MOMIAS CAPUCHINAS DE PALERMO. Nostalgia y misterio en el

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MOMIAS CAPUCHINAS DE PALERMO. Nostalgia y misterio en el
MOMIAS CAPUCHINAS
de PALERMO
Nostalgia y misterio en
el museo de la muerte
Helena R. Olmo
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Helena R. Olmo
Mirar a la muerte a la cara produce una mezcla
de morbo y repulsión que resulta ser un atractivo
irresistible. La marea de visitantes que acuden a
contemplar una gigantesca y macabra obra expuesta
en la ciudad siciliana de Palermo es buena prueba de
ello. Hasta 8.000 cadáveres centenarios, ataviados
con toda suerte de trajes de época, adornan las
Catacumbas de los Capuchinos, listos para deleitar a
quienes se atreven a acercarse hasta allí.
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Es uno de los
museos mas
escalofriantes
y singulares del
mundo
¿Homenaje a
la muerte o
recordatorio de
la mortalidad
para los vivos?
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S
umido en silenciosa penumbra se
encuentra el Museo de la Muerte de
la Orden de los Fratti Francescani
Minore Capuccini, las famosas catacumbas, lugar de reposo de más de
8.000 cadáveres de religiosos y seglares.
Los monjes llegan a la ciudad de Palermo en 1534
y se establecen junto a los muros de la iglesia
de Santa Maria della Pace. Su primera sepultura es una fosa excavada al abrigo del santuario,
una especie de tosco aljibe donde los hermanos
muertos eran arrojados y amontonados. Cuando
a finales del siglo XVI cavan el primer vano de
las actuales catacumbas, fueron exhumados de
la vieja fosa una cuarentena de cuerpos que recibieron nueva y ordenada sepultura en el estrenado ambiente. Para sorpresa general, los frailes
difuntos se encontraban en un estado excelente de conservación, con la carne fresca. Aún se
puede contemplar la momia de fray Silvestro da
Gubbio, el cuerpo más antiguo de los desenterrados en octubre de 1599.
Durante todo el siglo XVII y principios del XVIII, los
monjes continuaron ampliando las catacumbas.
En 1732 alcanzaron la extensión que tienen en
la actualidad. En un primer momento la sepultura estaba reservada a los hermanos de la Orden,
pero luego también acogieron los cadáveres de
sus benefactores. De esta forma, los corredores
se especializaron: el de los monjes, el de los niños,
el de los hombres y, por último, el de las mujeres,
con una sección especial para las vírgenes.
La momia más viva del mundo
El fenómeno de momificación natural que encontraron con la apertura del antiguo enterramiento
daría lugar a que en el convento se desarrollaran
El miedo a la
descomposición de
la carne llevaba a las
personas adineradas
a pagar por un lugar
donde exhibirse con
sus mejores galas por
toda la eternidad
otras técnicas de embalsamamiento que han trascendido como parte de su patrimonio. Los cadáveres se metían en celdas subterráneas llamadas
colatoti (coladeros) para dejarlos secar durante
ocho meses, luego se lavaban con vinagre y se
exponían varios días al aire libre. Finalmente, revestidos con sus hábitos, eran metidos en cámaras o nichos. En tiempo de epidemias, como medida preventiva, los cuerpos eran tratados con un
baño de arsénico o con un derivado de cal.
Por tanto, entre los cuerpos momificados encontramos algunos –los primeros– que siguieron
impresionantes procesos naturales y otros que
fueron sometidos a elaborados métodos de embalsamamiento artificial. Pero, sin duda, el resultado más notable lo obtuvo el doctor Alfredo Salafia con la pequeña Rosalia Lombardo, una niña
de dos años fallecida en 1920. Desde entonces,
la pequeña descansa bajo una cubierta de vidrio
a los pies del altar de santa Rosalia; y parece
estar dormida. No en vano la llaman «La Bella
Durmiente», su aspecto es extraordinariamente
El arte de la
preservación de los
cuerpos alcanza su
máxima expresión
con el perfecto
e imperecedero
embalsamamiento de
Rosalia Lombardo, un
misterio que no hemos
podido resolver
Los frailes capuchinos
afirman que entre
los miles de restos
de las catacumbas
se encuentran los de
Diego de Velázquez
Helena R. Olmo
Rosalia Lombardo, de 2
años de edad, falleció
en 1920 a causa de una
neumonía. El doctor
Alfredo Salafia, su embalsamador, se convirtió
así en el maestro del
sueño eterno.
fresco, tiene los ojos cerrados, se distinguen a
la perfección sus largas pestañas, tiene la piel
esponjosa y sonrojada, y caen sobre su frente
pequeños bucles de fino cabello rubio.
Según el escritor Mauro Piccoli, la momificación
fue ejecutada por el doctor Salafia a base de inyecciones de diversas sustancias químicas. El
experimento fue culminado con éxito, pero Solafia se llevó el secreto a la tumba.
¿Descansa aquí Velázquez?
El Corredor de los Profesionales es la parte más
reciente de la tumba, aunque es la que más dañada está tras los bombardeos del 11 de marzo
de 1943 y el incendio del 30 de marzo de 1966.
En este lugar yacen médicos, abogados, militares, artistas… Leyendo en un panfleto editado
por los frailes los nombres de ilustres que ocupan un puesto en este pasillo, rápidamente destaca uno sobre todos los demás: ¡Velázquez!
¿Nuestro don Diego enterrado en Palermo? Cierto es que su paradero es un gran misterio que
nos hizo poner patas arriba la madrileña plaza de
Ramales en su busca. Como si hubiera visto un
fantasma, ante la mirada atónita de los turistas,
exclamé: «¡No es posible!», y salí en busca de los
monjes para interrogarles.
Mientras el más anciano me miraba divertido
cuando pregunté por los restos del más célebre
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te un tiempo sus prácticas mágicas le reportaron
gloria, luego acabó condenado a prisión perpetua,
finalizando sus días en las mazmorras del castillo
de San Leo (Urbino) el 26 de agosto de 1795.
Algunos cuentan que cuando en 1797 las tropas
francesas de Napoleón atacaron el fuerte para
liberarle y supieron que había muerto, fueron al
cementerio, desenterraron su cadáver y bebieron en su calavera. Pero otras versiones, como
la del ocultista francés Eliphas Levi, afirman que
Cagliostro logró escapar de su prisión y prosiguió sus viajes.
Diego de Velázquez.
Conde de Cagliostro.
Un indudable gusto macabro
pintor del Barroco español, y le expliqué que en
España desconocíamos el paradero de los mismos, otro hermano me gritaba con un marcado
acento siciliano: «¡Estaban aquí, en Palermo, en
las catacumbas! Tememos que el cadáver se
perdiera durante el incendio y, aunque no podemos asegurado, ahora es imposible identificarlo.
La mayoría de las momias y esqueletos que se
salvaron del pasillo de los abogados, soldados,
médicos, escultores y demás personajes relevantes, fueron reordenados en las secciones
correspondientes pero perdieron su identidad
entre los escombros y no sabemos quién es
quién», explica el fraile.
La única esperanza que me quedaba de dar con
Velázquez era el archivo. El padre Mario es el bibliotecario y conoce bien el registro. Me comunica de antemano que el primer volumen, aquél
que contiene los datos de los religiosos más veteranos y de los primeros laicos admitidos en la
sepultura, se ha perdido. El tomo más antiguo va
desde 1666 hasta 1747. «¿En qué año dice que falleció ese artista sevillano que le interesa?», preguntó. Se me cayó el alma a los pies: «Velázquez
murió en 1660», respondí.
De momento, esta original teoría no deja de ser
una bonita leyenda imposible de ser demostrada.
Podemos clasificarla junto a otra vieja habladuría
según la cual, entre los cadáveres de las catacumbas se encuentra el de Alessandro Cagliostro, y
parece que fue inútilmente buscado por Napoleón. Lo cierto es que el más célebre ocultista de
todos los tiempos era original de Palermo. Duran-
La cripta de la iglesia de la Immacolata Concezione, en Roma, es posiblemente el hipogeo
más tétrico y macabro del mundo. Construido a
principios del siglo XVII, es la morada eterna de
Helena R. Olmo
todos los padres del anexo monasterio –claro
está– de la Orden de los Capuchinos. Es obra de
un anónimo padre de la Orden de Francia, que
fue llamado por el Papa Urbano VIII para que,
paradójicamente, edificara un monumento imperecedero como tributo a la vanidad de la vida. El
resultado es una explosión de formas barrocas
dedicadas a la muerte, que constituyen un conjunto de cinco capillas construidas y decoradas
íntegramente con los huesos de los miembros
del monasterio: tibias, peronés, costillas, fémures, calaveras, carpios y metacarpianos... Este
espeluznante pero fascinante mosaico enmarca
algunos cuerpos momificados que, por tener un
rango privilegiado en la jerarquía de la Orden,
obtuvieron el derecho a ser expuestos enteros,
sin ser desmembrados.
La última capilla exhibe los restos íntegros de
tres príncipes, miembros de la familia Barberini,
biznietos de Urbano VIII. El colofón de este fú-
nebre escenario es el esqueleto de un niño que
está suspendido del techo, a modo de lámpara,
con el rasero de la muerte en una mano.
La morbosidad capuchina deja al espectador
atónito. Entre aquellos colores de la muerte,
atestados de esqueletos expresivos y deformes, es imposible detener el torrente de grandes pensamientos que inundan nuestra cabeza. Nos tortura ver la deformidad y el horror
de vernos reducidos a un manojo de huesos
horrendos que, lejos de transmitir paz y serenidad, nos dejan con una sensación de dolor y
desasosiego.
Las momias más afortunadas –una notable minoría– conservan la piel, el cabello y los ojos secos,
con los que observan al impresionado visitante y
le desafían a superar con mayor elegancia y dignidad el tremendo trance de la descomposición
del cuerpo cuando el alma lo abandona. ¢
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