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Textos pedagógicos producidos por formadores de profesores en la Ciudad de México a finales del XIX Amalia Nivón Bolán Universidad Pedagógica Nacional [email protected] En este estudio la formación pedagógica característica del magisterio de educación primaria elemental y superior al finalizar el siglo XIX es definida por las prácticas profesionales que el personal educativo desarrolla tanto en las escuelas primarias y normales como en los círculos de intelectuales de la administración del sistema institucional. Durante esta época destacan dos modelos de formación para el nivel de educación primaria pública, uno nuevo que cada vez logra imponerse en las escuelas, y otro que aun domina en las estructuras tradicionales existentes, basado en los principios pedagógicos difundidos desde 1822 al crearse la Compañía Lancasteriana, hasta 1890 en que oficialmente se dan por concluidos sus servicios. Los planteamientos del nuevo modelo pedagógico están dados por la reforma educativa impulsada por los gobiernos liberales de entidades como Jalapa, Nuevo León, Puebla, Yucatán y el Distrito Federal. Una reforma educativa favorece la introducción de nuevas ideas, necesidades y valores, e influye en la dinámica organizacional de las formas de trabajo y de relación social. En este proceso de cambio, se detectan, siguiendo a Popkewitz, las condiciones de poder contenidas en estas construcciones y las continuidades y discontinuidades incluidas en su construcción; resaltando que las estructuras institucionales del sistema no son estables, sino que se encuentran en continuo cambio1. Las reglas por las que transitan las ideas y prácticas de los actores, hacen posible una realidad social de características y alcances diferenciados, de ahí que en este periodo de finales del siglo XIX transiten en los programas de 1 Thomas S. Popkewitz, Sociología política de las reformas educativas, Paidea y Morata, España, 1994: 32 1 formación de profesores y en las prácticas profesionales de los actores contradicciones y conflictos que hacen ver una reforma educativa compleja, caracterizada por las diferentes condiciones, necesidades y opciones que toman los sujetos sociales frente al cambio. Como parte de la política de cambio, el Congreso Higiénico Pedagógico celebrado en 1882 en la Ciudad de México, anteriormente el Congreso Pedagógico de Veracruz de 1873; y los Congresos Nacionales de Instrucción Pública, celebrados entre 1890 y 1891 también el la capital del país se inicia la reforma educativa para reestructurar las políticas educativas en materia de normatividad institucional, planes de estudio, formas de enseñanza y dictaminación de libros escolares. Los textos pedagógicos, al ser parte de estas políticas de cambio, son un medio para generar y difundir contenidos políticos y académicos que darán un nuevo carácter a las estructuras de la educación pública, comprendiendo los niveles de primaria, normal, preparatoria y escuelas de educación superior. Es conveniente aclarar que la producción y circulación de los textos que contribuyen en este proceso de cambio se consideran, además de los textos escolares básicos y complementarios para la formación de los alumnos, otro género de textos pedagógicos tales como periódicos y revistas donde aparecen reseñas de libros, cartas de opinión, poesías escolares, reseñas de viajes o eventos pedagógicos, experiencias escolares, reflexiones teóricas, artículos de investigación, reglamentos e informes escolares, cartas, avisos, entre otros2. La producción de textos escolares es menor por dos razones básica, advierte el Dr. Jesús Sánchez (1842-1911)3 al señalar que los textos escolares requieren ser escritos con claridad, método y estilo, para lo cual los autores deben ser maestros consumados y no aficionados o profesores poco prácticos. Observa que la falta de producción de libros nacionales se debe a dos causas, primero porque para que 2 Viñao Frago, Antonio Leer y escribir. Historia de dos prácticas culturales. Fundación Educativa, voces y vuelos y Junta de Asistencia Privada, México, 1999 3 Profesor de Historia Profesor de Zoología en la Escuela Nacional Preparatoria y de Historia Natural, horticultura y Jardinería en la Escuela Normal de Profesoras de la Ciudad de México entre 1886 y 1899 (Revista de instrucción pública 1896: 720; 1897: 18). 2 un libro sea admitido como texto para un año determinado, su autor debe tener la certeza de recibir las ganancias reales por su obra, por lo que el profesor Sánchez señala la conveniencia de fijar un periodo de tiempo para que a los autores de libros puedan reembolsarse los gastos comprendidos en la impresión de sus obras. Este comentario lo dirige en enero de 1897, en una carta pública al Secretario de Justicia e Instrucción Pública, al Lic. Joaquín Baranda, para argumentar que la vigencia de un libro escolar debía ser de tres a cinco años. La segunda causa, continúa en la carta, es la falta de recursos económicos, esto es, la pobreza de muchos autores para proponer obras ilustradas con gravados para ser editados por miles y así abaratar los costos en la producción de textos. Debido a estas razones, propone además al Ministro J. Baranda que la asignación de producción de los libros sea a personas capaces; dé facilidades para la impresión de obras mediante la comisión para su venta a quien juzgue conveniente, y una vez reembolsado el capital, entregue la obra a su autor para su libre administración4. Ante los señalamientos del Dr. Jesús Sánchez, no es difícil suponer que los textos pedagógicos que se difundían entre la prensa local, nacional e internacional representaba un espacio de producción y de lectura restringido para el magisterio en formación y opinión pública general. De ahí la prensa hemerográfica apoyara la circulación de textos pedagógicos. En la capital del país se distingue la circulación de la revista México Intelectual, editada por Enrique C. Rébsamen, Hugo Topf y Emilio Fuentes y Betancourt, directivos de la Normal de Jalapa; el Boletín Bibliográfico Escolar, editado y dirigido por Ramón Manterola en la Ciudad de México, por la Biblioteca “Romero Rubio” y las Escuelas Oficiales de Tacubaya; y, la Revista de Instrucción Pública Mexicana, publicación de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, bajo la dirección de Ezequiel A. Chávez. En estos tres espacios se da a conocer a la opinión pública en general y de manera especial al profesorado en formación y en servicio los criterios académicos y 4 México intelectual 1896: 718 3 normativos de la nueva estructura de la escuela primaria pública. Asimismo, contribuyen a fortalecer las alianzas entre actores educativos y las comunidades escolares, los aparatos administrativos y el proyecto de Nación del Estado, integrándose al modelo de desarrollo impulsado por la economía capitalista. A través de la prensa pueden detectarse las redes tejidas por los autores de los trabajos publicados, la pertenencia a comunidades educativas diversas y la fuerza política de sus opiniones, propuestas y críticas. La diversidad de temáticas tratadas y la inclusión de autores con diferente perfil y ubicación profesional en el campo educativo, dan a las revistas y a los libros de texto un carácter amplio en cuanto a producción escolar escrita y oral que se realizaba, ya que también se hacía mención a las conferencias pedagógicas desarrolladas en las asociaciones de profesores, y a los títulos de los trabajos recepcionales durante los exámenes finales de las escuelas normales. Disensos pedagógicos en el manejo de los libros escolares. El uso escolar de los libros representaba para la comunidad de profesores y educadores de finales del siglo XIX un asunto complejo, pues había quienes generalizaban su empleo para cualquier asignatura y otros que o prohibían su uso en forma general, o sólo recomendaban el libro de Lecturas para la asignatura de español. El debate respondía por una parte a la falta de libros escolares adecuados a los nuevos requerimientos de una enseñanza objetiva e intuitiva, así como al interés de que los alumnos observaran lo más cercanamente posible la naturaleza real de las cosas a través de ilustraciones, objetos elaborados especialmente para exponerlos en clases, laboratorios o museos escolares, así como la realización de excursiones o paseos, en donde los alumnos pudieran observar de manera directamente un suceso o fenómeno natural o de tipo social. El conjunto de estas mediaciones pretendía el desarrollo de un pensamiento lógico, deductivo e inductivo, de modo que entre quienes descartaban el uso de libros escolares de corte tradicional, basados en preguntas y respuestas, 4 rechazaban de modo tajante su uso en las escuelas. En este caso se encuentra Carlos A. Carrillo5 (1855-1893), quien decía: “en nombre de la vida, del alma y de la inteligencia no uséis los libros como los usáis, no rebajéis, en vez de enaltecer; no humilléis al espíritu, que es soplo celestial, chispa divina, convirtiéndolo en vaso de materia inerte...no es a fuerza de libros como se enseña al niño”; [los niños no son memorias a llenar], “sino inteligencias que tienen sed de movimientos y vida y que se agotan y mueren por falta de actividad y de ejercicio”6. En 1892 C. A. Carrillo fue fundador y presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Pedagógicos, por lo que sus opiniones dejaron una huella significativa en el ideario pedagógico del profesorado nacional de esa época. Resalta en este fragmento cómo la naturaleza del niño debe imponerse en el aprendizaje escolar, y por tanto en la labor educativa del maestro. El comportamiento activo del niño, su alma y su inteligencia son los elementos que requiere conocer el maestro para saber qué y cómo enseñarle. La forma como se dirige a sus colegas muestra la preocupación por el tema: ¡Si quisieran creer que los libros con sus definiciones, y sus reglas, y sus divisiones, que ellos riegan a manos llenas en los entendimientos, son la sal que los esteriliza y les arrebata la fecundidad que puso Dios en ellos!7 En 1894 G. Torres Quintero8 (1866-1934) decía que el maestro moderno no requería de los libros para tomar lecciones, -esta función puede realizarla cualquier adulto alfabetizado-. Prescribía al maestro que usaba libros de texto da señales se caracterizaba de indolente, descuidado, falto de amor al trabajo; el maestro, decía, cobra vida a través del libro, de sus explicaciones y, por el poder 5 Director de la Escuela Primaria anexa a la Normal de Jalapa en 1887, Director de la Primaria anexa a la Normal de la Ciudad de México de 1890 a 1892; Profesor de francés en el Conservatorio Nacional de Música hasta su muerte al tiempo que Director de una Escuela Municipal en la Ciudad de México. 6 C. A. Carrillo, “Contra el abuso de los libros en la escuela”, Álbum pedagógico nacional, Boletín bibliográfico escolar, 1894:96 7 Ídem. Profesor egresado de la Normal de Profesores de la Ciudad de México en 1891, Inspector General de Educción en Colima; promotor de varias revistas de educación y agrupaciones de profesores en esa entidad y en el D. F.; y Director de la Escuela Normal de Profesores en 1901 (Revista de la instrucción pública mexicana, 1902). 8 5 de la ciencia pedagógica y de su método logra que el niño aprenda; por ello el maestro es el alma de la escuela9. El mensaje en este caso es relevante porque al colocar al maestro en el centro de la reforma educativa, desplaza el poder del texto escolar. La falta de textos escolares para seguir una enseñanza objetiva, propiciaba el rechazo pedagógico del libro en las escuelas primarias, sobreestimaba la palabra del profesor y el conocimiento se limitaba, en el mejor de los casos, a las capacidades y habilidades de percepción del niño. ¿Qué mejor libro de texto que el maestro, libro que habla con fe, con calor, con dulzura, con persuasión, que anima y da atractivo a las lecciones, que piensa y hace pensar al niño?.. Ahora es otra la misión del libro de texto: es la de ser libro de consulta o de repaso, que confirma las lecciones del maestro o refresca ideas que amenazan marchitarse, señalaba G. Torres Quintero10. La función del libro de educación primaria en el modelo de enseñanza lancasteriano era diferente a como se pretendía en la reforma educativa, el texto deja de ser el centro para dejarle el lugar a la palabra oral, a la imagen; y en el caso del libros de Lecturas, a la lectura en voz alta. De ahí que la reforma educativa criticara al profesorado que empleaba el libro de texto como principal medio de enseñanza. Si el profesor debía ejercer la función del texto, debía modificar sus formas habituales de enseñanza, ser más dinámico y establecer una comunicación más estrecha con los alumnos al dirigir una clase. De este modo la función escolar del libro de texto se limitaría a la consulta y al repaso. Se pretendía desplazar la interacción de la lectura y escritura del alumno por el diálogo entre el profesor y el grupo de alumnos; el libro sólo debía emplearse como un medio para confirmar la palabra oral del maestro, o para no olvidar las cosas que se veían en clase. Esta posición asignada al texto, con excepción del libro de lecturas, pretendía favorecer una mejor comunicación de ideas y sentimientos entre el 9 G. Torres Quintero, “Los libros de texto” y “El maestro y los libros”, Álbum pedagógico nacional, Boletín bibliográfico escolar, 1894:336 10 G. Torres Quintero, “Los libros de texto excepto los de lectura deben sólo servir para consulta o repaso” Álbum Pedagógico Nacional en Boletín bibliográfico y escolar 1894: 336 6 profesor y el alumno, relegando a un término menor el interés que los libros podían despertar en los alumnos al leerlos, así como el hecho de que los profesores preparados para generar aprendizajes de interés en los alumnos, eran los menos. La condena que hace la escuela moderna hace no es al libro de texto en sí, sino al mal uso que de ellos se hace en casi todas las escuelas primarias del país, así como a la crítica a la falta de libros especialmente diseñados para los escolares de este nivel educativo. En 1894 José Refugio Vallejo11, profesor de primaria reconocido por su labor en el Distrito Federal, animado por el espíritu liberal de la reforma, destaca el valor del conocimiento como dominio de la naturaleza y del hombre mismo. Al final, el conocimiento ilustrado es el que orienta y amplia los horizontes de la libertad. Libros escolares de formación pedagógica en las Escuelas Normales del D. F. A finales del siglo XIX los textos pedagógicos producidos se dirigían principalmente a la formación de alumnos interesados en ejercer la docencia en el ámbito de la educación primaria pública. Entre los autores, pueden identificarse aquellos que además de ser profesores de la Normal de Profesoras de la Ciudad de México, eran miembros destacados de alguna comunidad académica, con ingerencia en la política educativa o en alguna otra área de conocimiento. Se trata de intelectuales cuya formación inicial era ajena al campo de la educación, como puede ser el derecho o la medicina, y sin embargo se destacan por elaborar textos pedagógicos de carácter teórico. En este caso se encuentran autores como Manuel Flores y Luis E. Ruiz, quienes tienen en común haberse formado en el campo de la medicina, desempeñarse como docentes de Pedagogía en la Normal 11 Inspector de Instrucción Pública para las Escuelas del D. F., en 1896 (Tomado de El Partido Liberal en México Intelectual 1896, Tomo II: 118). 7 de Profesoras del D. F. y ser miembros destacados en la administración pública federal. Manuel Flores (1853-1924) se distingue por ser miembro del grupo de positivistas y científicos del porfiriato, colaborar desde 1869 como director de escuela primaria y entre 1878 y 1900 formador de profesores y profesoras de educación primaria en la Ciudad de México y, publicar artículos en la prensa nacional y revistas de educación de la capital del país12. Los principales trabajos pedagógicos de Manuel Flores son los libros Primer curso de Pedagogía y Tratado de Pedagogía, producidos en 1884, y empleados como textos de formación básica en la Escuela Normal de Profesoras en 1899, prescrito en 1903, al ser sustituido por Elementos de Pedagogía, de Luis E. Ruiz13. El pensamiento pedagógico de M. Flores se distingue por introducir en el plan de estudios de educación normal y preparatoria la enseñanza objetiva, siguiendo principios científicos basados en la observación, comparación, reflexión, experimentación, deducción y elaboración de leyes generales que regulen la educación del hombre. Asimismo, la mediación del trabajo que realiza M. Flores en la Escuela Preparatoria y la Normal de Profesoras favorece la cercanía de otros campos de conocimiento, como son la Lógica y la Psicología, ofreciendo bases importantes para el desarrollo posterior del campo educativo. La trayectoria profesional recorrida por M. Flores, como parte del grupo de los científicos, simpatizante del positivismo spenceriano y comtiano, y colaborador en el gobierno de Díaz, dio lugar a que se le identificara como ateo e inmoral, y fuera blanco de críticas por sectores católicos que veían a la educación pública como un peligro social, por considerarla antirreligiosa. 12 Alumno de G. Barreda y admirador de la filosofía positivista. En 1869 fue director de una de las primeras escuelas primarias oficiales de la federación, y durante la administración educativa de J. Díaz Covarrubias fue profesor de enseñanza objetiva. Desde 1878 imparte la cátedra de Pedagogía en la Escuela Secundaria de Niñas, colabora como docente de la Normal de Profesores (1887), y en la de Profesoras hasta 1893 (Revista de instrucción pública mexicana, 1890: 406). Director General de Enseñanza Primaria y Normal a partir de 1892; Director de la Escuela Nacional Preparatoria entre 1901 a 1911, 13 Meneses 1983:639, Revista de la Instrucción Pública, 1899: 445 y, Villarreal y Barbero 1909, 37: 104 en Meneses: 1983: 612. 8 Luis E. Ruiz (1857-1914), por su parte, desde 1879 desarrolló tareas académicas y de gestión en el campo educativo, y de la administración pública durante el gobierno porfirista14. Entre las obras pedagógicas que Luis E. Ruiz escribió se encuentran el libro de texto de Lógica, empleado en la Escuela Normal de Profesoras en 1899, prescrito en 190315, y Tratado elemental de pedagogía, escrito en 1900, obras editados cuando ocupa, el puesto de Director General de Instrucción Primaria del Distrito y Territorios Federales, cuando J. Baranda se encontraba al frente de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública (1867-1901). Esta última obra se ocupa de cuestiones de Pedagogía general, Educación Física, educación intelectual, Ética y Estética. Enrique C. Rébsamen16 comenta que la obra trata de la misma manera que Manuel Flores las nociones receptivas, enfocando la parte práctica con la organización escolar, metodología general, disciplina e higiene. Se interesa por hacer una diferenciación entre “métodos de investigar y probar” y los “métodos para la enseñanza”, en donde abandona las 14 Vicepresidente al Primer Congreso Higiénico Pedagógico, celebrado en la Ciudad de México en 1882. Al inaugurarse la Escuela Normal de Profesores de la capital en 1887 inicia la docencia en Pedagogía, y al crearse la Normal de Profesoras en 1889 es profesor de Historia Natural, Horticultura y Jardinería hasta 1895. Participa en el Segundo Congreso Nacional de Instrucción Pública en 1890; en 1891 es llamado por J. Baranda para ser parte del Consejo Superior de Instrucción Pública, es miembro honorario de la “Sociedad Mexicana de Estudios Pedagógicos, y en 1894 es llamado para formar parte del Consejo Superior de Salubridad del D. F. En 1896 es Director General de la Dirección General de Instrucción Primaria y Regidor de la Ciudad de México. En 1901 es llamado por J. Sierra para ser parte del recién creado Consejo Superior de Educación. (Diccionario Porrúa, historia, biografía y geografía de México, 1976; México intelectual, 1890, Tomo IV: 343; 1893:274; 1894:154; 1895: 147; 1896, Tomo II: 21; Iinforme de la Directora de la Escuela Normal de Profesoras, Revista de la instrucción pública mexicana, Tomo 1, 1896:33-38). Otras obras del Luis E. Ruiz son el libro de texto para las escuelas oficiales de instrucción primaria elemental de primer grado: Palabras normales y Libro primero de lectura, 1892 (México Intelectual 1892:50), y los libros de texto: Historia Natural y Elementos de Historia Natural para la Escuela Normal de Profesoras en 1899 (Revista de la Instrucción Pública, 1899: 445). Otras obras del Luis E. Ruiz son el libro de texto para las escuelas oficiales de instrucción primaria elemental de primer grado: Palabras normales y Libro primero de lectura, 1892 (México Intelectual 1892:50), y los libros de texto: Historia Natural y Elementos de Historia Natural para la Escuela Normal de Profesoras en 1899 (Revista de la Instrucción Pública, 1899: 445). 15 Revista de la Instrucción Pública, 1899: 445; (Fernández Villarreal y Barbero, 1909, 37: 104 en Meneses, 1983: 612) Otras obras del Luis E. Ruiz son el libro de texto para las escuelas oficiales de instrucción primaria elemental de primer grado: Palabras normales y Libro primero de lectura, 1892 (México Intelectual 1892:50), y los libros de texto: Historia Natural y Elementos de Historia Natural para la Escuela Normal de Profesoras en 1899 (Revista de la Instrucción Pública, 1899: 445). 16 México intelectual, 1900, Tomo XXIII, 16-19. 9 nociones de “método inductivo” y “método deductivo”, empleados adecuadamente en el campo de la Lógica, pero no en el de la Pedagogía. El primer nivel de organización de la enseñanza considerado por Luis E. Ruiz en su obra Tratado elemental de pedagogía es el kindergarten, basado éste en los principios pedagógicos de Froebel, necesario para la introducción de la enseñanza en la escuela primaria elemental y superior. La organización pedagógica es vista como la integración de las Leyes y Reglamentos Escolares vigentes en la enseñanza primaria, en su caso particular, los últimos veinte años en el Distrito Federal, así como una visión general del estado que guardan otras entidades en 1900. Información ésta tratada con errores y omisiones desde el punto de vista de E. Rébsamen, ya que asegura, se cuenta con trabajos que la Dirección general de Instrucción Primaria ha realizado en Guanajuato y Coahuila. Cabe señalar que en este aspecto propone que, debido a la falta de precisión en la información local que se difunde, conviene que cada entidad haga su propia historia de la educación, como lo han hecho Miguel F. Martínez en Nuevo León y Eliseo J. Granja en Oaxaca. La obra de Luis E. Ruiz sobresale principalmente por la dedicación que presta al tema de la historia de la enseñanza en México, ausente hasta ese momento en el campo de la formación del maestro mexicano, ya que sobre la historia de educadores la enseñanza universal se tenía mayor conocimiento. Él se preocupó por destacar la educación popular en el país, como una forma de influir en el comportamiento de la educación nacional y en la conformación de la escuela mexicana. Otros autores que producen obras pedagógicas en la capital del país a finales del XIX, son de una formación y trayectoria profesional distinta a los dos autores mencionados, en particular porque se trata de trabajos pensados especialmente para el nivel de educación primaria. En este caso se encuentran Manuel Cervantes Ímaz, Miguel Cervantes Noreña, Ramón Manterola, Enrique Rébsamen, Abraham Castellanos y Andrés Oscoy, los cuales tienen en común haber sido directores de escuelas primarias y normales, impulsores de la reforma 10 educativa en la capital, promotores de cursos de formación pedagógica a profesores y profesoras de las Escuelas Normales, y haber trazado un camino profesional en el ámbito de la dirección de escuelas primarias públicas oficiales y en la administración del sistema educativo. Una presentación más detallada de sus producciones serán tratadas en un texto más amplio, señalando que esta actividad tiene que ver con las necesidades profesionales advertidas en espacios institucionales de formación. 11