El múltiple interés de la hipótesis acerca de la pulsión de muerte1

Transcripción

El múltiple interés de la hipótesis acerca de la pulsión de muerte1
El múltiple interés de la hipótesis acerca de
la pulsión de muerte1
Eduardo Braier
«La acción conjugada y contraria de Eros
y pulsión de muerte nos da, a nuestro juicio,
el cuadro de la vida.».
S. Freud, Presentación autobiográfica (1925 [1924]).
«Puesto que la hipótesis de esa pulsión descansa
esencialmente en razones teóricas, es preciso admitir
que no se encuentra del todo a salvo de objeciones
teóricas. Pero es así como nos aparece en este
momento, dado el estado actual de nuestras
intelecciones; la investigación y reflexión futuras
aportarán, a no dudarlo, la claridad decisiva.».
S. Freud, El malestar en la cultura (1930 [1929]).
Resumen
Se efectúa una revisión de la última teoría
pulsional freudiana, diferenciando sus dos
versiones de la pulsión de muerte, esto es,como
compulsión de repetición (Freud,1920) y la
traducida en pulsiones agresivas o destructivas
(Freud, 1923). Se trata de dos descripciones
diferentes, conectadas entre sí pero no iguales:
una que pone el acento en el carácter reductor
de las tensiones, atribuible a dicha pulsión,
con tendencia al cero (versión cara al
psicoanálisis francés contemporáneo), y la
otra que confiere importancia central a la
agresividad/destructividad, con el masoquismo
primario como punto central y de partida.
Se comentan algunas de las aplicaciones
de esta teoría en la comprensión de diversos
fenómenos de la clínica psicoanalítica
y de la conducta humana en general.
A renglón seguido, se examinan ciertas
controversias que sobre el particular se registran
entre los psicoanalistas, explicitando e intentando
el autor fundamentar su propia posición, para
finalmente describir algunas propuestas
personales, entre las que destaca la teoría
de las identificaciones primarias tanáticas y
el rescate de la función protectora del
superyó.
A más de 90 años de que Freud diera a conocer
su definitiva teoría de las pulsiones, la hipótesis de
la existencia de una pulsión de muerte sigue, como
en los comienzos, suscitando una intensa polémica y
abundantes críticas. Para quienes adhieren a esta
teoría, esta constituye un paradigma en torno del
funcionamiento del aparato psíquico y asume una
importancia decisiva a poco que se tenga en cuenta,
entre otras cosas, que la posición que al respecto
adopte finalmente cada analista puede repercutir de
un modo considerable en su visión de la
problemática del paciente y por consiguiente en su
quehacer terapéutico.
En relación con ello, es innegable que, como
apunta W. Baranger (1971), la visión de Freud en lo
que respecta a la clínica y la técnica psicoanalíticas,
a partir de haber propuesto su teoría de la pulsión de
muerte ha estado palmariamente bajo la égida de
dicha teoría.
Comenzaré efectuando una revisión de la última
teoría pulsional freudiana, comentando algunas de
sus aplicaciones en la comprensión de diversos
fenómenos de la clínica psicoanalítica y de la
conducta humana en general; a continuación
analizaré ciertas controversias que se registran,
explicitando e intentando además fundamentar mi
propia posición sobre el particular. En la parte final
describiré sucintamente algunas propuestas
personales sobre el tema y esbozaré unas reflexiones
finales.
La última teoría freudiana de las pulsiones:
el giro de 1920
En esa genial y a ratos desconcertante obra
que es Más allá del principio de placer, publicada
en 1920, la existencia de una pulsión de muerte en
el ser humano, considerada por entonces por el
inventor del psicoanálisis como una teoría
especulativa, se basaba sin embargo
mayoritariamente en sucesos extraídos del campo
de la clínica psicoanalítica. Así, tanto los sueños de
los sujetos que padecían neurosis traumáticas (en
especial neurosis de guerra) como determinados
fenómenos transferenciales y las llamadas neurosis
de destino, junto al juego de los niños, fueron los
E. BRAIER
7
fenómenos que llevaron a Freud a esgrimir la
hipótesis de que había una compulsión de repetición
que se hallaba «más allá del principio de placer».
Esta sería tributaria de una pulsión de muerte, la
cual tendería a conducir la energía pulsional a cero y
de este modo al sujeto a un retorno desde lo
orgánico al estado inorgánico, que podría confluir
en la muerte misma, tanto psíquica como física. (En
escritos posteriores nuestro autor volvería varias
veces sobre ello, como por ejemplo, véase Freud,
1924; 1930 [1929] y 1940 [1938].)
Todo esto implicaba un giro decisivo en las
teorizaciones de Freud; rompía sus propios
esquemas, tan laboriosamente pergeñados hasta ese
momento, dado que la repetición descripta en 1914
en su notable artículo «Recordar, repetir y
reelaborar» respondía al imperio del principio de
placer, el que, según sus hipótesis, había regido
hasta entonces el funcionamiento psíquico general.
Como es sabido, en la teoría freudiana la pulsión
tanática (o simplemente Tánatos) se antepone a la
pulsión de vida (Eros). Esta última a su vez queda
integrada por las pulsiones sexuales más las
pulsiones de autoconservación (Freud, 1920; 1923;
1933 [1932]; 1940 [1938]), y tiende a «[...]
conservar la sustancia viva y reunirla en unidades
cada vez mayores» (Freud, 1930 [1929]). La
analogía con fenómenos orgánicos como el
metabolismo, con sus fases de anabolismo y
catabolismo, se impone con facilidad (Freud, 1923
[1922]).
La nueva propuesta implica, pues, un
reordenamiento de las pulsiones con relación a
postulados freudianos anteriores a 1920,
manteniendo siempre una concepción dualista.2
Pero volvamos al modelo de la repetición: la de
1914 significaba además el retorno de lo reprimido
y obedecía a la búsqueda de realización de un deseo
insatisfecho, por tanto de una situación placentera.
Ahora, en cambio, Freud descubría que en
determinadas circunstancias lo que se tendía a
repetir eran situaciones que no habrían sido
necesariamente placenteras, o que aún podrían
haber resultado francamente displacenteras. De allí
coligió que en el funcionamiento del aparato
psíquico había un estado más primitivo u originario
que el del establecimiento del principio de placer, un
«más allá» que persistía y que en determinadas
ocasiones podía predominar sobre dicho principio,
como un proceso psíquico independiente de este,
aunque sin contradecirlo.
Lo que se repetiría en estos casos sería una
situación de naturaleza traumática, consistente en un
trauma infantil, por lo general no evocable, aunque
8
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
susceptible de reproducirse; una verdadera herida
narcisista, relacionada a menudo con el
desvalimiento (Hilflosigkeit), tal como sería
expuesto más adelante (Freud, 1939 [1934-38]).
Esto entronca con la hipótesis de la inscripción
en el psiquismo de experiencias displacenteras con
carácter de huellas sensoriales. «Vivencias del
tiempo primordial», les llamó Freud (1920); son las
«huellas mnémicas ingobernables», en la
denominación de Marucco (1999), que alude a la
particularidad de que no puedan ligarse con el
proceso secundario.
En definitiva, se trataría de registros que no
habrían alcanzado el estatus de representación de
cosa y que por ende carecerían de representabilidad
y no podrían incorporarse a la red asociativa,
permaneciendo no ligados y al margen de la misma,
tal como Freud lo describirá con mayor detalle años
más tarde, en Moisés y la religión monoteísta
(Freud, 1939 [1934-38]).
Es este, pues, el campo de lo irrepresentable,
minado de heridas narcisistas, aquellos traumas
psíquicos tempranos que no podrán ser recordados,
en tanto corresponden a experiencias preverbales.
El modelo freudiano de 1920 apunta nada
menos que a una comprensión profunda del
funcionamiento mental, con claros precedentes en
El proyecto de una psicología para neurólogos (en
lo que se refiere al principio de inercia, por ejemplo)
y en el capítulo 7 de La interpretación de los sueños,
donde Freud (1900a) explica la instalación del
circuito del deseo.
En Más allá... Freud se interroga acerca de la
función de la compulsión de repetición. En este
sentido, y desde una visión optimista, por así
llamarla, puede pensarse que la tal repetición «más
allá» —la expuesta en 1914 la situaríamos, como
dice Lutenberg (1993), «más acá» del principio de
placer— obedecería, siempre de acuerdo con Freud,
a la tentativa del aparato de instaurar el principio de
placer, procurando en cada repetición establecer la
ligadura faltante en la situación traumática y el
consiguiente ingreso de esta en el circuito de
simbolización; ligadura sería aquí sinónimo de vida,
por cuanto puede haber ligadura en lo intrapsíquico
como —en una extensión de la acepción del
concepto— en el afuera del sujeto, en sus relaciones
con los objetos, dando lugar a la posibilidad de
creación de nuevos seres;3 de este modo, la
compulsión de repetición conllevaría un intento de
control y superación de la situación traumática.
Pero la hipótesis de la existencia de una pulsión
de muerte para Freud se abre también paso porque,
como recuerdan Laplanche y Pontalis (1968) a
propósito de los fenómenos de repetición, estos
«difícilmente pueden reducirse a la búsqueda de una
satisfacción libidinal o a la simple tentativa de
dominar las experiencias displacenteras». Por ende,
cabe otra lectura, más pesimista si se quiere, que nos
habla de una repetición inexorable, de efectos
destructivos, a la que ya hacía mención Freud en Lo
ominoso, publicado un año antes de Más allá del
principio del placer. Es sobre todo esta quizá la
versión que alude a una pulsión tanática «muda» en
la teorización freudiana (Freud, 1923; 1930 [1929];
1940 [1938]), la que operaría silenciosamente como
una fuerza «demoníaca» en el interior del sujeto,
con tendencia a la desinvestidura y
descomplejización, tal como lo testimonia el propio
autor en su texto de 1920.
Nada nos impide, digo yo, pensar que puedan
existir diferentes alternativas, por las cuales en unas
circunstancias se daría una forma más bien
restitutiva de repetición (Bibring, 1943), mientras
que en otras, con mayor proporción de la pulsión de
muerte sobre Eros, predominaría la forma más
tanática, en el sentido de la tendencia al cero y al
reposo total.
A todo esto y de acuerdo con Freud (1915), la
falta de representación en el inconsciente de nuestra
propia muerte no sería un impedimento para
considerar la existencia, en el fondo del mismo
inconsciente (luego lo será propiamente en el ello,
reservorio de las pulsiones), de una pulsión de
muerte. Para Garma (1971), que sigue a Freud en
este punto, la existencia de una representación
psíquica constituiría, en cambio y en sí misma, un
acto de vida.
La descripción que hace Freud de la pulsión de
muerte en 1920 comporta además, junto a la
psicológica o metapsicológica, una vertiente
metabiológica y metafisiológica, al tiempo que
posee un carácter metafísico; y hasta llega a admitir
una perspectiva sociológica. La acepción biológica
del concepto en particular ha provocado numerosas
críticas, a alguna de las cuales haremos mención
más adelante.
Desde un punto de vista estrictamente
psicológico, que es por cierto el que aquí más ha de
interesarnos, convendría de antemano efectuar una
salvedad: por diversos motivos, no pocos autores, si
bien aceptan la existencia de una compulsión de
repetición «más allá...», la desvinculan de la de una
pulsión tanática.4
He aportado en otro lugar (Braier, 2009) un
desarrollo teórico, sobre el que no he de extenderme
aquí, dirigido a elucidar los mecanismos íntimos de
la compulsión de repetición; desarrollo que,
partiendo especialmente de la hipótesis de la génesis
traumática de los sueños de Ángel Garma (1940;
1962; 1970), hace extensiva dicha hipótesis al
funcionamiento general del aparato psíquico, que es
concebido desde un potencial traumático y no sólo
desde el deseo.5 Únicamente diré que parto de la
idea de que el funcionamiento del psiquismo supone
el interjuego de las pulsiones de vida y muerte
operando mezcladas, pero con posibilidades de
predominio alternado de una sobre otra, lo que se
correspondería con una repetición ora comandada
preponderantemente por el principio de placer
(deseo), ora por la generada desde un «más allá» de
este y tributaria de Tánatos (trauma). Veamos: la
compulsión de repetición se nos presenta en el texto
de 1920 con las características de una pulsión. En
este sentido, no ha de pasarnos desapercibida la raíz
etimológica del término compulsión y la comunidad
terminológica pulsión/compulsión. En la
compulsión, el yo padece el empuje de las pulsiones
sexuales y agresivas. Pero, ya desde la segunda
tópica, quiero personalmente destacar que la
compulsión de repetición, situada «más allá...», no
es solo éllica (es del ello que proceden las
pulsiones) sino tripartita: que es todo el aparato —
ello, yo y superyó— el que repite. Creo que si no lo
concebimos de este modo no podremos entender
adecuadamente las manifestaciones clínicas de
dicha repetición (Braier, 2009). Así, tal como años
más tarde lo señalará Freud (1939 [1934-38]),
defensas yoicas como la desmentida y la evitación
habrán de erigirse y reproducirse simultáneamente
con la movilización pulsional para que el sujeto ni
recuerde ni repita el trauma primitivo que ha sido
activado. Diría que de acuerdo con mi experiencia
se trata básicamente de defensas prerrepresivas,
entre las que, además de la desmentida, cabe citar la
transformación en lo contrario: la identificación con
el agresor (A. Freud, 1936) y la identificación
proyectiva (M. Klein, 1946), las cuales con
frecuencia conducen al sujeto a actuaciones de
carácter maníaco o psicopático, con los
consiguientes efectos deletéreos sobre los demás y
sobre sí mismo (Braier, 2009).
Una breve viñeta clínica podría ilustrar en parte
lo que señalo.
Se trata de un hombre joven con un trastorno
narcisista no psicótico. Las angustiantes dudas que
se le despiertan a propósito de la relación con una
mujer, acerca de si lo ama o no, reactivan en él el
trauma temprano del desamparo. Ello lo empuja a la
necesidad de correr a doscientos kilómetros por hora
conduciendo su automóvil sobre el asfalto mojado y
resbaladizo de una carretera, poniendo en peligro su
E. BRAIER
9
vida (y desentendiéndose así de esta realidad, lo que
conlleva la desmentida de su mortalidad), solo para
poder encontrarse cuanto antes con la muchacha y
asegurarse de que esta continúa enamorada de él
(para seguir desmintiendo de este modo el rechazo y
el abandono padecidos desde su niñez en su relación
con la figura materna) y una vez comprobado esto
emprender, más tranquilo, el regreso; poco después,
anulada momentáneamente la amenaza al precario
equilibrio narcisista, habrá de experimentar una
absoluta indiferencia respecto de la joven.
En la práctica psicoanalítica, las interpretaciones
del agieren en la transferencia, convertida esta en un
escenario privilegiado de la repetición de
situaciones displacenteras y las de los actings de los
analizandos, que en tanto puesta en acto confieren al
menos una representabilidad escénica a los traumas
tempranos, a lo que hemos de sumar las
construcciones,6 serán algunos de nuestros
principales recursos terapéuticos para descubrir y
además traducir en palabras estas historias
provenientes de etapas anteriores a la adquisición
del lenguaje (Braier, 2009), historias por ende sin
palabras y que el sujeto repetía hasta entonces
«demoníacamente», aspirando con nuestro proceder
a ligar la pulsión y propender a la elaboración
psíquica, que implica dejar de repetir (Freud, 1914).
No obstante, entiendo que la compulsión de
repetición, accionada por el trauma precoz
reactivado, posee una capacidad destructiva, dada
por un lado por la propia descarga pulsional a través
del acto o del cuerpo (alteraciones de la conducta y
manifestaciones psicosomáticas) y, por el otro, a
raíz de las defensas del yo, primitivas, exacerbadas
y repetitivas que al operar pueden ocasionar daños
al sujeto o a los demás (Braier, 2009). Y si no hay
otro (el analista) que ayude a ligar, historizar y
elaborar, se sufren las consecuencias de tan
demoníaca repetición, que representa «la resistencia
del ello», como le llamó Freud (1926 [1925]), y a la
que él tenía por una de las más refractarias. Quiero
dejar clara mi posición al respecto, a sabiendas de
que no son pocos los que en cambio ponen el acento
en los aspectos positivos de dicha repetición para el
psiquismo.
Desarrollos freudianos ulteriores de la teoría
pulsional
Pocos años después del giro teórico de 1920, en
el que la hipotética pulsión de muerte es
representada por la compulsión de repetición, se
sucederán en la obra freudiana fecundos desarrollos
acerca del sadismo y el masoquismo y su
10
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
vinculación directa con dicha pulsión, la postulación
de un masoquismo primario (Freud, 1924)7 y, muy
en especial, la propuesta subyacente a todo esto, de
que la pulsión de muerte se expresa a través de lo
que el creador del psicoanálisis llamará
indistintamente «pulsiones agresivas o
destructivas». (Freud, 1923; Freud, 1933 [1932];
Einstein y Freud, 1933a [1932]). Esta sería, en mi
criterio, una segunda versión de la teoría freudiana
de la pulsión de muerte, directamente vinculada con
una teoría de la agresión y que se halla unida a la del
modelo fundacional de 1920; segunda versión,
acaso menos tenida en cuenta por algunos autores
actuales, que en cambio suelen hacer hincapié en la
primera, referida a la tendencia al cero y al retorno a
lo inorgánico y que se traduce en la mencionada
compulsión de repetición (asunto este que desde
hace unos años viene interesando vivamente al
psicoanálisis francés contemporáneo, por ejemplo,
así como a numerosos psicoanalistas argentinos).
Pero también ha sucedido lo contrario, como en el
caso de K. Menninger (Holzman, 1994), quien
adhería solo a esta segunda versión, dándole además
a la agresión a través de sus formas destructivas —
digo esto puesto que esta no siempre conduce a la
destrucción— la máxima importancia en el proceso
del enfermar, ya sea como impulso a dañar a otro o
como tendencia autodestructiva, de la que el
suicidio, para Menninger, sería su manifestación
más ostensible. Ello aproxima a este autor con
Klein, que para explicar por qué enferma una
persona puso de relieve sobre todo la destructividad
del propio sujeto. Cabe señalar que antes Freud
(1923) llegó a adjudicar al superyó, con su carga de
pulsión tanática, el papel más importante en la
gravedad de un trastorno psicopatológico.
Á. Garma (1971), en su interpretación de lo que
—aún— llamaba el «instinto» de muerte en la obra
freudiana, se ha centrado más bien en El problema
económico del masoquismo (Freud, 1924), antes que
en Más allá..., dando particular importancia al
estudio del masoquismo primario y, por extensión, a
las formas de masoquismo perverso y moral.
Conviene recordar también que Freud había
recalcado especialmente el papel determinante del
masoquismo a través de distintas publicaciones de
sus últimas etapas de producción.
¿Qué decir de las pulsiones agresivas mentadas
por Freud? Que así como Sabina Spielrein (1912)8
había propuesto antes que él la existencia de una
pulsión de muerte, también Alfred Adler desde 1908
insistió tempranamente en la presencia de pulsiones
agresivas en el ser humano. Hemos, pues, de
reconocer los méritos de ambos. A Adler debemos
también el concepto de intrincación pulsional. Pero
la hipótesis acerca de la pulsión de muerte no es la
misma en la obra de Freud que en las postulaciones
de Spielrein, ni tampoco las pulsiones agresivas o
destructivas se integran en la teorización freudiana
con idéntico significado que el que les otorgaba
Adler; mientras para Freud estas pulsiones tenían
que ver con la destructividad, Adler en cambio las
relacionaba con la frustración infantil.
Convengamos que Freud tardó en prestar a las
pulsiones agresivas la atención necesaria, absorto
como se hallaba en la exploración de las pulsiones
sexuales, y acaso en parte también como
consecuencia de sus litigios con Adler. Ahora bien,
en el pensamiento freudiano las pulsiones agresivas
venían sin embargo siendo tenidas en cuenta en su
relación con diversos temas, tales como los actos
fallidos, los chistes, la transferencia, etcétera.
No en vano remarcará Freud que el primero de
los mandamientos es «No matarás» (Freud, 1915).
Asimismo, una cuestión directamente vinculada con
la agresividad es la ambivalencia afectiva (en
definitiva, una ambivalencia pulsional), sobre la
cual habrá Freud de detenerse.9 En franca conexión
con dicha ambivalencia se incluyen la agresión
hacia el objeto en el neurótico obsesivo, en el
melancólico, en el acto suicida, el deseo en el niño
de muerte de los hermanos, etc.; y muy
especialmente apreciamos la referencia a la
ambivalencia dentro del drama edípico, en el que
nuestro autor señala que se movilizan tanto
tendencias libidinales e incestuosas como agresivas.
Recordemos, por ejemplo, que en el caso Juanito,
publicado en 1909, dentro del complejo paterno, en
la ambivalencia afectiva de Juanito hacia la figura
de su progenitor, Freud tuvo que reconocer que la
hostilidad respecto del padre rival jugaba un papel
fundamental en la fobia del pequeño. El odio al
padre devendrá finalmente miedo al caballo,
sustituto del padre odiado y temido, mientras
que de este modo, desviando de la figura paterna
la corriente hostil, que pasa a investir la
representación caballo, Juanito preservará
la ternura hacia su progenitor, sin las
interferencias que su agresividad pudiera
provocarle.
En la exposición de este historial clínico Freud
niega inicialmente la existencia de un instinto
autónomo de agresión tal como ya entonces había
sido propuesto por Adler, para terminar admitiendo,
en una nota al pie fechada en 1923, la presencia de
una «pulsión agresiva» (aunque diferente, hemos de
reiterar, de la de Adler), a la que también llama
«pulsión de destrucción» o «pulsión de muerte» y
que ya había reconocido en su decisivo texto
de 1920.
En los años 20 las pulsiones agresivodestructivas quedan finalmente adscriptas a la
pulsión de muerte dentro de la obra freudiana,
adquiriendo al mismo tiempo otro estatuto teórico,
consistente, diría yo, en una relativa autonomía
respecto de las pulsiones sexuales.10 Antes de ello,
en Freud las pulsiones agresivas de algún modo
formaban parte de las pulsiones sexuales y no eran
mayormente discriminadas de estas (como en los
casos del sadismo y del masoquismo) ni de las de
autoconservación. (Esto último en lo que respecta a
la pulsión de apoderamiento, por ejemplo.) No
obstante, muy tempranamente en su obra, en el
primero de sus Tres ensayos de teoría sexual (Freud,
1905), ya había reconocido en el sadismo un
componente agresivo dentro de la pulsión sexual, el
que —nos dice allí— se habría tornado autónomo;
en el segundo ensayo atribuía a las mociones
agresivas una fuente independiente de la sexualidad,
si bien agregaba que las dos podían conectarse
precozmente. (La fuente por entonces serían las
pulsiones de autoconservación.) Aunque Freud nos
seguirá hablando de una imbricación de las
pulsiones agresivas con las sexuales y que las
primeras nunca se manifiestan enteramente en el
sujeto por separado, es evidente que desde los años
20 en adelante —incluidas algunas menciones en
Más allá del principio de placer— estas alcanzarán
un mayor peso específico, en su condición de
representantes de Tánatos. Freud se referirá a «una
pulsión de agresión especial, autónoma» (Freud,
1930 [1929]), que tendría a la musculatura
esquelética, por medio de la actividad motora, como
instrumento de los impulsos destructivos (Freud,
1923; 1924).11 Llegará a escribir: «[…] ya no
comprendo que podamos pasar por alto la ubicuidad
de la agresión y destrucción no eróticas, y dejemos
de asignarle la posición que se merece en la
interpretación de la vida» (Freud, 1930 [1929]. El
destacado es mío).
Y considerará naturales estas tendencias. Así
dirá: «la inclinación agresiva es una disposición
pulsional autónoma, originaria, del ser humano»
(Freud, 1930 [1929]).
Desde mi lectura personal, considero que
precisamente a partir de estos textos, en los que
Freud insiste en su referencia a las pulsiones
agresivas y destructivas, no es ya posible afirmar
que en la obra freudiana la pulsión de muerte deba
ser considerada siempre «muda», puesto que esta
segunda versión de la misma resulta, por así decir,
clínicamente más expresiva que la primera; más
E. BRAIER
11
«ruidosa», como apostillaba Freud (aunque en
realidad empleaba este término en relación con la
pulsión sexual), en parte porque alude a la
destructividad ejercida sobre los otros, lo que la
hace más ostensible, dado que las conductas
heteroagresivas suelen ser tan evidentes como las
sexuales, si bien al volcarse sobre el sujeto mismo la
pulsión destructiva puede a la vez también
traducirse en hechos observables (y pasibles de ser
interpretados como expresión de Tánatos).12
Es desde esta segunda versión de la pulsión de
muerte que se pondrá en marcha la noción adoptada
por M. Klein acerca del por entonces llamado
instinto de muerte. La teoría de una pulsión de
muerte expresiva (a veces hasta explosiva), ya
estaría —reitero— en cierto modo en Freud, por lo
que la de Klein tampoco resultaría una concepción
tan alejada de determinadas teorías freudianas ni
mucho menos.13
Además del campo de las perversiones sexuales,
el sadismo y el masoquismo se manifiestan en
distintas variedades de la conducta humana. La
destructividad que conlleva el sadismo despierta
nuestro horror en las guerras, los totalitarismos, el
terrorismo de estado, con los estragos producidos
por los crímenes de lesa humanidad, los genocidios,
el exterminio sistemático, el fanatismo, las torturas
y las violaciones, a lo que hay que agregar la
violencia de género, las agresiones, abusos o
abandonos que sufren millones de niños, mujeres y
ancianos, así como la amenaza de la posibilidad de
la existencia de armas de destrucción masiva (Irak,
por cierto, no las poseía, pero al parecer otros países
sí). El texto De guerra y muerte (1915) demuestra
elocuentemente la posición de Freud en este punto,
al recordarnos que la historia de la humanidad está
llena de asesinatos.
En El malestar en la cultura llegó Freud a
formular la siguiente frase, si bien muy conocida,
pero que vale la pena releer porque resulta
categórica en lo que a este problema concierne:
[…] el ser humano no es un ser manso, amable, a lo
sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es
lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota
de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es
solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino
una tentación para satisfacer en él la agresión,
explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo
sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo
de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores,
martirizarlo y asesinarlo. «Homo homini lupus»:
¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la
historia, osaría poner en entredicho tal apotegma?
(Freud, 1930 [1929]). 14
12
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
Aquí es necesario intercalar el concepto de
pulsión de apoderamiento o de dominio (Freud,
1905; 1913; 1915a; 1920; 1930 [1929]), introducido
por Freud inicialmente en conexión con las
pulsiones sádicas (y en rigor nunca independizado
de estas). La pulsión de apoderamiento tendría un
papel fundamental en su relación con la agresión, la
voluntad de poder y diversas conductas destructivas
del ser humano para con sus semejantes.
A partir de 1923, o sea, de la exposición del
modelo de la segunda tópica, huelga decir que es de
sumo interés la vinculación que establecerá Freud
entre su teoría pulsional y dicho modelo de
funcionamiento del aparato mental. El ello, cabe
reiterarlo, es considerado el reservorio inicial de los
dos tipos de pulsiones. Asimismo describirá que el
sadismo y el masoquismo se continúan
intrapsíquicamente en la conformación de un
superyó sádico y un yo masoquista, lo que
apreciamos dentro de la psicopatología sobre todo
en cuadros como la melancolía o la neurosis
obsesiva, tal como ya lo señalaba en El yo y el ello.
Para Freud la agresión vuelta hacia adentro formará
parte de la génesis misma del superyó, como lo
atestiguan algunos de sus textos (Freud, 1930
[1929]; Einstein y Freud, 1933).
En la metapsicología freudiana es posible trazar
un circuito de las pulsiones tanáticas, que arrancan
en el aparato psíquico desde un masoquismo
primario erógeno y constitucional, responsable de la
tendencia a la autodestrucción (Freud, 1924),
debiendo por ello necesariamente en parte ser
externalizadas. Una parte de ellas vuelve al aparato
por medio del superyó; este la emplea entre otras
cosas para frenar aquellas pulsiones sexuales y
agresivas del sujeto cuya descarga no es permitida,
dando asimismo lugar al masoquismo secundario
moral y sus derivaciones.
Consecuentemente, he pensado que desde esta
perspectiva están dadas las condiciones para
discernir las distintas vicisitudes de las pulsiones
tanáticas, a la manera de lo que Freud llegó a
desarrollar respecto de las sexuales en «Pulsiones y
destinos de pulsión» (Freud, 1915a).
Una aplicación directa de este modelo teórico en
la clínica psicoanalítica la encontramos en la
observación de Freud (1923; 1924) de que, cuando
más controla una persona su agresión hacia los
objetos del mundo exterior, más agresiva se vuelve
contra sí misma. He apreciado especialmente este
hecho no solo en los cuadros melancólicos sino
también en las neurosis obsesivas, en las que se
traduce en autorreproches, así como en rituales que
ante todo representan un autocastigo, en
contracturas musculares dolorosas, migrañas,
etcétera.
Con el análisis del conflicto intrapsíquico e
intersistémico entre el yo y el superyó nos vamos
introduciendo en los entresijos de las neurosis, y es
entonces cuando Freud, a lo largo de los años 20,
plasma una constelación conceptual de enorme
importancia, en la que, a la relación superyó sádicoyo masoquista se unen el denominado —con las
reservas del caso— sentimiento inconsciente de
culpa (Freud, 1923; 1924; 1930 [1929]; 1933
[1932]) y la consiguiente necesidad de castigo
(Freud, 1923; 1924;1933 [1932]).14 Es en esta
dinámica cuando cobra especial interés el concepto
de masoquismo moral (Freud, 1924).
He aquí una perspectiva más sutil de la
incidencia de la pulsión tanática y por ende de la
destructividad en psicopatología, que deviene de la
agresión destructiva introyectada (Freud, 1930
[1929]) y que corresponde a un plano más
hipotético, aunque sólidamente fundamentado, el
cual nos proporciona teorías explicativas de cuadros
tales como el de «los que fracasan al triunfar»
(Freud, 1916) y de la llamada «reacción terapéutica
negativa» (Freud, 1923; 1924; 1933 [1932]). Las
pulsiones agresivas anidan aquí en el superyó, el yo
y el ello. Se trata de un Freud cuya relectura no
dejará de sorprendernos, a poco que comprobemos
que ya nos hablaba de este sentimiento inconsciente
de culpa —al que remitirían los comportamientos
autoagresivos del analizando— en una carta a Fliess
del año... ¡1897!, cuando, al recordar la frase de
Hamlet, «¿quién se libraría de ser azotado?»,
expresaba, a propósito de este: «Su conciencia es su
conciencia de culpa inconciente» (la cursiva es
mía). Delitos incógnitos e imaginarios (incesto y
parricidio), aunque con castigos verdaderos, que se
registran en los neuróticos.16
El principal inconveniente terapéutico en lo que
atañe a estos aspectos —lo dice Freud en más de una
ocasión; véase Freud, 1923; 1924— está dado
por el carácter inconsciente del conflicto, en
especial de la culpa, que opera de un modo
determinante.
Se abre aquí el importante campo de la clínica
del superyó y de lo que A. Freud (1936) llamó «el
análisis del superyó».17
Continuando con esta reseña de los
descubrimientos e hipótesis de Freud vinculados
con la pulsión de muerte, ya en 1926, en Inhibición,
síntoma y angustia, nuestro autor nos hablará de
varias formas de resistencia de los analizandos a la
labor psicoanalítica, entre las que incluirá la
correspondiente a la compulsión de repetición, ya
citada (que también llamó resistencia del
inconsciente; o del ello, como antes dije), así como
la resistencia del superyó, directamente relacionada
a su vez con el mencionado sentimiento de culpa y
la necesidad de castigo, sobre todo lo cual no
entraremos en detalles por tratarse de una cuestión
asaz conocida. Solo añadiré que desde la
perspectiva de Freud el sadismo del superyó deviene
consciente generalmente con cierta «estridencia»,
mientras que el masoquismo del yo suele
permanecer más «oculto» para el sujeto (Freud,
1924); ambos se complementan.
Casi sobre el final de su obra (Freud, 1937),
nuestro autor sostendrá con meridiana claridad que
el principal obstáculo en la cura analítica está dado
propiamente por la pulsión de muerte, fuente de
diversas resistencias y factor principal dentro del
conflicto psíquico. Y en el mismo trabajo señalará
que las distintas manifestaciones del masoquismo, a
las que se suman la ya nombrada reacción
terapéutica negativa y el sentimiento de culpabilidad
en los neuróticos, nos indican que no se puede
seguir afirmando que el funcionamiento psíquico
está regido solamente por el principio de placer, y
que tales fenómenos sugieren la existencia de la
pulsión agresiva o destructiva, derivada de la
pulsión de muerte originaria.
La intrincación de las pulsiones de vida y de
muerte (Freud, 1920; 1923 [1922]; 1923; 1924;
1930 [1929]; 1937) acaso sea una de las propuestas
más interesantes comprendidas dentro de la última
teoría freudiana de las pulsiones. En su
Presentación autobiográfica nos decía Freud: «La
acción conjugada y contraria de Eros y pulsión de
muerte nos da, a nuestro juicio, el cuadro de la vida»
(Freud, 1925 [1924]).
Como ejemplo de intrincación pulsional he
de destacar desde el acto de comer y el acto
sexual (Freud, 1940 [1938]) hasta la explicación
del masoquismo y el sadismo como expresión
de la fusión de las pulsiones destructivas con
las libidinales (Freud, 1923), con lo que estas
últimas neutralizan parcialmente a las primeras
(Freud, 1930 [1929]; 1933 [1932]).18 En
enfermedades como la epilepsia y la neurosis
obsesiva (Freud, 1923) se daría una mayor
desmezcla, así como en los cuadros melancólicos
con intentos suicidas.
En la aleación de las pulsiones debemos
tener en cuenta no solo los aspectos cuantitativos
sino también los cualitativos: una cosa es emplear
la agresividad para la vida, como en el mencionado
acto de comer, y otra muy distinta cuando las
pulsiones agresivas derivan en actos criminales,
E. BRAIER
13
por ejemplo. Freud nos dice que con la regresión
libidinal se produce una mayor desintrincación de
las pulsiones, liberándose un monto más
considerable de pulsiones tanáticas; por el contrario,
la progresión favorece la integración libidinal con
las pulsiones agresivas (Freud, 1923).
Entiendo que durante la evolución del sujeto
opera a favor de la fusión pulsional un superyó/ideal
del yo a su vez cada vez más desarrollado. En este
sentido, otro buen ejemplo lo constituye la ironía, en
la que la agresividad se ve neutralizada, esto es,
parcialmente domeñada por pulsiones libidinales
que sociabilizan la acción, posibilitando al mismo
tiempo cierto grado de descarga de la agresión.
De la relación de la pulsión de muerte con la
sociedad y, dentro de esta temática de la
inhibición e internalización de la agresión
en el sujeto, nos hablará Freud en varios de sus
textos, entre los que se destaca El malestar en
la cultura.
A todo esto, lo que había comenzado siendo
una propuesta especulativa de Freud se fue
convirtiendo en una hipótesis formal dentro
de su cuerpo teórico (tal como él mismo reconoce
en El malestar...) y, por múltiples razones,
cada vez más necesaria, como queda reflejado
a lo largo de esta revisión. Dentro de dicha
hipótesis no me parece excesivo reiterar la
existencia de dos descripciones diferentes de
la pulsión de muerte, aunque conectadas entre sí:
una que pone el acento en el carácter reductor
de las tensiones, atribuible a dicha pulsión, con
tendencia al cero, y la otra que confiere
importancia central a la agresividad/destructividad,
con el masoquismo primario como punto central
sy de partida.
Aquí hemos de agregar otra diferencia
sustancial que encuentro entre las dos versiones
de la pulsión tanática: mientras la primera de
ellas remite al terreno de lo irrepresentable, la
segunda en cambio se sitúa decididamente en el
campo representacional, en tanto las pulsiones
agresivo-destructivas se hallan ligadas a un
objeto (que puede ser también el propio yo),
imbricadas con la libido, tal como ocurriría
tanto en el sadismo como en el masoquismo.
En esta síntesis cabe al menos mencionar
el interés que reviste la tentativa de diversos
autores posfreudianos de incluir el concepto
de pulsión de muerte dentro de distintos
fenómenos concernientes a la psicopatología,
a la teoría de la cura y a los fenómenos sociales.
Entre los cuadros psicopatológicos, a los ya
nombrados hasta aquí hemos de añadir los
14
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
que hoy integran la llamada patología
contemporánea, vale decir los trastornos
narcisistas no psicóticos, de los que el enfermo
bordeline constituye su paradigma y dentro de
los que podemos observar una serie de conductas
hetero- y autodestructivas tales como intentos
de suicidio, actings severos, drogadicción,
trastornos psicosomáticos, etc.; ni qué decir
también respecto de las perversiones
y las psicosis. Acerca de la aplicación clínica
de la hipótesis de la pulsión de muerte en todas
estas perturbaciones contamos hoy con
importantes contribuciones de distintos
autores, no solo poskleinianos sino también
e otros que transitan por una metapsicología
de cuño freudiano.
Hay que tener en cuenta, entre otras cosas,
que en estos pacientes está gravemente afectada
la estructura del aparato psíquico, que han
sufrido traumas psíquicos tempranos susceptibles
de ser reactivados, con la consiguiente falta de
ligazón, la desmezcla pulsional y la descarga a
través del soma o el pasaje al acto por medio de la
compulsión de repetición, amén de otras
perturbaciones, a las que haré en parte mención
más adelante.
Controversias: partidarios y opositores
Ante el problema epistemológico que nos
presenta la hipótesis freudiana de la pulsión de
muerte, hemos antes que nada de distinguir dos
niveles diferentes: a) el de la observación
(base empírica) y b) el de la interpretación
teórica de los hechos clínicos observables
(nivel metapsicológico).
La teoría pulsional también ha sido objeto
de revisión desde el plano biológico y aun
desde el filosófico, enfoques que en gran
medida he de obviar (aunque algo diremos
acerca del primero) pues no me considero
habilitado para emitir opinión respecto de ellos
y sobre todo porque, al no formar parte del
campo específico del psicoanálisis y en estas
circunstancias, escapan al cometido de
este trabajo.
El alto grado de abstracción del concepto de
pulsión de muerte contribuye sin duda a aumentar
la polémica, propiciando la negación de la
existencia de una tal pulsión o, en el otro
extremo, la adopción de posturas a su favor
poseedoras de un carácter dogmático,
habida cuenta de la tendencia de algunos
a continuar sacralizando la obra de Freud.
Los que objetan o niegan la existencia de una
pulsión de muerte
Son numerosos los autores psicoanalíticos —y
los que no siéndolo, y provenientes de otras
disciplinas, dan su opinión— que rechazan el
concepto de pulsión de muerte, sea por cuestionar
los fundamentos que lo sostienen, sus
contradicciones y puntos oscuros, sea por
considerarlo innecesario.19
Las objeciones de naturaleza psicológica
plantean, entre otras cuestiones:
— Que las repeticiones traumáticas bien
podrían hallar explicación en el placer
experimentado por el yo en dominar la situación
traumática y no en el de la existencia de una pulsión
de muerte.
— Que la idea misma de una pulsión de muerte
es objetable, en tanto resulta dificultoso reconocer
en dicho concepto las cualidades que caracterizan a
las pulsiones (sexuales).
Hay quienes conciben la pulsión de muerte
como una fuerza natural, pero no como una pulsión.
Según Laplanche (1984) lo único que puede
considerarse una pulsión es del orden de la
sexualidad. Paradójicamente, para Freud, debido a
su característica regresiva, esto es, su tendencia
conservadora, la pulsión de muerte configura «la
pulsión por excelencia», en tanto esto es «lo más
pulsional de la pulsión». Ello nos deja, pues, la duda
de si la pulsión de muerte debe considerarse lo
contrario a una pulsión o bien el prototipo de esta...
— Que la ecuación agresividad = pulsión de
muerte es cuestionable, por cuanto para algunos
simplificaría en exceso la visión de la psicología
humana, con el riesgo de taponar la investigación
acerca del determinismo en psicoanálisis. 20
De hecho y para muchos, conceptos como
agresividad y destructividad funcionan mejor como
articuladores clínicos que el de pulsión de muerte, al
que consideran demasiado especulativo. Por otro
lado, la polémica pasa por preguntarse hasta qué
punto se pueden vincular los dos primeros con la
teoría de la existencia de una pulsión de muerte,
siendo fenómenos que pueden explicarse por otros
mecanismos y prescindiendo de dicha teoría.
Laplanche (1984) se cuenta entre los que no
consienten una relación entre la pulsión de muerte y
la agresividad, al igual que Winnicott, quien acabó
desechando la teoría de la pulsión de muerte. Otros
critican que al englobar la agresividad dentro de la
pulsión de muerte no se consideran los aspectos
positivos de la primera, aspectos que conviene
discriminar.
— En cuanto al masoquismo en particular: hay
quienes tampoco recurren al concepto de pulsión de
muerte para explicarlo. Este es el caso de Kernberg
(1992), por ejemplo.
— Se critica el concepto de pulsión de muerte
por cuanto pretendería abarcar una serie de
fenómenos de muy distinta naturaleza, como la
tendencia a la reducción a cero de las tensiones, la
tendencia a la muerte, la agresividad, la
destructividad, el sadismo, el masoquismo, etc., por
lo que el intento de relacionar estos conceptos no
está exento de incurrir en ciertas contradicciones y
de exponer una compatibilidad por lo menos
dudosa.
— Se argumenta que entre las motivaciones que
habrían estado presentes en Freud al elucubrar su
teoría de la pulsión de muerte y ejercido decisiva
influencia en su pensamiento se habrían dado
circunstancias personales, en especial aquellas que
habrían exacerbado en él una preocupación
creciente por la muerte, tales como: los
fallecimientos de su hija Sofía, su amigo Antón Von
Freund y su hermano Julius, así como el comienzo
de su vejez, el cáncer de mandíbula y la Primera
Guerra Mundial (finalizada poco antes de la
publicación de Lo ominoso y de Más allá...), con sus
graves secuelas de millones de muertos e inválidos y
de destrucción.21 Más tarde, la amenaza nazi (en
1933 quemaron sus obras en Berlín) y en general los
aciagos tiempos que vivió, probablemente incidirían
en su reafirmación de la hipótesis. Algunos tienden
a pensar que tales circunstancias autobiográficas
habrían afectado y en definitiva desvirtuado la
visión científica de Freud sobre el tema.
Veremos someramente una de las objeciones
biológicas:
Esta surge ante la conjetura freudiana de que el
sistema nervioso tiende a eliminar totalmente la
tensión o reducirla al nivel más bajo. Ello presupone
la invocación del principio de inercia, ya enunciado
por el autor en 1895 en el Proyecto de una
psicología para neurólogos, de lo que habrá de
derivar en 1920 la hipótesis de la pulsión de muerte
como una tendencia a un estado de Nirvana (Freud,
1920; 1924). Hoy en día desde las neurociencias se
sostiene en cambio que el cerebro se encuentra
siempre activo, a la manera de un procesador de
información, que no tiende precisamente a la
pasividad, lo cual, desde luego, era algo ignorado
por Freud; mientras Freud hablaba de que la pulsión
de muerte llevaría al organismo a lo inanimado,
inerte y pasivo (Freud, 1920; 1937), desde la física
cuántica hoy se señala que la materia nunca se halla
E. BRAIER
15
en reposo, que no es inerte sino activa. Y lo de
retornar a un estado inorgánico sería además
cuestionable, dado que no vendríamos de tal
estado... 22
Lo dicho en este último tramo impresiona como
un argumento de peso para rechazar la noción de
pulsión de muerte desde un punto de vista realista.
Menos problemático parece, en cambio,
reconocer un fundamento biológico a las pulsiones
de autoconservación y a las pulsiones sexuales. Hay
quienes rechazan el concepto de pulsión de muerte
por atribuirle un sentido netamente biológico, al
tiempo que altamente especulativo, lo que lo alejaría
de la dimensión clínica y empírica. Para otros como
Rechardt (1984), por el contrario, no se trataría de
un principio biológico sino psicológico. Rechardt
insiste en señalar que Freud, cuando recurre a un
modelo biológico, no lo hace desde una perspectiva
realista sino más bien con un criterio figurativo (se
entiende que sería para ayudar a comprender
procesos cuya observación es difícil o imposible).
No obstante, y en cuanto a lo biológico, considero
que en el texto de 1920 podemos encontrar las dos
acepciones, y que en varios de sus pasajes no es
fácil dilucidar si Freud lo está empleando en un
sentido literal o meramente metafórico.
Por último, no faltan aquellos autores para los
cuales la noción tendría un carácter más bien
filosófico, por lo que —supuestamente— carecería
de interés clínico.
Partidarios de la teoría de la pulsión de muerte
Se observan diversos grados de aceptación de
esta teoría en las comunidades psicoanalíticas,
pudiendo aquella ser parcial o bien total y aun
incondicional. Como una muestra del primer caso
tenemos la posición sostenida por Bernardo
Arensburg (2008). Siguiendo a Freud, Arensburg
adhiere a la idea de la pulsión de muerte
obedeciendo a un deseo de retorno a lo inanimado,
aunque —añade— como el anhelo de no tener que
desear, es decir el deseo de no desear.
También hay concepciones personales acerca de
la existencia y modos de acción de la pulsión de
muerte, entre la que se cuenta la de Lacan. Ya nos
hemos referido —al menos brevemente— a la
posición de Klein sobre este tema. Otra es la de
Green (1983; 1984; 2000), quien, coincidiendo en
cierta medida con las ideas de Freud, atribuye a
dicha pulsión una función desobjetalizante, en tanto
su destructividad residiría en el desinvestimiento,
relacionándola además con un narcisismo de muerte
y negativo que aspira al nivel cero. En mi criterio
16
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
esto puede, al menos parcialmente, ser articulado
con lo que acabamos de señalar que piensa
Arensburg de la pulsión de muerte, en tanto, como
este nos lo recuerda, «el deseo siempre tiene
objeto».
Es indudable que otros analistas adhieren a
muchos o incluso a los diferentes aspectos que
caracterizan a la teoría freudiana de la pulsión de
muerte, para los que la misma representa un
paradigma que, como tal, es necesario a la hora de
explicar el funcionamiento del psiquismo.
Mi posición personal
1. En primer término me parece conveniente,
dada nuestra condición de psicoanalistas, examinar
la teoría de la pulsión de muerte centrándonos en la
noción psicológica de la misma, es decir, en el
contexto de una metapsicología, antes que en
cualquier otro, sin desconocer sus aspectos
biológicos y metafísicos. Freud (1937) nos alentó a
que discurriéramos dentro de «la bruja»
metapsicología para contribuir al progreso del
movimiento psicoanalítico.
2. A pesar de que algunos la siguen tomando
solo como una especie de intuición de Freud, me
incluyo entre los que acogen con interés hipótesis
como esta, dada su utilidad en la teoría y en la
clínica desde su condición de modelo explicativo;
pero pretendo adherir a dicha hipótesis sin caer en
una apología de esta y sin dogmatismos que
pudieran conducir a adoptar una posición acrítica.
Entiendo que ella admite la posibilidad de continuar
formando parte del edificio teórico de los
psicoanalistas sobre la base de argumentos
valederos, y de ser por ende aplicada
beneficiosamente a los fines de comprender la
conducta humana normal y patológica.
A tal efecto adopto la propuesta que hizo
Green a propósito de la no menos controvertida
hipótesis freudiana de las fantasías originarias: la
cuestión reside en considerar estas teorías como
«conceptos transicionales» (Green, 1990; 1991),
dado que hasta el momento actual, si bien no
pueden ser demostradas, quizá tampoco tengan
que ser descartadas sin más; y que —sobre todo—
conviene mantener por su valor heurístico,
lo cual es propio del método científico
en general y de la metapsicología en particular.
Por cierto, además de que puedan verse más
adelante refrendadas, son también susceptibles
de ser abandonadas y remplazadas por otras
capaces de detentar una mayor credibilidad y
utilidad. El propio Freud reconocía esta última
alternativa, cuando en El malestar en la cultura
expresaba:
Puesto que la hipótesis de esa pulsión23 descansa
esencialmente en razones teóricas, es preciso admitir
que no se encuentra del todo a salvo de objeciones
teóricas. Pero es así como nos aparece en este
momento, dado el estado actual de nuestras
intelecciones; la investigación y reflexión futuras
aportarán, a no dudarlo, la claridad decisiva. (Freud,
1930 [1929])
Ya antes, en ocasión de incluir ciertos agregados
metapsicológicos a su teoría de los sueños, el
creador del psicoanálisis había advertido:
Desde luego, de ninguna manera puede ocultarse o
embellecerse el carácter tentativo, inseguro, de estas
elucidaciones metapsicológicas. Sólo una ulterior
profundización puede aportarnos cierto grado de
probabilidad. (Freud, 1917 [1915])
Acerca de los beneficios de la aplicación del
concepto de pulsión de muerte, considero que el
mismo es especialmente útil en el caso de las
patologías actuales, no neuróticas, aunque sin
excluir las neurosis ni las psicosis, claro está;
también lo sigue siendo para explicar determinadas
resistencias y fracasos en la cura analítica.24
3. Cuando alguien se declara partidario de la
teoría de la pulsión de muerte, conviene en primer
término que precise si se trata de la sostenida por
Freud o de la de otro autor, y en segundo lugar a
cuáles de sus aspectos se refiere. Por eso he de
aclarar que, a partir de adoptar la última teoría
pulsional de Freud, con su enorme caudal de ideas,
dotadas de gran riqueza y complejidad, termino
adhiriendo a las dos versiones freudianas de la
teoría de la pulsión de muerte, que encuentro,
reitero, diferentes en más de un punto, aunque
también unidas a través de conceptos convergentes;
también me consta que es difícil conceder que ellas
resulten totalmente compatibles entre sí.25 Aludo,
pues, a la que, según lo expuesto hasta aquí,
podríamos llamar una versión silenciosa, la de la
tendencia a la inercia, a la reducción total de las
tensiones, y también a la otra, por el contrario
expresiva, en la que participa más de lleno la
agresividad, aun más ostensible cuando va dirigida
«hacia fuera». (Aunque, asimismo, coincido con
P. Heimann cuando en 1952 sostenía que es posible
inferir la acción de la pulsión tanática en personas
con tendencias a accidentes o al suicidio, conducta
masoquista, enfermedades somáticas, etc., vale
decir, lo que se entiende como agresión o
destructividad dirigidas «hacia dentro» del sujeto.)
De este modo, la primera versión de la pulsión de
muerte, enteramente representada por la compulsión
de repetición, en sí misma y tal como se suele
pensar no parecería presentar una relación directa
con conductas agresivas, a diferencia de muchos
fenómenos que pueden inscribirse dentro de la
segunda versión. Sin embargo, en el fondo esto no
sería del todo así, ya que, como he señalado antes,
es dable concebir en la compulsión de repetición,
desde su variante «demoníaca», una conducta
autoagresiva/autodestructiva en el sujeto (p. ej.,
descarga somática, neurosis de destino), la que
además puede incluir impulsos destructivos hacia
los otros, en relación con la participación de
mecanismos yoicos prerrepresivos dentro de la
conducta repetitiva (desmentida, transformación en
lo contrario y, según mi criterio, como también antes
señalé, otros mecanismos, aunque ya no descriptos
por Freud, tales como la identificación con el
agresor y la identificación proyectiva).
En suma, y pese a las objeciones que puedan
surgir, ambas variantes de la pulsión de muerte me
siguen pareciendo válidas, puesto que finalmente
ayudan a comprender los mecanismos subyacentes a
las manifestaciones patológicas con las que nos
encontramos en la clínica psicoanalítica; de allí que,
parafraseando a Freud, hable yo del «múltiple
interés»26 de la hipótesis freudiana de la pulsión de
muerte en su conjunto, si bien he de reconocer que
tales manifestaciones clínicas per se no avalan la
existencia de dicha teoría, ya que estas admiten
otras hipótesis explicativas.
El asunto continúa siendo, como señala Green,
una cuestión de índole teórica. Pero estas teorías
freudianas acerca de las pulsiones, de la compulsión
de repetición, la agresividad, la destructividad, el
amor y el odio, etc., me resultan sumamente
valiosas —y no son pocos los que así piensan—
como para prescindir de ellas sin más...
4. Me pregunto: ¿por qué no atrevernos,
respecto de las pulsiones agresivas, a acabar de
reconocer y de nominar la energía psíquica a la que
se refería Freud como propia de la pulsión de
muerte, pero que no llegó a admitir en un plano
semejante al de las pulsiones sexuales y para la que
no encontró una denominación (Freud, 1923)?
«Carecemos de un término análogo a ‘libido’ para la
energía de la pulsión de destrucción», dirá sobre el
final de su obra (1940 [1938]). «Destrudo», propuso
Weiss (1935) y «mortido» Federn (1936).
5. Como le sucedía a Freud (1930 [1929]), y
también a Klein entre otros, me resulta difícil
separar las conductas destructivas de la posible
existencia de una pulsión de muerte, que se
E. BRAIER
17
exteriorizaría «hacia fuera» en la sed de violencia,
aniquilamiento y sangre para con los otros (el
hombre como «lobo del hombre», homo homini
lupus) o hacia el propio sujeto.
A estas alturas me pregunto además: ¿por qué
porfiarse, como en el caso de algunos teóricos del
psicoanálisis, en separar la noción de pulsión de
muerte de la muerte misma, cuando la propia
denominación «pulsión de muerte» sugiere una
directa relación y ambas tienen tanto en común,
hallándose esta relación claramente expuesta en los
fundamentos teóricos del creador de dicha noción
(Freud, 1920)? En tal sentido pensemos, además de
todo lo expresado hasta aquí acerca de la pulsión de
destrucción que va dirigida hacia fuera y a dañar o
aniquilar a los otros, en aquellas personas que no
quieren seguir viviendo, que, por así decir, se dejan
morir, en la que es dable colegir que la pulsión
tanática estaría también afectando
autodestructivamente al sujeto. Matar, matarse o
dejarse morir... Es para mí inevitable relacionar
pulsión de muerte con muerte biológica, a pesar de
los cuestionamientos que ha merecido hasta la fecha
esta teoría desde el punto de vista biológico.
Lo que podríamos llamar «el masoquismo
nuestro de cada día» renueva nuestra capacidad de
asombro. Me refiero al visible empeño de tantas
personas en autodestruirse a través del tabaco, el
alcohol, las drogas y de muchas otras maneras.
Habrá otras explicaciones para estos hechos, pero
frente a los mismos yo no puedo dejar de pensar en
la existencia de pulsiones tanáticas...
Ahora bien, toca recordar que no son pocos los
que apuntan a una teoría de la agresividad humana
que nada tendría que ver con una tal pulsión de
muerte y sí en cambio con una reacción al ambiente;
Winnicott es uno de ellos. Y ya he dicho, a poco de
haber comenzado mi exposición, que la discusión
puede terminar tan pronto como se proceda a
desacoplar fenómenos como la agresividad y la
destructividad y, por extensión, también el sadismo
y el masoquismo, de la hipótesis de la existencia de
una pulsión de muerte.
La tesis acerca de un origen de la agresividad
humana en situaciones culturales adversas, por la
cual se sostiene que el hombre es bueno, pacífico y
generoso por naturaleza, y que sería la sociedad, que
lo priva y lo maltrata, la que despierta en él la
agresión, a fuer de ser sincero y con todo el respeto
que me merecen algunos de sus introductores, me
parece a estas alturas románticamente ingenua.
Freud la consideraba una ilusión; vana, por supuesto
(véase Freud, 1933 [1932]; Einstein y Freud, 1933
[1932]). Y ya en El malestar..., así como en su carta
18
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
a Einstein exponía esta posición, objetando las ideas
comunistas de la época.
No dudo –como no dudó Freud– de la influencia
negativa y hasta nefasta de la sociedad sobre el
individuo (o la del ambiente familiar que rodea al
niño, si sufre carencias o aun maltratos27), pero no
consiento se lo considere a priori y por naturaleza
poco menos que exento de impulsos agresivos. Los
comprobamos en las tempranas tendencias sádicas
de los niños, aun cuando algunos señalen que no
habría en ellas componentes destructivos. Y sobre
todo reparo en los deseos homicidas que anidan
inexorablemente desde temprano en el inconsciente
humano, deseos de muerte incluso hacia los seres
amados y sin cuya consideración sería imposible
explicarnos los conflictos y síntomas de los
neuróticos, afectados por la culpa y la persecución
que de los mismos sobrevienen, con el consiguiente
temor al castigo taliónico (Freud, 1900; 1915).
En suma, deduzco que hay suficientes motivos
para relacionar agresividad y destructividad con
pulsión de muerte; y que hacerlo es de sentido
común. Tiendo a pensar, con Freud (1930 [1929]),
en la existencia de una pulsión de muerte como algo
propio de la naturaleza humana, así como adhiero a
la propuesta freudiana de un encadenamiento
conceptual de estas nociones. A ellas se suman las
de sadismo y masoquismo, el sentimiento de culpa y
la necesidad de castigo, todas las cuales subrogan la
pulsión tanática.
6. Para analizar lo concerniente a las objeciones
a la teoría de la pulsión tanática en la obra de Freud
que se basan en las experiencias y probables
vivencias de este cuando dicha teoría fuera creada,
convendrá que tengamos presente lo que en
sociología de la ciencia se conoce como «el
contexto del descubrimiento». Este se refiere a las
circunstancias personales que rodean al autor de una
teoría en el momento en que la misma es concebida.
No hay duda de que los diversos sucesos
autobiográficos pueden influir decisivamente en la
plasmación de una teoría (intervienen siempre, en
mayor o menor grado, como no podría ser de otro
modo), pero lo fundamental es que estos, por sí
mismos, ni la invalidan ni la convalidan; que solo
forman parte de... el contexto del descubrimiento, y
que la teoría de que se trate habrá de ser evaluada
por separado; solo entonces se concluirá si resulta o
no válida para la comunidad científica. Es obvio que
en esta creación se halla en juego la subjetividad del
investigador y que puede haber especiales
situaciones y motivaciones en el momento de la
construcción de la teoría en cuestión, que incidan,
por ejemplo, distorsionando sus apreciaciones,
hipertrofiando sus ideas, o bien que operen como
obstáculos en la elaboración, creando puntos
ciegos –represiones, desmentidas– que le impidan
detectar algo, mas también pueden funcionar como
un estímulo para su génesis, que permita a su autor
conectar hechos e ideas que habrían de desembocar
en un «¡eureka!»; pero el problema epistemológico
de su validez, reiteremos, no pasa por allí.
Lamentablemente, la pretensión de anular el valor
de una hipótesis con argumentos basados en los
antecedentes que forman parte de la historia del
autor no es un hecho infrecuente. Se han publicado
libros, de reciente aparición, dedicados por entero a
intentar invalidar la obra de Freud mediante estos
recursos, apelando a la influencia que pudieron
haber ejercido en cada caso sus conflictos psíquicos
o sus duelos.
Insistiré en un punto: las diversas situaciones
externas e internas por las que atraviesa un creador
operan en él a menudo como disparadoras de ideas.
Puede tratarse de acontecimientos importantes,
dramáticos (como los de la Gran Guerra, por
ejemplo) o incluso fútiles y fortuitos. A propósito de
esto último: nunca sabremos fehacientemente si a
Newton le cayó o no una manzana sobre su cabeza.
Aceptemos que así fuera, y que ello le sirvió para
deducir y postular la ley de gravitación universal.
Naturalmente, fueron los conocimientos previos de
Newton sobre la materia, sumados a su ingenio, los
que le permitirían sacar partido de esa contingencia,
cuando otros en su lugar solamente hubieran
cosechado un soberano chichón...
Otro ejemplo: fue al morir su padre, en 1897,
que Freud descubrió a través de su autoanálisis la
sexualidad infantil y el complejo de Edipo,
descubrimiento trascendental y de un alcance
universal, más allá de que refleje un
acontecimiento –la muerte del padre, que él
consideró por entonces como el más dramático en la
vida de un hombre– inherente al propio Freud, que
sin duda lo conmovió y movilizó profundamente.
Estos hallazgos en torno al Edipo, obvio es decirlo,
no pueden ser considerados solo como un problema
personal de Freud, tomados por ello como meras
proyecciones suyas en los demás y a continuación
descalificados; sería absurdo, aunque algunos
intentan hacerlo.28
A los hombres se nos muere nuestro padre; pero
solo uno de nosotros, mientras atravesaba por este
trance, fue capaz, autoanálisis mediante, de
descubrir las tendencias parricidas inconscientes
que anidan en todo hijo, comenzando por él mismo,
claro está, pero a las que a partir de múltiples
evidencias registradas dentro y fuera de la práctica
psicoanalítica y acumuladas a lo largo de los años
cabe atribuirles un carácter universal, por más que
mentalidades refractarias y mediocres pretendan
hasta el día de hoy hacer creer a la gente que todo
esto es mero producto de la imaginación de un
neurótico y en todo caso solo válido para explicar su
propia conflictiva... Las resistencias al psicoanálisis
son poderosas y persistentes, ya nos lo advirtió
Freud en varias ocasiones.
En aras de la búsqueda de la verdad en la
ciencia, y para brindar asidero a sus hipótesis, al
exponerlas en sus textos Freud no tuvo reparos, en
numerosas situaciones, en recurrir a sus propios
sueños y sentimientos –de cuyo análisis había
extraído novedosas e importantes deducciones–
pese a lo embarazoso de la situación y a las
complicaciones que tal indiscreción para con sus
propias cuestiones personales pudieran acarrearle;
así lo atestiguan, por ejemplo, muchos pasajes de La
interpretación de los sueños, una de sus obras
fundamentales. Constituye una enorme torpeza
pretender anular la validez de tales hipótesis ante la
procedencia del material del que se valió el creador
del psicoanálisis (que, como se sabe, también apeló
abundantemente al de otros soñantes, sus pacientes).
Y hasta podríamos admitir que, de no darse
ciertas vicisitudes, quizás en ocasiones una teoría no
habría llegado a nacer en la mente de su creador;
pero nada más. Al fin y al cabo, una cuestión de
series complementarias... En suma: la teoría debe
primero ser estudiada y evaluada, y a continuación
defendida y aceptada o cuestionada y rechazada,
con independencia de sus orígenes.
Respecto del surgimiento de la teoría de la
pulsión de muerte en particular: no es difícil acordar
que el tema de la muerte preocuparía por entonces
seguramente mucho a Freud, por las variadas
razones ya mencionadas. ¿Y qué? ¿Ello por sí
mismo es suficiente para volver incorrecta,
inverosímil o pesimista su teoría de las pulsiones?
Lo veremos. Ciertamente, acontecimientos tan
horrorosos y trágicos como los de la Gran Guerra,
por ejemplo, lo llevarían a reflexionar acerca de la
proverbial destructividad de los seres humanos;
seguramente también le provocaría un dolor enorme
el fallecimiento de una hija (¿qué padre que ame a
sus hijos puede estar preparado para una tal
pérdida?), sumándose este duelo a los factores que
lo condujeron a continuar pensando sobre el tema;
pero, obviamente, la muerte es un asunto que nos
atañe a todos, que acecha en todas partes y en todo
momento, más allá de que en determinadas
circunstancias experimentemos su amenaza con
mayor intensidad. Es erróneo y de baja calaña
E. BRAIER
19
querer descalificar esta teoría freudiana arguyendo,
por ejemplo, que se debe a la impresión que le
produjo la muerte de Sofía. Lo que importa es que
este y otros sucesos fueron procesados de un modo
determinado por Freud y de resulta de ello nos legó
una teoría que hasta hoy seguimos discutiendo
acerca de cómo y cuánto puede servirnos para
comprender el funcionamiento del psiquismo, el
devenir de la vida misma y acaso el inexorable
desenlace de la muerte.
Ahora bien, no es menos cierto que nada nos
impide interesarnos por conocer el contexto del
descubrimiento. Es en cierto modo inevitable,
además, que a renglón seguido ello pueda llevarnos
a conjeturar o atar cabos en cuanto a la proveniencia
del interés del autor por el tema, qué influencias o
estímulos recibió, etc., suposiciones que pudieran
explicarnos algo más acerca de algunas de las
fuentes de las que procederían sus propuestas
(acertadas o desacertadas, según nuestro particular
juicio), en qué medidas tales influencias pudieron
haber intervenido iluminando u oscureciendo su
campo de observación y sus elucubraciones, etc.
Pero, insisto, la opinión sobre la teoría emergente se
hallará siempre por delante y por encima de todas
las apreciaciones o conjeturas que pudieran derivar
de estas averiguaciones.
Antes de abandonar esta cuestión aportaré
todavía algunas observaciones personales para
ilustrar este criterio que procuro explicar: siguiendo
con el ejemplo del descubrimiento del Edipo y las
pulsiones agresivas en juego (y esto que propondré a
continuación también se puede pensar; sin duda
tenemos derecho a hacerlo), tal vez en Edipo Rey
Freud solo vio el parricidio, esto es, los deseos
parricidas del hijo o hija en el conflicto edípico,
mientras que la propia y acaso exacerbada culpa
edípica de Freud ante la muerte de su progenitor le
impediría quizá reconocer y revisar las pulsiones
filicidas de Layo, que intentó matar a su hijo en dos
ocasiones, al nacer este y más tarde en la
encrucijada de los caminos, cuestión que
eventualmente Freud hubiera podido incluir en sus
teorizaciones, pero no lo hizo. De hecho Freud
propugnaba que el crimen más antiguo de la
humanidad debía de ser un parricidio (Freud, 1913
[1912-13]; 1915).
En estrecha relación con esto, también le
costaría a Freud admitir sin tantas vacilaciones o
reservas los efectos deletéreos de las conductas
agresivas, abusivas y crueles –en suma, filicidas– de
los progenitores sobre los hijos, deficiencia que en
la historia del movimiento psicoanalítico comenzó a
ser enmendada por Ferenczi con sus escritos y sobre
20
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
la que volveré después. Quienes nos interesemos en
estudiar a fondo la obra y la vida del creador del
psicoanálisis no podemos dejar de preguntarnos
cuánto pudieron haber incidido en estas –a mi
juicio– más que probables limitaciones y omisiones
teóricas, su ya mencionado sentimiento de culpa por
sus fantasías parricidas o una idealización de la
figura de su madre, amantísima con él, y de quien
era su hijo favorito. ¿Lo llevaría esto último a
colegir además –erróneamente a mi entender, ya que
la clínica lo desmiente con demasiada frecuencia–
que el único vínculo carente de ambivalencia es el
de la madre con su hijo?
De modo que en lo que a mi persona respecta y
gracias a Freud y a su descubrimiento, como
psicoanalista reconozco la existencia y la
importancia decisiva del complejo de Edipo, tengo
incorporada –¡faltaría más!– esta teoría en mi marco
referencial, pero también pese a Freud, que a mi
entender no las vio, no pudo verlas, acepto la
presencia de pulsiones filicidas en los progenitores,
conocimiento que en cambio debo sobre todo a A.
Rascovsky, para quien el primer crimen fue el
filicidio (Rascovsky, 1986; 2000; A. y
M. Rascovsky, 1967). Por muy genio que fuera,
Freud tropezaría con sus propias limitaciones –con
sus propias resistencias, podríamos decir– y mal
deberíamos reclamarle a él o a individuo alguno que
lo descubra todo... 29
7. Por último, contemplo la objeción biológica
antes mencionada, si bien, aunque, como antes dije,
este no sea mi terreno específico desde el que pueda
sentirme autorizado a opinar, he de consignar que
para algunos autores como Hoffman (2004) la
apoptosis (muerte celular programada; una suerte de
suicidio celular) otorgaría una base biológica a la
teoría freudiana de la pulsión de muerte; pero
también esto es muy discutible y origina distintas
lecturas del fenómeno, que no podremos abarcar en
esta oportunidad.
Algunas consideraciones personales sobre la
teoría de la pulsión de muerte y la agresividad
1. A mi entender, Freud no señaló
suficientemente los efectos destructivos de la
conducta del objeto real sobre el sujeto,30 lo que sí
ha sido desarrollado por Ferenczi (1929;1932) y
desde este en adelante por figuras como Balint,
Winnicott, Bion, A. Rascovsky y otros.
Si aceptamos que la madre es capaz de
libidinizar y fundar zonas erógenas en su vástago,
dándole así el ser psíquico (Freud, 1933 [1932]),
también debemos admitir que pueda, al igual que el
padre, claro está, descargar en él sus pulsiones
agresivas. Es que, de acuerdo con la última teoría de
las pulsiones de Freud, el objeto –en este caso el
niño– lo es ya no solo libidinal sino que también
será objeto de la pulsión destructiva. De modo que
nada impide pensar que desde el objeto real en
función materna (o paterna) pueda haber una
descarga de las pulsiones destructivas sobre el hijo
(más o menos mezcladas con las libidinales), como
acontece con el sadismo filicida y paidofílico del
que nos habla A. Rascovsky, y que entre otras
consecuencias puedan dar lugar a lo que, de acuerdo
con Hugo Mayer (1982), cabría denominar
identificaciones primarias tanáticas (Braier, 2009);
estas serían identificaciones pasivas (por ejemplo,
ser identificado con... lo desechable, un feto a ser
abortado, una rata, etc.), a la manera que describe
P. Aulagnier (1980), capaces de producir diferentes
efectos deletéreos y aun mortíferos en los vástagos,
al incidir en la forjación de un destino de
enfermedades psíquicas o somáticas, sufrimientos
varios, fracasos, ruinas y suicidio. Pueden incluso
generarse a partir de etapas primitivas y por tanto
fundantes del psiquismo, formando parte de lo que
bien puede ser denominada la patología del
desamparo, que abarca una amplia franja de las
patologías actuales; en estos casos, además y ante
todo, falta o falla el sostén interior de la
identificación primaria con el objeto materno.
Todo esto se halla en plena sintonía con lo que
postulaba Ferenczi. Y no es ocioso señalar que el
húngaro se basaba en la teoría freudiana de las
pulsiones de vida y muerte... El título de unos de sus
trabajos habla por sí mismo: El niño mal recibido y
su impulso de muerte.
Ayudar a construir un yo; intentar la
desidentificación respecto de las
identificaciones –yoicas y superyoicas– patógenas
(Braier, 1989) y propender a una reestructuración
identificatoria (Braier, 1990), he aquí una de las
formas de concebir una metapsicología de la cura en
estos pacientes severamente perturbados.
2. A la vez y por el contrario, Freud se va al
extremo opuesto cuando, al considerar al superyó en
ocasiones como reservorio principal de la pulsión de
muerte (Freud, 1923; 1940 [1938]), en el que esta
habría de atrincherarse, parece a la vez olvidar la
función protectora que reconoció en esta instancia
psíquica en trabajos como «El humor» y otros
(Freud, 1923; 1926 [1925]; 1927). Respaldo la idea
—asimismo freudiana, como queda dicho, y por
contradictorio que resulte— de la existencia de
aspectos protectores del superyó, que he intentado
fundamentar en un anterior trabajo (Braier, 2005a),
lo que supone la presencia de Eros. Esto implica un
sujeto que ha internalizado las funciones de sostén y
cuidado ejercidas por las figuras parentales o
subrogados de los mismos, que cuenta por ende con
un superyó capaz de tratar benévolamente al yo,
componentes faltantes en patologías graves como la
melancolía, ciertas neurosis y caracteropatías
obsesivas y trastornos narcisistas psicóticos y no
psicóticos. Precisamente solo en cuadros
incoercibles de melancolía o de similar gravedad,
con riesgos inminentes de suicidio, es cuando a mi
juicio resulta dable pensar en un superyó, como en
su momento dijo Freud (1923), cual «puro cultivo
de pulsión de muerte», en los que desde la
observación clínica no se atisba función protectora
alguna y el sujeto se encuentra a merced de un
superyó extremadamente sádico que lo fustiga
constantemente y lo condena al desamparo. Es que
hemos de tener presente que el propio Freud decía
además que en el ser vivo no era concebible la
pulsión tanática en estado puro, y que había que
suponerla siempre mezclada en diferentes
proporciones con la pulsión de vida.
La relación entre superyó y pulsión de muerte
merece sin duda un estudio aparte. El lector
interesado encontrará un desarrollo más exhaustivo
de mi pensamiento sobre el tema en trabajos
anteriores (Braier, 2004; 2005; 2005a).
Reflexiones finales
Acerca de la cuestión epistemológica suscitada
por la teoría freudiana de la pulsión de muerte,
puedo decir que:
Hemos de procurar distinguir siempre el nivel
conceptual-metapsicológico del puramente
descriptivo-empírico. Desde el primero, que es en el
que fundamentalmente cabe situar el concepto que
nos ocupa, se trata de una interpretación de los
fenómenos, cuya validez no podrá demostrarse
fehacientemente por la experiencia y, por tanto, de
algo siempre pasible de ser objeto de polémica.
Vengo recorriendo un derrotero similar al del
propio Freud, en cuanto a que su hipótesis acerca de
la pulsión de muerte, de tímidamente especulativa
en mi propia implementación de las propuestas
freudianas y aun reconociendo que en el edificio
teórico del padre del psicoanálisis no llegó a los
niveles de aceptación de otros conceptos
fundamentales (como es el caso del inconsciente, la
sexualidad infantil, el Edipo, la represión, la
transferencia, etc.), ha ido transformándose
progresivamente en un referente teórico de primera
línea dentro de, como diría Laplanche, mi propia
E. BRAIER
21
«metapsicología de bolsillo», que es aquella con la
que cuenta todo psicoanalista que se precie de tal.
Esta hipótesis se sitúa como un telón de fondo a los
fines de mi comprensión de los fenómenos de la
clínica psicoanalítica y de la conducta humana en
general.
Finalmente, no sé si tiene algún valor lo que a
continuación voy a expresar, pero en suma quiero
decir que experiencias tanto clínicas como
personales a lo largo de los años me llevan a pensar,
cada vez más, que resulta razonable concebir el
comportamiento humano regido por una dialéctica
emplazada en un dualismo primordial constituido
por Vida/Muerte, al que remitirían, según mi
criterio, los dualismos amor/odio (Freud, 1920;
1923), constructividad/destructividad y el bien/el
mal.
Eduardo Braier
C/ Salvador Espriu, 69 /1, 6º 2ª
08005 Barcelona
93 221 30 94
[email protected]
Bibliografía
ARENSBURG, B. (2008). Entrevista a Bernardo Arensburg por
Manuel Esbert. Citada en F. García-Castrillón Armengou.
La pulsión de muerte. Historia de una controv ersia. Madrid:
Editorial Psimática, 2010.
AULAGNIER, P. (1980). Los destinos del placer. Barcelona:
Petrel, 1980.
BARANGER, W. (1971). Comentarios y contribuciones al
trabajo de Á. Garma «En los dominios del instinto de
muerte». Rev. de Psicoanál., XXVIII, 2, 1971.
BIBRING, E. (1943). The conception of the repetition
compulsion. Psy choanaly tic Quarterly , XII, 1943.
BRAIER, E. (1989). La acción desidentificatoria del
psicoanálisis. Trabajo presentado en la Asociación
Psicoanalítica Argentina, Buenos Aires, el 14 de
noviembre de 1989.
— (1990). La reestructuración identificatoria del analizando.
Trabajo presentado en la Asociación Psicoanalítica
Argentina, Buenos Aires, el 15 de mayo de 1990.
— (2004). El análisis del supery ó. Una rev isión histórica.
Conferencia pronunciada en Barcelona el 22 de septiembre
de 2004, bajo los auspicios de la Asociación Española de
Historia del Psicoanálisis.
— (2005). ¿Puede el superyó cambiar con el análisis?
Rev ista de Psicoterapia y Psicosomática (IEPPM), año
XXV, núm. 60, septiembre 2005.
— (2005a). De las funciones del superyó. Intercambios.
Papeles de Psicoanálisis, núm. 15, noviembre 2005.
— (2006). De una constelación conceptual en la obra de
Freud y la condición neurótica del ser. Barcelona: página
22
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
web de iPsi, en homenaje a S. Freud, con motivo del 150º
aniversario de su nacimiento. Recuperado en
www.centreipsi.com.
— (2009). Hacer camino con Freud, cap. 2-6. Buenos Aires:
Lugar editorial, 2009.
FEDERN, P. (1936). Zur Unterscheidung des gesunden und
krankhaften Narcissmus. Imago, 22.
FERENCZI, S. (1929). El niño mal recibido y su impulso de
muerte. Obras Completas (OC), vol. 4. Madrid: Espasa
Calpe, 1984.
— (1932). Confusión de lenguas entre los adultos y el niño.
OC, vol. 4. Madrid: Espasa Calpe, 1984.
FREUD, A. (1936). El y o y los mecanismos de defensa.
Buenos Aires: Paidós, 1965.
FREUD, S. (1897). Fragmentos de la correspondencia con
Fliess (1950 [1892-99]). Carta 71 (15-10-1897). Obras
Completas (OC), vol. I. Buenos Aires: Amorrortu Ed.
— (1900). La interpretación de los sueños (primera parte).
OC, vol. IV.
— (1900a). La interpretación de los sueños (segunda parte).
OC, vol. V.
— (1905). Tres ensay os de teoría sex ual. OC, vol. VII.
— (1913 [1912-13]). Tótem y tabú. Algunas concordancias
en la v ida anímica de los salv ajes y de los neuróticos. OC,
vol. XIII.
— (1913). La predisposición a la neurosis obsesiv a.
Contribución al problema de la elección de neurosis. OC,
vol. XII.
— (1913a). El interés por el psicoanálisis. OC, vol. XIII.
— (1914). Recordar, repetir y reelaborar. OC, vol. XII.
— (1915). De guerra y muerte. Temas de actualidad. OC, vol.
XIV.
— (1915a). Pulsiones y destinos de pulsión. OC, vol. XIV.
— (1916). Algunos tipos de carácter dilucidados por el
trabajo psicoanalítico. OC, vol. XIV.
— (1917 [1915]). Complemento metapsicológico a la
doctrina de los sueños. OC, vol. XIV.
— (1919). Lo ominoso. OC, vol. XVII.
— (1920). Más allá del principio de placer. OC, vol. XVIII.
— (1923 [1922]). Dos artículos de enciclopedia:
«Psicoanálisis» y «Teoría de la libido». OC, vol. XVIII.
— (1923). El y o y el ello. OC, vol. XIX.
— (1924). El problema económico del masoquismo. OC, vol.
XIX.
— (1925 [1924]). Presentación autobiográfica. OC, vol. XX.
— (1926 [1925]). Inhibición, síntoma y angustia. OC, vol.
XX.
— (1927). El humor. OC, vol.XXI.
— (1930 [1929]). El malestar en la cultura. OC, vol. XXI.
— (1933 [1932]). Angustia y v ida pulsional. Nuev as
conferencias de introducción al psicoanálisis. OC, vol.
XXII.
— (1937). Análisis terminable e interminable. OC, vol.
XXIII.
— (1937a). Construcciones en el análisis. OC, vol. XXIII.
— (1939 [1934-38]). Moisés y la religión monoteísta. OC,
vol. XXIII.
— (1940 [1938]). Esquema del psicoanálisis. OC, vol.
XXIII.
— (1950 [1895]). Proy ecto de psicología. OC, vol. I.
— y EINSTEIN, A. (1933a [1932]), ¿Por qué la guerra? OC, vol.
XXII.
GARMA, Á. (1940). Psicoanálisis de los sueños. Buenos
Aires: Paidós, 1963.
— (1943). Sadismo y masoquismo en la conducta humana.
Buenos Aires: Nova, 1960.
— (1962). El psicoanálisis. Teoría, clínica y técnica. Buenos
Aires: Paidós, 1962.
— (1970). Nuev as aportaciones al psicoanálisis de los
sueños. Buenos Aires: Paidós, 1970.
— (1971). En los dominios del instinto de muerte. Rev. de
Psicoanál., XXVIII, 2, 1971.
— y GARMA, E. G. (1966). Reacción maníaca: alegría
masoquista del Yo, por el triunfo, mediante engaños, del
Superyó. En A. Rascovsky y D. Liberman. Psicoanálisis de
la manía y la psicopatía. Buenos Aires: Paidós, 1966.
GREEN, A. (1983). Narcisismo de v ida, narcisismo de muerte.
Buenos Aires: Amorrortu,1986.
— (1984). Pulsión de muerte, narcisismo negativ o, función
desobjetalizante. Mesa redonda. En A. Green, D. Widlöcher
y otros. La pulsión de muerte. Buenos Aires: Amorrortu Ed.
1998. También en A. Green (1993). El trabajo de lo
negativo. Buenos Aires: Amorrortu Ed., 1995.
— (1990 ). Lo originario en el psicoanálisis (Conferencia
pronunciada en la APA el 29 de agosto de 1990, bajo el
título «En el comienzo era... el fantasma originario»),
Rev. de Psicoanál., XLVII, 3, 1990.
— (1991). Lo originario en el psicoanálisis. La diacronía en
psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu Ed., 2002.
— (2000). La muerte en la vida. Algunos puntos de referencia
para la pulsión de muerte. Rev. de Psicoanál., LVIII, núm.
2, 2001.
HEIMANN, P. (1952). Notas sobre la teoría de los instintos de
vida y de muerte. En M. Klein y otros, Desarrollos en
psicoanálisis. Buenos Aires: Hormé, 1967.
HOFFMAN, T. (2004). Revival of the Death Instinct: A view
from Contemporary Biology. Neuro-Psy choanaly sis, 6
(1).
HOLZMAN, P. S. (1994). Karl A. Menninger (1893-1990). The
International Journal of Psy cho-Analy sis, 75.
KERNBERG, O. (1992). Aggresion in Personality Disorders
and Perv ersions. London-New Haven: Yale University
Press.
KLEIN, M. (1946). Notas sobre algunos mecanismos
esquizoides. En M. Klein y otros, Desarrollos en
psicoanálisis. Buenos Aires: Hormé, 1967.
LAPLANCHE, J. (1984). La pulsión de muerte en la teoría de la
pulsión sexual. En A. Green, D. Widlöcher y otros. La
pulsión de muerte. Buenos Aires: Amorrortu Ed., 1998.
LAPLANCHE, J. Y PONTALIS, J. (1968). Diccionario de
Psicoanálisis. Barcelona: Labor, 1971.
LUTENBERG, J. (1993). Repetición: reedición-edición. Rev. de
Psicoanál., número especial internacional, núm. 2, 1993.
MARUCCO, N. (1999). Cura analítica y transferencia. De la
represión a la desmentida. Buenos Aires: Amorrortu Ed.,
1999.
MAYER, H. (1982). Narcisismo. Buenos Aires: Kargieman,
1982.
RASCOVSKY, A. (1986). El filicidio. La agresión contra el
hijo. Buenos Aires: Paidós.
— (2000). Los orígenes del filicidio. Rev de Psicoanál.,
número especial internacional, 2000, núm. 7.
RASCOVSKY, A. Y M.(1967). Sobre el filicidio y su
significación en la génesis del acting out y la conducta
psicopática en Edipo. Rev. de Psicoanál., XXIV, 4.
RECHARDT, E. (1984). Los destinos de la pulsión de muerte. En
La pulsión de muerte, A. Green, D. Widlöcher y otros.
Buenos Aires: Amorrortu Ed., 1998.
REIK, T. (1941). Masoquismo en el hombre moderno. Buenos
Aires: Sur, 1963, 2 vols.
ROSENBERG, B. (1991). Masoquismo mortífero y masoquismo
guardián de la v ida. Valencia: Promolibro, 1995.
SPIELREIN, S. (1912). La destruction comme cause du devenir.
Sabina Spielrein entre Freud et Jung, dossier descubierto
por Aldo Carotenuto y Carlo Trombetta (Roma, 1980),
Michel Guibal y Jacques Nobécourt (comps.). París:
Aubier-Montaigne, 1981.
WEISS, E. (1935). Todestrieb und Masochismus. Imago, 21.
Notas
1. Una versión resumida del presente trabajo ha sido
presentada por su autor en las 3as. Jornadas de Psicoanálisis
«La pulsión de muerte», organizadas por GRADIVA
Asociación de Psicoanálisis Aplicado (con sede en Santiago
de Compostela), en la mesa redonda «La pulsión de muerte en
Freud», que el autor integrara junto a Fanny Elman Schutt y
Claudia Schutt. Santiago de Compostela, 22 de octubre de
2010.
2. A los fines de abreviar, en esta exposición nos
centraremos en la pulsión de muerte, aunque se sobreentiende
que el análisis de todo fenómeno implica tener en cuenta,
junto a dicha pulsión, la presencia simultánea de la pulsión
de vida, así como los procesos de mezcla/desmezcla de ambas
pulsiones.
3. Aquí uno no puede menos que recordar el uso popular de
la palabra ligar en España, en tanto significa lograr una
conquista sexual.
4. Se trata de algo similar a lo que sucede, como también
veremos luego, con la agresividad y la destructividad,
habiendo quienes las desafilian, incluso con gran facilidad,
de la teoría de la pulsión de muerte, concibiéndolas como
debidas a otras causas.
5. Ya en su obra de 1920 Freud había reconocido que los
sueños de las neurosis traumáticas constituyen una excepción
a su tesis de que el sueño es un cumplimiento de deseos, al
igual que —dice allí, sorprendentemente— «los sueños que se
presentan en los psicoanálisis». Y hasta llegará a
preguntarse, poco más adelante: «¿No son posibles aun fuera
del análisis sueños de esta índole, que en interés de la ligazón
psíquica de impresiones traumáticas obedecen a la
compulsión de repetición? Ha de responderse enteramente
por la afirmativa». Existe aquí quizás ya una cierta aceptación
en Freud de la herida narcisista que le debió haber significado
cuestionarse su tesis, que tanto valoraba, acerca de la
interpretación de los sueños, por la que estos serían
E. BRAIER
23
invariablemente un cumplimiento de deseos.
6. En Más allá... Freud menciona las construcciones como
al pasar. Se ocupará especialmente de ellas en el trabajo de
1937, consagrado a este tema.
7. La idea de la existencia de un masoquismo primario ya
había sido enunciada por Freud en su trabajo de 1920.
8. Freud cita a Spielrein en su texto de 1920.
9.Véanse especialmente: Tótem y tabú, la referencia a
dicha ambivalencia en el marco de lo social en «De guerra y
muerte», así como las descripciones sobre transferencia
positiva y negativa, los casos de Juanito y del «hombre de
las ratas», etc.)
10. Del mismo modo, a partir de 1920 el odio será
considerado una expresión de la pulsión de muerte y el amor
lo será de la pulsión de vida (Freud, 1923; 1926 [1925]).
11. Este instrumento, al decir de Freud, verá aumentada su
fuerza y será a la vez sustituido por el uso de las armas (Freud
y Einstein, 1933a [1932]).
12. Esto sería así de acuerdo con mi interpretación del
texto freudiano y en cuanto a cómo entiendo la propuesta de
Freud (véase, por ejemplo, Freud, 1940 [1938]). Habrá
quienes digan que lo que en verdad se exterioriza en estos
casos son los eventuales derivados de la pulsión de muerte,
vale decir los impulsos destructivos y no esta en sí misma,
que continuaría siendo silenciosa y no cognoscible o no
detectable, al igual que el inconsciente (cuando no meramente
hipotética, claro está). Hay que recordar en este punto que el
propio Freud calificó a la pulsión de destrucción como un
subrogado de la pulsión de muerte (Freud, 1923; 1930
[1929]), a su vez «[…] tan difícil de asir» (Freud, 1923),
aunque también, después de decirnos que es muda, nos
aclaraba: «[…] solo comparece ante nosotros cuando es
vuelta hacia fuera como pulsión de destrucción». En síntesis,
el matiz diferencial entre pulsión de muerte y pulsión de
destrucción, de existir, no está, en mi lectura, del todo
definido dentro de la obra freudiana.
13. Dicho esto más allá de que se puedan establecer claras
diferencias entre ambas posturas, como la mayor convicción
y en definitiva la radicalidad con que adoptó Klein la última
teoría pulsional freudiana, su idea de que el sadismo sería solo
destructividad, un instinto innato y separado de la libido, y el
emplear sin vacilación alguna el concepto de instinto de
muerte en el campo de la clínica psicoanalítica y en su
relación con la destructividad hacia el objeto casi en el nivel
de un referente clínico, es decir no solo metapsicológico.
En la discutible concepción kleiniana de la pulsión de
muerte cabe, sin embargo, a mi juicio, reconocer la gran
riqueza del aporte a la comprensión del papel de la
agresividad humana, aunque a veces dicho aporte haya ido en
detrimento de la apreciación de los componentes libidinales,
al tiempo que no habría contemplado suficientemente la
agresión proveniente de los objetos de la realidad exterior
hacia el sujeto.
A lo largo de la obra de Klein, el instinto de muerte ha
estado representado en un comienzo por el sadismo y
finalmente por la envidia. Mención especial merece el aporte
kleiniano acerca de esta última, que prácticamente carece de
precedentes en las teorías freudianas. Klein nos ha permitido
mensurar la alta destructividad de la envidia entre los afectos
24
INTERCANVIS 28 · JUNY 2012
humanos, a raíz de las defensas que el yo esgrime frente a ella
y que se acompañan del ataque envidioso. Por consiguiente,
el análisis profundo de la envidia en todo proceso
psicoanalítico posee en mi criterio una importancia
fundamental.
14. Pocos años después Einstein, aunque ajeno a la
disciplina del psicoanálisis, en su correspondencia con Freud
(Freud y Einstein, 1933a [1932]) y al preguntarse acerca del
porqué de la guerra, se responderá a sí mismo: «Solo hay una
contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un
apetito de odio y destrucción». En la misma carta empleará
además la denominación freudiana de pulsión agresiva.
15. Me he referido a este tema en un artículo expresamente
dedicado él (Braier, 2006).
16. En mi criterio, este enfoque puede además
proporcionarnos unas claves para comprender la trama
inconsciente de algunas obras literarias surgidas en las
décadas de 1910 y de 1920, como las hasta entonces casi
desconocidas La condena y El proceso, de Franz Kafka,
habida cuenta de la afición de Freud por la interpretación
psicoanalítica de las obras literarias.
El relato de La condena, por ejemplo, resulta a mi entender
una típica muestra de los que fracasan al triunfar.
17. Encontraremos además un encadenamiento teórico
generacional (probablemente influido a su vez por la
continuidad en los divanes psicoanalíticos), en la
exploración de T. Reik sobre el masoquismo (Reik, 1941),
quien se analizó un tiempo con Freud, exploración seguida de
la de Á. Garma, analizado a su vez por Reik. Garma registra
notables desarrollos en torno del que llamaba instinto de
muerte y en particular del masoquismo (Garma, 1971) y de la
conflictiva superyó sádico-yo masoquista, presente esta
última sobre todo en su obra Sadismo y masoquismo en la
conducta humana, en la que ya en los años 40 analizará las
guerras, los suicidios, los estados melancólicos y las
neurosis obsesivas, entre otros temas; posteriormente y
junto a su mujer, Elisabeth, nos brindará un agudo estudio del
superyó engañador y tanático del maníaco y de la «alegría
masoquista del yo por el triunfo, mediante engaños, del
superyó» (Garma, Á. y Elisabeth G. de Garma, 1966); esto
supone un superyó tan cargado de pulsión de muerte en la
manía como en la melancolía, aunque ello, cabe aclararlo,
representa una postura que se opone a la posición freudiana
acerca del superyó en la manía.
La transmisión de todas estas enseñanzas ha llegado
también hasta mí como un valioso legado teórico, recibido
desde mi lugar de agradecido discípulo de Garma en algunos de
sus seminarios, y también en parte a través del diván de
Elisabeth (a la que en Argentina hemos conocido siempre
como Betty).
¿Fidelidades de diván? En esta genealogía psicoanalítica
no se podrían descartar, aunque prefiero pensar que la
transmisión transgeneracional de los conceptos ha operado
sobre todo ejerciendo en los miembros de esta cadena un
efecto estimulante y, a la larga, fructífero para la
investigación profunda de un tema tan trascendente como es
el del masoquismo.
En definitiva, asistimos a desarrollos de modelos teóricos
de Freud asociados a su hipótesis de las pulsiones de vida y
muerte, que demuestran, una vez más, la formidable potencia
teórica de que gozó y sigue gozando la obra del padre del
psicoanálisis.
18. B. Rosenberg (1991) ha estudiado en profundidad esta
intrincación pulsional en el masoquismo, al que alude,
parafraseando a Freud, como «guardián de la vida»,
precisamente por la intervención de las pulsiones
libidinales.
19. Los psicoanalistas agrupados en torno a la psicología
del yo, por ejemplo, salvo pocas excepciones, rechazan de
plano la noción de pulsión de muerte.
20. Además del peligro de rotular sin más las
manifestaciones patológicas de los pacientes a partir del
concepto de pulsión de muerte («lo que ocurre es que este
paciente tiene un alto monto de pulsión de muerte, etc.»),
pretendiendo así explicarnos lo que le pasa y con ello dejar
zanjada la cuestión, se corre un riesgo similar con conceptos
conexos, igualmente abstractos y con alto grado de síntesis,
como es el caso del masoquismo («esto le pasa porque es muy
masoquista», etc.). Pero ello no tiene por qué suceder por el
solo hecho de que se empleen estos conceptos, ya que,
además, podemos seguir buscando explicaciones. «Este
paciente tiene marcadas tendencias masoquistas, pero... ¿Y
qué? ¿Qué más? ¿Por qué y para qué es masoquista? ¿De dónde
le viene?» Son preguntas que debemos hacernos siempre.
Vaya un sencillo ejemplo:
Julio arrastra una caracteropatía obsesiva de larga data. Es
un hombre joven aún, pero se siente viejo. Tiene algunos
kilos de más y acusa ciertas molestias musculares debidas a
problemas menores, todo lo cual aumenta sus sensaciones
displacenteras, hasta el extremo de verse a sí mismo como un
anciano inválido. Tales vivencias responden sin duda a su
estructura masoquista (sadomasoquista, para ser más
exactos). Pero, me pregunto: ¿por qué se sentirá así? ¿De
dónde le viene? A lo largo de la labor analítica encuentro que
interviene una identificación con el padre anciano y obeso
(identificación que a su vez nos crea nuevos interrogantes,
pero entrar en detalles ahora sobre este punto nos llevaría
demasiado lejos). Y... ¿para qué ha de sentirse así? Acaso para
evitar lo que en su fantasía podría ser un mal mayor, dado su
sentimiento de culpa inconsciente, provocado por superar en
determinados aspectos a su anciano padre; como
consecuencia de ello ha de sufrir, en su necesidad de castigo,
desde una posición masoquista que se ve alimentada por el
sentimiento de culpa, el que a su vez responde a su rivalidad
edípica con su progenitor y los consiguientes deseos
parricidas, todo lo cual deberá ser objeto del trabajo
analítico. Y habrá seguramente mucho más por descubrir
detrás del masoquismo de su yo y el sadismo de su superyó, a
través de los cuales se expresarían en el paciente sus
pulsiones autodestructivas.
21. La llamada Gran Guerra fue la más devastadora de la
historia tras la Segunda Guerra Mundial. A poco de iniciarse
aquella, Freud dejó testimonio de sus graves reflexiones en
torno a esta tragedia en el ya citado artículo «De guerra y
muerte. Temas de actualidad» (1915); también habrá de
mencionarla años más tarde en El malestar en la cultura.
Como era de prever, los terribles sucesos de la Segunda Guerra
Mundial darían lugar a nuevas observaciones en torno a la
agresividad humana por parte de diversos psicoanalistas.
22. Hay que tener en cuenta que Freud (1920) reconoció
claramente la posibilidad de que con el tiempo los avances en
biología echen por tierra estas especulaciones suyas. Así
llegó a decir: «La biología es verdaderamente un reino de
posibilidades ilimitadas; tenemos que esperar de ella los
esclarecimientos más sorprendentes y no podemos columbrar
las respuestas que decenios más adelante dará a los
interrogantes que le planteamos. Quizá la dé tales que
derrumben todo nuestro artificial edificio de hipótesis».
23. Se refiere a la pulsión de destrucción.
24. Ni qué decir de cuando se trata de patologías en las que
la heteroagresividad juega un papel decisivo, tales como las
psicopatías, la criminalidad, ciertas perversiones sexuales,
etcétera.
25. ¿Cómo conciliar, por ejemplo, la tendencia tanática a
la reducción a cero de las tensiones con la búsqueda
masoquista de placer en el displacer, que supondría un
aumento de la tensión?26. En alusión al trabajo de Freud «El
interés por el psicoanálisis» (Freud, 1913a. Traducido por
López Ballesteros en la edición de Biblioteca Nueva como
«El múltiple interés de la psicoanálisis»).
27. Poco más adelante me referiré a un tipo particular de
identificaciones, las identificaciones primarias tanáticas
(Braier, 2009), que precisamente se producirían como
consecuencia de las cargas pulsionales tanáticas
provenientes de las figuras parentales sobre el niño.
28. El ensayo del francés Michel Onfray, Freud. El
crepúsculo de un ídolo (Taurus), que ha provocado mucho
ruido en su país, es el más reciente de estos aviesos intentos.
29. Más ejemplos: como muchos, disiento con algunas
hipótesis de Freud acerca de la sexualidad femenina. Y
también como tantos otros, estimo que los cambios sociales
y de la moral sexual han puesto abiertamente en entredicho
tales hipótesis. Paralelamente, después de haberlas revisado
y de adoptar una posición discrepante, he llegado a relacionar
su teoría falocéntrica con los preceptos (más bien cabría
hablar de prejuicios), en lo que a las mujeres se refiere,
propios de la época en la que le tocó vivir, y de los que quizás
tampoco él pudo escapar.
30. Como ha sido dicho anteriormente, similar crítica le
cabría a Klein.
E. BRAIER
25

Documentos relacionados