe hacia Argentina en los años 60 y 70
(Cerrutti, 2009b).
Los procesos que venían consolidándose, especialmente desde los
años 50, hicieron que las migraciones limítrofes, incluidas las provenientes
de Bolivia, adquirieran un dinamismo propio tal que se sostuvieron a pesar
de la crisis que se generaría en las economías regionales en los años 60 y 70.
Dicha crisis, generada por ―[l]a reestructuración de los mercados de trabajo
regionales operada a raíz de los avances de la agroindustria, la incorporación
de tecnologías ahorradoras de mano de obra, la sustitución de cultivos y las
crisis de sobre producción‖ (Sala, 2000: 341), llevaría a la disminución del
empleo y bajas en los niveles de ingresos de la población rural. Sin
embargo, los flujos migratorios supieron adaptarse a las nuevas
configuraciones de las economías regionales, incorporando nuevos lugares
de destino y nuevos mercados de trabajo. Fue por este motivo que se generó
hasta mediados de los años 70, en paralelo a la migración rural-urbana de la
población nativa, la reorientación de las migraciones limítrofes hacia las
grandes áreas urbanas, tanto en el interior del país como el Gran Buenos
Aires (Benencia, 1997; Sala, 2000).
Este proceso tuvo como resultado que, de 1980 a 1991, ya se
consolidaran las grandes ciudades como principales lugares de destino en
Argentina. Según identificado por Sala, dicha reorientación se vincula con
dos factores: la inserción laboral en localidades del NOA más dinámicas
económicamente como la construcción, el comercio y el servicio doméstico,
―cuyo crecimiento sigue siendo sensible a la oferta de mano de obra
abundante y barata‖, y el crecimiento de los cinturones verdes de Buenos
11
Aires, Mar del Plata y Gran Mendoza que representaban importantes
oportunidades laborales (Sala, 2000: 341).
En relación a la migración boliviana específicamente, debemos
considerar además las condiciones en el lugar de origen que estimulan la
emigración, ya que, como afirman Benencia y Karasik, ―[e]n todos los casos
la migración se explica por causas económicas en los países expulsores y
por una funcionalidad con el mercado de trabajo del país receptor, lo que
conforma verdaderos sistemas migratorios‖ (Benencia y Karasik, 1994: 69).
Algunos motivos estructurales que estimulan la emigración son: ―economías
con dificultades para generar empleos al mismo ritmo que crece la población
o una distribución de la riqueza entre muy pocos que excluye a proporciones
muy importantes de la población del país para alcanzar niveles mínimos de
subsistencia‖ (Ibid). En este sentido, Bolivia, entre los años 1945 y 1979,
―presentaba el mayor potencial expulsor entre los tres países [Bolivia, Chile
y Paraguay] y las menores posibilidades de absorción interna de su fuerza de
trabajo agrícola excedente‖, en tanto tenía tasas de desempleo y subempleo
urbanos más elevadas junto con un alcance más limitado de su proceso de
―colonización agrícola‖ (Marshall y Orlansky, 1980, en Benencia y Karasik,
1994: 264). A pesar de demostrar estas condiciones estructurales que
caracterizan a los países ―expulsores‖, en su momento Bolivia no generó una
población de emigrantes tan importante como los otros dos países.
Los cambios estructurales que se generaron en los lugares de origen
y de destino a partir de los 80 llevaron a la incorporación de destinos extraregionales en los movimientos migratorios provenientes de la región, así
como también implicaron cambios en la conformación de la misma
migración intra-regional. Entre estos cambios figuraron la emergencia de
nuevos lugares de origen de la emigración, nuevos lugares de destino dentro
de los mismos países receptores, y, como denota Cerrutti (2009b), cambios
en la composición por género. Con respecto a esto último, se comenzó a
observar cada vez mayor participación de mujeres entre las poblaciones
migrantes regionales con destino a Argentina. Fue durante este período que
el flujo migratorio de origen boliviano con destino de Argentina se volvió
uno de los grupos migrantes más dinámicos (Cerrutti, 2009a; Cerrutti,
12
2009b). En el período de 1980-2001, en base a los Censos Nacionales de
Población y Vivienda de 1980, 1991 y 2001, este flujo crece de forma
sostenida (Cerrutti, 2009a). Los años 80 vieron un aumento moderado, del
21,5%, pero fue en los años noventa que se vio un aumento mucho más
considerable, en un 62,3%, debido a ―las desventajosas condiciones
económicas de Bolivia sumado a las posibilidades de inserción laboral en la
Argentina y a un tipo de cambio favorable‖ (Op. cit.: 14). Como resultado,
durante estas dos décadas casi se duplica la población de migrantes
bolivianos que residen en Argentina (Ibid).
Es también durante este mismo período que el Área Metropolitana de
Buenos Aires (AMBA) se convierte en un lugar de destino privilegiado en el
circuito migratorio boliviano, llegando a concentrar en la actualidad a la
mayoría de los bolivianos radicados en el país (Benencia, 2009). De los
aproximados 2.000.000 de ciudadanos bolivianos residiendo en Argentina,
se calcula que alrededor de 1.500.000 residen en el AMBA (Zalles Cueto,
2002, en Pizarro, 2009b). Según señala Sala, ―la presencia de migrantes
bolivianos en las ciudades multiplicó las oportunidades laborales en el
mercado de trabajo urbano, porque la disponibilidad de mano de obra
migrante a menor costo incrementó la demanda y la presencia de éstos en el
largo plazo (Marshall, 1983)‖ (Sala, 2000: 341). Por otro lado, para los
inmigrantes bolivianos, la mayoría de los cuales en ese momento eran de
origen campesino y otros minero, la incorporación de destinos urbanos en
Argentina implicó un ―doble proceso de adaptación rural-urbano y de una
cultura a otra‖ (Mugarza, 1985: 101).
En términos de su actividad productiva, una altísima proporción de
ellos, más que en otros grupos de migrantes limítrofes, son personas en edad
activa, es decir que son ―más productivo[s] desde el punto de vista
económico, […] más reproductivo desde el punto de vista biológico y […]
más móvil‖ (Benencia y Karasik, 1994). La gran mayoría de esta población
activa estaba y continúa hasta la actualidad estando inserta laboralmente en
actividades que demandan mano de obra no calificada y que son socialmente
desvalorizadas, no deseadas por la población local (Pizarro, 2009b). Este
patrón de inserción laboral se destaca especialmente en los períodos de
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restricción de la demanda de empleo, como lo fueron los años 90 1, ya que la
―flexibilidad [de los migrantes limítrofes y del Perú] a la hora de aceptar
condiciones laborales más precarias y remuneraciones más bajas que los
nativos facilit[a] su incorporación‖ (Cerrutti y Maguid, 2006). A pesar de
dichas condiciones, la ventaja económica durante los 90 representó un
importante atractivo para muchos migrantes de la región2, sobre todo desde
los países más propensos a la emigración debido a factores internos
(Cerrutti, 2009b; Kneeteman, 2009).
La inherente insustentabilidad del modelo político y económico
neoliberal de los años 90 se pondría en evidencia cuando el mismo
culminara en la forma de una de las crisis económicas más graves y
paradigmáticas de la historia argentina reciente, la cual en el año 2000 ya se
manifestaba de manera aguda y que estalló en diciembre de 20013. En
materia migratoria, la crisis del 2001 y la devaluación de la moneda
argentina como resultado, verían su impacto en una baja en los flujos
migratorios regionales (Kneeteman, 2009). Frente a esta situación, la
población inmigrante se vio ante la necesidad de ajustar sus estrategias de
vida, incluyendo el ajuste de presupuestos familiares, entre otros (Ibid). Sin
1
Halpern (2005) explica cómo se vinculan el modelo de la desindustrialización y las
políticas neoliberales de los años 90, las cuales comenzaron a ser instaladas en el país
durante la última dictadura militar (1976-1983), con la situación social y laboral que
enfrentaron los inmigrantes limítrofes en Argentina en dicha década. Como consecuencia
de dicho modelo político y económico, el plano laboral y económico del país durante los 90
se caracterizó por la flexibilización laboral, rebajas salariales, altas tasas de desempleo,
pauperización y ―expulsados‖ sociales, que resultaron en una competencia de los
trabajadores argentinos locales por trabajos inestables, de baja calificación, históricamente
no deseados por ellos y ocupados por migrantes internos o inmigrantes regionales (Halpern,
2005; Kneeteman, 2009). Según Halpern, esta situación afecta a los inmigrantes regionales
de manera particular, evidenciándose en esta etapa una ―ofensiva del mismo Estado contra
[ellos...] acusados de ser la causa de esa desocupación, empobrecimiento y expulsión‖, y
también desde la clase obrera local, cuyas organizaciones disputaban contra los inmigrantes
por esos puestos de trabajo (Halpern, 2005: 72). Este último proceso llevaría a lo que
Halpern llama la división étnico-nacional del trabajo, división que caracteriza a un proceso
más amplio de la etnicización de las relaciones sociales de producción (Ibid).
2
La ventaja económica para los inmigrantes regionales durante los años 90 fue a causa de la
sobrevaluación del peso argentino bajo la ―ley de convertibilidad‖ en donde el gobierno fijó
el peso argentino al dólar estadounidense, a un valor artificialmente inflado, creando una
paridad cambiara que llevaría la denominación ―el uno a uno‖. Dicha ventaja implicaría en
esos años ―[e]l aumento significativo en el poder de adquisición de las remesas y los
ahorros‖, lo cual explicó el continuo crecimiento de la migración regional pese a altas tasas
de desempleo en Argentina (Cerrutti, 2009b: 9).
3
Kneeteman (2009) ofrece una revisión más detallada de las consecuencias de la crisis de
2001 sobre la población boliviana y paraguaya en Argentina, en donde brinda una mayor
contextualización de este ya histórico proceso del pasado reciente argentino.
14
embargo, cambios en las políticas macroeconómicas en Argentina y con la
región, que se crearon como respuesta a la crisis, hicieron que ―la economía
empez[ara] a crecer rápidamente y como consecuencia la demanda de mano
de obra inmigrante (en sectores como la construcción, la manufacturera, el
comercio y los servicios domésticos) se expandió de manera significativa‖4
(Cerrutti, 2009b: 9).
Es así que, a pesar de las recesiones económicas de Argentina, el
país siguió siendo un lugar atractivo para inmigrantes regionales incluidos
los inmigrantes bolivianos, quienes numéricamente siguieron creciendo para
que la Argentina, a comienzos del siglo XXI, ―concentra[ra] a
aproximadamente un millón de migrantes regionales quienes representan el
43.2% del número total de inmigrantes regionales en América del Sur‖5
(Cerrutti, 2009b:12). En la composición de este importante contingente
migratorio, los flujos provenientes de Bolivia y Paraguay asumirían el
mayor protagonismo (Ibid). Esto se evidencia en que el 82,3% de los
emigrantes bolivianos que se quedan en la región tiene como destino la
Argentina y que los bolivianos representan el tercer grupo más dinámico en
la inmigración regional hacia Argentina en la actualidad, luego de los
inmigrantes paraguayos y peruanos (Cerrutti y Bruno, 2006).
I.ii. La inserción laboral de inmigrantes bolivianos en la cadena de
producción y comercialización frutihortícola en Argentina
I.ii.a. La producción frutihortícola en Argentina y en el cinturón verde de
Buenos Aires
Históricamente las actividades agrícolas en Argentina constituyeron
un mercado de trabajo que atrajo y absorbió gran parte de la población
migrante de origen boliviano en el país (Benencia, 1997; Benencia, 2009;
Pizarro, 2009b). Durante la primera mitad del siglo XX ―la mayor parte de
ellos se trasladaba temporaria o permanentemente a las provincias limítrofes
del noroeste argentino, principalmente debido a la necesidad de mano de
obra‖ en estas actividades en la región (Pizarro, 2009b: 37), especialmente
4
5
Texto original en inglés. Traducción propia.
Texto original en inglés. Traducción propia.
15
el tabaco en las provincias de Salta y Jujuy, la caña de azúcar en Tucumán y
la horticultura en Mendoza y provincia Buenos Aires (Benencia, 1997). Al
mismo tiempo, las actividades hortícolas de la época en la Pampa Húmeda,
que incluye las áreas metropolitanas de Buenos Aires y Córdoba, eran
realizadas por inmigrantes de origen europeo.
Históricamente, la monopolización del mercado de trabajo hortícola
de Argentina en manos de trabajadores inmigrantes, ya sean europeos o
limítrofes, generó su estructuración en nichos o enclaves étnicos que
―dominan los eslabones más importantes de esta cadena agroalimentaria‖
(Benencia, 2009: 1). Benencia señala que fueron los inmigrantes europeos
quienes desarrollaron actividades como horticultores desde inicios del siglo
XX , sentando las bases para la producción de frutas y verduras en fresco
(Ibid), pero a partir de fines del siglo XX y principios del XXI, ―han sido los
inmigrantes bolivianos los encargados de continuar la tradición iniciada por
aquéllos, y son quienes en la actualidad están comenzando a ejercer su
predominio en la producción y también en la comercialización de dichos
productos‖ (Ibid). Si bien los inmigrantes bolivianos participaban de la
migración temporaria o golondrina brindando mano de obra en actividades
agrícolas en provincias del interior de Argentina desde hacía más tiempo, su
incorporación a la horticultura específicamente en Buenos Aires comienza a
evidenciarse a partir de los años 70 y con mayor presencia en los años 80,
momento a partir del cual ésta se generaliza (Benencia, 2009; Pizarro,
2009b). Este proceso ha sido denominado por Benencia como la
bolivianización de la horticultura (Benencia, 2005).
En las últimas décadas, desde mediados de los años 70 hasta fines de
los 90, la producción hortícola en Argentina, especialmente en las provincias
de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Río Negro, Chubut,
Neuquén, Salta, Jujuy, Tucumán y Corrientes, sufrió un proceso de
transformación o reestructuración caracterizado por la expansión de la
producción en fresco para el consumo interno, la incorporación de nuevas
tecnologías, nuevos hábitos de consumo, diferenciación de productos,
nuevas formas de distribución y comercialización y nuevas formas de
organización del trabajo favorecidas por la flexibilización de las relaciones
16
laborales (Benencia, 2003; Pizarro 2009a). Según Pizarro, ―todos estos
factores incidieron en el surgimiento de una demanda sostenida de mano de
obra en el sector‖, lo cual ―conllevó a la contratación de trabajadores
bolivianos y a una tendencia al reemplazo creciente de aquellos provenientes
de provincias argentinas por los anteriores, sobre todo a través de la
inserción de mediería‖ (Pizarro, 2009a: 4).
De la mano de dichas transformaciones, emerge el proceso de
―movilidad social vertical de familias bolivianas, generalmente de origen
campesino, cuyos jefes se inician como peones agrícolas y culminan
accediendo a la categoría de patrones quinteros en la horticultura del
cinturón verde de Buenos Aires‖ (Benencia, 2003: 98). Este proceso
Benencia lo denominaría la ―escalera boliviana‖ de movilidad social vertical
en la horticultura bonaerense, concepto inspirado en el de agricultural
ladder acuñado por Lynn Smith en su estudio sobre agricultores familiares
en el medio oeste de los Estados Unidos a principios del siglo XX
(Benencia, 1997). Según la propuesta de Benencia, este proceso está
compuesto por cuatro peldaños, cada uno representando un paso más arriba
en la estructura de la organización del trabajo en el contexto de la
producción frutihortícola del cinturón verde de Buenos Aires: peón agrícola,
medianero –o mediero- hortícola, quintero arrendatario, y quintero
propietario.
Este proceso de movilidad ascendente en la escalera boliviana, se da
a través de la capitalización de familias de origen campesino, que, según
Benencia, es factible debido a algunas de las características de la economía
campesina, entre ellas: ―la utilización de fuerza de trabajo doméstica, [la]
producción de valores de uso, y [una] forma particular de combinar recursos
apelando a la reproducción de formas culturales tradicionales y a la creación
de otras en contacto con la nueva realidad‖ (Op. cit.: 87). En este sentido se
puede afirmar que las estrategias a las cuales apela la población inmigrante
de origen boliviano para consolidarse en este mercado de trabajo incluyen el
uso de recursos no sólo tradicionales, como lo son la tierra, el trabajo y el
capital, sino también de recursos ―menos tangibles‖ como el ritmo, la
información, el knowhow, las redes sociales y la identidad (Op. cit.: 70).
17
Todos estos recursos, los tangibles y los no tangibles, son los que permitirán
y se observarán en los procesos de incorporación y consolidación de los
inmigrantes bolivianos en otros eslabones de la cadena frutihortícola en
Argentina, como la comercialización de frutas y verduras, tanto mayorista,
en mercados concentradores, como minorista, en verdulerías y puestos
callejeros.
Entre los recursos no tangibles, el de las redes sociales se destaca
como factor principal que posibilitó la movilidad ascendente de trabajadores
bolivianos dentro del sector. Pizarro (2010) explica cómo funciona la
activación de redes sociales para reclutar nueva mano de obra, permitiendo
así la movilidad de los que más trayectoria y capital han acumulado en las
quintas. Según la autora, ―[l]a movilidad dentro del sector fue posible para
algunos bolivianos que, habiéndose iniciado como peones o como
medianeros,
lograron
convertirse
en
productores
e,
incluso,
en
comercializadores y/o consignatarios quienes a su vez contratan a
inmigrantes bolivianos más recientes como mano de obra para realizar los
trabajos más sacrificados y peor pagos del sector‖ (Pizarro, 2010: 23). Así,
las redes sociales constituyen uno de los recursos que tienen a su disposición
los trabajadores bolivianos y al mismo tiempo una institución que estructura
el mercado de trabajo de la producción frutihortícola, ya que ―pertenecen al
grupo étnico-nacional que es (auto) marcado como idóneo para ese tipo de
tareas sacrificadas y disponen de lazos fuertes en el marco de las redes
sociales migratorias que los vinculan con este nicho laboral‖ (Op. cit.: 25).
I.ii.b. La comercialización frutihortícola mayorista y minorista en los
cinturones verdes de Buenos Aires y Córdoba
Además del predominio que consolida la población inmigrante de
origen boliviano sobre la producción frutihortícola en casi todos los
cinturones verdes de la Argentina en los años 90, a partir de principios del
siglo XXI miembros de esta población también comenzaron a ocupar otros
eslabones clave de esta cadena en el país, particularmente el eslabón
comercial (Benencia, 2009). Antes de ver cómo fue este proceso, nos resulta
útil delinear cuáles son las tres etapas del sistema tradicional de
18
comercialización de hortalizas en la región metropolitana de Buenos Aires
(García, Le Gall y Mierez, 2008, en Benencia, 2009). La primera etapa es la
convergente, en la cual la producción de las quintas se centraliza en los
mercados concentradores. Se refiere a la segunda etapa como el punto de
concentración e inflexión, que es cuando se fija el precio de la producción y
se genera un ingreso y tiene lugar en los mercados concentradores, ya sea el
Mercado Central, los mercados satélites o los ―nuevos mercados‖
organizados por la colectividad boliviana. La tercera etapa es la divergente,
que es cuando los productos hortícolas son disgregados por agentes
minoristas que lo ofrecen al consumidor final (Benencia, 2009).
La población inmigrante boliviana avanzó durante los últimos 15
años en las primeras dos etapas, las cuales se vinculan con la
comercialización mayorista frutihortícola en mercados concentradores de la
zona peri-urbana de distintas áreas metropolitanas en Argentina,
particularmente en la de Buenos Aires. Un factor estructural que posibilitó el
avance de las familias bolivianas sobre el eslabón comercial de la cadena
frutihortícola fue la expansión de los mercados concentradores ya que ―[e]n
la década de 1990, en el marco de las políticas económicas neoliberales del
gobierno de Menem, la desregulación favoreció la aparición de una serie de
mercados mayoristas en el área hortícola bonaerense (Durand, 1997),
paralelamente al ya existente Mercado Central ubicado en el periurbano de
la Ciudad de Buenos Aires‖ (Pizarro, 2007: 6).6 La administración de
muchos de estos ―nuevos mercados‖ estaría a cargo de organizaciones de
inmigrantes bolivianos (Pizarro, 2009b).
Siendo un fenómeno aún relativamente nuevo, su avance sobre el
eslabón comercial de esta cadena sería denominado por Benencia y
Quaranta como
una nueva escalera boliviana (Benencia y Quaranta,
2006b), a través del cual no sólo se crean mercados mayoristas
administrados por la colectividad boliviana, sino que algunos quinteros
adquieren sus propios puestos en los Mercados frutihortícolas de los
6
Para mayor contextualización histórica de las transformaciones que se generaron en los
mercados frutihortícolas, especialmente en el cinturón verde bonaerense a partir de 1980, y
que resultaron en la creación de aproximadamente ocho ―mercados bolivianos‖ en el
AMBA, ver Benencia (2009).
19
cinturones verdes del país y otros empiezan a trabajar además como
transportistas.
Demostrando cómo se vinculan las actividades en la producción que
ya venían siendo desarrolladas por la población boliviana en Argentina,
Pizarro encontró en un estudio en el cinturón verde de la ciudad de Córdoba
que son a menudo los mismos quinteros bolivianos los que tienen puestos en
el Mercado Municipal, lugar donde venden su producción, y que ―algunos se
han dedicado a la comercialización, al transporte y a la distribución de
productos hortícolas no perecederos desempeñándose como consignatarios,
fleteros (…), y también como transportistas‖ (Pizarro, 2009a: 6). Como
plantea Pizarro, este avance de algunos inmigrantes bolivianos sobre el
eslabón comercial de la cadena frutihortícola, una vez que llegaron a ser
quinteros, puede relacionarse con su ―tendencia al cuentapropismo‖, la cual
también se ha identificado entre inmigrantes bolivianos que trabajan en los
rubros de la confección textil o en la construcción quienes ponen sus propios
talleres textiles o se convierten en ―contratistas‖ respectivamente (Pizarro,
2009b). Esta tendencia se ve posibilitada por varios factores, entre ellos ―la
posibilidad de aprender el oficio trabajando para patrones (paisanos o no) y
la disponibilidad de redes sociales que les permitieran conseguir mano de
obra para su emprendimiento‖ (Op. cit.: 39).
Así, la consolidación de varios eslabones de la cadena frutihortícola
en manos de inmigrantes bolivianos está facilitada, en parte, por la mano de
obra abastecida por parientes y paisanos con quienes se articulan a través del
uso de sus redes sociales, que son interpretadas como redes étnicas (Ávila
Molero, 2001, en Pizarro, 2009b). Este uso de las redes para el
reclutamiento de nueva mano de obra, que permite a los de mayor
trayectoria instalarse como cuentapropistas en este mercado de trabajo, se
observa en el hecho de que muchos de los recién llegados a las zonas periurbanas argentinas ―trabaja[n] como peones o ‗medianeros‘ en las quintas o,
también, en los mercados frutihortícolas ya sea atendiendo los puestos de
sus parientes o como ‗changarines‘‖ (Pizarro, 2009b: 39).
Con respecto al avance de los inmigrantes bolivianos sobre el
eslabón de la comercialización frutihortícola mayorista, es iluminador el
20
caso del Mercado Frutihortícola de la Colectividad Boliviana de Escobar en
el cinturón verde de Buenos Aires. En este mercado, administrado por una
organización de inmigrantes bolivianos desde 1991, existen vínculos entre
las actividades de la producción y la comercialización. En el mercado
trabajan dos tipos de puesteros –u ‗operadores‘: ―consignatarios‖ quienes
―se dedican exclusivamente al transporte y a la comercialización‖, versus
―los productores que venden su producción en el mercado‖ (Pizarro, 2007:
7). Los puestos están atendidos por los mismos operadores o por ―algún
familiar o conocido al que se le ‗pide ayuda‘ y se le paga por día (…) según
la necesidad, pudiendo en algunos casos recibir un pago mensual que no
excede los 400$, hecho que fue considerado (…) como una de las maneras
en que ‗los paisanos explotan a los paisanos‘‖ (Ibid).
Es relevante observar que los operadores del Mercado de Escobar
son inmigrantes bolivianos que ―residen en Argentina desde hace más de
diez años y han logrado ascender en la escalera boliviana atravesando los
distintos escalones de la producción hortiflorícola: peones, medieros,
arrendatarios/propietarios‖ y que algunos dejaron la producción para
dedicarse exclusivamente a la comercialización y al transporte (Op. cit.: 8).
Pizarro explica que, además, los operadores ―cuentan con una trayectoria
que los distingue social, política y simbólicamente‖, hecho que les permite
―hace[r] participar a sus paisanos no sólo en sus emprendimientos
comerciales –ya sea como trabajadores de la quinta o del Mercado- sino
también en las redes sociales locales, regionales y transnacionales‖ (Ibid).
De esta manera, ―se establecen vínculos de padrinazgo o de parentesco que
implican relaciones de reciprocidad asimétrica (Sahlins 1983) fundadas en
lealtades primordiales‖ (Ibid).
Debido a estas características de la organización de la fuerza de
trabajo y de la regulación de las relaciones laborales, Pizarro considera que
es posible caracterizar a este Mercado como un enclave étnico ―que
permitiría a algunos paisanos adaptarse exitosamente en la economía local
mediante relaciones de parentesco y paisanaje que obliteran la posible
emergencia de asociaciones gremiales, aún cuando esto sea logrado a través
de la explotación de los propios paisanos‖, y lo cual facilita el control que
21
los empleadores tienen sobre sus empleados (Op. cit.: 23). Los mercados
frutihortícolas también han sido interpretados en términos de negocios
étnicos (Benencia, 2007, en Pizarro 2009b).
Poco después del surgimiento de este Mercado Frutihortícola de la
Colectividad Boliviana de Escobar, surgieron varios otros en el cinturón
verde de Buenos Aires, cuyos ―fundadores‖ estuvieron vinculados con el
crecimiento del de Escobar (Pizarro, 2009b). Así se pudo observar cómo
―algunos inmigrantes bolivianos que residían en los otros partidos
consideraron viable y oportuno desarrollar emprendimientos económicos
similares‖, lo cual fue posible debido a que ―conocían la tarea ya fuera
porque habían participado en la [Colectividad Boliviana de Escobar] o
porque estaban informados sobre el tema a través de sus redes sociales‖
(Pizarro, 2009b: 44). Por este motivo nos señala Benencia que la
conformación de las organizaciones productivas de inmigrantes bolivianos
―se basa en la construcción de oportunidades sobre la base de redes de
relación que se ponen en movimiento a partir de un tipo de información que
circula entre los actores a través de diversas formas de vinculación (sea
hacia familiares, amigos o vecinos del lugar de donde partieron)‖ (Benencia,
2009). De esta manera se ha podido identificar el papel fundamental que
juegan las redes sociales migrantes en la conformación de los mercados de
trabajo que concentran a los inmigrantes bolivianos en Argentina,
permitiendo apreciar la existencia de enclaves étnicos (Ibid).
Del sistema tradicional de comercialización de hortalizas en la región
metropolitana de Buenos Aires, la tercera etapa, o la etapa divergente, está
constituida por la comercialización minorista. Aquí el producto llega al
consumidor final a través de agentes minoristas mediante las verdulerías así
como bares, restaurantes y comedores (Benencia, 2009). Si bien se ha
estudiado poco sobre la participación de inmigrantes bolivianos en esta
etapa del eslabón comercial, puede ser considerada como una dimensión
adicional de la nueva escalera boliviana.
Como remarca Pizarro (2009b), son los mercados concentradores del
periurbano del AMBA los que abastecen las hortalizas a la ciudad de
Buenos Aires, ―[e]sto es así porque proveen a las verdulerías, muchas
22
de las cuales pertenecen o son alquiladas por co-nacionales‖ (Pizarro,
2009b: 44). Pizarro afirma lo significativo de este hecho ya que representa
otro ―mecanismo de movilidad económica
entre los inmigrantes
bolivianos‖ (Ibid). La autora encontró que muchos trabajadores bolivianos
en la venta ambulante o en las quintas o hasta en la construcción tienen la
aspiración de ―tener una verdulería‖ (Ibid). También señala la importancia
del hecho de que ―muchos conocen los pormenores de la comercialización
de la fruta y verdura por haber trabajado o hacerlo en la actualidad en alguna
actividad vinculada con la misma, o por tener algún amigo, familiar o
conocido que lo haya hecho, cuentan con cierta información y
conocimientos como para poder embarcarse en ese tipo de negocios‖
(Pizarro, 2009b: 44). Así, en el proceso de la inserción en el mercado de
trabajo de las ‗verdulerías‘ aparecen las redes sociales como articuladoras
entre las etapas de producción y comercialización y de los trabajadores
bolivianos que se mueven en este circuito.
I.iii. Antecedentes para el estudio de las migraciones bolivianas hacia
Argentina desde una perspectiva de género
Como se señaló arriba, uno de los cambios ocurridos en la
configuración de los flujos migratorios regionales hacia Argentina a partir
de los años 80 fue en su composición por género (Cerrutti, 2009b). Se
comenzó a observar una creciente participación de mujeres en las
poblaciones migrantes con destino a Argentina y una mayor intensificación
de la feminización de las migraciones en los grupos más recientes y más
dinámicos, que son las que provienen de Perú especialmente pero también
de Paraguay y Bolivia (Ibid). De hecho, ―para el año 2000, no existía ningún
grupo migratorio en el cual la cantidad de hombres supera a la de mujeres de
manera significativa‖ (Op. cit.: 17).
Si bien en la literatura sobre las migraciones desde América Latina
hacia países centrales como los Estados Unidos y países europeos se le ha
dado cada vez más importancia a la participación y las experiencias de las
mujeres en estos movimientos, desde una perspectiva de género (Hondagneu
Sotelo, 1994; Hondagneu-Sotelo, 1999; Mahler y Pessar, 2001; Mahler y
23
Pessar, 2003; Pessar, 1999; Boyd y Grieco, 2003), hasta el día de hoy este
tema ha recibido relativamente poca atención en las investigaciones sobre
las migraciones regionales hacia Argentina (Cerrutti, 2009b), especialmente
las provenientes desde Bolivia.
Este hecho se debe en parte a la caracterización histórica de la
migración boliviana como una migración predominantemente masculina
autónoma, en la que se consideraba que cuando participaban las mujeres era
en el marco de una migración asociativa y familiar, en donde las mujeres
―siguen‖ a los hombres jefes de familia. Jorge Balán examinó esta tendencia
en más profundidad en su estudio pionero: ―La economía doméstica y las
diferencias entre los sexos en las migraciones internacionales: un estudio
sobre el caso de los bolivianos en la Argentina‖ (1990). En su análisis, el
autor Balán adoptó el sexo ―como una variable decisiva por su influencia en
la división del trabajo y en el proceso decisorio familiar en la sociedad de
origen, así como en las distintas oportunidades que ofrece a hombres y
mujeres el mercado de trabajo en la sociedad de destino‖ (Op. cit.: 270).
Encontró que, en la localidad rural estudiada, las mujeres no tenían casi
incentivo de migrar porque gozaban de relaciones de género relativamente
igualitarias debido a su rol indispensable en el proceso productivo y su
protagonismo y dominación de los mercados regionales. Su participación en
los procesos tanto de producción como de comercialización les garantizaba a
las mujeres una fuente de ingresos que era manejada por ellas mismas, un
alto grado de movilidad espacial y autonomía, además de un estatus social
elevado (Balán, 1990).
Desde el estudio de Balán (1990) se publicaron pocos trabajos que
priorizaran de esa manera la participación y las experiencias de las mujeres
en tanto éstas se diferencian de las experiencias de los hombres en el
proceso migratorio. Sin embargo, aquí pretendo brindar un breve panorama
de la demás literatura existente en este respecto.
En un estudio sobre la ―presencia y ausencia boliviana en la ciudad
de Buenos Aires‖ durante los años 60 y 70, Mugarza nos señala algunos
antecedentes de la participación de mujeres bolivianas en el comercio: ―[l]a
mujer boliviana, en tanto busca mantener su independencia y apela a sus
24
habilidades comerciales con la que suplementa y en muchos casos
reemplaza el ingreso masculino, a través de su activa participación en una
amplia red de mercados de la ciudad de Buenos Aires y fuera de ella,
algunas con locales fijos y otras como vendedoras ambulantes con circuitos
semanales en diferentes ferias y lugares‖ (Mugarza, 1985: 102). Entre lo que
vendían estaba la fruta y verdura. En el mismo estudio, la autora señala
dimensiones étnicas así como de género con respecto a la concentración de
mujeres bolivianas en el comercio minorista: ―[l]a preservación de una
identidad étnica en situaciones hostiles puede deberse no sólo a la
supervivencia de ciertas pautas de comportamiento de la comunidad de
origen sino a la necesidad de refuerzo ante las dificultades cada vez mayores
de la pobreza urbana‖, destacando el caso de las vendedoras ambulantes,
para quienes ―dicha identidad permite un cierto monopolio de empleos y
clientes o la implementación de determinadas estrategias domésticas‖ (Op.
cit.: 106).
Tal como señaló Mugarza, Benencia y Karasik (1994) encontraron
que, entre 1960 y 1970, la mayor parte de las mujeres bolivianas en Buenos
Aires trabajaba en los servicios personales, aunque la industria y el comercio
iban adquiriendo un mayor peso. Como antecedente para el tema de esta
tesis, es relevante notar que, si bien hasta aquí se detecta una presencia de
las mujeres bolivianas en el sector del comercio, es a partir de la primera
parte de los 70 cuando en las calles de Gran Buenos Aires y la Ciudad de
Buenos Aires ―se comienza a ver más frecuentemente la imagen hoy
característica de ‗la boliviana que vende ajo y limones‘ en las puertas de
ferias y mercados‖ (Op. cit.: 273). A partir de los años 80, la selectividad
por género en la inserción laboral sigue siendo alta, y las mujeres bolivianas
solían trabajar de empleadas domésticas, vendedoras callejeras, artesanas o
cosedoras (Dandler y Medeiros, 1991, en Benencia y Karasik, 1994). Como
ya se vio, al aumentar los flujos migratorios provenientes de Bolivia durante
los 80 se vio para los hombres una inserción en nuevos espacios del
mercado de trabajo de Buenos Aires, como la horticultura de los cinturones
verdes, y para las mujeres se expandió su inserción en actividades como la
venta ambulante de verduras en áreas urbanas, ambas tareas ligadas a la
25
agricultura (Benencia y Karasik, 1994). Para el año 1994, los autores ya
describían la actividad de de vendedoras ambulantes de verduras como algo
―muy característico‖ de las mujeres bolivianas.
En relación a la participación de mujeres bolivianas en el eslabón de
la producción en la cadena agroalimentaria en Argentina, Benencia (1997)
destaca el importante rol de las mujeres en las familias que son quinteros
arrendatarios, quienes, además de encargarse de las tareas reproductivas,
―trabajan a la par del marido‖ y ―tienen gran incidencia en las decisiones
que se tome el esposo (en la compra de algún implemento, sobre la opinión
de alguna persona que se relacionan con ellos, como vendedores u otros
quinteros, etcétera)‖ (Benencia, 1997: 80). En un estudio posterior, sobre el
avance de los inmigrantes bolivianos sobre el eslabón comercial de la
cadena agroalimentaria en Buenos Aires, Benencia (2009) nuevamente
atribuye especial importancia al rol de las mujeres, ahora en los mercados
concentradores frutihortícolas. Sobre el último eslabón de la cadena
frutihortícola –el comercio minorista- el trabajo de Karasik (1995),
―Trabajadoras bolivarianas en el conurbano bonaerense. Pequeño comercio
y conflicto social‖, constituye uno de los pocos textos que se ocupa del
mismo, además a partir de un análisis cualitativo con perspectiva de género.
Otras autoras que fijaron antecedentes para la incorporación de la
perspectiva de género en las migraciones bolivianas son Cerrutti, Maguid y
Cacopardo, quienes aportan un análisis más cuantitativo que cualitativo con
respecto a la participación femenina en los movimientos migratorios así
como la inserción laboral en la Argentina (Cacopardo, 2004; Cacopardo y
Maguid, 2003; Cerrutti y Maguid, 2007; Cerrutti 2009b). Cacopardo y
Maguid (2003) abordan las diferencias de género en las modalidades de
inserción de migrantes limítrofes en el mercado laboral del AMBA,
iluminando algunas consecuencias empíricas de cómo opera el género en el
mercado laboral, pero el hecho de que los datos no estén desagregados por
país dificulta una diferenciación de los patrones por género en las
migraciones bolivianas específicamente. Por otro lado, los trabajos de
Cerrutti (2009a; 2009b) y de Cerrutti y Maguid (2007) brindan datos
cuantitativos desagregados por género y origen nacional dentro de la
26
población migrante regional, permitiendo entender mejor la situación
particular de mujeres bolivianas que residen en Argentina, al mismo tiempo
que acompañan los datos cuantitativos por información cualitativa que los
contextualiza. De esta manera, Cerrutti pudo afirmar que, con respecto a
otras poblaciones inmigrantes regionales en Argentina, es entre las de origen
boliviano que se evidencia una proporción más baja de mujeres, a pesar de
haya habido un ―crecimiento considerable‖ en su participación desde fines
de los 90 (Cerrutti, 2009b). La autora postula que esta diferencia,
especialmente con respecto a las migraciones paraguayas y peruanas, se
debe a que ―la migración de Bolivia pareciera gobernarse por otras normas
sociales y culturales‖, como ―la centralidad de la familia en la decisión de
mudarse‖ (Op. cit.: 28). En esta afirmación Cerrutti confirma lo que
sostendrá Magliano (2007) en su estudio sobre cambios y continuidades en
las relaciones de género entre inmigrantes bolivianos de que las decisiones
de las mujeres tradicionalmente se daban como parte de una estrategia
familiar y que, si bien esto está cambiando en los últimos años con un
aumento en la migración independiente de las mujeres bolivianas7, el patrón
de la migración familiar sigue siendo predominante entre los bolivianos en
Argentina.
El estudio de Magliano (2007) representa un importante antecedente
para la incorporación de una perspectiva de género en el estudio de las
migraciones bolivianas hacia Argentina porque introduce autoras del campo
de migraciones y género a nivel internacional, como Hondagneu-Sotelo,
Boyd y Grieco, Sassen y Suárez Navas, al diálogo sobre las migraciones
bolivianas, retomando trabajos pioneros como el Balán, y el de Dandler y
Medeiros (1991) que afirman que ―la mayor parte de las mujeres bolivianas
desarrollan actividades que generan ingresos para el mantenimiento
cotidiano de sus familias desde edades muy tempranas, especialmente en
actividades domésticas y agrícolas tanto en las zonas rurales como urbanas‖
(Magliano, 2007). La autora señala que ―[l]a importancia de la participación
de la mujer boliviana en actividades tanto laborales como familiares se
7
Cerrutti (2009b) explica cambios en la participación de mujeres en la esfera pública que
ocurrieron a nivel regional durante las últimas décadas y redundaron en una mayor
aceptación social de la migración independiente de las mujeres.
27
traslada a la comunidad de destino‖ (Ibid). Durante este proceso, si bien
pueden generarse cambios en las relaciones de género, éstos pueden variar
―desde el empoderamiento hasta la pérdida de status‖ (Ibid), por lo cual es
preciso evitar la ―concepción etnocéntrica que considera que las sociedades
de acogida ofrecen a las mujeres de los países pobres grandes oportunidades
para su liberación personal y su empoderamiento (Ramírez et. al., 2005)‖
(Ibid).
Por último, es de relevancia notar un trabajo de Bastia (2007) que
considera la influencia de la condición de género y étnico-nacional de los
inmigrantes bolivianos en Argentina, y de las redes sociales en las cuales se
articulan para insertarse laboralmente, sobre la conformación del sector de la
confección textil como un nicho étnico en el mercado laboral argentino.
Argumentará la autora que son ambas, las redes sociales y la segregación
por género del mercado de trabajo en Argentina, factores responsables por el
hecho que este nicho en particular sea una fuente de empleo más importante
para migrantes mujeres que hombres (Bastia, 2007: 656).
Los antecedentes sentados por estos autores que incorporaron una
perspectiva de género al estudio de las migraciones bolivianas a Argentina,
nos servirán en el presente trabajo para analizar desde una perspectiva de
género tanto las trayectorias laborales y migratorias de los sujetos migrantes
así como las relaciones sociales que caracterizan a sus redes sociales y las
relaciones sociales que se entablan en los lugares de trabajo.
II. Marco teórico
El problema planteado en esta tesis se centra, al nivel estructural, en
la cuestión de los mercados de trabajo y su segmentación en términos de
etnicidad-nacionalidad y género. Del análisis de dicha estructura se
desprenden los dos procesos que involucran a instituciones y sujetos. Estos
procesos son, por un lado, la conformación del mercado laboral de las
verdulerías influidos por las trayectorias laborales y migratorias, las redes
sociales y la construcción de una imagen de las mujeres bolivianas como
trabajadoras y comerciantes, y, por otro lado, el desarrollo de las relaciones
28
en los lugares de trabajo de las verdulerías, donde se ponen en juego un
sentimiento de deuda moral, de obligaciones recíprocas, así como
expresiones mixtas de obediencia y resistencia.
De modo de disponer de las herramientas teóricas para analizar estas
problemáticas que se deprenden del tema de estudio, miraremos primero las
categorías del mercado de trabajo, especialmente la conformación de
mercados de trabajo ―segmentados‖ o ―etiquetados‖. Luego, para establecer
cómo operan la etnicidad-nacionalidad y el género en este proceso, se
definirá además qué entendemos por cada una de estas categorías en el
contexto migratorio.
En oposición a la concepción neoclásica del mercado de trabajo en
donde ―migrantes y nativos compiten por los mismos puestos de trabajo en
un mercado homogéneo, y el efecto de la migración es básicamente
negativo, aumentando la desocupación y facilitando la caída de salarios‖
(Cerrutti y Parado, 2001), la perspectiva de los mercados de trabajo
segmentados entiende que el mercado de trabajo es heterogéneo y desigual.
Este enfoque plantea que existen dos sectores, uno primario y otro
secundario, conformando a veces este último los enclaves de economía
étnicos que, como veremos, tienen sus propias características. Mientras el
sector primario engloba las actividades mejor calificadas y con salarios más
altos y mayor estabilidad laboral, el secundario tiene las características
opuestas, como la alta inestabilidad laboral, salarios más bajos, y
condiciones laborales precarias y peligrosas (Gordon, 1995; Piore, 1979, en
Benencia, 2008). Desde esta perspectiva, al ser actividades ―no deseadas‖ y
de baja calificación las del mercado de trabajo secundario, se produce una
escasez de mano de obra local en el mismo frente a la cual los empleadores
recurren a mano de obra inmigrante para ocupar los puestos (Ibid).
Otra postura es la de Herrera Lima (2005), que define a este tipo de
mercados de trabajo segmentados como mercados de trabajo ―etiquetados‖,
o ―nichos‖. Según este autor, los mismos se ubican por fuera de los sectores
primario y secundario, ya que se caracterizan por otro tipo de restricciones,
ya sean de tipo étnico-nacional, de género u otras categorías, así como por
una movilidad restringida de los trabajadores. Se refiere a ―[n]ichos de
29
trabajo etiquetados como nichos de inmigrantes recientes‖, en donde ―los
patrones tienden a ser personas pertenecientes a inmigraciones anteriores,
que han podido abandonar los trabajos más descalificados y peor pagados
(…) para ubicarse como propietarios de negocios pequeños y medianos‖ y
―quienes trabajan en forma mayoritaria en esos establecimientos, se
identifican por su condición de migrantes recientes y, en general,
indocumentados y pertenecientes a muy diversos orígenes‖ (Op. cit.: 181).
Son ―nichos de mercado en actividades económicas que de hecho no podrían
existir o renovarse a lo largo del tiempo si no fuera por la presencia
renovada de sucesivas olas de inmigrantes‖ (Herrera Lima, 2005: 171).
En el marco de estos mercados laborales segmentados o etiquetados
por
etnicidad-nacionalidad,
algunos
autores
analizaron
ciertos
emprendimientos o negocios étnicos que concentran mano de obra boliviana
en Argentina (Benencia 2007, en Pizarro, 2009b; Benencia, 2008; Pizarro,
2007). En referencia a la participación de inmigrantes bolivianos en la
horticultura bonaerense, Benencia (2008) señala que, ―analizado desde la
perspectiva de la solidaridad étnica y de los mercados de trabajo
segmentados, permite explicar el hecho de que pueden acceder a
ocupaciones que estén por fuera del mercado de trabajo secundario, por estar
insertos en un enclave étnico‖ (Benencia, 2008: 23-24).
De esta manera, el enclave étnico se define como ―un grupo de
inmigrantes que se concentra en un espacio distintivo y organiza una serie
de empresas que sirven para su propia comunidad étnica y/o para la
población en general‖ (Wilson y Portes, 1980, en Benencia 2008: 24). La
hipótesis que sustenta esta definición de los enclaves étnicos entiende que
―dicha economía representa una oportunidad alternativa que permite a los
migrantes mejorar su situación y producir retornos de capital humano
similares a los que obtienen los trabajadores que se encuentran en un
mercado de trabajo primario‖, proporcionando así a los inmigrantes ―un
nicho protegido de oportunidades para hacer una carrera con movilidad y
lograr su ‗autoempleo‘, que no sería posible en el mercado de trabajo
secundario, lo cual supone que el enclave étnico moviliza una solidaridad
30
étnica que crea las oportunidades para los trabajadores inmigrantes (Portes y
Bach, 1985)‖ (Benencia 2008: 24).
Si bien los enclaves étnicos pueden producir beneficios para los
inmigrantes en tanto facilitan la inserción laboral en un primer momento, al
mismo tiempo constituyen nichos del mercado de trabajo segmentado que se
estructuran principalmente por esquemas de segregación y por redes sociales
―que habilitan, naturalizan y legitiman ciertas relaciones laborales opresivas
y condiciones de trabajo precarias‖ (Pizarro, 2010: 1). Este tipo de
segmentación de la fuerza de trabajo ―ordena jerárquicamente a los grupos y
categorías de trabajadores y […] re-crea continuamente en el nivel
simbólico diversas distinciones culturales (étnico-nacionales, raciales, de
género, entre otras)‖, condición necesaria del sistema de acumulación
capitalista (Ortiz, 2002; Pizarro, 2010). En este sentido, la segmentación del
mercado ―constituye una forma de regulación
sociocultural
–vía
la
construcción social de las identidades laborales– que legitima cierto tipo
de contrataciones y condiciones laborales sumamente desfavorables para
los trabajadores segregados y discriminados‖ (Pizarro, 2010: 2-3).
Para abordar cómo opera la categoría de la etnicidad-nacionalidad en
el contexto migratorio, inclusive en la conformación de los mercados de
trabajo ―etiquetados‖, es preciso que primero la definamos. Para entender
este concepto es necesario establecer que existen dos tipos de etnicidad. Uno
se refiere a la etnicidad indígena, considerada como tal por ser una forma de
marcación de la pertenencia a pueblos originarios, que antecedieron a la
creación del estado-nación moderno. El otro se refiere a la etnicidadnacionalidad, en donde la etnicidad remite a la condición de ―extranjero‖ o
minoría no nacional. Un mecanismo a través del cual se delimitan grupos
definidos como ―étnicos‖, entre ellos los que se consideran como tal por su
pertenencia nacional minoritaria, se denomina la etnicización (Briones,
1998; Briones, 2005). Este proceso consiste en la marcación hegemónica
de otros diferentes por parte de un sector imaginado como no étnico y,
en el caso de la marcación de ―otros‖ inmigrantes, como nativo o nacional
(Pizarro, 2011).
31
Fenton y May explican esta asociación entre lo ―étnico‖ y la
condición inmigrante no nacional:
―la asociación del grupo étnico con el estatus minoritario no es
necesariamente nueva, es decir, no está anclada en el significado original
del término, que se derivaba del término griego de ‗pueblo‘ o ‗tribu‘. Pero
que los usos más tempranos registrados de este término en el idioma
inglés, llegó rápidamente a cobrar el significado de extranjero, ajeno y nocristiano en tanto se aplicaba en una cultura cristiana. (…) Esta asociación
etimológica fue un precursor de la construcción peyorativa de grupos
étnicos que aún hoy en día observamos con frecuencia en relación a los
estados nación modernos en donde la identificación de la etnicidad, como
una característica sobresaliente de la identidad, suele seguir siendo
relacionado con ambos, el estatus ‗minoritario‘ y ‗forastero‘ (Chapman, et
al., 1989)‖ (Fenton y May, 2002: 9).8
Siguiendo esta idea, Fenton y May postulan que ―si las naciones son
personas que se ven a sí mismo como ya ‗en su lugar‘, las minorías étnicas
son personas que pueden ser vistas, a regañadientes, como estando in situ,
pero quienes siguen, según las definiciones exclusivistas de la nación
utilizadas con tanta frecuencia, invariablemente ‗fuera de lugar‘‖ (Op. cit.:
14)9. Es así que se llegó a asociar el inmigrante ―extranjero‖ u ―otro‖
nacional con un ―otro‖ étnico, por su estatus minoritario en el marco de los
estados-nación en donde se convierte en ―étnico‖ todo lo que no entra en la
matriz
de
identidad
nacional
hegemónica.
Si
bien
apelaremos
principalmente a la segunda acepción de lo ―étnico‖ en esta tesis, esa que
refiere a la etnicidad-nacionalidad, debido a su relevancia en el contexto
migratorio, notemos que en Argentina la mayoría de los inmigrantes
bolivianos han sido doblemente etnicizados: por su etnicidad indígena y por
su etnicidad-nacionalidad (Pizarro, 2011).
La categoría de la etnicidad-nacionalidad, al mismo tiempo que
constituye un ―sistema clasificatorio reproducido socialmente y […] un
conjunto de lazos sociales [que] ocurre dentro de contextos más amplios, de
los cuales los más importantes son políticos y económicos‖ (Barot et. al.,
1999: 8)10, no se limita a esto. En cambio, se trata, en el fondo, de una
―dimensión de las relaciones sociales, relaciones que se estructuran
simultáneamente alrededor de otros principios más allá de la etnicidad‖ (Op.
8
Texto original en inglés. Traducción propia.
Texto original en inglés. Traducción propia.
10
Texto original en inglés. Traducción propia.
9
32
cit.: 6)11. Esta definición nos permitirá aplicar la categoría de la etnicidadnacionalidad junto con otras categorías, ya sean la etnicidad indígena, el
género, la edad, entre otras.
Del mismo modo, para entender cómo el género opera en tanto una
dimensión de las relaciones sociales que se estructuran por múltiples
principios, apelaremos al enfoque teórico de la interseccionalidad (Anthias,
2006; Barot et. al., 1999; Berger y Guidroz, 2009; Hondageu-Sotelo, 1999;
Yuvral-Davis, 2009). Dicho enfoque fue introducido originalmente por
Kimberlé Crenshaw en 1989 en relación a la temática del empleo de las
mujeres negras en Estados Unidos (Yuval-Davis, 2009), para demostrar
cómo se intersectan la raza, la clase y el género en las posiciones y las vidas
de los sujetos en el mundo social (Berger y Guidroz, 2009). Al ser
ampliamente acogido en disciplinas de las humanidades y las ciencias
sociales, ahora, además de la raza, la clase y el género, el enfoque de la
interseccionalidad es utilizado para contemplar también la etnicidad, la
nación, la edad y la sexualidad (Ibid). Este enfoque teórico trata de ―ubicar
socialmente a los individuos en el contexto de la ‗vida real‘ (Weber,
2004)‖12 para ―examinar cómo los sistemas formales e informales de poder
se despliegan, se mantienen y se refuerzan a través de los ejes de la raza, la
clase y el género (Collins, 1998; Webber, 2006)‖13 (Berger y Guidroz, 2009:
1).
Siendo el género y la etnicidad-nacionalidad los ejes principales
cuya intersección se contemplará en relación a la condición migrante,
consideramos oportuna la propuesta de Anthias (2006):
―La interseccionalidad (…) tiene que ver con la importancia de conectar
entre sí las divisiones y las identidades de género, etnicidad y clase social,
[…pero] ellas no experimentan la subordinación como individuos de una
manera separada. No puedo sumar el hecho de que estoy oprimida como
mujer, de que estoy oprimida como migrante y que estoy oprimida como
miembro de una clase social. Esto no funciona así. Lo importante es el
modo en el que se entrecruzan las divisiones sociales, el modo en el que
intersectan y que dan como resultado formas particulares de
discriminación de género. […] Por supuesto, el hecho de que sean
migrantes produce tipos particulares de estereotipos de género, por lo que
no es fácil simplemente sumar las discriminaciones y desventajas. La
11
Texto original en inglés. Traducción propia.
Texto original en inglés. Traducción propia.
13
Texto original en inglés. Traducción propia.
12
33
misma subordinación de género se transforma según diferentes contextos,
en un contexto migrante, en un contexto de clase social‖ (Anthias, 2006:
67).
Siguiendo esta propuesta, apelaremos a la mirada teórica de la
interseccionalidad porque sostenemos que ―no podemos pensar el género sin
pensar también en su sentido etnizado, racializado y de clase, y que no
podemos pensar en la etnicidad y la migración sin pensar en el género y en
la clase‖ (Ibid).
Sustentado en este supuesto, consideramos al género no como una
mera variable, sino como un concepto teórico central y un principio
organizador central
en las migraciones
(Hondagneu-Sotelo, 1994;
Hondagneu-Sotelo, 1999; Pessar, 1999). Ahora veamos cuáles aspectos del
proceso migratorio, y cuáles ámbitos atravesados por este proceso, son los
más importantes para contemplar cuando aplicamos este enfoque. Si bien las
instituciones sociales de micro-nivel -como la esfera doméstica-, así como
de meso-nivel -como la familia, las instituciones comunitarias y las redes
sociales- son espacios importantes en donde el género y la etnicidadnacionalidad operan como principios organizadores de las relaciones
sociales y los patrones migratorios (Hondagneu-Sotelo, 1994; Pedone,
2006), el género y la etnicidad-nacionalidad también inciden en el nivel
macro-social y estructural, como por ejemplo los mercados de trabajo
(Barot, Bardly y Fenton, 1999; Hondagneu-Sotelo, 1999; Mills, 2003). Esto
queda demostrado en el hecho de que se evidencia en muchas sociedades la
segregación por género de los mercados de trabajo, lo cual genera una
demanda de fuerza de trabajo y patrones migratorios con una alta
selectividad de género (Hondagneu-Sotelo, 1999; Mills 2003).
Ahora bien, en base a la definición de los primeros conceptos,
podemos adentrar en el primer proceso concerniente a este tema. Así, nos
centraremos en las herramientas teóricas para analizar la conformación del
mercado de trabajo de las verdulerías a través de las trayectorias laborales y
migratorias y las redes sociales, así como la construcción social de una
imagen de las mujeres bolivianas como buenas trabajadoras y buenas
comerciantes, la cual favorece su inserción en este sector. Para esta tarea, los
34
conceptos ya considerados, de ―enclave étnico‖ y ―nicho‖ nos permiten
indagar en la articulación entre el nivel estructural de los mercados de
trabajo y un nivel intermedio, donde se articulan las redes sociales, las
trayectorias migratorias y laborales y la imagen socialmente construida de
los trabajadores, en la conformación del mercado laboral. El enclave étnico
invoca la cuestión de las redes sociales en tanto su función en el
reclutamiento de los trabajadores para satisfacer la necesidad de mano de
obra que en ellos se genera. En este sentido, Benencia y Quaranta se refieren
a ―la centralidad de las redes de relaciones sociales en la explicación de las
migraciones laborales‖, y que dicha centralidad da cuenta de la relevancia de
las redes sociales ―en el traslado, la instalación en el lugar de destino, [y] la
obtención de empleo‖ (Benencia y Quaranta, 2006b: 414).
Para explicar de qué manera las redes sociales conectan a los sujetos
en el lugar de origen con el lugar de destino, de modo de fomentar el
traslado y la inserción de los trabajadores inmigrantes en el mercado laboral
en el lugar de destino, emplearemos un análisis antropológico del mercado
laboral que contemple cómo la movilización de redes de parentesco y
amistad brindan a los trabajadores la posibilidad de aprender información e
oportunidades trabajos (Ortiz, 2002). Ortiz también remarca la efectividad
de dichas redes en vincular los potenciales migrantes que buscan trabajo con
las comunidades de parentesco y co-nacionales asentados en el lugar de
destino, convirtiendo a la comunidad de destino en una satélite que abastece
mano de obra (Ibid).
Contar con la comunidad de origen como fuente de mano de obra a
movilizar a través de las redes sociales, implica que las mismas ―importan
relaciones preexistentes al lugar de trabajo‖ (Pizarro et al, 2009: 14). Al
encontrarse fuera de su contexto nacional de origen, la etnicidadnacionalidad de los trabajadores integrantes de las redes se convierte en un
eje puesto en juego en su organización a través de las redes sociales, a veces
llamadas ―redes étnicas‖ (Ávila Molero, 2001), que constituyen una de las
―estrategias simbólicas y materiales a las que recurren muchos migrantes, e
incluso sus hijos‖ (Ibid).
35
Sin embargo, Herrera Lima nos señala que, además de brindar estos
importantes recursos, las redes sociales migrantes ―en determinados
contextos, pueden tener efectos limitantes en el terreno laboral‖ (Herrera
Lima et. al., 2007: 13), especialmente en términos ―del enclaustramiento de
las personas en nichos de trabajo de baja calidad, debido a la inexistencia de
vínculos (lazos débiles) que conecten a sus redes con otras que puedan tener
acceso a otros nichos del mercado de trabajo que cuenten con mejores
condiciones‖ (Herrera Lima, 2005: 188). Herrera Lima retoma así la
hipótesis de Granovetter (1973) de lazos débiles y lazos fuertes en las redes
sociales, en donde los lazos fuertes son entre personas que comparten
vínculos de intimidad, parentesco o amistad, mientras los lazos débiles son
entre personas conocidas o contactos indirectos pero que pueden tender
puentes a otros circuitos de información o trabajo. En este sentido, se
propone que las redes caracterizadas por lazos fuertes enclaustran a sus
integrantes, restringiendo sus oportunidades y limitando su posibilidad de
asenso laboral, mientras las redes caracterizadas por lazos débiles se
caracterizan por una mayor movilidad laboral de sus integrantes
(Granovetter, 1973; Granovetter, 1983; Hererra Lima et. al., 2007).
Se
determinan
de
diferentes
maneras
las
limitaciones
y
oportunidades brindadas por una red social migrante de acuerdo a la
configuración de poder dentro de la misma. Pedone plantea que las
relaciones de poder se configuran ―a medida que se afianzan [las] cadenas y
redes migratorias‖, otorgando ―cierta verticalidad e intervienen en la
selectividad de los futuros migrantes (…) de modo que es imprescindible
tener en cuenta los diferentes tipos de roles que los propios migrantes
definen para que las redes presenten relaciones de verticalidad y
horizontalidad‖ (Pedone, 2006: 102). La incorporación de la cuestión de la
configuración de poder dentro de las redes nos es una importante
herramienta en tanto permite plantear la dinámica de poder en las relaciones
de género y generacionales al interior de la red (Hondagneu-Sotelo, 1994;
Pedone, 2006).
El hecho de que las redes movilicen relaciones preexistentes, o de la
comunidad de origen, y que tienen ―un peso determinante en la
36
estructuración de las trayectorias laborales‖ (Herrera Lima, 2005: 185), nos
invita a considerar cómo las trayectorias migratorias y laborales de los/as
(potenciales) migrantes inciden en la construcción social de su imagen como
trabajadores/as tanto en la sociedad de origen como en la de destino.
Pedreño explica que las trayectorias laborales de los trabajadores
inmigrantes comienzan en su lugar de origen y que ―tenerla en cuenta a la
hora de estudiar el proyecto migratorio de estas personas es fundamental
para entender sus expectativas y frustraciones, sus habitus y estrategias de
inserción las apuestas en las que se empeñan y las decisiones que adoptan,
sus satisfacciones y sus insatisfacciones, etcétera‖ (Pedreño, 2006: 226).
Las trayectorias laborales de los trabajadores interactúan así con el contexto
de trabajo, en tanto ―habilita[n] la puesta en acto específica de capacidades o
cualidades diferenciales susceptibles de valoración -tanto positiva como
negativa- por parte del conjunto de actores intervinientes según su
situacionalidad en el sistema‖ (Pizarro et al, 2009: 18).
Con respecto a las mujeres bolivianas que se desempeñan en el
comercio minorista, para poder articular sus trayectorias laborales con la
construcción social de su imagen como buenas comerciantes (Benencia,
2009; Karasik, 1995) y de las valoraciones asociadas a dicha imagen en el
sector del comercio urbano informal, tomaremos como referencia a las
propuestas de Seligmann (1998; 2001) y Sikkink (2001) con mujeres
comerciantes en Perú y Bolivia respectivamente. Para Seligmann la figura
de la ―chola‖ en Perú constituye una categoría social que denota una imagen
de comerciante pero también de ―intermediaria‖ entre dos realidades: una
urbana y otra rural, una indígena y otra mestiza, mientras su lugar de trabajo
–el mercado- representa una intersección de estas dos realidades
(Seligmann, 1998: 2). La valoración positiva de dichas habilidades de
―buena comerciante‖ y de ―intermediaria‖ resulta en que son las ―cholas‖ las
que ―operan directamente en el lugar del mercado‖ (Op cit: 5). La
construcción de esta imagen se basa en sus trayectorias laborales, en tanto
―la tradicional división del trabajo en el campo alienta y prepara a las
mujeres para esta ocupación -manipulación, procesamiento, y oficio de
servir comida; y control del flujo de efectivo (ver Andreas 1985, Mintz
37
1971: 248-249, Nash 1979, Silverblatt 1987, Wolf 1965); las mujeres
pueden ser más exitosas que los hombres como vendedoras ya que la
mayoría de compradores también son mujeres‖ (Op cit: 6). Al mismo
tiempo, Sikkink (2001) reconoce el rol tradicional de las mujeres rurales en
Bolivia como asociado a la gestión de recursos en el hogar y a las relaciones
de intercambio, además de que son las mujeres las principales vendedoras en
los mercados andinos rurales -regionales y urbanos- (Sikkink, 2001). De
acuerdo a ambas autoras, sus trayectorias laborales junto con las
dimensiones étnico-nacionales y, fuertemente, de género inciden en la
construcción social de la imagen de las mujeres comerciantes (Seligmann,
1998; Sikkink, 2001).
Por último, ambas autoras tambien señalan que dicha imagen como
buena comerciante está construida desde afuera y desde adentro. Es decir,
―las mujeres vendedoras se consideran a sí mismas emprendedoras
inteligentes que ayudan a aportar ingresos extras a sus hogares‖ y ―están
bien conscientes de cómo los demás las perciben y tienen la capacidad de
utilizar aquellas caracterizaciones de modo de mejorar sus ventas‖ (Sikkink,
2001: 212)14. Por esto motivo, ―las ideologías de género […] pueden ser una
fuente de fuerza en tanto las mujeres vendedoras recurren a ellas para
construir presentaciones de sí mismas que facilitan las ventas exitosas‖
(Seligman, 2001: 7)15. De este modo las estrategias de comercialización de
las vendedoras van formando las caracterizaciones de su propia identidad y
etnicidad así como las percepciones que tienen otros de ellas (Sikkink,
2001). Como resultado de este proceso, las vendedoras llegan a ser vistas
como representantes de las mercancías que venden, y, al mismo tiempo,
representadas por dichas mercancías. En fin, ―uno debe considerar ambos
procesos, de auto-identificación y de cómo los clientes y la sociedad las
caracteriza a las comerciantes en general‖ (Op. cit.: 218)16.
Así como se construye una imagen de las mujeres bolivianas de
―buenas comerciantes‖, también se ha identificado una imagen de ―los
bolivianos‖ como ―buenos trabajadores‖, construida ―desde adentro‖ –en la
14
Texto original en inglés. Traducción propia.
Texto original en inglés. Traducción propia.
16
Texto original en inglés. Traducción propia.
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38
autopercepción de los propios bolivianos- y ―desde afuera‖ –por la sociedad
en el lugar de destino (Caggiano, 2005; Pizarro et. al., 2011). Ya sea una
percepción ―desde adentro‖ o ―desde afuera‖, la valoración de la imagen del
―buen trabajador‖ suele ser positiva, ya que se considera como una ―virtud‖
―intrínseca‖ de ―los bolivianos‖ el tener una supuesta ―aptitud natural‖ para
soportar el trabajo duro en condiciones inclementes y precarias (Caggiano,
2005; Pizarro et. al., 2011).
De esta manera se puede considerar que, en tanto construcción social
que se reproduce históricamente, la imagen de las mujeres bolivianas como
―buenas comerciantes‖ y como ―buenas trabajadoras‖ constituyen narrativas
o mitos que justifican los procesos de segmentación étnica y por género del
mercado laboral como condición necesaria del sistema capitalista (Pizarro,
2007; Pizarro et al, 2011; Morberg, 1996). Dichas narrativas, en tanto su
valoración positiva, pueden facilitar la inserción laboral de dichas mujeres y
ser así una ―estrategia de inserción‖17 para ellas en un mercado de trabajo
segmentado (Pizarro et al, 2011).
Ahora bien, para el análisis del segundo proceso concerniente a
nuestro tema, el desarrollo de las relaciones sociales en los lugares de
trabajo, plantearemos como conceptos teóricos centrales los de deuda moral
y obligaciones recíprocas que se generan en vínculos laborales de tipo
paternalistas, así como las formas de obediencia y de resistencia de los
trabajadores ante su posición subordinada en la relación de dominación.
Para la consideración de este tema en relación a las verdulerías, adoptaremos
la perspectiva antropológica y sociológica propuesta por autores como
Benencia y Quaranta, quienes retoman a Mauss, así como Pizarro, Holmes y
Torres, quien retoma a Scott.
Partiendo del planteo básico de Benencia y Quaranta de que ―los
mercados sólo pueden existir insertos en una determinada estructura social‖,
entendemos que una ―sociedad está organizada a partir de complejos de
sociabilidad
estructurados
por
el
17
entrelazamiento
de
factores
La apelación a las mismas se considera una ―estrategia‖ en tanto ―dependen más de las
pautas de juego del mercado laboral y de la adecuación del trabajador a ciertos estereotipos
que de un supuesto conjunto de cualidades inherentes a los trabajadores‖ (Pizarro et. al.,
2011: 29).
39
sociorganizativos de reciprocidad y de asociación‖ pero que ―las relaciones
de reciprocidad no implican igualdad‖ (Benencia y Quaranta, 2006a: 88). Al
operar relaciones sociales desiguales en los lugares de trabajo, ―el abordaje
de los mercados de trabajo requiere la comprensión de los regímenes,
arreglos, normas e instituciones que estructuran las relaciones entre puestos
de trabajo, empleadores y trabajadores‖ (Ibid). Es preciso destacar que,
además, en las relaciones sociales en los lugares de trabajo ―confluyen una
serie de percepciones, sentimientos, comportamientos y experiencias‖, las
cuales ―ligan la cultura de los trabajadores con la reproducción de la fuerza
de trabajo en situaciones determinadas‖ (Pizarro et al, 2009: 4). La
indagación sobre estos aspectos que operan en los lugares de trabajo
contribuirá a entender la dinámica de los mercados de trabajo.
Para indagar acerca de estos aspectos, es necesario enmarcarlos no
sólo en los lugares de trabajo como establecimientos aislados sino en el
contexto de las redes sociales migrantes, las cuales son utilizadas como
estrategia de reclutamiento y abastecimiento de la fuerza de trabajo de
dichos emprendimientos. Nos señala Pedone que por la ―ayuda‖ brindada a
través de las redes, ―se propici[a] la entrada al círculo de la migración
internacional de la mano de algún pariente o amigo con el que además,
contraería deudas‖ (Carpio Benalcázar, 1992)‖ (Pedone, 2006: 81), deudas
que ―sientan las bases para el incumplimiento por parte del patrón‖ (Pizarro,
2010: 12) una vez instalado en el lugar de destino.
Para explicar cómo dichas ―deudas‖ generan una relación de
reciprocidad asimétrica en las relaciones laborales, resulta útil el concepto
del don y el contra-don, según planteado por Mauss (1966). Según Mauss, la
institución de la prestación y la contra-prestación funciona de acuerdo a la
teoría de las tres obligaciones: la obligación de dar, de recibir y de pagar, y
que existe ―una serie de derechos y deberes sobre el consumir y el pagar [de
las prestaciones] que coexiste con los derechos y los derechos y deberes del
dar y del recibir‖ (Mauss, 1966: 11)18. Se sostiene que en este sistema ―nada
es casual‖: ―contratos, alianzas, transmisión de bienes, lazos creados a través
de estas transacciones—cada etapa del proceso está regulado moral y
18
Texto original en inglés. Traducción mía.
40
económicamente. La naturaleza y la intención de las partes contractuales y
la naturaleza de lo que se presta son indivisibles‖ (Op. cit.: 58-59)19. A
través de esta explicación, entendemos cómo las obligaciones morales son
contraídas entre ambas partes, operando una cuestión de la moralidad en las
relaciones de trabajo. A esto se refieren también Benencia y Quaranta
cuando hablan del compromiso ―moral‖ que se construye entre un empleado
y su empleador a través de las instancias de regulación social que
intervienen en los mercados de trabajo, como ocurre en la producción
hortícola en el AMBA (Benencia y Quaranta, 2006a: 104).
Es en el contexto de este tipo de lazos, basados en principios de
reciprocidad y moralidad, que opera el segundo tipo de dinámica que
consideraremos
en
las
relaciones
de
trabajo:
la
dinámica
de
dominación/subordinación y las formas de resistencia y obediencia que
ponen en práctica los sujetos participantes de dicha relación. En los lugares
de trabajo, Holmes (2007) propone observar la organización de la fuerza de
trabajo en términos de una jerarquía estructurada de acuerdo a las asimetrías
de la sociedad más amplia, ya sean de etnicidad, nacionalidad, ciudadanía,
clase y/o género. Esta mirada permitirá estudiar los procesos a través de los
cuales estas desigualdades -las cuales producen el sufrimiento de los
trabajadores- se normalizan y justifican, entre ellos la percepción de
diferencias étnicas en los cuerpos de los trabajadores. Para analizar cómo los
trabajadores lidian con las experiencias de sufrimiento y explotación
causadas a raíz de las relaciones desiguales en las jerarquías laborales,
Torres y Scott proponen apelar al concepto de la agencia humana. Este
concepto es de utilidad en tanto permite ―definir las capacidades
transformativas y ver cómo éstas operan, lo que significa conocer la manera
en que los trabajadores logran cambiar las condiciones sociales en las que
viven‖ (Torres 1997: 14).
Como denotan Pizarro et al (2011), pueden coexistir la reproducción
de la subordinación junto con formas de resistencia llevadas a cabo por los
trabajadores:
19
Texto original en inglés. Traducción mía.
41
―[A]ún cuando la cultura laboral […] subsidia al capital en la medida en
que las relaciones étnico-nacionales y las características culturales son
aceptadas y reproducidas, o al menos no son contestadas abiertamente por
los trabajadores, existen algunos intersticios tales como la ironía que dan
cuenta de ciertas estrategias de resistencia‖ (Op cit: 4-5).
Scott se refiere a dichas estrategias como formas cotidianas de resistencia
(Scott, 1985), que incluyen, entre otros, el boicot, el paro, el robo y el
chisme, y también la consciencia y la creencia como formas de resistencia
cotidiana ideológicas. Diferenciar entre la resistencia material y la simbólica
o ideológica, permite pensar que ―por detrás de una fachada de conformidad
en el comportamiento, las clases subordinadas llevan a cabo innumerables
actos de resistencia simbólica, así como detrás de una aparente conformidad
ritual y simbólica, existen innumerables actos de resistencia ideológica‖20
(Op cit: 304). Esta perspectiva de Scott nos permitirá dar cuenta de la
dimensión simbólica de las relaciones sociales que se desarrollan en los
lugares de trabajo (Reygadas, 2002).
Similar a Scott, Torres (1997) reivindica la agencia humana y la
capacidad de resistencia de los actores, pero enfatiza en mayor grado la
heterogeneidad de los actores y la necesidad de conocer ―la diversidad de las
condiciones de vida a que están sujetos, las solidaridades que se prestan
entre sí, con los patrones, [y] los compromisos que se reflejan en las rutinas
de trabajo‖ (Torres, 1997: 14). Torres sostiene que en esta heterogeneidad,
se observa una conducta social muy diferenciada, que va desde la pasividad
hasta la rebelión (Ibid), pero que la heterogeneidad y las complejidades de la
vida cotidiana de los trabajadores se observan no sólo entre distintas
personas en una clase social, sino también existen contradicciones
inherentes en un mismo sujeto, manifiestas en las relaciones que él o ella
tiene con otros. El enfoque de Torres permite ―entender el proceso de
dominación/subordinación como algo inconcluso y como resultado de
circunstancias de la vida que están por definirse, en las cuales los
trabajadores saben que pueden desarrollar conductas diversas a las
subordinadas, aunque también, por diversas razones, pueden llegar a
consentir su propia subordinación‖ (Op cit: 13). Por este motivo, ―al
20
Texto original en inglés. Traducción mía.
42
momento de estudiar las relaciones de poder inscritas en cualquier situación
de trabajo, tiene que considerarse que toda relación de poder es un camino
de doble sentido‖, o sea ―toda relación humana se expresa al mismo tiempo
como un proceso de autonomía y de dependencia‖ (Op cit: 29).
Los conceptos teóricos presentados hasta ahora orientarán nuestro
análisis de la construcción social del trabajo de mujeres bolivianas en
verdulerías de Buenos Aires, desde una perspectiva de los mercados de
trabajo segmentados que, al mismo tiempo, contempla los clivajes de género
y de etnicidad-nacionalidad. Antes de introducirnos en el estudio los casos
etnográficos desarrollado en los capítulos dos y tres, delinearemos cuál fue
la metodología utilizada así como algunas de sus implicancias para la
construcción y el análisis de nuestro problema.
III. Metodología
Para llevar a cabo esta investigación, realicé trabajo de campo
etnográfico con mujeres bolivianas que se encontraban trabajando en el
sector de la comercialización minorista de frutas y verduras en la Ciudad de
Buenos Aires, así como otros integrantes de sus entornos laborales y/o
domésticos, en el periodo de 2009 y 2010. Para este trabajo empírico,
seleccioné dos casos distintos, cada uno constituido por una red social que
se articula con el mercado de trabajo de las ―verdulerías‖. Fue a través de
estas redes que accedí a los interlocutores de este estudio, ya que las redes
sociales implican una constelación de personas conectadas por relaciones de
parentesco real o ficticio y/o relaciones de trabajo.
La selección de dos casos contrastantes se fundamentó en el interés
por hacer un contrapunto ya que cada una de las redes presenta
características diferenciales en cuanto a los siguientes atributos de sus
integrantes: (1) momento migratorio; (2) lugar de origen; (3) contexto
familiar; (4) etapa de su ciclo vital. Los dos casos, o redes, pertenecen a
distintos momentos migratorios, habiendo sus miembros iniciado sus
trayectorias migratorias en distintos momentos históricos. Aunque ambas
redes están compuestas por personas de pertenencia étnica quechua, una red
43
proviene de Cochabamba y la otra principalmente de Potosí. Las mujeres
que participan en las dos redes provienen de distintos contextos familiares
en sus lugares de origen. Dependiendo de la red de la cual forman parte, las
mujeres están además en distintos momentos de sus ciclos vitales, con o sin
pareja e hijos. Tal contrapunto de dos casos contrastantes dentro del mismo
mercado de trabajo permitiría contemplar de manera diacrónica los procesos
bajo estudio y reconocer la heterogeneidad de los casos empíricos,
complejizando pero al mismo tiempo contribuyendo a enriquecer el análisis
sobre este sector del mercado de trabajo.
Llegué a ambos casos a través de personas conocidas, quienes eran
clientes de algún emprendimiento de cada caso, y quienes me sugirieron sus
―verduleras‖ a la cuales ya conocían, aunque no en profundidad, por verse
cuando iban al negocio. En ambos casos fui presentada a una de las mujeres
verduleras, quienes vendrían a ser mis interlocutoras clave, por medio de
mis contactos - sus ―clientes‖.
En el primer caso que se presentará en este trabajo, la mujer a quien
me presentó mi contacto con ese establecimiento, y a través del cual entré en
contacto con el primer caso, fue una empleada del mismo, mientras en el
segundo caso mi contacto me puso en contacto directo con la dueña de la
verdulería. Esta diferencia con respecto a mi ―punto de entrada‖ a cada red
condicionaría el posterior acceso a información de maneras diferentes en
cada caso.
En el primer caso, al haber entrado por las empleadas, entré ―desde
abajo‖-en términos de la jerarquía ejercida en la red- y no ―desde arriba‖ con
la ―autorización‖ del dueño. Esto implicó una dificultad importante en
acceder a información sobre el patrón de las verdulerías contempladas, lo
cual implicó un desafío para entender plenamente su funcionamiento. Sin
embargo, dicha dificultad de acceso a cierta información sobre la autoridad
de la red también constituiría un importante dato en sí, ya que reflejaría el
control ejercido por el patrón sobre sus empleadas, cuestión que será
analizada con mayor detenimiento en el capítulo 3. Al mismo tiempo, se
puede suponer que mi ―punto de entrada‖ a esta red también permitió que
las trabajadoras tuvieran más confianza para compartir conmigo sus
44
sentimientos con respecto a su relación con el dueño, incluyendo reclamos y
―quejas‖ en torno a su situación laboral, así como sus deseos y planes de
abandonar el lugar de trabajo.
En el segundo caso, al haber entrado por la dueña de la verdulería, o
―desde arriba‖ siendo ella la autoridad de la red, tendría acceso a más
información sobre la estructura, funcionamiento y trayectoria de la red, pero
ya no la confianza y complicidad de los empleados, como sí se generó en el
primer caso al haber entrado ―desde abajo‖. En este sentido, entrar ―desde
arriba‖ también tiene sus beneficios desde el punto de vista antropológico,
así como sus limitaciones en el acceso a información. Esto se vio manifiesto
especialmente en que, si bien hablé mucho con los ―empleados‖ de la
verdulería de esta patrona, ellos nunca me expresaron sentimientos
negativos ni quejas ni reclamos sobre su situación laboral ni tampoco sobre
las relaciones sociales que la caracterizaban, sino que guardaban silencio al
respecto. Se verá a lo largo de esta tesis cómo este hecho no es,
necesariamente, porque no tuvieran tales sentimientos, sino porque no
sentirían la confianza de expresar ese tipo de valoración ante mi presencia,
debido en parte a que ingresé a la red a través de su figura de autoridad.
El lugar de las mujeres a través de las cuales ingresé a cada red en la
jerarquía de la misma y de los lugares de trabajo, también incidiría en
cuántas y cuáles otras personas de la red llegarían a entrar en contacto
conmigo. Durante el periodo de mi trabajo de campo, aunque estuve en
contacto con un mayor número de personas pertenecientes a cada caso,
seleccioné a entre ocho y nueve personas principales de la red para
reconstruir su estructura, funcionamiento e historia. Por otro lado, fue con
entre cuatro y cinco de ellos en cada caso que tuve mayor y más regular
contacto durante el periodo de mi trabajo de campo y quienes constituyeron
mis interlocutores clave. Por lo tanto, fueron las instancias de hablar,
entrevistar y hacer observación participante con ellos/as lo que informaron
en mayor grado los datos de mis estudios de caso. En el primer caso todas
mis interlocutoras eran empleadas de las verdulerías, mientras en el segundo
caso se dividían entre verduleras cuentapropistas y empleados/as,
45
demostrando así cómo el punto de entrada ―desde arriba‖ permite acceso a
personas de mayor rango y trayectoria dentro de la red.
La selección de personas fue realizada por su relevancia al tema de
investigación pero también fue algo que se definió en la medida en que la
información y los contactos obtenidos permitieron articular sus trayectorias
migratorias y laborales con las de los otros miembros de su red,
reconstruyendo así las relaciones dentro de la misma y las formas en que sus
redes se articulan con los procesos más amplios bajo estudio, como la
conformación de un mercado laboral segmentado y las relaciones que se
entablan en los lugares de trabajo.
En principio, me guiaba por los siguientes criterios en la selección
de los interlocutores clave en ambas redes: (1) ser mujer; (2) ser de origen
boliviano; (3) ser de pertenencia étnica quechua; (4) trabajar en un comercio
minorista de verduras en la Ciudad de Buenos Aires; (5) poseer entre 18 y
40 años de edad. La única variación con respecto a esta guía que ocurrió
durante la realización de mi trabajo de campo fue que, debido al contexto
familiar y por su composición mixta en términos de género, en el segundo
caso se flexibilizó el primer y último criterio, incorporándose dos
interlocutores clave varones y, debido a la diversidad etaria en la red, uno de
ellos era menor de 18. Debido al contexto particular de esta red, su
incorporación fue necesaria ya que permitiría considerar cómo inciden los
vínculos familiares y de género en la organización de la fuerza de trabajo en
el emprendimiento y en las relaciones sociales que allí se entablan.
El periodo del trabajo de campo tuvo una extensión de trece meses,
habiendo comenzado en marzo de 2009 y terminado en marzo de 2010.
Durante este lapso de tiempo, hubo meses en los cuales realicé un trabajo
más intensivo que en otros, lo cual dependía de la disponibilidad de los
mismos interlocutores así como de la mía.
Con la excepción de visitas a sus barrios de residencia y/u hogares en
el caso de las interlocutoras clave que trabajan en la Ciudad de Buenos Aires
pero residen en el AMBA, todo el trabajo de campo tuvo lugar en la Ciudad
de Buenos Aires. En los tipos de lugares en donde realicé mi trabajo de
campo, también se puede ver cómo incidió el hecho de haber entrado a la
46
red ―desde abajo‖ o ―desde arriba‖. En el primer caso, mi trabajo de campo
transcurrió en el lugar de trabajo de las mujeres verduleras y en lugares
públicos donde se podía preservar el anonimato y no compartir la intimidad
del hogar -como lo son los cibercafés y recorridos de paseo en el barrio
porteño de Liniers. En cambio, en el segundo caso, la gama de lugares en
donde realicé el trabajo de campo fue distinta. Incluía los lugares de trabajo
de las verdulerías, lugares públicos como el barrio porteño de Liniers y otros
sitios públicos en el barrio donde residían las interlocutoras, pero, a
diferencia del primer caso y muy significativo, también incluyó los hogares
de las mujeres verduleras. En este caso, el hecho de haber entrado por la
autoridad de la red me permitió tener acceso a la intimidad del hogar, el
barrio y la familia y vecinos que allí residían. Este hecho me permitiría
comprender mejor la dinámica de las relaciones en la red desde un punto de
vista más integral y desde más diversos puntos de vista, así como poder
observar cómo se imbrican dichas relaciones entre el ámbito productivo y el
reproductivo.
A partir del trabajo de campo, se utilizaron métodos cualitativos para
la construcción de datos. Como fuente primaria, utilicé la técnica de la
observación participante en los diversos espacios donde transcurrió el
trabajo de campo, así como la realización de entrevistas informales tanto en
el lugar de trabajo como en los demás ámbitos en los cuales interactuamos y
en los cuales percibí la posibilidad de entablar dichos intercambios.
También utilicé la técnica de la entrevista formal semi-estructurada en sus
lugares de trabajo. En relación al tipo y alcance de las técnicas utilizadas, es
preciso advertir sobre las dificultades con las cuales me encontré, no en la
observación ni las entrevistas informales, sino en las entrevistas formales
específicamente. Si bien durante el periodo de mi trabajo de campo se
formaron vínculos de relativa confianza con los interlocutores de ambos
casos, fue difícil concretar espacios y momentos adecuados para la
realización de entrevistas formales, ya sea por la reticencia a hablar de
ciertos aspectos debido al control ejercido por el patrón, en el primer caso, o
por la presencia de otros familiares, en el segundo. En estos contextos se
veían restringidos el contenido que se podía abordar, las respuestas o
47
información que podía obtener a través de las entrevistas y la extensión de
las mismas. Por este motivo las entrevistas informales en combinación con
la observación participante terminaron constituyendo las dos principales
técnicas de recolección de información. Esto implicó una importante
limitación con respecto a los datos con los cuales proyectaba contar previo a
la realización del trabajo de campo, convirtiéndose en técnicas que, con
paciencia y a veces a través de visitas cortas y repetidas, me permitirían
recolectar la suficiente información para llevar a cabo mi investigación.
Como fuente secundaria, se recurrió a datos estadísticos sobre los
flujos migratorios bolivianos a Argentina y a la Ciudad de Buenos Aires en
particular y especialmente sobre la participación de mujeres en estos flujos y
en las estadísticas ocupacionales por sexo, país de origen y actividad laboral
en el destino.
Al considerar el desarrollo del trabajo de campo y la producción de
datos para esta tesis, es preciso plantear de entrada las condiciones
subjetivas que se pusieron en juego, de modo de desmentir cualquier
suposición silenciosa de ―objetividad‖ o ―neutralidad‖ en este respecto.
Sostengo que las particularidades de las subjetividades condicionan nuestra
visión así como la producción de los datos, generando cegueras, influencias
y presunciones no siempre explicitadas. Por este motivo buscaré explorar
brevemente algunas de las formas en que influyó mi subjetividad en ambos
aspectos de este proceso: el trabajo de campo y la producción de datos.
Primero, mi aproximación hacia los interlocutores de este estudio se
dio en los términos de la relación de interlocutora e investigadora, hecho que
los condicionó a ellos como sujetos al momento de responder a mis
indagaciones. Además, otro condicionamiento de la relación que pude
establecer con mis interlocutores es la distancia cultural particular que
resulta del hecho de que yo soy de Estados Unidos y ellos de Bolivia.
Complejizando esta diferencia es el hecho de que nuestros caminos se hayan
cruzado en Argentina, lugar en donde nuestras extranjerías cobran sentidos
distintos pero también nos ayudan a identificarnos los unos con los otros. Es
decir, en el imaginario hegemónico sobre los extranjeros que opera en gran
parte de la Ciudad de Buenos Aires, ―los bolivianos‖ y ―los
48
estadounidenses‖ ocupan lugares distintos en términos del estigma y la
discriminación dirigidos hacia ellos, hecho que condiciona nuestras
experiencias –divergentes- en el país. Sin embargo, el ―no ser de acá‖
también generó cierta congenialidad entre ambas partes, ya que no existía
reticencia de su parte en hablar de cómo vivían y sufrían la discriminación
desde ―los argentinos‖ u otras opiniones que se hayan formado sobre el país
de destino. Ser mujer y joven también generó cierta complicidad con los
interlocutores, en su mayoría mujeres jóvenes o adultas, quienes compartían
conmigo vivencias y opiniones acerca de noviazgos, parejas y normas de
género en sus países y en el contexto migratorio.
Por otro lado, es necesario considerar cómo estos aspectos de mi
propia subjetividad como investigadora influyeron no sólo en las relaciones
que entablé con mis interlocutores durante el trabajo de campo, sino también
en la posterior producción de datos. En el hecho de que no soy de Argentina,
si bien puede haber representado ciertas limitaciones o sesgos en mi
conocimiento y visión sobre las problemáticas propias de la región, al
mismo tiempo, una mirada ―desde afuera‖ también puede estar abierta a ver
otros aspectos de las situaciones analizadas, o a verlas de otra manera. Resta
por agregar que es imposible arribar a un conocimiento pleno de una
realidad cultural diferente sin impregnar tu representación de ella con la
propia mirada. Sin embargo, busqué tener esto presente de modo de, por lo
menos, superar algunas evitables cegueras en la investigación etnográfica y
la construcción del conocimiento.
Finalmente, debido a los escasos antecedentes escritos sobre la
participación de inmigrantes bolivianos en el eslabón de comercialización
frutihortícola de la cadena agroalimentaria argentina, así como su análisis
desde una perspectiva de género y etnicidad-nacionalidad, esta tesis no
pretende ser conclusiva sobre lo que plantea en relación a esta temática. En
cambio, constituye una aproximación inicial, una propuesta de investigación
y análisis de carácter exploratorio y descriptivo que espero sirva como
insumo referencial para posteriores estudios en relación a este tema.
49
Capítulo 2: La conformación del mercado laboral de las
verdulerías
Con el objetivo de analizar las articulaciones de los clivajes de
género y etnicidad-nacionalidad en las trayectorias laborales y migratorias
de las mujeres bajo estudio -tanto en el lugar de origen como en el de
destino- y en las redes sociales en las que se articulan de modo de dar cuenta
de la conformación particular del mercado laboral de las ―verdulerías‖, nos
basaremos en nuestros dos casos empíricos contrastantes. Para la
reconstrucción de cada caso de estudio, se presentará un análisis de los
siguientes aspectos: la estructura y funcionamiento de la red, cómo la misma
está constituida y cómo esto se vincula con el ingreso de sus integrantes al
mercado de trabajo de las verdulerías; la trayectoria laboral y migratoria de
los distintos integrantes y cómo está inserto cada uno de ellos en la red; y,
por último, se analizarán los datos presentados para cada caso tomando en
consideración la influencia de la etnicidad-nacionalidad y el género.
En este entramado analítico, apelaremos a la propuesta de Pedreño,
en tanto consideramos que el estudio de las trayectorias laborales y
migratorias de los inmigrantes es un método privilegiado para entender las
estrategias de trabajo que emplean, entre ellas la utilización de las redes
sociales y la construcción de una imagen como trabajadora/comerciante, ya
que nos permiten adquirir ―conocimientos prácticos, con la condición de
orientarlo hacia la descripción de las experiencias vividas en primera
persona y de contextos en los que esas experiencias se han desarrollado‖
(Bertaux, 2005: 21, en Pedreño, 2006: 226).
El análisis de los casos permitirá explicar cómo lo visto sobre las
trayectorias laborales y migratorias y el funcionamiento de las redes sociales
en los dos casos operan de manera conjunta para conformar este mercado de
trabajo particular de las verdulerías, en clave de etnicidad-nacionalidad y
género. Se verá cómo funciona la construcción social de una imagen de las
mujeres bolivianas como buenas trabajadoras y comerciantes y de qué modo
facilita su inserción en este sector, así como la forma en que la etnicidadnacionalidad constituye una bisagra para la inserción en este sector.
50
Finalmente, iluminando las particularidades del mercado laboral en
discusión, se planteará si la comercialización frutihortícola minorista puede
ser pensada en términos de ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por
etnicidad-nacionalidad y si las formas de ingreso de las mujeres en este
mercado laboral indican además su segmentación por género.
I. Primer caso: Red migratoria y laboral no familiar
I.i. Estructura y funcionamiento de la red
El primer caso que contemplo en este trabajo se trata de una red
social migrante constituida por un empleador -dueño de tres verdulerías en
la Ciudad de Buenos Aires-, y el y las trabajador/as que brindan la mano de
obra en dichas verdulerías. Todos los integrantes de la red son de origen
boliviano, aunque no del mismo lugar de origen dentro de Bolivia. Si bien la
mayoría de las trabajadoras mujeres comparten entre sí lazos familiares y/o
de vecindad de su lugar de origen, el dueño de los negocios, quien inició la
red hace más de ocho años y quien la mantiene activa como mecanismo de
reclutamiento de mano de obra, no es pariente de ellas ni tampoco es del
mismo lugar de origen. En este sentido, lo que une a todos los integrantes de
esta red no es un lazo familiar sino laboral, por lo cual se puede considerar
que se trata de una red migratoria y laboral pero no de parentesco.
Si bien el dueño de los negocios cuenta con la ―ayuda‖ de su
hermana y de un ayudante para algunos aspectos de la manutención de los
negocios, todas las personas que brindan la mano de obra permanente en los
negocios, incluyendo la atención a los clientes, el ordenamiento y control de
la mercadería dentro del local y las cuentas, son mujeres jóvenes entre
dieciocho y treinta años de edad. Con la excepción de una mujer que es de
Sucre, Bolivia, todas ellas, que en total varían entre siete y ocho mujeres,
provienen de una misma comunidad rural ubicada en el municipio de Vinto,
provincia Quillacollo, departamento de Cochabamba, Bolivia. En el
momento en que las mujeres trabajadoras que integran la red vinieron a
Argentina, tomaron su decisión de desplazarse de sus lugares de origen en
Bolivia directamente a la Ciudad de Buenos Aires específicamente para
51
desempañarse como ―verduleras‖ contratadas en uno de los tres negocios del
mismo dueño en la ciudad. En este sentido, la migración de las mujeres
integrantes de esta red puede considerarse una migración laboral, que es
motivada en gran parte por factores económicos.
De modo de poder analizar el funcionamiento de la red como
mecanismo posibilitador de la migración y la inserción laboral, así como su
rol en la conformación del mercado de trabajo de las verdulerías, se
presentará primero a sus integrantes principales con un breve esbozo de sus
trayectorias laborales y migratorias y su articulación con la red.
I.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red
Durante mi trabajo de campo con este caso, entré en contacto con la
mayoría de los protagonistas de esta red laboral y migratoria, incluyendo
con el dueño y su ayudante y siete de las mujeres trabajadoras. Son éstos los
individuos cuyas trayectorias laborales y migratorias se presentan a
continuación.
Como se ha dicho, el que articula y activa esta red es un hombre de
origen boliviano que, al mismo tiempo, es dueño de tres comercios
minoristas de frutas y verduras en la Ciudad de Buenos Aires. Aunque las
trabajadoras se refieren a su persona como ―el jefe‖, yo me lo referiré como
el dueño de los negocios en donde se concentra la mano de obra de las
trabajadoras. Si bien me lo crucé a este individuo en varias oportunidades,
en uno de los locales que maneja, en estas oportunidades él nunca me dirigió
la palabra ni la mirada directa, ni siquiera para saludar, y nunca se dio una
oportunidad para que yo interactuara con él de manera directa. Por lo tanto,
lo que pude reconstruir sobre su trayectoria laboral y migratoria se basa en
información que recopilé a través del periodo de mi trabajo de campo
basándome en los relatos de las mujeres que trabajaban en sus negocios,
quienes guardaban particular silencio sobre todo aspecto de su persona,
desde su lugar de procedencia y su relación con él, hasta sus actividades en
Buenos Aires.
A pesar de este contexto particular y los desafíos que implicó, logré
saber, aunque de manera fragmentada, algunos datos centrales con respecto
52
a la trayectoria laboral y migratoria del ―dueño‖. Es de origen boliviano, de
un área rural del departamento de Potosí, y es hablante nativo del quechua,
compartiendo así la cuestión étnico-nacional boliviana y la etnicidad
quechua con las trabajadoras. Es de edad relativamente joven, con alrededor
y no más de 40 años y, aunque vive en Argentina hace más de diez años y
hace ocho que tiene verdulerías, vino soltero y en el tiempo que lleva en
Argentina aún permanece soltero, sin pareja ni hijos. Sí tiene en Buenos
Aires a primos y a su hermana, quien lo ―ayuda‖ cocinando la comida diaria
para las empleadas de sus tres negocios. Con respecto a su actual desempeño
laboral, ―trabaja todos los días‖, incluyendo los sábados, cuando pasa por el
negocio ―antes de ir a la quinta‖, y los domingos, día en que también va a la
quinta. Aunque, según las empleadas de los negocios, él no es dueño de
dicha quinta21, a la cual ellas siempre aluden, sí mantiene una relación
estrecha con la misma y su trabajo articula la quinta con sus negocios en la
Ciudad de Buenos Aires, ya que junto a su ayudante lleva la mercadería en
un camión propio directamente de la quinta a los tres negocios en donde la
deposita.
De las trabajadoras con quienes más contacto tuve, la que más
tiempo lleva en Argentina y en la red es Juliana22. Es la hermana mayor de
Yésica, otra de las integrantes e interlocutoras principales de la red. Juliana
y Yésica son dos de cinco hermanos. Tienen una hermana mucho mayor que
ellas y dos hermanos también mayores pero que les son más cercanos en
edad. Hasta que migró por primera vez con destino de Buenos Aires, Juliana
vivió con su familia en su comunidad rural de origen donde se dedicaba a la
producción de verduras en un terreno familiar que explotaba junto a su
familia. Siempre trabajó en la producción en este contexto y, como también
lo hacían otros miembros de su familia, llevaba los productos a vender en el
mercado mayorista en la Ciudad de Cochabamba, que queda a una hora de
viaje de su comunidad. A diferencia de su trabajo en Buenos Aires, esa
21
Si bien las empleadas me afirmaron que el dueño de las verdulerías no era también dueño
de la quinta de la cual abastece la mercadería de sus comercios, no fue posible desentrañar
su relación exacta con la quinta debido al silencio que guardaban las mujeres con respecto
al dueño y sus actividades.
22
Para preservar la identidad de los interlocutores, todos los nombres utilizados en este
trabajo son pseudónimos.
53
experiencia en la comercialización la consideraba diferente porque ―allá
vendes pero a intermediarios‖ que tienen puestos en grandes mercados al
aire libre y quienes ―son los que venden a los comerciantes‖. Juliana dice
que siempre le gustó vender, y hasta le gusta más vender que producir.
Empezó a tener dedicación exclusiva a dichas actividades con diecisiete
años de edad, momento en que abandonó sus estudios, faltando un año para
completar la escuela secundaria.
De su familia, sólo migraron al exterior de Bolivia las tres hijas
mujeres mientras los dos varones no; estos últimos viven en la comunidad
de origen y todavía trabajan la tierra de la familia. El orden de migración de
las tres hermanas fue primero su hermana mayor, seguida por ella, y, por
último, la más joven, Yésica. Es de notar que su hermana mayor vino
primero a Argentina hacía muchos años con su marido para trabajar, con
quien logró tener una casa propia en zona sur de Provincia Buenos Aires, y
luego, en el año 2002, se fue con el marido a España donde actualmente
viven con su hijo que nació allá. Una vez estando en Argentina Juliana, su
hermana mayor la ―llamó‖ desde España ofreciéndole un trabajo que tenía
―listo‖ para ella allá, para que se fuera a trabajar y vivir. Juliana no aceptó la
oferta porque consideraba que ―es más caro‖ ir a España –se necesita mucho
más dinero ahorrado- y porque, con respecto a Bolivia, España queda mucho
más lejos que Argentina, dificultando la posibilidad de volver a su familia.
Juliana vino por primera vez a Argentina acompañada por una amiga
a la edad de 22 para iniciar su trabajo en las verdulerías del dueño, motivo
de su migración, y tenía 26 años de edad en el momento que yo la conocí en
marzo de 2009. Vino directo a vivir en una casa en el barrio porteño de
Chacarita que hasta el momento compartía con las otras mujeres
trabajadoras que integraban la red migratoria, y a desempeñarse como
―verdulera‖ en el negocio donde trabajaba en el periodo de mi trabajo de
campo. Antes de venir a Argentina, dijo haber sabido únicamente que
trabajaría en una verdulería, pero que no sabía dónde o cómo iba a ser, ni
qué tendría que hacer allí. A pesar de sus antecedentes en la agricultura a
pequeña escala, para lo que haría en el comercio en Buenos Aires tuvo que
―aprender todo‖ cuando llegó, lo cual le resultó ―difícil‖. Durante su tiempo
54
en Argentina, trabajó en dos verdulerías del mismo dueño, ella misma
pidiendo el paso de una a otra.
Aunque su migración fue por motivo laboral, expresó que ―tenía
ganas de venir‖ porque, además de trabajar, ―quería conocer‖ y que al
principio le gustó. Pero, durante los cuatro años y medio que llevaba
trabajando ―en lo mismo‖, con un solo viaje a Bolivia cuando ya llevaba
cuatro años en Argentina, hizo que cambiara su perspectiva para considerar
que ―ya es mucho tiempo‖ y que ―extraña mucho‖. A fin de 2009 ambas
hermanas propusieron al dueño irse y en enero de 2010 regresaron a Bolivia.
Yésica es la hermana menor de Juliana y la más joven de los cinco
hijos de sus padres. Proviene del mismo lugar de origen y contexto familiar
y productivo que Juliana, detallado anteriormente: contexto rural y con
cuatro hermanos, de los cuales ambas mujeres migraron y ambos varones no
tienen antecedentes en la migración. Yésica también trabajaba en la
producción en la tierra de la familia, junto a sus padres y hermanos, y
también tenía experiencia llevando los productos a venderlos en el mercado
en la Ciudad de Cochabamba. También dejó sus estudios secundarios antes
de completarlos, pero a una edad más joven que su hermana, ya que a ella le
faltaban tres años para terminar. Expresó dificultades económicas en el
ámbito familiar como motivo del abandono, en relación a la imposibilidad
de sus padres de ―apoyarla‖ con los costos elevados que implicaba que los
hijos estudiaran. A diferencia de Juliana, antes de venir a Argentina Yésica
migró internamente en Bolivia, viviendo en la Ciudad de Cochabamba
durante dos años donde trabajaba en un negocio, aunque desvinculado del
sector hortícola o ―verdulero‖, experiencia que no le agradó por haber tenido
que estar ―adentro todo el día‖, asociando el estar ―en la sombra‖ con
condiciones de trabajo insalubres. Durante ese tiempo, una o dos veces por
mes viajaba a su casa en el campo, que quedaba a una hora de viaje, para ver
a su familia. También a diferencia de Juliana, Yésica vino a Argentina por
primera vez a una edad más joven –con dieciocho años-, tres años después
de que migrara Juliana y un año antes de que yo la conociera. Habiendo
venido después de su hermana, cuando migró ya sabía qué la esperaba en
Buenos Aires y de qué se trataría el trabajo en el cual se desempeñaría, pero,
55
de todas formas, dijo tener que aprender las nuevas tareas al llegar. Desde
que llegó a Buenos Aires, trabajó en la misma verdulería en el mismo barrio.
María, una de las dos integrantes más jóvenes de la red, proviene de
la misma comunidad que sus compañeras en Vinto, Cochabamba, a quienes
conoce desde su niñez. En ese lugar vivió siempre con sus padres y, hasta
que se fueran de la casa para hacer sus propias familias, también vivió con
sus tres hermanas mayores, ella siendo la menor. Junto a ellos se dedicaba a
la producción de verduras en el terreno familiar. A los catorce años
abandonó sus estudios secundarios, faltando tres años y medio para
completarlos, con el motivo de ―ayudar‖ a su madre en la producción, y dice
que además ―no tenía ganas de seguir‖ estudiando. Con su familia producían
y vendían una variedad de verduras y, como actividad secundaria, también
criaban animales. La familia, incluida María, llevaba la producción hortícola
a venderla hasta tres veces por semana en el mercado mayorista de la
Ciudad de Cochabamba. Dice que le gusta la actividad con la verdura,
refiriéndose a la producción y venta a mayoristas, y resume el constante de
su trayectoria como: ―siempre la verdura‖. Además de las actividades con
su familia, trabajaba en forma remunerada para su tía, llevando frutas a
vender en el mercado de La Paz, Bolivia. Hacía sola el viaje de seis horas en
autobús dos veces por semana y pasaba la noche en La Paz, y, según
consideraba María, ganaba bien haciendo eso ya que fue remunerada con lo
equivalente de 100 dólares estadounidense por mes.
De las cuatro hermanas, sólo ella y una de sus hermanas mayores
tuvieron experiencias en la migración. La hermana de ella tuvo como
destino España, donde estuvo durante 19 meses trabajando en la producción
agrícola, lo cual le permitió ahorrar para luego volver a Bolivia, construir
una casa y comprar un auto. La hermana volvió también a su hijo, a quien
había dejado en Bolivia bajo el cuidado de la abuela y la bisabuela. Las otras
dos hermanas nunca migraron, y una de ellas vivía en la casa de los padres
en el momento que yo comencé mi trabajo de campo pero luego se fue de la
casa, dejando a los padres solos, hecho que implicó una carga moral para
María, la hija menor, y constituiría un motivo parcial de su posterior regreso
a Bolivia. De las tres hermanas que viven en Bolivia, todas viven ahora con
56
sus propias familias en su misma comunidad, pero algunas de ellas siguen
―ayudando‖ a trabajar el terreno de los padres.
María comenzó su trayectoria migratoria a la edad de dieciséis años,
cuando vino directo a Buenos Aires a trabajar en las verdulerías
pertenecientes a esta red. Según relata, vino con el objetivo exclusivo de
trabajar y ahorrar. En su primera venida, la ―trajo‖ su padre, quien ya
conocía la Argentina porque el padre de él –abuelo paterno de María- había
vivido muchos años en el país, aunque ya falleció. Aunque vino
acompañada por su padre, hecho que no ocurrió en el caso de las otras
trabajadoras quienes en su mayoría vinieron con por lo menos dieciocho
años de edad, ella se quedaría ―sola‖ –sin padres o hermanas- en Buenos
Aires, compartiendo la casa con sus ―amigas‖ (vecinas del lugar de origen y
primas) que ya vivían en Argentina y trabajaban en las diferentes verdulerías
de la misma red social. La decisión de venir a Argentina, dice haberla
tomado sola y que a sus padres ―yo les dije que me iba a Argentina por una
semana o un mes‖, que no sabía cuánto tiempo y ―no me apoyaron pero
tampoco me dijeron que no‖, sólo dijeron ―es tu decisión‖, ―me dieron mis
gustos‖ (Notas de entrevista con María, 14 de abril de 2009).
En el momento que yo conocí a María ella tenía 18 años -habían
pasado dos años desde que vino aquella primera vez a Argentina-, y siempre
trabajó en el mismo negocio del ―jefe‖. Después de dos años, relata que lo
que más extraña es la familia, que esto es lo más difícil para ella y se
convertiría en un motivo de su regreso, entre otros. Así como su decisión de
venir fue autónoma, también dice que cuando se vaya ―depende de cuándo
decido yo‖, y nunca supo por cuánto tiempo se quedaría: ―podría irme
mañana así como me podría quedar‖ (Notas de entrevista con María, 14 de
abril de 2009). Esta indecisión de permanecer en Argentina o no, que
expresó en múltiples ocasiones, se vio materializada en su trayectoria
migratoria. Durante el trayecto de dos años desde que vino a Argentina por
primera vez, volvió dos veces a Bolivia. La primera vez se fue por un mes y
medio después de haber estado en Argentina cinco meses, y la segunda vez
se fue por un mes; ambas veces con la idea de quedarse allá y no regresar.
Pero, siempre regresó porque la ―llamó‖ el dueño para pedir que volviera.
57
De las trabajadoras en otros negocios del mismo dueño durante el
periodo en que realicé mi trabajo de campo, tuve la oportunidad de conocer
a tres de ellas, dos de las cuales son hermanas entre sí y primas de María:
Cristina y Gisela. Cristina tenía 26 años en el 2009 y es la hermana mayor
de Gisela, quien tenía dieciocho años en el mismo año. De todas las
trabajadoras en ese momento, Cristina es la que más tiempo llevaba en
Argentina trabajando en las verdulerías del dueño –ocho años. Gisela tiene
la misma edad que María, con quien tiene una relación cercana y con quien
habla casi exclusivamente en quechua, pero vino a Argentina por primera
vez hacía menos de un año, con la edad de diecisiete. Además de ser primas
de María, Cristina y Gisela son de la misma comunidad de origen, habiendo
sido también vecinas de Juliana y Yésica. En su lugar de origen, ambas se
dedicaban a las actividades de producción de verduras en el terreno familiar
y de comercialización a vendedores mayoristas como las otras mujeres aquí
presentadas. Cuando migraron, vinieron directamente a Buenos Aires para
trabajar en las verdulerías de esta red.
De las trabajadoras de las otras verdulerías, la tercera mujer que tuve
la oportunidad de conocer pero con quien tuve menor posibilidad de
interactuar, es Alejandra. Es una mujer joven con la edad de 20 años,
también de origen étnico-nacional boliviano y de etnicidad indígena
quechua y habla quechua pero, a diferencia de las otras trabajadoras
presentadas hasta ahora, no proviene de Cochabamba, sino de la ciudad de
Sucre, Provincia Oropeza, Departamento Chuquisaca, Bolivia. Proviniendo
de un contexto urbano, y no rural, también tuvo mayor acceso a la
educación, habiendo completado los estudios secundarios. En Buenos Aires,
convive en la misma casa que las demás mujeres y trabajaba en el mismo
negocio que Cristina, pero no comparte vínculos de parentesco o vecindad
del lugar de origen con las demás trabajadoras. Debido a la información
limitada que tengo sobre la trayectoria y la situación de Alejandra, y dado
que la información a la cual sí accedí no refleja similitudes con las demás
mujeres, ella en muchos casos representará una excepción a la descripción
de los rasgos generales descriptos sobre las demás trabajadoras en este
apartado.
58
Mónica proviene de la misma comunidad de origen que las demás
trabajadoras y tiene antecedentes en las mismas actividades de producción
hortícola en el contexto rural. Vino a Argentina en julio de 2009 con la edad
de 23 años, un mes antes de que María regresara a Bolivia con la intención
de quedarse. En ese momento, Mónica vino sola a Argentina y fue
directamente a trabajar en una de las verdulerías del dueño y, cuando Yésica
y Juliana volvieron a Bolivia en enero de 2010, la trasladaron al mismo local
de María. Además de ser vecina de María, se consideran ―muy amigas‖ y
esto como algo positivo ya que Mónica no es pariente de ninguna de las
otras trabajadoras que integra la red. Como ellas, Mónica habla quechua y se
destaca por hablarlo siempre con sus compañeras y de hablarlo muy bien.
Álvaro es un hombre joven de origen boliviano, de Potosí, de
aproximadamente veinte años de edad, hablante quechua, que integra a la
red pero no principalmente en la atención al público como ―comerciante‖,
como hacen las integrantes mujeres de esta red, sino como ayudante del
dueño de los negocios, a quien acompañaba en el camión mientras
realizaban la entrega de la mercadería a los locales. Álvaro guardaba mucho
silencio con las ―verduleras‖, según ellas por ser ―tímido‖, hasta el momento
en que empezó a ―ayudar‖ en la verdulería de Juliana y Yésica, cuando
María regresó a Bolivia.
I.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad
Según lo propuesto, aquí se analizará cómo el género y la etnicidadnacionalidad se ponen en juego en lo que se presentó sobre este caso y sus
integrantes, especialmente la incidencia de ambas dimensiones en las
trayectorias laborales y migratorias y en la red migratoria.
Trayectorias laborales
Con respecto a las trayectorias laborales de las mujeres
interlocutoras de este estudio, es preciso tomar en cuenta que la población
en su comunidad de origen se dedica de manera casi exclusiva a la
producción frutihortícola en explotaciones familiares. Aunque estas
59
actividades se combinan con la actividad comerciante en Bolivia rural,
siempre aparece como actividad primaria la producción y como actividad
secundaria la comercialización. Aunque se diferencien sus tareas actuales en
la comercialización de las que realizaban en su lugar de origen, ya que ésta
era a intermediarios mayoristas y no el comercio minorista, es importante
reconocer que dichas actividades también constituyeron una forma de
participar de la cadena de producción y comercialización frutihortícola en la
cual ahora están insertas en otro lugar. Para su tarea actual, todas dijeron
haber tenido que aprender nuevas tareas una vez incorporadas a su lugar de
trabajo, y algunas de ellas identificaron su preferencia por vender más que
por producir, y otras al revés. Sin embargo, se reconoció la continuidad de
―siempre la verdura‖, expresando cierto gusto y predisposición de trabajar
con la verdura en general, como un área en la cual, de alguna manera, se
consideran aptas, posiblemente por siempre haber trabajado en relación a
ella.
Es relevante notar aquí que ninguna de las mujeres terminó sus
estudios secundarios, todas habiendo dejado antes y empezando a tener
dedicación exclusiva a tareas productivas desde la adolescencia, ―ayudando‖
en las tareas de producción y comercialización frutihortícola a nivel
familiar. Una vez dedicadas ya no a los estudios sino a las tareas
productivas, dos de ellas se desplazaban internamente en Bolivia solas desde
muy jóvenes por trabajo; sea viajando en relación a la comercialización
frutihortícola, como hacía María, o participando de una migración ruralurbana para trabajar en una tarea remunerada en el sector del comercio,
aunque desvinculado de lo frutihortícola, como hacía Yésica. Más allá de
estas variaciones, entre ellas no se presenta gran diversidad en sus
trayectorias laborales –exceptuando a Alejandra-, y todas guardan como
elemento común lo agrícola.
Los antecedentes aquí descriptos contribuyen a la construcción de
una asociación étnico-nacional con las tareas vinculadas a la producción y
comercialización frutihortícola, asociación que verbalizan las mismas
mujeres, según se aprecia en comentarios de varias de ellas. Tal como dijo
María: ―en las verdulerías están casi siempre bolivianos‖. En este tipo de
60
afirmación, si bien no emerge de manera tan clara una diferenciación por
género, sí queda evidenciado que, basado en su experiencia estando insertas
en este sector, se percibe a los/as bolivianos/as como una imagen
―representativa‖ del trabajo en este sector (Sikkink, 2001). Al buscar una
explicación de esta observación, cuestión planteada por mí, María dijo ―no
sé, debe ser porque es trabajo pesado y otros no lo quieren hacer‖ (Notas de
campo, 20 de junio de 2009). Luego María misma aludió a una imagen
generizada del verdulero, ya que, al seguir con su relato, comparó las
mujeres bolivianas con otras mujeres migrantes regionales, quienes, según
su juicio, no estarían dispuestas a hacer el trabajo que implica la verdulería.
Dijo que las mujeres de origen paraguayo y peruano son ―puras empleadas
domésticas‖, despreciando este último rubro como algo de menos valor o un
trabajo más fácil, y revalorizando su propio trabajo con un tono de orgullo
étnico (Holmes, 2007) por su disposición para el trabajo pesado. Así, ella
misma reproduce una imagen socialmente construida de las mujeres
bolivianas como ―buenas trabajadoras‖, naturalmente (pre)dispuestas para el
―trabajo pesado‖ por su adscripción étnico-nacional.
En esta y otras oportunidades María, así como también Juliana y
Mónica, asociaron su trabajo en las verdulerías con la idea de que ellas
saben hacer ―trabajo pesado‖ desde que son niñas –ya sea lavando su propia
ropa a mano y yendo solas a la escuela cargando sus propias mochilas desde
los cuatro años de edad, así como cargando cajas y ayudando en otras tareas
vinculadas a la producción en el entorno familiar-, hecho que afirmaron con
seguridad y de forma orgullosa de cómo fueron criadas. En este sentido ellas
mismas refuerzan estereotipos de que son ―capaces‖ o dotadas para realizar
el ―trabajo pesado‖, término que, además de asociarse con su crianza y las
actividades que realizaban en su lugar de origen, también surgió con
regularidad en nuestras conversaciones en relación al trabajo que realizaban
en la verdulería. Si bien María expresó dificultades para realizar el ―trabajo
pesado‖ en la verdulería por una condición de salud para la cual necesitaba
tratamiento, en general mis interlocutoras caracterizaban a este rubro de
trabajo como algo para lo cual estarían naturalmente calificadas por el
contexto (familiar y laboral) de donde provienen y, posiblemente, por ciertas
61
características físicas y psíquicas que ellas mismas marcan como naturales
de las mujeres bolivianas.
Viene al caso el análisis que hizo el antropólogo Holmes en su
estudio sobre trabajadores inmigrantes indígenas de México (Triquis) que se
desempeñaban en la producción frutihortícola en Estados Unidos. Allí, el
autor encontró entre los mismos trabajadores discursos etnicizados y
racializados que justificaban su propia explotación, como por ejemplo ―las
pesticidas sólo afectan a los americanos blancos (gabachos) porque sus
cuerpos son delicados y débiles‖, o que ―los triquis somos fuertes y
aguantamos‖ (Holmes, 2007: 59)23. Según analiza Holmes, los mismos
Triquis ―internalizan su posición social a través de una forma de orgullo
étnico en las diferencias corporales percibidas‖, y que este orgullo ―los
ayuda a aguantar condiciones de trabajo difíciles, pero también,
irónicamente, se presta a la naturalización y la reproducción de las
estructuras de su explotación‖ (Ibid)24. Igual a lo que observa Holmes en el
discurso de los informantes Triquis, las mujeres en nuestro estudio de caso también trabajadoras agrícolas inmigrantes en un contexto de explotación
laboral legitimado por jerarquías étnico-nacionales- usan un discurso que
vincula aspectos de su pertenencia étnico-nacional como bolivianas con una
predisposición ‗natural‘ para el trabajo en este sector del mercado laboral,
convirtiéndose ésta en una fuente de orgullo que ayuda a la reproducción de
su explotación.
Dicha asociación racializada y etnicizada que atribuye a ciertas
características físicas y culturales de quienes nacieron en determinado
territorio la predisposición para realizar determinados trabajos (Pizarro,
2009c; Pizarro, 2010) forma parte no sólo de los discursos de las mujeres
interlocutoras, sino también de las prácticas y dichos de su empleador – el
―dueño‖ de los negocios. Además de lo meramente observable –que todas
las trabajadoras sean mujeres del mismo origen étnico indígena y étniconacional-, según informaron Juliana y Yésica, cuando el dueño busca nuevos
empleados ―los trae de allá‖ ya que ―no quiere nadie de acá‖ porque
23
24
Texto original en inglés. Traducción propia.
Texto original en inglés. Traducción propia.
62
considera que ―la gente de acá no trabaja bien‖, ―no sabe trabajar‖ (Notas de
campo, 16 de octubre de 2009). Siendo del mismo origen étnico-indígena y
étnico-nacional, pero con la diferencia de que es hombre y ocupa el lugar de
autoridad en la jerarquía laboral y de la red, el discurso del dueño, al
despreciar a los trabajadores argentinos en comparación con los bolivianos,
no sólo naturaliza la caracterización de los bolivianos como ―buenos
trabajadores‖ por el simple hecho de su pertenencia étnico-nacional, sino
también esta misma ―preferencia‖ oculta otros posibles motivos de querer
sólo a trabajadores inmigrantes bolivianos, como pueden ser la facilidad
para el empleador de mantener a los trabajadores en condiciones de
dependencia y vulnerabilidad.
En este sentido, en un estudio sobre un cortadero de ladrillos en
Córdoba, Argentina, en donde el dueño es de ascendencia europea y la
fuerza de trabajo está constituida por inmigrantes bolivianos, Pizarro
encontró un patrón similar en donde el patrón, si bien no es boliviano,
recurre a las mismas herramientas discursivas que el patrón de las
verdulerías en nuestro caso, para asignar a los inmigrantes bolivianos ―el rol
de trabajadores dispuestos a trabajar en condiciones precarias‖ (Pizarro,
2009c: 5). Pizarro relevó la opinión del patrón del cortadero de ladrillos al
respecto: ―los argentinos ya no quieren trabajar en esa actividad porque es
un trabajo ‗duro‘ y expuesto a las inclemencias del tiempo‖ (Ibid). Con
respecto a por qué los argentinos no quieren trabajar más en ese sector, en
lugar de vincularlo a la precarización y flexibilización del trabajo en ese
sector y a que los argentinos ―no aceptan contratos laborales tan
desfavorables como lo hacen los inmigrantes,‖ el patrón del cortadero de
ladrillos explicó la segmentación étnica del mercado laboral ―en términos de
las características psico-físicas que ‗los bolivianos‘ tendrían‖ (Ibid). Según
Pizarro, esto constituye una ―estrategia discursiva revitalizante [que]
justifica tanto la segmentación étnica del mercado laboral […] como las
relaciones de desigualdad y de poder en el marco del proceso productivo‖
(Op. cit.: 9).
En este sentido, reafirmando lo relevado en el caso de las verdulerías
y el cortadero de ladrillos en Argentina, Holmes (2007) encontró entre los
63
trabajadores agrícolas Triqui en Estados Unidos que ―la violencia
estructural inherente al trabajo segregado en la quinta se borra de manera
tan efectiva precisamente porque su desaparición ocurre al nivel del cuerpo,
y así es entendida como algo natural‖ (Holmes, 2007: 60)25. Según Holmes,
―estos mecanismos de hacer invisible la desigualdad [en el lugar de trabajo]
se activan vía la internalización en concepciones étnicas de orgullo‖
(Ibid)26. Como vimos, este mismo proceso ocurre en el caso de las
verdulerías, a diferencia de que en nuestro caso los mecanismos observados
están puestos en marcha a través de los discursos tanto de las empleadas
como del patrón. El compartir la adscripción étnico-nacional con sus
empleadas, facilita la utilización de este discurso por parte del patrón, ya
que una apariencia de solidaridad étnica vuelve aún más invisible su
funcionalidad para mantener a las trabajadoras en condiciones de
precariedad y explotación laboral.
Trayectorias migratorias
Con respecto a las trayectorias migratorias de las mujeres que
trabajan en articulación con esta red, para todas ellas haber venido a Buenos
Aires para trabajar como ―verduleras‖ fue su primera experiencia en la
migración internacional, y para la mayoría fue su primera experiencia en la
migración en general, no habiendo participado de la migración interna
dentro de Bolivia con anterioridad, con la excepción del caso de Yésica. Sin
embargo, algunas de ellas, como María y Gisela, tuvieron un mayor grado
de movilidad dentro de Bolivia desde edades jóvenes. También, en Bolivia,
en la cotidianeidad algunas de ellas demostraron haberse desplazado más y/o
haber tenido mayor grado de libertad de movimiento, sea por trabajo o por
ocio.
En relación a este tipo de autonomía de mujeres bolivianas en
Bolivia, Benencia y Karasik (1994) señalan que ―diversas investigaciones
sobre la sociedad boliviana dan cuenta de un patrón de práctica femenina
diferente del de otras sociedades, tanto urbanas como campesinas‖, y que
25
26
Texto original en inglés. Traducción propia.
Texto original en inglés. Traducción propia.
64
―más que en otras regiones de Bolivia, las mujeres de Cochabamba
acostumbran realizar viajes prolongados por la actividad comercial y tener
una gran autonomía en el manejo de recursos económicos en este campo
(Dandler y Medieros op. cit.: 52; Calderón y Rivera op.cit.)‖ (Op cit: 285).
Los autores señalan además que, por otra parte, ―el modelo de práctica
femenina en contextos campesinos de Bolivia y otros países andinos reserva
espacios de decisión y autonomía desconocidos en muchas sociedades, que
requieren un abordaje cuidadoso de la subordinación de género‖ (Ibid).
Entonces, reconocemos que, a primera vista, el haber venido a
Argentina y permanecer en el país
―solas‖ –sin depender de figuras
paternales o de parejas- y demostrar cierta autonomía en su decisión y forma
de migrar así como de plantarse para volver a Bolivia cuando así lo deseen,
podrían parecer actos de autonomía en términos de género por parte de estas
mujeres. Sin embargo, el conocer en mayor detalle su situación en su lugar
de origen y en el lugar de destino nos obliga a tener cautela con dicha
interpretación. Esto es así porque, de acuerdo a lo indicado por Benencia y
Karasik (1994), los comentarios de las mismas interlocutoras de nuestro
estudio demostraron que en Bolivia solían tener mayor interacción con la
sociedad, incluyendo la libertad de movimiento e independencia, en
comparación con su vida en Argentina. Si bien esto se relaciona con los
controles que, desde el ámbito laboral, se ejercen sobre los otros ámbitos de
sus vidas en Buenos Aires, como se verá en el capítulo tres, los mismos
implican importantes limitaciones para su autonomía en Argentina.
Además de estos factores individuales de las mujeres abarcadas en
mi caso de estudio, resulta útil pensar su migración en relación al contexto
histórico de la emigración de Cochabamba a Argentina, iluminando aspectos
menos visibles que motivan dichos flujos migratorios. Hinojosa Gordonava
(2008) nos señala que las sociedades en los valles centrales de Cochabamba
―se identificaron por su permanente movilidad y utilización de diferentes
espacios geográficos, de tal manera que la migración fue una constante en
sus prácticas de supervivencia y reproducción social‖ (Hinojosa Gordonava,
2008: 97). Según el autor, esta dimensión histórico-cultural de las
migraciones cochabambinas nos permite pensar estos desplazamientos ya no
65
simplemente como ―estrategias modernas de supervivencia, sino de un
‗habitus migratorio‘ (Ibid). La perspectiva histórica y holística que brinda
este autor con respecto a la emigración de Cochabamba nos permite
contemplar simultáneamente los motivos económicos de supervivencia así
como los que se vinculan con un imaginario y habitus migratorio instalados
en las poblaciones de esta región, ambos aspectos que se destacan en los
relatos de las mujeres de este caso. Sin embargo, por ser el imaginario y el
habitus fenómenos y construcciones más naturalizados en los sujetos, y por
ende menos conscientes, se observará que es la dimensión económica la que
más predomina en los relatos de las mujeres.
Se entiende entonces que, además de las necesidades económicas
que motivan la migración de manera consciente, el imaginario migratorio
instalado en el lugar de origen es un factor que facilita su desplazamiento, y
que también genera expectativas, en gran parte económicas, al momento de
tomar la decisión de migrar. Según lo observado entre las interlocutoras de
ambos casos de este trabajo, dichas expectativas –aún si inconclusas- suelen
ser la esperanza de poder ahorrar dinero y volver a Bolivia para allí disfrutar
de un mejor nivel de vida. Esto lo afirman además Benencia y Karasik
(1994) cuando explican que ―[d]entro de esa ‗forma de migrar‘ a la
Argentina, es fundamental el patrón de retorno y reinversión local‖ y que
―[p]ara gran parte de la población de Cochabamba, la migración hacia la
Argentina representa una de las posibilidades de seguir viviendo en Bolivia
y de mejorar las condiciones de vida en su país de origen‖ (Benencia y
Karasik, 1994: 282).
En diferentes conversaciones sobre este tema con las mujeres en la
verdulería, me comentaron al respecto. Juliana afirmó que las personas
vienen de Bolivia a Argentina sólo por la posibilidad de ahorrar, permitida
por la diferencia en el cambio del peso argentino relativo al peso boliviano.
En su opinión, éste es el factor excluyente que hace que las personas sigan
viniendo a Argentina, y si dejara de existir: ―no vendrían más‖. Según
Juliana y María, debido a la devaluación del peso argentino desde la crisis
del 2001, y que por lo tanto deje de haber tanta ventaja cambiaria que
permite el ahorro, ahora hay menos incentivo y menos personas que migran
66
a Argentina para trabajar. En este sentido opinó María que ―antes iban más a
Argentina‖ pero ahora ―se cansaron‖ y vienen menos27. En cambio, según
Juliana y María, más personas de su comunidad ahora participan de la
migración laboral hacia España, sobre todo ―muchas chicas jóvenes de entre
20 y 30 años‖ (Notas de una conversación con María, 11 de junio de 2009)
28
.
Este cambio en el destino migratorio, indicado por las mismas
verduleras y por Hinojosa Gordonava (2008), nos demuestra la importancia
de las expectativas de ―ganar bien‖ radicadas en el imaginario migratorio.
Por ejemplo, las mujeres verduleras consideraban que en Argentina ―ya no
se gana tan bien‖ y además ―tenés que trabajar mucho‖ (Notas de campo, 11
de junio de 2009). En cambio se cree que en España si bien uno también
tiene que trabajar mucho, como los parientes de María, Juliana y Yésica que
viven o vivieron en España, en la producción frutihortícola española ―por lo
menos ganas bien‖. Estas valoraciones también demuestran el carácter
principalmente económico y laboral del movimiento migratorio en el cual
participan las mujeres interlocutoras que ellas marcan como el principal.
Este aspecto no está desvinculado de la tendencia que, como comentó
Juliana, muchas personas de su comunidad de origen migran ―pero muchos
regresan‖, ya que en la migración laboral, si bien el proyecto puede
transformarse con el tiempo, existe en principio el objetivo de ahorrar para
poder eventualmente regresar a Bolivia.
El deseo de regresar a Bolivia, a veces obstaculizado, se vio
evidenciado en este caso. Las interlocutoras expresaron no saber por cuánto
tiempo vienen a Argentina ni por cuánto tiempo se van a quedar una vez que
están en el país, y, cuando regresan a Bolivia, dijeron no saber si van a
volver a Argentina. Este discurso también se vio materializado en las
prácticas migratorias. Por ejemplo, María volvió a Bolivia tres veces en dos
27
En su texto ―Procesos migratorios transnacionales en Bolivia y Cochabamba‖ (2010),
Hinojosa Gordonava brinda una detallada explicación de las transformaciones en los flujos
migratorios desde Bolivia hacia Argentina, especialmente relevante para considerar los
cambios de los años 90 a los cuales se refieren las verduleras.
28
Esta tendencia fue comentada por las mismas mujeres en base a lo que observaban en su
lugar de origen, y se sustenta además en estudios sobre la emigración de Cochabamba hacia
el exterior. Ver ―España en el itinerario de Bolivia‖ de Hinojosa Gordonava (2008).
67
años siempre con la intención de quedarse allá y siempre volvió a pedido del
dueño del negocio que la ―llamaba‖ para que volviera. Esta falta o
transformación de un proyecto migratorio, en este caso entre mujeres
migrantes jóvenes, puede relacionarse con una cultura migratoria
caracterizada
por
movimientos
temporales,
no
necesariamente
internacionales. En este sentido, Benencia y Karasik nos señalan que ―[l]os
migrantes bolivianos, más que tales, se consideran trabajadores‖ y que ―[i]r
a trabajar o conseguir un trabajo no implica, necesariamente, una migración
en el sentido formal‖ (1994: 275). Basándose en Dandler y Medieiros
(1991), los autores explican que esto se observa en tanto ―se mueva el
migrante al exterior o por el interior del país, su disposición es la de
moverse cuando le parezca conveniente‖, y que, para la mayoría de los
migrantes, ―la migración a Buenos Aires es una entre varias opciones,
semejante a las que tienen en Bolivia‖ (Dandler y Medeiros, 1991, en
Benencia y Karasik, 1994: 275).
Además de la existencia de un imaginario general instalado en su
región de procedencia, como afirma Hinojosa Gordonava, el cual facilita su
participación en la migración -en el sentido de que abre la posibilidad de
migrar como una idea factible y socialmente aceptable-, existe otro factor
más concreto y cercano en la vida de las mujeres que también facilita su
desplazamiento a través de las fronteras nacionales. Esto es tener parientes y
vecinos en sus lugares de origen con antecedentes en la migración con
anterioridad a que ellas participaran. Esto se vio en este caso, ya que las
mujeres que vinieron en general tienen por lo menos un/a hermano/a mayor
que migró antes –como en el caso de varias de ellas fue una hermana mujer.
Su propia migración se ve facilitada más aún en el caso de tener parientes
que viven o vivieron en Argentina y específicamente en Buenos Aires, lo
cual tienen todas, aunque no necesariamente se vinculen mucho con esas
personas.
Pensando en estos factores, es interesante notar que en las familias
de las mujeres que participan en esta red laboral, migraron más las hijas
mujeres, y estando solteras, que los hijos varones. Como se notó arriba,
migrar jóvenes y solteras probablemente constituya un rasgo que indica una
68
migración pensada como no permanente, sino como un mecanismo para
―ayudar‖ a sus familias y ellas mismas volver con cierta suma de capital
para empezar una vida en pareja en Bolivia. En este respecto, es interesante
notar que, si bien ―allá la gente se junta temprano‖ (Notas de una
conversación con Juliana, 16 de octubre de 2009), al irse del país solas a
una edad considerada apropiada socialmente para el matrimonio, las
prácticas de estas mujeres en cierta forma desafían esa norma social,
postergando la formación de una pareja y familia a cambio de la migración.
Si bien varias de ellas comentaron sostener como proyecto casarse con un
boliviano y tener hijos, se genera una diferencia en el plazo temporal en el
cual lo vayan a concretar. En este sentido, mantienen la idea de que la pareja
tiene que ser boliviano necesariamente, ya que ―no se juntarían con un
argentino‖ y, aunque algunas de ellas critican la idea de tener un marido así
como algunos roles de género normativos, les sigue pesando el valor social
de ser madre y esposa, como mandato social fuerte.
El migrar solteras y jóvenes de forma autónoma se puede vincular
con que, además del motivo laboral, varias de ellas expresaron que en un
primer momento tenían ―ganas‖ de venir a Argentina y conocer. Sin
embargo, todas reconocieron luego ―extrañar mucho‖ y algunas que ―allá la
vida es mejor‖, por lo cual ya ―no vale la pena‖ estar viviendo afuera ―sólo
para ahorrar‖, porque uno ―no la pasa muy bien‖ cuando no tiene a su
familia cerca (Notas de campo, 7 de noviembre de 2009). Aunque muchas
de ellas tienen primos u otros parientes en Argentina, no lo consideran lo
mismo que tener a sus hermanos. Como se mencionó arriba, el imaginario
del ―volver‖ vinculado a la migración de su región hacia Argentina se
plasma entonces en el desarraigo. Es decir, la migración es vista en primer
lugar como un recurso económico que permite ahorrar y no como algo
permanente, por lo cual la posibilidad de regresar a Bolivia siempre está en
el horizonte, como algo añorado. Esta fuerte cuestión del desarraigo emerge
en los relatos y prácticas de las mujeres interlocutoras y se manifiesta en sus
añoranzas por Bolivia, incluyendo por lugares conocidos, tradiciones de
vestimenta, cocina y música, pero, sobre todo, por sus familias -hermanos/as
69
y padres-, lo cual se convierte en uno de los principales motivos del
―volver‖.
Red social
En este análisis, la red social de la cual forman parte los individuos
que participaron de este estudio de caso, es de importancia porque nos
permite articular sus trayectorias laborales y migratorias con su inserción en
este mercado de trabajo particular de las verdulerías en Buenos Aires. Aquí
se explorarán algunos factores que emergieron como aspectos que
facilitaron su entrada al mismo y de qué forma lo hicieron.
La red laboral que activa el dueño de los negocios para reclutar mano
de obra, si bien no es familiar, se arma sobre redes familiares y vecinales ya
existentes en el lugar de origen. Este mecanismo de reclutamiento está
posibilitado por el hecho de que la mayoría de las mujeres trabajadoras se
conocen con anterioridad de participar en esta red laboral. Así, en la
comunidad de origen los comentarios sobre la existencia de los trabajos en
las verdulerías del dueño llegan a las mujeres que migrarán de parte de las
mujeres que ya viven y trabajan en Buenos Aires. Que el dueño cuente con
redes ya armadas en una comunidad en Bolivia como fuente de mano de
obra a movilizar a través de las redes sociales migrantes, implica que dichas
redes ―constituyen algo más que fuentes de información, ya que son factores
independientes que moldean el empleo y la contratación en los lugares de
trabajo‖ (Pizarro et. al., 2011: 14). El hecho de que las redes movilicen e
importen al lugar de trabajo relaciones preexistentes de la comunidad de
origen, remarca la importancia de considerarlas en relación a las trayectorias
migratorias y laborales de los/as migrantes para entender cómo llegaron a
insertarse laboralmente en el lugar de destino.
Cuando el dueño tiene que renovar mano de obra en sus negocios,
espera que la empleada que se va le avise con un mes de anticipación, como
me informó Juliana, ya que considera que este es un plazo de tiempo
necesario para realizar el proceso de reclutamiento a través de la red. En esta
situación, dentro de lo posible, llama a las mismas trabajadoras que
regresaron a Bolivia para que vayan a trabajar de nuevo, como hizo
70
múltiples veces con María, quien se fue y regresó tres veces en dos años,
siempre volviendo a pedido del dueño. En caso contrario, busca nueva mano
de obra de la misma comunidad, especialmente personas que ya tengan
vínculos con las otras empleadas. Si bien dijeron que el dueño ―va a
buscarlas o las llama‖, en los casos de todas las mujeres con las cuales
hablé, fueron informadas del trabajo y vinieron solas, con una amiga oriunda
que también venía a Buenos Aires, o la traía algún familiar. De todas
formas, este mecanismo de comunicación permite que las mujeres se enteren
de la oportunidad laboral antes de venir a Argentina, y saben antes de migrar
que van a tener trabajo en una verdulería, aunque dicen no saber más
detalles sobre cómo sería su trabajo específico. Sin embargo, la información
que obtienen antes de tomar la decisión de migrar –saber que tienen
asegurado un trabajo con vivienda- es lo suficiente para permitir la toma de
dicha decisión, ya que afirman que sin saber esto, no hubieran migrado. En
este sentido, se puede considerar que la red social posibilita su migración.
Sin embargo, la red facilita el acceso no sólo al trabajo en el lugar de
destino sino también, y a través del trabajo, a la vivienda. Es decir, parte del
―contrato‖ laboral es la inclusión de la vivienda además de la remuneración
monetaria. Por lo tanto, las empleadas de los tres negocios conviven todas
en una casa en el barrio porteño de Chacarita, no muy lejos de los negocios
en donde trabajan. El hecho de que los tres negocios en donde trabajan las
mujeres estén articulados entre sí, y que, además, todas las mujeres convivan
en un mismo espacio, hace que la red exista no sólo al nivel de una
estructura que posibilita la migración y como un mecanismo que posibilita
el reclutamiento de la mano de obra sino que también funciona como tal en
la cotidianeidad de las mujeres trabajadoras, cuyos ámbitos productivos y
reproductivos están imbricados debido al hecho que ambos están articulados
dentro de la red.
Debido a que este tipo de redes étnico-nacionales facilitan no sólo la
migración sino también la inserción laboral y el acceso a la vivienda, entre
otros recursos una vez en el lugar de destino, resulta en que ellas sean las
que mejor funcionan para que al principio un trabajador pueda insertarse y
para que el empleador se asegure de la mano de obra para su
71
emprendimiento en este nicho laboral etnicizado. Sin embargo, aún cuando
al principio la red constituye una ―ayuda invaluable para obtener
información acerca de posibles trabajos e incluso una vía excelente para
obtener recomendaciones que facilitan el reclutamiento‖ (Herrera Lima,
2005: 188), los mismos lazos fuertes que permitieron dicha ayuda pueden
luego obstaculizar que sus integrantes construyan lazos débiles con personas
fuera de la red. Este hecho dificulta una posterior diversificación laboral
como sería poder participar en otras redes para insertarse en trabajos de
otros sectores del mercado de trabajo, ya sean estos etnicizados o no. Así,
las redes ―pueden llegar a ser la explicación del enclaustramiento de las
personas en nichos de trabajo de baja calidad‖ (Ibid).
II. Segundo caso: Red migratoria y laboral familiar
II.i. Estructura y funcionamiento de la red
El segundo caso a analizar consiste en una red migratoria y laboral
constituida exclusivamente por miembros relacionados por vínculos de
parentesco, todos de origen nacional boliviano -aunque no del mismo lugar
dentro de Bolivia- y etnicidad quechua, y con diferencias de género y
generacionales entre ellos. La integrante que activó la red tal como se
configura en la actualidad -Juana- es la hija mayor de una familia de Potosí,
Bolivia. Juana vino a Buenos Aires por primera vez hace veinte años,
momento desde el cual empezó a ―traer‖ paulatinamente a la mayoría sus
hermanos. De esta manera se fue constituyendo y articulando esta red tal
como existe en la actualidad. En Argentina, todos los integrantes de la red
viven en un barrio en la localidad de Villa Domínico, partido de Avellaneda
en el AMBA, pero tienen sus negocios en zonas diferentes, la mayoría en la
Ciudad de Buenos Aires.
Si bien en este segundo caso la red se nuclea alrededor de una
familia boliviana de origen potosino, en su funcionamiento ésta articula
además, y en diferentes grados, a personas vinculadas a dicha familia por
lazos de parentesco ―político‖: maridos y familiares de los maridos de las
mujeres de la familia central. Algunos de estos individuos estarán
72
contemplados en el estudio a pesar de no trabajar de forma exclusiva o
directa en el sector del comercio frutihortícola minorista, sino porque están
vinculados a las verdulerías por trabajar en conjunto con otros familiares
que sí lo están, y porque son parte íntegra de muchos otros aspectos del
funcionamiento de la red.
Durante mi trabajo de campo con este caso, tuve la oportunidad de
conocer a la gran mayoría de los protagonistas de esta red laboral y
migratoria, incluyendo a las tres hermanas dueñas de negocios, y a otra
hermana que, durante mi trabajo de campo, pasa de ser ―empleada‖ en la
verdulería de su hermana mayor a manejar su propia verdulería, así como
con otro hermano empleado de la verdulería, los maridos e hijos de las
mujeres y otros parientes y vecinos. Sin embargo, fue con cuatro de los
hermanos, y el marido e hijos de una de ellas con quienes mayor y más
regular contacto mantuve durante el periodo de mi trabajo de campo: Juana,
Judith, Elizabeth y Raúl, así como Roberto y los tres hijos que tiene con
Juana. Fueron estas personas quienes, por lo tanto, informaron en mayor
grado los datos de mi estudio de caso.
En relación al primer caso, en el cual casi todos los integrantes
provenían del mismo lugar de origen y tenían antecedentes laborales y
migratorios más parejos entre sí, esta red, siendo familiar, está constituida
por integrantes que presentan mayor diversidad entre sí, no sólo etaria y de
género sino también en sus trayectorias migratorias y laborales. La mayoría
de ellos vinieron a Buenos Aires para trabajar pero no específicamente como
―verduleras‖ o ―verduleros‖. Sin embargo, después de llevar un tiempo en el
lugar de destino trabajando en otros rubros, el mercado de trabajo de las
―verdulerías‖ se les abrió como oportunidad laboral, siempre a través de un
pariente de la red que ya estaba inserto en este sector. En este sentido se
puede considerar que en este caso se trata de una red migratoria laboral y
familiar.
Esta modalidad de inserción en este sector, a través de familiares, se
ve facilitado por el hecho de las diferencias generacionales/etarias y de
trayectoria migratoria que presentan entre sí. Algunos de los integrantes,
quienes llevan más tiempo en Argentina y han acumulado mayor capital
73
económico y social,
manejan sus propias verdulerías en la Ciudad de
Buenos Aires y, como mecanismo de reclutamiento de mano de obra,
recurren a familiares de menor edad a quienes ―traen‖ de Bolivia, en general
con el objetivo de que los ―ayuden‖ en sus negocios. En este sentido, es una
―ayuda‖ recíproca –pero no simétrica- entre los cuentapropistas que traen a
sus parientes más jóvenes de Bolivia para que los ―ayuden‖ en sus negocios.
Por un lado, los integrantes más nuevos consideran su trabajo como una
―ayuda‖ a los que manejan los negocios ya que éstos tienen la necesidad de
contar con quienes los ―ayuden‖ en sus negocios. Por otro lado, los
cuentapropistas, a cambio de la ―ayuda‖ en mano de obra que recibirán de
sus parientes, tienen que ―ayudarlos‖ a estos últimos facilitándoles la
inserción laboral, el acceso a la vivienda y a otros recursos como pueden ser
el trámite de la residencia, préstamos, entre otros.
No todos los integrantes de la red trabajan en relación directa entre
sí, sino que varios de ellos tienen sus propios negocios en el mismo mercado
de las ―verdulerías‖, la mayoría dentro de la Ciudad de Buenos Aires y una
afuera de la ciudad, en el barrio donde reside. Por el motivo notado arriba,
para los integrantes de la red que sí mantienen vínculos laborales directos
entre sí, a diferencia del primer caso, aquí se resalta como primordiales las
relaciones de parentesco, las cuales condicionan las relaciones laborales.
Aunque se profundizará la incidencia de esta cuestión en las relaciones
laborales en el capítulo 3, es importante destacar que en este caso se observa
una fuerte imbricación entre ámbitos y relaciones familiares y laborales.
La diversidad etaria y de género en la constitución de esta red así
como la importante incidencia de los vínculos familiares en los vínculos
laborales resulta en una jerarquía dentro de la red que es más compleja que
en el primer caso, aunque no más desigual. Este hecho se tomará en cuenta
para el análisis del funcionamiento de la red. De modo de poder analizar a lo
largo
de
este
trabajo
el
funcionamiento
de
la
red
como
institución/mecanismo articulador de mano de obra para la conformación del
mercado de trabajo de las verdulerías, se presentará primero a sus
integrantes principales resumiendo sus trayectorias migratorias y laborales y
cómo está inserto cada uno de ellos en la red.
74
II.ii. Trayectorias laborales y migratorias de los integrantes de la red
La interlocutora principal de esta red, y por quien accedí a la misma,
se llama Juana. Nació en una comunidad rural de la provincia de Potosí,
Bolivia, donde su familia se dedicaba a la producción agrícola en un terreno
familiar. De chica Juana nunca ingresó a la escuela, y cuando ella tenía
apenas siete años de edad falleció su madre. Al poco tiempo de fallecida su
madre, el padre dejó de trabajar la tierra y empezó a mandar a sus hijas a
trabajar de forma remunerada afuera de su comunidad. Siendo la mayor de
tres hijas que tuvieron sus padres, a la edad de nueve años Juana empezó a
salir a trabajar para ayudar a su padre. Viajaba de su casa en el campo donde
vivía con su padre y sus hermanas, a trabajar lavando platos en un
restaurante en la ciudad en donde le pagaban con dinero y comida a cambio
de su trabajo. Cuando sus dos hermanas menores ya tenían la edad de diez
años, ambas también se habían inserto en trabajos remunerados. Luego, su
padre mandó a Juana a vivir con sus padrinos en la Ciudad de Cochabamba,
donde fue criada durante la adolescencia hasta que viniera a Argentina por
primera vez con la edad de dieciocho años.
Refiriéndose a sus largos años como trabajadora, que empezaron a
una temprana edad, Juana afirma que ―siempre trabajé‖, motivo por el cual
nunca empezó la primaria y no tiene escolarización. En su trayectoria
laboral, trabajó poco en la producción de verduras porque, aunque tenían
campo con su padre, no lo trabajaron más tras el fallecimiento de su madre.
Pero sí cuenta haber trabajado mucho en la comercialización de verduras en
Bolivia, entre otros trabajos asalariados. Esto le permitió a los dieciocho
años, antes de venir a Argentina, comprarse ella sola un terreno con una
―casita‖ en Cochabamba, lugar a donde vuelve cuando regresa a Bolivia
hasta el día de hoy. Según relata, sus largos años trabajando también le
permitieron tener el dinero necesario para poder venir a Argentina ―sin pedir
a otras personas‖. Además de darle mayor autonomía en su movilidad, fue
importante para ella poder hacer esto porque disponer del dinero para venir
es ―la parte más difícil‖ de migrar.
75
Cuando vino por primera vez a Argentina, en 1991, Juana vino
directamente a Buenos Aires ―para trabajar‖ porque quería ―ganar bien‖.
Vino acompañada por su prima, traídas las dos por la madrina de la prima
que vivía hacía mucho tiempo en el AMBA. Los primeros años vivieron
Juana, su prima y la madrina de la prima en la casa de la madrina en una
villa de emergencia en la zona sur del AMBA. La madrina de la prima
facilitó la inserción laboral en la limpieza –el servicio doméstico- para
ambas jóvenes cuando llegaron. Así, los primeros trabajos de Juana en
Argentina fueron en el sector del servicio doméstico en la Ciudad de Buenos
Aires. Después de esta experiencia, regresó a Bolivia por unos años y en
1994 volvió a Buenos Aires de nuevo.
Al poco tiempo de que vino a Argentina por segunda vez, y trabajaba
aún en la limpieza, Juana mandó a buscar a su hermana Sonia, la segunda en
edad, y luego a la hermana menor de las tres, Judith. Durante aquella época,
Juana mandaba remesas a su abuelo en Bolivia pero cuando él falleció, ella
dejó de mandar y ahora no manda más, además porque considera que ya no
puede por tener ―mis críos‖. De sus otros familiares, tiene cuatro primos en
España que ―mandan Euros‖ a la familia.
En 1998, siete años después de haber venido a Argentina por primera
vez, durante un día de trámites en el Consulado de Bolivia, Juana conoció a
Roberto, también inmigrante de origen boliviano, con quien formaría pareja
y tendría tres hijos. En ese momento él trabajaba ―con las máquinas‖
haciendo ropa ―con los coreanos‖ y Juana se encontraba viviendo con la
prima -la misma que la trajo- en frente de su casa actual y también trabajaba
en la verdulería de la prima. Según el relato de una vecina del barrio en
Avellaneda, en esa época Juana ―hombreaba como los hombres‖,
―carga[ndo] bolsas de papas en los hombros como hacían los hombres‖
(Notas de campo, 15 de noviembre de 2009), y hacía tareas domésticas en la
casa de la prima durante los fines de semana. En ese momento, cuando
Juana tenía 26 años, Roberto la invitó a que vaya a vivir con él y ―se
juntaron‖. Compraron el terreno de en frente y construyeron de a poco su
actual casa. Mientras tanto vivieron un tiempo en el barrio porteño de
Constitución, a tres cuadras de donde tienen el negocio ahora, en un lugar
76
donde se alquilaban piezas. Mientras vivían ahí, al año de haberse juntado,
nació su primer hijo, David, quien tenía diez años en el momento en que yo
realicé mi trabajo de campo. Luego irían a vivir en la casa que construyeron
en Villa Domínico y tuvieron dos hijos más: Gloria de nueve años y Jenny
de dos años y medio. Los tres hijos nacieron en Argentina, por lo tanto son
ciudadanos argentinos, y a través del nacimiento del primero Juana pudo
obtener la residencia permanente en Argentina.
Durante este periodo, fallece el padre de Juana, quien se había vuelto
a casar en Potosí y tuvo seis hijos más -medio-hermanos de Juana-, y Juana
mandó a buscar a dos de ellos. Primero trae a la mayor de los seis, Elizabeth,
cuando tenía sólo diez años, y luego al segundo en edad, Raúl, cuando tenía
catorce años. En Bolivia le quedan cuatro medio-hermanos menores por el
lado del padre que ―son chiquitos todavía‖, y los otros cuatro hermanos ya
los ―trajo‖ a Argentina.
Durante el tiempo que reside en Buenos Aires, Juana ha trabajado en
distintos rubros además de la limpieza, incluyendo ocho años como cajera
en un supermercado de dueños de origen chino, que queda a una cuadra de
su actual negocio. Después de ese trabajo abrió su primera verdulería en el
mismo local donde ahora tiene su negocio, pero en ese momento alquilaba a
medias con un hombre que tenía carnicería. Mientras tenía esa verdulería,
Juana se separó de Roberto y tuvo que dejar el negocio para encargarse sola
de la crianza de sus hijos, trabajando en la costura desde su casa. Pero, al
tiempo volvió con su marido y también la llamó el dueño del mismo local
donde tenía la verdulería preguntándole si quería volver a poner una
verdulería. Juana aceptó y esta vez su marido puso la carnicería: ―es todo de
nosotros ahora, pero costó mucho llegar hasta acá‖.
Durante el trayecto de mi trabajo de campo, Juana hablaba cada vez
más de estar ―sufriendo‖ en Argentina y de querer regresar a Bolivia a vivir,
sobre todo cuando estaba mal con Roberto, pero recordaba que cuando va
―no se acostumbra‖. Le tentaba saber que allá tenía su terreno para vivir,
aunque no era ―campo‖ como le hubiera gustado. Un día en su casa, con el
marido durmiendo en el sillón, me dice que iría sin dudarlo si tuviera tierra
77
para trabajar allá, porque dice ―ya me cansé de estar acá‖, que se iría a
Bolivia y se llevaría a sus hijos.
La historia de la prima de Juana, Mirta, es de relevancia aquí, en
tanto es la prima que vino a Argentina junto a Juana y cuya madrina les
facilitó su primer trabajo en Buenos Aires. También es la misma prima que
empezó a tener verdulerías en las cuales Juana también trabajó como
―empleada‖. Además, Juana siempre habla de Mirta como una historia de
―éxito‖, historia que se construye en base a los relatos que me hizo Juana a
mí durante diferentes entrevistas y visitas. Aunque no contamos de esta
manera con la voz de Mirta en primera persona, de todas formas la
mediación del punto de vista de Juana nos aporta una mirada iluminadora en
relación a cómo se valora positivamente la trayectoria de Mirta desde otra
integrante mujer de su familia que trabaja en el mismo sector.
Mirta y Juana vinieron juntas por primera vez las dos en el año 1991.
Mirta ya tenía su madrina viviendo en Buenos Aires hacía mucho tiempo.
Vivía en una casa en una villa de emergencia en la zona sur del AMBA.
Juana y Mirta fueron a vivir con la madrina en su casa, que era de un solo
ambiente. Luego empezaron a vivir en esa casa también el marido de Mirta
y luego sus hijos. Como el marido trabajaba en la construcción, con su
dinero compró la mitad de la casa de al lado, y la terminó de reformar en
una casa más grande. En esa casa, Mirta empezó su larga trayectoria como
―verdulera‖ en Argentina. Puso un puesto en la puerta de esa casa y vendía
verdura ahí. Le iba bien y luego empezó a vender otras cosas, y al tiempo ya
tenía un almacén. El marido de Mirta luego compró la segunda mitad de la
casa al vecino y ya tenían toda la casa.
Como le fue bien con el negocio que tenía en su casa, después Mirta
empezó a tener una verdulería en el barrio de Barracas de la Ciudad de
Buenos Aires y, nuevamente, le fue muy bien. Después se fueron de la villa
a vivir en otra parte de Avellaneda y fue comprando verdulerías de
supermercados chinos. Según relata Juana, Mirta ―traía a sus parientes a
trabajar‖ en esos puestos como sus empleados. Después puso su propio
supermercado entero y fue dejando las verdulerías de los supermercados
chinos a sus parientes que en ellos trabajaban. Al mismo tiempo, Mirta tenía
78
otras verdulerías que le quedaban a ella además del supermercado.
A todo esto, el marido seguía trabajando en la construcción pero
temprano a la mañana él la acompañaba a hacer las compras y llevar la
mercadería del Mercado Central a sus verdulerías. Pero después, ―por el
marido‖, Mirta tuvo que dejar su supermercado. La razón había sido que el
marido ―empezó a tomar mucho‖. Se emborrachaba mucho y no la ayudaba
más. Mirta tenía demasiado trabajo y se cansaba mucho, no podía hacer todo
sola. Con el pasar del tiempo, el marido ―siguió igual‖ y, por este motivo,
ella se vio obligada a vender su supermercado. Lo vendió a una familia
china a un precio ―muy caro‖. De esa venta, ―sacó mucho dinero‖ y con ese
dinero se pudo hacer una gran casa en Alto Avellaneda.
Roberto, el marido de Juana, es de El Alto, del departamento de La
Paz, Bolivia. Vino a Argentina por primera vez hace dieciocho años, a la
edad de veinte. En ese momento en Bolivia ya no se encontraba viviendo
con la familia, ya que su madre había fallecido, y hacía cuatro años que
trabajaba como ayudante de electricista. Cuando vino a Argentina fue
porque lo trajo su hermana mayor quien ya vivía en Buenos Aires, lugar
donde tenía un taller textil. Según sus relatos, los trabajos que tuvo Roberto
en Argentina han sido muchos y variados. Primero trabajó en el taller de
confección textil de su hermana, luego como ayudante de albañil, u también
trabajó en plomería, aunque nunca en la construcción, hecho que destaca él
y su familia por ser éste un sector propicio para inmigrantes bolivianos.
También trabajó en el rubro textil para jefes de origen coreano y luego judío,
y también fue ayudante de cocina en un restaurant chino. Resumía los
trabajos por las caracterizaciones étnicas de los diferentes jefes y se refería a
―trabajar duro todo el día‖.
Actualmente, trabaja la carnicería en el negocio que maneja con
Juana, el cual constituyó, junto con el hogar de su familia, uno de los focos
de mi trabajo de campo. Esta es la primera vez que Roberto tiene su propio
negocio, habiendo comenzado él como cuentapropista después de que Juana
ya tuviera su propia verdulería. En este negocio él puso la carnicería y ella
puso la verdulería. Aunque no trabaja en las verdulerías, Roberto es una
figura relevante en la red ya que, además de compartir el negocio, como
79
marido de Juana, comparte una casa con ella junto a sus tres hijos y los
hermanos menores de Juana y otros inquilinos familiares y conocidos
bolivianos de él y de ella. En este sentido, Roberto está inmerso en los
ambientes doméstico, barrial y laboral y es parte integral de las relaciones
familiares que inciden en la dinámica de las relaciones laborales en la
verdulería de Juana y en la red, incluyendo el reclutamiento de nuevos
trabajadores. Como se ha dicho, muchas de las personas que alquilaban
cuartos en la casa de él y Juana durante el período de mi trabajo de campo
eran parientes suyos: su hermana y varios sobrinos de diferentes edades, en
general con trayectoria laboral en el sector de la confección textil.
Elizabeth es la más grande de los seis medio hermanos de Juana y la
primera de dos de ellos a quienes ―trajo‖ a Argentina. Como Juana,
Elizabeth proviene de una comunidad rural de Potosí, del hogar del padre
pero de parte de otra madre. Cuando Elizabeth era niña falleció su padre, y
cuando ella tenía diez años de edad Juana fue a Bolivia a buscarla y la trajo
a Buenos Aires. Durante sus primeros años en Buenos Aires Elizabeth
estudiaba en la escuela secundaria y vivía con la familia de Juana. Cuando
tenía dieciséis años regresó a Potosí con la intención de quedarse a vivir allá
pero luego de dos años decidió que ―no se pudo acostumbrar‖ y volvió a
Argentina. Esto fue más de un año antes de que yo empezara mi trabajo de
campo y cuando yo la conocí tenía 19 años. Cuando fue a Bolivia dejó los
estudios secundarios, y cuando regresó no retomó más porque ―le costaba‖.
Elizabeth vive en la casa de Juana y Roberto y durante el periodo de
mi trabajo de campo atravesó varios cambios laborales y también en la
dinámica de su relación con la familia de Juana y Roberto. Cuando empecé
mi trabajo de campo, Elizabeth trabajaba en el negocio de Juana, pero con el
pasar de los meses Elizabeth empezó a ir menos al negocio, hecho que Juana
y Roberto atribuían a que Elizabeth se estaba capacitando para ser
vendedora o ―distribuidora‖ de una marca de productos de belleza y
cuidado. Su creciente ausencia y falta de ―ayuda‖ en el negocio preocupaba
a Juana, quien empezó a depender cada vez más de la ―ayuda‖ de su otro
medio hermano, Raúl, a quien había traído a Argentina hacía un año. Pero
resultó que Elizabeth no se fue sólo por su involucramiento con la empresa
80
de productos de belleza que dejaría el negocio de Juana sino porque
consiguió tener su propio puesto de verdulería en un supermercado chino en
el barrio porteño de Parque Chacabuco. A pesar de este ―logro‖, a los pocos
meses Elizabeth dejó el puesto encargado a una amiga de ella para ella
poder ―ayudar‖ a Juana durante unos meses, quien no estaba yendo a
trabajar en el negocio de San Telmo.
A Raúl también lo trajo Juana para trabajar con ella, hacía un año,
cuando él tenía la edad de catorce años. Si bien va a un colegio púbico en
Avellaneda en el turno mañana, el resto del día, todos los días menos los
domingos, él trabaja en el negocio de Juana y además vive en la casa de
Juana y Roberto. Juana y Raúl parecen tener una muy buena relación y buen
trato. Ella le tiene confianza y él la ―ayuda‖ mucho, tanto en la casa con el
cuidado de sus hijos y la limpieza como en el negocio. Primero trabajaba en
la parte de la verdulería, atendiendo a clientes y llevando los pedidos a
domicilio. Después Roberto le empezó a enseñar a trabajar la carnicería y
Raúl trabajaba en donde lo necesitaran. Hacia el final del periodo de mi
trabajo de campo, cuando Roberto había dejado de ir al negocio, dejó
encargado a Raúl de la carnicería, pero como era muy joven, luego empezó
a compartir las responsabilidades con el sobrino de Roberto, a quien mandó
Roberto para ayudar en la carnicería.
Sonia fue la segunda hermana en edad después de Juana y la primera
que trajo Juana a Argentina, pocos años después de que viniera ella. Juana
había arreglado el primer trabajo y el viaje e ingreso a Argentina para Sonia,
así como el dinero necesario para efectuarlo. Fue así que Sonia vino también
para trabajar y que sus primeros trabajos fueron en la limpieza de casas, así
como ejercía Juana en esos años. Sonia vive en su propia casa con su marido
y sus tres hijos a dos cuadras de la casa de Juana y Roberto en el mismo
barrio. Actualmente tiene su propio negocio en el barrio porteño de
Monserrat, en donde tiene no sólo verdulería sino también almacén y
carnicería, y ―todo es de ella‖. Ella alquila el local y maneja todo, algo
considerado elogiable por Elizabeth y Juana.
Judith es la tercera en edad de las tres hermanas y la segunda que
trajo Juana a Argentina. Migró a Argentina en el 1999, ella sola con su hija
81
mayor, Yesica. Cuando llegó al país fue directamente a vivir en el mismo
barrio donde vivía Juana. Conoció a su marido una vez en Buenos Aires y
tuvo tres hijas más con él. Actualmente sigue viviendo en el mismo barrio
que sus hermanas, a dos cuadras de cada una de ellas, en una casa propia
con su marido y las cuatro hijas –Lidia de trece años, Violeta de nueve,
Isabel de siete y Marina de dieciocho meses. Si bien cuando primero llegó,
Judith empezó trabajando en la limpieza y después tuvo variados trabajos,
después de pocos años pudo poner su propia verdulería en la Ciudad de
Buenos Aires. Dice que ―le iba bien‖ pero no le gustaba viajar a la Ciudad,
por lo cual ahora sólo trabaja en Avellaneda, donde alquila un local y tiene
su propia verdulería con el marido, cerca de su casa. Judith y el marido
trabajan juntos su verdulería, pero la cercanía física de su ubicación facilita
mucho la combinación y distribución entre los dos de las tareas domésticas,
incluido el cuidado de sus hijas y de la casa, así como de las tareas
remuneradas en el negocio. Pero las actividades domésticas y laborales de
Judith empezaron a cambiar cuando su hija mayor, Lidia, se enfermó de
tuberculosis y no pudo aportar en las tareas del hogar y el cuidado de sus
hermanas menores. En ese momento quedó el marido trabajando solo en el
negocio para ella cuidar a su hija y asumir las tareas domesticas que
realizaba. Al mejorarse de la tuberculosis, Lidia asumiría de nuevo sus
tareas en el hogar y empezó a ayudar de vez en cuando en la verdulería de
Juana cuando Juana no iba por estar mal con Roberto.
César es el sobrino de Roberto, también de El Alto, departamento de
La Paz, Bolivia. Vino cuando tenía catorce años de edad y empezó
trabajando y trabajaba hasta hacía muy poco en un taller textil de un
familiar. Ahora está aprendiendo a trabajar la carnicería de Roberto bajo la
enseñanza de Raúl. César dijo haber empezado a ir al negocio porque
―vienen las fiestas‖ y ―para dar una mano a mi tío‖ –Roberto- quien ya no
estaba yendo a trabajar. Aunque él dice ayudar a su tío también es su tío
quien lo ―ayuda‖ a él a salir del trabajo donde estaba, de la confección textil.
Por este motivo, si bien se mostraba orgulloso del taller donde trabajaba,
César también demostró interés en aprender el oficio del carnicero y seguir
trabajando en la carnicería, probablemente concebida como una salida
82
laboral con otra valoración social y que tiene más posibilidades para
ascendencia social y económica. Para él representaría un importante avance,
ejemplo de las oportunidades de crecimiento que él siente que vivir en la
Argentina ofrece. Por ejemplo, dice que, aunque a Bolivia le gusta ir para
visitar, ya no quiere volver a vivir allá porque ―se acostumbró‖ a la vida acá
y al hecho que acá ―hay más oportunidades y trabajo‖ y ya le gusta ―la
forma de vida acá‖: que haya gente de muchos lugares y que por eso
también la gente tiene otra perspectiva más abierta sobre la vida. En este
relato, se evidencia que su migración, si bien tiene fuertes motivos
económicos-laborales, muchas veces existe además el deseo de conocer
otros modos de vida, sobre todo para los que vienen a edades más jóvenes.
II.iii. Análisis del caso desde una perspectiva de género y etnicidadnacionalidad
En base a la información recolectada sobre las trayectorias laborales
y migratorias de los integrantes de esta red, así como el funcionamiento de
la misma, se podrá analizar aquí cómo el género y la etnicidad-nacionalidad
inciden en ellas.
Trayectorias laborales
En el análisis de las trayectorias laborales de los integrantes de esta
red, emerge una cuestión generacional más evidente que en el primer caso,
que permite diferenciar entre dos grupos etarios: Juana, Judith, Sonia y
Mirta y sus maridos, en contraste con los más jóvenes: Elizabeth, Raúl y
César, quienes vinieron a Argentina a edades más jóvenes, aunque también
para acceder a mejores oportunidades económicas. Es de destacar que en
Bolivia, por el fallecimiento temprano de su madre, las tres hermanas,
Juana, Judith y Sonia, a la edad de nueve o diez años, todas ya habían
empezado a salir de sus casas a trabajar, ―las primeras veces acompañadas‖
y luego ―solas‖. Ninguna de ellas empezó sus estudios escolares, habiendo
realizado siempre tareas laborales, siendo éstas asalariadas desde edades
muy tempranas. Cuando vinieron a Argentina las tres hermanas y la prima,
todas alrededor de la edad de 20 años, ya llevaban muchos años en trabajos
83
asalariados de distinto tipo, entre ellos trabajos vinculados a la
comercialización frutihortícola minorista como otros desvinculados del
sector, y una vez en Buenos Aires se insertaron en otros nichos del mercado
de trabajo, primero en el servicio doméstico, y luego pasando por otros
sectores como la ―costura‖ y otros trabajos rentados como, en el caso de
Juana, en supermercados pero no de ―verdulera‖.
Al lograr poner su propio negocio, una pregunta relevante para
nuestro caso es ¿por qué la elección de poner una verdulería? En relación al
caso de Mirta, cuya primera actividad comerciante en Buenos Aires fue con
su propio puesto de verduras en la puerta de su casa en una villa de
emergencia en la zona sur del AMBA, Benencia y Karasik (1994) nos
señalan que para esa misma época –principios de los 90- la primera
experiencia de muchas mujeres bolivianas en venta callejera fue mientras
residían ―en alguna villa o barrio popular de Buenos Aires, encontrando
entre sus paisanos tanto información acerca de la modalidad de la actividad
callejera, como socias comerciales sobre la base de relaciones de confianza
construidas en base al paisanaje‖ (Benencia y Karasik, 1994: 281), y que en
ese momento la actividad de vendedoras ambulantes de verduras ya era algo
muy característico de las mujeres bolivianas. Estos autores observan cómo
el flujo de la información a través de las redes sociales étnicas fue una
cuestión crítica para su inserción en estas actividades, así como la asociación
de la imagen de las mujeres bolivianas con la comercialización minorista de
verduras (Ibid).
En el caso de Juana, aunque ella lo considera un gran logro haber
llegado a tener su propio negocio familiar, me comentó sobre las diferentes
―profesiones‖ que ha tenido ella y las ―profesiones‖ en las cuales, desde su
percepción, se desempeñan otros migrantes limítrofes:
‗Empecé limpiando casas.‘ Después también ‗trabajé un tiempo en la
costura, Elizabeth también pero no duró mucho.‘ Muchas mujeres
[bolivianas] trabajan en estos dos. En la costura van muchas, casi todas
mujeres. Los hombres [bolivianos] trabajan muchos como albañiles. Los
paraguayos también. Pero ‗las mujeres paraguayas están en la limpieza,
ellas no trabajan con la verdura, solo las bolivianas.‘ No sabe porque las
bolivianas trabajan tanto en la verduras, pero dice puede ser porque ‗es
una profesión fácil‘, porque si ya conoces a uno que lo hace, algún primo
o hermana, ‗es más fácil‘ (Notas de una entrevista con Juana, 4 de abril de
2009).
84
Su referencia a que es ―fácil‖ entrar al mercado laboral de las verdulerías
remite a cómo las redes facilitan el acceso al mismo, en este caso las redes
familiares. Sin embargo, también reconoció las dificultades de trabajar en
este rubro, al referirse en varias ocasiones a la baja en la cantidad de clientes
a través de los años que tuvo el negocio. Un día que hablábamos en su casa
dijo creer que es porque ―todos los bolivianos están poniendo verdulerías‖,
hecho que también se encuentra vinculado a la idea de que para los
bolivianos ―es una profesión fácil‖, lo cual hace que haya mucha
competencia. En otros términos, alude a una percepción de la saturación del
mercado de las verdulerías por una alta actividad de los inmigrantes
bolivianos en este sector que surgió de manera reciente y repentina.
Entonces, para responder a nuestra pregunta de por qué elegir poner
una verdulería como cuentapropista, se puede observar que es un rubro en
donde los miembros de esta red tienen más familiares, y que dichos lazos
representan una forma de capital al facilitar la inserción en el sector.
Además, todas las mujeres que pusieron sus propios negocios habían
trabajado con anterioridad en la comercialización de frutas y verduras en
algún momento de sus trayectorias laborales en Bolivia o Argentina pero no
como cuentapropistas. De esta manera, además del capital brindado por
parientes ya insertos en el sector, quienes ayudan a brindar información y
knowhow sobre cómo operar una verdulería (Benencia y Karasik, 1994), la
experiencia de haber trabajado en el mismo sector previamente, ya sea como
empleada para un pariente, brinda a las mismas mujeres el knowhow del
trabajo en este mercado laboral, que vendría a ser el ―saber técnico‖ de las
verduleras. Además, y aunque se ve más acentuado entre las mujeres
jóvenes del primer caso, proceder de un contexto rural también facilita algún
knowhow de las actividades vinculadas a lo frutihortícola, aunque sea desde
la producción y el contacto con mercados concentradores frutihortícolas. En
base a los relatos y las experiencias de las mujeres, se vio cómo, al momento
de poner en funcionamiento una verdulería, dichos antecedentes se
complementan entre sí: el hecho de tener contactos de sus redes y el
conocimiento previo que se fue adquiriendo a medida que se trabajaba y
85
que luego se puede aplicar a nuevos trabajos, con mayor facilidad cuando se
permanece en el mismo sector.
Esta observación es especialmente notable en el caso de Elizabeth,
quien empezó desde joven trabajando en este rubro con Juana, lo cual le
permitió, con apenas veinte años, tener su propio puesto en un supermercado
y abrirse de la relación de dependencia con su hermana mayor. De todas
maneras, ella no considera que le haya ido tan bien como a ―sus hermanas‖
quienes tienen negocios propios (independientes de un supermercado) y
múltiples y/o diversificados (con carnicería y/o almacén además de
verdulería). Esta consideración puede estar relacionada con la ambivalencia
que demostró Elizabeth con respecto al trabajo en las verdulerías. Un día a
solas con ella en el negocio de Juana, le pregunté si quisiera seguir en el
trabajo de las verdulerías, y no contestó en seguida sino que hizo una pausa
y dijo: ―y...(pausa), yo lo hago por mi mamá y mis hermanitos más
chiquitos‖ (Notas de campo, 6 de marzo de 2010). Su respuesta dio a
entender que si no fuese por la necesidad económica de ayudar a su madre y
hermanos en Bolivia –a quienes ella y Raúl envían dinero-, no elegiría
trabajar en este rubro, pero sigue porque es lo que ya sabe hacer y existe más
facilidad para concretar un trabajo rentable en el mismo.
Aquí es relevante notar cómo, incluso antes de poner su propia
verdulería, Elizabeth ya tenía el deseo de abrirse del rubro de las verdulerías,
para insertarse como distribuidora de productos de belleza, pero el nuevo
rubro no le era redituable aún después de un año de trabajo. Sin embargo, no
dejaba de tenerlo como objetivo en paralelo al trabajo en las verdulerías. El
esfuerzo por insertarse en la empresa de productos de belleza, representa una
búsqueda por diversificar su inserción laboral, con la esperanza de que se
cumplieran las promesas que hacía la empresa a sus ―distribuidores‖. Según
observé en un evento al cual me invitó Elizabeth, entre estas promesas se
decía que el involucramiento con la empresa permitiría al distribuidor
―ganar mucho dinero‖, tener mucho ―tiempo libre‖ y ―estabilidad‖, y que
constituye ―la oportunidad más grande del mundo‖ para tener una salida de
una vida muy ocupada y no redituable, y que ―marcaría un antes y un
después en sus vidas‖ (Notas de campo, 5 de septiembre de 2009). En el
86
evento donde observé aquel discurso, también observé que la gran mayoría
de los distribuidores eran de origen boliviano. Juana también intentaría
vender los productos pero como no hizo las capacitaciones, según relata, ―no
me fue bien‖ y no pudo insertarse.
Esta reticencia hacia las verdulerías, que se nota más en el caso de
Elizabeth que en los casos de sus hermanas ―verduleras‖ y de las mujeres
cochabambinas del primer caso, se puede relacionar con lo dicho por Balán
con respecto a las preferencias de inserción laboral de mujeres migrantes
bolivianas en Argentina:
―Las mujeres que migraron de Bolivia, principalmente las casadas, suelen
dedicarse a la venta callejera al menudeo, por lo común de frutas u
hortalizas. Sin embargo, son vistas con desdén por la población de Buenos
Aires (…). Por consiguiente, la venta ambulante sólo es una opción
atractiva para las mujeres menos integradas a la sociedad argentina, y las
jóvenes rara vez las imitan. En Buenos Aires es grande el número de
mujeres que trabajan como empleadas domésticas. (…) Por otra parte, el
servicio doméstico tiene muy poco prestigio en la sociedad de origen,
sobre todo en el contexto del que nos ocupamos, el de la ciudad de
Cochabamba. Las mujeres que emigran son más sensibles a esto que a las
escalas de prestigio de su lugar de destino y tal vez prefieran ponerse a
vender en la calle que limpiar una casa por un salario fijo, ya que eso les
brinda mayor libertad y les permite vislumbrar una posibilidad de progreso
(p.ej., instalando un pequeño local de comercio propio)‖ (Balán, 1990:
290).
El análisis que nos brinda Balán permite entender por qué una mujer
joven de veinte años, quien vino a Argentina a los diez años como Elizabeth
y se encuentra más integrada a la sociedad del lugar de destino, se siente
menos afín al trabajo en las verdulerías que sus hermanas mayores quienes
vinieron a Argentina con alrededor de veinte años de edad con la ―escala de
prestigio‖ del lugar de origen más incorporada. Se observa un contraste
similar entre el caso de Elizabeth y el de las mujeres jóvenes de la primera
red analizada, quienes tienen alrededor de su misma edad pero, como las
hermanas de Elizabeth, las mujeres jóvenes del primer caso vinieron con
alrededor de veinte años de edad con la escala de prestigio del lugar de
origen más incorporada. Además, en dicho caso, las mujeres tuvieron una
trayectoria laboral casi exclusivamente en el sector frutihortícola,
convirtiéndose esto en algo que demostraron sentir como ―propio‖, y con
cierto sentido de orgullo vinculado a sus orígenes. Este último fenómeno
87
ocurre en el caso de Elizabeth ni tampoco en el de sus hermanas mayores,
Juana, Sonia y Judith.
Al no compartir la trayectoria de sus hermanas mayores ni tampoco
de las mujeres jóvenes del primer caso, puede entenderse que Elizabeth –
quien migró a Argentina a los diez años y asistió allí a la escuela secundariase rija más por la escala de prestigio de la sociedad de destino y tenga mayor
reticencia al trabajo de ―verdulera‖ asociado a las mujeres bolivianas en
Argentina. Esto se radica además en que, a diferencia de lo que sucede en
Bolivia, la marcación de la mujer boliviana como ―verdulera‖ constituye en
Argentina una etnicización que atribuye una valoración negativa a quienes
se desempeñan en este rubro.
Los interlocutores de este caso también se refirieron al trabajo en las
verdulerías asociándolo con cuestiones vinculadas a la pertenencia étniconacional. Durante el trascurso de mi trabajo de campo mis interlocutoras
señalaron que el empleo doméstico y la costura son los sectores del mercado
de trabajo que más se asocian a las mujeres bolivianas en Argentina. Este
último rubro se destaca sobre todo en el caso de mujeres de La Paz, como
los parientes de Roberto: ―Todas las mujeres que vienen de La Paz trabajan
en la costura, no sé, deben hacer eso porque tiene sus conocidos en eso‖
(Notas de una entrevista con Juana, 4 de abril de 2009). No están asociadas
con las verdulerías, como sí lo son mujeres bolivianas de otras regiones
dentro de Bolivia, entre ellas Cochabamba y Potosí. Como se citó arriba, y
como corrobora Balán, en cuanto a mujeres migrantes de otros países
limítrofes, Juana se refirió a las mujeres paraguayas estando insertas en ―la
limpieza‖ pero que ―no trabajan con la verdura‖, ya que en la verdura están
―solo las bolivianas‖ (Notas de campo, 4 de junio de 2009).
En este sentido, en el imaginario del mercado laboral que tienen las
mismas interlocutoras bolivianas en este rubro, las verdulerías se asocian
con ―los bolivianos‖, y especialmente con bolivianos de las zonas de las
cuales provienen ellas: Potosí y Cochabamba. Si bien en relación a otras
mujeres migrantes, surgió el comentario de que son ―solo las bolivianas‖ las
que trabajan en verdulerías, no necesariamente esto quiera decir que lo
asocien más con mujeres bolivianas que con hombres bolivianos. De los
88
relatos recolectados durante mi trabajo de campo con esta red se desprendió
una concepción de las verdulerías como un rubro mixto, y muchas veces
familiar, propio de los bolivianos pero no diferenciados por género.
Probablemente esto tenga que ver con que la mayoría de las verdulerías
contempladas dentro de esta red son emprendimientos familiares en donde
intervienen mujeres y hombres. De todas formas, no deja de ser relevante
observar, más allá de los propios relatos de los interlocutores, cómo podría
analizarse en términos de género la imagen de los y las verduleros/as
bolivianos/as en Buenos Aires.
Una última asociación que emergió entre las verdulerías y la
etnicidad-nacionalidad surgió en un relato de dos de las mujeres verduleras,
en que la verdulería aparece como un símbolo máximo de la ―bolivianidad‖.
Con Juana y Elizabeth un día que estuve de visita en la verdulería
hablábamos de sus historias en la migración así como las de sus hermanas y
primas que también viven en Buenos Aires y me contaron que una siempre
forma pareja con bolivianos, como algo que ellas dan por sentado. Me
confirmaron que éste fue el caso para todas sus parientes mujeres en
Argentina excepto una prima de ellas –también verdulera- que es la única
que se casó con un argentino. Lo que destacaron del marido de esta prima,
quien es de Mendoza, Argentina, es que se diferencia de los hombres
bolivianos en términos de los roles estereotipados de género, como por
ejemplo que no toma tanto alcohol como ―los hombres bolivianos‖. Sin
embargo, sí adoptó otras características que ellas consideran propias de la
bolivianidad, entre ellas, que aprendió a cocinar comida boliviana y que ―se
volvió verdulero‖, decía Juana riéndose (Notas de campo, 16 de mayo de
2009).
Otra dimensión que se pudo detectar en relación a las trayectorias
laborales y al trabajo en las verdulerías tiene que ver con los sacrificios que
implica tener una verdulería cuando el dueño es cuentapropista y brinda
mano de obra en su propio local. Entre los sacrificios se destacan el tener
que trabajar siete días a la semana para no perder mercadería, y el tener que
trabajar largas horas, teniendo el negocio abierto por lo menos doce horas
diarias además de las horas extras que implican los viajes al mercado de
89
frutas y verduras para comprar la mercadería y trasladarla al local. En el
caso de Juana y Roberto, como también tienen carnicería, dijeron que
preferirían tener sólo carnicería si pudieran, porque ―la verdulería es más
trabajo‖, ―tenés que lavar y ordenar todo el tiempo‖. Con la carnicería no
necesariamente haya que trabajar siete días a la semana, y además ―te traen
los productos en camión‖ en lugar de tener que ir a comprarlos al mercado
(Notas de campo, 16 de mayo de 2009).
Aunque el trabajo en la verdulería implica permanentes y largas
jornadas laborales, sin embargo, en esta comparación sale a la luz una
caracterización positiva del trabajo en la comercialización minorista de
frutas y verduras que es que se considera que ―rinde más‖ que la carnicería
porque esta última, si bien implica menos trabajo, también ―vendes menos‖
y ―tenés más pérdidas‖. Esto se evidencia en el hecho que, si bien Juana y
Roberto tienen además la carnicería, la fuente principal de ingresos del
negocio no es ésta sino la verdulería, sin la cual no podrían mantener el
nivel de vida que tienen, como por ejemplo: mantener y seguir haciendo
obra en una casa de tres pisos que de por sí es una forma de complementar
los ingresos ya que muchos de los cuartos son para alquilar; tener
camioneta; mandar a los hijos al colegio privado y darles ciertos
―privilegios‖ que sus primos no tienen, como la computadora, los
videojuegos, ir a restaurantes, entre otros.
Si bien Juana, Sonia, Judith y Elizabeth lo consideran un logro tener
sus propios negocios, esto es visto como un logro parcial con respecto a lo
que ha logrado su prima Mirta, cuya trayectoria laboral aparece en los
relatos de Juana como una ―historia de éxito‖ del sector de las verdulerías.
Mirta no sólo tuvo un negocio, sino que tuvo muchos al mismo tiempo y,
durante sus años de mayor actividad laboral, adquirió un nivel de vida más
alto que las otras mujeres en esta red. Según Juana, Mirta ―ahora ya hizo su
dinero‖, pero todavía tiene una verdulería. Cuando le pregunté a Juana si
alguna vez Mirta pensó en volver a Bolivia, me dijo: ―no, ¡qué va a pensar
volver!‖ Según esta lógica, al que ―le va bien‖, logrando ascender
económicamente como cuentapropista, no tendría por qué volver a Bolivia.
Desde la perspectiva de Juana, su propia historia se diferencia de la de su
90
prima, ya que para ella, quien se ve a sí misma luchando con su único
negocio y con los gastos que tiene, todavía existe el deseo y la posibilidad
de ―volver‖ a Bolivia. En este sentido, el cuestionamiento constante del
volver o no a Bolivia sigue más presente no sólo por el motivo de haber
venido como adultos, habiéndose formado durante más años de sus vidas en
Bolivia, sino también por el motivo de que sienten estar luchando,
―sufriendo‖ para lograr una mínima estabilidad y seguridad laboral y
económica. En este sentido, emerge la idea de que si a uno le va muy bien
en Argentina, desaparece o se debilita dicho cuestionamiento, pero si uno
sufre estando en el país durante muchos años sin lograr el nivel que
esperaba, sigue presente el cuestionamiento del ―volver‖.
Si bien Juana, Judith, Sonia y Mirta lograron mejorar su nivel
económico siendo cuentapropistas, para las que no les fue tan bien como a
Mirta, existe esta insatisfacción y sentido de sufrimiento. Si bien el
sufrimiento puede generar o sustentar el deseo de regresar a Bolivia,
también demostró alimentar el deseo de abrirse a otros rubros y/o de
estudiar, ambos como formas de salida de su situación económica y laboral
y de su situación social estigmatizada. Pero, como se vio, los integrantes de
esta red enfrentan dificultades para concretarlo, tanto para insertarse en otro
mercado como para encontrar el tiempo para estudiar. Esta última
observación nos permite vincular la trayectoria laboral y la educativa, o, más
bien, la no escolarización en el caso de las hermanas mayores. A pesar del
relativo éxito económico de los integrantes de este caso, se ve frustrado el
deseo de avanzar más y abrirse de los sectores de mayor concentración de
trabajadores bolivianos.
Trayectorias migratorias
En relación a las trayectorias migratorias, la mayoría de los
integrantes de esta red vinieron para mejorar sus oportunidades a través del
trabajo. Nuevamente, como en el primer caso, la migración que se dio en el
marco de esta red es de tipo laboral, atribuyendo a la red su aspecto de red
migratoria laboral además de familiar. Sin embargo, es necesario remarcar
una importante diferencia entre esta red y la del primer caso, la cual se debe
91
a que esta red tiene una trayectoria más larga. Comenzó con la primera
migración de Juana y su prima en 1991, época en la cual la migración a
Argentina tenía mayor ventaja económica para el trabajador migrante
porque el peso argentino equivalía a un dólar estadounidense, lo que se
llamaba la época del ―uno a uno‖. A pesar de la disminución de la capacidad
de ahorro causado a raíz de la devaluación del peso argentino después de la
crisis del 2001, estos individuos ya habían iniciado su trayectoria migratoria
en un momento que les daba gran ventaja económica vivir y trabajar en
Argentina.
Por haber residido en Argentina durante largos años de ventaja
económica, con el pasar del tiempo, los que más tiempo llevaban en
Argentina fueron formando parejas y armando familias y creando suficiente
capital de modo de convertirse en comerciantes cuentapropistas. Por este
motivo, en la consideración de las trayectorias migratorias en este caso, será
justamente por tener más años de trayectoria que emerge como elemento
central en las decisiones migratorias y laborales de las mujeres el tema de la
―segunda generación‖, o los hijos de los inmigrantes que nacieron en
Argentina. Si bien armaron familias en Argentina, esto no fue el camino que
hayan proyectado inicialmente, ya que muchos ―no se iban a quedar‖. Por
ejemplo, ambas Judith y Juana, como vinieron al país para trabajar y no se
iban a quedar, dicen ―nunca estoy decidida‖, y el proyecto de ―volver‖ se va
postergando. Esto señala nuevamente que, si bien tenían proyectos de
ahorrar y volver a Bolivia, éstos se transforman con el pasar del tiempo en
Argentina, y nunca son definitivos. Aquí apareció como una excepción
casos como el de Mirta, en donde un exitoso ascenso económico en el lugar
de destino puede cambiar definitivamente tal proyecto de ―volver‖. Pero,
como se vio, para las que no cumplieron con sus propias expectativas
económicas y laborales de la migración, a pesar de los años, la duda del
―volver‖ o no a Bolivia sigue pesando en sus decisiones. Esta cuestión es
una que, debido a la diversidad etaria y de trayectoria migratoria entre los
integrantes de esta red, precisa ser pensada de manera diferente para los
integrantes que vinieron de adultos en los años 90 que para los integrantes
que vinieron más jóvenes hace menos tiempo.
92
Para los integrantes de esta red que vinieron de adultos en los años
90, ellos consideran el asentarse en forma permanente en Argentina como
sacrificio personal que hacen por sus hijos. Esto se debe a que, por un lado,
los hijos disfrutan de ciertos privilegios que en Bolivia no podrían haber
tenido y que sí tienen en Argentina debido a los sacrificios de sus padres y,
por otro lado, al ser argentinos no podrían acostumbrarse a vivir en Bolivia,
según consideran sus padres. Con respecto al sacrificio de los padres por los
hijos, existe el sacrificio laboral de trabajar largas horas para que los hijos
tengan algunos privilegios que los padres consideren beneficiosos, como una
forma de invertir en su futuro y que tengan una mejor salida laboral que sus
padres. Por ejemplo, en el caso de Juana y su hija, para que ―no tenga que
trabajar en una verdulería‖ (Notas de campo, 6 de septiembre de 2009).
Sin embargo, no sólo existe el sacrificio laboral, sino también puede
existir un sacrificio en la vida personal de las mujeres. Si bien Judith y Sonia
se llevan mejor con sus maridos, Juana y Roberto atravesaron más de una
―crisis‖ marital. Ya se habían separado hacía unos años y vuelto a convivir
porque Juana no podía mantenerlos ella sola, y durante el periodo de mi
trabajo de campo ambos querían separarse de nuevo, pero no lo hacían ―por
los hijos‖. En este sentido, el mandato social de la familia -más evidente
entre las mujeres- y de permanecer en pareja aunque no lo deseen, se ve
acentuado por su situación migratoria especialmente por la precariedad
laboral y económica que dificulta que un solo padre se responsabilice de los
hijos. En relación a estos sacrificios, los padres utilizan un lenguaje del
sufrimiento.
Otro factor relevante que incide en esta cuestión para los que más
tiempo llevan en Argentina y quienes fueron trayendo todos sus parientes
cercanos e hicieron su propia familia acá, es que ya no tienen la obligación
de enviar remesas a Bolivia, como es en el caso de Juana, Judith y Sonia,
hecho que contribuye a su permanencia en el país, ya que sus vínculos y
obligaciones con su lugar de origen también se van debilitando a la medida
que se van incrementando en el lugar de destino. A diferencia de la primera
generación de inmigrantes en esta red, los que migraron más recientemente
y más jóvenes todavía tienen vínculos fuertes con familiares directos en sus
93
lugares de origen y aún no tienen sus propias familias para mantener en el
lugar de destino. Esto contribuye a que mantienen los vínculos y
obligaciones con el lugar de origen, por ejemplo a través del envío de
remesas a sus familias como ocurre en el caso de Elizabeth y Raúl. Por otro
lado, sus vínculos y obligaciones en Argentina son menores que en el caso
de sus parientes con mayor trayectoria en Argentina, por lo cual les es más
real la posibilidad de volver a Bolivia. Sin embargo, el haber venido a
edades jóvenes y el haberse ―acostumbrado‖ a Argentina hace que, a
menudo, el permanecer en Argentina sea una elección más que una
obligación.
Red social
Como se vio reflejado en la presentación de los integrantes de esta
red social migrante y laboral familiar, ésta está arraigada en un barrio de la
localidad de Villa Domínico en el partido de Avellaneda, y aglutina a más
miembros de la familia que los que están en Bolivia. El barrio de residencia
es como un microcosmos de la red en donde se articulan todos los
integrantes fuera de sus ámbitos laborales físicos, así como también lo es
hasta la misma casa de Juana y Roberto, ya que alquilan cuartos a parientes
de ellos que trabajan o en el sector verdulero o costurero.
Como ya se notó, una cuestión de relevancia en relación a esta red es
que sus integrantes pueden dividirse entre dos grupos etarios. El primero son
las hermanas mayores y sus maridos, las que ya tienen sus propias familias
en Argentina y son verduleras y verduleros ―cuentapropistas‖, y el segundo
son sus hermanos menores y sobrinos quienes migraron más jóvenes y
todavía trabajan o hasta hace poco trabajaban en relación de dependencia
con el primer grupo etario. La relación entre los dos grupos revela que,
cuando las que llevan más tiempo acá y lograron mayor poder económico,
utilizan estos logros como capital para activar a las redes en Bolivia para la
búsqueda de familiares allá a quienes pueden ―traer‖ para ―ayudarlos‖ en sus
negocios.
En el análisis de las redes, la cuestión étnico-nacional y familiar
surge como eje organizador, ya que, según varios de los interlocutores de
94
este caso, las redes son sólo entre parientes. Según Juana, sólo se ayudan
entre parientes porque ―ayudar‖ implica dinero y ―no se puede confiar‖ en
otros que no son familiares directos. Con una persona que no es conocida no
se está dispuesto a brindar ciertas ―ayudas‖ porque ―por ahí se va con el
dinero y no te lo devuelve‖ (Notas de campo, 16 de mayo de 2009). La
importancia de las redes para la migración y la inserción laboral es un hecho
que ellas mismas reconocen. Me dice Juana sobre las redes que ―sin eso uno
no podría venir‖. Así, se destaca la importancia de, o bien tener dinero
propio para iniciar la migración, o contar con la ―ayuda‖ de un familiar para
poder migrar e insertarse en el lugar de destino. En este sentido son los
parientes que ya residen en Buenos Aires los que ayudan con dinero y
préstamos, a veces con montos grandes, y quienes están dispuestos a
arriesgar la posibilidad de ―perder‖ por ―ayudar‖ a otro, entrando así en un
círculo de ayudas y obligaciones mutuas entre personas de ―confianza‖. Por
ejemplo, Juana trajo primero a Sonia y luego a Judith y cuenta cómo
―perdió‖ ―poniendo plata‖ para ―ayudar‖ a Sonia ya que le pagó el pasaje en
avión, le dio el dinero que necesitaba para ingresar al país y le consiguió un
trabajo en la limpieza, pero las autoridades migratorias en ese momento no
la dejaron entrar al país y tuvo que regresar a Bolivia. Luego de un tiempo,
Sonia pudo ingresar vía tierra con el pasaje pagado nuevamente por Juana.
En otra oportunidad, Judith, al buscar una mujer para ayudar en su
casa para que ella pudiera seguir trabajando con su marido en su verdulería
cuando se enfermó su hija, expresó desconfianza inclusive con personas
bolivianas que no eran parientes. Llevó a una señora que vivía cerca de su
casa en el barrio, que también es de Bolivia, pero resultó que la señora ―no
tiene vergüenza‖ contaba Judith, porque le robó muchas cosas de su casa.
Judith me contaba que no tenía quien la ayudara y dijo estar ―buscando‖ a
alguien en Bolivia para traer, posiblemente una tía. Sostenía que ―no puede
ser nadie de acá‖, en referencia a personas argentinas o bolivianas en
Argentina porque no tienen una relación de ―confianza‖. En relación a la
cuestión de la confianza y la dimensión étnico-nacional que se activa en las
redes, un pariente puede brindar estas ―ayudas‖ a través de las redes ―porque
comparte raíces comunes y el reconocimiento de pertenecer al mismo lugar
95
de origen, lo cual conlleva ciertas obligaciones morales‖ (Dandler y
Medeiros, 1991, en Benencia y Karasik, 1994: 275). Si bien se verá en el
capítulo tres cómo se pone en juego en el contexto laboral la idea de la
confianza, y las ayudas mutuas que se activan en base a la misma, ambas
son también categorías centrales en el funcionamiento de la red, ya que
surgen en los relatos de los propios interlocutores en relación a este tema.
Otra forma en que operan las redes, ya no sólo para posibilitar la
migración, es como mecanismo de reclutamiento de mano de obra por parte
de los inmigrantes que ya se establecieron como cuentapropistas en Buenos
Aires. En este respecto, vimos como Mirta trajo a su prima Juana a
Argentina quien, si bien al principio no trabajó para Mirta, sí lo hizo una vez
que Mirta lograra poner una verdulería. Luego, una vez que logró consolidar
más de una verdulería, Mirta ―trajo‖ a varios parientes específicamente para
trabajar en esos puestos, a quienes luego se los heredó. Juana, si bien ―trajo‖
a Sonia, Judith y Elizabeth antes de que tuviera su propio negocio, una vez
que lo tuviera pondría a Elizabeth a ―ayudarla‖ brindándole mano de obra.
En cambio con Raúl, lo trajo concretamente para que ayudara en su negocio.
Así, a través de la utilización de las redes sociales como mecanismo de
reclutamiento de fuerza de trabajo para el sector de las verdulerías, resultó
en que ahora la gran mayoría de los integrantes de esta red trabajan en el
mismo sector. Es por mecanismos como éste que los interlocutores dan de
entender que ―es fácil‖ insertarse en el sector de las verdulerías ―si conoces
a alguien, un primo o hermana‖ que trabaja en eso, como afirmó Juana. De
acuerdo a esta lógica, cuando Juana habla de la idea de abrirse de rubro y
poner otro comercio minorista, como por ejemplo una panadería, lo
considera posible porque conoce a alguien que ya lo hace y le puede
aconsejar.
III. La conformación del mercado laboral de las verdulerías
III.i. La conformación del mercado laboral de las verdulerías en clave de
género y etnicidad-nacionalidad
El análisis de los dos casos, los cuales guardan semejanzas pero
también importantes contrastes, nos permite entender las dinámicas y
96
procesos de las trayectorias laborales y migratorias de los actores y de las
redes en las cuales se articulan en función del proceso de conformación del
mercado laboral de las verdulerías.
Partiendo de las trayectorias migratorias de las mujeres, en ambos
casos su migración ha sido en forma autónoma. Si bien las ―trajo‖ una
hermana o amiga, al no ser ésta una figura parental ni marital, su migración
se considera autónoma y con un objetivo laboral y económico como
primordial ya que iniciaron su desplazamiento migratorio sabiendo que
tenían un trabajo ya arreglado en el lugar de destino. Según Benencia y
Karasik (1994), ―[e]n el patrón de migración autónomo, la decisión de
migrar suele estar ligada a las posibilidades del mercado laboral, tanto para
los hombres como para las mujeres‖ (Op. cit.: 282-3). Estos autores señalan
además que, en estos casos, ―la importancia del género radica
principalmente en las distintas oportunidades que ofrece a hombres y
mujeres el mercado de trabajo de la sociedad de destino‖ (Ibid). En este
sentido, Herrera Lima nos señalará que ―los mercados de trabajo son una
institución estructurante que actúa como un tipo de restricción estructural
para los migrantes‖ (2005: 187), en tanto estructuran las oportunidades
laborales y, por ende, en el caso de los migrantes laborales, sus
oportunidades migratorias.
Para saber por qué las oportunidades de inserción laboral se dan en
determinados mercados de trabajo, ―[p]or supuesto que no basta con que las
condiciones estructurales del mercado laboral lo permitan, […sino que la]
acción de otra institución social estructurante, la de las redes de relaciones
sociales, juega un papel de primer orden en la explicación‖ (Op cit: 182). En
relación al caso de las migraciones bolivianas a Buenos Aires, Benencia y
Karasik (1994) señalan ―la gran importancia de las redes de paisanaje y
parentesco en la inserción en el mundo del trabajo [lo cual] permite
considerarlas como mediaciones institucionales que articulan su inserción en
la estructura ocupacional en el lugar de destino‖ (Op. cit.: 280). Así, pese al
creciente patrón de la migración autónoma de mujeres en las migraciones
bolivianas, la importancia de las redes de paisanaje y parentesco en dichos
flujos puede considerarse un ejemplo de cómo ―la fortaleza de los vínculos
97
con el país y la zona de origen, la importancia del parentesco como
organizador de la vida social, y la marcada endogamia son parte importante
de la vida de los bolivianos en Buenos Aires‖ (Op. cit.: 287). Este análisis
nos permite considerar cómo aquellos elementos característicos de las
migraciones bolivianas se combinan con la estructura de un mercado de
trabajo con selectividad por género y por etnicidad-nacionalidad.
Por lo tanto, para analizar cómo llegan a enterarse del trabajo que
posibilitará en gran parte su migración, es necesario mirar las redes sociales
en tanto articuladoras de las potenciales migrantes, los lugares de origen y
destino y el mercado de trabajo en el lugar de destino. En este sentido,
ambos departamentos bolivianos de donde provienen los integrantes de los
dos casos de estudio, Cochabamba y Potosí, se caracterizan por su alta
migración, tendencia que, según Balán ―suele explicarse por el papel de las
redes sociales en el proceso migratorio: la gente se entera de las
oportunidades que existen, y tiene acceso efectivo a ellas a través de sus
familiares y amigos del lugar en que vive‖ (Balán, 1990: 276-7). Si bien es
por este motivo que, ―cuando migran algunas personas de una aldea o
pueblo, cabe predecir que a la larga otras van a seguirlas, […] también es
cierto que si bien eso puede servir como impulso inicial, para que el proceso
opere deben prevalecer condiciones permanentes que favorezcan la
migración‖ (Balán, 1990: 276-7).
Al cumplir estas funciones las redes sociales en las migraciones
bolivianas a Buenos Aires, como afirman Benencia y Karasik, se puede
entender que
―a partir de tales redes se articula el acceso a ciertas ocupaciones (…)
como sucede en la construcción (…), el de la industria del vestido, y los de
la horticultura y la venta ambulante. En este último caso, por ejemplo, se
combina la experiencia comercial anterior de las mujeres con las redes
asociadas con la comunidad de emigración. La mujer campesina boliviana
cuenta, en general (y muy especialmente la cochabambina), con una
importante experiencia en este sentido, que se asocia con el buen
desempeño posterior en este campo. Esta experiencia anterior remite
también a la aceptación social de la participación de la mujer en estas
actividades y su relativa autonomía en el manejo de los recursos (Calderón
y Rivera, 1981)‖ (Benencia y Karasik, 1994: 280).
Esta última observación sobre las mujeres campesinas bolivianas y la
vinculación entre su trayectoria laboral en el lugar de origen y el rol que
98
juega en su inserción y desempeño en la venta de verduras –sea ésta
ambulante o en un pequeño local- viene muy al caso de las mujeres que
integran las redes aquí consideradas, ya que todas ellas provenían
originalmente de zonas rurales –algunas de ellas habiendo ejercido
laboralmente en lo agrícola dependiendo de sus antecedentes familiares
particulares. Además, todas las que vinieron a una edad mayor de dieciséis
años ya tenían experiencia en actividades de comercialización hortícola de
algún tipo y algunas también en la producción. Se puede entender entonces
cómo dichos aspectos en común de sus trayectorias laborales facilitan, en
cierto sentido, su inserción, desempeño y autonomía en las actividades que
desarrollan en este sector del mercado de trabajo, y en este sentido influye el
género en la conformación de este mercado de trabajo como lugar de
inserción laboral para mujeres inmigrantes bolivianas.
Se vio cómo influye la trayectoria laboral en la inserción laboral,
pero, al mismo tiempo, las trayectorias laborales son estructuradas por
factores vinculados al mercado de trabajo. Según Herrera Lima, existen
―distintas instituciones sociales estructurantes de las trayectorias laborales‖
(2005: 187), y las dos que aparecen con mayor relevancia son las redes
sociales, especialmente cuando éstas son familiares y de amistades, y los
―esquemas de segregación‖ (Ibid). Según el autor, si bien las redes sociales
aparecen como la institución estructurante más relevante,
operan en
combinación con las restantes instituciones, mientras los esquemas de
segregación son la institución que ―sobredetermina la acción de las
restantes‖ (Herrera Lima, 2005: 187). Existen diversos esquemas de
segregación, que pueden basarse en la etnicidad, la nacionalidad, el sexo,
y/o la condición de inmigrante o nativo (Herrera Lima, 2005). Por lo tanto,
emerge la importancia de una perspectiva de la etnicidad-nacionalidad y el
género en relación a la conformación de este mercado de trabajo y la
inserción en el mismo.
Vinculando el argumento de Herrera Lima con el contexto de las
migraciones bolivianas a Argentina, Magliano sostiene que uno de los
rasgos generales que caracteriza la inserción social y laboral de las mujeres
bolivianas en el lugar de destino es ―su ubicación preponderante en el
99
mercado de trabajo informal, situación que vulnera sus derechos y sus
condiciones de trabajo‖ (Magliano, 2007). La autora considera que este
escenario ―se potencia debido a la existencia de estereotipos culturales que
intensifican, por un lado, la participación de estas trabajadoras en
determinados nichos laborales y, por otro, la persistencia de prácticas de
discriminación y subordinación, contexto que limita su inserción en las
comunidades de destino‖ (Ibid).
Esta discusión nos permite abrir la pregunta de que, una vez
articuladas en las redes sociales, ¿cómo incide el género en la inserción de
mujeres bolivianas en el mercado de trabajo del lugar de destino? Es decir,
de qué manera opera la selectividad por género en la inserción de las
mismas en dicho mercado. Esta cuestión requiere explorar por qué un
empleador tomaría a las mujeres a diferencia de hombres. Para empezar a
responder a esta pregunta, se debe considerar, como bien plantearon
Benencia y Karasik (1994) y Benencia (2009), la existencia y la valoración
social de una imagen de las mujeres bolivianas -especialmente de origen
campesino con trayectoria en actividades de producción y comercialización
en algún nivel de la cadena hortícola- como buenas comerciantes. Una
imagen de buenas comerciantes, asociada a las mujeres dentro del grupo
étnico-nacional, se sustenta además sobre la imagen de buenos/as
trabajadores/as que se les adjudicó a las mujeres en este tipo de tareas en
ambos casos de estudio, y que ya se vio cómo se basaba principalmente en
una adscripción étnico-nacional en donde el ―trabajo pesado‖ es visto como
fuente de orgullo étnico.
Como se puede observar en los dos casos analizados, una de las
formas en que confluyen construcciones sociales de género y etnicidadnacionalidad en el caso de las verduleras bolivianas en Buenos Aires es en la
construcción social de una imagen de ellas como buenas trabajadoras en el
rubro del comercio minorista en el cual están insertas. Es de relevancia aquí
tomar los antecedentes del análisis de Benencia y Karasik que consideran
que, con respecto a las migraciones bolivianas a Buenos Aires, los nuevos
espacios de inserción laboral durante la década del 80 y principios de los
años 90, para los hombres eran en la horticultura de los cinturones verdes, lo
100
cual ―se ha expandido en otros, como el de la venta ambulante de verduras
en áreas urbanas, para las mujeres, ambos ligados a la agricultura‖
(Benencia y Karasik, 1994: 277). Este dato nos sirve para corroborar que la
vinculación entre las mujeres bolivianas y la venta de verduras, ya bien sea
de forma ambulante o no, no es un hecho tan reciente en sí, sino que se basa
en cierta visibilidad de su inserción en este tipo de actividades en Buenos
Aires desde aproximadamente los años ‗70 y más aún en los años ‗80 (Ibid).
A través del tiempo, esta asociación aporta a la construcción social
de una imagen de las mujeres bolivianas como comerciantes de verduras,
imagen que se va consolidando en el imaginario de la población en general
del lugar de destino así como en el de los mismos inmigrantes insertos en
dicho sector (Sikkink, 2001) que ya vieron a una generación de mujeres de
su misma etnicidad-nacionalidad participar en el mismo y que, como se notó
arriba, se asocia con un ―buen desempeño‖ en este campo (Op cit: 280).
En este sentido, y como se vio en ambos casos contemplados, ésta es
una imagen que se construye desde afuera y también desde sus propios
discursos que reproducen estereotipos basados en el género y en la
etnicidad-nacionalidad como características ―naturales‖ de las mujeres, y no
como culturalmente producidos. Se puede plantear entonces si lo que ocurre
en el estudio de Pizarro et. al. (2011) sobre la función de la nacionalidad en
los cortaderos de ladrillos en Córdoba, es similar a lo que ocurre en relación
a la etnicidad-nacionalidad y el género en el caso de las verdulerías. Los
autores encontraron que: ―las características de ‗los bolivianos‘ -concebidas
como innatas y originadas en ciertas esencias culturales o nacionalesfuncionan a la vez como estrategias de inserción de estos inmigrantes
laborales en el mercado de trabajo, y como categorías clasificatorias de los
mismos al interior del cortadero y de la sociedad receptora‖ (2011: 17). Si
así fuese, la atribución de una valoración positiva de esta imagen como
―buena comerciante‖, como capacidad ―natural‖, puede servir para facilitar
la inserción laboral de dichas mujeres especialmente cuando se da dentro del
mismo sector de comercialización hortícola, y ser así una ―estrategia de
inserción‖ para ellas en un mercado de trabajo en cuya conformación opera
101
un esquema de segregación por género, además de la segregación por
etnicidad-nacionalidad.
De hecho, la predominancia de migrantes mujeres bolivianas en el
sector del ―comercio‖ en Argentina (23,2%) se ve favorecida por género, ya
que supera la presencia que tienen los migrantes bolivianos hombres en este
sector (12,6%), y se ve favorecido también por nacionalidad, ya que también
supera la presencia en este sector de mujeres nativas (15,2%), mujeres
migrantes peruanas (7,6%) y paraguayas (9,9) (Fuente: INDEC Censo
Nacional de Población y Vivienda, 2001; en Cerrutti, 2009b: 37). Según
Cerrutti ―la gran mayoría de estas mujeres trabajan en establecimientos muy
pequeños, en las calles o en hogares privados‖ (Ibid).
Según demuestran los análisis de ambos casos, así como estas cifras,
puesto en juego y funcionando en conjunto con el género en la inserción
laboral de las mujeres bolivianas está la etnicidad-nacionalidad. Nos
preguntaremos entonces, ¿cómo funciona la etnicidad-nacionalidad de los/as
bolivianos/as para su inserción en el mercado de trabajo del lugar de
destino? Para analizar este proceso en relación al mercado laboral particular
de la comercialización frutihortícola minorista en verdulerías, nos es útil
verlo a la luz de procesos similares que han ocurrido en sectores del
mercado de trabajo con concentración de trabajadores migrantes bolivianos
como lo son la producción frutihortícola y la comercialización mayorista de
dicha producción. Estos sectores nos sirven como antecedentes ya que
integran a la misma cadena frutihortícola que funciona en el AMBA y en la
cual están insertos los actores bolivianos de manera predominante desde los
años 1980.
Comparable a lo que se puede observar en las verdulerías, en el
eslabón de la producción frutihortícola la organización en ―grupos
productivos y comercializadores‖ se ordena por relaciones de etnicidadnacionalidad, ya que los que conforman las redes laborales son personas
exclusivamente de origen boliviano. Veamos:
―El objetivo de estos cuasigrupos de familias bolivianas en áreas
hortícolas de la Argentina es alcanzar determinados fines, para lo cual
utilizan los lazos o vínculos ―fuertes‖ (…) o ―débiles‖ (…) con el objeto
de constituirse en un grupo productivo y comercializador, que adquiera
suficiente masa crítica como para convertirse en un colectivo con poder de
102
decisión capaz de imponer sus propias reglas de juego en un área
particular de la producción: reglas que se refieren a la cantidad, calidad y
precio de las mercancías que producen, que les permitan ser competitivos
entre los grupos de productores locales‖ (Benencia, 2008: 11).
En los casos en los cuales se basa este trabajo, funciona un mecanismo de
organización similar, a través de la utilización de los lazos fuertes para
conformar la fuerza de trabajo en los establecimientos dentro del sector de la
comercialización minorista. En ambos casos la puesta en juego de dicho
mecanismo constituye una estrategia para organizar la contratación de la
fuerza de trabajo, siempre por líneas de etnicidad-nacionalidad, lo que
redunda en una mayor competitividad.
III.ii. ¿La comercialización frutihortícola minorista como “nicho”
segmentado por etnicidad-nacionalidad y género?
Aquí se pretende abrir la pregunta, en base a lo analizado, de si la
comercialización frutihortícola minorista puede constituir un ―nicho‖ en un
mercado laboral segmentado por etnicidad-nacionalidad y cómo se da la
inserción de las mujeres en este mercado laboral, si es doblemente
segmentado, además por género. Llevar el análisis al nivel de los ―nichos‖
del mercado de trabajo implica la consideración de la estructura del mercado
de trabajo, y para conectarlo con los casos empíricos es necesario analizar
algunas mediaciones que conectan lo estructural, o macro-social, con el
nivel micro-social, para contribuir a la conformación de un mercado laboral
―disponible‖ para y ―conformado‖ por mujeres bolivianas en la Ciudad de
Buenos Aires.
Primero, la segmentación del mercado laboral que estamos
planteando, en este caso por etnicidad-nacionalidad y por género, implica
que el acceso a las redes y los recursos al alcance de los inmigrantes está
condicionado tanto por su condición de género como por su etnicidadnacionalidad. Es necesario remarcar que dicha división incide en las
experiencias cotidianas vividas y las prácticas institucionales de los sujetos
(Lopez, 1999). La práctica que se da en este sector del mercado de trabajo,
de que los bolivianos que tienen emprendimientos en el mismo sólo empleen
a otras personas de origen boliviano –porque los creen más ―aptos‖ para los
103
trabajos y porque sólo confían en ellos por tener lazos fuertes mientras creen
que las personas que no comparten su adscripción étnico-nacional ni
tampoco lazos fuertes, ―no trabajan bien‖ o que no se puede confiar en
ellos– genera y reproduce la etnicización del sector.
Este reforzamiento de la bolivianidad para adentro se relaciona
además con la discriminación y el estigma ejercidos desde afuera. De esta
manera, Benencia y Karasik (1994) consideran que ―[l]os migrantes
bolivianos –quizás más que otros de países limítrofes- ocupan posiciones
sociales subordinadas en el mercado de trabajo argentino, mientras que en la
vida cotidiana son también objeto de prácticas discriminatorias y
frecuentemente hostiles‖ (Benencia y Karasik, 1994: 291). Como
consecuencia, ―[l]a presencia de fuertes procesos de estigmatización social
en las relaciones con la sociedad receptora promueve la producción y
reproducción de procesos de identificación en el nivel étnico-nacional, como
‗bolivianos‘‖ (Op. cit.: 290).
Frente a la discriminación y desigualdad que experimentan
inmigrantes bolivianos en el lugar de destino y especialmente en relación al
mercado de trabajo debido a su etnicidad-nacionalidad, ésta se convierte en
un eje puesto en juego en la organización de los inmigrantes a través de las
redes sociales. Según remarca Pizarro sobre las desigualdades étniconacionales en el caso de los inmigrantes bolivianos en Argentina, ―es dable
esperar que aquellos inmigrantes cuya alteridad es poco tolerada como es el
caso de los bolivianos, institucionalicen sus redes sociales de parentesco y
paisanaje en organizaciones que les permitan resistir y re-significar la
‗discriminación que sufren‘ por parte de los considerados ‗nativos‘‖
(Pizarro, 2007: 12).
A través de estos procesos, las redes sociales terminan fomentando
la creación de organizaciones de inmigrantes, entre ellas los enclaves de
economía étnicos (Ibid). Como se ha señalado, el enclave étnico, en donde
la fuerza de trabajo inmigrante es dirigida por otros inmigrantes,
―proporciona a los migrantes un nicho protegido de oportunidades para
hacer una carrera con movilidad y lograr su ‗auto empleo‘, lo cual no sería
posible en el mercado de trabajo secundario; esto supone que el enclave
104
étnico moviliza una solidaridad étnica que crea oportunidades para los
trabajadores inmigrantes‖ (Portes y Bach, 1985)‖ (Benencia 2008: 24). Un
aspecto clave de los enclaves étnicos, con respecto a la dinámica de las
relaciones sociales que en ellos se entablan, es que incluyen ―obligaciones
recíprocas‖, las cuales ―explicarían por qué en estas economías las
experiencias producen retornos positivos en capital humano, similares a los
que tienen los trabajadores del mercado de trabajo ‗primario‘‖ (Ibid).
Considerando su organización por líneas de etnicidad-nacionalidad
en un contexto migratorio, la formación y reproducción de los enclaves
étnicos es, al mismo tiempo, una consecuencia y una manifestación de la
segmentación étnica del mercado laboral. En este sentido, los enclaves
étnicos muestran además su ―contracara‖ ya que ―el ingreso a través de las
redes étnicas puede terminar atrapando a los migrantes en relaciones
clientelares que, si bien los ayudan en primera instancia a conseguir empleo,
los ubican en trabajos de bajos salarios, lo que en muchos casos concluye
por generar una relación de explotación encubierta‖ (Benencia, 2009: 17).
Encubierta en la ―solidaridad étnica‖, Benencia sostiene que ―es posible
apreciar que existen quienes se favorecen, los menos, y quienes contribuyen
al éxito de aquéllos, los más, aunque sin gozar de los mismos beneficios‖
(Ibid).
Según el autor, los enclaves étnicos, con su contracara, son una
categoría que se aplica al trabajo inmigrante boliviano en los eslabones de la
producción y la comercialización mayorista, ambos contemplados en la
‗nueva escalera boliviana‘, motivo por el cual son pocos los que llegan a
alcanzar los peldaños más elevados de la misma (Benencia, 2009: 17). Si
bien Benencia sólo llega a estudiar la inserción de inmigrantes bolivianos en
la producción y la comercialización frutihortícola mayorista, sus
conclusiones invitan a plantear preguntas similares sobre la participación de
inmigrantes bolivianos en la comercialización frutihortícola minorista. De
este modo, podemos plantear si los inmigrantes bolivianos en dicho
mercado de trabajo constituyen un fenómeno que puede considerarse,
―desde la perspectiva de la solidaridad étnica y de los mercados de trabajo
segmentados‖, como un enclave étnico, como sí se ha demostrado para el
105
caso de la producción hortícola y su comercialización en mercados
concentradores de distribución mayorista y minorista (Benencia, 2009).
Quedando planteada la pregunta por el mercado de trabajo de las
―verdulerías‖ como un ―nicho‖ dentro un mercado de trabajo segmentado
por etnicidad-nacionalidad, cabe plantear si dicho ―nicho‖ estaría sujeto
además a una segmentación por género. Frente al carácter acotado de mi
trabajo de campo, así como la escasez de antecedentes sobre el tema de otras
investigaciones, no se podrá afirmar una respuesta a esta pregunta. Por lo
tanto, presentaremos algunos antecedentes sobre la participación de mujeres
bolivianas en otros eslabones de la cadena agroalimentaria hortícola que
servirán para iluminar la posibilidad de la segmentación por género. De este
modo, nos acercamos al eslabón de la comercialización frutihortícola
minorista mediante las observaciones de Benencia (2009) sobre cómo se
pone en juego el género y la etnicidad-nacionalidad en el eslabón de la
comercialización mayorista.
En el contexto de los mercados concentradores frutihortícolas, donde
predomina la participación boliviana, el autor da especial importancia al rol
de las mujeres, ya que en los últimos veinte años todos los mercados
mayoristas vivieron importantes cambios en términos de género en tanto se
evidenció una feminización de los sujetos participantes en estos ámbitos
(Benencia, 2009). Como resultado, en la actualidad, ―tanto quienes venden
como quienes asisten a comprar son en su mayoría mujeres, cuando años
atrás las actividades en el mercado consistían en negociaciones entre
hombres‖ y observa que la misma situación ocurre en la comercialización
frutihortícola minorista (Op. cit.: 13). Plantea que, al ser ―tradicionalmente
reconocida como muy buena comerciante‖ (Ibid), la mujer boliviana es
incorporada como una estrategia de los migrantes bolivianos en la
horticultura, especialmente en las actividades de transacción que se realizan
en el sector.
La feminización de este eslabón, señalada por Benencia, nos abre la
posibilidad de preguntar por una emergente feminización de la
comercialización minorista. Se propone esta comparación porque ambos
tipos de establecimientos –los ‗nuevos mercados‘ bolivianos y las
106
verdulerías- conforman mercados de trabajo segmentados por etnicidadnacionalidad, siendo de inmigrantes bolivianos, y ambos eslabones
constituyen a la cadena de comercialización frutihortícola. Dado ésta y otras
similitudes entre los dos sectores, al adquirir una mayor presencia en el
espacio de los mercados mayoristas las mujeres bolivianas, y el hecho de
que su participación allí sea valorada positivamente (Benencia, 2009),
podemos plantear la posibilidad de un patrón emergente de este tipo en la
comercialización minorista en las verdulerías.
Para analizar si un nicho está segmentado por género, de manera que
favorezca la inserción de las mujeres, si bien es clave poder observar una
importante presencia de mujeres en el mismo, es imprescindible explorar de
qué manera opera la selectividad por género en la inserción de las mismas
en dicho mercado. Según Cerrutti, la segregación ocupacional por género
―es aún más significativa en el caso de las mujeres inmigrantes. Ellas tienen
un acceso mucho más limitado a las oportunidades laborales y se encuentran
restringidas a un número aún más pequeño de ‗nichos‘ ocupacionales, en
general de baja calificación‖ (Cerrutti, 2009a: 49). En comparación con las
mujeres inmigrantes de otros países limítrofes y del Perú en Argentina, las
mujeres bolivianas ―presentan una inserción económica en un número más
amplio de sectores de actividad‖, y existe
―una significativa proporción de ellas (…) en el comercio al por menor
(23%), en la industria manufacturera (14%) o en actividades agropecuarias
(13%). (…) Posiblemente esta mayor dispersión sectorial de las
trabajadoras bolivianas se vincule a su participación en actividades
económicas de tipo familiar y a la mayor dispersión geográfica de este
grupo de inmigrantes. Vale la pena mencionar que para ellas el acceso al
servicio doméstico es más limitado, sólo 27% trabaja en dicha ocupación.
Ya sea por su propia elección, es decir por su preferencia a desarrollar otro
tipo de actividades –como es el caso de comercio, de la producción
frutihortícola, o en talleres de confección- o debido a la preferencia de los
empleadores, el servicio doméstico no se ha constituido como un típico
nicho de actividad para las trabajadoras bolivianas‖ (Op cit: 49-50).
Así como señala Cerrutti, en los casos contemplados en esta tesis, la
concentración de mujeres bolivianas en el comercio por menor, como lo son
las verdulerías, se debe a su propia preferencia por sobre actividades en
otros sectores ―disponibles‖ para ellas, y a una preferencia de los
empleadores ya que en este ―nicho‖ se busca activamente mano de obra
107
boliviana y existe una alta preferencia por las mujeres ya que se considera su
―buen desempeño‖ (Benencia y Karasik, 1994: 280). De esta manera, se
observa cómo una imagen de las mujeres bolivianas –desde adentro y desde
afuera– como buenas trabajadoras y buenas comerciantes contribuye en las
preferencias –de ellas y de sus empleadores– facilitando su inserción en el
mercado de trabajo de las verdulerías.
******************************
En este capítulo se brindó una presentación de ambos casos
empíricos contemplados en este trabajo. Se explicó la estructura y
funcionamiento de la red, cómo está constituida y cómo se vincula con el
ingreso al mercado de trabajo bajo estudio. El primer caso fue una red
laboral y migratoria no familiar, mientras el segundo caso fue una red
migratoria y laboral familiar, caracterizada esta última por lazos más fuertes
que en el primer caso debido a que todos los integrantes comparten lazos de
parentesco y no sólo laborales. Dentro de la contextualización de cada red,
se presentaron los integrantes más relevantes para este estudio y su
articulación con la red, mediante la reconstrucción de sus trayectorias
laborales y migratorias. Esto permitió analizar desde una perspectiva de
género y de etnicidad-nacionalidad cómo las mismas funcionan de manera
conjunta con la construcción de una imagen de las mujeres bolivianas como
buenas comerciantes para facilitar su inserción en este sector.
En base la presentación y el análisis de ambos casos, se pudo abordar
cómo lo visto sobre las trayectorias laborales y migratorias y las redes en los
dos casos da cuenta de la conformación particular de este mercado de
trabajo, en clave de género y etnicidad-nacionalidad, especialmente la
etnicidad-nacionalidad como bisagra para la inserción en este sector. De esta
forma se abrió la posibilidad de plantear si la comercialización frutihortícola
minorista constituye un ―nicho‖ en un mercado laboral segmentado por
etnicidad-nacionalidad y qué rol representan las mujeres en este mercado
laboral segmentado también por género.
108
Capítulo 3: Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de
las verdulerías
Este capítulo se centra en el análisis de las verdulerías como lugares
de trabajo y las relaciones sociales que allí se entablan. En base a nuestros
dos casos empíricos, nos adentraremos en el análisis de las dinámicas de
poder y las dimensiones de género y etnicidad-nacionalidad que se ponen en
juego en la organización de la fuerza de trabajo y en las relaciones sociales
en las ―verdulerías‖. En el análisis de las relaciones sociales que se
desarrollan en estos lugares de trabajo, emergieron cuatro ejes principales
que se aplican a los dos casos, y cuya consideración ayudará a entender las
dinámicas particulares de cada uno y rescatar las diferencias y similitudes
entre ambos. Los ejes son los siguientes, y se manifiestan de diferentes
maneras y en diferentes grados en los dos casos: la explotación laboral, el
―control‖ en el lugar de trabajo, la imbricación del ámbito productivo con el
ámbito reproductivo, y los actos de resistencia y obediencia y sus
expresiones mixtas de parte de las trabajadoras. Luego, en base a los casos
presentados, consideraremos desde una perspectiva comparativa los
diferentes tipos de emprendimientos y cómo se vinculan con la organización
de la fuerza de trabajo y las dinámicas de las relaciones laborales.
En el capítulo dos se vio cómo las trayectorias laborales y
migratorias de los sujetos que se desempeñan como verduleras/os y las
redes sociales en las cuales se articulan contribuyen a la conformación del
mercado de trabajo de las verdulerías. Ahora bien, ¿por qué nos
proponemos analizar qué ocurre adentro de los diferentes tipos de
establecimientos que forman parte de este mercado de trabajo?
En el contexto de las prácticas laborales de trabajadores del Mercado
Frutihortícola de la Colectividad Boliviana de Escobar, Pizarro (2007)
subraya la importancia de analizar las relaciones de poder dentro de las
organizaciones de inmigrantes, como lo son las redes sociales, los enclaves
de economía étnicos y las instituciones ‗formalizadas‘, remarcando que, si
bien en las primeras etapas de la migración, dichas instituciones se
consideran ―una manera de resistir la ubicación subalterna de los
109
inmigrantes en los mapas identitarios hegemónicos de las sociedades de
destino‖, lo que nos permitirá ―complejizar el análisis de los procesos de
discriminación‖ es un estudio detallado de las prácticas al interior de estas
instituciones (Pizarro, 2007: 12). Si bien desde afuera dichas instituciones
―articulan alrededor del ser ‗inmigrante extranjero‘ a un colectivo social que
se pretende homogéneo frente a otro conformado por los ‗nativos‘ de la
sociedad de residencia‖, en su interior son heterogéneas en términos de
etnicidad, clase, edad, región y género. Es por este motivo que las mismas
―no están exentas de producir en su interior diversas formas de
‗discriminación‘, ‗abuso‘ y ‗explotación‘ ‗entre paisanos‘‖ (Ibid).
Siguiendo esta propuesta para el análisis de las relaciones de poder
al interior de las organizaciones de inmigrantes, y especialmente las redes y
las verdulerías aquí analizadas, considero relevante además el aporte de
Pedone (2006) sobre el carácter fundamental de la perspectiva de género en
el análisis de las relaciones de poder que se ponen en juego dentro de las
redes sociales en el marco de la migración. De acuerdo a la propuesta de
Pedone, mientras se van consolidando las redes sociales emerge en ellas
―una serie de relaciones de poder que le otorgan cierta verticalidad e
intervienen en la selectividad de los futuros migrantes (Gurak, Caces,
1998)‖ (Op. cit.: 102). Por este motivo, la autora considera necesario ―tener
en cuenta los diferentes tipos de roles que los propios migrantes definen
para que las redes presenten relaciones de verticalidad y horizontalidad‖, ya
que ―[e]sta configuración del poder le otorga sentido a ciertas trayectorias
socioespaciales donde diferentes actores se constituyen en ‗autoridades‘
que, si bien, en una primera instancia, facilitarían el primer aterrizaje, el
acceso a la vivienda y al trabajo, su poder les permite poner en práctica
ciertas estrategias migratorias que los ayuden, en forma individual, a
mejorar su situación económica más rápidamente en la sociedad de llegada‖
(Ibid). En el estudio de la configuración de poder dentro de las redes, es
necesario adoptar una perspectiva de género para ―distinguir las estrategias
de dominación dentro de las redes migratorias‖ así como ―analizar el
carácter que asumen las relaciones de género y generacionales en el interior
de los grupos domésticos en el marco de la migración internacional‖ (Ibid).
110
Si bien Pedone se centra en las relaciones de poder dentro de las
redes sociales y los grupos domésticos específicamente, en ambos casos
aquí estudiados, y como se verá a continuación, existe una importante
imbricación entre las relaciones en las redes sociales y las relaciones en los
lugares de trabajo, por lo cual es imprescindible considerar las relaciones
sociales en los lugares de trabajo en tanto éstas están enmarcadas en las
relaciones al interior de las redes sociales, y, para esta tarea, las perspectivas
propuestas por Pizarro y Pedone permitirán un análisis más integral. Es por
este motivo que Pizarro (2010) considera importante explorar ―cómo
mediatizan los condicionamientos estructurantes de los esquemas de
segregación y de las redes sociales que estructuran las relaciones laborales,
ya sea consintiendo o confrontándolos‖ (Pizarro, 2010: 4). Los aportes de
esta autora constituyen una relevante e importante fuente de información
para nuestro análisis debido a que están basados en sus investigaciones
sobre las relaciones sociales en otros tipos de emprendimientos étnicos
pertenecientes a inmigrantes bolivianos que representan otros eslabones de
la misma cadena agroalimentaria hortícola en la cual se concentra mano de
obra boliviana en Argentina: la producción hortícola (Pizarro, 2010) y un
mercado concentrador hortícola de la Colectividad Boliviana (Pizarro,
2007). Por lo tanto, se apelará a estas importantes miradas al adentrarnos en
nuestro análisis del tema propuesto.
Por último, como herramienta para el análisis de las articulaciones de
los clivajes de género y etnicidad-nacionalidad en las relaciones sociales que
se entablan en las ―verdulerías‖, buscaremos, como propone Torres,
―interpretar la heterogeneidad que caracteriza a los trabajadores y sus
ambientes sociales, atravesados por diferencias de género, edad, clase social,
jerarquía y amistad‖ (Torres, 1997: 14). Al mismo tiempo, se pretenderá
―conocer la diversidad de las condiciones de vida a que están sujetos, las
solidaridades que se prestan entre sí, con los patrones, [y] los compromisos
que se reflejan en las rutinas de trabajo‖ (Ibid), dando cuenta de la
dimensión simbólica de las relaciones sociales que se entablan en los lugares
de trabajo (Reygadas, 2002). En este sentido, se analizarán las relaciones
entre trabajadoras y patrones según experimentadas por los actores, y las
111
estrategias de dominación de parte del patrón y de resistencia y/o obediencia
de parte de las trabajadoras en sus lugares de trabajo, frente a las relaciones
de desigualdad que estructuran dicho contexto.
I. Primer caso: Establecimiento de tipo empresarial
I.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización de
la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo
La organización de la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo debe
ser pensada en función del contexto de la red en la cual está inserto el
emprendimiento y el tipo de establecimiento en donde se entabla dicha
organización. Como se vio en el anterior capítulo, la red considerada en este
primer caso es una red social migrante no familiar, integrada por el dueño de
tres verdulerías y los/as trabajadores/as que en ellas brindan la mano de
obra. Aunque algunas de las trabajadoras comparten lazos de parentesco
entre ellas, los vínculos que determinan la caracterización del tipo de red no
son de tipo familiar, ya que el lazo entre la autoridad de la red –el dueño- y
las trabajadoras no es de tipo familiar sino laboral.
Este tipo de red social migratoria se vincula con el tipo de
establecimiento que son las verdulerías contempladas en este caso, ya que al
no ser una red familiar la que provee la mano de obra en los
establecimientos, éstos dejan de ser establecimientos familiares, siendo en
cambio establecimientos de tipo empresarial con una relación de ‗patrón‘ y
‗empleadas‘. Aunque no comparten un lazo de parentesco, sí los une la
cuestión étnico-nacional y la etnicidad indígena quechua. El hecho de ser un
emprendimiento étnico debe ser considerado porque incide en la
organización de la fuerza de trabajo y en las relaciones sociales que se
entablan en los lugares de trabajo. Para poder abordar las relaciones sociales
es necesario primero describir la organización de la fuerza de trabajo,
incluyendo los roles y responsabilidades de los sujetos que allí intervienen,
desde una perspectiva de género y de etnicidad-nacionalidad.
El dueño de los negocios tiene tres establecimientos que funcionan
según la misma lógica y reglas. En cada uno trabajan entre dos y tres
112
mujeres empleadas que son las mismas integrantes de la red ya presentadas.
Son un total de siete a nueve empleadas al mismo tiempo que rotan entre las
diferentes verdulerías, en general trabajando en un mismo local durante un
promedio de uno a tres años y sólo cambian en los casos de que se va una
empleada, cierra un local o cuando ellas mismas piden el paso a otro local.
El patrón tenía dos verdulerías en el barrio de Nuñez y uno en Colegiales y
en el pasado tenía otra en Belgrano R que ya cerró.
Los negocios abren siete días a la semana y las mujeres empleadas
trabajan de lunes a sábado todos los días, y los domingos -como sólo abren a
la mañana- rotan quién va a trabajar y cada una va cada dos o tres domingos.
Con respecto a los horarios que cumplen de lunes a sábado, en una
conversación que tuve con Juliana en la verdulería, me relató que:
Ellas llegan al negocio a las 7am. Abren la persiana para acomodar afuera
y las dos primeras horas limpian. Si llega alguien, tiene que atenderlo pero
en teoría empiezan a atender a las 9am. A las 9pm cierran y se van
―rapidísimo, corriendo‖ me dice riéndose. No limpian a la noche, lo dejan
para la mañana siguiente, así ―llegamos más rápido a casa‖ a la noche
(Notas de campo, 16 de octubre de 2009).
Durante la jornada diaria, como parte del acuerdo laboral, las empleadas
reciben su almuerzo caliente. Me cuenta Yésica que:
Acá solo hay una comida ―si tiene tiempo‖ durante el día y a la noche no,
nunca. La hermana del jefe cocina en un lugar cerca de la verdulería me
dijo y se lo llevan al negocio todos los días. ―¿Entonces sí almuerzan?‖, le
pregunto, porque me había parecido que no, y me dice ―sí, pero no a la
hora que uno debería‖ (Notas de campo, 7 de noviembre de 2009).
Con respecto a los roles y responsabilidades que cumplen en el
funcionamiento del establecimiento, éstos nos sirven para poder analizar
cómo inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en las relaciones
laborales. Las responsabilidades de los diferentes sujetos que intervienen en
el lugar de trabajo se veían claramente divididas por género. Las
responsabilidades del dueño y su asistente, Álvaro, eran: llevar la verdura al
local desde una quinta, ―no del mercado‖, por eso ―es más fresco‖, mientras
algunas frutas y otras cosas producidas en el interior sí los llevan desde el
mercado, pero esta tarea le corresponde al patrón no a las empleadas
―verduleras‖. El dueño tiene camión y ayudante para realizar estas tareas.
113
En referencia a las tareas que realizaban estas dos personas -los
únicos hombres que están involucrados en el lugar de trabajo-, tuvimos la
siguiente conversación con María sobre el ―trabajo pesado‖, cosa que ella ya
no debía realizar por una condición de salud:
Ella decía que no puede hacer más ―trabajo pesado‖ y le pregunto si no les
puede decir a las otras que ella esas cosas no las puede hacer. ―No‖, me
dice, ―porque ¿quién lo va a hacer?‖ Aprovecho para preguntar quiénes
son los dos hombres y qué hacen ellos. ―No, ellos hacen otras cosas‖, me
dice. ―¿Uno es el dueño?‖, le pregunto. ―Sí, es el dueño‖, responde. ―¿Y el
otro?‖, pregunto. ―Ese es un empleado también‖ pero ―hace otro tipo de
cosas‖, me responde. ―¿No hacen el trabajo pesado, eso lo hacen
ustedes?‖ le pregunto, y me responde que ―ellos sí bajan los cajones del
camión a la vereda, pero nosotras tenemos que subir y acomodar todo‖.
(Notas de campo, 20 de junio de 2009).
En base a este registro, se puede interpretar que María valora ambas tareas,
las de los hombres y las de las mujeres, en la verdulería como ―trabajo
pesado‖—tema que emergerá con mayor detalle en el siguiente apartado.
Así, las responsabilidades de las mujeres consisten en subir la
mercadería al local una vez depositada en la vereda por el patrón y su
ayudante que la llevan al local en camión, y acomodarla, entre otras tareas
que incluyen: atender a los clientes incluyendo hacer las cuentas y cobrarles
y llevar la caja, llevar registro de la mercadería que tienen, mantener/cuidar
la mercadería incluyendo revisarla y sacar la que no se encuentra en buen
estado varias veces por día, limpiar el local, hacer las entregas a domicilio
de la mercadería a particulares en el barrio caminando, abrir el negocio a la
mañana y cerrarlo a la noche. Se turnan para hacer las entregas a domicilio
porque ―no le gusta a ninguna‖ y prefieren ―quedarse en el local‖. Las
nuevas empleadas aprenden de las empleadas que ya trabajan ahí todas las
tareas a realizar incluyendo cómo moverse por el barrio para realizar las
entregas a domicilio, ya que ―los primeros meses no sabes hacer nada‖
(Yésica).
Cuando no están realizando alguna de estas tareas, las mujeres
aprovechan el tiempo en el trabajo para hablar entre sí, muchas veces en un
pequeño ambiente privado separado del lugar de atención por una estantería
y una sábana que cuelga desde el techo, o sentadas sobre la mesada mirando
la televisión que está en un entrepiso, o hasta lavando ropa para no hacerlo
114
en su casa en su único día libre. Nunca las vi a las mujeres arriba, en el
entrepiso donde estaba el televisor. En cambio, cuando pasaba más tiempo
en el local Álvaro, él sí subía al entrepiso para descansar y mirar televisión.
Ellas eran las primeras en línea para atender a los clientes, y siempre estaban
más ―a mano‖ en caso de que llegara algún cliente.
Con respecto a lo visto, ¿cómo podemos considerar que influye el
género en la organización de la fuerza de trabajo en las verdulerías que tiene
este patrón? En cuanto a lo visible, todas las personas que trabajan de
―verduleras‖ en los negocios son mujeres, esto quiere decir que las personas
que trabajan en la venta directa de productos atendiendo a los clientes y no
en otras tareas menos visibles relacionadas con la verdulería, son mujeres.
La excepción es el ayudante del dueño, Álvaro, quien, cuando fue necesario
en una época, dejó de acompañar al jefe con el traslado de los productos y
empezó a estar en el negocio con las empleadas mujeres. Según me explicó
Yésica: ―él ayuda ahora que se fue María‖, pero que ―antes no ayudaba‖. Si
bien él estaba en el negocio con ellas mucho más tiempo que antes, por el
discurso de las mujeres, el rol que tenía él dentro de la verdulería se
concebía como ―ayuda‖, no como trabajador par. De hecho, él fácilmente
podría estar arriba escuchando música, mirando televisión o ausente del
negocio y aparecería cuando hacían falta más personas para atender a los
clientes, pero no estaba de manera permanente atendiendo, o presente en la
parte del negocio que da al público. Este rol menos visible y de menor
responsabilidad y que permite mayor tiempo de dispersión también demarca
una diferenciación interna de género, en donde es la mujer la que más
trabaja, tiene un rol más visible y lleva más responsabilidad—contribuyendo
y reforzando una imagen como ―buena trabajadora‖ y ―buena comerciante‖.
I.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías:
emprendimientos de tipo empresarial
Con respecto a las relaciones laborales que se entablan en el lugar de
trabajo de este caso, las relaciones de dominación/subordinación son
especialmente marcadas ya que las mujeres trabajan en una relación de
dependencia muy compleja. En mis intercambios con las mujeres se repite
115
una serie de temas relacionados a cuestiones de poder y resistencia, sobre
todo entre el ―jefe‖ y las trabajadoras. Dichos temas se pueden alinear en
cuatro ejes centrales, interrelacionados entre sí, que se articulan para
demostrar diferentes formas de explotación y control de parte del patrón, así
como de subordinación mezclada con resistencia, conciencia y agencia de
parte de las trabajadoras en su relación laborales.
El primer eje se trata de la explotación que caracteriza la relación de
trabajo, y cómo esta relación se construye sobre una imagen generizada y
etnicizada de las mujeres bolivianas como ―buenas‖ trabajadoras, en tanto
atributo ―positivo‖ que termina siendo funcional a la perpetuación de su
explotación. Este eje pone el foco sobre la idea del ―trabajo duro‖ o
―pesado‖ que realizan las mujeres migrantes de Bolivia y sus discursos que
denotan las percepciones que ellas mismas tienen al respecto:
María me dijo que sí abren los domingos, sólo a la mañana y que turnan.
Ella no va todos los domingos, solo cuando le toca. Si no le toca, la pasa
en la casa ―haciendo fiaca‖, en la cama, a veces sale a pasear pero por lo
general se queda en la casa porque ―trabajo tanto en la semana que los
domingos no me dan ganas de salir‖. Me dijo que en esos momentos
siempre está con las otras chicas en la casa, pero a pesar de tenerlas a
ellas, extraña ―la vida de allá‖ y a su familia. Pregunté si podía convencer
a una hermana de venir. ―No‖, me dice, ―no, porque allá la vida es
mejor‖. Cuando le pregunto por qué, me cuenta que allá ―uno es libre‖,
acá uno no es libre, que tienes que trabajar muchas horas todos los días
casi, allá no, trabajas pero después si no tenés ganas no trabajas, podes
hacer otras cosas en el día, o no trabajar algunos días (Notas de campo, 24
de abril de 2009).
María me contaba que todos dicen que allá en Bolivia no hay trabajo y
acá sí pero ―no es tan así‖. Acá también hay trabajo pero ―no muy
bueno‖. La verdad que la diferencia del pago no es tanto, me dice, acá
―tampoco ganas tan bien‖ y ―tenés que hacer trabajo pesado‖ y ―trabajar
mucho‖ (Notas de campo, 20 de junio de 2009).
Como se vio en el análisis del anterior capítulo sobre la construcción
social, en términos de género y etnicidad-nacionalidad, de las mujeres
bolivianas como ―buenas trabajadoras‖, los comentarios de María así como
de otras de las verduleras de este caso, aparecen vínculos entre la
explotación laboral y el ser boliviano/a, ser mujer y el ―trabajar duro‖. Por
un lado se puede interpretar que María y sus compañeras consideran el
trabajo en la verdulería como ―trabajo pesado‖ en parte porque venían de
trabajar en un contexto familiar no asalariado, donde la mayoría de su fuerza
116
de trabajo era considerada una ―ayuda‖ a los padres, como se vio en sus
trayectorias laborales en el capítulo 2. Sin embargo, al nivel del discurso es
importante notar que en estas valoraciones las mismas mujeres incorporan el
discurso de ―trabajar duro‖, que, en un contexto de explotación laboral, se
considera sinónimo de ser ―buenas‖ trabajadoras y que esto retroalimenta y
justifica el estereotipo del boliviano/a trabajador. La autora Pizarro explicita
este vínculo entre la etnicidad y la explotación: ―los procesos de selección y
los mecanismos de contratación de los trabajadores favorecen a aquellos que
utilicen su equipamiento étnico-racial, re-creando ciertas características que
se supone que tendrían por el hecho de ser bolivianos y que son funcionales
a la lógica de explotación del sistema‖ (Pizarro et al, 2011: 18).
La interpretación de Pizarro et. al. trae a la mente la conversación
que tuve con Juliana cuando se fue María sobre si el jefe buscaría un
reemplazo, en la cual además de contarme que ―los trae de allá‖ porque ―no
quiere gente de acá‖ porque ―no sabe trabajar‖, como ya relaté en el último
capítulo, conversamos sobre lo siguiente:
Dijo Juliana cuando le pregunté si iban a reemplazar a María con otra
persona, que no, que quedan ellas dos nomás, porque ―el mínimo para
atender el negocio‖ son dos personas entonces ―él aprovecha‖, me dice.
Para nosotras ―es mucho más trabajo‖. Cuando estaba María ―estábamos
más tranquilas‖, hacíamos las cosas y limpiábamos más rápido entre tres.
―Ahora estamos todo el día trabajando‖, pero mi jefe, cuando María se
fue a él le convino. Él estaba aliviado porque le conviene pagar sólo a
dos. Tres era un poco mucho, como el mínimo son dos nomás (Notas de
campo, 16 de octubre de 2009).
La opinión del dueño de la verdulería, en base a lo relatado por
Juliana, nos demuestra cómo el patrón co-nacional ―aprovecha‖ esta imagen
―positiva‖ -etnicizada y generizada- de ―buena trabajadora‖ para reforzar
prácticas explotadoras, y hasta quizás en mayor grado, cuando ambos,
patrón y trabajador, son de una misma etnicidad-nacionalidad (Scott, 1985:
260). En estos casos
―[las] mismas adscripciones étnico-nacionales sirven de base a la
justificación y naturalización de una inserción laboral sumamente
precaria, donde con frecuencia la apelación a supuestas aptitudes
naturales para el trabajo duro oscurece el hecho de que las mismas
dependen más de las pautas de juego del mercado laboral y de la
adecuación del trabajador a ciertos estereotipos que de un supuesto
conjunto de cualidades inherentes a los trabajadores‖ (Pizarro et al, 2011:
29).
117
Estos sentimientos, demostrados en los relatos de las mujeres
interlocutoras y analizados en el estudio de Pizarro et. al., son compartidos
por otras mujeres y hombres bolivianas también, lo que quedó demostrado
en conversaciones con las interlocutoras. Por un lado, en una conversión con
María, en relación al rubro de la costura –o la confección textil- ella relató
una anécdota iluminadora sobre la explotación laboral en los sectores
etnicizados. Su primo, a quien ―lo trajo una tía de él para trabajar en su
taller‖, tenía que trabajar siete días a la semana y ganaba 300 pesos por mes.
―No podía salir, no podía hacer nada‖ y ―decidió volver‖, sobre lo cual
reflexionó María: ―imaginate, se lo hizo a su propio sobrino‖. En cambio,
aclaró que en este mismo rubro ―los chinos te tratan y pagan bien‖, pero
cuando no son buenas condiciones ―es cuando trabajas para los paisanos‖.
Contó que ―los paisanos van allá‖ [a Bolivia] y reclutan a ―chicas jóvenes‖ y
las traen y les pagan muy mal, opinando que ―esas chicas no tienen que
decir que sí‖ cuando se les ofrece para venir a trabajar acá (Notas de campo,
20 de junio de 2009). En este discurso, mientras se asocia un maltrato
laboral con el patrón boliviano, el trabajar para ―chinos‖ se asocia con un
mejor trato laboral, ya que al no pertenecer a la misma etnicidadnacionalidad ni tampoco a la misma red migratoria en la cual actúan las
mujeres migrantes, no se darían las condiciones para el enclaustramiento de
una red endogámica como sí ocurre en los trabajos con ―compatriotas‖, y
especialmente cuando se trata de relaciones de parentesco (Herrera Lima,
2007).
Por otro lado, en una conversación que tuve con Mónica, María y
una ―amiga‖ de ellas –Daisy- que estuvo visitándolas en la verdulería, la
amiga, quien también es de origen boliviano pero ya llevaba 28 años en
Argentina cuando yo la conocí, fue muy crítica de sus ―paisanos‖ en varios
aspectos:
Cuando Daisy primero vino a Argentina se puso a trabajar en casas,
limpiando, limpiaba baños. Cuando iba a Bolivia le contaba a la gente que
no es como dicen todos, que acá ganas re bien. Ella decía que no, que ella
limpiaba baños y casas y a la gente no le gustaba escuchar eso,
especialmente a los hermanos que también habían migrado. Dice que
todos los que vuelven a Bolivia cuentan ―cuentos de hadas‖, cuentan
cosas buenas sobre Argentina que ―no son verdad‖. (…) Decía que nada
118
que ver cuando tú vienes con lo que te contaron, pensás que vas a ganar
mucho dinero. Pero cuando llegas encontrás que ―hasta tus propios
compatriotas te explotan‖, te hacen trabajar 18 horas y ―ni te dan el
almuerzo‖, dijo Daisy. (…) Comentó que los compatriotas y los mismos
parientes son los que ―más te van a explotar‖, y María y Mónica
contestaron repitiendo ―sí, sí‖. Daisy dijo que acá si vas a pedir algo a ―un
paisano‖, hasta un huevo ―no te lo da‖. Dijo no saber por qué es así,
porque en Bolivia no es así, sí te dan, pero ―¿por qué acá no?‖ Las chicas
le daban la razón, diciendo ―sí, sí‖. Mónica dijo, ―los ajenos te dan más‖ y
Daisy dijo que sí (Notas de campo, 27 de febrero de 2010).
Los relatos de las interlocutoras son relevantes además en tanto se
observa en ellos un fenómeno que Benencia y Quaranta (2006a) analizaron
en otro sector del mercado de trabajo que concentra a trabajadores de origen
boliviano: la producción frutihortícola. Allí, los productores, al igual que el
dueño de las verdulerías en este estudio, cuando contratan mano de obra
permanente ―muchas veces recurren a trabajadores de su misma
nacionalidad, muchas veces sin documentos del país receptor, y la
modalidad de contratación corresponde a la de asalariados no registrados‖
(Benencia y Quaranta, 2006a: 95), lo cual ―permite un uso flexible del
trabajo al interior de la explotación, por ejemplo, evitando descansos y
jornadas de trabajo de duración determinada‖ (Op.cit.: 97). Si bien en este
caso las mujeres trabajan de 14 a 15 horas diarias en lugar de 18 y sí les
―dan almuerzo‖, las demás características nombradas como correspondientes
a una situación de explotación laboral entre co-nacionales en un
emprendimiento étnico en un mercado de trabajo etiquetado sí se cumplen.
El segundo eje que considero central es cómo, además de la
explotación laboral, en el ambiente laboral mismo, por más que esté
presente o no la figura del ―jefe‖, existe cierto ―control‖ sobre las mujeres
que toma la forma de censura y que se manifiesta en el miedo a hablar y el
silencio. El miedo a hablar en el trabajo en general, y sobre todo cuando está
presente el dueño del negocio y/o su ayudante, se vio materializado en que
las mujeres dudaban en dar información sobre ellas mismas y su situación
laboral, así como sobre su jefe y su trayectoria laboral y migratoria. En mi
primera entrevista con una de las mujeres verduleras, de 18 años de edad, y
quien llevaba dos años trabajando en el negocio, quedó evidenciada la
dificultad para hablar de temas referidos al dueño del negocio:
119
Entrevistadora: ¿Ustedes son las dueñas de las tres verdulerías?
María: No, no somos las dueñas. Hay otro dueño.
E: ¿El dueño de dónde es? ¿De acá?
M: No, no sé, no creo…. Creo que puede ser de Bolivia… (Se puso
incómoda y empezó a rayar una hoja, mirando para abajo, y no me
contestó más nada). (Notas de campo, 14 de abril de 2009).29
Un tiempo después, las mujeres trabajadoras empezaron a compartir
más información, demostrando más confianza, pero aún así es notable la
diferencia entre sus comportamientos cuando estaba el dueño y cuando no
estaba:
Yo estaba con Yésica y Juliana y después apareció María. Me ofrecieron
una mandarina, después una banana, comíamos y hablábamos. Me dieron
fruta para comer allí y también para llevar, e insistían que la aceptara,
diciendo que ellas ―siempre comen‖, ―todo el tiempo‖ ahí, ―agarran y
comen‖ mucha fruta. Después llegaron los dos hombres -el jefe y su
asistente- y las mujeres cambiaron su atención a los clientes que habían
llegado y yo quedé sola sentada sobre un cajón en la vereda. Esta vez fue
muy abrupto el cambio, pero me hace dar cuenta que otras veces pasó lo
mismo por el mismo motivo y no me había dado cuenta. Al llegar el
dueño, desaparece la actitud abierta y relajada de las mujeres (Notas de
campo, 20 de junio de 2009).
Si bien, en la presencia del patrón, las trabajadoras se portan de manera muy
diferente, no aclaran que es por eso. Este hecho nos hace plantear una
pregunta por si el silencio significa que el ―control‖ que ejerce el patrón está
incorporado en el comportamiento y naturalizado en las mujeres en el lugar
de trabajo o si su no verbalización simplemente es otra expresión del mismo
―control‖ que ejerce sin significar que las mujeres no tengan conciencia de
lo mismo (Torres, 1994).
En cambio, la presencia del asistente del dueño, Álvaro, no censura
tanto como la del dueño. De hecho, hacia fines del año 2009, una de las tres
trabajadoras volvió a Bolivia, momento a partir del cual Álvaro dejó de
acompañar al dueño en sus recorridos y empezó a trabajar más tiempo en la
verdulería. Este momento marcó un cambio en el efecto que tuvo la
presencia de Álvaro sobre las formas de relacionarse conmigo las mujeres
trabajadoras. Ahora que no está acompañado por el dueño, sino solo con las
mujeres, su presencia censura menos que antes, cuando iba con el jefe. Por
29
La transcripción de esta entrevista no es textual, sino una reconstrucción de la entrevista
en base a los apuntes que tomé durante la misma.
120
ejemplo, a pesar de que esté él, Juliana se quedó hablando conmigo mucho
tiempo mientras Álvaro atendía a los clientes que llegaban.
Juliana estaba adentro, me vio y al minuto salió para saludarme y
quedarse a charlar conmigo en la vereda por más de una hora en un lugar
en donde a veces hablaba con María, el carrito con carbón en la vereda. El
que está es tu compañero de trabajo, no? -le pregunto. Sí, me dice. Pero
no es el jefe, no? No, me dice, el jefe estuvo pero se fue hace un ratito.
Siempre viene los sábados, antes de irse a la quinta (Notas de campo, 7 de
noviembre de 2009).
Al generarse mayor confianza en la relación con Álvaro, hecho que
corresponde a su incorporación como empleado dentro del local, las mujeres
dijeron que él dejó de ser tan ―tímido‖, y con el pasar del tiempo se lo veía
hablar más con las mujeres, siempre en quechua. Sin embargo, a pesar de
dicha confianza que le permitió hablar conmigo de manera informal en el
negocio cuando iba de visita, Juliana reconoció explícitamente que no
podría realizar la entrevista más formal que yo le pedía para mi trabajo de
campo en el lugar de trabajo.
Más allá del hecho de que la imposibilidad de hablar en el lugar de
trabajo obstaculice la recolección de datos en este caso, también esto mismo
es revelador en sí, ya que señala la existencia de cierto ―control‖ ejercido
por el patrón que se manifiesta en el miedo a hablar y el silencio. Sin
embargo, retomando la pregunta planteada arriba, y como nos recuerda
Torres inspirado en Baudrillard: ―el casi forzado silencio de las masas […]
produce una imagen falsa y parcial de ignorancia y pasividad‖ (Torres,
1997: 30). De acuerdo a esta afirmación, por más que las trabajadoras no
hablen en lugares públicos o donde los pueda escuchar el ―dominante‖, esto
no significa que no estén concientes de su subordinación y explotación, ni
que la acepten con pasividad ni inevitabilidad.
El tercer eje que rescato sobre las relaciones sociales en el lugar de
trabajo es la imbricación entre las relaciones de dominación/subordinación
que se dan entre el dueño y las trabajadoras en el lugar de trabajo y en el
ámbito extra-laboral, fenómeno que se ve acentuado en parte porque todas
conviven en una misma casa, lo que constituye parte del acuerdo laboral.
Dichas relaciones están manifiestas en los discursos de las mujeres, a veces
contradictorios, sobre la falta de tiempo libre y la dificultad de salir de su
121
casa en el poco tiempo libre que tienen. El tema de no ―salir‖ surgió en mi
primera entrevista con María, poco después de haberlas conocido:
E: ¿Qué es algo que te gusta de acá?
María: Mmm, no sé, porque nosotras no sabemos salir. (Notas de
entrevista, 14 de abril de 2009).30
Si bien desde el principio se habló de que no salen, a lo largo de mis
intercambios con ellas, existieron varias concepciones de ―salir‖: el ―salir‖
de noche a fiestas y recitales, o el salir de la casa para ―pasear‖ un domingo.
Sobre la primera, queda evidenciada en los siguientes relatos que lo hacen
muy poco o nunca:
Bandas vienen de Bolivia más o menos una vez por año, tocan en ―Magia
Boliviana (Bailable)‖, un boliche en Liniers. María fue a ver a la última
banda que vino y ahora va de nuevo a ver a Kjarsak del género musical
llamado ―folklórico‖. Sale 50 pesos la entrada, ―sí, es caro‖ me dice,
―pero son muy famosos‖. Me sorprendió el costo, que lo pague o que lo
pueda pagar. Ella me aclaró que sólo va al boliche de Magia Boliviana
―cuando hay recitales‖, no para ―salir‖ (Notas de campo, 24 de mayo de
2009).
En relación a la segunda acepción de ―salir‖ se refiere a la idea de
―pasear‖, algo que está dentro de sus posibilidades más que la otra acepción
de ―salir‖, aunque también se ve restringido. María y Gisela y a veces
algunas de sus otras compañeras salían conmigo algún que otro domingo a
diferentes barrios porteños para ir a un cibercafé para que yo les enseñara a
usar la computadora e internet, y una vez se agregó una visita al barrio de
Liniers para ―pasear‖. Las mujeres también mostraron interés en ir solas al
cibercafé los domingos cuando no iban conmigo, pero una sola vez lo
hicieron.
Al principio yo sabía que las chicas, exceptuando a María, casi no
salían de su casa los domingos, su único día libre, pero no sabía bien la
razón, no me decían. Varios meses después, cuando María había regresado a
Bolivia, estábamos solas en la verdulería Juliana, Yésica y yo, y Juliana me
habló al respecto, mientras Yésica observó en silencio:
Juliana me cuenta que ellas trabajan de lunes a sábado y sólo tienen los
domingos y ni siquiera ese día pueden salir casi, y que también por eso a
30
La transcripción de esta entrevista no es textual, sino una reconstrucción de la entrevista
en base a los apuntes que tomé durante la misma.
122
María no le había gustado estar acá, me dijo, estando todo el tiempo
encerrada, no podían salir, no tenían tiempo libre. ―¿Ni los domingos?
¿por qué?‖, le pregunto. ―Al jefe no le gusta, viste que María a veces salía
los domingos, bueno a él no le gusta eso‖. ―¿Por qué?‖, le pregunto yo.
―No sé, dice porque nos puede pasar algo, tiene miedo. Se siente
responsable si nos pasa algo‖. ―Pero, si salen juntas?‖, pregunto yo. ―No,
no, tampoco‖, me contesta. ―Y si salen con él… ¿salen con él?‖, le
pregunto yo. ―No, nunca, él trabaja siempre, los domingos va a la quinta,
trabaja todos los días él‖, me dice (Notas de campo, 16 de octubre de
2009).
Luego, en el mismo relato:
Juliana me preguntó si tenía novio acá, y luego de responderle, le
pregunté a ella si había conocido a algún chico acá o si tuvo novio. ―No‖,
me dice, ―¿cómo voy a conocer si no puedo ir a ningún lado, solo
trabajamos. Y solo los domingos tengo libre y al jefe no le gusta que
salgamos‖. Ella me cuenta que nunca salió ni a un recital (Notas de
campo, 16 de octubre de 2009).
En este discurso, Juliana relaciona el ―no salir‖ con dos temas. Por
un lado, el ―no salir‖ como consecuencia de que ellas en Argentina ―sólo
trabajan‖, lo cual remite a su situación de explotación laboral. Por otro lado,
lo relaciona a la continuación de la relación de dominación/subordinación
entre ellas y el dueño en los ámbitos que pensamos como extra-laborales,
como el pasear en su tiempo libre, y el tener noviazgos, los cuales ella ve
obstaculizados por el control que ejerce el patrón sobre ellas como parte de
la misma relación de explotación en el trabajo. Este tipo de relaciones de
trabajo, donde los vínculos son ―de tipo personal y paternalista, que
desalientan la formalización de la relación‖ (Benencia y Quantara, 2009:
12), profundizan la precariedad de la situación laboral. Siguiendo esta línea
de análisis, con base en las migraciones laborales de mujeres ecuatorianas a
España, Pedone encuentra un patrón similar:
―las lógicas de dominación y subordinación se traducen en prácticas
reales de exclusión social que llevan una marca de distinción simbólica
entre trabajadoras y empleadoras plasmadas en los siguientes aspectos:
segregación espacial, prohibición o rechazo de prácticas alimenticias de
las trabajadoras, falta de día libres, salarios reducidos a cambio de
alojamiento y alimentación y prácticas paternalistas junto a una presión
permanente sobre la decencia y honestidad de la trabajadora‖ (Pedone,
2006: 390).
En este caso se encuentran presentes todas las características
identificadas por Pedone, excepto el rechazo de prácticas alimenticias, lo
123
cual ayuda a entender sus ―lógicas de dominación/subordinación‖. La última
caracterización a la cual se refiere Pedone, con respecto a la presión sobre la
―decencia‖ y la ―honestidad‖ de la trabajadora se ve claramente como un
aspecto del control que ejerce el patrón sobre las mujeres, una presión para
que no salgan ―por si les pasara algo‖, hecho que obstaculiza su posibilidad
de ―salir‖ y de ―tener novios‖, ambas actividades no aceptables dentro del
mandato y las prácticas paternalistas del patrón.
A través de los relatos y prácticas de las mujeres quedó evidenciado
que, por haber conseguido trabajo a través de la red, y que esto incluya
vivienda, las relaciones de poder del ámbito laboral se extienden a los
ámbitos considerados como extra-laborales existiendo en estos últimos más
control sobre ellas, sus decisiones y sus movimientos, que se puede
interpretar como una ―falta de libertad‖ en comparación con sus vidas en
Bolivia. Esta situación también refuerza el carácter enclaustrado de la red en
tanto dificulta que las mujeres se puedan abrir a nuevas oportunidades, las
cuales serían necesarias para salir de su actual trabajo sin tener que regresar
a Bolivia, ya que no sólo sería necesario obtener un nuevo trabajo sino
también una vivienda. La dificultad de abrirse por la falta de vínculos
débiles con contactos afuera de su red lleva muchas veces a que las mujeres
vuelvan a recurrir a la misma red como fuente de trabajo, aún después de
haberlo dejado. Esta dependencia permite al mismo tiempo mayor
explotación de parte del empleador y en este caso, como red laboral étniconacional, se trata de una explotación por ―los mismos compatriotas‖.
Si bien quedó demostrada la situación de explotación y
subordinación en varios ámbitos, tanto productivos como reproductivos, a
través de los relatos de las mujeres se pudo observar cierta conciencia de
dicha situación. Ante esta observación debemos considerar si ellas
manifiestan dicha conciencia en sus actos cotidianos y cuáles de ellos
constituyen actos de resistencia o de obediencia ante las relaciones de poder
que estructuran sus experiencias de trabajo. Este tema representaría el
cuarto y último eje que aparece en este análisis.
Tomando a Scott (1985), podemos considerar que el hecho de que
las
trabajadoras
manifiesten
su
124
disconformidad,
hablándola
y
compartiéndola entre ellas mismas y conmigo en esferas donde no escuche
el ―dominante‖, es una forma de resistencia ideológica. Sin embargo,
expresarlo verbalmente en estos espacios sin confrontar o contestarle
directamente al poder, según Torres, no constituye una fuente suficiente para
desencadenar el cambio en las relaciones de poder (1994).
Veamos entonces cuáles son los actos de resistencia que llevan a
cabo estos actores. Retomando el comentario que me hizo Yésica cuando
estábamos en la verdulería con ella, Juliana y María pero sin la presencia del
dueño ni del ayudante, y que cité arriba: ―que ellas siempre comen todo el
tiempo ahí, agarran y comen mucha fruta‖ (Notas de campo, 20 de junio de
2009), esto constituye una manifestación de lo que Scott llama ―armas de los
débiles‖ -weapons of the weak- y que también observó Holmes entre
productores frutihortícolas mexicanos indígenas en Estados Unidos: ―los
recolectores manejan el sistema dentro de las limitaciones del mismo,
utilizando las sutiles ―armas de los débiles‖ (Scott, 1986), como por ejemplo
comiendo las moras mientras trabajan y permitiendo que algunas moras
verdes y hojas entren en cada balde‖31 (Holmes, 2007: 57).
Si bien todas las mujeres interlocutoras estaban de acuerdo sobre el
carácter explotador de su situación de trabajo, es en la esfera de la acción
donde surge mayor heterogeneidad entre los diferentes sujetos, y sus
reacciones –a veces contradictorias- ante su lugar subordinado en las
relaciones de poder en el lugar de trabajo. Algunas de ellas actúan
resistiendo el lugar en donde están posicionadas mientras otras la aceptan
más pasivamente. Se observa también que en un mismo sujeto las reacciones
varían de situación en situación.
Hasta ahora en los relatos analizados, se vio que, a pesar de que el
―jefe‖ no estaba de acuerdo con que las mujeres salieran los domingos, dos
de ellas salían conmigo con relativa frecuencia para ir al cibercafé en
diferentes lugares de la ciudad y al barrio de Liniers (María y Heidi). En
relación a las demás mujeres que trabajan en las tres verdulerías y conviven
en la misma casa, Juliana también demostró por momentos cierta resistencia
frente a ese mandato:
31
Traducción mía. Texto original en inglés.
125
Yo le dije que nunca fui [a comprar en La Salada] pero que quisiera ir, y
ella me contó que ha ido, y que conoce el colectivo que va y cómo y de
dónde tomarlo. Le propuse ir juntas, y pareció haberle gustado la idea.
Me dijo que irían ella y Yésica conmigo algún domingo que las dos
tengan libre. Le pregunté si quisieran ir otras también y me contestó que
todas las chicas no querrían ir, pero ellas dos sí. Me contó que algunas de
las chicas ―no salen‖, sólo se quedan en sus habitaciones mirando
televisión (Notas de campo, 16 de octubre de 2009).
Aunque nunca se dio la oportunidad de ir a La Salada antes de que
ellas regresaran a Bolivia, éste es un relato que demuestra la heterogeneidad
que existe entre este núcleo de trabajadoras, incluyendo las que más
obedecen a su jefe (las que ―no salen‖); las que demuestran cierta resistencia
a través de la expresión de su deseo de salir (quienes lo hacen pero pocas
veces, como Juliana y Yésica); y las que tienen el deseo y lo llevan a cabo a
pesar de los obstáculos (María y Gisela). Así, se puede observar cómo las
diferentes mujeres enfrentan de distintas maneras su rol subordinado,
respondiendo de distintas maneras ante el control que ejerce su ―jefe‖.
Estas diferencias también se evidenciaron en el trato entre las
trabajadoras y los clientes y el discurso de las mujeres sobre este trato, como
por ejemplo la capacidad diferente de cada una de ―llevarse bien‖ con
clientes ―hinchas‖:
Juliana me contó que allá habiendo regresado a Bolivia María debe estar
mucho más tranquila, ―trabajando mucho menos‖. ―Estará trabajando con
la familia?‖ le pregunté. Sí, me contesta. Dice que no le gustó Argentina
en parte porque la gente ―hincha mucho‖ --haciendo referencia a los
clientes, ―las señoras‖ sobre todo, quienes mencionó varias veces. Juliana
me cuenta que María no toleraba eso, que ―no se llevaba muy bien con esa
gente‖. En cambio, a María le gustaban los clientes extranjeros, era con
quienes más hablaba, eso sí le gustaba mucho. Juliana me dijo que ella sí
se llevaba mejor con estas personas difíciles porque ya ―hace más años‖
que está trabajando ahí y sabe con quién está tratando y sabe que no puede
decir que no, cuando ―hinchan‖ o cuando piden ciertas cosas, sabe que
―tiene que decir que sí‖. Atribuyó este conocimiento a los años que tiene
trabajando ahí (Notas de campo, 16 de octubre de 2009).
En esta y otras conversaciones quedó demostrado que, aunque Juliana trata
bien a dicho perfil de cliente, esto no es tanto porque le gustaba tratarse con
dichos clientes sino para cumplir con cierto mandato de ser ―buena
comerciante‖ y obedecer así su rol designado en el lugar de trabajo:
Juliana me contó que ella primero entró a trabajar en este local y estuvo
dos años, momento en que eligió irse a otro que tenían en otro barrio
(Belgrano R), pero que ya cerró. Dijo haber elegido irse al otro porque no
126
le gustaba el barrio de Núñez. ¿Por qué?, le pregunto yo. Por la gente
―hincha‖, me contesta. Y en el otro local no era así? le pregunto. Me
contesta que no, allí no había tantas ―señoras hinchas‖ (Notas de campo,
16 de octubre de 2009).
A pesar de preferir trabajar con otro tipo de cliente, en sus discursos Juliana
atribuye el poder llevarse bien con los clientes difíciles a la mayor cantidad
de años de experiencia que tiene en la verdulería, como si su trayectoria
laboral le hubiera permitido acumular cierto capital que le permite
desempeñarse
como
―buena
comerciante‖,
característica
valorada
positivamente y atribuida a las mujeres ―bolivianas‖ que se desempeñan en
este sector del mercado de trabajo. Esto se notó no sólo en su discurso, sino
también en sus acciones. Estando en la verdulería en muchas ocasiones
mientras atendían a los clientes, observé un trato muy servicial desde Juliana
y Yésica hacia los clientes, y especialmente en el caso de Juliana quien
parecía desenvolverse mejor con los clientes que eran muy meticulosos con
sus compras, con quienes era muy paciente y generaba diálogo
preguntándoles por sus familias, trabajo y vacaciones, entre otros.
Entre lo que relata Juliana sobre lo que siente por estos clientes y
cómo se relaciona con ellos en la práctica, se observa cierta contradicción.
Para entenderla, primero debemos remarcar el rol subordinado de las
mujeres ―verduleras‖, no sólo con respecto al patrón y sus expectativas de
que sus empleadas tengan un trato agradable con los clientes, sino también
su rol subordinado con respecto a los mismos clientes, rol condicionado por
cuestiones de etnicidad, nacionalidad, clase y género, que las posicionan en
una relación de poder asimétrica con respecto al perfil demográfico del
barrio en el cual trabajan, caracterizado por su alto nivel adquisitivo. Ahora
bien, cumplir con el mandato social y laboral de ser ―buena comerciante‖, de
―llevarse bien‖ con los clientes a pesar de que sean ―hinchas‖ o que las
traten a las verduleras de forma despectiva, constituye, al nivel de las
acciones, un acto de obediencia hacia el dominante. Sin embargo, es
importante remarcar que Juliana lo hace conciente de su subordinación,
pensando que se beneficia de cumplirlo. Aquí surge un ejemplo de
reacciones contradictorias frente a la experiencia de subordinación, ya que
María, en cambio, no toleraba a los clientes que no le caían bien y, en su
127
caso, pareciera ser un acto de resistencia contra las personas que la
discrimina y la clase que la oprime. Sin embargo, como nunca verbalizó
dicha postura conmigo, no puedo atestiguar que sus acciones, aunque más
radicales, sean pensadas en esos términos de conciencia. Si así fuese, Juliana
es más rebelde en su pensar pero no en su actuar y María al contrario,
rebelde en su actuar pero no es algo conciente.
Otra expresión de resistencia y obediencia que apareció en las
acciones y relatos de las mujeres interlocutoras son las idas y venidas entre
Bolivia y Argentina, en donde irse aparece como una forma de resistencia, y
―volver‖ de obediencia (Pizarro et al, 2011). Estos actos son una
continuación de los ya mencionados, en tanto representan otro tipo de acto
de resistencia ya no cotidiano, que es el abandono del lugar de trabajo.
María me dijo que va a volver a Bolivia en tres años, 2012. --¿para
quedarte allá?— No, seguramente no, fui dos veces ya y siempre para
quedarme. --¿y por qué siempre volviste?—Porque me llamaban las
chicas. --¿Cómo te convencieron?-- Me decían, ―dale, podemos estar
todas acá‖… --¿Y cuándo volverías a Bolivia ya para quedarte allá? –
―Nunca probablemente‖ (Notas de campo, 3 de mayo de 2009).
A los tres meses de decir esto y tras haberme contado con cada vez
más frecuencia sobre su soledad y su dificultades para realizar el ―trabajo
pesado‖ que implicaba el trabajo en la verdulería, María se volvió a Bolivia,
sólo para regresar nuevamente a Buenos Aires a trabajar en la misma
verdulería otros cinco meses más tarde. Al haber regresado, ya por tercera
vez registré la siguiente situación:
Cuando le digo [a María] que yo ya pensé que no regresaba, me dijo, ―yo
también, pensé que ya no vendría nunca más‖, me dijo. Y qué pasó, le
pregunté, quién te llamó? ―Mi jefe me llamó‖, me dice María. ―Me llamó
y una semana después estaba viniendo‖ (Notas de campo, 27 de febrero
de 2010).
Es iluminador considerar además las estrategias de abandono del
lugar que contempla y realiza Juliana, ya que éstos incluyen la posibilidad
de irse del país tanto como la posibilidad de seguir en Argentina pero
cambiar de trabajo:
Me dice Juliana, ―mi jefe en cuatro años solo me dio 2 o 3 semanas de
vacaciones.‖ ―Es muy poco‖, me dice, yo me quería ir por un mes pero él
no quería, solo me dejó ir dos o tres semanas. […] Me dijeron Yésica y
Juliana que ellas quieren irse a su casa este fin de año. ―¿Pero vuelven?‖,
128
les pregunto yo. ―No sabemos‖, me dice Juliana, y me terminó
confesando que quieren irse y quedarse allá, que ella también extraña.
Pregunté si el jefe ya sabía que se querían ir. ―No‖, me dice ―le contaría
con un mes de tiempo‖, y él ya inmediatamente con un mes antes
empezaría a buscar alguien para reemplazarnos. […] Juliana me dice que
quisiera buscarse otro trabajo si vuelve de Bolivia, pero ―ya no con la
verdura‖. Dijo creer que su jefe ya no la tomaría de nuevo si ella deja,
porque ―este año ya me tomé vacaciones‖. ¿Por qué no en la verdura?—le
pregunto yo, y me dice: ―Porque trabajas muchas horas, estás todo el
tiempo trabajando‖. ―¿Tenés otros contactos para tener otro trabajo?‖, le
pregunto. ―Sí, para trabajar en la costura‖ me dice (Notas de campo, 7 de
noviembre de 2009).
Así como se observa en el discurso de Juliana al ya estar
contemplando otra vida fuera de la verdulería, Pizarro encontró entre
trabajadoras bolivianas de las quintas que ―otra de las maneras de soportar el
sufrimiento consiste en que las mujeres, e incluso los hijos
jóvenes,
busquen trabajo fuera de las quintas‖, pero que ―el acceso a otros trabajos
igualmente de escasa calificación se da a través de las redes sociales, y no
mediante las lógicas propias de otras instituciones tales como el mercado, el
oficio o la profesión‖ (Pizarro, 2010:17). Como resultado de dicho deseo de
irse y/o de abrirse de rubro, efectivamente, Juliana y Yésica regresaron a
Bolivia en enero de 2010. Hasta el momento, a mi saber, aún no regresaron
a Argentina, pero existe la posibilidad de que hayan vuelto y se hayan
insertado en el rubro de la costura, otro mercado de trabajo ―etiquetado‖ por
etnicidad-nacionalidad y género.
Similar a los actos de ―abandono del lugar de trabajo‖ que realizaron
Juliana, Yésica y María, son los observados por Pizarro entre trabajadores
bolivianos en los cortaderos de ladrillos en la Provincia de Córdoba, en
donde interpreta ―el ‗aventurarse‘ en búsqueda de otros trabajos‖ como una
estrategia de abandono del trabajo, y que dichas estrategias constituyen una
―manifestación de resistencia‖ (Pizarro et al, 2011). La autora señala que el
abandono del lugar de trabajo representa una forma de resistencia más
directa que otras formas cotidianas (Ibid), mientras los actos de resistencia
cotidianos ocurren en el lugar de trabajo y se caracterizan por tener
consecuencias menos dramáticos (Torres, 1994). En este sentido, mientras
no se haya plantado la posibilidad del abandono del lugar de trabajo como
posibilidad real, o no se haya concretado, Pizarro encontró que ―[a]quellos
129
que no se ‗aventuran a otros lados‘ y permanecen (…) a pesar de las
injusticias y engaños implementan otras prácticas de resistencia no
verbalizada tales como robarle al patrón o no trabajar‖ (Pizarro, 2010: 20),
algunas de las cuales, entre otras, se observaron también en este caso.
II. Segundo caso: Establecimiento familiar
II.i. Vinculando el tipo de red y de establecimiento con la organización de
la fuerza de trabajo en el lugar de trabajo
A diferencia del primer caso, este segundo caso se enfoca en una red
social migratoria y laboral de tipo familiar, en la cual todos los integrantes
están vinculados entre sí por lazos de parentesco. Al ser la red la que articula
los trabajadores con los lugares de trabajo, facilitando su inserción laboral,
los establecimientos contemplados en este caso son también de tipo familiar.
Aquí los establecimientos y las relaciones sociales que allí se entablan están
cruzados íntimamente por las relaciones familiares, hecho que se destacará
como una importante diferencia con respecto al primer caso.
Nuevamente, es necesario tener en cuenta el contexto de la red social
en la cual se articulan los emprendimientos, y los sujetos que en ellos
intervienen para poder analizar la organización de la fuerza de trabajo en el
lugar de trabajo, especialmente en tanto inciden en ella el género de los
integrantes y el carácter étnico-nacional y familiar del emprendimiento,
siendo entre co-nacionales bolivianos de etnicidad quechua vinculados por
lazos de parentesco. Para el análisis de la organización del trabajo desde esta
perspectiva, y en base a lo ya descripto sobre el contexto de la red y los
emprendimientos
de
sus
integrantes,
identificaremos
los
roles
y
responsabilidades de las diferentes personas que en ellos trabajan—o
―ayudan‖.
El emprendimiento que constituyó un foco principal y a través del
cual empecé mi trabajo de campo, es un emprendimiento étnico de tipo
familiar. Es un negocio con una verdulería que puso y manejaba Juana y una
carnicería que puso y manejaba su marido, Roberto. Durante el periodo de
mi trabajo de campo trabajaron en la verdulería Juana y sus medio hermanos
130
menores Elizabeth y Raúl, así como también ―ayudó‖ la sobrina de Juana,
Lidia. En la carnicería trabajó Roberto, y luego Raúl y el sobrino de
Roberto, César. En tanto son relevantes, también se considerarán los
emprendimientos de otros integrantes de esta red social. Aunque no
centrales en mi trabajo de campo, es importante notar que los demás
emprendimientos en este caso se tratan del mismo tipo de establecimiento:
verdulerías que pusieron los integrantes de la red como cuentapropistas en
las cuales trabajan sus familiares de Bolivia. Éstos son la verdulería de
Judith y su marido en donde trabajan ellos dos solamente ya que es sólo una
verdulería, el negocio de Sonia -otra hermana de Juana- que tiene verdulería,
carnicería y almacén todo en un local, el puesto de verdulería que puso
Elizabeth en un supermercado ―chino‖ en el cual trabajó ella sola y luego,
como suplente, una ―amiga‖ de ella, y la verdulería de Mirta la prima de
estas hermanas. Juana, Sonia y Elizabeth tienen sus emprendimientos en
diferentes barrios de la Ciudad de Buenos Aires: San Telmo, Constitución y
Parque Chacabuco respectivamente, mientras Judith tiene el suyo en la
localidad donde residen, Villa Domínico, Avellaneda.
El negocio de Juana y Roberto abre siete días a la semana y, cuando
empecé mi trabajo de campo, ambos Juana y Roberto iban a trabajar los
siete días de la semana. De lunes a sábado abrían todo el día de corrido y los
domingos sólo hasta el mediodía. Un día típico lo describió Juana de esta
manera:
E: ¿Pero la [verdura la] compran en el mercado central o se la traen en
camión?
Juana: No, yo compro todo en el mercado central. Si te lo traen hasta acá
es muy caro. Yo me levanto a las 5 de la mañana para ir al mercado central
y voy todos los días o cada día y medio, depende. Se compra por precios,
no siempre a la misma persona. Pero ha cambiado mucho el mercado. Yo
voy sola. Elizabeth no va, ella viene acá directo. Abrimos a las 8, pero no
vienen muchas personas a esa hora, pero abrimos para ordenar y limpiar y
la gente empieza a venir tipo 9 o 10 a hacer las compras. Abrimos a las 8
y cerramos a las 9:30 o 10. –Pero, ¿vas sola?- Sí, yo voy sola y compro
todo y va mi marido en la camioneta a buscarme con los productos y
venimos hasta acá. Yo quiero aprender a manejar y Elizabeth también, a
manejar el camión. Allá en el mercado central ves todas las mujeres
bolivianas, las jóvenes, manejando los camiones grandes, muchas mujeres
jóvenes.
E: ¿Viven en el barrio?
Juana: No, vivimos en Villa Domínico. Conoces Avellaneda? Bueno,
pasas por Avellaneda, y después por Sarandí, y ahí llegas a Villa
Domínico. Queda cerca, 20 minutos, viajo en colectivo. Venimos a la
131
mañana y después a las 10 va uno de nosotros (ella o marido) a darles la
leche a los chicos y vuelve a capital. Después va uno de nuevo a las 12
para darles el almuerzo y llevarlos al colegio, y viene de nuevo a capital.
Después alguien va a buscarlos cuando salen, y vuelve, y así todos los
días, muchos viajes entre la casa y el trabajo. (Notas de entrevista a Juana
en su verdulería, 4 de abril de 2009).32
A los cuatro meses de esa primera entrevista, Juana me relata de
nuevo cómo es un día típico, en donde se observan cambios en las tareas y
los roles:
Juana dijo que se levanta a las 5 típicamente para ir al mercado. [Ahora
cuenta que va al mercado de Avellaneda que es más chico y sólo abre de
mañana temprano.] Como el camión de la familia está roto, el marido ya
no la acompaña al mercado para hacer las compras, va ella sola. Antes
iban juntos en el camión y llevaban todo al negocio, ahora él se queda en
casa hasta las 6 o 7 a más tardar y ahí va al negocio. Mientras tanto Juana
ya fue al mercado, hizo las compras y pagó un flete para llevar los
productos al negocio. Ella tiene que ir con el fletero en el camión después
de comprar porque si no, ―te llevan el pedido al final del día‖ y ―la mitad
de los productos faltan‖. En el verano, contó Juana, tiene que ir más
temprano aún al mercado, a veces se levanta a las 4hs, porque hay menos
productos y se compra más temprano, si llega más tarde ―no queda nada‖.
Después trabaja todo el día en el negocio con el marido y cierran a las 9 de
la noche, y a las 10 están saliendo en el colectivo para la casa, después de
cerrar y limpiar todo. Decía ―nosotros llegamos a la casa a las 11 y ahí
hacemos de comer‖. ―A veces si está Elizabeth ella hace de comer y la
comida ya está lista cuando llegamos‖. Nos acostamos a la 1 de la mañana,
me dice (Notas de campo, 23 de agosto de 2009).
En estos relatos, se observa cómo se desarrolla un día típico y la
división de tareas en el manejo del negocio entre Juana y su marido y cómo
la rutina y los roles van cambiando dependiendo de la situación en que se
encuentran. También se observa cómo el papel de Elizabeth quien, además
de trabajar en la verdulería, ―ayuda‖ en las tareas domésticas—una ―ayuda‖
que permite a Juana y Roberto trabajar largas jornadas. Además, como se
trata de un emprendimiento familiar, se ve una mayor flexibilidad y rotación
de responsabilidades entre los miembros de la red que ahí trabajan que en el
primer caso considerado en donde los emprendimientos eran de tipo
empresarial. Es notorio observar además cómo, por esta misma razón de ser
un
emprendimiento
familiar,
los
trabajadores
equilibran
las
responsabilidades del ámbito laboral con las tareas del ámbito doméstico,
32
La transcripción de esta entrevista no es textual, sino una reconstrucción de la entrevista
en base a los apuntes que tomé durante la misma.
132
hecho que representa una lucha constante para Juana y Roberto debido a que
tienen tres hijos jóvenes que criar.
Sobre el manejo de los costos de mantener el negocio, Juana relata
que:
En el negocio pagan 1800 pesos de alquiler y 538 de expensas mensuales.
(…) Y encima tienen que pagar la luz, gas y agua y ella tiene que pagar a
Elizabeth por su ―ayuda‖. Juana me aclaró que: ―si no le doy algo [a
Elizabeth] ella no me va a ayudar‖. (…) Raúl ―me ayuda todos los días
menos los domingos‖ (Notas de campo, 23 de agosto de 2009).
Si bien el trabajo de Elizabeth y Raúl lo consideran en términos de
―ayuda‖, se ven en la obligación de remunerarles por su trabajo, hecho que
también se evidenció en que los dos jóvenes mandan remesas a su madre y
hermanos en Bolivia. El gasto de los sueldos de sus ayudantes/empleados
así como del alquiler del local y el uso del espacio es compartido por Juana
y Roberto, pero manejan sus negocios por separado, incluyendo la compra y
el control de mercadería, las ventas y el manejo de dinero. De todas formas,
cuando uno de los dos necesita darle vuelto a un cliente o cuando quiere
llevar algo de mercadería del otro a la casa para cocinar (carne en el caso de
Juana y fruta y verdura en el caso de Roberto), no lo toman sin pedírselo
entre sí. Por más que sea una formalidad el acto de pedirlo, en tanto una
forma de avisar al otro para que pueda controlar su dinero y mercadería, se
destacó el uso de esta modalidad de intercambio en la relación entre Juana y
Roberto en el manejo del negocio.
Las tareas generales del mantenimiento y limpieza del local no caen
tanto sobre los empleados, sino sobre Juana y Roberto, quienes las
distribuían de manera relativamente igual entre los dos. Al cerrar el negocio
al final de la jornada diaria, si estaban los dos, Juana revisaba, limpiaba y
guardaba su mercadería, mientras Roberto la ayudaba a entrar los cajones
más pesados de su mercadería de la vereda y también limpiaba y guardaba
los insumos y la mercadería de la carnicería. Luego alguno de los dos barría
y él levantaba la basura y la llevaba afuera mientras ella baldeaba el piso. El
que quedaba último bajaba la persiana y cerraba las cadenas.
133
II.ii. Las relaciones sociales en el lugar de trabajo de las verdulerías:
emprendimientos familiares
En este segundo caso, al tratarse de una red y emprendimientos
familiares, las relaciones laborales que se entablan en el lugar de trabajo se
encuentran cruzadas por cuestiones ‗de familia‘, complejas como en el
primero caso pero con otras características y dimensiones a considerar. Sin
embargo, a pesar de las importantes diferencias, al análisis de este caso
podrán aplicarse los mismos cuatro ejes. Como se verá, éstos toman
manifestaciones distintas que en el primer caso, hecho que permitirá la
posterior comparación y contraste de lo más revelador de cada caso con
respecto a la conformación de este mercado laboral y las relaciones sociales
que se entablan en los lugares de trabajo. Estos ejes analíticos abarcan la
explotación en el lugar de trabajo, el grado de ―control‖/censura en el lugar
de trabajo, la imbricación de las relaciones sociales que se entablan en los
ámbitos laborales y los domésticos, y las diferentes expresiones de
resistencia y obediencia que se manifiestan en los discursos y acciones de
los trabajadores.
A diferencia del primer caso, para la consideración del primer eje en
el segundo caso es preciso tomar en cuenta que en el emprendimiento
familiar, encabezado por un comerciante cuentapropista que trabaja su
propio negocio, los mismos dueños trabajan junto a sus empleados,
haciendo que los trabajadores estén constituidos por dos rangos: los de
autoridad y los que los ―ayudan‖. Dada esta particularidad de la
organización de la fuerza de trabajo en el presente caso, es necesario pensar
y diferenciar la situación de precariedad laboral de ambos, patrones y
empleados, incluyendo las diferentes formas de explotación y de trabajo
―sacrificado‖ que pueden experimentar.
Por el lado de los patrones, como se podrá observar, si bien ellos no
son explotados por un ―jefe‖, sí se encuentran en situaciones laborales
precarias y en donde gran parte de las tareas de mayor responsabilidad
recaen sobre ellos, mientras la mano de obra que prestan los empleados, por
más que ésta sea remunerada, es considerada como una ―ayuda‖. Una
manifestación de esto es cómo los patrones consideran su situación laboral
134
en términos de ―sacrificio‖ o hasta ―esclavitud‖, que se ven obligados a
sostener por una cuestión de necesidad económica de mantener a sus
familias.
Este fenómeno se vio en varias conversaciones que mantuve con
Juana, tanto en el lugar de trabajo como camino a su casa y en su propio
hogar. Por un lado, me relataba que, a pesar de vivir ella y sus dos hermanas
Sonia y Judith –ambas verduleras- muy cerca ―no las ve nunca porque ellas
también trabajan todos los días como ella y tienen sus familias e hijos‖, y
que ella estaba ―muy cansada y no tiene tiempo para nada, se tiene que
levantar para limpiar la casa antes de ir a trabajar también‖ (Notas de
campo, 18 de octubre de 2009). Por otro lado, también expresaba la falta de
tiempo vinculándola al sacrificio personal que implica para ella tener y
trabajar en la verdulería para poder mantener a su familia, ya que dijo tener
el deseo y haber intentado estudiar pero que le resultó imposible por la falta
de disponibilidad horaria que implica el trabajo en la verdulería. Esto lo
atribuyó además, en parte, a la falta de mano de obra para ―ayudar‖ allí, ya
que una vez tuvo un ―chico‖ que la ayudaba en el negocio pero ―ahora no‖ y
que Elizabeth iba cada vez menos al negocio entonces ―peor‖ (Notas de
campo, 23 de agosto de 2009). En ambos intercambios se observaba la falta
de tiempo por la sobrecarga de tareas laborales y domésticas como un tema
de angustia en su vida.
Se observó una experiencia similar en un intercambio que tuve con
Roberto mientras íbamos camino a su casa:
Roberto me cuenta que vino cuando tenía 20 años, primero trabajó en
Bolivia cuatro años como ayudante de electricista y dice que sabe que acá
ganan muy bien los electricistas. Yo le pregunto si alguna vez no pensó
trabajar de electricista acá. Me dice que no puede porque no tiene ―los
papeles‖. Y le pregunto si no puede rendir un examen para sacarlos. Me
dice que serían de uno a tres años de estudio para hacerlo y poder así
trabajar como electricista. Le pregunto si no podría hacerlo, a lo cual me
responde ―¿y quién va a dar la comida?‖. Se ve frustrado por su situación,
dice que ―acá no sos nada si no tienes título‖, hasta un título secundario
necesitas para ―cualquier trabajo‖, hasta como ―ayudante de limpieza‖ te
piden secundario, me dice. Por eso ―es tan importante estudiar acá‖ (Notas
de campo, 1 de noviembre de 2009).
135
Encontrarse en este tipo de situaciones puede llevar a sentimientos aún más
fuertes, como los que expresa Juana en el siguiente registro de otro día que
yo estaba de visita en la verdulería:
Estaba Juana sola. Fui para visitar y programar para acompañarla a su casa
el día siguiente. (…) estaba una señora mayor sentada en la silla durante
mucho tiempo, quien contaba de la muerte de un ―chico boliviano‖ de otra
verdulería vecina, con quien con Juana a veces se compraban mercadería
cuando se quedaba uno u el otro sin stock. Juana quedó impresionada por
la muerte del chico. A la señora Juana también le hablaba de sus temas, le
contaba que ―tenía problemas en su casa‖ y también se quejaba de su
trabajo, nos dijo a la señora y a mí que su trabajo era como ―esclavitud‖.
Cuando al final le pregunté por la visita a su casa el domingo, me dijo
―mejor lo dejamos para la otra semana‖ por los ―problemas‖ que tiene en
su casa (Notas de campo, 15 de agosto de 2009).
En esta conversación que tuvo Juana con su cliente y conmigo se
observó una libertad para expresar sus sentimientos con respecto a lo que
sufre por su trabajo tanto como los ―problemas‖ que tiene en su vida
personal, demostrando no sólo la confianza que tiene con algunos clientes,
sino también la posibilidad de hablar de estos temas en el lugar de trabajo,
sin ―censura‖. Es decir, siente que está en un trabajo que la ―esclaviza‖, por
las largas jornadas que se ve obligada a cumplir y por el hecho que esto
imposibilite que pueda dedicar el tiempo y la energía que quisiera a su
familia y a resolver los ―problemas‖ que surgen en el ámbito doméstico. Lo
vive como un trabajo ―sacrificado‖, pero no existen quejas con respecto a
ninguna autoridad que la mantenga en dicha situación, ya que ella misma es
la ―patrona‖. Por este motivo, no está sujeta al control de ninguna autoridad,
lo cual quedó demostrado además por la libertad de hablar de su situación y
su descontento.
Ahora bien, por otro lado, nos preguntamos ¿cuál es la experiencia
de los empleados que ―ayudan‖ a los cuentapropistas en el manejo de sus
negocios? Estos empleados se encuentran en una situación distinta a la de
sus familiares jefes, por lo cual tienen experiencias distintas con respecto a
su situación laboral. Si bien no eligen per sé sus trabajos, en tanto no son
ellos los que fundan el establecimiento, sí se ven en una obligación de
―ayudar‖ a su ―patrón‖-familiar y de mandar dinero a su familia en Bolivia,
representando en este sentido también un ―sacrificio‖ personal que hacen
por el bien de los otros integrantes de la red. Pero, al mismo tiempo, también
136
representa un beneficio haber recibido trabajo por parte de su jefe-familiar
para poder así ayudar a sus otros familiares en Bolivia y posiblemente
mejorar su propias oportunidades. De esta manera el empleado se encuentra
enredado en una situación compleja de ayudas y favores, tanto como
recipiente y como dador, en donde el concepto de ―ayuda‖ cobra un doble
sentido, en tanto remite a un sistema de ―favores‖ mutuos y de ―deberes‖
morales. Es importante notar que estos últimos se radican en las redes
sociales y se extienden sobre los demás ámbitos en los cuales sus integrantes
interactúan, entre ellos el lugar de trabajo33.
Veamos qué implicancia tiene esto para las relaciones entre los
cuentapropistas y sus empleados familiares y cómo se pone en juego este
tipo de vínculo en el ámbito laboral. En la relación entre Roberto y Raúl se
pueden observar algunas de las formas en que se manifiesta dicha situación:
Íbamos caminando con Roberto desde el negocio hacia la parada de
colectivo y Raúl venía atrás porque se había quedado cerrando el negocio.
Antes de que nos alcanzara le pregunto a Roberto sobre Raúl, ¿trabaja bien
no? Me dice, ―ah, pero le pagamos bien!‖. ―Así es‖, me dice, ―cuando uno
trabaja más le tienen que pagar más, si o no?!‖ (Notas de campo, 1 de
noviembre de 2009).
En este intercambio, Roberto no sólo se nota reticente a reconocer el trabajo
de Raúl, sino que da por sentado que tiene que trabajar ―bien‖ porque le
pagan ―bien‖. Con respecto a Raúl, Roberto es muy crítico de él, pero, como
hay remuneración de por medio, desde la perspectiva de su empleador esto
excusaría o taparía otras formas más encubiertas de explotación laboral o
maltrato que pudiera existir, en tanto el trabajador le debe a su patrón ciertos
favores, más en este caso siendo que es una relación familiar y no sólo
laboral.
Al poco tiempo de ese relato, en una visita a su casa, antes de que
llegaran Juana, Raúl y Elizabeth del negocio, Roberto me recibió en su casa
33
Benencia y Quaranta encontraron un proceso similar entre trabajadores agrícolas
bolivianos en el cinturón verde de Buenos Aires, en donde observan que: ―[u]no de los ejes
principales organizativos de estos fenómenos en los mercados y procesos de trabajo
agrícola corresponde a las redes sociales de las cuales participan los hogares de los
trabajadores. De esta manera, los procesos de reclutamiento así como las formas de control
e involucramiento de los trabajadores están fuertemente imbricados en el complejo tejido
de obligaciones y reciprocidades que conforman las mencionadas redes‖ (Benencia y
Quaranta, 2006a: 109).
137
y me contó que había dejado de ir al negocio. Cuando le pregunté qué
pasaba con la carnicería si él no estaba yendo, me dijo que le enseñó ―un par
de cosas‖ a Raúl y que lo está trabajando él, pero que ―les entraron a robar al
negocio‖. Se quejaba Roberto porque ―ninguno de los dos [Juana y Raúl]
sale a la vereda a ver qué pasa y quiénes pasan por ahí‖. En cambio, él sí,
―no me quedo quieto‖ decía. Me contó que ―a Raúl lo tiraron al piso y le
pisaron el hombro y la cabeza‖ (Notas de campo, 15 de noviembre de 2009).
A pesar de haberle enseñado a Raúl a ser su reemplazo en el negocio, hace
entender que no es bueno en esta función porque ―les robaron‖. Las críticas
de Roberto reflejan también su desconfianza hacia muchas personas,
incluyendo su propia familia política. Luego Juana me explicaría que ―por
eso a Roberto no le gustaba que esté Raúl solo en el negocio de noche‖
porque ―es muy joven‖ y los ladrones saben cuando él está solo y que es
fácil robar en esa situación. Después de esa situación otra vez iban a robar y
―la cana agarró al chorro en la puerta‖ a las 10 de la noche, cuando estaba
por cerrar el negocio. Pareció ser por esta situación que Roberto decidió
mandar a trabajar en el negocio a su sobrino, César, quien es mucho más
grande físicamente y mayor que Raúl, tiene 28 años y Raúl 16 (Notas de
campo, 1 de diciembre de 2009). Para Raúl, a la edad de 16, trabajar largas
jornadas estando encargado de la carnicería y ayudar en la verdulería y estar
sujeto a situaciones de peligro de este tipo, son aspectos que contribuyen a
una situación de precariedad laboral, además del vínculo difícil con Roberto
y la relación de reciprocidad asimétrica con ambos Roberto y Juana.
Al poco tiempo también dejó de ir al negocio Juana, quedando
Elizabeth encargada de la verdulería, para la cual Raúl aún hacía los
mandados, y Raúl y César encargados de la carnicería, momento en que
también encontré a Lidia, la hija de Judith de trece años de edad,
―ayudando‖ en la verdulería por primera vez. Antes de enfermarse de
tuberculosis, Lidia cumplía en su propia con casa muchas tareas domésticas,
ya que además de ir al colegio ―limpiaba la casa‖ y otra de sus hermanas
cocinaba. Decía Judith que: ―a veces llegaba a la casa y ya le dieron de
comer a su padre y que también cuando ella y su marido no están, entre las
otras hijas cuidan a la beba, la visten, la bañan, le cambian la ropa. Les
138
gusta, es ‗como una muñeca‘ me dice Judith‖ (Notas de campo, 24 de
octubre de 2009). La presencia de Lidia en la verdulería de su tía, Juana,
demuestra la facilidad con la cual los familiares pasan de tener un rol de
―ayuda‖ en el ámbito doméstico a tenerlo también en el ámbito laboral, y
cómo el vínculo familiar se pasa a ser también un vínculo laboral.
Tres meses después, Elizabeth, quien había dejado de trabajar en el
negocio de Juana, estaba de regreso porque Juana y Roberto aún no estaban
yendo a trabajar. En ese momento Elizabeth me contaría que ya tenía su
propio puesto de verdulería pero que lo había tenido que dejar bajo la
responsabilidad de una ―amiga‖ porque Juana necesitaba su ayuda:
Dice que ella y Raúl están solos en el negocio, que Juana no está
trabajando […]. Ahora se queda ya en casa todo el tiempo con los chicos,
que ―estaba muy preocupada por los chicos porque estaban siempre solos‖,
por eso dejó de trabajar. No dijo nada de Roberto y yo le pregunté y se
puso medio incómoda, ―se queda en casa también‖, me dijo. ¿Y ustedes
dos [ella y Raúl] pueden solos? O tienen ayuda de alguien? Y, más o
menos, me dice. Juana dice que va a venir a veces a la a mañana […] es
cuando hay más clientes (Notas de campo, 6 de marzo de 2010).
El hecho de que Elizabeth haya dejado su propio puesto para
―ayudar‖ a Juana y además quedar como supervisora del negocio, que César
haya dejado su trabajo en la costura para ―dar una mano‖ a su tío, y que
estuviera ―ayudando‖ además la sobrina de Juana de trece años de edad,
demuestra cómo los cuentapropistas que tienen emprendimientos familiares
pueden y de hecho recurren a sus familiares en momentos que consideran de
gran necesidad. Por otro lado, los familiares empleados cumplen con esta
expectativa, hecho que nos puede llevar a pensar que se verían en la
obligación de ―ayudarlos‖, y que, al mismo tiempo, les da cierta flexibilidad
laboral a los que tienen más poder dentro de la red.
Este hecho, que se acentúa más aún en el caso de Elizabeth y Raúl
quienes además ayudan con las tareas domésticas y de cuidado de sus
sobrinos, revela una compleja relación entre patrón y empleado en los
establecimientos familiares en donde la mano de obra se provee a través de
la activación de redes migrantes familiares. Este fenómeno lo comentan
Benencia y Quaranta (2006a) en base a lo que observaron entre trabajadores
bolivianos en la producción hortícola del Gran Buenos Aires, en donde las
139
relaciones laborales se construyen sobre factores socio-organizativos de
reciprocidad caracterizados por su ―informalidad‖ (Benencia y Quaranta,
2006a). En estos casos, lo que sostienen los autores puede ser pensado en
términos de la propuesta de Mauss (1966), en donde ambos empleador y
empleado están dispuestos a exceder lo implícito en el aspecto mercantil de
la relación, debido a la prestación de un ―don‖ por parte del empleador.
Aluden a este sistema en términos de una relación patrón-mediero con perfil
paternalista, en donde se observan ―ciertas ayudas del patrón en momentos
específicos y en situaciones determinadas, como la necesidad de un adelanto
de dinero (…) u otra ayuda de algún tipo‖, y su contraprestación por parte
del empleado en la forma de, por ejemplo ―jornadas más extensas de trabajo
y, sobre todo, (…) una predisposición a realizar su trabajo de la mejor
manera posible, al construirse un compromiso ―moral‖ con su empleador‖
(Op. cit.: 103-4).34 En este sentido, la construcción del compromiso ―moral‖
entre empleador y empleado en el marco de una relación paternalista se
asocia a ―la conformación de una mano de obra acorde a los requisitos y
‗gustos‘ de los empleadores y que coincide y se articula con los proyectos
migratorios de las familias bolivianas‖ (Op. cit.: 104).
Pizarro observó un fenómeno similar en las relaciones laborales entre
los ―changarines‖ y sus patrones en los mercados concentradores
frutihortícolas del cinturón verde de Buenos Aires, considerándola en
términos de una ―deuda moral‖ originada por la ayuda que [los patrones]
suelen dar a los familiares inmigrantes cuando recién se instalan‖, y que
―sient[a] las bases para el incumplimiento por parte del patrón‖ (Pizarro,
2010: 12). De la misma manera, Pedone dirá sobre las migraciones laborales
ecuatorianas a Estados Unidos que ―la entrada al círculo de la migración
internacional de la mano de algún pariente o amigo‖ implica que, ―además,
contraería deudas (Carpio Benalcázar, 1992)‖ con esta persona (Pedone,
2006: 81). Entendido de esta manera, las ―ayudas‖ y favores mutuos que se
34
Ampliando sobre este proceso, Benencia y Quaranta consideran que: ―Los factores de
reciprocidad se basan en la primacía de los intereses del grupo por sobre los de los
individuos, donde sus miembros realizan determinados ―sacrificios‖ a favor de otros
integrantes con el compromiso de que -en alguna medida- serán posteriormente
compensados‖ (2006a: 88).
140
prestan entre sí los empleadores y empleados se basan en un sentimiento de
―deuda‖ moral pendiente generada en los empleados por la ―ayuda‖ que les
brindaron sus parientes ya instalados en el lugar de destino, hecho que hace
que dicha ―ayuda‖ deje de ser pensada necesariamente como tal. Esto lo
observamos en el caso de los empleados familiares de Juana y Roberto
quienes, a cambio de la ayuda que les dieron ellos en su momento, ahora
quedaron a su disposición en cuanto éstos necesiten algún ―favor‖ o
―ayuda‖.
Por este tipo de vínculo, se ofusca la línea entre la explotación del
empleado a mano de los familiares que le dieron trabajo y vivienda y el
propio beneficio de parte del empleado quien vio facilitado su acceso a
trabajo y vivienda, relación en la cual ambos sujetos cargan con sus propios
objetivos y motivos. Este camino de doble sentido lleva a las prestaciones y
contraprestaciones que no están incluidas en el sistema de remuneración
(Benencia y Quaranta, 2006a) y que observamos en este caso. Esto se debió
a que la relación laboral se vio cruzada por los lazos familiares, hecho que
ofusca la relación laboral entre patrón y empleados, motivo por el cual se
dificulta hablar en términos de explotación o de derechos laborales de
manera explícita.
El segundo eje identificado en el análisis de las relaciones sociales
que se entablan en el lugar de trabajo de la verdulería se trata de las formas y
el grado de ―control‖ en el lugar de trabajo. Este eje es importante en cuanto
a lo que nos dice sobre la dinámica de las relaciones de poder en este tipo de
emprendimiento. El control que ejercen los patrones sobre los empleados en
términos de ―censura‖ en el lugar de trabajo, no apareció de manera
remarcada en este caso, diferenciándose así del primer caso estudiado. Sin
embargo, se encontró que cuando los diferentes integrantes de esta red
estaban a solas conmigo hablaban mucho más y más libremente, pero que
cuando estaban todos, ninguno me hablaba demasiado ni tampoco entre sí,
hecho que se acentuaba en momentos de mayor tensión familiar. En estos
contextos se guardaba mucho silencio. Esto resultó ser así durante el
trayecto de mi trabajo de campo. Cuando más oportunidad de conversar
141
tenía era cuando estaba a solas con alguno de ellos, ya sea en el mismo lugar
de trabajo, en camino a su barrio, caminando por el barrio o en su casa.
Como ya se observó, cuando Roberto no estaba en el negocio, Juana
hablaba libremente de su sufrimiento y malestar tanto en el trabajo como en
―la casa‖ y lo mismo Elizabeth, cuando estábamos solos ella, Raúl y yo,
sobre tener que dejar su propio puesto de verdulería para ―ayudar‖ a Juana.
En otra oportunidad, cuando Juana y yo estábamos solas en el negocio,
observé la siguiente situación:
Juana bromeaba con algunos clientes con quienes se notaba que tenía
confianza. Dijo a un señor cliente, a quien pareciera conocer bastante,
―buena idea, lo de cambiar de marido‖. Dijo ―estoy triste porque mi novio
no viene y me está metiendo cuernos, porque se enteró que yo tengo
marido‖. Le comentó al señor que hace 12 años que está con el marido,
pero aclaró que no está casada sino ―juntada‖ desde ―joven‖. Me doy
cuenta que se involucra bastante con los clientes varones y mujeres, pero
desde lugares distintos. Si bien con ambos busca simpatía, ya sea sobre el
trabajo o sobre el amor, con las mujeres se posiciona en un lugar de par,
amistad y más serio, y con los hombres es más desde el juego, el chiste y
especialmente con los que conoce más y que también son chistosos. Yo
observo que estas interacciones que ella tiene con el público diverso que
va a comprar en el negocio la ponen de mejor humor y la distraen de los
problemas y tensiones que tiene en la esfera doméstica y familiar de su
vida (Notas de campo, 1 de diciembre de 2009).
Si bien escuché este tipo comentarios expresados libremente en el
lugar de trabajo por los patrones, también hablé mucho con los ―empleados‖
en el negocio, sin embargo, éstos últimos nunca me hablaron de manera
negativa de situación laboral sino que guardaban silencio al respecto. No
necesariamente por esto debe suponerse que no tengan tales sentimientos,
sino que se puede estimar que no hubieran querido expresar ese tipo de
valoración ante mi presencia, debido en parte a que ingresé a la red a través
de Juana, su figura de autoridad. En cambio, en el primer caso fue posible
observar este tema en mayor profundidad por el hecho de que yo haya
ingresado ―desde abajo‖. Por este motivo, en el presente caso se ve limitada
la información que sería de mayor relevancia para analizar dicho eje en
mayor profundidad.
Para el tercer eje, que se centra en la imbricación entre las
relaciones sociales en el ámbito laboral y el doméstico, si bien se observó su
existencia en el primer caso, en este caso aparece de manera más acentuada
142
y también cobra otras dimensiones. En lugar de manifestarse como la
continuación del ―control‖ del patrón sobre las empleadas desde el ámbito
laboral al extra-laboral, en este caso se observa en la continuación entre
ambos ámbitos del ―deber‖ moral de los empleados que conviven con sus
patrones, así como en las formas de distribución de tareas, el manejo del
dinero y la toma de decisiones por género.
Un primer ejemplo de dicha imbricación se observa en la
continuación del ―deber‖ moral que tienen Elizabeth y Raúl con Juana y que
existe entre el ámbito laboral -productivo- y el doméstico –reproductivo-.
Como vimos, en este caso las mujeres ―verduleras‖ cuentapropistas se tienen
que hacer responsables del gran peso del trabajo en sus negocios, y no así
los empleados, motivo por el cual la patronal recurre a los parientes para una
variedad más amplia de tareas y obligaciones –no tan estrictamente
laborales-, en donde las ―ayudas‖ toman forma de ―favores‖ y ―deberes‖
morales. Por ejemplo, ambos Elizabeth y Raúl mientras trabajan para Juana
y viven en su casa, la ―ayuda‖ que le brindan pasa entre un ámbito y otro. Es
decir, no sólo trabajan en el negocio, sino también cuidan a los hijos de
Juana y Roberto y ayudan en la casa a limpiar y cocinar. De esta manera, se
observa cómo se difumina la separación entre las ayudas en el ámbito
doméstico y el laboral, ambas indispensables para sostener el negocio y
generar así los ingresos necesarios para mantener a sus familias.
También se vio de manera clara la imbricación entre un ámbito y el
otro cuando Elizabeth dejó de trabajar para Juana hacia fines de 2009. Es
decir, durante el periodo de mi trabajo de campo Elizabeth atravesó varios
cambios laborales que se vieron reflejados en los cambios en las relaciones
familiares. Cuando empecé mi trabajo de campo, Elizabeth trabajaba en el
negocio con Juana y vivía en la propia casa de Juana y Roberto, en donde
compartía un cuarto con su sobrina. Pero cuando Elizabeth dejó de ir al
negocio y a estar en la casa, Juana y Roberto lo atribuían a que se estaba
capacitando para vender productos de belleza y cuidado y se preocupaban
por cómo reemplazar su ―ayuda‖ en el negocio y en la casa. Parte de esta
ausencia la llenó Raúl, a quien Juana había traído a Argentina hacía un año.
Durante este periodo Elizabeth se pasa de compartir la casa de Juana y
143
Roberto, viviendo en el mismo cuarto con su sobrina, a alquilar un cuarto
propio en la planta baja de la misma casa, ahora pagando un alquiler a su
hermana y el marido. Esto corresponde con el momento en que Elizabeth
dejó del todo de trabajar en la verdulería de Juana –aunque luego se vería en
la obligación de volver para ―ayudar‖.
Un día que yo estaba de visita en el hogar de la familia durante esa
época, Roberto expresó la situación a una vecina que pasó por su casa
preguntando por Elizabeth, contestándole: ―está viviendo abajo‖ porque ―se
independizó‖. Elizabeth también expresó esta quiebre en la relación,
diciéndome ―no subo más a la casa‖. Pero algo que Elizabeth me contaría
después es que no fue sólo por sus actividades como vendedoras de
productos de belleza que dejaría el negocio de Juana sino porque, como ya
vimos, consiguió a través de ―un amigo‖, tener su propio puesto de
verdulería en un supermercado chino en el barrio porteño de Parque
Chacabuco. Por tener su propio sueldo y no estar en la relación de
dependencia con Juana y Roberto, ellos ya no le daban vivienda, por lo cual
empezó a tener lugar de inquilina en la casa, pagando su propio alquiler y
viviendo en la planta baja con los otros inquilinos, incrementando así los
aspectos de este que son mediados por dinero y así disminuyendo las
ambigüedades con respecto a la división entre lo familiar y lo laboral en esta
relación.
Otra manifestación de la imbricación de relaciones sociales entre los
dos ámbitos remite a cómo las relaciones de género inciden en la
distribución de tareas, el manejo de dinero y la toma de decisiones, de
manera igual en ambos ámbitos. En el caso de Judith y su marido, ella
expresó que en su hogar existe una distribución relativamente igual de las
tareas domésticas, así como también en las responsabilidades de manejar su
verdulería:
Judith se fue de la casa de Juana en el mismo momento que yo, ya se
quería ir, no dijo por qué, pero cuando salimos juntas y me acompaña
hasta la parada me cuenta que su marido ya debe haber llegado a casa.
Pero que ―él sabe cocinarse solo‖, ―ve lo que hay y se hace algo‖. El
cocina también y la ―ayuda‖, si llegan tarde ―yo le digo si quieres comer
más rápido tienes que ayudar, y él ayuda‖, me cuenta, ―No es como el
Roberto‖. Yo le pregunto, ―tuviste suerte para encontrar un hombre así?‖,
―no‖, me dice, ―hay que acostumbrarlo al hombre también‖, ―El Roberto,
144
la Juana lo tiene mal acostumbrado‖. ―Juana hace todo ella, no?‖, le
pregunto. ―Sí, lo tiene mal acostumbrado‖. Judith me dice, si llegas a la
casa y si el hombre se tira y no hace nada y tú tienes que cocinar y limpiar
y él está ahí acostado no haciendo nada, ―no es justo‖, me cuenta (Notas
de campo, 23 de octubre de 2009).
Así, se observa cómo la buena relación entre Judith y su marido en
un ámbito tiene repercusiones positivas en el otro, ya que comparten de
manera relativamente igual la distribución de tareas en ambos. Según Judith
esto se relaciona no sólo con el hombre sino con que la mujer lo
―acostumbre‖ al hombre a compartir las tareas, especialmente en el ámbito
doméstico, hecho que contribuye a que existan menos tensiones en las
relaciones laborales también.
En cambio, se puede observar cómo la relación entre Juana y
Roberto se mantiene problemática entre ambos ámbitos, el reproductivo y el
productivo:
Roberto me dijo que quisiera vivir en un departamento en Capital con sus
hijos, quisiera vender su casa y comprar un departamento, porque no le
gusta tener siempre metidos los parientes, especialmente los de su esposa.
Dice que si no está metida en su casa su cuñada es su hermana, ―siempre
hay alguien‖ mirando ―a qué hora llegas‖, ―a qué hora salís‖, ―hablando‖.
No podes ―estar tranquilo‖ con tu mujer y tus hijos. Por ejemplo, me dijo
que Elizabeth ―le llena la cabeza‖ a Juana. Me dijo que ―una cosa es
cuando uno conoce a una mujer, pero después vas conociendo a sus
hermanos, padres, tíos y ya no es lo mismo‖. Trataba de explicarme que el
problema no es con Juana en sí sino con que su familia esté metida en sus
vidas y que esta situación ya hace que ―no vivo bien‖ con ella. (…) usó
algún término despectivo para referirse a la casa, y dijo que ―una casa en
provincia‖ es ―lo peor‖ porque siempre va a haber gente ahí ―metida‖
(Notas de campo, 1 de noviembre de 2009).
Roberto dejó de ir al negocio: ―desde el lunes que no voy al negocio‖
porque ―nos peleamos con Juana‖ (…) Dice que ―ella no me habla‖ (Notas
de campo, 15 de noviembre de 2009).
El segundo fragmento es de una conversación que tuve con Roberto
dos semanas después de la primera, tiempo durante el cual Roberto dejó de
ir a trabajar, hecho que cambió la constitución de la fuerza de trabajo en el
negocio. Esto es un ejemplo de cómo las tensiones familiares dentro de la
red resultan además en complicaciones en las relaciones laborales,
especialmente porque muchas veces son las mismas personas que se
relacionan en el ámbito productivo y el reproductivo.
145
Otra cuestión de interés con respecto a la imbricación de las
relaciones laborales y domésticas, y que surge de forma bastante visible en
este caso, es la cuestión de poder y de la autoridad en la toma de decisiones
y el manejo de dinero. En el caso de Juana y Roberto, nuevamente se
demuestran continuidades entre ambos ámbitos:
Llegó un cliente que los conoce (casi todos los clientes los conocen) y
compró dos gaseosas. Roberto le cobró y como parte de su cambio le tenía
que devolver un billete de 10 pesos, pero no tenía y le preguntó a Juana si
tenía, ―sí‖ le dice y el cliente va y le dice ―dame plata‖, en un tono de
chiste y Juana saca un dobladillo de cómo 100 pesos del bolsillo, con
varios billetes de 20 y otros de 10, mostrándoselo adrede. Ah tenés mucho
más, le dice el cliente. Juana se ríe y le da su vuelto (Notas de campo, 3 de
octubre de 2009).
El manejo del dinero ocurre de manera similar en el ámbito
doméstico que en el negocio, en el sentido que solía ser Roberto que le pedía
dinero a Juana. En su casa, en más de una oportunidad, el hijo hizo de
intermediario en la transacción de dinero entre ellos para que Roberto no
tuviera que pedirle dinero directamente a Juana. Con respecto al mayor
control que demuestra poseer Juana sobre el manejo de dinero en ambos
ámbitos, Roberto opinó lo siguiente el mismo día que estaba a solas
conmigo en la casa de la familia:
Me contaba que con Juana ―es muy difícil‖, otra vez aludiendo a la
conversación que tuvo conmigo hacía 15 días. Me dice que ella ―es así con
el dinero‖ (hace un puño), que ―no lo quiere largar‖, solo si le pedís 10
pesos te da pero si no, no quiere poner para nada, que hace muchos meses
está roto el camión y no lo arregla y así gasta mucho dinero en flete del
mercado, que no tiene sentido, pero que ―cuando ella quiere ella gasta la
plata‖. Dice que hay muchas cosas que en la casa necesitan hacer pero no
se hacen, están ―paradas‖ me dice (Notas de campo, 15 de noviembre de
2009).
La relación entre Juana y Roberto tiene una dinámica similar en el
manejo del dinero como en la toma de decisiones, en el sentido que Roberto
no siente que sean decisiones compartidas. Un día en la casa con Roberto y
sus tres hijos, cuando el mayor, David, quería ir al Ciber con sus primas,
Roberto le dijo que sí pero que debería esperar que llegara Juana del negocio
para ver si estaba bien porque ―yo solo no puedo decidir estas cosas‖, que
―tenemos que saber que dice Juana‖, le decía a su hijo. Otro día en la casa,
Roberto estaba viendo el plan de construcción de la terraza con Javier, un
146
hombre joven que había sido inquilino en la casa hacía unos años y
trabajaba de albañil. Entre Roberto y Javier escribieron un contrato para el
trabajo pero los dos dijeron necesario que antes de firmar lo viera ―la doña
Juana‖ y, efectivamente, se lo hicieron ver, dando a entender que ella tenía
que estar presente en la toma de decisiones y el manejo de los gastos que se
harían con respecto al ámbito doméstico. Esto se vio extendido también a la
toma de decisiones en el ámbito laboral:
…caminábamos hacia la parada pero cuando llegamos a la avenida 9 de
julio, Raúl se despidió y se fue para el subte. Roberto me dijo que se iba a
Retiro porque se va a Bolivia, que iba a comprarse el pasaje porque
mañana viaja a Bolivia. Le pregunté varias veces si volvía acá o qué iba a
hacer, y qué iban a hacer en el negocio si se iba Raúl, porque sé que tienen
el problema de que Elizabeth también dejó. No me contestaba pero me
terminó diciendo que hace solo un año que trabaja. Yo le pregunté, ―¿vos
no decidís sobre esto?‖, de que se fuera Raúl del negocio. ―No‖, me dice,
―yo qué voy a decir‖, ―es solo mi cuñado‖ nada más, ―no puedo decir nada
yo‖ (Notas de campo, 1 de noviembre de 2009).
Si bien resultó no ser verdad que Raúl regresaba a Bolivia, este relato
demuestra el lugar de subordinación en el cual se hace ver Roberto con
respecto a Juana, tanto en el ámbito laboral como el doméstico. Como bien
expresó Roberto, en este caso su sentimiento de falta de autoridad en la toma
de decisiones se debe en parte también a que es Juana la familiar con quien
Raúl ―contrajo deudas‖ y, por lo tanto, a quien debería responder. De todas
formas, como se observó en estas situaciones y en otras que relevé en mi
trabajo de campo, Juana también asume un rol de mayor autoridad en la
toma de decisiones con respecto a los hijos y en temas de la casa y el
negocio en general.
En los casos tanto de Judith como de Juana, se observa una
continuidad de la dinámica de poder que se genera en la toma de decisiones,
el manejo de dinero y la distribución de tareas con respecto al género entre
ambos ámbitos—el doméstico y el laboral. De todos los interlocutores de
este caso, ellas dos brindan los ejemplos más claros de esto porque ambas
son cuentapropistas con sus propios negocios en donde trabajan junto a sus
maridos con los cuales también conviven y comparten la crianza de sus hijos
y las demás tareas domésticas. Si bien Juana vive una relación más compleja
con su marido que la que tiene Judith, ambas mujeres manejan un
147
importante nivel de autoridad en ambos ámbitos, ya sea en la distribución de
tareas como en el caso de Judith, así como en la toma de decisiones y el
manejo de dinero, como en el caso de Juana y también de Judith. En un
trabajo etnográfico con mujeres vendedoras rurales en San Pedro de Condo,
Oruro, Bolivia, la investigadora Lynn Sikkink observó un fenómeno similar:
―donde las vendedoras Condeñas logran ejercer mayor poder político
como resultado de sus actividades en la comercialización es,
principalmente, en sus hogares y sus comunidades, más que en espacios
públicos urbanos. Al emplear su papel de comerciante inteligente en sus
familias, ellas tienen una voz más fuerte en la toma de decisiones y una
mayor autoridad en el hogar en general‖ 35 (Sakkink, 2001: 212-3).
Entre las diferentes vendedoras que estudió Sikkink, encontró que las
que trabajan como vendedoras permanentes y en contextos urbanos, pero de
origen rural e indígena, construyen identidades diferentes a las de sus pares
rurales, ya que las primeras se ven más claramente como ―comerciantes‖ y
enfatizan su knowhow urbano (Op. cit.: 222). Esta aclaración permite pensar
nuestro caso a la luz de las observaciones de Sikkink. En mi trabajo de
campo, quedó evidenciado que, así como las ―Condeñas‖, estas mujeres
también logran transferir la autoridad que acumulan de su rol de
vendedora/comerciante, al ámbito doméstico, demostrando disfrutar de un
nivel de autoridad relativamente importante en la toma de decisiones
también en el ámbito del hogar. Como también encontró Sikkink, las
mujeres rurales de Bolivia pueden ser caracterizadas como ―managers of
household resources and exchange relations‖ (Op. cit.: 210). En los casos
de Judith, Juana y Sonia, ellas cumplen con esta caracterización, lo cual les
permite ―intentar mejorar las situaciones de sus familias‖ a través del
―manejo cuidadoso de los bienes del hogar, su habilidad de vender en el
mercado, y la designación de sus recursos a varios fines‖36 (Ibid).
Iluminando este mismo fenómeno desde una observación más
general en base a un estudio comparativo de mujeres comerciantes en
diferentes lugares del mundo, Linda Seligmann afirma que:
―El hogar y el mercado interactúan de manera dialéctica, al traducirse o
transferirse al mercado las dinámicas de parentesco, las ideologías de
35
36
Texto original en inglés. Traducción propia.
Texto original en inglés. Traducción propia.
148
género y las prácticas del hogar. Al mismo tiempo, las prácticas del
mercado y los principios económicos se vuelven integrales a la
reproducción del hogar y al carácter de las actividades que allí ocurren‖ 37
(Seligmann, 2001: 3).
Tomando en cuenta la imbricación y dialéctica entre ambos ámbitos,
como bien señalan Sikkink y Seligmann, y reconociendo que una mayor
autoridad en un ámbito puede traducirse en otro, también es necesario
reconocer que, a pesar de un rol predominante en la toma de decisiones, éste
sigue coexistiendo en paralelo a otras dinámicas de desigualdad que
persisten en las relaciones de género en ambos ámbitos. Como se pudo
observar, existen en los discursos de las mujeres una expresión de
―sacrificio‖ y ―sufrimiento‖ por todas las demandas sobre ellas desde ambos
ámbitos, se encuentran frecuentemente sobrecargadas y en una lucha de
poder con sus maridos por un mejor trato y por una distribución de tareas
más igual. En este sentido, también es el contexto migratorio un importante
factor que complejiza las dinámicas de poder en las relaciones de género
dentro de diferentes ámbitos. Como lo señalado por Boyd y Grieco y como
encontró relevante a la situación de mujeres migrantes bolivianas en
Córdoba, Argentina, la investigadora Magliano nos señala que:
―A pesar que nuevas responsabilidades económicas y sociales pueden
producir modificaciones en la distribución de poder dentro de la propia
familia, una mayor participación laboral en el lugar de llegada no conlleva
por si solo a una relación más igualitaria entre los miembros de la unidad
familiar, puesto que los movimientos migratorios pueden transferir la
autoridad patriarcal desde los países de origen hacia el país de destino
(Boyd y Grieco, 1998)‖ (Magliano, 2007).
Esta advertencia nos recuerda tener presente que, si bien se evidencia un rol
predominante de las mujeres en la toma de decisiones y el manejo de dinero
en ambos ámbitos –productivos y reproductivos-, esto no conlleva de por sí
una relación de género simétrica en dichos ámbitos, de manera que sigue
siendo fundamental considerar cómo el género incide en las relaciones
sociales en el contexto migratorio y aquí, de especial importancia, en las
redes y en el lugar de trabajo de las verdulerías.
El cuarto eje permite destacar los actos de resistencia y obediencia
de parte de los trabajadores y sus expresiones mixtas, incluyendo formas
37
Texto original en inglés. Traducción propia.
149
cotidianas y otras no cotidianas, como lo es el abandono del lugar de trabajo.
A diferencia del primer caso, en éste no observé formas cotidianas de
resistencia entre los empleados-familiares y sus patrones, ya sea en
discursos en donde expresaran su disconformidad con su situación laboral ni
tampoco en acciones materiales, pero sí de obediencia. Según consideré
antes, lo probable es que esto se radique en parte en que mi acceso a la red
fue por medio de Juana, su figura de autoridad, y no ―desde abajo‖ por los
empleados, como sí ocurrió en el primer caso. Sin embargo, sí pude
observar ejemplos del abandono del lugar de trabajo como una forma de
resistencia y el volver como obediencia.
Como se mencionó en el análisis del tercer eje, cuando Roberto me
contaba que Raúl se volvía a Bolivia, me dijo además que
…siempre hacen lo mismo las personas que llevan a trabajar con ellos.
―Le enseñas todo y se van‖. Creo que va a buscar otro trabajo, dijo
Roberto. Le pregunto, ¿pero en Bolivia o acá? Acá, me dice. Todos los
que vienen de afuera vienen a Argentina para trabajar y sacar plata y se
van. Me dijo, ―¿vos qué haces? Vienen a trabajar contigo, le enseñas todo
y se va, ¿vos qué haces?‖ (Notas de campo, 1 de noviembre de 2009).
Esta situación demuestra que, además de la limitación de la red
migrante y laboral en tanto se limita a familiares, por poder confiar
solamente en ellos, aparece otra limitación o desafío para la patronal con
respecto a los mismos familiares que traen a trabajar para ellos: la
posibilidad de que la persona que hayan traído de Bolivia a trabajar luego
los ―abandone‖ por otro trabajo después de que le hayan ―enseñado todo‖.
Cuando yo le pregunté a Raúl si era verdad que pensaba en la posibilidad de
volver a Bolivia, resultó no serlo. Su respuesta fue que no podría irse a
Bolivia porque ―¿quién ayudaría a Juana?‖. Esta respuesta de parte de Raúl
representa una expresión de obediencia ante una amenaza de resistencia
percibida por el patrón, y, al mismo tiempo, señala la existencia de cierto
sentimiento de deuda moral hacia Juana, por ser hermano y porque ella lo
trajo, le dio trabajo y vivienda, y porque Juana necesitaba su ―ayuda‖ en el
negocio.
Aunque la amenaza de abandono percibido por Roberto en el caso de
Raúl resultó no serlo en concreto, en el caso de Elizabeth, ella, siendo de
150
mayoría de edad y llevando más años de convivencia y trabajo con y para
Juana, sí se abrió de la relación de dependencia con Juana y Roberto,
quienes por este motivo quedaron sin ―ayuda‖ en la verdulería. Esta
transformación en la relación entre Juana y Elizabeth, causada por el
―abandono‖ del lugar de trabajo de parte de Elizabeth, quien se liberó así –
en gran parte- de la relación de deuda con su hermana mayor, no se habló
abiertamente por su parte ni por parte de Juana y Roberto, ni tampoco fue
libre de conflictos y tensiones entre ellos.
Esta posibilidad de ―pérdida‖ de parte de los que emplean a sus
familiares representa una amenaza para su estabilidad laboral como
empleadores, sobre todo porque, por ser una red familiar, la fuente de mano
de obra se ve más limitada. Aunque desde la perspectiva del empleador
existe este riesgo, sin embargo, desde la perspectiva del trabajador no debe
ser una decisión fácil la de ―abandonar‖ el lugar de trabajo, o
―independizarse‖, debido al sentimiento de deuda moral que sienten con los
parientes que los ―trajeron‖. Además, por haber visto todas sus necesidades
básicas satisfechas a través de la red desde un principio, la decisión de
―independizarse‖ implica no sólo concretar otro trabajo sino también otra
vivienda, u otra forma de pagar la vivienda de manera remunerada, y ya
desligarse hasta cierto punto de las deudas morales que se generan
mutuamente.
En los casos de Elizabeth y Raúl, se puede entender la imaginación
y/o la acción de volver a Bolivia o de cambiar de trabajo como una
expresión de resistencia, ya que, como considera Pizarro (2010):
―He incluido entre las prácticas de resistencia la esperanza de cambiar de
trabajo o de volver a Bolivia ya que constituyen ilusiones momentáneas
que les permiten autoafirmarse en un presente angustiante y que, en
ocasiones se concretan como en el caso de Raquel. Tal como señala Torres
(1997: 249) estas ilusiones constituyen utopías contingentes que permiten
entender cómo operan las distintas ideas de los trabajadores acerca del
cambio. Las prospecciones del futuro les permiten trascender el
pesimismo producido por su situación presente, proyectando una situación
diferente a la actual. Esta manera de imaginar una mejor situación puede o
no estar relacionada con la finalización de la dominación, sin embargo es
en sí misma una expresión de poder de los subordinados que da cuenta de
su capacidad de agencia y de su potencialidad de cuestionar la realidad‖
(Pizarro, 2010: 24-5).
151
El acto de resistencia más clara que se manifestó en el caso de
Elizabeth, sin embargo se convertiría luego en una expresión mixta de
resistencia y obediencia, al volver a trabajar en la verdulería de Juana
cuando Juana se lo pidiera más adelante. Aquí se observa lo que Torres
identifica como una conducta social diferenciada, que va desde la pasividad
hasta la rebelión (Op. cit.: 14), y que se observa no sólo entre distintas
personas en una clase social, sino que también existen contradicciones
inherentes en un mismo sujeto, manifiestas en las relaciones que él o ella
tiene con los demás. En este sentido, podemos entender las acciones y
decisiones de Elizabeth a la luz de lo que dice Torres al sostener que: ―al
momento de estudiar las relaciones de poder inscritas en cualquier situación
de trabajo, tiene que considerarse que toda relación de poder es un camino
de doble sentido‖, o sea ―toda relación humana se expresa al mismo tiempo
como un proceso de autonomía y de dependencia‖ (Op. cit.: 29). Sobre esta
base es que se entiende ―el proceso de dominación/subordinación como algo
inconcluso y como resultado de circunstancias de la vida que están por
definirse, en las cuales los trabajadores saben que pueden desarrollar
conductas diversas a las subordinadas, aunque también, por diversas
razones, pueden llegar a consentir su propia subordinación‖ (Op. cit.: 13).
III. Comparación de los casos: emprendimientos étnicos de tipo
empresarial versus familiar
En el análisis de los dos casos, se reconstruyeron los roles y
responsabilidades de las mujeres bolivianas verduleras y otros trabajadores
bolivianos de sus entornos laborales y se analizaron las relaciones laborales
que se entablan entre ellos en el lugar de trabajo de las ‗verdulerías‘ y cómo
éstas se relacionan y varían dependiendo del tipo de emprendimiento y red
en la cual funciona. Se profundizó este análisis considerando, desde un
enfoque del actor, las relaciones de poder y de dominación/subordinación en
los lugares de trabajo, su imbricación con el ámbito reproductivo, y las
acciones de resistencia y subordinación que llevan a cabo en dichos
contextos. Estos temas constituyeron los ejes centrales e interrelacionados
que
surgieron
en
mi
trabajo
de
152
campo
con
respecto
a
la
dominación/subordinación y la resistencia en las relaciones sociales que se
entablan en los lugares de trabajo. Permitieron un análisis de los casos que
articula diferentes niveles y formas de conciencia, agencia y resistencia así
como de subordinación de las trabajadoras frente a sus experiencias en este
sector del mercado de trabajo.
El
contexto
en
donde
se
desarrollan
ambos
casos
son
emprendimientos pequeños en donde la fuerza de trabajo está constituida
por pocas personas quienes se articulan con la estructura de una red
migratoria más amplia. Este tipo emprendimientos tiene, además, otras
características
tipificadas
por
estudios
sobre
diferentes
sectores
―etiquetados‖ del mercado laboral por etnicidad-nacionalidad, en los cuales
se concentra mano de obra de inmigrantes bolivianos, como por ejemplo la
producción frutihortícola. En este sector en la Región Metropolitana de la
Ciudad de Córdoba, Pizarro encontró que, por un lado, ―el hecho de que los
bolivianos sí se presten a trabajar en tales condiciones es tematizado por los
trabajadores a través de naturalizaciones que justifican la segregación étnico
nacional, apelando a un cierto orgullo étnico (Holmes 2007) que adscribe a
los bolivianos una mayor tolerancia física al sufrimiento (…)‖ (Pizarro,
2010: 10). Por otro lado, identificó que esto también se debe a que
―se busca contratar, fundamentalmente a través de redes sociales, a ciertos
trabajadores que no pretenderán ciertos beneficios propios de los mercados
laborales estructurados por las regulaciones del oficio o de la empresa, es
decir, a aquellos que no demandarán sueldos mínimos, vacaciones,
aguinaldo, asignaciones familiares, aportes previsionales, entre otros‖
(Ibid).
Así como observa Pizarro, en ambos casos contemplados aquí el contratar
mano de obra a través de las redes sociales migrantes efectivamente
permitió que los patrones pudieran mantener a sus empleados –sean estos
familiares o no- en situaciones de precariedad laboral sin los derechos
laborales básicos del mercado laboral formal en Argentina. De esta manera,
vimos cómo esta situación se vincula con el hecho de que las jerarquías
laborales en estos contextos ―son estructuradas principalmente a través de
regulaciones socioculturales basadas en la naturalización de ciertos
153
esquemas de segregación y de la operatoria de las redes sociales‖ (Pizarro,
2010: 10).
El análisis de las relaciones laborales en lugares de trabajo de estas
características, requiere ―la comprensión de los regímenes, arreglos, normas
e instituciones que estructuran las relaciones entre puestos de trabajo,
empleadores y trabajadores (Granovetter, 1992; Peck, 1996; Pries, 2000)‖
(Benencia y Quaranta, 2006a: 88). En nuestros casos, esto incluyó la
indagación sobre la vinculación de las instituciones de las redes sociales
migrantes y las familias migrantes bolivianas con las relaciones sociales que
se entablan en los lugares de trabajo, así como las formas de ―control‖
ejercido en los lugares de trabajo y los acuerdos no monetarios explícitos e
implícitos que hacían parte de las relaciones laborales. Dicha indagación
permitió un acercamiento a la dinámica del mercado de trabajo de las
verdulerías como una economía de enclave étnico, en donde la mano de obra
de los emprendimientos está constituida por inmigrantes bolivianos cuyas
relaciones laborales se ven articuladas dentro de una red social migrante, y
por lo tanto se ven impactadas por las relaciones de poder dentro de esa red.
Estudiar dos casos contrastantes para entender la dinámica de este
mercado de trabajo nos permite ―interpretar la heterogeneidad que
caracteriza a los trabajadores y sus ambientes sociales, atravesados por
diferencias de género, edad, clase sociales, jerarquía y amistad‖ de modo de
―explicar una conducta social muy diferenciada que abarca desde la
pasividad hasta la rebelión abierta, pasando por varias formas de apatía‖
(Torres, 1994: 14). Por otro lado, nos permite ―conocer la diversidad de
condiciones de vida a que están sujetos, las solidaridades que se prestan
entre sí, con los patrones, los compromisos que se reflejan en las rutinas de
trabajo, la internalización o externalización de los estilos de compañía que
se pueden identificar tanto en lo laboral como en su vida doméstica‖
(Torres, 1994: 14). Se vio la incidencia especialmente del género y la
etnicidad-nacionalidad en las jerarquías laborales entre trabajadores/as y
patrón/a, y sus diferentes configuraciones acorde al tipo de emprendimiento
y red en las cuales estaban enmarcadas.
154
En el primero caso, los emprendimientos donde se entablan las
relaciones sociales son de tipo empresarial, no familiar. Al no estar
mediadas por lazos de parentesco, se mantiene una mayor claridad en los
términos de la relación como relación laboral. Como se observó, la relación
está cruzada por reciprocidades (asimétricas) y ‗deberes‘ (morales) de parte
de las empleadas por haber recibido el ‗don‘ del patrón, quien les brindó
trabajo y dice sentirse ―responsable‖ por ellas. Sin embargo, este fenómeno
no se presentó de manera tan fuerte como en el segundo caso, en donde se
mezclaron las relaciones familiares con las relaciones laborales al tratarse de
una red y establecimientos familiares. Entonces, a diferencia de segundo
caso, el hecho de que los vínculos entre el patrón y las trabajadoras sea más
clara en términos de una relación laboral hizo que ellas sintieran mayor
derecho al reclamo de injusticias que experimentaron en el lugar de trabajo,
aunque por un contexto de trabajo de enclave étnico, las complejas
relaciones que esto implica sí hicieron que tal ‗reclamo‘ se vea más
obstaculizado que en otros sectores más formales del mercado laboral. Esto
se vio manifiesto en un mayor nivel de queja y reclamo de parte de las
mujeres trabajadoras, que he interpretado como formas de resistencia
cotidianas.
Se vio cómo, en el primer caso, a pesar del miedo a hablar y ―salir‖,
los propios relatos sobre la explotación, y las dinámicas de etnicidadnacionalidad y género que en ellos se pusieron en juego, demostraron que
ellas mismas tienen conciencia de su subordinación y que éstos constituyen
un acto de resistencia ideológica. Se vio cómo esta conciencia se tradujo por
momentos en actos cotidianos de resistencia y otras veces en la obediencia
frente a los mandatos sociales y laborales.
Independientemente de cuál fuera la forma de resistir o no en lo
cotidiano, a menudo la conciencia lleva a que las trabajadoras
eventualmente decidieran abandonar el lugar de trabajo volviendo a Bolivia
o buscando otros trabajos en Buenos Aires que consideraban mejores, en
general para salir de la situación de una red que las enclaustra en una
situación laboral de explotación. La conclusión de Pizarro et. al. (2011) del
155
estudio citado arriba se aplica al caso de las trabajadoras de las verdulerías
en tanto:
―si bien no hemos detectado una resistencia ni oposición abiertas a los
mecanismos de control a través de los cuales los patrones construyen
cotidianamente la segmentación étnica del mercado laboral, se puede
apreciar que los trabajadores no reproducen acríticamente las relaciones de
dominación y subalternidad en las que desarrollan sus prácticas laborales‖
(Op. cit.: 28).
A través de este caso de estudio, se observó, tal como señalan
Benencia y Quantara, que los lugares de trabajo constituyen ―procesos de
luchas y disputas entre los trabajadores y empleadores a partir de los
recursos que los actores disponen en una determinada arena sociopolítica‖
(Benencia y Quantara, 2009: 3). Estos procesos, que forman parte de las
relaciones de producción, son mediados por diferencias de poder y están
entrecruzadas por divisiones de género así como por las esferas domésticas
y públicas (Scott, 1985), ya que la dinámica de poder y resistencia en las
relaciones de dominación/subordinación vieron una continuidad entre el
espacio ‗público‘ del lugar de trabajo y los espacios ‗íntimos‘ del hogar y el
―tiempo libre‖ de las mujeres trabajadoras. La posición subordinada en las
relaciones de poder con el ―jefe‖ es parte constitutiva de los lazos sociales y
las relaciones cotidianas que dan forma a las experiencias de las
―verduleras‖ que integraron este estudio de caso.
Mientras en el primer caso, el hecho de que los establecimientos eran
de tipo empresarial hacía que existiera una relación laboral más clara entre
las trabajadoras y el patrón, en el segundo caso los establecimientos y las
relaciones sociales que allí se entablan están cruzados íntimamente por las
relaciones familiares que ofuscaban los términos de las relaciones laborales.
Si bien en ambos casos existen reciprocidades, deudas y deberes ―morales‖
que se generan en el contexto del trabajo migrante accedido por vía de una
red social migrante, éstos se acentúan cuando ocurren en el marco de la
familia cuya propia dinámica incide en las relaciones que se entablan en los
lugares de trabajo.
Al tratarse de un emprendimiento familiar, pude observar cómo los
trabajadores equilibran las responsabilidades del ámbito laboral con las
156
tareas del ámbito doméstico, lo cual permitió encontrar que al estar
vinculados ambos ámbitos existe una mayor flexibilidad y rotación de
responsabilidades entre los miembros de la red. Esto se diferenció del primer
caso considerado en donde los emprendimientos eran de tipo empresarial
con roles y relaciones definidos de manera más clara. La comparación nos
permite ver cómo dicha flexibilidad observada en este caso fue permitida
justamente por el intercambio continuo de favores que se generaban en el
marco familiar entre los integrantes de mayor y menor rango, jerarquía
definida además por las edades de los integrantes y sus trayectorias laborales
y migratorias.
La diversidad de los integrantes de esta red en este último sentido –
por edad y trayectoria laboral y migratoria-, también permitió otra
distribución de tareas dentro de las verdulerías. Mientras en el primer caso,
el patrón cuentapropista, al tener varias verdulerías y no trabajar en ninguna
como vendedor, todas las tareas, excepto la compra de la mercadería y el
manejo de los balances, caían sobre las mismas empleadas. En cambio, en
este caso, las mujeres cuentapropistas además de ser patronas, trabajan en
sus propias verdulerías y son ellas las que se ven en situaciones de trabajar
las jornadas más largas, de estar todos los días y de hacerse responsables de
la mayoría de las tareas. Pero, al no ser empleadas de ningún patrón, su
situación ―sacrificada‖ no se debe a que están en una posición de
subordinación y explotación a manos de un tercero, sino porque se ven
obligadas a trabajar de esta forma por una cuestión de necesidad económica
de mantener a sus familias. Por otro lado, los empleados de estas
cuentapropistas
también
se
encuentran
trabajando
en
situaciones
sacrificadas, de largas horas, una remuneración sólo parcialmente monetaria,
y con el deber de devolverle favores y estar a la disposición constante de sus
patrones. Pero, se hace más difícil que en el primer caso hablar en términos
de explotación ya que ésta cobraría formas más encubiertas, al estar
desdibujada la línea entre qué se espera de ellos como empleados y qué se
espera de ellos como familiares.
En este caso también se vio cómo el contexto muy particular del
emprendimiento étnico familiar, articulado en una red social familiar, y la
157
relación de deuda moral entre patrón y empleados familiares, resultó en una
menor posibilidad de reclamo por los de menor rango en la jerarquía laboral
hacia su patronal, ya que, por la ambigüedad del tipo de vínculo entre ambas
partes, no se sentirían autorizados para reclamar lo que en otros contextos
más formales se considerarían sus derechos laborales. Esto resultó en un
menor nivel de expresiones de resistencia observables de parte de los/as
trabajadores/as. Debido a que en el primer caso analizado se observaron
múltiples formas de resistencia, tanto cotidianas como no, y acá sólo se
observó el abandono del lugar de trabajo, y tampoco en forma permanente,
nos podemos preguntar si esto se deberá en parte al tipo de relaciones que se
establecen en el emprendimiento étnico familiar. Sin embargo, en esta
pregunta, también debemos considerar el hecho que yo haya entrado en
contacto con la red a través de su autoridad, Juana, y no ―desde abajo‖ como
en el primer caso.
Así como las formas de explotación en este caso son más encubiertos
por tratarse de relaciones entre familiares, las formas de resistencia que
pudieran llegar a ejercer los trabajadores también serían más encubiertas, en
tanto menos confortativas con su ―patronal‖. Pizarro identificó un fenómeno
similar entre trabajadores agrícolas del cinturón verde de la Región
Metropolitana de la ciudad de Córdoba, cuyas relaciones laborales también
están cruzadas por lo familiar. La autora considera que en dicho sector, así
como yo encontré en las verdulerías, al prevalecer las ―regulaciones
socioculturales basadas en esquemas de discriminación y en redes sociales‖
y al existir ―una íntima imbricación entre los ámbitos productivo y
reproductivo de los trabajadores‖, ―no son tan esperables ciertas formas de
confrontación con la patronal en donde prima la acción asociativa con otros
trabajadores (…) que pueden involucrar denuncias por las condiciones
laborales, reclamos gremiales o apelaciones a la intervención del estado‖, las
cuales
―son
más
típicas
de
mercados
laborales
sociorregulados
preponderantemente a través de otras instituciones tales como la empresa y
el oficio‖ (Pizarro, 2010: 25).
En este sentido se puede apreciar cómo el contexto específico de la
red y de los emprendimientos, siendo en el segundo caso de tipo familiar y
158
étnico-nacional, genera, por un lado, una mayor imbricación entre el ámbito
doméstico y el laboral, mostrándose por este motivo una mayor continuidad
en la dinámica de poder en las relaciones sociales que se entablan en los dos
ámbitos. Por otro lado, como en dicho contexto se desdibuja la línea
divisoria entre lo estrictamente laboral y lo familiar, esto hace que un
sentido de la moral, enraizada en los vínculos de parentesco, emerja también
de manera marcada en las relaciones sociales en el lugar de trabajo. En este
sentido, la importancia de la operación de las redes sociales es que, al estar
―fundadas en mecanismos de reciprocidad, solidaridad, lealtad y confianza
mutua entre familiares y amigos, anclan las decisiones laborales en el
mundo de la moralidad y los afectos (Benencia y Quaranta 2006)‖ (Pizarro,
2010: 3). Como consecuencia, la fuerza de trabajo de los empleados es
considerada como una ―ayuda‖ que ellos ―deben‖ a la patronal al haber
entrado en ―deuda‖ con ésta en términos de haber visto facilitado su
inserción laboral y su acceso a la vivienda gracias a ella.
******************************
En este capítulo se pretendió abrir una discusión, en base a los casos
estudiados, sobre las experiencias de mujeres migrantes bolivianas en la
Ciudad de Buenos Aires que se desempeñan en la comercialización
minorista frutihortícola, las relaciones sociales entre ellas y otras figuras
relevantes de sus entornos laborales, y las dinámicas de dominación y
subordinación que se generan en estas relaciones. A partir de la dinámica
particular que se genera en dichas relaciones en cada caso, se consideraron
algunas de las formas heterogéneas en que los/as trabajadores/as reaccionan
frente a sus experiencias de sufrimiento y/o explotación en este mercado de
trabajo, variando desde la obediencia a la resistencia y a veces con
expresiones ambiguas.
Si bien en el análisis de estas cuestiones en cada caso se hallaron
similitudes, también emergieron importantes diferencias. Fueron las
divergencias entre los dos casos lo que, en gran parte, permitió vincular la
dinámica particular de las relaciones sociales en los lugares de trabajo con
los diferentes tipos de establecimientos y de organización de la fuerza de
159
trabajo, en tanto concierne un establecimiento, por un lado, de tipo
empresarial y, por otro, de tipo familiar. También se vio cómo las
particularidades de las relaciones laborales en cada caso se vinculan con la
dinámica de las relaciones sociales que operan al interior de las redes
sociales en las cuales se articulan los establecimientos.
Fue así que se destacaron algunos rasgos comunes y al mismo
tiempo la heterogeneidad de los emprendimientos étnicos que co-existen
dentro del mercado de trabajo ―etiquetado‖ de las verdulerías.
160
Conclusiones
El objetivo central que impulsó la presente tesis fue indagar de qué
manera inciden el género y la etnicidad-nacionalidad en el proceso de la
conformación del mercado laboral y en los lugares de trabajo en los que
participan mujeres bolivianas vinculadas a la comercialización frutihortícola
minorista en la Ciudad de Buenos Aires. Del mismo se desprenden dos
preguntas específicas cuya exploración nos permitió responder a nuestra
pregunta central. Por un lado, nos preguntamos por las articulaciones de los
clivajes de género y etnicidad-nacionalidad en las trayectorias laborales y
migratorias de las mujeres bajo estudio, en las redes sociales en las que se
articulan y en la construcción de una imagen como comerciantes, y de qué
modo las mismas aportan a la conformación particular del mercado laboral
de las verdulerías. Por otro lado, indagamos cómo se entablan las relaciones
sociales en los lugares de trabajo en este sector, desde una perspectiva de
género y etnicidad-nacionalidad. El intento de responder a estas preguntas
nos llevó a plantear la posibilidad de que las verdulerías constituyan un
nicho en un mercado laboral doblemente segmentado por género y
etnicidad-nacionalidad.
Para responder a la primera pregunta, en el capítulo dos de esta tesis
se desarrolló un análisis sobre cómo las trayectorias laborales y migratorias
de las mujeres y las redes sociales en las cuales se articulan, así como una
imagen de ellas como trabajadoras y comerciantes, influyen en la
conformación segmentada del mercado de trabajo de las verdulerías, en base
a los dos casos etnográficos considerados en este trabajo. Se presentaron la
estructura y el funcionamiento de cada red y las trayectorias laborales y
migratorias de sus integrantes. Pudimos observar cómo se construye una
imagen de estas mujeres como ―buenas trabajadoras‖ y ―buenas
comerciantes‖ de modo de favorecer su inserción en este sector.
En relación a las trayectorias laborales, surgió en ambos casos una
asociación
étnico-nacional
entre
las
actividades
vinculadas
a
la
comercialización frutihortícola minorista y los inmigrantes bolivianos en
Buenos Aires. En el primer caso fueron las mismas verduleras quienes, por
161
sus propios antecedentes en actividades vinculadas a este sector o a otros
eslabones de la cadena de producción y comercialización frutihortícola en el
lugar de origen, se sintieron identificadas con ―la verdura‖ y aptas para el
―trabajo pesado‖ que implicaba, trabajo que consideraban que ―otros no
quieren hacer‖. Aquí, se vio cómo el patrón de las empleadas aprovechaba
esta asociación que hacían las propias mujeres de modo de justificar la
selectividad por etnicidad-nacionalidad y género al momento de reclutar
mano de obra para sus emprendimientos, reforzando de esta manera la
segmentación étnico-nacional del sector. Así, las naturalizaciones de
imágenes estereotipadas de los trabajadores bolivianos favorecen a la
patronal ya que sientan las bases para una estrategia de acumulación
capitalista. En el segundo caso nuestras interlocutoras
asociaban a las
verdulerías con los bolivianos por el hecho de que tenían muchos parientes y
amigos de su misma etnicidad-nacional ya insertos en el sector, para quienes
habían trabajado con anterioridad, acumulando de esta manera su propio
knowhow sobre la actividad, o a quienes podían consultar al momento de
poner su propio negocio. Ambos factores hicieron que las interlocutoras
verduleras consideraran que para los bolivianos el ser verdulero es una
―profesión fácil‖. Si bien muchos de los interlocutores manifestaron el deseo
de abrirse de rubro y salir de las verdulerías, ya sea por ser un trabajo
―sacrificado‖ o por el estigma asociado al mismo, este deseo se vio
obstaculizado por varios motivos, entre ellos la falta de estudios, la
necesidad de los ingresos que, aun si mínimos, permiten las verdulerías, así
como la barrera al ascenso socio-económico que implica la valoración
negativa de su imagen etnicizada en la sociedad receptora por fuera de los
mercados de trabajo ―etiquetados‖.
En relación a las trayectorias migratorias, se observó en ambos casos
patrones de migración autónoma de parte de las mujeres migrantes bajo
estudio. Este hecho es importante en tanto nos permite asociar su decisión
migratoria con las posibilidades del mercado laboral y la relevancia del
género en las oportunidades brindadas por el mismo en el lugar de destino
(Benencia y Karasik, 1994). En el caso de las mujeres que vinieron a
Buenos Aires por primera vez para trabajar en las verdulerías, como ocurrió
162
en el primer caso, la hipótesis que vincula la migración autónoma con las
oportunidades generizadas del mercado de trabajo en el lugar de destino nos
permite considerar a las verdulerías como un sector ―disponible‖ para las
mujeres migrantes bolivianas en Buenos Aires, característica que aporta a la
hipótesis de que éste constituya un nicho etiquetado por género. En el
segundo caso, esta vinculación es más ofuscada debido al hecho de que las
mujeres, si bien migraron de forma autónoma y ―para trabajar‖, no se
insertaron directamente en el sector de las verdulerías. Esto se puede
vincular con que sus trayectorias laborales eran más diversificadas, así como
con el hecho de que iniciaron su migración en una época anterior al avance
de los inmigrantes bolivianos sobre este último eslabón de la cadena de
producción y comercialización frutihortícola en Buenos Aires. Es
importante observar que en la medida que se fue convirtiendo en un sector
―disponible‖ para las mujeres bolivianas, las diversas integrantes mujeres de
esta red se fueron insertando, ayudadas por otros parientes ya insertos en el
sector.
También en relación a las trayectorias migratorias, a pesar de ser un
trabajo ―pesado‖ y ―sacrificado‖, el trabajo en las verdulerías aparece en
ambos casos como un medio para la acumulación de capital. Como se vio en
el primer caso, a los que siguen (o tienen en su imaginario migratorio) el
patrón de retorno y reinversión en el lugar de origen, el trabajo en la
verdulería les permite ahorrar. Por otro lado, en el segundo caso, se observó
una diversidad de formas en que la verdulería aparece como un medio para
la acumulación de capital. Entre quienes migraron siendo más jóvenes, y
que no necesariamente desean volver a Bolivia pero que tampoco formaron
sus propias familias que tienen que mantener, el trabajo en la verdulería
aparece como una forma de acumular suficiente capital para luego buscar
abrirse a otro sector no etiquetado del mercado de trabajo. Para los que sí
formaron pareja y familia en Argentina, pero siguen teniendo en el horizonte
el deseo de volver, el trabajo en la verdulería representa un sacrificio que
están dispuestos a hacer porque les permite tener los suficientes ingresos
para mantener a sus familias y brindarles ciertas oportunidades a sus hijos
que consideran beneficiosas. Por último, para los que formaron pareja y
163
familia en el país y tuvieron una ―exitosa carrera‖ en las verdulerías, se
difumina el deseo del volver debido al ascenso económico que les permitió
acceder a un nivel de vida en el lugar de destino que saben que en Bolivia no
podrían tener.
Con respecto a las redes sociales y su intermediación en la
conformación del mercado de trabajo de las verdulerías, se observó cómo,
en ambos casos, las mismas funcionan como mecanismos de reclutamiento
de mano de obra para las verdulerías. Las redes se arman sobre redes
familiares y vecinales ya existentes en el lugar de origen, por lo cual
importan relaciones preexistentes que operan, en este sentido, de manera
selectiva en la inserción laboral en el sector. En el primer caso se observó
cómo, al iniciar su migración las mujeres específicamente para
desempeñarse como verduleras en Buenos Aires, la red posibilitó no sólo su
migración sino también su inserción laboral en este sector así como su
acceso a la vivienda, la cual recibieron como parte de su arreglo laboral.
También se vio cómo, al funcionar como mecanismo tan efectivo para la
inserción inicial en el lugar de destino, la red termina enclaustrando a sus
integrantes, característica típica de las redes que, estructurando las
trayectorias laborales, llevan a la inserción de inmigrantes en nichos
etiquetados (Herrera Lima, 2005).
En el segundo caso, la red social también funciona como mecanismo
de reclutamiento de mano obra para las verdulerías, pero es más limitada en
su alcance ya que, al ser una red social migratoria laboral y familiar, se
limita a personas que comparten lazos de parentesco con los ya que la
integran. Si bien esto puede dificultar el abastecimiento de mano de obra, ya
que el círculo familiar es finito, al mismo tiempo es un factor que aporta a la
conformación de las verdulerías como mercado de trabajo ―disponible‖ para
inmigrantes bolivianos. Esto se debe a que los interlocutores consideran
―fácil‖ entrar a un sector cuando uno ―tiene sus conocidos‖ en el mismo o
porque ―un primo o hermana‖ ya esté inserto en el mismo. Así, los
potenciales ―verduleros‖ y ―verduleras‖ se articulan con otros parientes que
ya se desempeñan en este sector para poder insertarse con cierta facilidad,
según ellos consideran. Esta forma selectiva -en términos de parentesco y de
164
etnicidad-nacionalidad- contribuye a la segmentación del sector ―verdulero‖
por etnicidad-nacionalidad. Es de notar que en este caso, al ser una red
familiar con emprendimientos familiares, trabajan de forma conjunta
mujeres y hombres y no opera la selectividad por género que se observó en
el primer caso.
Así, en el capítulo dos, en base al análisis de las trayectorias y las
redes sociales, se fue abriendo un espacio para plantear las verdulerías en
términos de un nicho en un mercado laboral segmentado por etnicidadnacionalidad y género. Aquí es central destacar que, a través de los datos
construidos en base al trabajo de campo, emergieron elementos que se
pudieron identificar como comunes entre las verdulerías y otros eslabones
―bolivianizados‖ de la cadena frutihortícola en Buenos Aires, como la
producción y la comercialización mayorista, que ya han sido caracterizados
como enclaves étnicos (Benencia, 2009; Pizarro, 2007).
En relación a una posible segmentación por género de este mercado
de trabajo, existen menos antecedentes para su análisis. Esto se debe en
parte a la escasez de antecedentes que consideren las migraciones bolivianas
desde una perspectiva de género, y en parte porque las migraciones
bolivianas, a pesar de una creciente participación de mujeres en los últimos
años, siguen obedeciendo predominantemente un patrón de migración
familiar. Sin embargo, existen algunos estudios que nos pueden señalar la
tendencia a una creciente participación de las mujeres en este último eslabón
de la cadena frutihortícola, así como de una valoración positiva de su
imagen como buena comerciante en el mismo. Aquí nos referimos
principalmente al estudio de Benencia (2009) que demostró una creciente
participación
de
mujeres
bolivianas
en
los
―nuevos
mercados‖
concentradores bolivianos, especialmente en las actividades de transacción
vinculadas a los mismos, tendencia que el autor atribuye a su valoración
como buenas comerciantes (Ibid). Así, los mercados concentradores, que
constituyen el eslabón de la comercialización frutihortícola mayorista,
representan un caso en donde se evidencia la emergente feminización de un
nicho ya segmentado por etnicidad-nacionalidad. Al ser más reciente el
avance de los inmigrantes bolivianos sobre el último eslabón –la
165
comercialización minorista- no se está en condiciones de afirmar su
segmentación por género ni tampoco su feminización, pero sí representa una
posibilidad en el horizonte que puede comenzar a ser planteada.
Pasemos a nuestra segunda pregunta de modo de explorar los
hallazgos de este trabajo con respecto a las relaciones sociales que se
entablan en los lugares de trabajo de las verdulerías, lo cual se desarrolló en
el capítulo tres. Allí, para cada caso se presentaron el tipo de
establecimiento, cómo el mismo se relaciona con el tipo de red social al cual
se vinculaba, y, por último, cómo se organiza la fuerza de trabajo. En ambos
casos se pudieron identificar cuatro ejes que se aplicaron al análisis de los
casos. Estos fueron la explotación laboral, el control en el lugar de trabajo,
la imbricación del ámbito productivo con el ámbito reproductivo, y los actos
de resistencia y obediencia y sus expresiones mixtas de parte de las
trabajadoras. A través del análisis de estos cuatro temas se pudieron detectar
diferentes niveles y formas de conciencia, agencia y resistencia así como de
subordinación y obediencia de las trabajadoras frente a sus experiencias en
este sector del mercado de trabajo. Finalmente, en base a los casos
presentados, elaboramos desde una perspectiva comparativa qué nos dicen
las diferentes dinámicas encontradas en las relaciones laborales sobre los
diferentes tipos de establecimientos y de organización de la fuerza de trabajo
que coexisten dentro del sector de las verdulerías.
La comparación de los dos casos nos permitió ver los rasgos
generales compartidos, pero también la heterogeneidad dentro del sector. Si
bien cuando planteamos los objetivos de este trabajo se contempló la riqueza
que podía ofrecer el contrapunto de dos redes contrastantes, surgieron dos
aspectos que no fueron previstos desde el inicio, sino que fueron emergiendo
y cobrando importancia. Por un lado, a través del análisis de la organización
de la fuerza de trabajo en los lugares de trabajo se volvieron visibles
diferentes tipos de establecimientos –empresariales y familiares- que tienen
consecuencias diferenciales sobre las relaciones sociales en el lugar de
trabajo, ya que en el primero tipo el patrón no integra la fuerza de trabajo y
en el segundo sí. Por otro lado, surgió la observación de que la dinámica de
166
las relaciones laborales está vinculada, en gran parte, con el tipo de red y el
tipo de establecimiento en la cual están enmarcadas.
En rasgos generales la comparación que surgió fue la siguiente. El
primer caso, caracterizado por una red social migratoria y laboral no
familiar, resultó corresponder a un establecimiento de tipo empresarial, no
familiar. Allí, el patrón es dueño de múltiples emprendimientos que tienen la
misma forma de organización de la fuerza de trabajo, la cual se constituye
en su totalidad por la mano de obra que él activa mediante la red social. Él
no trabaja junto a sus empleados, hecho que impacta en las relaciones
sociales
que
allí
se
entablan,
así
como
las
relaciones
de
dominación/subordinación entre su persona y sus empleados. En cambio, el
segundo caso se caracteriza por ser una red social y migratoria familiar la
cual resultó corresponder a un establecimiento de tipo familiar. Así como en
el primer caso, aquí existen varios establecimientos articulados con la red,
pero cada uno de ellos es gestionado y trabajado por el mismo
cuentapropista que lo inició. Es decir, el patrón integra a la fuerza de trabajo
de su propio establecimiento, junto a sus empleados quienes, a diferencia del
primer caso, guardan entre sí vínculos de parentesco. Debido a la influencia
de las relaciones de parentesco sobre las relaciones laborales, la dinámica de
dominación/subordinación en las relaciones sociales cobra otros sentidos
con respecto al primer caso.
Con respecto a los rasgos comunes que guardan los dos casos, se vio
cómo, a pesar de diferencias entre las redes y los emprendimientos, en
ambos casos la dinámica de las relaciones sociales en los lugares de trabajo
se vio impactada por la relación de poder dentro de las redes, sea cual fuese.
De igual manera, el hecho de que la autoridad de la red contratara mano de
obra a través de la misma significó que la jerarquía operante en la red se
traspasara a la jerarquía en las relaciones laborales. La ―ayuda‖ que brindan
las autoridades de la red a los integrantes que traen a Buenos Aires para
trabajar en sus emprendimientos, como por ejemplo el acceso al trabajo y a
la vivienda, implica que el empleado entra en una relación de deuda con su
empleador, la cual sienta las bases para el posterior incumplimiento del
patrón (Pizarro, 2010). Por este motivo, la estrategia de abastecer la mano de
167
obra de los negocios mediante las redes sociales efectivamente permitió a
los patrones mantener a sus empleados –sean estos familiares o no- en
situaciones de precariedad laboral sin los derechos laborales básicos del
mercado laboral formal en Argentina. En ambos casos esto fue posible por
la existencia de acuerdos no monetarios explícitos e implícitos que hacían
parte de las relaciones laborales y por la operación de formas de control en
los lugares de trabajo que se radicaban en relaciones importadas desde la
red.
En este sentido, las características de los emprendimientos en ambos
casos corresponden a la tipificación de los enclaves étnicos¸ hecho por el
cual los identificamos como emprendimientos étnicos. En ambos se observó
la selectividad por etnicidad-nacionalidad en el reclutamiento de la fuerza de
trabajo y se consideró cómo esto se basó en la apelación a adscripciones
étnico-nacionales que sirvieron para justificar y naturalizar la reproducción
de prácticas explotadoras y de la segregación étnico-nacional en este sector
del mercado de trabajo. Por otro lado, se observó en el primer caso la
operación de una fuerte selectividad por género, basada en una imagen
etnicizada y generizada de las mujeres bolivianas como buenas trabajadoras
y buenas comerciantes, mientras en el segundo caso la selectividad por
etnicidad-nacionalidad no se vio acompañada por una selectividad por
género sino por la ―confianza‖, motivo por el cual la red se limitaba a
personas que compartían lazos de parentesco.
Con respecto a las diferencias que surgieron entre los dos casos, se
pudo observar la incidencia en las relaciones laborales que tuvo la cuestión
de que el patrón trabajara (establecimiento familiar) o no (establecimiento
empresarial) dentro del establecimiento junto a sus empleados. En el primer
caso, que se trata de un establecimiento empresarial, el patrón
cuentapropista, al tener varias verdulerías y no trabajar en ninguna de las
mismas, todas las tareas, excepto la compra de la mercadería y el manejo de
los balances, caían sobre las mismas empleadas. Esto obligaba a las
empleadas a trabajar largas jornadas con pocos días de descanso ni
vacaciones, realizando diversas tareas muchas de las cuales ellas
consideraban ―trabajo pesado‖. En cambio, en el segundo caso, que se trata
168
de un establecimiento familiar, las mujeres cuentapropistas además de ser
patronas, trabajan en sus propias verdulerías y son ellas las que se ven en
situaciones de trabajar las jornadas más largas, de estar todos los días y de
hacerse responsables de la mayoría de las tareas. Pero, al no ser empleadas
de ningún patrón, su situación ―sacrificada‖ no se debe al hecho de estar en
una posición de subordinación y explotación a manos de un tercero, sino
porque se ven obligadas a trabajar de esta forma por una cuestión de
necesidad económica de mantener a sus familias. Por otro lado, los
empleados de las cuentapropistas también se encuentran trabajando en
situaciones sacrificadas, de largas horas, con una remuneración sólo
parcialmente monetaria, y con el deber de devolverle favores y estar a la
disposición constante de sus patrones.
En relación a las situaciones de explotación y/o sufrimiento ante las
cuales se encontraban los trabajadores en los diferentes casos, surgían
distintas reacciones dependiendo del tipo de establecimiento –empresarial o
familiar. En el caso del establecimiento de tipo empresarial se observaban
mayores quejas de parte de las trabajadoras con respecto a su explotación
laboral, la negación por parte del dueño a reconocer sus derechos como por
ejemplo a las vacaciones y al tiempo libre, mientras en el segundo caso no
se manifestaron los mismos actos de resistencia de parte de los empleados,
sino que éstos, al verse descontentos directamente recurrirían al abandono
del lugar de trabajo. Por un lado, es posible que haya influido en mis
observaciones el hecho de que en el primer caso accedí a la red mediante las
mismas empleadas y en el segundo caso fue a través de la autoridad de la
red, posible motivo por el cual en el segundo caso se vieron silenciados los
reclamos de los trabajadores en mi presencia. Sin embargo, la claridad con
la cual estos patrones se dieron y de forma prolongada durante todo mi
trabajo de campo, me llevó a considerar además la importancia del impacto
de las relaciones de parentesco sobre las relaciones laborales y sobre cómo
los
trabajadores
reaccionan
frente
a
las
relaciones
de
dominación/subordinación.
Fue así que, en el primer caso, detecté la existencia de una mayor
claridad en los términos de la relación laboral, al no estar mediada por lazos
169
de parentesco, y que dicha claridad permitiera a los empleados sentir mayor
derecho al reclamo de injusticias que experimentan en el lugar de trabajo.
En cambio, en el segundo caso se hizo más difícil hablar en términos de
explotación ya que ésta cobraba formas más encubiertas, al estar
desdibujada la línea entre qué se espera de ellos como empleados y qué se
espera de ellos como familiares. Si bien en ambos casos la relación laboral
estaba cruzada por reciprocidades (asimétricas) y ―deberes‖ (morales) de
parte de los empleados por haber recibido el ―don‖ del patrón, quien les
brindó trabajo y dice sentirse ―responsable‖ por ellos, este fenómeno fue
más predominante en el segundo caso en donde las relaciones laborales sí
estaban mediadas por las relaciones familiares.
Al considerar las conclusiones a las cuales llegamos con respecto a
nuestras preguntas de investigación, es necesario hacer presente algunas
cuestiones metodológicas que incidieron en el proceso de la construcción de
los datos y en relación a las expectativas de carácter exploratorias de las
cuales surgió este trabajo. Durante el trabajo de campo existieron factores
que representaron una limitación para el acceso a la información que
inicialmente esperaba recolectar pero, al mismo tiempo, se pusieron en
juego otros factores que facilitaron mi entrada al campo y el acceso a
información relevante a nuestro problema.
El entrar en contacto con las redes ―desde abajo‖ (mediante las
empleadas) versus ―desde arriba‖ (mediante la patronal) -en términos de la
jerarquía ejercida en la red- resultó condicionar de manera significativa la
información que pude acceder y la facilidad con la cual la pude acceder. En
el primer caso el entrar ―desde abajo‖ dificultó el acceso a información
sobre el patrón de las verdulerías allí contempladas, y fue así un desafío el
entender plenamente su funcionamiento, ya que hubiese sido iluminador
haber podido afirmar con más claridad su relación con la quinta de la cual
abastecía la mercadería de sus emprendimientos. También dificultó
cualquier otro acercamiento al patrón y a los ámbitos sobre los cuales ejercía
control, entre ellos el ámbito reproductivo o privado de las interlocutoras,
manifiesto en el hecho de que divulgaran poca información de este tipo
conmigo y los espacios que compartimos siempre fueron públicos. Por otro
170
lado, el entrar al caso desde abajo facilitó que las mujeres interlocutoras
compartieran conmigo sus reclamos y quejas en torno a su situación laboral,
así como sus deseos y planes de abandonar el lugar de trabajo,
enriqueciendo el análisis de estas cuestiones en relación al primer caso.
Entrar ―desde arriba‖ al segundo caso, a través de la dueña de una de
las verdulerías, también implicaría un acceso limitado a alguna información
pero un acceso más fácil a otra. Por un lado, el entrar desde arriba
posiblemente haya limitado el nivel de confianza y complicidad que
generaran los empleados conmigo, empobreciendo mi análisis sobre sus
perspectivas con respecto a las relaciones sociales desiguales en el lugar de
trabajo y posibles formas de resistencia de las cuales no pude enterarme.
Pero, por otro lado, el entrar desde arriba en este caso facilitó mi
investigación en tanto me permitió entrar en contacto con más miembros de
la red y entender mejor de esta manera la estructura, el funcionamiento y la
trayectoria de la red. También me permitió tener mayor acceso a diferentes
ámbitos relevantes a la red, de especial importancia el ámbito reproductivo
de los hogares de las verduleras y sus familias. Este hecho redundaría en una
comprensión más nítida e integral de la dinámica de las relaciones en la red
así como sobre la imbricación entre el ámbito productivo y el reproductivo,
facilitando el análisis de las particularidades de las relaciones sociales que se
entablan en los lugares de trabajo en este caso, de los emprendimientos
familiares.
En ambos casos la dificultad de realizar entrevistas formales, ya sea
por la reticencia a hablar de ciertos aspectos debido al control ejercido por el
patrón, en el primer caso, o por la presencia de otros familiares, en el
segundo, así como la falta de tiempo libre de los interlocutores en ambos
casos, resultó en una relevación a veces fragmentada de la información
recolectada en el campo. Si bien esto lo superé pudiendo reconstruir las
historias mediante registros realizados en muchas visitas cortas y repetidas
en el primer caso y por la prolongación del periodo del trabajo de campo en
ambos, hubiese sido rico tener registradas más entrevistas en profundidad de
las que logré concretar.
171
En relación a la producción de los datos presentados en esta tesis, la
cuestión de cómo mi propia subjetividad haya influido en la misma no debe
ser ignorada. En este sentido, no pretendo portar una visión ni objetiva ni
neutral sobre la realidad que estudié, ya que, según sostengo, las
particularidades de las subjetividades necesariamente condicionan nuestra
visión así como la producción de los datos que se ven afectados por
cegueras, influencias y presunciones incorporadas en el investigador. En mi
caso particular, varios aspectos que influyeron en la producción de
conocimiento son mi propia extranjería en Argentina, así como mi
perspectiva sobre la realidad siendo mujer, al igual que mis interlocutoras,
pero, a diferencia de ellas, proviniendo de otro contexto socioeconómico y
cultural. Si bien estas distancias pueden haber representado, en cierto
sentido, alguna limitación o sesgo en mi conocimiento y visión, una mirada
externa, por así decirlo, también puede aportar, justamente, otra perspectiva.
Es importante señalar que, debido a los pocos antecedentes existentes
sobre el tema que nos ocupa en este trabajo, se pretendió realizar una
aproximación inicial al mismo, con un fuerte anclaje en elementos empíricos
relevados mediante el trabajo de campo con inmigrantes bolivianos que se
desempeñan en el sector del comercio minorista de frutas y verduras en la
Ciudad de Buenos Aires. Esperamos que los resultados del mismo sirvan
como un insumo referencial para posteriores estudios sobre el proceso de
conformación de este mercado de trabajo particular. La escasez de un
enfoque interseccional que contemple la incidencia del género y de la
etnicidad-nacionalidad en las migraciones bolivianas implicó que el presente
trabajo se dedique en gran parte a una exploración y descripción del campo.
Asimismo ello permitió que existiera mucho por explorar y proponer,
especialmente en torno a cómo operan la etnicidad-nacionalidad y el género
de manera conjunta en procesos como los proyectos de migración laboral, el
operatorio de las redes sociales migratorias, la inserción laboral en destino,
las relaciones sociales en los lugares de trabajo y la conformación de un
mercado de trabajo segmentado. Dentro de estos temas, se buscó enfatizar
especialmente las maneras en que se entrecruzan el género y la etnicidadnacionalidad en las subjetividades de las mujeres inmigrantes y en la
172
construcción de ellas como trabajadoras ―deseables‖ para este sector,
mostrando cómo estas dimensiones influyen en su incorporación laboral en
el país de destino.
Se buscó además poner bajo cuestionamiento el patrón migratorio
normativo en las migraciones bolivianas –el de la migración familiar- para
considerar los cambios que está sufriendo el mismo en la actualidad. Se
encontró, en base a trabajos de algunas investigadoras y cifras oficiales
sobre los flujos migratorios, que las mujeres bolivianas están teniendo una
mayor participación en años recientes. Esto posiblemente se relacione con el
hecho de que todas las interlocutoras mujeres en este estudio hayan migrado
en forma autónoma.
A través del abordaje antropológico en los estudios sobre el trabajo,
tratamos de dar cuenta de aspectos culturales vinculados a los procesos de
conformación de los mercados laborales de inmigrantes bolivianos en
Argentina, incluyendo dimensiones socioculturales de las relaciones
laborales en el sector de las verdulerías en particular. Por otro lado, la
participación de inmigrantes bolivianos en la producción frutihortícola ha
recibido mucha atención en los estudios desarrollados en la región, y
algunos investigadores han comenzado a estudiar además el avance de los
inmigrantes bolivianos en la comercialización frutihortícola mayorista, pero
aún no se ha incorporado el estudio del último eslabón de la cadena
frutihortícola -la comercialización frutihortícola minorista- a la agenda de
investigación en torno a las migraciones bolivianas a Buenos Aires.
Esto significa que tanto la perspectiva interseccional a al cual
apelamos como el sector del mercado de trabajo en el cual nos centramos
representan aspectos novedosos de la propuesta llevada a cabo en la presente
tesis. En este sentido, si bien no podemos hacer afirmaciones generales
sobre los patrones observados en este estudio, dicha propuesta sí constituye
un espacio para plantear nuevas cuestiones y reflexionar sobre posibles
tendencias emergentes con respecto a la participación femenina en el
mercado laboral de las verdulerías y sobre su posible segmentación por
género y etnicidad-nacionalidad.
173
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