Ser hermanos en comunidad: nuestra primera asociación
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Ser hermanos en comunidad: nuestra primera asociación
CARTA PASTORAL A LOS HERMANOS SER HERMANOS EN COMUNIDAD: NUESTRA PRIMERA ASOCIACIÓN "Prometo unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos de las Escuelas Cristianas" Hermano Álvaro Rodríguez Echeverría, FSC Superior General 25 de diciembre de 2001 1 25 de diciembre de 2001 Natividad del Señor Queridos Hermanos: “Revístanse, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor los perdonó, perdónense también ustedes. Y por encima de todo esto revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida sus corazones, pues a ella han sido llamados formando un solo Cuerpo” (Colosenses 3, 12-15). Con estos sentimientos de Pablo inicio esta carta pastoral a los Hermanos pidiendo al Señor, Verbo encarnado, que en esta Navidad y a lo largo del Año que vamos a iniciar nos permita descubrir una vez más “¡qué bello y qué tierno es ver a esos hermanos vivir juntos!” (Ps. 133,1). Precisamente éste será el tema de la presente Carta: reflexionar sobre nuestro ser Hermano en comunidad como nuestra primera asociación. 2 El año que termina Al mirar al año que termina dos sentimientos embargan mi espíritu. En primer lugar no puedo ocultar un desasosiego por el rumbo de los acontecimientos del mundo a partir de la tragedia del 11 de septiembre, incrementado por la guerra y sus secuelas, reforzado por la incertidumbre que hoy vivimos y que viven particularmente los jóvenes ante su futuro y los pobres ante la exclusión de los bienes más elementales. Sin embargo, como dice San Pablo, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20). La esperanza cristiana nos anima a descrubrir los signos de vida que hay en el mundo y por eso el segundo sentimiento es de confianza en un Dios que quiere que todos se salven (1 Tim. 2,4), como nos lo recordaba el Fundador, y con la certeza de que este Dios de la vida hecho carne en Jesucristo tendrá la última palabra sobre los ídolos de la muerte que hoy nos amenazan. Algunas de las situaciones concretas que hoy más me preocupan a nivel del Instituto son las siguientes. En primer lugar el clima de inseguridad que en todas partes estamos viviendo, particularmente en los Estados Unidos. Me siento muy unido a Hermanos y miembros de la familia lasaliana que experimentan de cerca esta realidad o han tenido que lamentar víc3 timas en los actos terroristas de hace unos meses. Creo que todos tenemos la impresión que la vida a partir de estos acontecimientos será distinta. Ojalá sea ocasión de encontrar caminos de paz y de concordia, de solidaridad y de justicia para todos. El escenario de la guerra sigue afectando a nuestras obras de Tierra Santa. Ya el año pasado hablaba con preocupación de la situación de las mismas, particularmente de nuestra Universidad de Belén. Por desgracia las noticias no son mejores este año y la violencia ha llegado hasta las puertas de la Basílica de la Natividad. Como fue publicado en nuestra página web nuestra Universidad fue objeto de dos interminables noches de intensos bombardeos israelíes durante la toma de Belén por el ejercito israelí. Todos los edificios del campus, a excepción de la Biblioteca fueron afectados por los disparos. Hay pruebas de, al menos, cuarenta y cinco proyectiles de tanque y se encontraron cientos de balas. Sesenta y seis ventanas quedaron destrozadas, incluidas cuarenta del nuevo Edificio Académico, que ya veía próxima su inauguración. La residencia de los Hermanos, habitada por ocho americanos, tres británicos y un palestino, recibió por lo menos, ciento diez impactos en los dos últimos días, algunos de ellos en las habitaciones de los Hermanos o cerca de ellas. Gracias a Dios no hemos tenido que lamentar ningún muerto o herido. Por medio de estas líneas quiero agradecer el valoroso testimonio de nuestros Hermanos y colaboradores, 4 así como las muestras de interés manifestadas por la Conferencia de Obispos de Estados Unidos en la persona de su Presidente Monseñor Fiorenza, y por varias dependencias vaticanas a las que pude informar durante el Sínodo. La guerra en Afganistán, con sus consecuencias, está tocando más de cerca a nuestros Hermanos y lasallistas de Pakistán. Pienso también en nuestros Hermanos y familia lasallista de Colombia, de Sri Lanka y de la República Democrática del Congo y otros sectores africanos en donde la violencia se incrementa y no logran llegar a feliz culminación los acuerdos de paz. Son situaciones de las que debemos sentirnos solidarios y debemos pedir al Señor de la historia que nos ayude a experimentar en carne propia los sufrimientos de los demás haciéndonos artesanos de paz. Los 350 años del nacimiento del Fundador. El año que termina nos ha permitido, también, celebrar a nivel congregacional los 350 años del nacimiento de nuestro Fundador. Augurábamos que fuera un canto a la vida recibida por mediación de nuestro Fundador y se concretizara en acciones en favor de la vida amenazada en todas sus formas particularmente la de los más pobres. Hermanos, no puedo imaginar un mejor tributo a nuestro Fundador, que aquel que resulta de un proyecto o programa en favor de los pobres. Espero que hayamos podido celebrar el 350º 5 cumpleaños del Fundador con los jóvenes que estaban más cercanos a su corazón. En torno a los “350” se han realizado con creatividad acciones de solidaridad y servicio. Es una lástima no conocerlas todas pero vale la pena señalar, como ejemplos, la realizada por Saint Mary's Press con la ayuda de un Fondo Educativo Lasallista y una donación privada de la comunidad de Winona, que repartió 350 Biblias Católicas a jóvenes detenidos en centros de recuperación de los Estados Unidos o la del Colegio Guadiana La Salle de Durango, México Norte que creó un programa académico a nivel técnico para 350 jóvenes necesitados y que al final soprepasó ese número adelantándose a nuevos aniversarios. El distrito de Francia, cuna del Fundador, me invitó a participar en tres actividades que fueron programadas para recordar este aniversario. En primer lugar el Encuentro en Reims de Equipos Lasalianos en donde pude comprobar, una vez más, con admiración el compromiso a nivel tanto espiritual como educativo de un buen número de nuestros colaboradores seglares, muchos de los cuales viven ya verdaderos procesos de asociación. No menos importante fue el encuentro con Jóvenes Hermanos europeos en Thillois, que con el tema: Ser Hermano joven en el nuevo contexto del Instituto, compartieron sueños e ideales con una insistencia particular en la búsqueda de proyectos significativos para responder a las 6 nuevas necesidades en el servicio de la educación de los pobres, y en la búsqueda también de una vida comunitaria de calidad. Finalmente el Congreso de Educación Lasallista de Lyon que en torno a la obra de San Juan Bautista de La Salle en su tiempo ha hecho una profunda reflexión en temas muy actuales del quehacer educativo. La carta del Papa Me parece que vale la pena señalarla aparte, aunque está en relación como todos sabemos, con los 350 años del nacimiento del Fundador. El Papa en un gesto de paternal afecto ha querido asociarse a la acción de gracias, de Hermanos y de todos los que comparten nuestro ideal, por el ejemplo de San Juan Bautista de La Salle, que fundó nuestro Instituto “para dar cristiana educación a los pobres y fortalecer a la juventud en el camino de la verdad” y, en relación al tema de la presente Carta, el Papa nos invita a hacer visible el don de la fraternidad hecho por Cristo a la Iglesia. “Entonces la comunidad ejerce una fascinación natural y nace en ella una alegría de vivir que se convierte en testimonio, aún en medio de las adversidades, y da a la vida religiosa una gran fuerza de atracción que es fuente de vocaciones” (nº 4). El Sínodo de los Obispos La invitación a participar como auditor me permitió vivir esta rica y ambivalente experiencia. Por un lado 7 la posibilidad de conocer la increíble variedad cultural en la que el cristianismo se ha encarnado, las múltiples iniciativas de amor cristiano y solidaridad, los sufrimientos experimentados en tantos lugares, los ideales de hacer realidad el Reino de Dios. Por otra la limitación del mismo tema del Sínodo centrado en el Obispo que hizo que gran parte de las reflexiones giraran en torno a problemas internos. Personalmente eché de menos una palabra más fuerte de esperanza en el Señor Jesús a un mundo sumido hoy en tantas dificultades y necesitado más que nunca de esperanza. La intervención personal que tuve en el Sínodo fue sobre el Obispo y la diversidad carismática, refiriéndome particularmente a la vida religiosa laical de hombres y mujeres que constituye el 82.2 % de la vida consagrada, pero que como muy bien sabemos, no siempre es valorada y comprendida por los otros miembros del pueblo de Dios o es considerada como incompleta o de segundo orden. Por eso expresé que es importante que los obispos conozcan la realidad de la vida consagrada laical, aprecien y favorezcan esta vocación original que enriquece la variedad de dones de la Iglesia, que se reconozca su “ministerio eclesial” y que sus miembros puedan participar abiertamente en los diversos organismos y consejos en que se estudian y deciden tanto los planes de pastoral como la naturaleza y propuestas de la vida religiosa, a nivel universal como local. 8 También expresé que ciertamente no faltan a nuestras congregaciones laicales los desafíos, particularmente en un momento histórico, en el que algunos se preguntan si el ciclo vital de la vida religiosa ha terminado. Asimismo les manifesté que tengo la impresión de que a menudo al hablar hoy de la vida religiosa nos fijamos en estadísticas y retrocesos y no tanto en respuestas urgentes a las necesidades de hoy. Me parece que debemos partir de una vida religiosa que no se centre en ella misma sino que se abra a las necesidades del mundo. Aquí es en donde necesitamos el apoyo y la guía de nuestros obispos para que nuestra vida religiosa pueda ser no sólo memoria del pasado, sino sobre todo profecía del futuro (NMI 3). 9 SER HERMANOS EN COMUNIDAD: NUESTRA PRIMERA ASOCIACIÓN “Prometo unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos de las Escuelas Cristianas” “El Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas es la primera forma de asociación querida por Juan Bautista de La Salle. El voto de los orígenes que asocia al Fundador con doce Hermanos en 1694, para el servicio educativo de los pobres, es la fuente de las asociaciones lasalianas entre seglares y religiosos que quieren juntarse para trabajar en la misión lasaliana. Éste es el origen de las nuevas respuestas asociativas para la misión” (Circular 447, págs. 3 y 4). Si hay un tema que llevo profundamente enraizado en mi corazón es el de nuestra fraternidad. Seguramente todos recuerdan mis primeras palabras después de la elección que hoy vuelvo a reafirmar: “Nuestro tesoro, nuestro secreto, nuestra mayor riqueza es ser Hermanos”. Creo que el texto de nuestro último Capítulo General con el que inicio estas reflexiones nos da la clave de tal importancia que va más allá de lo meramente emotivo. La comunidad fue para el Fundador y los primeros Hermanos la primera forma de asociación, y no solamente esta primera vivencia comunitaria sino la concretizada en cada una de nuestras comunidades debe ser motivación y origen de nuevas respuestas asociativas para 10 la misión. Abrirnos a la asociación con los seglares no disminuye la importancia de la comunidad de los Hermanos, al contrario la potencia y le da nueva vitalidad y empuje. En el 42º Capítulo General de 1993 me llamaron la atención dos calificativos dados a nuestra fraternidad que me parecen originales y comprometedores. El primer calificativo es del Padre claretiano Cristo Rey García Paredes: “Propio de ustedes es exagerar la fraternidad cristiana. Por eso se denominan Hermanos” (Boletín 239, pág. 33); el segundo lo encontramos en el Mensaje del 42º Capítulo General: “Hermanos que viven una fraternidad contagiosa entre ellos, en favor de sus alumnos y con todos los que quieren asociarse a su trabajo” (Circular 435, pág. 8). Estamos llamados a ser testigos de la fraternidad. No sé si hemos sabido explotar nuestra fraternidad, nuestro ser Hermanos, como uno de los elementos proféticos de nuestra vocación, como uno de los elementos más importantes de nuestra misión. Tendríamos que preguntarnos hasta qué punto hoy nuestra fraternidad es exagerada y contagiosa. Y esto es particularmente importante ya que el mundo y la vida religiosa en particular están redescubriendo el valor y la necesidad de la comunidad. Por otra parte la vida comunitaria cobra, en el momento histórico que vivimos, una connotación del 11 todo especial. En el mundo globalizado de hoy y con la caída de las grandes ideologías estamos viviendo un momento apasionante en el que la búsqueda de comunión se está convirtiendo en algo fundamental. Hoy más que cruzados que defienden una idea nos sentimos buscadores de una verdad que se enriquece con la participación de todos. La cosmología y la sociología actuales han dejado de lado la competición entre los seres en la que insistía Darwin, o la lucha de clases que caracterizó al marxismo. Sin embargo no faltan, y esto se ha manifestado con fuerza en los últimos meses, señales preocupantes de signo opuesto. Un terrorismo irracional que sacrifica víctimas inocentes, un fundamentalismo religioso que en nombre de Dios justifica la violencia, la prolongación y endurecimiento de conflictos entre pueblos que no llegan a encontrar solución, una aparente oposición, manejada a veces con fines políticos, entre Islam y Cristianismo, la guerra con su secuela de destrucción, la extensión del desempleo, la emigración creciente, la falta de porvenir para muchos niños y jóvenes abandonados en la calle, la fabricación y venta de armas y la globalización misma que deja afuera y excluidas a grandes mayorías empobrecidas… De cara el nuevo milenio que acabamos de empezar Juan Pablo II ha invitado a la Iglesia a ser la casa y la escuela de la comunión y nos invita a todos a promover una espiritualidad de la comunión: “proponién12 dola como principio educativo en todos los lugares en donde se forma al hombre y al cristiano… significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado… Espiritualidad de la comunión es también la capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: “Un don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente” (NMI 43). El documento Vita Consecrata, a su vez afirma: “La vida consagrada posee ciertamente el mérito de haber contribuido eficazmente a mantener viva en la Iglesia la exigencia de la fraternidad como confesión de la Trinidad. Con la constante promoción del amor fraterno en la forma de vida común, la vida consagrada pone de manifiesto que la participación en la comunión trinitaria puede transformar las relaciones humanas” (V.C.41). Desde los acontecimientos que hemos vivido a partir del 11 de septiembre pasado y que directa o indirectamente nos han afectado a todos, la unidad de la familia humana está en juego y nuestro testimonio comunitario cobra nuevo sentido y fuerza. Ante la incertidumbre planetaria, ante el terrorismo, ante la guerra, ante la pobreza creciente… debemos sentirnos, en primer lugar, solidarios con todos los que su13 fren y buscan respuestas a un futuro nada claro y en segundo lugar manifestar con nuestra propia vida que es posible un modelo alternativo de sociedad centrado en los valores evangélicos y hecho visible con nuestra vida comunitaria. El tema de esta carta espero pueda inspirar nuestra oración, motivar nuestra reflexión e impulsar nuestra acción para llevar así a la práctica en cada distrito la propuesta 18 de nuestro 43º Capítulo General: “El Capítulo General pide que cada Distrito, Subdistrito y Delegación promueva un año de renovación de nuestra vida comunitaria, apoyándose en el descubrimiento de los elementos fundamentales de la espiritualidad de San Juan Bautista de La Salle” (Circular 447, pág. 43). Una mirada a nuestros orígenes El Fundador en términos proyectivos y de futuro nos habla de “espíritu de comunidad”: “Se manifestará y se conservará siempre en este Instituto verdadero espíritu de comunidad” (R.1718, C.3, 1). Se trata de un espíritu que supone una unión tan estrecha, tan íntima y estable, que sea reflejo y anticipo de la que existe en la Trinidad “no en todo, puesto que las tres tienen una sola esencia; mas sí por participación, y de tal manera que la unión de espíritu y de corazón que Jesucristo ansía entre los Apóstoles produzca el mismo efecto que la unión esencial existente entre el Padre, el Hijo 14 y el Espíritu Santo” (Meditación 39,3). Sabemos cómo el Juntos y por Asociación fue para el Fundador y los primeros Hermanos una mística, un ideal, la característica esencial. Se trataba de vivir al estilo de la primera comunidad cristiana. De no ser sólo maestros para los jóvenes, sino también, hermanos, amigos, servidores; de colaborar en la obra de Dios construyendo un mundo fraternal a imagen de la Trinidad. La Regla nos presenta en uno de los textos que personalmente más valoro los elementos constitutivos de la comunidad de nuestros orígenes y que, aunque ya había citado en mi primera Carta Pastoral, me parece importante volver a recordar: “Juan Bautista de La Salle se sintió movido a fundar una comunidad de hombres, que iluminados por Dios y en sintonía con su designio salvador, se asociaron para dar respuesta a las necesidades de una juventud pobre y alejada de la salvación. Hoy como ayer, toda comunidad de Hermanos descubre en dicho acontecimiento sus motivaciones fundamentales” (R.47). Este texto nos presenta los tres elementos fundamentales de toda comunidad, la de ayer y la de hoy. En primer lugar, el Fundador y los primeros Hermanos viven una experiencia de Dios, experimentan una pasión por Dios, tanto que el “procurar su gloria” se convierte en objetivo existencial; experimentan un 15 vaciarse de sí mismos para contemplar el mundo y la historia de los hombres, con los ojos de Dios. Del Dios de Jesucristo que asume la historia del hombre. La Regla lo expresa claramente cuando nos dice que “San Juan Bautista de La Salle, atento por inspiración de Dios...” (R. 1), “Juan Bautista de La Salle descubrió a la luz de la fe...” (R. 11). Podíamos hablar de un momento místico. En segundo lugar, hay una mirada al mundo, en el que se descubren formas concretas de negación del Reino. Es un acercamiento gratuito, misericordioso, transformador. Es la pasión por el mundo. Es la misión, el momento político, en el que se descubre que la mayor gloria de Dios es que el hombre viva. En los mismos textos de la Regla aparece este segundo movimiento. “Atento al desamparo humano y espiritual de los hijos de los artesanos y de los pobres...” (R. 1), “Impresionado por la situación de abandono de los hijos de los artesanos y los pobres...” (R. 11). En tercer lugar, se da una respuesta comunitaria, nace un cuerpo que se organiza históricamente para dinamizar el mundo en la dirección del proyecto de Dios. “Reunió a esos maestros en comunidad y fundó luego con ellos el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas” (R 1). Es el momento organizativo que debe brotar de una mística y de una política común. Hoy, la fidelidad dinámica a nuestros orígenes nos 16 debe llevar a reactualizar este triple movimiento: espiritual, analítico y operativo. Nuestra vida comunitaria debe estar alimentada, sostenida y motivada por esta triple experiencia común. De lo contrario la vida comunitaria sólo sería una experiencia “institucionalizada” que se reduciría a aceptar normas extrínsecas, a conformarse con reglas, reglamentos y comportamientos o, como reacción contraria, a encerrarse en un individualismo egoísta. La primitiva comunidad lasaliana tiene conciencia que no es simplemente un conjunto de individuos que se encuentran reunidos por accidente o casualidad. Es una asociación de personas que tejen entre sí lazos fraternales, a partir de una idéntica experiencia: la de haber sido “atrapados” por Dios para el servicio de los jóvenes pobres. Blain comprendió que aquí se encontraba una de las grandes intuiciones lasallistas, y lo expresó en términos que esta vez son muy apropiados: “El nombre de HERMANO era el que convenía y el que se tomó… Este nombre les enseña que la caridad que dio origen a su Instituto debe ser el alma y la vida del mismo; que la caridad debe presidir todas sus deliberaciones e informar todos sus designios; que es ella la que los debe poner en marcha y la que debe regular todos sus procesos y animar todas sus palabras y todos sus trabajos. Les dice que, Hermanos entre ellos, deben ofrecerse testimonios recíprocos 17 de una amistad tierna aunque espiritual. Y que, teniendo que considerarse los hermanos mayores de aquellos que vienen a recibir sus enseñanzas, deben ejercer este ministerio de caridad con un corazón caritativo” (C.L. 1 7, págs. 240-241). Para el Fundador la comunidad concreta es el lugar de la educación evangélica de sus miembros: “En las comunidades, principalmente, es donde el buen ejemplo brilla con más lustre, y donde adquiere mayor eficacia. Cuantos viven en ellas se animan de consuno a practicar lo más santo y más perfecto que contienen las máximas evangélicas” (Meditación 180,1). Es por eso que el modelo de la primitiva comunidad cristiana presentado por los Hechos es punto de referencia permanente: “¿Son una sola cosa con sus hermanos? ¿Les hablan y les tratan con amor? ¿No hacen caso de repugnancias o antipatías? Convénzanse de que han de revivir en las comunidades los sentimientos de los primitivos cristianos quienes no tenían más que un corazón y un alma” (M. 113,2.) Finalmente para el Fundador el futuro del Instituto depende de la calidad de nuestra vida comunitaria. Veíamos que en la Regla de 1718 en una mirada proyectiva, nos invita a conservar el espíritu de comunidad. Y en una de las Meditaciones que nos propone para evaluar el año que termina nos lo dice con toda claridad: “Piedra preciosa es la unión en una comu18 nidad; por eso la recomendó reiteradamente Jesucristo a sus Apóstoles antes de morir. Perdida ella todo se pierde. Consérvenla, por tanto cuidadosamente, si quieren que permanezca su comunidad” (Meditación 91,2). Jesús nuestro hermano Nuestra comunidad es cristocéntrica y no egocéntrica. La comunidad tiene como piedra fundamental a Jesucristo: “Ustedes son la casa... cuya piedra angular es Cristo Jesús. En él toda la construcción se ajusta y se alza para ser un templo santo en el Señor” (Efesios 2,20-21). La centralidad del misterio de Cristo es una constante lasaliana. Para el Fundador, Jesucristo está en medio de nosotros en la comunidad y por eso el primero de los frutos que brota de esta presencia es “que todas nuestras acciones se refieran a Cristo, y tiendan a Él como a su centro, y saquen toda su virtud de Él, como los sarmientos sacan su savia de la cepa; de modo que haya un movimiento continuo de nuestras acciones a Cristo y de Cristo a nosotros, puesto que Él es quien les da el espíritu de vida” (EMO 34) En un recorrido evangélico, ciertamente incompleto podemos descubrir qué significa para Jesús ser hermano. La parábola por excelencia, la del hijo pródigo, que bien podíamos llamar también la de los dos hermanos, nos da una pista iluminadora al respecto. 19 El hermano mayor de la parábola con relación al hermano que regresa se expresa despectivamente diciendo al padre: ese hijo tuyo. Y el padre responde: ese hermano tuyo. Jesús nos hace ver que ser y sentirnos hermanos es la mejor manera de valorizar a las personas (cf. Lc.15, 30-32). De ahí la invitación que nos hace a no buscar ningún otro calificativo. “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabí, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie Padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt.23, 8-9). Después de su resurrección Jesús no encuentra mejor título para sus discípulos que el de mis hermanos: “Dícele Jesús: Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Juan 20,17). El ser hermano que comparte nuestra sangre y carne, que se asemeja a sus hermanos, que es solidario con sus sufrimientos, fue lo que hizo a Cristo sacerdote misericordioso y fiel, iniciador de nuestra salvación. “Por tanto, como los hijos comparten la sangre y la carne, así también compartió él las mismas, para reducir a la impotencia mediante su muerte al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y liberar a los que, por temor a la muerte, estaban de 20 por vida sometidos a esclavitud. Porque, ciertamente, no es a los ángeles a quienes tiende una mano, sino a la descendencia de Abraham. Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que toca a Dios, y expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando” ( Hb. 2,14-18). Estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo, porque Él es el primogénito. Como en una familia los hermanos menores sienten la necesidad de imitar a sus hermanos mayores, así también nosotros estamos llamados a reproducir la imagen de Jesús nuestro hermano mayor. “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos” (Rm. 8,29). Pero hay algo más. Como lo expresa Vita Consecrata, la comunidad es sobre todo un espacio teologal que nos permite actualizar el misterio de Jesús resucitado, como ya lo había intuido el Fundador al proponernos como uno de los modos de ponernos en la Presencia de Dios, la presencia viva de Jesús en medio de los que están reunidos en su nombre. “En la vida de comunidad, además, debe hacerse tangible de algún modo que la comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede 21 experimentar la presencia mística del Señor resucitado” (V.C.42). Comunidad fraterna Quisiera partir de un texto de un Misionero del Sagrado Corazón, amigo personal en Guatemala, publicado hace algunos años en el boletín de la Conferencia de Religiosos de ese país: “La comunidad religiosa se expresa y realiza no basándose en estructuras sino de “amigos”, como dijo Jesús, que quieren participar más radicalmente en su vida y misión para testimoniar la fraternidad y filiación a la que todos los hombres están llamados. Por eso, ha de ser lugar para confirmarse en la fe y dejarse confirmar. Y el primer criterio de la vida comunitaria es ser verdaderamente cristiana. Para eso, tenemos que preguntarnos si, de hecho existe respeto, servicialidad, libertad, participación, colaboración, responsabilidad, alegría, sensibilidad, comprensión etc. Y esto va más allá de toda norma y estructura. Para conseguirlo se hace indispensable el diálogo y el discernimiento comunitario y crear espacios para que sea posible” (Ángel García, Carta Confregua, agosto 93). Lo anterior me parece fundamental; la comunidad debe favorecer el crecimiento de la persona de cada uno de los Hermanos. El principio de individualidad y el de pertenencia deben crecer a la vez. Cada persona debe tener su nombre propio y su apellido 22 común. La comunidad debe integrar unión y diferenciación; aspiraciones personales y espíritu de grupo; exigencias psicológicas y bien común; Proyecto Personal y Proyecto Comunitario. La solución a estas tensiones necesarias y dinámicas sólo se logra con el equilibrio de polaridades, conscientes que el individuo no se puede realizar sin la comunidad y que la personalización no acaba en el sujeto, sino en el ser para los demás, en el olvido de sí, en la comunidad y la misión. Conscientes también que el crecimiento de la persona no significa, como a veces se puede entender, individualismo. El individualismo es la negación del diálogo y de la comunión con Dios y con los hombres. Es la pretensión de tener hilo directo con Dios, sin tener en cuenta las mediaciones humanas. Hay dos maneras de entender el crecimiento en comunidad. El primero concibe la comunidad como ámbito: estilo de vida, actos comunitarios, plataforma de trabajo, techo común, estructuras... El segundo, la concibe como relación, comunión, intersubjetividad. Si en el pasado pensábamos que para mejorar la comunidad teníamos que cambiar sobre todo las estructuras, hoy creemos que para mejorar la comunidad debemos sobre todo fortificar y enriquecer nuestras relaciones. Esto nos evitará reducir la vida comunitaria a una 23 plataforma para el trabajo o caer en el individualismo, disponiéndonos a caminar con otros, a dialogar, confrontar, dejarnos interpelar, consensuar… Esto nos ayudará también a descubrir el valor transformador del amor y a experimentar que el Reino de Dios está en medio de nosotros cuando crecemos juntos, nos cuidamos mutuamente, realizamos proyectos comunes, oramos unidos, compartimos el sufrimiento. Creo que nadie niega nuestra capacidad de trabajo. Pero el trabajo no garantiza el desarrollo de algunas de las dimensiones fundamentales del ser humano. En el apostolado somos en el mejor de los casos Hermanos mayores, pero ¿qué pasa con nuestro niño interior? Necesitamos espacios gratuitos de encuentro. Simplemente estar ahí, conversar, compartir. De lo contrario no sería extraño que buscáramos afuera lo que no hemos sido capaces de crear adentro. Se trata por consiguiente de una relación que no nos haga vivir al lado de, sino con nuestros Hermanos. En este sentido podríamos hacer nuestras las palabras de Rut. “A donde tú vayas iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos” ( Rut 1, 16-18). Me parece que uno de los elementos más importantes para vivir una auténtica fraternidad es el sentido de realismo. El realismo significa la reconciliación con mis características personales y con mi propia 24 historia. El sentido de realismo lo debo aplicar, también, a la comunidad, recordando con Bonhoeffer que quien ama su sueño de la comunidad más que a la comunidad misma, termina por destruirla. El padre Radcliffe en una Carta enviada a los Dominicos en 1998 recordaba el caso de aquel Maestro de novicios que ante la desilusión de uno de sus novicios que había descubierto el lado frágil, pecador y ambiguo de sus Hermanos, le decía “Me encanta oírte decir que ya no nos admiras. Ahora hay una oportunidad de que puedas llegar a amarnos” El primer paso si quiero vivir con autenticidad la vida comunitaria es asumir mi realidad como algo que me condiciona y que a la vez me abre un camino hacia nuevas posibilidades. “Quien conoce todos sus abismos, sus zonas sombrías, sabe que sólo puede vivir en plenitud el que es comprensivo consigo mismo, el que es capaz de decirse sí, tal como ha sido creado. Sólo cuando alguien se ha aceptado a sí mismo puede aceptar al que busca consejo sin juzgarle. Sólo se puede ser misericordioso con los demás si se es misericordioso con uno mismo, si nos hemos reconciliado con nuestra propia oscuridad.” (Anselmo Grün, Portarse bien consigo mismo). Desde la fe, la aceptación de sí mismo nace de la experiencia personal del amor incondicional y gratuito de Dios, de su perdón incansable, de la certeza de su presencia cercana. Actitudes que estoy invitado a 25 vivir, en la lógica evangélica, en la relación con mis hermanos. Nuestra comunidad debe ser lugar de diálogo. El Juntos y por Asociación del Fundador debe seguir teniendo vigencia en nuestras comunidades, hoy más todavía, en un mundo en donde la comunicación y la participación se han desarrollado a niveles insospechados, pero donde también los odios y las distancias han aumentado. Vita Consecrata nos pide que el diálogo interno en la comunidad se abra a un mundo dividido e injusto fomentando una espiritualidad de la comunión “ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines, entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está desgarrado por el odio étnico o las locuras homicidas. Situadas en las diversas sociedades de nuestro mundo... las comunidades de vida consagrada, en las cuales conviven como hermanos y hermanas personas de diferentes edades, lenguas y culturas, se presentan como signo de un diálogo siempre posible y de una comunión capaz de poner en armonía las diversidades" (V.C.51). Comunidad de oración Siempre me ha interpelado profundamente el texto siguiente de nuestra Regla: “El carácter que distingue a la comunidad de los Hermanos es ser comuni26 dad de fe en la que se comparte la experiencia de Dios” (R.48). En más de una ocasión me he preguntado si realmente es éste el carácter que distingue nuestras comunidades de Hermanos. Consciente que la fe es una realidad más amplia y que no es posible medirla externamente quisiera concentrar mi atención en un aspecto muy específico pero fundamental de la misma: nuestra vida de oración comunitaria. Orar juntos u orar solos, es una realidad que en relación con la oración mental se vive de diferentes maneras en el Instituto. De hecho la Regla de 1987 deja abiertas ambas posibilidades. Por una parte “el hombre de hoy experimenta cierto gusto por la soledad y reivindica su derecho a ella” (Louf), por otra, lo característico de nuestra época es la dimensión social, que tiene repercusión en nuestra misma oración: “Otro aspecto de esta oración nueva es la necesidad de compartir esta experiencia con los otros. Es decir, la necesidad de orar juntos, comunicándonos las riquezas del Espíritu” (Cardenal Pironio). Sin duda es importante buscar un equilibrio, conscientes de que la oración mental es ante todo algo personal, pero conscientes también del apoyo que necesitamos de la comunidad y de la necesidad de compartir nuestra experiencia de Dios, que la Regla califica de carácter distintivo. La Iglesia nos invita hoy a una oración comunitaria de la Palabra de Dios. “La meditación comunitaria de la Biblia tiene un gran valor. Hecha según las po27 sibilidades y las circunstancias de la vida de comunidad, lleva al gozo de compartir la riqueza descubierta en la Palabra de Dios, gracias a la cual los hermanos y las hermanas crecen juntos y se ayudan a progresar en la vía espiritual” (V.C.94). Esto nos debe ser ya familiar porque responde a nuestra espiritualidad lasallista que parte siempre de la palabra de Dios como lo podemos ver en nuestro Método de Oración. Salir de nosotros mismos nos ayuda a no endurecernos en nuestra manera de ver y de sentir. En este sentido la mediación de la comunidad es muy importante. Sabemos que Dios nos habla a través de la comunidad. Es un principio evangélico al que dio mucha fuerza nuestro Fundador: “¡Cuánta dicha la mía, oh Dios mío, la de hacer oración con mis amados Hermanos, puesto que, según vuestras palabras, tenemos la ventaja de teneros en medio de nosotros! Estáis presente, oh Jesús mío, para derramar vuestro Espíritu sobre nosotros, según lo decís por vuestro Profeta, como lo derramasteis sobre vuestros Apóstoles... Concededme también, por vuestra presencia en medio de nosotros reunidos para orar, la gracia de tener íntima unión de espíritu y de corazón con mis Hermanos...” (E.M.O. 10). Me parece que una forma privilegiada de nuestra oración comunitaria debe ser la oración compartida. El Espíritu que nos santifica, la unión de la comunidad, 28 el celo en el ministerio apostólico se ven reforzados por esta oración. Si creemos que los que estamos reunidos en nombre de Jesús, gozamos de la presencia del Espíritu, creeremos también que el Espíritu se nos puede manifestar a través de nuestros Hermanos. La oración compartida nos puede ayudar a salir de nuestro mundo espiritual, a menudo estrecho y centrado en los mismos contenidos, para abrirnos a nuevos horizontes. Por otra parte esta oración nos permitirá también descubrir a nuestros hermanos, tal como son, con sus riquezas insospechadas y sus limitaciones y dificultades no siempre exteriorizadas. Es importante no olvidar que la oración es ante todo escucha de Dios, que se manifiesta también en el silencio. Aún en la oración compartida no debemos abusar de la palabra. Debemos dar espacios al silencio después de la oración de cada uno para mejor descubrir e interiorizar la palabra que el Señor por su medio nos comunica. Hay en el Evangelio un “icono” que revela este espíritu de compartir fraternalmente en la oración. Es el paralítico que algunos amigos en una camilla llevan para presentarlo a Jesús y abren un boquete en el tejado y lo descuelgan por ahí. Lo que les interesaba, nos dice Lucas, era ponerlo “delante de Jesús” (Lc. 5,18-19) y añade que Jesús “viendo la fe que tenían” (Lc.5, 20) le perdonó sus pecados y luego lo curó. ¡Qué fuerza tiene la intercesión fraterna! Más que 29 una comunidad que recita oraciones, lo importante es lograr una oración que cree comunidad. Compartir la oración no significa necesariamente invocar juntos, estar físicamente presentes. Es más bien comunión de unos y otros en Dios; hacer que los otros formen parte de mi relación con Dios. “Hemos de llevar a la oración a nuestros semejantes y lograr finalmente esta unidad en la oración. A menudo no tenemos un solo corazón porque estamos muy lejos unos de otros a causa de que nuestras realidades personales son muy distintas. ¿Cómo ser una sola cosa? Sólo en Dios que nos ha creado y nos mantiene en el ser tal como somos cada uno; sólo en Dios que es el fin último de todas las cosas por distintas que sean, y de todos los hombres; sólo en Dios en el que todos vivimos, nos movemos y somos. Sólo en él es posible esta unidad. Pero sólo estamos en Dios si oramos” (Karl Rahner). Quisiera terminar este punto haciendo alusión al momento cumbre de nuestra oración comunitaria; me refiero a la celebración eucarística, tiempo fuerte de la jornada de una comunidad de consagrados. Porque la Eucaristía en el fondo no es sino compartir: compartir el cuerpo y la sangre de Jesús, compartir la voluntad de salvación y la disposición al sacrificio de este cuerpo roto y esta sangre derramada. La Regla lo expresa bellamente: “Toda la vida de los Hermanos está animada por el misterio eucarístico. Cada día 30 siempre que sea posible, participan en su celebración. Allí, en la comunión con la muerte y resurrección de Cristo y en la escucha de la Palabra, se realiza comunitariamente la unidad de los corazones en el mismo Espíritu y para la misma misión” (R.70). No debemos tampoco olvidar que es imposible comulgar con el Pan sin comulgar con la Palabra y es imposible comulgar con la Palabra sin comulgar con la Historia de aquellos niños y jóvenes que vienen a nosotros a media noche como huérfanos pobres y desvalidos (cf. Meditación 37). Pan, Palabra, Historia es el triángulo en el que debe moverse la Comunidad. Comunidad apostólica El Fundador y los primeros Hermanos tienen conciencia de la importancia de la comunidad como base de la acción apostólica. Por eso, según Blain, el Fundador ante el abandono de casi todos los maestros y ante el temor de ver perecer la obra, la solución que encuentra en 1691 es la renovación de la comunidad: “Después de madura reflexión sobre los medios convenientes para apuntalar un edificio que amenazaba ruina al mismo tiempo que se lo levantaba, le vino la inspiración: 1. De asociarse con los dos Hermanos, a los que consideraba más idóneos para sostener la naciente comunidad y de comprometerlos con él, mediante vínculo irrevocable, a se31 guir trabajando por consolidarla. 2. De buscar cerca de París una casa apropiada para restablecer la salud de los Hermanos agotados y enfermos. 3. De reunir allí, durante las vacaciones a todos sus hijos, ocupándolos en ejercicios espirituales, para devolverles, con su primer fervor, el espíritu y la gracia de su estado... 4. De establecer un Noviciado para la formación de los sujetos”. Creo que hoy algunos Hermanos piensan que lo que dan a la comunidad se lo están quitando a la misión y no se dan cuenta que el testimonio comunitario es ya misión y yo diría que una de nuestras principales misiones sobre todo si pensamos que la vida religiosa no solamente debe ofrecer servicios sino sobre todo ayudar a otros a encontrar sentido.No podemos reducir la comunidad a un simple medio para el apostolado. Que la comunidad sea apostólica significa que no debemos quedarnos encerrados en la cultura del intimismo que nos lleva a una vida privada que gira en torno al desarrollo de la propia individualidad y pone la realización personal por encima de las necesidades del mundo. Está claro que éste no es el modelo de comunidad evangélica intuido por San Juan Bautista de La Salle. El “somos pobres Hermanos” del Fundador en la meditación de la Navidad es posiblemente la mayor riqueza que podamos dar a un mundo cada día más 32 dividido, indiferente al dolor, marcado por las injusticias y las desigualdades. Es posible ser hermanos, se puede vivir de otro modo. Vengan y vean, nuestra comunidad lo testifica. De esta manera prolongamos la intuición que dio origen a la primera comunidad lasallista “dar respuesta a las necesidades de una juventud pobre y alejada de la salvación” (R. 47). La comunidad no existe para sí misma sino que está en función de una misión. Su valor radica en ser mediación de los valores del Evangelio. Se trata de una comunidad apostólica. Como dice Juan Ramón Moreno, uno de los jesuitas asesinados en El Salvador: “El elemento unificador de la comunidad no es tanto la convivencia, cuanto el mirar juntos hacia el mundo, el pueblo, las gentes, dejando que sea una realidad concreta, ese pueblo de carne y hueso, el que configure nuestra acción y nuestro modo de vida”. Si queremos que nuestras comunidades sean una respuesta a las inquietudes de los jóvenes y del mundo, deben ser, como lo fue la comunidad de nuestros orígenes, comunidades samaritanas. Después de describir la situación lamentable de los niños pobres de su tiempo el Fundador nos dice: “Dios se ha dignado poner remedio a tan grave mal estableciendo las Escuelas Cristianas, donde se enseña gratuitamente, sólo por la gloria de Dios...” (M.T.R. 194,1). Hoy 33 también nuestras comunidades deben estar atentas a los jóvenes heridos al borde del camino, por su presencia cercana, su solidaridad activa, su creatividad fecunda. Comunidad abierta La asociación, a la que nos ha invitado el último Capítulo General, tiene repercusiones en el tipo de comunidad que debemos vivir hoy. No debemos reducir nuestra vida comunitaria a las personas con quienes compartimos la misma casa. Vivir hoy la comunidad significa abrirnos, como en círculos concéntricos a partir de nuestra comunidad de Hermanos a todas las personas que comparten nuestra misión y se esfuerzan con nosotros porque esta misión se realice. Una comunidad, sobre todo, es aquella cimentada en personas comprometidas en lo esencial. Podemos recordar cómo la consagración de 1694 de nuestros inicios fue capaz de crear comunidad. Una Comunidad nace de una preocupación y de un gran amor por los otros, que va más allá de todas las normas y de sí mismo. Me gusta recordar a menudo el texto de Nietzsche en el que afirma que cuando tenemos un por qué para vivir somos capaces de superar cualquier cómo. Hoy ese por qué lo estamos compartiendo con los seglares con quienes nos asociamos para dar a nuestro carisma una nueva vitalidad. Es natural 34 que les abramos las puertas de nuestros corazones y de nuestras comunidades. Es importante que los Hermanos no olvidemos el por qué de nuestra asociación comunitaria y el por qué de esta nueva asociación con los seglares. Me gusta aplicar a la Asociación lo que St-Exupéry dice de la amistad. “No se trata tanto de vernos los unos a los otros sino mirar juntos en la misma dirección” Y esta dirección no puede ser otra que el servicio educativo y evangelizador de los jóvenes pobres y a partir de ellos, de todos los jóvenes. Es a partir de esa finalidad que deben construirse las estructuras que aseguren nuestra asociación y le den consistencia. Me parece que debemos ver en la asociación un momento de gracia y renovación. Sé que en el Instituto algunos Hermanos tienen sus dudas al respecto y temen que nuestra vocación se diluya. Personalmente pienso todo lo contrario. Sabemos que el carisma nació como un movimiento y lo hemos hecho una institución. Es un proceso inevitable y necesario. Pero es importante reavivar de vez en cuando el fuego que nos hizo nacer y revivir el momento místico de nuestros orígenes. ¿No estaremos viviendo un momento de nueva frescura carismática con la sangre nueva y la nueva lectura que hoy están haciendo los seglares? Esta nueva lectura ¿no será una oportunidad para renovar nuestra vida comunitaria? 35 Estoy convencido que en la nueva asociación a la que hoy se abre el Instituto, la comunidad de Hermanos juega un papel específico irreemplazable. Las relaciones gratuitas, igualitarias, serviciales, solidarias de los miembros de la comunidad y de ésta misma con otros grupos, son el mejor testimonio en un mundo abocado a las relaciones comerciales, discriminatorias, utilitarias, insolidarias. La comunidad de los Hermanos debería ser un laboratorio de convivencia justa y fraterna para los otros miembros asociados, para los jóvenes que educamos, para el entorno en el que se sitúa y para toda la sociedad. Sin embargo la comunión nunca tiene un sentido único. Los seglares hoy pueden ayudarnos a vivir con mayor autenticidad nuestra propia vocación y a enriquecer nuestra vida comunitaria. Es lo que ya afirmaba Juan Pablo II en Christis Fidelis Laici: “los mismos fieles laicos pueden y deben ayudar a los sacerdotes y religiosos en su camino espiritual y pastoral” (nº 63). Ser comunidad abierta implica también la posibilidad de la inserción de alguna de ellas a nivel distrital en un ambiente popular. El último Capítulo General nos ha hecho un llamado en este sentido: “Para conseguir una conversión personal y comunitaria, cada distrito diseña un proceso que permita a los Hermanos y a las comunidades examinarse sobre su cercanía y su presencia entre la gente humilde (nivel 36 de vida, estilo de relaciones, acogida en las comunidades y en los centros, compromiso en la vida social y las acciones educativas…)” (Recomendación 6). Comunidad y Hermanos jóvenes Una de las mayores preocupaciones que en el ámbito personal y de Consejo General experimentamos es la situación actual de nuestros Hermanos jóvenes. Como lo compartí con los Hermanos jóvenes de Europa en el encuentro de Thillois del mes de julio de este año estoy convencido que en el Instituto son sobre todo ellos los que deben ayudarnos a descubrir los rasgos de nuestras comunidades lasallistas de mañana. Para mí la presencia de Hermanos jóvenes en nuestro último Capítulo General fue iluminadora. Fueron ellos sobre todo, los que nos mantuvieron viva la esperanza. Sus sueños y proyectos, sus oraciones y aportes, fueron realmente estimulantes. Pero lo que personalmente más me impresionó fue su determinación por sacar adelante una propuesta sobre la pastoral vocacional aún fuera de tiempo. Más que la propuesta en sí misma, que puede ser más o menos válida lo impactante fue cómo a través de este hecho manifestaron su fe y profundo amor al Instituto y su deseo de futuro y vitalidad para el mismo. Sin embargo tengo que constatar por los diálogos personales tenidos y por experiencias vividas que no 37 siempre nuestros Hermanos jóvenes encuentran el ambiente favorable para su crecimiento personal, cristiano y religioso en nuestras comunidades. El grupo de Thillois hablaba de una comunidad signo del Reino de Dios, apostólica y fuerte por dentro, en la que la experiencia de Dios y la experiencia afectiva encuentran un sostén; una comunidad lugar del encuentro humano y de la solidaridad fraterna. Creo, como lo he dicho tanto a los Hermanos Visitadores de Europa como a los de América Latina, que sin dejar de hacer esfuerzos por la renovación total de todas nuestras comunidades y obras, deberíamos facilitar, en cada Distrito, la existencia de una o más comunidades que fueran como “islas de creatividad” (Joe Holland), experiencias piloto que puedan ir abriendo caminos de futuro. En estas comunidades la presencia, el empuje y el aporte de los Hermanos jóvenes son indispensables. Me parece que la propuesta 22 de nuestro último Capítulo General va en este sentido cuando nos pide que con el fin de ofrecer a los Hermanos, sobre todo a los más jóvenes, la posibilidad de dar prioridad al servicio educativo de los pobres y de llevar una vida comunitaria significativa, evaluemos las obras y estructuras de funcionamiento del Distrito y cambiemos lo que convenga cambiar. Creo que esta propuesta nos presenta una visión muy clara de lo que debe ser el Instituto del futuro para seguir teniendo 38 sentido y ser fecundo. Dos condiciones son indispensables: la prioridad del servicio educativo de los pobres y una vida comunitaria significativa. Esta es la herencia más importante que debemos dejar a nuestros Hermanos jóvenes. CONCLUSIÓN Hoy estamos descubriendo de nuevo el valor de nuestra vida comunitaria. Juan Pablo II llega a afirmar que toda la fecundidad de la misión apostólica depende de la calidad de la vida comunitaria y algunos teólogos de la vida religiosa dicen que, a partir del Nuevo Testamento, el profetismo ha pasado de los individuos a las comunidades. La comunidad de los Doce y la de los Hechos de los Apóstoles son ejemplos de lo anterior. A nivel lasaliano podríamos pensar también en la comunidad de nuestros orígenes. A veces corremos el riesgo de atribuirlo todo al Fundador y nos olvidamos de aquellos valerosos Hermanos que junto a él y en una asociación a veces heroica hicieron posible el nacimiento de nuestro Instituto. Hoy estamos llamados a hacer nuestra su experiencia sintiéndonos todos responsables de continuar su misión salvífica. Como lo compartí recientemente con los nuevos Visitadores reunidos en Roma en el mes de octubre hoy tenemos muchos motivos de preocupación, entre otros la incertidumbre planetaria, de la que hablaba 39 anteriormente, y a nivel nuestro la disminución numérica, el envejecimiento, la fragilidad, la perseverancia de los Hermanos jóvenes, el sentido de la vida religiosa... La solución no está en mirar con nostalgia el pasado o con pesimismo el futuro, sino en vivir el presente poniéndonos con confianza en manos de Dios. El Fundador nos da una pista: “Esta comunidad puede ser de mucho provecho a la Iglesia; persuadíos con todo, de que no lo conseguirá sino en cuanto se fundamente sobre esos dos pilares, a saber: la piedad y la humildad, que la harán inconmovible” (M.161, 3). Soy consciente que los términos piedad y humildad hoy no nos dicen casi nada. Pero entiendo que para el Fundador la piedad significaba lo que hoy podemos llamar una profunda espiritualidad, una fe activa en la práctica del amor. Pienso que se trata de una llamada para ir a lo esencial. A hacer de Dios y del Evangelio el centro de nuestra vida, de nuestra misión y de nuestros intereses. Una invitación a deshacernos de los ídolos que muchas veces ocupan el puesto de Dios. Un recordar que si somos Hermanos es ante todo para procurar la gloria de Dios y que debemos ayudarnos mutuamente en comunidad para lograrlo. Por otra parte, la clave para una justa comprensión de la humildad lasaliana la encontramos en la Meditación de Navidad. “La comunidad de Hermanos ha 40 sido fundada a partir de la situación de desamparo de una juventud abandonada. Para llegar a estos jóvenes y anunciarles la salvación de Dios, los Hermanos entran en la dinámica de la Encarnación del Hijo de Dios. Se olvidan de sí mismos, renuncian a buscar la riqueza o el poder para desposarse en lo posible con la humilde condición de esos niños abandonados. Como ellos, los Hermanos viven pobres y desconocidos. Asumiendo esta situación, que los asocia al misterio del Hijo de Dios hecho hombre, es como cumplen las condiciones para que el ministerio sea fructífero. Se encuentra una vez más aquí la frase de la Meditación relativa a San Francisco Javier: ‘Cuanto más pequeños os hagáis, más moveréis los corazones de los que educáis’” (Med. 79,2) (Sauvage, Campos, C. L 50, Explicación del Método de Oración, pág. 306). En estos días navideños este texto me parece especialmente pertinente e iluminador. Señor Jesús te pedimos por intercesión de San Juan Bautista de La Salle y de los Hermanos de nuestros orígenes, que inspirados por el ejemplo de los que nos han precedido y que encontraron en la comunidad apoyo y aliento para llevar tu salvación a los jóvenes pobres y a partir de ellos a toda la juventud; que animados por el testimonio de tantos Hermanos mayores que hoy han hecho de sus co41 munidades remansos de paz en donde casi se te puede tocar con la mano; que impulsados por el entusiasmo de los Hermanos jóvenes con sus sueños y proyectos, nos ayudes a ser constructores de una comunidad capaz de “dar vida y darla en abundancia” (Juan 10,10) a un mundo que hoy más que nunca necesita de Ti. AMÉN. Fraternalmente en de La Salle Hermano Álvaro Rodríguez Echeverría Superior General 42 43