josé barrientos garcía - Ayuntamiento de Lumbrales

Transcripción

josé barrientos garcía - Ayuntamiento de Lumbrales
José Barrientos García PREGÓN DE LAS FIESTAS DE LUMBRALES Agosto de 2012 Autoridades locales Párrocos Lumbralenses Señoras y Señores Como lumbralense que soy, me dirijo a todos los lumbralenses que, por el mero hecho de serlo, llevamos el sentimiento de nuestro pueblo en lo más profundo de nuestro ser. Un saludo primero a los que vivís, trabajáis, gozáis y sufrís aquí, que habéis apostado por la tierra que nos vio nacer y que con vuestro esfuerzo habéis contribuido a hacer más agradable la convivencia en nuestro pueblo. Quiero saludar también a cuantos, por unas razones o por otras, como es mi caso, hemos pasado la mayor parte de nuestra vida fuera de nuestro pueblo, ansiando siempre volver a las raíces y que cuando las circunstancias lo han permitido hemos vuelto para ponernos en contacto de nuevo con todo lo que dejamos aquí: familiares, amigos, vecinos, iglesia, escuelas, calles, plazas, rincones, fuentes y campos, que tantas vivencias nos traen a la memoria. También quiero saludar a todos los que, no siendo naturales de Lumbrales, desarrolláis aquí vuestra actividad o bien acompañáis como esposos o esposas a cuantos hemos salido fuera y habéis sabido integraros y sois unos lumbralenses más. Antes de hablar del motivo y festividad que nos reúne aquí, la fiesta de nuestra patrona, permitidme que agradezca a "nuestro" alcalde y con él a toda la corporación, esta invitación que me ha hecho para pronunciar este pregón que por tercera vez se celebra en este recinto y en esta fecha (las dos anteriores tuvieron lugar en la celebración del IV centenario de la construcción de la iglesia) y que es para mí un gran honor como hijo de este pueblo. Cuando a mediados de junio pasado Pedro se presentó en mi domicilio de Salamanca para concertar esta cita, vinieron a mi memoria los recuerdos de la infancia de los días de primavera y verano en que él con su hermano Pablo cuidaban la lana que sus padres, hermanos mayores y empleados tendían a secar en las peñas del Torrejón ‐hoy ocultas a nuestra vista‐ y paredes de las cortinas linderas. Quiero tener asimismo un recuerdo muy especial para mis padres: Carlos y Mª Manuela que, como trasmisores de vida y primeros educadores, han hecho posible que hoy esté aquí compartiendo este rato con vosotros. Me dirijo en primer término a mi madre, aquí presente, aunque quizá no oiga todo lo que digo que, próxima a cumplir los cien años, ha querido honrar a nuestra patrona con el obsequio de un mantel bordado por las monjas Oblatas de Salamanca para el altar mayor de la iglesia en la que, como ella dice, fue bautizada y ha recibido los demás sacramentos y durante gran parte de su vida ha asistido a las celebraciones religiosas. Un recuerdo también para mi padre, que nos dejó hace poco más de ocho años. Él me marcó lo que ha constituido el lema de mi vida profesional docente e investigadora: Lo importante es la obra bien hecha. No olvidaré, siendo yo estudiante, realizaba con él en el campo, no recuerdo qué tarea, que yo no debía de hacerlo bien y me reprendió con estas palabras: No seas barulla, las cosas hay que hacerlas bien, nadie nos va a preguntar lo que hemos tardado; lo que se va a ver y juzgar es como ha quedado. Contrasta esta mentalidad que buscaba la perfección con la mentalidad materialista, resultadista y economicista actual. Pero en los años de mi niñez y juventud era la mentalidad predominante entre los hombres del campo: lo importante, decían, es tener las fincas bien preparadas; hacer bien las labores, los frutos llegarán si las circunstancias climáticas son favorables. Como prototipo de esta mentalidad tengo grabada en la retina de mis ojos la imagen del señor Segundo "articulito" en la era durante la "acarrea" que, cuando había terminado de colocar el asiento de la "hacina" con los haces que su hijo Tomás le tiraba del carro, daba una vuelta y con sus manos y pies iba ajustando los haces y al tomar cierta altura bajaba de la "hacina" y con sus espaldas daba golpes para que no sobresaliera ningún haz. Podría seguir ilustrando esta mentalidad con otros ejemplos. Paso a referir ahora algunas vivencias de la fiesta de nuestra patrona: la Virgen de la Asunción, bajo la advocación de la Virgen de los Coros. El 1 de noviembre de 1950 el Papa Pío XII declaró solemnemente el dogma de la Asunción de la Virgen con estas palabras: "La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre fue ASUNTA en cuerpo y alma a la gloria celestial". Yo tenía siete años. Un vago recuerdo me queda de haber oído entonces algún comentario de esta declaración dogmática en la escuela y catequesis. Pero es a partir del año siguiente y durante toda la década de los cincuenta (1951‐1960) de donde provienen mis más fuertes vivencias. Son los años de monaguillo y de seminarista en el seminario menor. Recuerdo el 15 de agosto, en dichos años, como el tercero y último descanso en las faenas de la recolección; antes lo habían sido S. Pedro (29 de junio) y Santiago (25 de Julio). En estas tres fechas la dispensa de trabajo en los días de precepto, durante los meses de verano para las faenas de la recolección, quedaba en suspenso. El día de la Asunción, el Socorro en Vitigudino, era para los lumbralenses un día de precepto más del año sin que se distinguiese por ninguna celebración religiosa especial. Después de la misa, que llamábamos "mayor" en domingos y festivos, el 15 de agosto se anunciaba oficialmente la fiesta de los "toros" con la colocación de la bandera ‐mariseca‐ en la torre de la plaza del ayuntamiento, que tenían su inicio el último sábado de agosto; venían a ser fiestas de celebración de cosechas. Al toque de campana y disparo de cohetes se convocaba a todo el pueblo, acudiendo raudos a la plaza niños y adolescentes que, expectantes y con admiración contemplábamos la laboriosidad y riesgo de la colocación de la bandera. Y, mientras contemplábamos esto y después, en la sombras de las aceras, frente a la torre, los más pequeños escuchábamos con interés las aventuras que los adolescentes narraban de los encierros y corridas de años anteriores. Además, este día suponía un muy merecido descanso de los labradores, que cogían fuerzas para el tramo final de las faenas de la era con el objetivo de tenerlas terminadas antes de la llegada de los "toros". La fiesta de nuestra patrona la Virgen de los Coros se celebraba con toda solemnidad el tercer domingo de septiembre, cuando nuestros labradores, terminada ya la recolección, preparaban sus tierras para la "sementera" que se acercaba. Este tiempo se llamaba el "tardío". Precedía a la fiesta de la patrona una solemne novena, que comenzaba ya anochecido en la que nuestra Iglesia parroquial se quedaba pequeña para dar cabida a tanto feligrés asistente y terminaba cada día cantando el pueblo a la Virgen: A ti suspiramos / contigo clamamos / al cielo volar. / Señora ya subes, / cruzando las nubes / triunfante e inmortal; / de luces bañada / y al brazo apoyada / del Rey celestial ... Ahora bien, la vivencia más profunda que conservo en mi memoria, es la procesión de la noche del sábado, víspera de la fiesta, después de la novena. Los vecinos, con gran entusiasmo iluminaban, como mejor sabían y podían, las calles del recorrido de la procesión al paso de la imagen de la Virgen de los Coros. Recuerdo los típicos farolillos que Andrea "la bonifacia" encendía en el balcón de su casa y, sobre todo, las fogatas de las célebres y típicas "botas" que se encendían en las bocacalles y plazuelas del recorrido. Las "botas" se confeccionaban con retazos de cuero o pellejo empegados o impregnados de pez que laboriosamente se engarzaban con alambres. Existía una especie de competencia, no declarada, para presentar la "bota" mejor. En esa competencia participábamos los seminaristas que elaborábamos nuestra "bota" con los trozos de cuero que los señores Agustín Manzanas y Ángel "el albardero" nos suministraban y que prendíamos fuego colgándola de un palo bien sujeto en la esquina de la iglesia frente a la casa parroquial. Año tras año se oía decir: la de los seminaristas, la mejor. El espectáculo producido por aquellas fogatas, nos resultaba maravilloso por su luminosidad que, contemplábamos admirados como se iban consumiendo al tiempo que caían trocitos de cuero encendidos al suelo y respirábamos el olor a la pez. Nada tenía que envidiar aquel espectáculo al que hoy vemos en TV de las "fallas" de Valencia. Cuando el cuero empegado comenzó a escasear las "botas" fueron sustituyéndose por cestas de vendimia que, colocadas en el suelo bocabajo y con ramos de escoba dentro, se le prendía fuego produciéndose, también, una imagen muy bella, mientras se quemaban y se derrumbaban lentamente como si de un "ninot" se tratara. El domingo, festividad de la patrona, misa solemne, con presencia de las autoridades y el pueblo; nueva procesión por la tarde, después del rosario y, acto seguido, la rifa de la rosca. Al final de la década de los cincuenta el entusiasmo y fervor de los años anteriores comenzó a decaer. En el año 60 los síntomas fueron clarísimos. La iglesia no se llenaba en la celebración de la novena, no obstante los esfuerzos, para que ello sucediera, de los seminaristas y de un modo muy especial de Jesús Herrero "catriño". Comenzaron a faltar personas que se ofreciesen para ser mayordomos y jóvenes voluntarios para sacar la imagen de la Virgen en procesión y de esto nos hicimos cargo ese año los seminaristas y, por ello, los mayordomos nos regalaron la rosca. Se recurrió después a que aceptasen la mayordomía los vecinos de una de las calles del itinerario de la procesión. Así se hizo hasta que en 1968 el Excmo. Ayuntamiento se comprometió a ser el mayordomo perpetuo de la Virgen de los Coros, cuya fiesta pasó a celebrarse en la mañana del día de la "cabalgata", víspera de los "toros", que se adelantaban en una semana a su fecha tradicional. Este cambio de fecha de la celebración de la fiesta de la patrona dio lugar a una celebración bastante anodina, insustancial y muy poco participativa del pueblo que se mantuvo hasta el año 1976 en que comenzó a celebrarse el 15 de agosto, recobrando la solemnidad de los tiempos pasados, pero ya sin la novena ni la procesión de las "botas" y además, con una gran dificultad para que la imagen de nuestra patrona pueda recorrer las calles del pueblo después de la misa, con obstáculos de todo tipo, debido al bullicio de los festejos profanos que han obligado a modificar varias veces el itinerario de la procesión. Otras muchas vivencias podría relatarles de esta fiesta, pero no quiero abusar más de su paciencia. Y así, agradeciendo a todos su presencia y deseándoles unas felices fiestas, no sé si con la vana esperanza de que pueda realizarse la procesión por las calles tradicionales con el debido respeto, termino con la lectura del siguiente poema que Gerardo Diego dedicó a la Virgen de la Asunción: ¿A dónde va, cuando se va, la llama? ¿A dónde va, cuando se va la rosa? ¿Qué regazo, qué esfera deleitosa, qué amor de Padre la alza y la reclama? Esta vez, como aquella, aunque distinto; el Hijo ascendió al Padre en pura flecha. Hoy va la Madre al Hijo, va derecha al Uno y Trino, al trono en su recinto. Por eso el aire, el cielo, rasga, horada, profundiza en columna que no cesa, se nos va, se nos pierde, pincelada de espuma azul en el azul sorpresa. No se nos pierde, no; se va y se queda. Coronada de cielo, tierra añora y baja en descensión de Mediadora, rampa de amor, dulcísima vereda. ¡VIVA NUESTRA PATRONA Y FELICES FIESTAS A TODOS LOS LUMBRALENSES! José Barrientos García 

Documentos relacionados