Formar un equipo con los mejores

Transcripción

Formar un equipo con los mejores
OPINIÓN
Formar un equipo
con los mejores
Alejandro Súarez Sánchez-Ocaña
Presidente de Capital
@alejandrosuarez
D
ecía el bueno de Henry Ford que «juntarnos es
el comienzo. Permanecer juntos, el progreso.
Y llegar juntos representa el éxito».
Para afrontar cualquier proyecto ambicioso
necesitas ir acompañado. Esto es especialmente significativo en proyectos empresariales. La imagen idílica de unos jóvenes creando una «punto
com» en el garaje de sus casas sin más herramientas que su
talento y sus ordenadores personales puede resultar evocadora
y romántica. Pero no te engañes. Sin medios, sin financiación
y sin más personas dispuestas a remar al unísono, es pura retórica, pese a lo que te intenten vender desde Hollywood. Bien
es cierto que puede convertirse en el germen de algo bonito.
No existen los ermitaños ricos.
Lo principal para formar un equipo es dar con un grupo de
personas compatibles entre sí que aporten distintas cualidades
complementarias. Además, se debe lograr de ellas un compromiso similar con la tarea. En ocasiones –sobre todo si resulta financieramente factible– se escoge a los mejores para cada puesto, y
en más de una ocasión acaba resultando un desastre. Hay una
sencilla razón: la clave consiste en escoger a las personas adecuadas para la tarea, no necesariamente a los mejores. Podemos apreciar algo similar en decenas de equipos de fútbol que, a cargo de
personajes pudientes, aglutinan talento a golpe de talonario sin
que eso garantice un compromiso similar en el equipo. Ésa es la
principal causa por la que, cuando llegan las dificultades, el grupo
se resquebraja.
Además del compromiso, la motivación en la tarea resulta esencial.
El descubrimiento de la aviación comercial supuso un caso
célebre de motivación de equipos. A principios del siglo pasado
se vivió una intensa carrera por desarrollar la aviación como modelo de negocio. Muy similar a la carrera permanente que hoy se
vive por conseguir “the next big thing”.
Muy posiblemente nunca hayas oído hablar de Samuel Pierpont
Langley. Al final de esta historia descubrirás el motivo. Era el gurú de la aviación del momento, cuando todo el mundo intentaba
conseguir el hito del primer vuelo auto-tripulado. Samuel era el
98
mejor colocado en la carrera. Tenía dinero, ya que había recibido
50.000 dólares de la época del Departamento de Defensa norteamericano. Tenía la idea. Tenía incluso a los medios de comunicación jugando a su favor, amplificando sus logros como si de
un héroe nacional se tratara. Y, por supuesto, tenía a los mejores
ingenieros del mundo, pagados generosamente, participando en
su proyecto.
A cientos de kilómetros de donde Samuel trabajaba unos
hermanos regentaban una tienda de bicicletas. Eran los hermanos Wright. Su sueño era similar: lograr el primer vuelo autotripulado. La diferencia entre ellos consistía en que no tenían
dinero. Por eso lo financiaban con las ganancias de su tienda
de bicicletas. No disponían de ningún medio de comunicación
que amplificara sus logros, y formaron un equipo de aficionados
que querían ayudarles en el proyecto. Lejos de contar con los
más brillantes ingenieros de la época, aquel grupo no tenía ni
un solo licenciado universitario. Ni siquiera lo eran los propios
hermanos Wright.
Samuel Pierpont Langley quería ser el primero, convertirse en
rico y famoso. Los hermanos Wright querían cambiar el mundo y
cumplir un sueño.
El equipo de Samuel trabajaba por una suculenta paga. El pequeño grupo de los hermanos Wright lo hacía por algo mucho más
poderoso: luchaban por una ilusión.
Cuando los hermanos Wright salían a probar sus prototipos
llevaban 5 sets completos de recambios. Por norma general, ésas
eran las veces que se estrellaban antes de la hora de cenar. Su
proyecto parecía una quimera sin medios en la loca carrera del
hombre por hacerse con los cielos.
Alguien lo consiguió el 17 de diciembre de 1903. Contra toda
lógica y pronóstico, fue el equipo de los hermanos Wright. La noticia no trascendió hasta días más tarde, ya que ni un solo periodista seguía la trayectoria de ese atajo de locos.
Éste es solo un ejemplo de que la ilusión, el entusiasmo y el
compromiso pueden con el talento y el dinero en la formación de
equipos de trabajo. Para todo lo demás, Master Card.

Documentos relacionados