Doimeadiós: no un humorista cualquier@

Transcripción

Doimeadiós: no un humorista cualquier@
Doimeadiós:
no un humorista
cualquier@
por FRANK PADRÓN
fotos:: JAPE
IGNORO si había algún acuerdo entre la taquillera de la sala Llauradó y Osvaldo Doimeadiós, mas lo cierto es que durante su unipersonal aquícualquier@ (seleccionado por la crítica entre los mejores espectáculos del pasado año), él insiste en que quienes no queden
satisfechos con el mismo pueden pasar a
recoger su dinero.
Al menos durante la función que me tocó
(una de las últimas) nadie lo hizo, o mejor: solo
un espectador se levantó antes del final, pero
dudo que fuera a reclamar algo, pues aún
cuando faltara más de media hora a un programa de casi dos, realmente es poco lo que
cuesta para lo que se recibe.
De todos modos, por lo menos yo con Doimeadiós no quiero problemas de dinero; en
cierta ocasión, hace unos años, cuando en
esa misma sala él dirigía la puesta de una pieza de Amado del Pino, para gentilmente facilitarme la difícil entrada (siempre ocurre en
puestas donde él tiene algo que ver) me pidió
le abonara el importe de la misma; ya se sabe
que los periodistas que atendemos cultura
tenemos libre acceso a las salas, mas como
iba acompañado preferí pagar incluso por
ambos: no sé si fue la taquillera o el humorista quien no tenía vuelto, o si quizá (como en
esta reciente ocasión) ambos estaban de
acuerdo por si alguien reclamaba, pero aun-
que al final le estreché varias veces la mano
felicitándolo por su labor, él me la devolvió, sí,
llena de afecto y gratitud pero… vacía.
Claro que en esto del vuelto Doime no
hace más que insertarse dentro de una práctica más que generalizada entre nosotros: en
los últimos tiempos no hay conductor de
ómnibus, cajera de shopping o tienda en M.N,
taquillera lo mismo de teatros que de terminales aéreas o terrestres, que abone al cliente el dinero sobrante de su compra, o sea,
que no hay cambio, pese a que todos lo reclaman y anhelan, incluso (como es lógico) lo exigen.
Si Ud. sube a una guagua, sobre todo ahora que ciertas rutas han mejorado su frecuencia y su servicio, no se asombre cuando
le prometan en el transcurso del viaje extenderle su vuelto: si se apea en la siguiente
parada, despídase, pero a veces al final del
viaje aún el conductor no ha recuperado su
dinero, el suyo o… el de él, quien es al final
el verdadero dueño, sobre todo si para abonar
los 40 centavos del pasaje Ud. pagó con un
billete de diez o veinte pesos.
Ahora bien: incluso si eso ocurrió en el viaje de ida o de vuelta para ir a ver el espectáculo aquícualquier@, en la taquilla del teatro o en
la cafetería que Ud. visitó después (si la función fue de las nocturnas y por tanto, quedaba
alguna abierta), le digo que de veras valió la
pena, porque se trata sin dudas de un show de
primera, de altos kilates (y que, por tanto, vale
más de unos kilos, como diría el propio Doime,
amante de los juegos paronomásicos y lexicales).
Osvaldo Doimeadiós, desmintiendo de algún
modo el título,sí sale de la regla: no es un humorista ni un actor cualquier@, y miren que, como
sabemos, los hay talentosos y capaces entre
nosotros; como si no bastaran otras incursiones
(digamos, su laureada Santa Cecilia, esa vez en
un registro dramático), el artista ofrece un amplio
y variopinto recital de posibilidades y potencialidades histriónicas que se advierten desde el texto,
pues por ahí comienzan las virtudes de ese unipersonal que no gratuitamente (y ahora dejo atrás
la connotación literal del término) mantuvo no
solo llenos absolutos en la sala Llauradó, sino
más público fuera esperando en vano la oportunidad de disfrutarlo.
Un guión admirablemente estructurado, con
enlaces entre personajes y episodios apoyados en la conversación amena y directa, con
los respectivos cambios de vestuario y el mínimo, pero oportuno y racional movimiento escénico, lo caracterizan, por lo cual son algo más
que el sabido carisma y las sobradas condiciones comunicativas del actor y director lo que
permiten al espectador disfrutar de casi dos
horas sin sentir que el tiempo transcurre.
Por la escena pasan Feliciano, la inolvidable
Margot, y hasta una parodia de Marlon Brando
(confeso actor fetiche) en El Padrino, quienes,
mientras permiten gozar con la pimienta y la
gracia de sus relatos, posibilitan al actor desplegar el amplio arsenal de recursos faciales,
gestuales y eufónicos de que dispone, amén
de infinitos chistes sueltos o relacionados,
improvisados o muy calculados, pero siempre
de óptimo gusto, de refinada factura, de calidad humorística, donde sin faltar al doble sentido, la alusión y el choteo característicos de
esta manifestación entre nosotros, se convoca a la reflexión, se apela a lo mejor de cada
uno desde ese poderoso exorcismo que significan la sana burla y la catalizadora irreverencia; en fin, se hace arte.
Habría que, particularizando un poco, encomiar la parodia digital (tan a tono con el título
del espectáculo) que con toda la terminología
al uso de la computación hace el personaje
femenino o la cadena ígnea que con su familia establece la otra no menos popular y risueña criatura, por solo citar un par de ejemplos,
para justificar la diversión ininterrumpida del
auditorio, lo cual nos hacen perdonarle al artista ciertos ligamentos lúdicos con ciertos
homófonos, no siempre felices ni resueltos, o
algunas frases o construcciones un tanto forzadas en las letras de las canciones.
Pero no hay dudas de las virtudes siempre
renovadas y afirmadas de un humorista que,
por demás, resulta un paradigma respecto a la
ética de sus espectáculos; hoy, cuando
muchos se quejan con sobrada razón, ante la
insistencia de ciertos colegas suyos en actitudes racistoides, homofóbicas y hasta crueles
respecto a la focalización en defectos físicos o
enfermedades, Osvaldo Doimeadiós demuestra en cada chiste, en cada representación,
que puede hacerse un humor riquísimo, contagioso y biunívoco sin necesidad de caer en
tales desatinos: aun cuando concibió a su
simpático Feliciano partiendo de un joven sin
muchas luces, estimula comprobar lo ajustado y respetuoso de su discurso, que no por
ello pierde, un ápice de mordacidad y filo, todo
lo contrario.
Aquícualquier@ tendrá que seguir reponiéndose, quizá en un espacio más amplio,
pese a las envidiables condiciones de la sala
que durante varios meses lo ha acogido con
tal suceso de público y crítica; seguro estoy de
que Doimeadiós lo seguirá puliendo y perfeccionando, con vistas a seguir matándonos de
risa. Si Ud. no pudo esta vez o quiere repetirlo, seguro habrá nuevas oportunidades, aunque por si acaso Ud. fuera demasiado exigente y decide abandonar la sala antes de finalizar y reclamar su dinero… no olvide llevarlo
exacto, sobre todo si es el propio Doime quien
tiene que devolvérselo.

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