El múltiple interés de la hipótesis acerca de la pulsión de muerte1
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El múltiple interés de la hipótesis acerca de la pulsión de muerte1
El múltiple interés de la hipótesis acerca de la pulsión de muerte1 Eduardo Braier «La acción conjugada y contraria de Eros y pulsión de muerte nos da, a nuestro juicio, el cuadro de la vida.». S. Freud, Presentación autobiográfica (1925 [1924]). «Puesto que la hipótesis de esa pulsión descansa esencialmente en razones teóricas, es preciso admitir que no se encuentra del todo a salvo de objeciones teóricas. Pero es así como nos aparece en este momento, dado el estado actual de nuestras intelecciones; la investigación y reflexión futuras aportarán, a no dudarlo, la claridad decisiva.». S. Freud, El malestar en la cultura (1930 [1929]). Resumen Se efectúa una revisión de la última teoría pulsional freudiana, diferenciando sus dos versiones de la pulsión de muerte, esto es,como compulsión de repetición (Freud,1920) y la traducida en pulsiones agresivas o destructivas (Freud, 1923). Se trata de dos descripciones diferentes, conectadas entre sí pero no iguales: una que pone el acento en el carácter reductor de las tensiones, atribuible a dicha pulsión, con tendencia al cero (versión cara al psicoanálisis francés contemporáneo), y la otra que confiere importancia central a la agresividad/destructividad, con el masoquismo primario como punto central y de partida. Se comentan algunas de las aplicaciones de esta teoría en la comprensión de diversos fenómenos de la clínica psicoanalítica y de la conducta humana en general. A renglón seguido, se examinan ciertas controversias que sobre el particular se registran entre los psicoanalistas, explicitando e intentando el autor fundamentar su propia posición, para finalmente describir algunas propuestas personales, entre las que destaca la teoría de las identificaciones primarias tanáticas y el rescate de la función protectora del superyó. A más de 90 años de que Freud diera a conocer su definitiva teoría de las pulsiones, la hipótesis de la existencia de una pulsión de muerte sigue, como en los comienzos, suscitando una intensa polémica y abundantes críticas. Para quienes adhieren a esta teoría, esta constituye un paradigma en torno del funcionamiento del aparato psíquico y asume una importancia decisiva a poco que se tenga en cuenta, entre otras cosas, que la posición que al respecto adopte finalmente cada analista puede repercutir de un modo considerable en su visión de la problemática del paciente y por consiguiente en su quehacer terapéutico. En relación con ello, es innegable que, como apunta W. Baranger (1971), la visión de Freud en lo que respecta a la clínica y la técnica psicoanalíticas, a partir de haber propuesto su teoría de la pulsión de muerte ha estado palmariamente bajo la égida de dicha teoría. Comenzaré efectuando una revisión de la última teoría pulsional freudiana, comentando algunas de sus aplicaciones en la comprensión de diversos fenómenos de la clínica psicoanalítica y de la conducta humana en general; a continuación analizaré ciertas controversias que se registran, explicitando e intentando además fundamentar mi propia posición sobre el particular. En la parte final describiré sucintamente algunas propuestas personales sobre el tema y esbozaré unas reflexiones finales. La última teoría freudiana de las pulsiones: el giro de 1920 En esa genial y a ratos desconcertante obra que es Más allá del principio de placer, publicada en 1920, la existencia de una pulsión de muerte en el ser humano, considerada por entonces por el inventor del psicoanálisis como una teoría especulativa, se basaba sin embargo mayoritariamente en sucesos extraídos del campo de la clínica psicoanalítica. Así, tanto los sueños de los sujetos que padecían neurosis traumáticas (en especial neurosis de guerra) como determinados fenómenos transferenciales y las llamadas neurosis de destino, junto al juego de los niños, fueron los E. BRAIER 7 fenómenos que llevaron a Freud a esgrimir la hipótesis de que había una compulsión de repetición que se hallaba «más allá del principio de placer». Esta sería tributaria de una pulsión de muerte, la cual tendería a conducir la energía pulsional a cero y de este modo al sujeto a un retorno desde lo orgánico al estado inorgánico, que podría confluir en la muerte misma, tanto psíquica como física. (En escritos posteriores nuestro autor volvería varias veces sobre ello, como por ejemplo, véase Freud, 1924; 1930 [1929] y 1940 [1938].) Todo esto implicaba un giro decisivo en las teorizaciones de Freud; rompía sus propios esquemas, tan laboriosamente pergeñados hasta ese momento, dado que la repetición descripta en 1914 en su notable artículo «Recordar, repetir y reelaborar» respondía al imperio del principio de placer, el que, según sus hipótesis, había regido hasta entonces el funcionamiento psíquico general. Como es sabido, en la teoría freudiana la pulsión tanática (o simplemente Tánatos) se antepone a la pulsión de vida (Eros). Esta última a su vez queda integrada por las pulsiones sexuales más las pulsiones de autoconservación (Freud, 1920; 1923; 1933 [1932]; 1940 [1938]), y tiende a «[...] conservar la sustancia viva y reunirla en unidades cada vez mayores» (Freud, 1930 [1929]). La analogía con fenómenos orgánicos como el metabolismo, con sus fases de anabolismo y catabolismo, se impone con facilidad (Freud, 1923 [1922]). La nueva propuesta implica, pues, un reordenamiento de las pulsiones con relación a postulados freudianos anteriores a 1920, manteniendo siempre una concepción dualista.2 Pero volvamos al modelo de la repetición: la de 1914 significaba además el retorno de lo reprimido y obedecía a la búsqueda de realización de un deseo insatisfecho, por tanto de una situación placentera. Ahora, en cambio, Freud descubría que en determinadas circunstancias lo que se tendía a repetir eran situaciones que no habrían sido necesariamente placenteras, o que aún podrían haber resultado francamente displacenteras. De allí coligió que en el funcionamiento del aparato psíquico había un estado más primitivo u originario que el del establecimiento del principio de placer, un «más allá» que persistía y que en determinadas ocasiones podía predominar sobre dicho principio, como un proceso psíquico independiente de este, aunque sin contradecirlo. Lo que se repetiría en estos casos sería una situación de naturaleza traumática, consistente en un trauma infantil, por lo general no evocable, aunque 8 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 susceptible de reproducirse; una verdadera herida narcisista, relacionada a menudo con el desvalimiento (Hilflosigkeit), tal como sería expuesto más adelante (Freud, 1939 [1934-38]). Esto entronca con la hipótesis de la inscripción en el psiquismo de experiencias displacenteras con carácter de huellas sensoriales. «Vivencias del tiempo primordial», les llamó Freud (1920); son las «huellas mnémicas ingobernables», en la denominación de Marucco (1999), que alude a la particularidad de que no puedan ligarse con el proceso secundario. En definitiva, se trataría de registros que no habrían alcanzado el estatus de representación de cosa y que por ende carecerían de representabilidad y no podrían incorporarse a la red asociativa, permaneciendo no ligados y al margen de la misma, tal como Freud lo describirá con mayor detalle años más tarde, en Moisés y la religión monoteísta (Freud, 1939 [1934-38]). Es este, pues, el campo de lo irrepresentable, minado de heridas narcisistas, aquellos traumas psíquicos tempranos que no podrán ser recordados, en tanto corresponden a experiencias preverbales. El modelo freudiano de 1920 apunta nada menos que a una comprensión profunda del funcionamiento mental, con claros precedentes en El proyecto de una psicología para neurólogos (en lo que se refiere al principio de inercia, por ejemplo) y en el capítulo 7 de La interpretación de los sueños, donde Freud (1900a) explica la instalación del circuito del deseo. En Más allá... Freud se interroga acerca de la función de la compulsión de repetición. En este sentido, y desde una visión optimista, por así llamarla, puede pensarse que la tal repetición «más allá» —la expuesta en 1914 la situaríamos, como dice Lutenberg (1993), «más acá» del principio de placer— obedecería, siempre de acuerdo con Freud, a la tentativa del aparato de instaurar el principio de placer, procurando en cada repetición establecer la ligadura faltante en la situación traumática y el consiguiente ingreso de esta en el circuito de simbolización; ligadura sería aquí sinónimo de vida, por cuanto puede haber ligadura en lo intrapsíquico como —en una extensión de la acepción del concepto— en el afuera del sujeto, en sus relaciones con los objetos, dando lugar a la posibilidad de creación de nuevos seres;3 de este modo, la compulsión de repetición conllevaría un intento de control y superación de la situación traumática. Pero la hipótesis de la existencia de una pulsión de muerte para Freud se abre también paso porque, como recuerdan Laplanche y Pontalis (1968) a propósito de los fenómenos de repetición, estos «difícilmente pueden reducirse a la búsqueda de una satisfacción libidinal o a la simple tentativa de dominar las experiencias displacenteras». Por ende, cabe otra lectura, más pesimista si se quiere, que nos habla de una repetición inexorable, de efectos destructivos, a la que ya hacía mención Freud en Lo ominoso, publicado un año antes de Más allá del principio del placer. Es sobre todo esta quizá la versión que alude a una pulsión tanática «muda» en la teorización freudiana (Freud, 1923; 1930 [1929]; 1940 [1938]), la que operaría silenciosamente como una fuerza «demoníaca» en el interior del sujeto, con tendencia a la desinvestidura y descomplejización, tal como lo testimonia el propio autor en su texto de 1920. Nada nos impide, digo yo, pensar que puedan existir diferentes alternativas, por las cuales en unas circunstancias se daría una forma más bien restitutiva de repetición (Bibring, 1943), mientras que en otras, con mayor proporción de la pulsión de muerte sobre Eros, predominaría la forma más tanática, en el sentido de la tendencia al cero y al reposo total. A todo esto y de acuerdo con Freud (1915), la falta de representación en el inconsciente de nuestra propia muerte no sería un impedimento para considerar la existencia, en el fondo del mismo inconsciente (luego lo será propiamente en el ello, reservorio de las pulsiones), de una pulsión de muerte. Para Garma (1971), que sigue a Freud en este punto, la existencia de una representación psíquica constituiría, en cambio y en sí misma, un acto de vida. La descripción que hace Freud de la pulsión de muerte en 1920 comporta además, junto a la psicológica o metapsicológica, una vertiente metabiológica y metafisiológica, al tiempo que posee un carácter metafísico; y hasta llega a admitir una perspectiva sociológica. La acepción biológica del concepto en particular ha provocado numerosas críticas, a alguna de las cuales haremos mención más adelante. Desde un punto de vista estrictamente psicológico, que es por cierto el que aquí más ha de interesarnos, convendría de antemano efectuar una salvedad: por diversos motivos, no pocos autores, si bien aceptan la existencia de una compulsión de repetición «más allá...», la desvinculan de la de una pulsión tanática.4 He aportado en otro lugar (Braier, 2009) un desarrollo teórico, sobre el que no he de extenderme aquí, dirigido a elucidar los mecanismos íntimos de la compulsión de repetición; desarrollo que, partiendo especialmente de la hipótesis de la génesis traumática de los sueños de Ángel Garma (1940; 1962; 1970), hace extensiva dicha hipótesis al funcionamiento general del aparato psíquico, que es concebido desde un potencial traumático y no sólo desde el deseo.5 Únicamente diré que parto de la idea de que el funcionamiento del psiquismo supone el interjuego de las pulsiones de vida y muerte operando mezcladas, pero con posibilidades de predominio alternado de una sobre otra, lo que se correspondería con una repetición ora comandada preponderantemente por el principio de placer (deseo), ora por la generada desde un «más allá» de este y tributaria de Tánatos (trauma). Veamos: la compulsión de repetición se nos presenta en el texto de 1920 con las características de una pulsión. En este sentido, no ha de pasarnos desapercibida la raíz etimológica del término compulsión y la comunidad terminológica pulsión/compulsión. En la compulsión, el yo padece el empuje de las pulsiones sexuales y agresivas. Pero, ya desde la segunda tópica, quiero personalmente destacar que la compulsión de repetición, situada «más allá...», no es solo éllica (es del ello que proceden las pulsiones) sino tripartita: que es todo el aparato — ello, yo y superyó— el que repite. Creo que si no lo concebimos de este modo no podremos entender adecuadamente las manifestaciones clínicas de dicha repetición (Braier, 2009). Así, tal como años más tarde lo señalará Freud (1939 [1934-38]), defensas yoicas como la desmentida y la evitación habrán de erigirse y reproducirse simultáneamente con la movilización pulsional para que el sujeto ni recuerde ni repita el trauma primitivo que ha sido activado. Diría que de acuerdo con mi experiencia se trata básicamente de defensas prerrepresivas, entre las que, además de la desmentida, cabe citar la transformación en lo contrario: la identificación con el agresor (A. Freud, 1936) y la identificación proyectiva (M. Klein, 1946), las cuales con frecuencia conducen al sujeto a actuaciones de carácter maníaco o psicopático, con los consiguientes efectos deletéreos sobre los demás y sobre sí mismo (Braier, 2009). Una breve viñeta clínica podría ilustrar en parte lo que señalo. Se trata de un hombre joven con un trastorno narcisista no psicótico. Las angustiantes dudas que se le despiertan a propósito de la relación con una mujer, acerca de si lo ama o no, reactivan en él el trauma temprano del desamparo. Ello lo empuja a la necesidad de correr a doscientos kilómetros por hora conduciendo su automóvil sobre el asfalto mojado y resbaladizo de una carretera, poniendo en peligro su E. BRAIER 9 vida (y desentendiéndose así de esta realidad, lo que conlleva la desmentida de su mortalidad), solo para poder encontrarse cuanto antes con la muchacha y asegurarse de que esta continúa enamorada de él (para seguir desmintiendo de este modo el rechazo y el abandono padecidos desde su niñez en su relación con la figura materna) y una vez comprobado esto emprender, más tranquilo, el regreso; poco después, anulada momentáneamente la amenaza al precario equilibrio narcisista, habrá de experimentar una absoluta indiferencia respecto de la joven. En la práctica psicoanalítica, las interpretaciones del agieren en la transferencia, convertida esta en un escenario privilegiado de la repetición de situaciones displacenteras y las de los actings de los analizandos, que en tanto puesta en acto confieren al menos una representabilidad escénica a los traumas tempranos, a lo que hemos de sumar las construcciones,6 serán algunos de nuestros principales recursos terapéuticos para descubrir y además traducir en palabras estas historias provenientes de etapas anteriores a la adquisición del lenguaje (Braier, 2009), historias por ende sin palabras y que el sujeto repetía hasta entonces «demoníacamente», aspirando con nuestro proceder a ligar la pulsión y propender a la elaboración psíquica, que implica dejar de repetir (Freud, 1914). No obstante, entiendo que la compulsión de repetición, accionada por el trauma precoz reactivado, posee una capacidad destructiva, dada por un lado por la propia descarga pulsional a través del acto o del cuerpo (alteraciones de la conducta y manifestaciones psicosomáticas) y, por el otro, a raíz de las defensas del yo, primitivas, exacerbadas y repetitivas que al operar pueden ocasionar daños al sujeto o a los demás (Braier, 2009). Y si no hay otro (el analista) que ayude a ligar, historizar y elaborar, se sufren las consecuencias de tan demoníaca repetición, que representa «la resistencia del ello», como le llamó Freud (1926 [1925]), y a la que él tenía por una de las más refractarias. Quiero dejar clara mi posición al respecto, a sabiendas de que no son pocos los que en cambio ponen el acento en los aspectos positivos de dicha repetición para el psiquismo. Desarrollos freudianos ulteriores de la teoría pulsional Pocos años después del giro teórico de 1920, en el que la hipotética pulsión de muerte es representada por la compulsión de repetición, se sucederán en la obra freudiana fecundos desarrollos acerca del sadismo y el masoquismo y su 10 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 vinculación directa con dicha pulsión, la postulación de un masoquismo primario (Freud, 1924)7 y, muy en especial, la propuesta subyacente a todo esto, de que la pulsión de muerte se expresa a través de lo que el creador del psicoanálisis llamará indistintamente «pulsiones agresivas o destructivas». (Freud, 1923; Freud, 1933 [1932]; Einstein y Freud, 1933a [1932]). Esta sería, en mi criterio, una segunda versión de la teoría freudiana de la pulsión de muerte, directamente vinculada con una teoría de la agresión y que se halla unida a la del modelo fundacional de 1920; segunda versión, acaso menos tenida en cuenta por algunos autores actuales, que en cambio suelen hacer hincapié en la primera, referida a la tendencia al cero y al retorno a lo inorgánico y que se traduce en la mencionada compulsión de repetición (asunto este que desde hace unos años viene interesando vivamente al psicoanálisis francés contemporáneo, por ejemplo, así como a numerosos psicoanalistas argentinos). Pero también ha sucedido lo contrario, como en el caso de K. Menninger (Holzman, 1994), quien adhería solo a esta segunda versión, dándole además a la agresión a través de sus formas destructivas — digo esto puesto que esta no siempre conduce a la destrucción— la máxima importancia en el proceso del enfermar, ya sea como impulso a dañar a otro o como tendencia autodestructiva, de la que el suicidio, para Menninger, sería su manifestación más ostensible. Ello aproxima a este autor con Klein, que para explicar por qué enferma una persona puso de relieve sobre todo la destructividad del propio sujeto. Cabe señalar que antes Freud (1923) llegó a adjudicar al superyó, con su carga de pulsión tanática, el papel más importante en la gravedad de un trastorno psicopatológico. Á. Garma (1971), en su interpretación de lo que —aún— llamaba el «instinto» de muerte en la obra freudiana, se ha centrado más bien en El problema económico del masoquismo (Freud, 1924), antes que en Más allá..., dando particular importancia al estudio del masoquismo primario y, por extensión, a las formas de masoquismo perverso y moral. Conviene recordar también que Freud había recalcado especialmente el papel determinante del masoquismo a través de distintas publicaciones de sus últimas etapas de producción. ¿Qué decir de las pulsiones agresivas mentadas por Freud? Que así como Sabina Spielrein (1912)8 había propuesto antes que él la existencia de una pulsión de muerte, también Alfred Adler desde 1908 insistió tempranamente en la presencia de pulsiones agresivas en el ser humano. Hemos, pues, de reconocer los méritos de ambos. A Adler debemos también el concepto de intrincación pulsional. Pero la hipótesis acerca de la pulsión de muerte no es la misma en la obra de Freud que en las postulaciones de Spielrein, ni tampoco las pulsiones agresivas o destructivas se integran en la teorización freudiana con idéntico significado que el que les otorgaba Adler; mientras para Freud estas pulsiones tenían que ver con la destructividad, Adler en cambio las relacionaba con la frustración infantil. Convengamos que Freud tardó en prestar a las pulsiones agresivas la atención necesaria, absorto como se hallaba en la exploración de las pulsiones sexuales, y acaso en parte también como consecuencia de sus litigios con Adler. Ahora bien, en el pensamiento freudiano las pulsiones agresivas venían sin embargo siendo tenidas en cuenta en su relación con diversos temas, tales como los actos fallidos, los chistes, la transferencia, etcétera. No en vano remarcará Freud que el primero de los mandamientos es «No matarás» (Freud, 1915). Asimismo, una cuestión directamente vinculada con la agresividad es la ambivalencia afectiva (en definitiva, una ambivalencia pulsional), sobre la cual habrá Freud de detenerse.9 En franca conexión con dicha ambivalencia se incluyen la agresión hacia el objeto en el neurótico obsesivo, en el melancólico, en el acto suicida, el deseo en el niño de muerte de los hermanos, etc.; y muy especialmente apreciamos la referencia a la ambivalencia dentro del drama edípico, en el que nuestro autor señala que se movilizan tanto tendencias libidinales e incestuosas como agresivas. Recordemos, por ejemplo, que en el caso Juanito, publicado en 1909, dentro del complejo paterno, en la ambivalencia afectiva de Juanito hacia la figura de su progenitor, Freud tuvo que reconocer que la hostilidad respecto del padre rival jugaba un papel fundamental en la fobia del pequeño. El odio al padre devendrá finalmente miedo al caballo, sustituto del padre odiado y temido, mientras que de este modo, desviando de la figura paterna la corriente hostil, que pasa a investir la representación caballo, Juanito preservará la ternura hacia su progenitor, sin las interferencias que su agresividad pudiera provocarle. En la exposición de este historial clínico Freud niega inicialmente la existencia de un instinto autónomo de agresión tal como ya entonces había sido propuesto por Adler, para terminar admitiendo, en una nota al pie fechada en 1923, la presencia de una «pulsión agresiva» (aunque diferente, hemos de reiterar, de la de Adler), a la que también llama «pulsión de destrucción» o «pulsión de muerte» y que ya había reconocido en su decisivo texto de 1920. En los años 20 las pulsiones agresivodestructivas quedan finalmente adscriptas a la pulsión de muerte dentro de la obra freudiana, adquiriendo al mismo tiempo otro estatuto teórico, consistente, diría yo, en una relativa autonomía respecto de las pulsiones sexuales.10 Antes de ello, en Freud las pulsiones agresivas de algún modo formaban parte de las pulsiones sexuales y no eran mayormente discriminadas de estas (como en los casos del sadismo y del masoquismo) ni de las de autoconservación. (Esto último en lo que respecta a la pulsión de apoderamiento, por ejemplo.) No obstante, muy tempranamente en su obra, en el primero de sus Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1905), ya había reconocido en el sadismo un componente agresivo dentro de la pulsión sexual, el que —nos dice allí— se habría tornado autónomo; en el segundo ensayo atribuía a las mociones agresivas una fuente independiente de la sexualidad, si bien agregaba que las dos podían conectarse precozmente. (La fuente por entonces serían las pulsiones de autoconservación.) Aunque Freud nos seguirá hablando de una imbricación de las pulsiones agresivas con las sexuales y que las primeras nunca se manifiestan enteramente en el sujeto por separado, es evidente que desde los años 20 en adelante —incluidas algunas menciones en Más allá del principio de placer— estas alcanzarán un mayor peso específico, en su condición de representantes de Tánatos. Freud se referirá a «una pulsión de agresión especial, autónoma» (Freud, 1930 [1929]), que tendría a la musculatura esquelética, por medio de la actividad motora, como instrumento de los impulsos destructivos (Freud, 1923; 1924).11 Llegará a escribir: «[…] ya no comprendo que podamos pasar por alto la ubicuidad de la agresión y destrucción no eróticas, y dejemos de asignarle la posición que se merece en la interpretación de la vida» (Freud, 1930 [1929]. El destacado es mío). Y considerará naturales estas tendencias. Así dirá: «la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano» (Freud, 1930 [1929]). Desde mi lectura personal, considero que precisamente a partir de estos textos, en los que Freud insiste en su referencia a las pulsiones agresivas y destructivas, no es ya posible afirmar que en la obra freudiana la pulsión de muerte deba ser considerada siempre «muda», puesto que esta segunda versión de la misma resulta, por así decir, clínicamente más expresiva que la primera; más E. BRAIER 11 «ruidosa», como apostillaba Freud (aunque en realidad empleaba este término en relación con la pulsión sexual), en parte porque alude a la destructividad ejercida sobre los otros, lo que la hace más ostensible, dado que las conductas heteroagresivas suelen ser tan evidentes como las sexuales, si bien al volcarse sobre el sujeto mismo la pulsión destructiva puede a la vez también traducirse en hechos observables (y pasibles de ser interpretados como expresión de Tánatos).12 Es desde esta segunda versión de la pulsión de muerte que se pondrá en marcha la noción adoptada por M. Klein acerca del por entonces llamado instinto de muerte. La teoría de una pulsión de muerte expresiva (a veces hasta explosiva), ya estaría —reitero— en cierto modo en Freud, por lo que la de Klein tampoco resultaría una concepción tan alejada de determinadas teorías freudianas ni mucho menos.13 Además del campo de las perversiones sexuales, el sadismo y el masoquismo se manifiestan en distintas variedades de la conducta humana. La destructividad que conlleva el sadismo despierta nuestro horror en las guerras, los totalitarismos, el terrorismo de estado, con los estragos producidos por los crímenes de lesa humanidad, los genocidios, el exterminio sistemático, el fanatismo, las torturas y las violaciones, a lo que hay que agregar la violencia de género, las agresiones, abusos o abandonos que sufren millones de niños, mujeres y ancianos, así como la amenaza de la posibilidad de la existencia de armas de destrucción masiva (Irak, por cierto, no las poseía, pero al parecer otros países sí). El texto De guerra y muerte (1915) demuestra elocuentemente la posición de Freud en este punto, al recordarnos que la historia de la humanidad está llena de asesinatos. En El malestar en la cultura llegó Freud a formular la siguiente frase, si bien muy conocida, pero que vale la pena releer porque resulta categórica en lo que a este problema concierne: […] el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. «Homo homini lupus»: ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho tal apotegma? (Freud, 1930 [1929]). 14 12 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 Aquí es necesario intercalar el concepto de pulsión de apoderamiento o de dominio (Freud, 1905; 1913; 1915a; 1920; 1930 [1929]), introducido por Freud inicialmente en conexión con las pulsiones sádicas (y en rigor nunca independizado de estas). La pulsión de apoderamiento tendría un papel fundamental en su relación con la agresión, la voluntad de poder y diversas conductas destructivas del ser humano para con sus semejantes. A partir de 1923, o sea, de la exposición del modelo de la segunda tópica, huelga decir que es de sumo interés la vinculación que establecerá Freud entre su teoría pulsional y dicho modelo de funcionamiento del aparato mental. El ello, cabe reiterarlo, es considerado el reservorio inicial de los dos tipos de pulsiones. Asimismo describirá que el sadismo y el masoquismo se continúan intrapsíquicamente en la conformación de un superyó sádico y un yo masoquista, lo que apreciamos dentro de la psicopatología sobre todo en cuadros como la melancolía o la neurosis obsesiva, tal como ya lo señalaba en El yo y el ello. Para Freud la agresión vuelta hacia adentro formará parte de la génesis misma del superyó, como lo atestiguan algunos de sus textos (Freud, 1930 [1929]; Einstein y Freud, 1933). En la metapsicología freudiana es posible trazar un circuito de las pulsiones tanáticas, que arrancan en el aparato psíquico desde un masoquismo primario erógeno y constitucional, responsable de la tendencia a la autodestrucción (Freud, 1924), debiendo por ello necesariamente en parte ser externalizadas. Una parte de ellas vuelve al aparato por medio del superyó; este la emplea entre otras cosas para frenar aquellas pulsiones sexuales y agresivas del sujeto cuya descarga no es permitida, dando asimismo lugar al masoquismo secundario moral y sus derivaciones. Consecuentemente, he pensado que desde esta perspectiva están dadas las condiciones para discernir las distintas vicisitudes de las pulsiones tanáticas, a la manera de lo que Freud llegó a desarrollar respecto de las sexuales en «Pulsiones y destinos de pulsión» (Freud, 1915a). Una aplicación directa de este modelo teórico en la clínica psicoanalítica la encontramos en la observación de Freud (1923; 1924) de que, cuando más controla una persona su agresión hacia los objetos del mundo exterior, más agresiva se vuelve contra sí misma. He apreciado especialmente este hecho no solo en los cuadros melancólicos sino también en las neurosis obsesivas, en las que se traduce en autorreproches, así como en rituales que ante todo representan un autocastigo, en contracturas musculares dolorosas, migrañas, etcétera. Con el análisis del conflicto intrapsíquico e intersistémico entre el yo y el superyó nos vamos introduciendo en los entresijos de las neurosis, y es entonces cuando Freud, a lo largo de los años 20, plasma una constelación conceptual de enorme importancia, en la que, a la relación superyó sádicoyo masoquista se unen el denominado —con las reservas del caso— sentimiento inconsciente de culpa (Freud, 1923; 1924; 1930 [1929]; 1933 [1932]) y la consiguiente necesidad de castigo (Freud, 1923; 1924;1933 [1932]).14 Es en esta dinámica cuando cobra especial interés el concepto de masoquismo moral (Freud, 1924). He aquí una perspectiva más sutil de la incidencia de la pulsión tanática y por ende de la destructividad en psicopatología, que deviene de la agresión destructiva introyectada (Freud, 1930 [1929]) y que corresponde a un plano más hipotético, aunque sólidamente fundamentado, el cual nos proporciona teorías explicativas de cuadros tales como el de «los que fracasan al triunfar» (Freud, 1916) y de la llamada «reacción terapéutica negativa» (Freud, 1923; 1924; 1933 [1932]). Las pulsiones agresivas anidan aquí en el superyó, el yo y el ello. Se trata de un Freud cuya relectura no dejará de sorprendernos, a poco que comprobemos que ya nos hablaba de este sentimiento inconsciente de culpa —al que remitirían los comportamientos autoagresivos del analizando— en una carta a Fliess del año... ¡1897!, cuando, al recordar la frase de Hamlet, «¿quién se libraría de ser azotado?», expresaba, a propósito de este: «Su conciencia es su conciencia de culpa inconciente» (la cursiva es mía). Delitos incógnitos e imaginarios (incesto y parricidio), aunque con castigos verdaderos, que se registran en los neuróticos.16 El principal inconveniente terapéutico en lo que atañe a estos aspectos —lo dice Freud en más de una ocasión; véase Freud, 1923; 1924— está dado por el carácter inconsciente del conflicto, en especial de la culpa, que opera de un modo determinante. Se abre aquí el importante campo de la clínica del superyó y de lo que A. Freud (1936) llamó «el análisis del superyó».17 Continuando con esta reseña de los descubrimientos e hipótesis de Freud vinculados con la pulsión de muerte, ya en 1926, en Inhibición, síntoma y angustia, nuestro autor nos hablará de varias formas de resistencia de los analizandos a la labor psicoanalítica, entre las que incluirá la correspondiente a la compulsión de repetición, ya citada (que también llamó resistencia del inconsciente; o del ello, como antes dije), así como la resistencia del superyó, directamente relacionada a su vez con el mencionado sentimiento de culpa y la necesidad de castigo, sobre todo lo cual no entraremos en detalles por tratarse de una cuestión asaz conocida. Solo añadiré que desde la perspectiva de Freud el sadismo del superyó deviene consciente generalmente con cierta «estridencia», mientras que el masoquismo del yo suele permanecer más «oculto» para el sujeto (Freud, 1924); ambos se complementan. Casi sobre el final de su obra (Freud, 1937), nuestro autor sostendrá con meridiana claridad que el principal obstáculo en la cura analítica está dado propiamente por la pulsión de muerte, fuente de diversas resistencias y factor principal dentro del conflicto psíquico. Y en el mismo trabajo señalará que las distintas manifestaciones del masoquismo, a las que se suman la ya nombrada reacción terapéutica negativa y el sentimiento de culpabilidad en los neuróticos, nos indican que no se puede seguir afirmando que el funcionamiento psíquico está regido solamente por el principio de placer, y que tales fenómenos sugieren la existencia de la pulsión agresiva o destructiva, derivada de la pulsión de muerte originaria. La intrincación de las pulsiones de vida y de muerte (Freud, 1920; 1923 [1922]; 1923; 1924; 1930 [1929]; 1937) acaso sea una de las propuestas más interesantes comprendidas dentro de la última teoría freudiana de las pulsiones. En su Presentación autobiográfica nos decía Freud: «La acción conjugada y contraria de Eros y pulsión de muerte nos da, a nuestro juicio, el cuadro de la vida» (Freud, 1925 [1924]). Como ejemplo de intrincación pulsional he de destacar desde el acto de comer y el acto sexual (Freud, 1940 [1938]) hasta la explicación del masoquismo y el sadismo como expresión de la fusión de las pulsiones destructivas con las libidinales (Freud, 1923), con lo que estas últimas neutralizan parcialmente a las primeras (Freud, 1930 [1929]; 1933 [1932]).18 En enfermedades como la epilepsia y la neurosis obsesiva (Freud, 1923) se daría una mayor desmezcla, así como en los cuadros melancólicos con intentos suicidas. En la aleación de las pulsiones debemos tener en cuenta no solo los aspectos cuantitativos sino también los cualitativos: una cosa es emplear la agresividad para la vida, como en el mencionado acto de comer, y otra muy distinta cuando las pulsiones agresivas derivan en actos criminales, E. BRAIER 13 por ejemplo. Freud nos dice que con la regresión libidinal se produce una mayor desintrincación de las pulsiones, liberándose un monto más considerable de pulsiones tanáticas; por el contrario, la progresión favorece la integración libidinal con las pulsiones agresivas (Freud, 1923). Entiendo que durante la evolución del sujeto opera a favor de la fusión pulsional un superyó/ideal del yo a su vez cada vez más desarrollado. En este sentido, otro buen ejemplo lo constituye la ironía, en la que la agresividad se ve neutralizada, esto es, parcialmente domeñada por pulsiones libidinales que sociabilizan la acción, posibilitando al mismo tiempo cierto grado de descarga de la agresión. De la relación de la pulsión de muerte con la sociedad y, dentro de esta temática de la inhibición e internalización de la agresión en el sujeto, nos hablará Freud en varios de sus textos, entre los que se destaca El malestar en la cultura. A todo esto, lo que había comenzado siendo una propuesta especulativa de Freud se fue convirtiendo en una hipótesis formal dentro de su cuerpo teórico (tal como él mismo reconoce en El malestar...) y, por múltiples razones, cada vez más necesaria, como queda reflejado a lo largo de esta revisión. Dentro de dicha hipótesis no me parece excesivo reiterar la existencia de dos descripciones diferentes de la pulsión de muerte, aunque conectadas entre sí: una que pone el acento en el carácter reductor de las tensiones, atribuible a dicha pulsión, con tendencia al cero, y la otra que confiere importancia central a la agresividad/destructividad, con el masoquismo primario como punto central sy de partida. Aquí hemos de agregar otra diferencia sustancial que encuentro entre las dos versiones de la pulsión tanática: mientras la primera de ellas remite al terreno de lo irrepresentable, la segunda en cambio se sitúa decididamente en el campo representacional, en tanto las pulsiones agresivo-destructivas se hallan ligadas a un objeto (que puede ser también el propio yo), imbricadas con la libido, tal como ocurriría tanto en el sadismo como en el masoquismo. En esta síntesis cabe al menos mencionar el interés que reviste la tentativa de diversos autores posfreudianos de incluir el concepto de pulsión de muerte dentro de distintos fenómenos concernientes a la psicopatología, a la teoría de la cura y a los fenómenos sociales. Entre los cuadros psicopatológicos, a los ya nombrados hasta aquí hemos de añadir los 14 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 que hoy integran la llamada patología contemporánea, vale decir los trastornos narcisistas no psicóticos, de los que el enfermo bordeline constituye su paradigma y dentro de los que podemos observar una serie de conductas hetero- y autodestructivas tales como intentos de suicidio, actings severos, drogadicción, trastornos psicosomáticos, etc.; ni qué decir también respecto de las perversiones y las psicosis. Acerca de la aplicación clínica de la hipótesis de la pulsión de muerte en todas estas perturbaciones contamos hoy con importantes contribuciones de distintos autores, no solo poskleinianos sino también e otros que transitan por una metapsicología de cuño freudiano. Hay que tener en cuenta, entre otras cosas, que en estos pacientes está gravemente afectada la estructura del aparato psíquico, que han sufrido traumas psíquicos tempranos susceptibles de ser reactivados, con la consiguiente falta de ligazón, la desmezcla pulsional y la descarga a través del soma o el pasaje al acto por medio de la compulsión de repetición, amén de otras perturbaciones, a las que haré en parte mención más adelante. Controversias: partidarios y opositores Ante el problema epistemológico que nos presenta la hipótesis freudiana de la pulsión de muerte, hemos antes que nada de distinguir dos niveles diferentes: a) el de la observación (base empírica) y b) el de la interpretación teórica de los hechos clínicos observables (nivel metapsicológico). La teoría pulsional también ha sido objeto de revisión desde el plano biológico y aun desde el filosófico, enfoques que en gran medida he de obviar (aunque algo diremos acerca del primero) pues no me considero habilitado para emitir opinión respecto de ellos y sobre todo porque, al no formar parte del campo específico del psicoanálisis y en estas circunstancias, escapan al cometido de este trabajo. El alto grado de abstracción del concepto de pulsión de muerte contribuye sin duda a aumentar la polémica, propiciando la negación de la existencia de una tal pulsión o, en el otro extremo, la adopción de posturas a su favor poseedoras de un carácter dogmático, habida cuenta de la tendencia de algunos a continuar sacralizando la obra de Freud. Los que objetan o niegan la existencia de una pulsión de muerte Son numerosos los autores psicoanalíticos —y los que no siéndolo, y provenientes de otras disciplinas, dan su opinión— que rechazan el concepto de pulsión de muerte, sea por cuestionar los fundamentos que lo sostienen, sus contradicciones y puntos oscuros, sea por considerarlo innecesario.19 Las objeciones de naturaleza psicológica plantean, entre otras cuestiones: — Que las repeticiones traumáticas bien podrían hallar explicación en el placer experimentado por el yo en dominar la situación traumática y no en el de la existencia de una pulsión de muerte. — Que la idea misma de una pulsión de muerte es objetable, en tanto resulta dificultoso reconocer en dicho concepto las cualidades que caracterizan a las pulsiones (sexuales). Hay quienes conciben la pulsión de muerte como una fuerza natural, pero no como una pulsión. Según Laplanche (1984) lo único que puede considerarse una pulsión es del orden de la sexualidad. Paradójicamente, para Freud, debido a su característica regresiva, esto es, su tendencia conservadora, la pulsión de muerte configura «la pulsión por excelencia», en tanto esto es «lo más pulsional de la pulsión». Ello nos deja, pues, la duda de si la pulsión de muerte debe considerarse lo contrario a una pulsión o bien el prototipo de esta... — Que la ecuación agresividad = pulsión de muerte es cuestionable, por cuanto para algunos simplificaría en exceso la visión de la psicología humana, con el riesgo de taponar la investigación acerca del determinismo en psicoanálisis. 20 De hecho y para muchos, conceptos como agresividad y destructividad funcionan mejor como articuladores clínicos que el de pulsión de muerte, al que consideran demasiado especulativo. Por otro lado, la polémica pasa por preguntarse hasta qué punto se pueden vincular los dos primeros con la teoría de la existencia de una pulsión de muerte, siendo fenómenos que pueden explicarse por otros mecanismos y prescindiendo de dicha teoría. Laplanche (1984) se cuenta entre los que no consienten una relación entre la pulsión de muerte y la agresividad, al igual que Winnicott, quien acabó desechando la teoría de la pulsión de muerte. Otros critican que al englobar la agresividad dentro de la pulsión de muerte no se consideran los aspectos positivos de la primera, aspectos que conviene discriminar. — En cuanto al masoquismo en particular: hay quienes tampoco recurren al concepto de pulsión de muerte para explicarlo. Este es el caso de Kernberg (1992), por ejemplo. — Se critica el concepto de pulsión de muerte por cuanto pretendería abarcar una serie de fenómenos de muy distinta naturaleza, como la tendencia a la reducción a cero de las tensiones, la tendencia a la muerte, la agresividad, la destructividad, el sadismo, el masoquismo, etc., por lo que el intento de relacionar estos conceptos no está exento de incurrir en ciertas contradicciones y de exponer una compatibilidad por lo menos dudosa. — Se argumenta que entre las motivaciones que habrían estado presentes en Freud al elucubrar su teoría de la pulsión de muerte y ejercido decisiva influencia en su pensamiento se habrían dado circunstancias personales, en especial aquellas que habrían exacerbado en él una preocupación creciente por la muerte, tales como: los fallecimientos de su hija Sofía, su amigo Antón Von Freund y su hermano Julius, así como el comienzo de su vejez, el cáncer de mandíbula y la Primera Guerra Mundial (finalizada poco antes de la publicación de Lo ominoso y de Más allá...), con sus graves secuelas de millones de muertos e inválidos y de destrucción.21 Más tarde, la amenaza nazi (en 1933 quemaron sus obras en Berlín) y en general los aciagos tiempos que vivió, probablemente incidirían en su reafirmación de la hipótesis. Algunos tienden a pensar que tales circunstancias autobiográficas habrían afectado y en definitiva desvirtuado la visión científica de Freud sobre el tema. Veremos someramente una de las objeciones biológicas: Esta surge ante la conjetura freudiana de que el sistema nervioso tiende a eliminar totalmente la tensión o reducirla al nivel más bajo. Ello presupone la invocación del principio de inercia, ya enunciado por el autor en 1895 en el Proyecto de una psicología para neurólogos, de lo que habrá de derivar en 1920 la hipótesis de la pulsión de muerte como una tendencia a un estado de Nirvana (Freud, 1920; 1924). Hoy en día desde las neurociencias se sostiene en cambio que el cerebro se encuentra siempre activo, a la manera de un procesador de información, que no tiende precisamente a la pasividad, lo cual, desde luego, era algo ignorado por Freud; mientras Freud hablaba de que la pulsión de muerte llevaría al organismo a lo inanimado, inerte y pasivo (Freud, 1920; 1937), desde la física cuántica hoy se señala que la materia nunca se halla E. BRAIER 15 en reposo, que no es inerte sino activa. Y lo de retornar a un estado inorgánico sería además cuestionable, dado que no vendríamos de tal estado... 22 Lo dicho en este último tramo impresiona como un argumento de peso para rechazar la noción de pulsión de muerte desde un punto de vista realista. Menos problemático parece, en cambio, reconocer un fundamento biológico a las pulsiones de autoconservación y a las pulsiones sexuales. Hay quienes rechazan el concepto de pulsión de muerte por atribuirle un sentido netamente biológico, al tiempo que altamente especulativo, lo que lo alejaría de la dimensión clínica y empírica. Para otros como Rechardt (1984), por el contrario, no se trataría de un principio biológico sino psicológico. Rechardt insiste en señalar que Freud, cuando recurre a un modelo biológico, no lo hace desde una perspectiva realista sino más bien con un criterio figurativo (se entiende que sería para ayudar a comprender procesos cuya observación es difícil o imposible). No obstante, y en cuanto a lo biológico, considero que en el texto de 1920 podemos encontrar las dos acepciones, y que en varios de sus pasajes no es fácil dilucidar si Freud lo está empleando en un sentido literal o meramente metafórico. Por último, no faltan aquellos autores para los cuales la noción tendría un carácter más bien filosófico, por lo que —supuestamente— carecería de interés clínico. Partidarios de la teoría de la pulsión de muerte Se observan diversos grados de aceptación de esta teoría en las comunidades psicoanalíticas, pudiendo aquella ser parcial o bien total y aun incondicional. Como una muestra del primer caso tenemos la posición sostenida por Bernardo Arensburg (2008). Siguiendo a Freud, Arensburg adhiere a la idea de la pulsión de muerte obedeciendo a un deseo de retorno a lo inanimado, aunque —añade— como el anhelo de no tener que desear, es decir el deseo de no desear. También hay concepciones personales acerca de la existencia y modos de acción de la pulsión de muerte, entre la que se cuenta la de Lacan. Ya nos hemos referido —al menos brevemente— a la posición de Klein sobre este tema. Otra es la de Green (1983; 1984; 2000), quien, coincidiendo en cierta medida con las ideas de Freud, atribuye a dicha pulsión una función desobjetalizante, en tanto su destructividad residiría en el desinvestimiento, relacionándola además con un narcisismo de muerte y negativo que aspira al nivel cero. En mi criterio 16 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 esto puede, al menos parcialmente, ser articulado con lo que acabamos de señalar que piensa Arensburg de la pulsión de muerte, en tanto, como este nos lo recuerda, «el deseo siempre tiene objeto». Es indudable que otros analistas adhieren a muchos o incluso a los diferentes aspectos que caracterizan a la teoría freudiana de la pulsión de muerte, para los que la misma representa un paradigma que, como tal, es necesario a la hora de explicar el funcionamiento del psiquismo. Mi posición personal 1. En primer término me parece conveniente, dada nuestra condición de psicoanalistas, examinar la teoría de la pulsión de muerte centrándonos en la noción psicológica de la misma, es decir, en el contexto de una metapsicología, antes que en cualquier otro, sin desconocer sus aspectos biológicos y metafísicos. Freud (1937) nos alentó a que discurriéramos dentro de «la bruja» metapsicología para contribuir al progreso del movimiento psicoanalítico. 2. A pesar de que algunos la siguen tomando solo como una especie de intuición de Freud, me incluyo entre los que acogen con interés hipótesis como esta, dada su utilidad en la teoría y en la clínica desde su condición de modelo explicativo; pero pretendo adherir a dicha hipótesis sin caer en una apología de esta y sin dogmatismos que pudieran conducir a adoptar una posición acrítica. Entiendo que ella admite la posibilidad de continuar formando parte del edificio teórico de los psicoanalistas sobre la base de argumentos valederos, y de ser por ende aplicada beneficiosamente a los fines de comprender la conducta humana normal y patológica. A tal efecto adopto la propuesta que hizo Green a propósito de la no menos controvertida hipótesis freudiana de las fantasías originarias: la cuestión reside en considerar estas teorías como «conceptos transicionales» (Green, 1990; 1991), dado que hasta el momento actual, si bien no pueden ser demostradas, quizá tampoco tengan que ser descartadas sin más; y que —sobre todo— conviene mantener por su valor heurístico, lo cual es propio del método científico en general y de la metapsicología en particular. Por cierto, además de que puedan verse más adelante refrendadas, son también susceptibles de ser abandonadas y remplazadas por otras capaces de detentar una mayor credibilidad y utilidad. El propio Freud reconocía esta última alternativa, cuando en El malestar en la cultura expresaba: Puesto que la hipótesis de esa pulsión23 descansa esencialmente en razones teóricas, es preciso admitir que no se encuentra del todo a salvo de objeciones teóricas. Pero es así como nos aparece en este momento, dado el estado actual de nuestras intelecciones; la investigación y reflexión futuras aportarán, a no dudarlo, la claridad decisiva. (Freud, 1930 [1929]) Ya antes, en ocasión de incluir ciertos agregados metapsicológicos a su teoría de los sueños, el creador del psicoanálisis había advertido: Desde luego, de ninguna manera puede ocultarse o embellecerse el carácter tentativo, inseguro, de estas elucidaciones metapsicológicas. Sólo una ulterior profundización puede aportarnos cierto grado de probabilidad. (Freud, 1917 [1915]) Acerca de los beneficios de la aplicación del concepto de pulsión de muerte, considero que el mismo es especialmente útil en el caso de las patologías actuales, no neuróticas, aunque sin excluir las neurosis ni las psicosis, claro está; también lo sigue siendo para explicar determinadas resistencias y fracasos en la cura analítica.24 3. Cuando alguien se declara partidario de la teoría de la pulsión de muerte, conviene en primer término que precise si se trata de la sostenida por Freud o de la de otro autor, y en segundo lugar a cuáles de sus aspectos se refiere. Por eso he de aclarar que, a partir de adoptar la última teoría pulsional de Freud, con su enorme caudal de ideas, dotadas de gran riqueza y complejidad, termino adhiriendo a las dos versiones freudianas de la teoría de la pulsión de muerte, que encuentro, reitero, diferentes en más de un punto, aunque también unidas a través de conceptos convergentes; también me consta que es difícil conceder que ellas resulten totalmente compatibles entre sí.25 Aludo, pues, a la que, según lo expuesto hasta aquí, podríamos llamar una versión silenciosa, la de la tendencia a la inercia, a la reducción total de las tensiones, y también a la otra, por el contrario expresiva, en la que participa más de lleno la agresividad, aun más ostensible cuando va dirigida «hacia fuera». (Aunque, asimismo, coincido con P. Heimann cuando en 1952 sostenía que es posible inferir la acción de la pulsión tanática en personas con tendencias a accidentes o al suicidio, conducta masoquista, enfermedades somáticas, etc., vale decir, lo que se entiende como agresión o destructividad dirigidas «hacia dentro» del sujeto.) De este modo, la primera versión de la pulsión de muerte, enteramente representada por la compulsión de repetición, en sí misma y tal como se suele pensar no parecería presentar una relación directa con conductas agresivas, a diferencia de muchos fenómenos que pueden inscribirse dentro de la segunda versión. Sin embargo, en el fondo esto no sería del todo así, ya que, como he señalado antes, es dable concebir en la compulsión de repetición, desde su variante «demoníaca», una conducta autoagresiva/autodestructiva en el sujeto (p. ej., descarga somática, neurosis de destino), la que además puede incluir impulsos destructivos hacia los otros, en relación con la participación de mecanismos yoicos prerrepresivos dentro de la conducta repetitiva (desmentida, transformación en lo contrario y, según mi criterio, como también antes señalé, otros mecanismos, aunque ya no descriptos por Freud, tales como la identificación con el agresor y la identificación proyectiva). En suma, y pese a las objeciones que puedan surgir, ambas variantes de la pulsión de muerte me siguen pareciendo válidas, puesto que finalmente ayudan a comprender los mecanismos subyacentes a las manifestaciones patológicas con las que nos encontramos en la clínica psicoanalítica; de allí que, parafraseando a Freud, hable yo del «múltiple interés»26 de la hipótesis freudiana de la pulsión de muerte en su conjunto, si bien he de reconocer que tales manifestaciones clínicas per se no avalan la existencia de dicha teoría, ya que estas admiten otras hipótesis explicativas. El asunto continúa siendo, como señala Green, una cuestión de índole teórica. Pero estas teorías freudianas acerca de las pulsiones, de la compulsión de repetición, la agresividad, la destructividad, el amor y el odio, etc., me resultan sumamente valiosas —y no son pocos los que así piensan— como para prescindir de ellas sin más... 4. Me pregunto: ¿por qué no atrevernos, respecto de las pulsiones agresivas, a acabar de reconocer y de nominar la energía psíquica a la que se refería Freud como propia de la pulsión de muerte, pero que no llegó a admitir en un plano semejante al de las pulsiones sexuales y para la que no encontró una denominación (Freud, 1923)? «Carecemos de un término análogo a ‘libido’ para la energía de la pulsión de destrucción», dirá sobre el final de su obra (1940 [1938]). «Destrudo», propuso Weiss (1935) y «mortido» Federn (1936). 5. Como le sucedía a Freud (1930 [1929]), y también a Klein entre otros, me resulta difícil separar las conductas destructivas de la posible existencia de una pulsión de muerte, que se E. BRAIER 17 exteriorizaría «hacia fuera» en la sed de violencia, aniquilamiento y sangre para con los otros (el hombre como «lobo del hombre», homo homini lupus) o hacia el propio sujeto. A estas alturas me pregunto además: ¿por qué porfiarse, como en el caso de algunos teóricos del psicoanálisis, en separar la noción de pulsión de muerte de la muerte misma, cuando la propia denominación «pulsión de muerte» sugiere una directa relación y ambas tienen tanto en común, hallándose esta relación claramente expuesta en los fundamentos teóricos del creador de dicha noción (Freud, 1920)? En tal sentido pensemos, además de todo lo expresado hasta aquí acerca de la pulsión de destrucción que va dirigida hacia fuera y a dañar o aniquilar a los otros, en aquellas personas que no quieren seguir viviendo, que, por así decir, se dejan morir, en la que es dable colegir que la pulsión tanática estaría también afectando autodestructivamente al sujeto. Matar, matarse o dejarse morir... Es para mí inevitable relacionar pulsión de muerte con muerte biológica, a pesar de los cuestionamientos que ha merecido hasta la fecha esta teoría desde el punto de vista biológico. Lo que podríamos llamar «el masoquismo nuestro de cada día» renueva nuestra capacidad de asombro. Me refiero al visible empeño de tantas personas en autodestruirse a través del tabaco, el alcohol, las drogas y de muchas otras maneras. Habrá otras explicaciones para estos hechos, pero frente a los mismos yo no puedo dejar de pensar en la existencia de pulsiones tanáticas... Ahora bien, toca recordar que no son pocos los que apuntan a una teoría de la agresividad humana que nada tendría que ver con una tal pulsión de muerte y sí en cambio con una reacción al ambiente; Winnicott es uno de ellos. Y ya he dicho, a poco de haber comenzado mi exposición, que la discusión puede terminar tan pronto como se proceda a desacoplar fenómenos como la agresividad y la destructividad y, por extensión, también el sadismo y el masoquismo, de la hipótesis de la existencia de una pulsión de muerte. La tesis acerca de un origen de la agresividad humana en situaciones culturales adversas, por la cual se sostiene que el hombre es bueno, pacífico y generoso por naturaleza, y que sería la sociedad, que lo priva y lo maltrata, la que despierta en él la agresión, a fuer de ser sincero y con todo el respeto que me merecen algunos de sus introductores, me parece a estas alturas románticamente ingenua. Freud la consideraba una ilusión; vana, por supuesto (véase Freud, 1933 [1932]; Einstein y Freud, 1933 [1932]). Y ya en El malestar..., así como en su carta 18 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 a Einstein exponía esta posición, objetando las ideas comunistas de la época. No dudo –como no dudó Freud– de la influencia negativa y hasta nefasta de la sociedad sobre el individuo (o la del ambiente familiar que rodea al niño, si sufre carencias o aun maltratos27), pero no consiento se lo considere a priori y por naturaleza poco menos que exento de impulsos agresivos. Los comprobamos en las tempranas tendencias sádicas de los niños, aun cuando algunos señalen que no habría en ellas componentes destructivos. Y sobre todo reparo en los deseos homicidas que anidan inexorablemente desde temprano en el inconsciente humano, deseos de muerte incluso hacia los seres amados y sin cuya consideración sería imposible explicarnos los conflictos y síntomas de los neuróticos, afectados por la culpa y la persecución que de los mismos sobrevienen, con el consiguiente temor al castigo taliónico (Freud, 1900; 1915). En suma, deduzco que hay suficientes motivos para relacionar agresividad y destructividad con pulsión de muerte; y que hacerlo es de sentido común. Tiendo a pensar, con Freud (1930 [1929]), en la existencia de una pulsión de muerte como algo propio de la naturaleza humana, así como adhiero a la propuesta freudiana de un encadenamiento conceptual de estas nociones. A ellas se suman las de sadismo y masoquismo, el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo, todas las cuales subrogan la pulsión tanática. 6. Para analizar lo concerniente a las objeciones a la teoría de la pulsión tanática en la obra de Freud que se basan en las experiencias y probables vivencias de este cuando dicha teoría fuera creada, convendrá que tengamos presente lo que en sociología de la ciencia se conoce como «el contexto del descubrimiento». Este se refiere a las circunstancias personales que rodean al autor de una teoría en el momento en que la misma es concebida. No hay duda de que los diversos sucesos autobiográficos pueden influir decisivamente en la plasmación de una teoría (intervienen siempre, en mayor o menor grado, como no podría ser de otro modo), pero lo fundamental es que estos, por sí mismos, ni la invalidan ni la convalidan; que solo forman parte de... el contexto del descubrimiento, y que la teoría de que se trate habrá de ser evaluada por separado; solo entonces se concluirá si resulta o no válida para la comunidad científica. Es obvio que en esta creación se halla en juego la subjetividad del investigador y que puede haber especiales situaciones y motivaciones en el momento de la construcción de la teoría en cuestión, que incidan, por ejemplo, distorsionando sus apreciaciones, hipertrofiando sus ideas, o bien que operen como obstáculos en la elaboración, creando puntos ciegos –represiones, desmentidas– que le impidan detectar algo, mas también pueden funcionar como un estímulo para su génesis, que permita a su autor conectar hechos e ideas que habrían de desembocar en un «¡eureka!»; pero el problema epistemológico de su validez, reiteremos, no pasa por allí. Lamentablemente, la pretensión de anular el valor de una hipótesis con argumentos basados en los antecedentes que forman parte de la historia del autor no es un hecho infrecuente. Se han publicado libros, de reciente aparición, dedicados por entero a intentar invalidar la obra de Freud mediante estos recursos, apelando a la influencia que pudieron haber ejercido en cada caso sus conflictos psíquicos o sus duelos. Insistiré en un punto: las diversas situaciones externas e internas por las que atraviesa un creador operan en él a menudo como disparadoras de ideas. Puede tratarse de acontecimientos importantes, dramáticos (como los de la Gran Guerra, por ejemplo) o incluso fútiles y fortuitos. A propósito de esto último: nunca sabremos fehacientemente si a Newton le cayó o no una manzana sobre su cabeza. Aceptemos que así fuera, y que ello le sirvió para deducir y postular la ley de gravitación universal. Naturalmente, fueron los conocimientos previos de Newton sobre la materia, sumados a su ingenio, los que le permitirían sacar partido de esa contingencia, cuando otros en su lugar solamente hubieran cosechado un soberano chichón... Otro ejemplo: fue al morir su padre, en 1897, que Freud descubrió a través de su autoanálisis la sexualidad infantil y el complejo de Edipo, descubrimiento trascendental y de un alcance universal, más allá de que refleje un acontecimiento –la muerte del padre, que él consideró por entonces como el más dramático en la vida de un hombre– inherente al propio Freud, que sin duda lo conmovió y movilizó profundamente. Estos hallazgos en torno al Edipo, obvio es decirlo, no pueden ser considerados solo como un problema personal de Freud, tomados por ello como meras proyecciones suyas en los demás y a continuación descalificados; sería absurdo, aunque algunos intentan hacerlo.28 A los hombres se nos muere nuestro padre; pero solo uno de nosotros, mientras atravesaba por este trance, fue capaz, autoanálisis mediante, de descubrir las tendencias parricidas inconscientes que anidan en todo hijo, comenzando por él mismo, claro está, pero a las que a partir de múltiples evidencias registradas dentro y fuera de la práctica psicoanalítica y acumuladas a lo largo de los años cabe atribuirles un carácter universal, por más que mentalidades refractarias y mediocres pretendan hasta el día de hoy hacer creer a la gente que todo esto es mero producto de la imaginación de un neurótico y en todo caso solo válido para explicar su propia conflictiva... Las resistencias al psicoanálisis son poderosas y persistentes, ya nos lo advirtió Freud en varias ocasiones. En aras de la búsqueda de la verdad en la ciencia, y para brindar asidero a sus hipótesis, al exponerlas en sus textos Freud no tuvo reparos, en numerosas situaciones, en recurrir a sus propios sueños y sentimientos –de cuyo análisis había extraído novedosas e importantes deducciones– pese a lo embarazoso de la situación y a las complicaciones que tal indiscreción para con sus propias cuestiones personales pudieran acarrearle; así lo atestiguan, por ejemplo, muchos pasajes de La interpretación de los sueños, una de sus obras fundamentales. Constituye una enorme torpeza pretender anular la validez de tales hipótesis ante la procedencia del material del que se valió el creador del psicoanálisis (que, como se sabe, también apeló abundantemente al de otros soñantes, sus pacientes). Y hasta podríamos admitir que, de no darse ciertas vicisitudes, quizás en ocasiones una teoría no habría llegado a nacer en la mente de su creador; pero nada más. Al fin y al cabo, una cuestión de series complementarias... En suma: la teoría debe primero ser estudiada y evaluada, y a continuación defendida y aceptada o cuestionada y rechazada, con independencia de sus orígenes. Respecto del surgimiento de la teoría de la pulsión de muerte en particular: no es difícil acordar que el tema de la muerte preocuparía por entonces seguramente mucho a Freud, por las variadas razones ya mencionadas. ¿Y qué? ¿Ello por sí mismo es suficiente para volver incorrecta, inverosímil o pesimista su teoría de las pulsiones? Lo veremos. Ciertamente, acontecimientos tan horrorosos y trágicos como los de la Gran Guerra, por ejemplo, lo llevarían a reflexionar acerca de la proverbial destructividad de los seres humanos; seguramente también le provocaría un dolor enorme el fallecimiento de una hija (¿qué padre que ame a sus hijos puede estar preparado para una tal pérdida?), sumándose este duelo a los factores que lo condujeron a continuar pensando sobre el tema; pero, obviamente, la muerte es un asunto que nos atañe a todos, que acecha en todas partes y en todo momento, más allá de que en determinadas circunstancias experimentemos su amenaza con mayor intensidad. Es erróneo y de baja calaña E. BRAIER 19 querer descalificar esta teoría freudiana arguyendo, por ejemplo, que se debe a la impresión que le produjo la muerte de Sofía. Lo que importa es que este y otros sucesos fueron procesados de un modo determinado por Freud y de resulta de ello nos legó una teoría que hasta hoy seguimos discutiendo acerca de cómo y cuánto puede servirnos para comprender el funcionamiento del psiquismo, el devenir de la vida misma y acaso el inexorable desenlace de la muerte. Ahora bien, no es menos cierto que nada nos impide interesarnos por conocer el contexto del descubrimiento. Es en cierto modo inevitable, además, que a renglón seguido ello pueda llevarnos a conjeturar o atar cabos en cuanto a la proveniencia del interés del autor por el tema, qué influencias o estímulos recibió, etc., suposiciones que pudieran explicarnos algo más acerca de algunas de las fuentes de las que procederían sus propuestas (acertadas o desacertadas, según nuestro particular juicio), en qué medidas tales influencias pudieron haber intervenido iluminando u oscureciendo su campo de observación y sus elucubraciones, etc. Pero, insisto, la opinión sobre la teoría emergente se hallará siempre por delante y por encima de todas las apreciaciones o conjeturas que pudieran derivar de estas averiguaciones. Antes de abandonar esta cuestión aportaré todavía algunas observaciones personales para ilustrar este criterio que procuro explicar: siguiendo con el ejemplo del descubrimiento del Edipo y las pulsiones agresivas en juego (y esto que propondré a continuación también se puede pensar; sin duda tenemos derecho a hacerlo), tal vez en Edipo Rey Freud solo vio el parricidio, esto es, los deseos parricidas del hijo o hija en el conflicto edípico, mientras que la propia y acaso exacerbada culpa edípica de Freud ante la muerte de su progenitor le impediría quizá reconocer y revisar las pulsiones filicidas de Layo, que intentó matar a su hijo en dos ocasiones, al nacer este y más tarde en la encrucijada de los caminos, cuestión que eventualmente Freud hubiera podido incluir en sus teorizaciones, pero no lo hizo. De hecho Freud propugnaba que el crimen más antiguo de la humanidad debía de ser un parricidio (Freud, 1913 [1912-13]; 1915). En estrecha relación con esto, también le costaría a Freud admitir sin tantas vacilaciones o reservas los efectos deletéreos de las conductas agresivas, abusivas y crueles –en suma, filicidas– de los progenitores sobre los hijos, deficiencia que en la historia del movimiento psicoanalítico comenzó a ser enmendada por Ferenczi con sus escritos y sobre 20 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 la que volveré después. Quienes nos interesemos en estudiar a fondo la obra y la vida del creador del psicoanálisis no podemos dejar de preguntarnos cuánto pudieron haber incidido en estas –a mi juicio– más que probables limitaciones y omisiones teóricas, su ya mencionado sentimiento de culpa por sus fantasías parricidas o una idealización de la figura de su madre, amantísima con él, y de quien era su hijo favorito. ¿Lo llevaría esto último a colegir además –erróneamente a mi entender, ya que la clínica lo desmiente con demasiada frecuencia– que el único vínculo carente de ambivalencia es el de la madre con su hijo? De modo que en lo que a mi persona respecta y gracias a Freud y a su descubrimiento, como psicoanalista reconozco la existencia y la importancia decisiva del complejo de Edipo, tengo incorporada –¡faltaría más!– esta teoría en mi marco referencial, pero también pese a Freud, que a mi entender no las vio, no pudo verlas, acepto la presencia de pulsiones filicidas en los progenitores, conocimiento que en cambio debo sobre todo a A. Rascovsky, para quien el primer crimen fue el filicidio (Rascovsky, 1986; 2000; A. y M. Rascovsky, 1967). Por muy genio que fuera, Freud tropezaría con sus propias limitaciones –con sus propias resistencias, podríamos decir– y mal deberíamos reclamarle a él o a individuo alguno que lo descubra todo... 29 7. Por último, contemplo la objeción biológica antes mencionada, si bien, aunque, como antes dije, este no sea mi terreno específico desde el que pueda sentirme autorizado a opinar, he de consignar que para algunos autores como Hoffman (2004) la apoptosis (muerte celular programada; una suerte de suicidio celular) otorgaría una base biológica a la teoría freudiana de la pulsión de muerte; pero también esto es muy discutible y origina distintas lecturas del fenómeno, que no podremos abarcar en esta oportunidad. Algunas consideraciones personales sobre la teoría de la pulsión de muerte y la agresividad 1. A mi entender, Freud no señaló suficientemente los efectos destructivos de la conducta del objeto real sobre el sujeto,30 lo que sí ha sido desarrollado por Ferenczi (1929;1932) y desde este en adelante por figuras como Balint, Winnicott, Bion, A. Rascovsky y otros. Si aceptamos que la madre es capaz de libidinizar y fundar zonas erógenas en su vástago, dándole así el ser psíquico (Freud, 1933 [1932]), también debemos admitir que pueda, al igual que el padre, claro está, descargar en él sus pulsiones agresivas. Es que, de acuerdo con la última teoría de las pulsiones de Freud, el objeto –en este caso el niño– lo es ya no solo libidinal sino que también será objeto de la pulsión destructiva. De modo que nada impide pensar que desde el objeto real en función materna (o paterna) pueda haber una descarga de las pulsiones destructivas sobre el hijo (más o menos mezcladas con las libidinales), como acontece con el sadismo filicida y paidofílico del que nos habla A. Rascovsky, y que entre otras consecuencias puedan dar lugar a lo que, de acuerdo con Hugo Mayer (1982), cabría denominar identificaciones primarias tanáticas (Braier, 2009); estas serían identificaciones pasivas (por ejemplo, ser identificado con... lo desechable, un feto a ser abortado, una rata, etc.), a la manera que describe P. Aulagnier (1980), capaces de producir diferentes efectos deletéreos y aun mortíferos en los vástagos, al incidir en la forjación de un destino de enfermedades psíquicas o somáticas, sufrimientos varios, fracasos, ruinas y suicidio. Pueden incluso generarse a partir de etapas primitivas y por tanto fundantes del psiquismo, formando parte de lo que bien puede ser denominada la patología del desamparo, que abarca una amplia franja de las patologías actuales; en estos casos, además y ante todo, falta o falla el sostén interior de la identificación primaria con el objeto materno. Todo esto se halla en plena sintonía con lo que postulaba Ferenczi. Y no es ocioso señalar que el húngaro se basaba en la teoría freudiana de las pulsiones de vida y muerte... El título de unos de sus trabajos habla por sí mismo: El niño mal recibido y su impulso de muerte. Ayudar a construir un yo; intentar la desidentificación respecto de las identificaciones –yoicas y superyoicas– patógenas (Braier, 1989) y propender a una reestructuración identificatoria (Braier, 1990), he aquí una de las formas de concebir una metapsicología de la cura en estos pacientes severamente perturbados. 2. A la vez y por el contrario, Freud se va al extremo opuesto cuando, al considerar al superyó en ocasiones como reservorio principal de la pulsión de muerte (Freud, 1923; 1940 [1938]), en el que esta habría de atrincherarse, parece a la vez olvidar la función protectora que reconoció en esta instancia psíquica en trabajos como «El humor» y otros (Freud, 1923; 1926 [1925]; 1927). Respaldo la idea —asimismo freudiana, como queda dicho, y por contradictorio que resulte— de la existencia de aspectos protectores del superyó, que he intentado fundamentar en un anterior trabajo (Braier, 2005a), lo que supone la presencia de Eros. Esto implica un sujeto que ha internalizado las funciones de sostén y cuidado ejercidas por las figuras parentales o subrogados de los mismos, que cuenta por ende con un superyó capaz de tratar benévolamente al yo, componentes faltantes en patologías graves como la melancolía, ciertas neurosis y caracteropatías obsesivas y trastornos narcisistas psicóticos y no psicóticos. Precisamente solo en cuadros incoercibles de melancolía o de similar gravedad, con riesgos inminentes de suicidio, es cuando a mi juicio resulta dable pensar en un superyó, como en su momento dijo Freud (1923), cual «puro cultivo de pulsión de muerte», en los que desde la observación clínica no se atisba función protectora alguna y el sujeto se encuentra a merced de un superyó extremadamente sádico que lo fustiga constantemente y lo condena al desamparo. Es que hemos de tener presente que el propio Freud decía además que en el ser vivo no era concebible la pulsión tanática en estado puro, y que había que suponerla siempre mezclada en diferentes proporciones con la pulsión de vida. La relación entre superyó y pulsión de muerte merece sin duda un estudio aparte. El lector interesado encontrará un desarrollo más exhaustivo de mi pensamiento sobre el tema en trabajos anteriores (Braier, 2004; 2005; 2005a). Reflexiones finales Acerca de la cuestión epistemológica suscitada por la teoría freudiana de la pulsión de muerte, puedo decir que: Hemos de procurar distinguir siempre el nivel conceptual-metapsicológico del puramente descriptivo-empírico. Desde el primero, que es en el que fundamentalmente cabe situar el concepto que nos ocupa, se trata de una interpretación de los fenómenos, cuya validez no podrá demostrarse fehacientemente por la experiencia y, por tanto, de algo siempre pasible de ser objeto de polémica. Vengo recorriendo un derrotero similar al del propio Freud, en cuanto a que su hipótesis acerca de la pulsión de muerte, de tímidamente especulativa en mi propia implementación de las propuestas freudianas y aun reconociendo que en el edificio teórico del padre del psicoanálisis no llegó a los niveles de aceptación de otros conceptos fundamentales (como es el caso del inconsciente, la sexualidad infantil, el Edipo, la represión, la transferencia, etc.), ha ido transformándose progresivamente en un referente teórico de primera línea dentro de, como diría Laplanche, mi propia E. BRAIER 21 «metapsicología de bolsillo», que es aquella con la que cuenta todo psicoanalista que se precie de tal. Esta hipótesis se sitúa como un telón de fondo a los fines de mi comprensión de los fenómenos de la clínica psicoanalítica y de la conducta humana en general. Finalmente, no sé si tiene algún valor lo que a continuación voy a expresar, pero en suma quiero decir que experiencias tanto clínicas como personales a lo largo de los años me llevan a pensar, cada vez más, que resulta razonable concebir el comportamiento humano regido por una dialéctica emplazada en un dualismo primordial constituido por Vida/Muerte, al que remitirían, según mi criterio, los dualismos amor/odio (Freud, 1920; 1923), constructividad/destructividad y el bien/el mal. Eduardo Braier C/ Salvador Espriu, 69 /1, 6º 2ª 08005 Barcelona 93 221 30 94 [email protected] Bibliografía ARENSBURG, B. (2008). Entrevista a Bernardo Arensburg por Manuel Esbert. Citada en F. García-Castrillón Armengou. La pulsión de muerte. Historia de una controv ersia. Madrid: Editorial Psimática, 2010. AULAGNIER, P. (1980). Los destinos del placer. Barcelona: Petrel, 1980. BARANGER, W. (1971). Comentarios y contribuciones al trabajo de Á. Garma «En los dominios del instinto de muerte». 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Santiago de Compostela, 22 de octubre de 2010. 2. A los fines de abreviar, en esta exposición nos centraremos en la pulsión de muerte, aunque se sobreentiende que el análisis de todo fenómeno implica tener en cuenta, junto a dicha pulsión, la presencia simultánea de la pulsión de vida, así como los procesos de mezcla/desmezcla de ambas pulsiones. 3. Aquí uno no puede menos que recordar el uso popular de la palabra ligar en España, en tanto significa lograr una conquista sexual. 4. Se trata de algo similar a lo que sucede, como también veremos luego, con la agresividad y la destructividad, habiendo quienes las desafilian, incluso con gran facilidad, de la teoría de la pulsión de muerte, concibiéndolas como debidas a otras causas. 5. Ya en su obra de 1920 Freud había reconocido que los sueños de las neurosis traumáticas constituyen una excepción a su tesis de que el sueño es un cumplimiento de deseos, al igual que —dice allí, sorprendentemente— «los sueños que se presentan en los psicoanálisis». Y hasta llegará a preguntarse, poco más adelante: «¿No son posibles aun fuera del análisis sueños de esta índole, que en interés de la ligazón psíquica de impresiones traumáticas obedecen a la compulsión de repetición? Ha de responderse enteramente por la afirmativa». Existe aquí quizás ya una cierta aceptación en Freud de la herida narcisista que le debió haber significado cuestionarse su tesis, que tanto valoraba, acerca de la interpretación de los sueños, por la que estos serían E. BRAIER 23 invariablemente un cumplimiento de deseos. 6. En Más allá... Freud menciona las construcciones como al pasar. Se ocupará especialmente de ellas en el trabajo de 1937, consagrado a este tema. 7. La idea de la existencia de un masoquismo primario ya había sido enunciada por Freud en su trabajo de 1920. 8. Freud cita a Spielrein en su texto de 1920. 9.Véanse especialmente: Tótem y tabú, la referencia a dicha ambivalencia en el marco de lo social en «De guerra y muerte», así como las descripciones sobre transferencia positiva y negativa, los casos de Juanito y del «hombre de las ratas», etc.) 10. Del mismo modo, a partir de 1920 el odio será considerado una expresión de la pulsión de muerte y el amor lo será de la pulsión de vida (Freud, 1923; 1926 [1925]). 11. Este instrumento, al decir de Freud, verá aumentada su fuerza y será a la vez sustituido por el uso de las armas (Freud y Einstein, 1933a [1932]). 12. Esto sería así de acuerdo con mi interpretación del texto freudiano y en cuanto a cómo entiendo la propuesta de Freud (véase, por ejemplo, Freud, 1940 [1938]). Habrá quienes digan que lo que en verdad se exterioriza en estos casos son los eventuales derivados de la pulsión de muerte, vale decir los impulsos destructivos y no esta en sí misma, que continuaría siendo silenciosa y no cognoscible o no detectable, al igual que el inconsciente (cuando no meramente hipotética, claro está). Hay que recordar en este punto que el propio Freud calificó a la pulsión de destrucción como un subrogado de la pulsión de muerte (Freud, 1923; 1930 [1929]), a su vez «[…] tan difícil de asir» (Freud, 1923), aunque también, después de decirnos que es muda, nos aclaraba: «[…] solo comparece ante nosotros cuando es vuelta hacia fuera como pulsión de destrucción». En síntesis, el matiz diferencial entre pulsión de muerte y pulsión de destrucción, de existir, no está, en mi lectura, del todo definido dentro de la obra freudiana. 13. Dicho esto más allá de que se puedan establecer claras diferencias entre ambas posturas, como la mayor convicción y en definitiva la radicalidad con que adoptó Klein la última teoría pulsional freudiana, su idea de que el sadismo sería solo destructividad, un instinto innato y separado de la libido, y el emplear sin vacilación alguna el concepto de instinto de muerte en el campo de la clínica psicoanalítica y en su relación con la destructividad hacia el objeto casi en el nivel de un referente clínico, es decir no solo metapsicológico. En la discutible concepción kleiniana de la pulsión de muerte cabe, sin embargo, a mi juicio, reconocer la gran riqueza del aporte a la comprensión del papel de la agresividad humana, aunque a veces dicho aporte haya ido en detrimento de la apreciación de los componentes libidinales, al tiempo que no habría contemplado suficientemente la agresión proveniente de los objetos de la realidad exterior hacia el sujeto. A lo largo de la obra de Klein, el instinto de muerte ha estado representado en un comienzo por el sadismo y finalmente por la envidia. Mención especial merece el aporte kleiniano acerca de esta última, que prácticamente carece de precedentes en las teorías freudianas. Klein nos ha permitido mensurar la alta destructividad de la envidia entre los afectos 24 INTERCANVIS 28 · JUNY 2012 humanos, a raíz de las defensas que el yo esgrime frente a ella y que se acompañan del ataque envidioso. Por consiguiente, el análisis profundo de la envidia en todo proceso psicoanalítico posee en mi criterio una importancia fundamental. 14. Pocos años después Einstein, aunque ajeno a la disciplina del psicoanálisis, en su correspondencia con Freud (Freud y Einstein, 1933a [1932]) y al preguntarse acerca del porqué de la guerra, se responderá a sí mismo: «Solo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción». En la misma carta empleará además la denominación freudiana de pulsión agresiva. 15. Me he referido a este tema en un artículo expresamente dedicado él (Braier, 2006). 16. En mi criterio, este enfoque puede además proporcionarnos unas claves para comprender la trama inconsciente de algunas obras literarias surgidas en las décadas de 1910 y de 1920, como las hasta entonces casi desconocidas La condena y El proceso, de Franz Kafka, habida cuenta de la afición de Freud por la interpretación psicoanalítica de las obras literarias. El relato de La condena, por ejemplo, resulta a mi entender una típica muestra de los que fracasan al triunfar. 17. Encontraremos además un encadenamiento teórico generacional (probablemente influido a su vez por la continuidad en los divanes psicoanalíticos), en la exploración de T. Reik sobre el masoquismo (Reik, 1941), quien se analizó un tiempo con Freud, exploración seguida de la de Á. Garma, analizado a su vez por Reik. Garma registra notables desarrollos en torno del que llamaba instinto de muerte y en particular del masoquismo (Garma, 1971) y de la conflictiva superyó sádico-yo masoquista, presente esta última sobre todo en su obra Sadismo y masoquismo en la conducta humana, en la que ya en los años 40 analizará las guerras, los suicidios, los estados melancólicos y las neurosis obsesivas, entre otros temas; posteriormente y junto a su mujer, Elisabeth, nos brindará un agudo estudio del superyó engañador y tanático del maníaco y de la «alegría masoquista del yo por el triunfo, mediante engaños, del superyó» (Garma, Á. y Elisabeth G. de Garma, 1966); esto supone un superyó tan cargado de pulsión de muerte en la manía como en la melancolía, aunque ello, cabe aclararlo, representa una postura que se opone a la posición freudiana acerca del superyó en la manía. La transmisión de todas estas enseñanzas ha llegado también hasta mí como un valioso legado teórico, recibido desde mi lugar de agradecido discípulo de Garma en algunos de sus seminarios, y también en parte a través del diván de Elisabeth (a la que en Argentina hemos conocido siempre como Betty). ¿Fidelidades de diván? En esta genealogía psicoanalítica no se podrían descartar, aunque prefiero pensar que la transmisión transgeneracional de los conceptos ha operado sobre todo ejerciendo en los miembros de esta cadena un efecto estimulante y, a la larga, fructífero para la investigación profunda de un tema tan trascendente como es el del masoquismo. En definitiva, asistimos a desarrollos de modelos teóricos de Freud asociados a su hipótesis de las pulsiones de vida y muerte, que demuestran, una vez más, la formidable potencia teórica de que gozó y sigue gozando la obra del padre del psicoanálisis. 18. B. Rosenberg (1991) ha estudiado en profundidad esta intrincación pulsional en el masoquismo, al que alude, parafraseando a Freud, como «guardián de la vida», precisamente por la intervención de las pulsiones libidinales. 19. Los psicoanalistas agrupados en torno a la psicología del yo, por ejemplo, salvo pocas excepciones, rechazan de plano la noción de pulsión de muerte. 20. Además del peligro de rotular sin más las manifestaciones patológicas de los pacientes a partir del concepto de pulsión de muerte («lo que ocurre es que este paciente tiene un alto monto de pulsión de muerte, etc.»), pretendiendo así explicarnos lo que le pasa y con ello dejar zanjada la cuestión, se corre un riesgo similar con conceptos conexos, igualmente abstractos y con alto grado de síntesis, como es el caso del masoquismo («esto le pasa porque es muy masoquista», etc.). Pero ello no tiene por qué suceder por el solo hecho de que se empleen estos conceptos, ya que, además, podemos seguir buscando explicaciones. «Este paciente tiene marcadas tendencias masoquistas, pero... ¿Y qué? ¿Qué más? ¿Por qué y para qué es masoquista? ¿De dónde le viene?» Son preguntas que debemos hacernos siempre. Vaya un sencillo ejemplo: Julio arrastra una caracteropatía obsesiva de larga data. Es un hombre joven aún, pero se siente viejo. Tiene algunos kilos de más y acusa ciertas molestias musculares debidas a problemas menores, todo lo cual aumenta sus sensaciones displacenteras, hasta el extremo de verse a sí mismo como un anciano inválido. Tales vivencias responden sin duda a su estructura masoquista (sadomasoquista, para ser más exactos). Pero, me pregunto: ¿por qué se sentirá así? ¿De dónde le viene? A lo largo de la labor analítica encuentro que interviene una identificación con el padre anciano y obeso (identificación que a su vez nos crea nuevos interrogantes, pero entrar en detalles ahora sobre este punto nos llevaría demasiado lejos). Y... ¿para qué ha de sentirse así? Acaso para evitar lo que en su fantasía podría ser un mal mayor, dado su sentimiento de culpa inconsciente, provocado por superar en determinados aspectos a su anciano padre; como consecuencia de ello ha de sufrir, en su necesidad de castigo, desde una posición masoquista que se ve alimentada por el sentimiento de culpa, el que a su vez responde a su rivalidad edípica con su progenitor y los consiguientes deseos parricidas, todo lo cual deberá ser objeto del trabajo analítico. Y habrá seguramente mucho más por descubrir detrás del masoquismo de su yo y el sadismo de su superyó, a través de los cuales se expresarían en el paciente sus pulsiones autodestructivas. 21. La llamada Gran Guerra fue la más devastadora de la historia tras la Segunda Guerra Mundial. A poco de iniciarse aquella, Freud dejó testimonio de sus graves reflexiones en torno a esta tragedia en el ya citado artículo «De guerra y muerte. Temas de actualidad» (1915); también habrá de mencionarla años más tarde en El malestar en la cultura. Como era de prever, los terribles sucesos de la Segunda Guerra Mundial darían lugar a nuevas observaciones en torno a la agresividad humana por parte de diversos psicoanalistas. 22. Hay que tener en cuenta que Freud (1920) reconoció claramente la posibilidad de que con el tiempo los avances en biología echen por tierra estas especulaciones suyas. Así llegó a decir: «La biología es verdaderamente un reino de posibilidades ilimitadas; tenemos que esperar de ella los esclarecimientos más sorprendentes y no podemos columbrar las respuestas que decenios más adelante dará a los interrogantes que le planteamos. Quizá la dé tales que derrumben todo nuestro artificial edificio de hipótesis». 23. Se refiere a la pulsión de destrucción. 24. Ni qué decir de cuando se trata de patologías en las que la heteroagresividad juega un papel decisivo, tales como las psicopatías, la criminalidad, ciertas perversiones sexuales, etcétera. 25. ¿Cómo conciliar, por ejemplo, la tendencia tanática a la reducción a cero de las tensiones con la búsqueda masoquista de placer en el displacer, que supondría un aumento de la tensión?26. En alusión al trabajo de Freud «El interés por el psicoanálisis» (Freud, 1913a. Traducido por López Ballesteros en la edición de Biblioteca Nueva como «El múltiple interés de la psicoanálisis»). 27. Poco más adelante me referiré a un tipo particular de identificaciones, las identificaciones primarias tanáticas (Braier, 2009), que precisamente se producirían como consecuencia de las cargas pulsionales tanáticas provenientes de las figuras parentales sobre el niño. 28. El ensayo del francés Michel Onfray, Freud. El crepúsculo de un ídolo (Taurus), que ha provocado mucho ruido en su país, es el más reciente de estos aviesos intentos. 29. Más ejemplos: como muchos, disiento con algunas hipótesis de Freud acerca de la sexualidad femenina. Y también como tantos otros, estimo que los cambios sociales y de la moral sexual han puesto abiertamente en entredicho tales hipótesis. Paralelamente, después de haberlas revisado y de adoptar una posición discrepante, he llegado a relacionar su teoría falocéntrica con los preceptos (más bien cabría hablar de prejuicios), en lo que a las mujeres se refiere, propios de la época en la que le tocó vivir, y de los que quizás tampoco él pudo escapar. 30. Como ha sido dicho anteriormente, similar crítica le cabría a Klein. E. BRAIER 25