Ser hermanos en comunidad: nuestra primera asociación

Transcripción

Ser hermanos en comunidad: nuestra primera asociación
CARTA PASTORAL A LOS HERMANOS
SER HERMANOS EN COMUNIDAD:
NUESTRA PRIMERA ASOCIACIÓN
"Prometo unirme y permanecer en sociedad
con los Hermanos de las Escuelas Cristianas"
Hermano Álvaro Rodríguez Echeverría, FSC
Superior General
25 de diciembre de 2001
1
25 de diciembre de 2001
Natividad del Señor
Queridos Hermanos:
“Revístanse, pues, como elegidos de Dios, santos y
amados, de entrañas de misericordia, de bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia soportándose
unos a otros y perdonándose mutuamente si alguno
tiene queja contra otro. Como el Señor los perdonó,
perdónense también ustedes. Y por encima de todo
esto revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida sus corazones, pues a ella han sido llamados formando un solo
Cuerpo” (Colosenses 3, 12-15).
Con estos sentimientos de Pablo inicio esta carta pastoral a los Hermanos pidiendo al Señor, Verbo encarnado, que en esta Navidad y a lo largo del Año que vamos
a iniciar nos permita descubrir una vez más “¡qué bello
y qué tierno es ver a esos hermanos vivir juntos!” (Ps.
133,1). Precisamente éste será el tema de la presente
Carta: reflexionar sobre nuestro ser Hermano en comunidad como nuestra primera asociación.
2
El año que termina
Al mirar al año que termina dos sentimientos embargan mi espíritu. En primer lugar no puedo ocultar un
desasosiego por el rumbo de los acontecimientos del
mundo a partir de la tragedia del 11 de septiembre, incrementado por la guerra y sus secuelas, reforzado
por la incertidumbre que hoy vivimos y que viven
particularmente los jóvenes ante su futuro y los pobres ante la exclusión de los bienes más elementales.
Sin embargo, como dice San Pablo, donde abundó el
pecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20). La esperanza cristiana nos anima a descrubrir los signos
de vida que hay en el mundo y por eso el segundo
sentimiento es de confianza en un Dios que quiere
que todos se salven (1 Tim. 2,4), como nos lo recordaba el Fundador, y con la certeza de que este Dios
de la vida hecho carne en Jesucristo tendrá la última
palabra sobre los ídolos de la muerte que hoy nos
amenazan.
Algunas de las situaciones concretas que hoy más me
preocupan a nivel del Instituto son las siguientes.
En primer lugar el clima de inseguridad que en todas
partes estamos viviendo, particularmente en los
Estados Unidos. Me siento muy unido a Hermanos y
miembros de la familia lasaliana que experimentan
de cerca esta realidad o han tenido que lamentar víc3
timas en los actos terroristas de hace unos meses.
Creo que todos tenemos la impresión que la vida a
partir de estos acontecimientos será distinta. Ojalá
sea ocasión de encontrar caminos de paz y de concordia, de solidaridad y de justicia para todos.
El escenario de la guerra sigue afectando a nuestras
obras de Tierra Santa. Ya el año pasado hablaba con
preocupación de la situación de las mismas, particularmente de nuestra Universidad de Belén. Por desgracia las noticias no son mejores este año y la violencia ha llegado hasta las puertas de la Basílica de la
Natividad. Como fue publicado en nuestra página
web nuestra Universidad fue objeto de dos interminables noches de intensos bombardeos israelíes durante la toma de Belén por el ejercito israelí. Todos
los edificios del campus, a excepción de la Biblioteca
fueron afectados por los disparos. Hay pruebas de, al
menos, cuarenta y cinco proyectiles de tanque y se
encontraron cientos de balas. Sesenta y seis ventanas
quedaron destrozadas, incluidas cuarenta del nuevo
Edificio Académico, que ya veía próxima su inauguración. La residencia de los Hermanos, habitada por
ocho americanos, tres británicos y un palestino, recibió por lo menos, ciento diez impactos en los dos últimos días, algunos de ellos en las habitaciones de los
Hermanos o cerca de ellas. Gracias a Dios no hemos
tenido que lamentar ningún muerto o herido. Por
medio de estas líneas quiero agradecer el valoroso
testimonio de nuestros Hermanos y colaboradores,
4
así como las muestras de interés manifestadas por la
Conferencia de Obispos de Estados Unidos en la persona de su Presidente Monseñor Fiorenza, y por varias dependencias vaticanas a las que pude informar
durante el Sínodo.
La guerra en Afganistán, con sus consecuencias, está
tocando más de cerca a nuestros Hermanos y lasallistas de Pakistán. Pienso también en nuestros Hermanos
y familia lasallista de Colombia, de Sri Lanka y de la
República Democrática del Congo y otros sectores
africanos en donde la violencia se incrementa y no logran llegar a feliz culminación los acuerdos de paz.
Son situaciones de las que debemos sentirnos solidarios y debemos pedir al Señor de la historia que nos
ayude a experimentar en carne propia los sufrimientos
de los demás haciéndonos artesanos de paz.
Los 350 años del nacimiento del Fundador.
El año que termina nos ha permitido, también, celebrar a nivel congregacional los 350 años del nacimiento de nuestro Fundador. Augurábamos que fuera
un canto a la vida recibida por mediación de nuestro
Fundador y se concretizara en acciones en favor de la
vida amenazada en todas sus formas particularmente
la de los más pobres. Hermanos, no puedo imaginar
un mejor tributo a nuestro Fundador, que aquel que
resulta de un proyecto o programa en favor de los
pobres. Espero que hayamos podido celebrar el 350º
5
cumpleaños del Fundador con los jóvenes que estaban más cercanos a su corazón.
En torno a los “350” se han realizado con creatividad
acciones de solidaridad y servicio. Es una lástima no
conocerlas todas pero vale la pena señalar, como
ejemplos, la realizada por Saint Mary's Press con la
ayuda de un Fondo Educativo Lasallista y una donación privada de la comunidad de Winona, que repartió
350 Biblias Católicas a jóvenes detenidos en centros
de recuperación de los Estados Unidos o la del
Colegio Guadiana La Salle de Durango, México Norte
que creó un programa académico a nivel técnico para
350 jóvenes necesitados y que al final soprepasó ese
número adelantándose a nuevos aniversarios.
El distrito de Francia, cuna del Fundador, me invitó a participar en tres actividades que fueron programadas para
recordar este aniversario. En primer lugar el Encuentro
en Reims de Equipos Lasalianos en donde pude comprobar, una vez más, con admiración el compromiso a nivel
tanto espiritual como educativo de un buen número de
nuestros colaboradores seglares, muchos de los cuales
viven ya verdaderos procesos de asociación.
No menos importante fue el encuentro con Jóvenes
Hermanos europeos en Thillois, que con el tema: Ser Hermano joven en el nuevo contexto del Instituto, compartieron sueños e ideales con una insistencia particular en la
búsqueda de proyectos significativos para responder a las
6
nuevas necesidades en el servicio de la educación de los
pobres, y en la búsqueda también de una vida comunitaria de calidad. Finalmente el Congreso de Educación
Lasallista de Lyon que en torno a la obra de San Juan
Bautista de La Salle en su tiempo ha hecho una profunda
reflexión en temas muy actuales del quehacer educativo.
La carta del Papa
Me parece que vale la pena señalarla aparte, aunque
está en relación como todos sabemos, con los 350
años del nacimiento del Fundador. El Papa en un
gesto de paternal afecto ha querido asociarse a la acción de gracias, de Hermanos y de todos los que comparten nuestro ideal, por el ejemplo de San Juan
Bautista de La Salle, que fundó nuestro Instituto “para dar cristiana educación a los pobres y fortalecer a
la juventud en el camino de la verdad” y, en relación
al tema de la presente Carta, el Papa nos invita a hacer
visible el don de la fraternidad hecho por Cristo a la
Iglesia. “Entonces la comunidad ejerce una fascinación natural y nace en ella una alegría de vivir que se
convierte en testimonio, aún en medio de las adversidades, y da a la vida religiosa una gran fuerza de
atracción que es fuente de vocaciones” (nº 4).
El Sínodo de los Obispos
La invitación a participar como auditor me permitió
vivir esta rica y ambivalente experiencia. Por un lado
7
la posibilidad de conocer la increíble variedad cultural
en la que el cristianismo se ha encarnado, las múltiples
iniciativas de amor cristiano y solidaridad, los sufrimientos experimentados en tantos lugares, los ideales
de hacer realidad el Reino de Dios. Por otra la limitación del mismo tema del Sínodo centrado en el Obispo
que hizo que gran parte de las reflexiones giraran en
torno a problemas internos. Personalmente eché de
menos una palabra más fuerte de esperanza en el
Señor Jesús a un mundo sumido hoy en tantas dificultades y necesitado más que nunca de esperanza.
La intervención personal que tuve en el Sínodo fue
sobre el Obispo y la diversidad carismática, refiriéndome particularmente a la vida religiosa laical de
hombres y mujeres que constituye el 82.2 % de la
vida consagrada, pero que como muy bien sabemos,
no siempre es valorada y comprendida por los otros
miembros del pueblo de Dios o es considerada como
incompleta o de segundo orden. Por eso expresé que
es importante que los obispos conozcan la realidad de
la vida consagrada laical, aprecien y favorezcan esta
vocación original que enriquece la variedad de dones
de la Iglesia, que se reconozca su “ministerio eclesial” y que sus miembros puedan participar abiertamente en los diversos organismos y consejos en que
se estudian y deciden tanto los planes de pastoral
como la naturaleza y propuestas de la vida religiosa,
a nivel universal como local.
8
También expresé que ciertamente no faltan a nuestras
congregaciones laicales los desafíos, particularmente
en un momento histórico, en el que algunos se preguntan si el ciclo vital de la vida religiosa ha terminado. Asimismo les manifesté que tengo la impresión
de que a menudo al hablar hoy de la vida religiosa nos
fijamos en estadísticas y retrocesos y no tanto en respuestas urgentes a las necesidades de hoy. Me parece
que debemos partir de una vida religiosa que no se
centre en ella misma sino que se abra a las necesidades del mundo. Aquí es en donde necesitamos el
apoyo y la guía de nuestros obispos para que nuestra
vida religiosa pueda ser no sólo memoria del pasado,
sino sobre todo profecía del futuro (NMI 3).
9
SER HERMANOS EN COMUNIDAD:
NUESTRA PRIMERA ASOCIACIÓN
“Prometo unirme y permanecer en sociedad con
los Hermanos de las Escuelas Cristianas”
“El Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas es la primera forma de asociación querida por
Juan Bautista de La Salle. El voto de los orígenes que
asocia al Fundador con doce Hermanos en 1694, para
el servicio educativo de los pobres, es la fuente de las
asociaciones lasalianas entre seglares y religiosos que
quieren juntarse para trabajar en la misión lasaliana.
Éste es el origen de las nuevas respuestas asociativas
para la misión” (Circular 447, págs. 3 y 4).
Si hay un tema que llevo profundamente enraizado
en mi corazón es el de nuestra fraternidad. Seguramente todos recuerdan mis primeras palabras después de la elección que hoy vuelvo a reafirmar:
“Nuestro tesoro, nuestro secreto, nuestra mayor riqueza es ser Hermanos”. Creo que el texto de nuestro último Capítulo General con el que inicio estas
reflexiones nos da la clave de tal importancia que va
más allá de lo meramente emotivo. La comunidad
fue para el Fundador y los primeros Hermanos la primera forma de asociación, y no solamente esta primera vivencia comunitaria sino la concretizada en
cada una de nuestras comunidades debe ser motivación y origen de nuevas respuestas asociativas para
10
la misión. Abrirnos a la asociación con los seglares
no disminuye la importancia de la comunidad de los
Hermanos, al contrario la potencia y le da nueva vitalidad y empuje.
En el 42º Capítulo General de 1993 me llamaron la
atención dos calificativos dados a nuestra fraternidad
que me parecen originales y comprometedores. El primer calificativo es del Padre claretiano Cristo Rey
García Paredes: “Propio de ustedes es exagerar la
fraternidad cristiana. Por eso se denominan Hermanos” (Boletín 239, pág. 33); el segundo lo encontramos en el Mensaje del 42º Capítulo General: “Hermanos que viven una fraternidad contagiosa entre
ellos, en favor de sus alumnos y con todos los que
quieren asociarse a su trabajo” (Circular 435, pág. 8).
Estamos llamados a ser testigos de la fraternidad. No
sé si hemos sabido explotar nuestra fraternidad,
nuestro ser Hermanos, como uno de los elementos
proféticos de nuestra vocación, como uno de los elementos más importantes de nuestra misión.
Tendríamos que preguntarnos hasta qué punto hoy
nuestra fraternidad es exagerada y contagiosa. Y esto
es particularmente importante ya que el mundo y la
vida religiosa en particular están redescubriendo el
valor y la necesidad de la comunidad.
Por otra parte la vida comunitaria cobra, en el momento histórico que vivimos, una connotación del
11
todo especial. En el mundo globalizado de hoy y con
la caída de las grandes ideologías estamos viviendo
un momento apasionante en el que la búsqueda de
comunión se está convirtiendo en algo fundamental.
Hoy más que cruzados que defienden una idea nos
sentimos buscadores de una verdad que se enriquece
con la participación de todos. La cosmología y la sociología actuales han dejado de lado la competición
entre los seres en la que insistía Darwin, o la lucha de
clases que caracterizó al marxismo.
Sin embargo no faltan, y esto se ha manifestado con
fuerza en los últimos meses, señales preocupantes de
signo opuesto. Un terrorismo irracional que sacrifica
víctimas inocentes, un fundamentalismo religioso que
en nombre de Dios justifica la violencia, la prolongación y endurecimiento de conflictos entre pueblos que
no llegan a encontrar solución, una aparente oposición, manejada a veces con fines políticos, entre Islam
y Cristianismo, la guerra con su secuela de destrucción, la extensión del desempleo, la emigración creciente, la falta de porvenir para muchos niños y jóvenes abandonados en la calle, la fabricación y venta de
armas y la globalización misma que deja afuera y excluidas a grandes mayorías empobrecidas…
De cara el nuevo milenio que acabamos de empezar
Juan Pablo II ha invitado a la Iglesia a ser la casa y la
escuela de la comunión y nos invita a todos a promover una espiritualidad de la comunión: “proponién12
dola como principio educativo en todos los lugares
en donde se forma al hombre y al cristiano… significa ante todo una mirada del corazón sobre todo
hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el
rostro de los hermanos que están a nuestro lado…
Espiritualidad de la comunión es también la capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro,
para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: “Un
don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente” (NMI 43).
El documento Vita Consecrata, a su vez afirma: “La
vida consagrada posee ciertamente el mérito de
haber contribuido eficazmente a mantener viva en la
Iglesia la exigencia de la fraternidad como confesión
de la Trinidad. Con la constante promoción del amor
fraterno en la forma de vida común, la vida consagrada pone de manifiesto que la participación en la
comunión trinitaria puede transformar las relaciones humanas” (V.C.41).
Desde los acontecimientos que hemos vivido a partir
del 11 de septiembre pasado y que directa o indirectamente nos han afectado a todos, la unidad de la familia humana está en juego y nuestro testimonio comunitario cobra nuevo sentido y fuerza. Ante la incertidumbre planetaria, ante el terrorismo, ante la
guerra, ante la pobreza creciente… debemos sentirnos, en primer lugar, solidarios con todos los que su13
fren y buscan respuestas a un futuro nada claro y en
segundo lugar manifestar con nuestra propia vida
que es posible un modelo alternativo de sociedad
centrado en los valores evangélicos y hecho visible
con nuestra vida comunitaria.
El tema de esta carta espero pueda inspirar nuestra
oración, motivar nuestra reflexión e impulsar nuestra
acción para llevar así a la práctica en cada distrito la
propuesta 18 de nuestro 43º Capítulo General: “El
Capítulo General pide que cada Distrito, Subdistrito
y Delegación promueva un año de renovación de
nuestra vida comunitaria, apoyándose en el descubrimiento de los elementos fundamentales de la espiritualidad de San Juan Bautista de La Salle”
(Circular 447, pág. 43).
Una mirada a nuestros orígenes
El Fundador en términos proyectivos y de futuro nos
habla de “espíritu de comunidad”: “Se manifestará
y se conservará siempre en este Instituto verdadero espíritu de comunidad” (R.1718, C.3, 1). Se trata de un
espíritu que supone una unión tan estrecha, tan íntima
y estable, que sea reflejo y anticipo de la que existe en
la Trinidad “no en todo, puesto que las tres tienen una
sola esencia; mas sí por participación, y de tal manera que la unión de espíritu y de corazón que Jesucristo
ansía entre los Apóstoles produzca el mismo efecto
que la unión esencial existente entre el Padre, el Hijo
14
y el Espíritu Santo” (Meditación 39,3).
Sabemos cómo el Juntos y por Asociación fue para el
Fundador y los primeros Hermanos una mística, un
ideal, la característica esencial. Se trataba de vivir al
estilo de la primera comunidad cristiana. De no ser
sólo maestros para los jóvenes, sino también, hermanos, amigos, servidores; de colaborar en la obra de
Dios construyendo un mundo fraternal a imagen de
la Trinidad.
La Regla nos presenta en uno de los textos que personalmente más valoro los elementos constitutivos
de la comunidad de nuestros orígenes y que, aunque
ya había citado en mi primera Carta Pastoral, me parece importante volver a recordar: “Juan Bautista de
La Salle se sintió movido a fundar una comunidad
de hombres, que iluminados por Dios y en sintonía
con su designio salvador, se asociaron para dar
respuesta a las necesidades de una juventud pobre
y alejada de la salvación. Hoy como ayer, toda comunidad de Hermanos descubre en dicho acontecimiento sus motivaciones fundamentales” (R.47).
Este texto nos presenta los tres elementos fundamentales de toda comunidad, la de ayer y la de hoy. En
primer lugar, el Fundador y los primeros Hermanos
viven una experiencia de Dios, experimentan una pasión por Dios, tanto que el “procurar su gloria” se
convierte en objetivo existencial; experimentan un
15
vaciarse de sí mismos para contemplar el mundo y la
historia de los hombres, con los ojos de Dios. Del
Dios de Jesucristo que asume la historia del hombre.
La Regla lo expresa claramente cuando nos dice que
“San Juan Bautista de La Salle, atento por inspiración de Dios...” (R. 1), “Juan Bautista de La Salle
descubrió a la luz de la fe...” (R. 11). Podíamos hablar de un momento místico.
En segundo lugar, hay una mirada al mundo, en el
que se descubren formas concretas de negación del
Reino. Es un acercamiento gratuito, misericordioso,
transformador. Es la pasión por el mundo. Es la misión, el momento político, en el que se descubre que
la mayor gloria de Dios es que el hombre viva. En los
mismos textos de la Regla aparece este segundo movimiento. “Atento al desamparo humano y espiritual
de los hijos de los artesanos y de los pobres...” (R.
1), “Impresionado por la situación de abandono de
los hijos de los artesanos y los pobres...” (R. 11).
En tercer lugar, se da una respuesta comunitaria, nace
un cuerpo que se organiza históricamente para dinamizar el mundo en la dirección del proyecto de Dios.
“Reunió a esos maestros en comunidad y fundó luego
con ellos el Instituto de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas” (R 1). Es el momento organizativo que
debe brotar de una mística y de una política común.
Hoy, la fidelidad dinámica a nuestros orígenes nos
16
debe llevar a reactualizar este triple movimiento: espiritual, analítico y operativo. Nuestra vida comunitaria debe estar alimentada, sostenida y motivada
por esta triple experiencia común. De lo contrario la
vida comunitaria sólo sería una experiencia “institucionalizada” que se reduciría a aceptar normas extrínsecas, a conformarse con reglas, reglamentos y
comportamientos o, como reacción contraria, a encerrarse en un individualismo egoísta.
La primitiva comunidad lasaliana tiene conciencia
que no es simplemente un conjunto de individuos
que se encuentran reunidos por accidente o casualidad. Es una asociación de personas que tejen entre sí
lazos fraternales, a partir de una idéntica experiencia:
la de haber sido “atrapados” por Dios para el servicio de los jóvenes pobres.
Blain comprendió que aquí se encontraba una de las
grandes intuiciones lasallistas, y lo expresó en términos que esta vez son muy apropiados: “El nombre de
HERMANO era el que convenía y el que se tomó…
Este nombre les enseña que la caridad que dio origen a su Instituto debe ser el alma y la vida del
mismo; que la caridad debe presidir todas sus deliberaciones e informar todos sus designios; que es
ella la que los debe poner en marcha y la que debe
regular todos sus procesos y animar todas sus palabras y todos sus trabajos. Les dice que, Hermanos
entre ellos, deben ofrecerse testimonios recíprocos
17
de una amistad tierna aunque espiritual. Y que, teniendo que considerarse los hermanos mayores de
aquellos que vienen a recibir sus enseñanzas, deben
ejercer este ministerio de caridad con un corazón caritativo” (C.L. 1 7, págs. 240-241).
Para el Fundador la comunidad concreta es el lugar
de la educación evangélica de sus miembros: “En las
comunidades, principalmente, es donde el buen
ejemplo brilla con más lustre, y donde adquiere
mayor eficacia. Cuantos viven en ellas se animan de
consuno a practicar lo más santo y más perfecto que
contienen las máximas evangélicas” (Meditación
180,1). Es por eso que el modelo de la primitiva comunidad cristiana presentado por los Hechos es
punto de referencia permanente: “¿Son una sola
cosa con sus hermanos? ¿Les hablan y les tratan con
amor? ¿No hacen caso de repugnancias o antipatías? Convénzanse de que han de revivir en las comunidades los sentimientos de los primitivos cristianos
quienes no tenían más que un corazón y un alma”
(M. 113,2.)
Finalmente para el Fundador el futuro del Instituto
depende de la calidad de nuestra vida comunitaria.
Veíamos que en la Regla de 1718 en una mirada proyectiva, nos invita a conservar el espíritu de comunidad. Y en una de las Meditaciones que nos propone
para evaluar el año que termina nos lo dice con toda
claridad: “Piedra preciosa es la unión en una comu18
nidad; por eso la recomendó reiteradamente
Jesucristo a sus Apóstoles antes de morir. Perdida
ella todo se pierde. Consérvenla, por tanto cuidadosamente, si quieren que permanezca su comunidad”
(Meditación 91,2).
Jesús nuestro hermano
Nuestra comunidad es cristocéntrica y no egocéntrica. La comunidad tiene como piedra fundamental a
Jesucristo: “Ustedes son la casa... cuya piedra angular es Cristo Jesús. En él toda la construcción se
ajusta y se alza para ser un templo santo en el
Señor” (Efesios 2,20-21). La centralidad del misterio
de Cristo es una constante lasaliana. Para el
Fundador, Jesucristo está en medio de nosotros en la
comunidad y por eso el primero de los frutos que
brota de esta presencia es “que todas nuestras acciones se refieran a Cristo, y tiendan a Él como a su
centro, y saquen toda su virtud de Él, como los sarmientos sacan su savia de la cepa; de modo que haya
un movimiento continuo de nuestras acciones a
Cristo y de Cristo a nosotros, puesto que Él es quien
les da el espíritu de vida” (EMO 34)
En un recorrido evangélico, ciertamente incompleto
podemos descubrir qué significa para Jesús ser hermano. La parábola por excelencia, la del hijo pródigo, que bien podíamos llamar también la de los dos
hermanos, nos da una pista iluminadora al respecto.
19
El hermano mayor de la parábola con relación al hermano que regresa se expresa despectivamente diciendo al padre: ese hijo tuyo. Y el padre responde:
ese hermano tuyo. Jesús nos hace ver que ser y sentirnos hermanos es la mejor manera de valorizar a las
personas (cf. Lc.15, 30-32).
De ahí la invitación que nos hace a no buscar ningún
otro calificativo. “Vosotros, en cambio, no os dejéis
llamar rabí, porque uno solo es vuestro Maestro; y
vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie
Padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt.23, 8-9).
Después de su resurrección Jesús no encuentra mejor
título para sus discípulos que el de mis hermanos:
“Dícele Jesús: Deja de tocarme, que todavía no he
subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles:
Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Juan 20,17).
El ser hermano que comparte nuestra sangre y carne,
que se asemeja a sus hermanos, que es solidario con
sus sufrimientos, fue lo que hizo a Cristo sacerdote
misericordioso y fiel, iniciador de nuestra salvación.
“Por tanto, como los hijos comparten la sangre y la
carne, así también compartió él las mismas, para reducir a la impotencia mediante su muerte al que
tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo,
y liberar a los que, por temor a la muerte, estaban de
20
por vida sometidos a esclavitud. Porque, ciertamente, no es a los ángeles a quienes tiende una mano,
sino a la descendencia de Abraham. Por eso tuvo
que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser un
sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que toca a
Dios, y expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando” ( Hb. 2,14-18).
Estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo,
porque Él es el primogénito. Como en una familia los
hermanos menores sienten la necesidad de imitar a
sus hermanos mayores, así también nosotros estamos
llamados a reproducir la imagen de Jesús nuestro
hermano mayor. “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen
de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre
muchos hermanos” (Rm. 8,29).
Pero hay algo más. Como lo expresa Vita
Consecrata, la comunidad es sobre todo un espacio
teologal que nos permite actualizar el misterio de
Jesús resucitado, como ya lo había intuido el
Fundador al proponernos como uno de los modos de
ponernos en la Presencia de Dios, la presencia viva
de Jesús en medio de los que están reunidos en su
nombre. “En la vida de comunidad, además, debe
hacerse tangible de algún modo que la comunión
fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede
21
experimentar la presencia mística del Señor resucitado” (V.C.42).
Comunidad fraterna
Quisiera partir de un texto de un Misionero del
Sagrado Corazón, amigo personal en Guatemala, publicado hace algunos años en el boletín de la
Conferencia de Religiosos de ese país: “La comunidad religiosa se expresa y realiza no basándose en
estructuras sino de “amigos”, como dijo Jesús, que
quieren participar más radicalmente en su vida y misión para testimoniar la fraternidad y filiación a la
que todos los hombres están llamados. Por eso, ha de
ser lugar para confirmarse en la fe y dejarse confirmar. Y el primer criterio de la vida comunitaria es ser
verdaderamente cristiana. Para eso, tenemos que
preguntarnos si, de hecho existe respeto, servicialidad, libertad, participación, colaboración, responsabilidad, alegría, sensibilidad, comprensión etc. Y esto
va más allá de toda norma y estructura. Para conseguirlo se hace indispensable el diálogo y el discernimiento comunitario y crear espacios para que sea posible” (Ángel García, Carta Confregua, agosto 93).
Lo anterior me parece fundamental; la comunidad
debe favorecer el crecimiento de la persona de cada
uno de los Hermanos. El principio de individualidad
y el de pertenencia deben crecer a la vez. Cada persona debe tener su nombre propio y su apellido
22
común. La comunidad debe integrar unión y diferenciación; aspiraciones personales y espíritu de grupo;
exigencias psicológicas y bien común; Proyecto
Personal y Proyecto Comunitario.
La solución a estas tensiones necesarias y dinámicas
sólo se logra con el equilibrio de polaridades, conscientes que el individuo no se puede realizar sin la
comunidad y que la personalización no acaba en el
sujeto, sino en el ser para los demás, en el olvido de
sí, en la comunidad y la misión.
Conscientes también que el crecimiento de la persona no significa, como a veces se puede entender, individualismo. El individualismo es la negación del
diálogo y de la comunión con Dios y con los hombres. Es la pretensión de tener hilo directo con Dios,
sin tener en cuenta las mediaciones humanas.
Hay dos maneras de entender el crecimiento en comunidad. El primero concibe la comunidad como ámbito:
estilo de vida, actos comunitarios, plataforma de trabajo, techo común, estructuras... El segundo, la concibe
como relación, comunión, intersubjetividad. Si en el
pasado pensábamos que para mejorar la comunidad teníamos que cambiar sobre todo las estructuras, hoy
creemos que para mejorar la comunidad debemos
sobre todo fortificar y enriquecer nuestras relaciones.
Esto nos evitará reducir la vida comunitaria a una
23
plataforma para el trabajo o caer en el individualismo, disponiéndonos a caminar con otros, a dialogar,
confrontar, dejarnos interpelar, consensuar… Esto
nos ayudará también a descubrir el valor transformador del amor y a experimentar que el Reino de Dios
está en medio de nosotros cuando crecemos juntos,
nos cuidamos mutuamente, realizamos proyectos comunes, oramos unidos, compartimos el sufrimiento.
Creo que nadie niega nuestra capacidad de trabajo.
Pero el trabajo no garantiza el desarrollo de algunas
de las dimensiones fundamentales del ser humano.
En el apostolado somos en el mejor de los casos
Hermanos mayores, pero ¿qué pasa con nuestro niño
interior? Necesitamos espacios gratuitos de encuentro. Simplemente estar ahí, conversar, compartir. De
lo contrario no sería extraño que buscáramos afuera
lo que no hemos sido capaces de crear adentro.
Se trata por consiguiente de una relación que no nos
haga vivir al lado de, sino con nuestros Hermanos. En
este sentido podríamos hacer nuestras las palabras de
Rut. “A donde tú vayas iré yo; donde tú vivas, viviré
yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú
mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la
muerte podrá separarnos” ( Rut 1, 16-18).
Me parece que uno de los elementos más importantes para vivir una auténtica fraternidad es el sentido
de realismo. El realismo significa la reconciliación
con mis características personales y con mi propia
24
historia. El sentido de realismo lo debo aplicar, también, a la comunidad, recordando con Bonhoeffer
que quien ama su sueño de la comunidad más que a
la comunidad misma, termina por destruirla. El padre
Radcliffe en una Carta enviada a los Dominicos en
1998 recordaba el caso de aquel Maestro de novicios
que ante la desilusión de uno de sus novicios que
había descubierto el lado frágil, pecador y ambiguo
de sus Hermanos, le decía “Me encanta oírte decir
que ya no nos admiras. Ahora hay una oportunidad
de que puedas llegar a amarnos”
El primer paso si quiero vivir con autenticidad la
vida comunitaria es asumir mi realidad como algo
que me condiciona y que a la vez me abre un camino hacia nuevas posibilidades. “Quien conoce todos
sus abismos, sus zonas sombrías, sabe que sólo
puede vivir en plenitud el que es comprensivo consigo mismo, el que es capaz de decirse sí, tal como ha
sido creado. Sólo cuando alguien se ha aceptado a sí
mismo puede aceptar al que busca consejo sin juzgarle. Sólo se puede ser misericordioso con los
demás si se es misericordioso con uno mismo, si nos
hemos reconciliado con nuestra propia oscuridad.”
(Anselmo Grün, Portarse bien consigo mismo).
Desde la fe, la aceptación de sí mismo nace de la experiencia personal del amor incondicional y gratuito
de Dios, de su perdón incansable, de la certeza de su
presencia cercana. Actitudes que estoy invitado a
25
vivir, en la lógica evangélica, en la relación con mis
hermanos.
Nuestra comunidad debe ser lugar de diálogo. El
Juntos y por Asociación del Fundador debe seguir teniendo vigencia en nuestras comunidades, hoy más
todavía, en un mundo en donde la comunicación y la
participación se han desarrollado a niveles insospechados, pero donde también los odios y las distancias
han aumentado. Vita Consecrata nos pide que el diálogo interno en la comunidad se abra a un mundo dividido e injusto fomentando una espiritualidad de la
comunión “ante todo en su interior y, además, en la
comunidad eclesial misma y más allá aún de sus
confines, entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde el
mundo de hoy está desgarrado por el odio étnico o
las locuras homicidas. Situadas en las diversas sociedades de nuestro mundo... las comunidades de
vida consagrada, en las cuales conviven como hermanos y hermanas personas de diferentes edades,
lenguas y culturas, se presentan como signo de un
diálogo siempre posible y de una comunión capaz de
poner en armonía las diversidades" (V.C.51).
Comunidad de oración
Siempre me ha interpelado profundamente el texto
siguiente de nuestra Regla: “El carácter que distingue a la comunidad de los Hermanos es ser comuni26
dad de fe en la que se comparte la experiencia de
Dios” (R.48). En más de una ocasión me he preguntado si realmente es éste el carácter que distingue
nuestras comunidades de Hermanos. Consciente que
la fe es una realidad más amplia y que no es posible
medirla externamente quisiera concentrar mi atención en un aspecto muy específico pero fundamental
de la misma: nuestra vida de oración comunitaria.
Orar juntos u orar solos, es una realidad que en relación con la oración mental se vive de diferentes maneras en el Instituto. De hecho la Regla de 1987 deja
abiertas ambas posibilidades. Por una parte “el hombre
de hoy experimenta cierto gusto por la soledad y reivindica su derecho a ella” (Louf), por otra, lo característico de nuestra época es la dimensión social, que
tiene repercusión en nuestra misma oración: “Otro aspecto de esta oración nueva es la necesidad de compartir esta experiencia con los otros. Es decir, la necesidad de orar juntos, comunicándonos las riquezas del
Espíritu” (Cardenal Pironio). Sin duda es importante
buscar un equilibrio, conscientes de que la oración
mental es ante todo algo personal, pero conscientes
también del apoyo que necesitamos de la comunidad y
de la necesidad de compartir nuestra experiencia de
Dios, que la Regla califica de carácter distintivo.
La Iglesia nos invita hoy a una oración comunitaria
de la Palabra de Dios. “La meditación comunitaria
de la Biblia tiene un gran valor. Hecha según las po27
sibilidades y las circunstancias de la vida de comunidad, lleva al gozo de compartir la riqueza descubierta en la Palabra de Dios, gracias a la cual los
hermanos y las hermanas crecen juntos y se ayudan
a progresar en la vía espiritual” (V.C.94). Esto nos
debe ser ya familiar porque responde a nuestra espiritualidad lasallista que parte siempre de la palabra
de Dios como lo podemos ver en nuestro Método de
Oración.
Salir de nosotros mismos nos ayuda a no endurecernos en nuestra manera de ver y de sentir. En este sentido la mediación de la comunidad es muy importante. Sabemos que Dios nos habla a través de la comunidad. Es un principio evangélico al que dio mucha
fuerza nuestro Fundador: “¡Cuánta dicha la mía, oh
Dios mío, la de hacer oración con mis amados
Hermanos, puesto que, según vuestras palabras, tenemos la ventaja de teneros en medio de nosotros!
Estáis presente, oh Jesús mío, para derramar vuestro Espíritu sobre nosotros, según lo decís por vuestro Profeta, como lo derramasteis sobre vuestros
Apóstoles... Concededme también, por vuestra presencia en medio de nosotros reunidos para orar, la
gracia de tener íntima unión de espíritu y de corazón
con mis Hermanos...” (E.M.O. 10).
Me parece que una forma privilegiada de nuestra oración comunitaria debe ser la oración compartida. El
Espíritu que nos santifica, la unión de la comunidad,
28
el celo en el ministerio apostólico se ven reforzados
por esta oración. Si creemos que los que estamos reunidos en nombre de Jesús, gozamos de la presencia
del Espíritu, creeremos también que el Espíritu se nos
puede manifestar a través de nuestros Hermanos. La
oración compartida nos puede ayudar a salir de nuestro mundo espiritual, a menudo estrecho y centrado
en los mismos contenidos, para abrirnos a nuevos horizontes. Por otra parte esta oración nos permitirá
también descubrir a nuestros hermanos, tal como son,
con sus riquezas insospechadas y sus limitaciones y
dificultades no siempre exteriorizadas.
Es importante no olvidar que la oración es ante todo
escucha de Dios, que se manifiesta también en el silencio. Aún en la oración compartida no debemos
abusar de la palabra. Debemos dar espacios al silencio después de la oración de cada uno para mejor
descubrir e interiorizar la palabra que el Señor por su
medio nos comunica.
Hay en el Evangelio un “icono” que revela este espíritu de compartir fraternalmente en la oración. Es
el paralítico que algunos amigos en una camilla llevan para presentarlo a Jesús y abren un boquete en el
tejado y lo descuelgan por ahí. Lo que les interesaba,
nos dice Lucas, era ponerlo “delante de Jesús” (Lc.
5,18-19) y añade que Jesús “viendo la fe que tenían”
(Lc.5, 20) le perdonó sus pecados y luego lo curó.
¡Qué fuerza tiene la intercesión fraterna! Más que
29
una comunidad que recita oraciones, lo importante es
lograr una oración que cree comunidad.
Compartir la oración no significa necesariamente invocar juntos, estar físicamente presentes. Es más
bien comunión de unos y otros en Dios; hacer que los
otros formen parte de mi relación con Dios. “Hemos
de llevar a la oración a nuestros semejantes y lograr
finalmente esta unidad en la oración. A menudo no
tenemos un solo corazón porque estamos muy lejos
unos de otros a causa de que nuestras realidades
personales son muy distintas. ¿Cómo ser una sola
cosa? Sólo en Dios que nos ha creado y nos mantiene en el ser tal como somos cada uno; sólo en Dios
que es el fin último de todas las cosas por distintas
que sean, y de todos los hombres; sólo en Dios en el
que todos vivimos, nos movemos y somos. Sólo en él
es posible esta unidad. Pero sólo estamos en Dios si
oramos” (Karl Rahner).
Quisiera terminar este punto haciendo alusión al momento cumbre de nuestra oración comunitaria; me
refiero a la celebración eucarística, tiempo fuerte de
la jornada de una comunidad de consagrados. Porque
la Eucaristía en el fondo no es sino compartir: compartir el cuerpo y la sangre de Jesús, compartir la voluntad de salvación y la disposición al sacrificio de
este cuerpo roto y esta sangre derramada. La Regla lo
expresa bellamente: “Toda la vida de los Hermanos
está animada por el misterio eucarístico. Cada día
30
siempre que sea posible, participan en su celebración. Allí, en la comunión con la muerte y resurrección de Cristo y en la escucha de la Palabra, se realiza comunitariamente la unidad de los corazones en
el mismo Espíritu y para la misma misión” (R.70).
No debemos tampoco olvidar que es imposible comulgar con el Pan sin comulgar con la Palabra y es
imposible comulgar con la Palabra sin comulgar con
la Historia de aquellos niños y jóvenes que vienen a
nosotros a media noche como huérfanos pobres y
desvalidos (cf. Meditación 37). Pan, Palabra,
Historia es el triángulo en el que debe moverse la
Comunidad.
Comunidad apostólica
El Fundador y los primeros Hermanos tienen conciencia de la importancia de la comunidad como base
de la acción apostólica. Por eso, según Blain, el
Fundador ante el abandono de casi todos los maestros y ante el temor de ver perecer la obra, la solución
que encuentra en 1691 es la renovación de la comunidad: “Después de madura reflexión sobre los medios convenientes para apuntalar un edificio que
amenazaba ruina al mismo tiempo que se lo levantaba, le vino la inspiración: 1. De asociarse con los
dos Hermanos, a los que consideraba más idóneos
para sostener la naciente comunidad y de comprometerlos con él, mediante vínculo irrevocable, a se31
guir trabajando por consolidarla. 2. De buscar cerca
de París una casa apropiada para restablecer la
salud de los Hermanos agotados y enfermos. 3. De
reunir allí, durante las vacaciones a todos sus hijos,
ocupándolos en ejercicios espirituales, para devolverles, con su primer fervor, el espíritu y la gracia de
su estado... 4. De establecer un Noviciado para la
formación de los sujetos”.
Creo que hoy algunos Hermanos piensan que lo que
dan a la comunidad se lo están quitando a la misión
y no se dan cuenta que el testimonio comunitario es
ya misión y yo diría que una de nuestras principales
misiones sobre todo si pensamos que la vida religiosa no solamente debe ofrecer servicios sino sobre
todo ayudar a otros a encontrar sentido.No podemos
reducir la comunidad a un simple medio para el
apostolado.
Que la comunidad sea apostólica significa que no debemos quedarnos encerrados en la cultura del intimismo
que nos lleva a una vida privada que gira en torno al
desarrollo de la propia individualidad y pone la realización personal por encima de las necesidades del mundo.
Está claro que éste no es el modelo de comunidad evangélica intuido por San Juan Bautista de La Salle.
El “somos pobres Hermanos” del Fundador en la
meditación de la Navidad es posiblemente la mayor
riqueza que podamos dar a un mundo cada día más
32
dividido, indiferente al dolor, marcado por las injusticias y las desigualdades. Es posible ser hermanos, se puede vivir de otro modo. Vengan y vean,
nuestra comunidad lo testifica. De esta manera prolongamos la intuición que dio origen a la primera
comunidad lasallista “dar respuesta a las necesidades de una juventud pobre y alejada de la salvación” (R. 47).
La comunidad no existe para sí misma sino que está
en función de una misión. Su valor radica en ser mediación de los valores del Evangelio. Se trata de una
comunidad apostólica. Como dice Juan Ramón
Moreno, uno de los jesuitas asesinados en El
Salvador: “El elemento unificador de la comunidad
no es tanto la convivencia, cuanto el mirar juntos
hacia el mundo, el pueblo, las gentes, dejando que
sea una realidad concreta, ese pueblo de carne y
hueso, el que configure nuestra acción y nuestro
modo de vida”.
Si queremos que nuestras comunidades sean una respuesta a las inquietudes de los jóvenes y del mundo,
deben ser, como lo fue la comunidad de nuestros orígenes, comunidades samaritanas. Después de describir la situación lamentable de los niños pobres de su
tiempo el Fundador nos dice: “Dios se ha dignado
poner remedio a tan grave mal estableciendo las
Escuelas Cristianas, donde se enseña gratuitamente,
sólo por la gloria de Dios...” (M.T.R. 194,1). Hoy
33
también nuestras comunidades deben estar atentas a
los jóvenes heridos al borde del camino, por su presencia cercana, su solidaridad activa, su creatividad
fecunda.
Comunidad abierta
La asociación, a la que nos ha invitado el último
Capítulo General, tiene repercusiones en el tipo de
comunidad que debemos vivir hoy. No debemos reducir nuestra vida comunitaria a las personas con
quienes compartimos la misma casa. Vivir hoy la comunidad significa abrirnos, como en círculos concéntricos a partir de nuestra comunidad de Hermanos
a todas las personas que comparten nuestra misión y
se esfuerzan con nosotros porque esta misión se realice.
Una comunidad, sobre todo, es aquella cimentada en
personas comprometidas en lo esencial. Podemos recordar cómo la consagración de 1694 de nuestros inicios fue capaz de crear comunidad. Una Comunidad
nace de una preocupación y de un gran amor por los
otros, que va más allá de todas las normas y de sí
mismo. Me gusta recordar a menudo el texto de
Nietzsche en el que afirma que cuando tenemos un
por qué para vivir somos capaces de superar cualquier cómo. Hoy ese por qué lo estamos compartiendo con los seglares con quienes nos asociamos para
dar a nuestro carisma una nueva vitalidad. Es natural
34
que les abramos las puertas de nuestros corazones y
de nuestras comunidades.
Es importante que los Hermanos no olvidemos el
por qué de nuestra asociación comunitaria y el por
qué de esta nueva asociación con los seglares. Me
gusta aplicar a la Asociación lo que St-Exupéry dice
de la amistad. “No se trata tanto de vernos los unos
a los otros sino mirar juntos en la misma dirección” Y esta dirección no puede ser otra que el servicio educativo y evangelizador de los jóvenes pobres y a partir de ellos, de todos los jóvenes. Es a
partir de esa finalidad que deben construirse las estructuras que aseguren nuestra asociación y le den
consistencia.
Me parece que debemos ver en la asociación un momento de gracia y renovación. Sé que en el Instituto
algunos Hermanos tienen sus dudas al respecto y
temen que nuestra vocación se diluya. Personalmente pienso todo lo contrario. Sabemos que el carisma
nació como un movimiento y lo hemos hecho una
institución. Es un proceso inevitable y necesario.
Pero es importante reavivar de vez en cuando el
fuego que nos hizo nacer y revivir el momento místico de nuestros orígenes. ¿No estaremos viviendo un
momento de nueva frescura carismática con la sangre nueva y la nueva lectura que hoy están haciendo
los seglares? Esta nueva lectura ¿no será una oportunidad para renovar nuestra vida comunitaria?
35
Estoy convencido que en la nueva asociación a la
que hoy se abre el Instituto, la comunidad de
Hermanos juega un papel específico irreemplazable.
Las relaciones gratuitas, igualitarias, serviciales, solidarias de los miembros de la comunidad y de ésta
misma con otros grupos, son el mejor testimonio en
un mundo abocado a las relaciones comerciales, discriminatorias, utilitarias, insolidarias. La comunidad
de los Hermanos debería ser un laboratorio de convivencia justa y fraterna para los otros miembros asociados, para los jóvenes que educamos, para el entorno en el que se sitúa y para toda la sociedad.
Sin embargo la comunión nunca tiene un sentido
único. Los seglares hoy pueden ayudarnos a vivir
con mayor autenticidad nuestra propia vocación y a
enriquecer nuestra vida comunitaria. Es lo que ya
afirmaba Juan Pablo II en Christis Fidelis Laici: “los
mismos fieles laicos pueden y deben ayudar a los sacerdotes y religiosos en su camino espiritual y pastoral” (nº 63).
Ser comunidad abierta implica también la posibilidad de la inserción de alguna de ellas a nivel distrital
en un ambiente popular. El último Capítulo General
nos ha hecho un llamado en este sentido: “Para conseguir una conversión personal y comunitaria, cada
distrito diseña un proceso que permita a los
Hermanos y a las comunidades examinarse sobre su
cercanía y su presencia entre la gente humilde (nivel
36
de vida, estilo de relaciones, acogida en las comunidades y en los centros, compromiso en la vida social
y las acciones educativas…)” (Recomendación 6).
Comunidad y Hermanos jóvenes
Una de las mayores preocupaciones que en el ámbito
personal y de Consejo General experimentamos es la
situación actual de nuestros Hermanos jóvenes. Como
lo compartí con los Hermanos jóvenes de Europa en el
encuentro de Thillois del mes de julio de este año
estoy convencido que en el Instituto son sobre todo
ellos los que deben ayudarnos a descubrir los rasgos
de nuestras comunidades lasallistas de mañana.
Para mí la presencia de Hermanos jóvenes en nuestro último Capítulo General fue iluminadora. Fueron
ellos sobre todo, los que nos mantuvieron viva la esperanza. Sus sueños y proyectos, sus oraciones y
aportes, fueron realmente estimulantes. Pero lo que
personalmente más me impresionó fue su determinación por sacar adelante una propuesta sobre la pastoral vocacional aún fuera de tiempo. Más que la propuesta en sí misma, que puede ser más o menos válida lo impactante fue cómo a través de este hecho
manifestaron su fe y profundo amor al Instituto y su
deseo de futuro y vitalidad para el mismo.
Sin embargo tengo que constatar por los diálogos
personales tenidos y por experiencias vividas que no
37
siempre nuestros Hermanos jóvenes encuentran el
ambiente favorable para su crecimiento personal,
cristiano y religioso en nuestras comunidades. El
grupo de Thillois hablaba de una comunidad signo
del Reino de Dios, apostólica y fuerte por dentro, en
la que la experiencia de Dios y la experiencia afectiva encuentran un sostén; una comunidad lugar del
encuentro humano y de la solidaridad fraterna.
Creo, como lo he dicho tanto a los Hermanos
Visitadores de Europa como a los de América Latina,
que sin dejar de hacer esfuerzos por la renovación
total de todas nuestras comunidades y obras, deberíamos facilitar, en cada Distrito, la existencia de una
o más comunidades que fueran como “islas de creatividad” (Joe Holland), experiencias piloto que puedan ir abriendo caminos de futuro. En estas comunidades la presencia, el empuje y el aporte de los Hermanos jóvenes son indispensables.
Me parece que la propuesta 22 de nuestro último
Capítulo General va en este sentido cuando nos pide
que con el fin de ofrecer a los Hermanos, sobre todo
a los más jóvenes, la posibilidad de dar prioridad al
servicio educativo de los pobres y de llevar una vida
comunitaria significativa, evaluemos las obras y estructuras de funcionamiento del Distrito y cambiemos lo que convenga cambiar. Creo que esta propuesta nos presenta una visión muy clara de lo que
debe ser el Instituto del futuro para seguir teniendo
38
sentido y ser fecundo. Dos condiciones son indispensables: la prioridad del servicio educativo de los pobres y una vida comunitaria significativa. Esta es la
herencia más importante que debemos dejar a nuestros Hermanos jóvenes.
CONCLUSIÓN
Hoy estamos descubriendo de nuevo el valor de
nuestra vida comunitaria. Juan Pablo II llega a afirmar que toda la fecundidad de la misión apostólica
depende de la calidad de la vida comunitaria y algunos teólogos de la vida religiosa dicen que, a partir
del Nuevo Testamento, el profetismo ha pasado de
los individuos a las comunidades. La comunidad de
los Doce y la de los Hechos de los Apóstoles son
ejemplos de lo anterior. A nivel lasaliano podríamos
pensar también en la comunidad de nuestros orígenes. A veces corremos el riesgo de atribuirlo todo al
Fundador y nos olvidamos de aquellos valerosos
Hermanos que junto a él y en una asociación a veces
heroica hicieron posible el nacimiento de nuestro
Instituto. Hoy estamos llamados a hacer nuestra su
experiencia sintiéndonos todos responsables de continuar su misión salvífica.
Como lo compartí recientemente con los nuevos
Visitadores reunidos en Roma en el mes de octubre
hoy tenemos muchos motivos de preocupación, entre
otros la incertidumbre planetaria, de la que hablaba
39
anteriormente, y a nivel nuestro la disminución numérica, el envejecimiento, la fragilidad, la perseverancia de los Hermanos jóvenes, el sentido de la vida
religiosa... La solución no está en mirar con nostalgia
el pasado o con pesimismo el futuro, sino en vivir el
presente poniéndonos con confianza en manos de
Dios. El Fundador nos da una pista: “Esta comunidad puede ser de mucho provecho a la Iglesia; persuadíos con todo, de que no lo conseguirá sino en
cuanto se fundamente sobre esos dos pilares, a saber: la piedad y la humildad, que la harán inconmovible” (M.161, 3).
Soy consciente que los términos piedad y humildad
hoy no nos dicen casi nada. Pero entiendo que para
el Fundador la piedad significaba lo que hoy podemos llamar una profunda espiritualidad, una fe activa en la práctica del amor. Pienso que se trata de
una llamada para ir a lo esencial. A hacer de Dios y
del Evangelio el centro de nuestra vida, de nuestra
misión y de nuestros intereses. Una invitación a
deshacernos de los ídolos que muchas veces ocupan
el puesto de Dios. Un recordar que si somos Hermanos es ante todo para procurar la gloria de Dios y
que debemos ayudarnos mutuamente en comunidad
para lograrlo.
Por otra parte, la clave para una justa comprensión de
la humildad lasaliana la encontramos en la Meditación de Navidad. “La comunidad de Hermanos ha
40
sido fundada a partir de la situación de desamparo
de una juventud abandonada. Para llegar a estos jóvenes y anunciarles la salvación de Dios, los
Hermanos entran en la dinámica de la Encarnación
del Hijo de Dios. Se olvidan de sí mismos, renuncian
a buscar la riqueza o el poder para desposarse en lo
posible con la humilde condición de esos niños
abandonados. Como ellos, los Hermanos viven pobres y desconocidos. Asumiendo esta situación, que
los asocia al misterio del Hijo de Dios hecho hombre, es como cumplen las condiciones para que el
ministerio sea fructífero. Se encuentra una vez más
aquí la frase de la Meditación relativa a San
Francisco Javier: ‘Cuanto más pequeños os hagáis,
más moveréis los corazones de los que educáis’”
(Med. 79,2) (Sauvage, Campos, C. L 50, Explicación
del Método de Oración, pág. 306). En estos días navideños este texto me parece especialmente pertinente e iluminador.
Señor Jesús te pedimos por intercesión de San Juan
Bautista de La Salle y de los Hermanos de nuestros
orígenes, que inspirados por el ejemplo de los que
nos han precedido y que encontraron en la comunidad apoyo y aliento para llevar tu salvación a
los jóvenes pobres y a partir de ellos a toda la juventud; que animados por el testimonio de tantos
Hermanos mayores que hoy han hecho de sus co41
munidades remansos de paz en donde casi se te
puede tocar con la mano; que impulsados por el
entusiasmo de los Hermanos jóvenes con sus sueños y proyectos, nos ayudes a ser constructores de
una comunidad capaz de “dar vida y darla en
abundancia” (Juan 10,10) a un mundo que hoy
más que nunca necesita de Ti. AMÉN.
Fraternalmente en de La Salle
Hermano Álvaro Rodríguez Echeverría
Superior General
42
43

Documentos relacionados