Don Miguel Méndez, como acorde extravag

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Don Miguel Méndez, como acorde extravag
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Escrito por Cronista
Sábado 09 de Agosto de 2008 21:57
Miguel Méndez
Aunque nació en Bisbee, Arizona, en 1930, se crió en El Claro,
Sonora; Don Miguel Méndez, como acorde extravagante de
nuestra literatura sonorense, mexicana y chicana, se ha puesto
a llevar su obra a otra parte, es decir, todos sus cuentos,
novelas y poemas a recorrer el mundo. Él es una persona a la
que no se le puede impresionar con eso de la globalidad y de la
tendencia a un planeta sin fronteras, él es siempre fronterizo,
habitante de todas y de ninguna parte.
Al correr de los años, el reconocimiento a su trabajo ha ido
creciendo a paso lento pero de una manera bastante firme.
Primero fue uno de los decanos del llamado movimiento de la
literatura chicana; se le publicó en Estados Unidos y, después,
en México.
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Es amigo del Nobel Camilo José Cela (sólo por mencionar una
luminaria de entre tantas que le han entregado su amistad), sus
obras las han traducido a varios idiomas, incluso se le ha
nominado como posible acreedor del máximo premio literario
mundial; el premio Nobel de literatura.
Miguel Méndez En Europa
Durante la visita hecha por Martín Enrique Mendívil al viejo
continente, pudo constatar con sumo orgullo cómo este hijo del
Desierto de Sonora ocupaba amplios espacios periodísticos
durante una de sus visitas a la península Ibérica. En charla con
catedráticos de la Facultad de Filología Inglesa de la
Universidad de Salamanca, Martín Enrique pudo presenciar el
entusiasmo que despertaba entre ellos la obra de Miguel
Méndez.
Don Miguel Méndez inquieta fuertemente a quienes tienen la
tentación de creerse los dueños del idioma. Primero, a los
mexicanos que nos sentimos muy seguros porque nos
presumimos más hijos legítimos de la lengua española que los
chicanos o "pochos", como a veces se les ha nombrado.
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Después, a los propios descendientes de aquellos que
fraguaron el castellano en una oscura región entre Castilla y La
Rioja, para plasmarlo por primera vez por escrito a través de
las manos anónimas de un monje del monasterio de San Millán
de La Cogolla, les fascina y angustia que el idioma cifre ahora
su futuro en la América más extraña: No sólo en la que va del
Río Bravo a la Patagonia, sino la que se extiende a Estados
Unidos mismo.
A don Miguel no le gusta hacer mucho ruido. Él trabaja. Pero
uno no puede dejar de mirar a su incansable taller, de donde
ha salido tanto pan literario y tan reconfortante.
Diez años de la primera edición mexicana de Peregrinos de
Aztlán.
Cuenta Martín Enrique Mendívil que una esquina fue el punto
de contacto con Miguel Méndez. Ante sus ojos, la figura del
escritor aparecía a lo lejos, intermitente, tras la ráfaga de autos.
Una vez que se encontraron y mientras caminaban hacia la
casa de su hermana (donde se hospedó durante los días que
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estuvo en Hermosillo), Méndez comentaba sorprendido sobre
la ciudad: "Hace dos años que estuve aquí y el tráfico aún no
estaba tan acelerado".
Era noviembre de 1989 y en unas horas más el escritor chicano
presentaría su novela Peregrinos de Aztlán (1974) en su
primera edición mexicana (Editorial Era, 1989), en la Galería de
Artes de la Universidad de Sonora.
Entre el necesario calor de las tazas de café, Martín descubrió
en don Miguel Méndez un sobrio y excelente sentido del
humor, siempre al margen de la charla, la cual giró en torno a
dos aspectos cardinales de su obra: la propia novela
Peregrinos de Aztlán y su visión del movimiento de la literatura
chicana, a más de veinte años de su gestación.
Entrevista realizada a don Miguel Méndez por Martín Enrique
Mendívil (Fragmentos).
MEM: Don Miguel, al leer Peregrinos de Aztlán encontré
rupturas de cuadros, es decir, una contraposición marcada de
los pasajes allí descritos.
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MM: Sí. Peregrinos de Aztlán es una novela multiepisódica y
fragmentada. Sus episodios son muy breves y contrastantes,
con diversos niveles lingüísticos variando la ubicación del tema.
MEM: ¿Qué edad tenía Usted al escribir la novela?
MM: Como 26 años, y la terminé a los treinta y tantos, porque
escribía otras cosas como teatro o cuento. Recuerdo que yo
no, quería pensar en la publicación de la novela: Escribía y
cuando la leía me asustaba su tono acusativo. No sólo quería
reflejar la vida de los más desprotegidos, sino que allí sumé
toda mi rabia. Yo fui uno más de los personajes que ahí
aparecen.
MEM: En su obra, también, percibo una intención poética...
Incluso he encontrado poesía suya en algunas Publicaciones.
MM: Sí, tiene razón. Me gusta la poesía porque se presta para
descubrir secretos del lenguaje. La poesía destruye clichés. Sin
embargo, no me gusta publicarla aunque tengo la idea de que
podría hacerlo bien. Es muy difícil publicar poesía. Los editores
no quieren financiar su impresión porque nadie quiere leerla.
Me gusta más incursionar en la novela.
MEM: ¿Por qué es más leída?
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MM: Es en cuanto a extensión. Hay aspectos que en la poesía
y en el cuento no pueden entrar dado a su brevedad. En la
novela me siento bastante bien. Es un desafío sostener ciento
y pico de páginas más o menos redondeadas. Hay que ser muy
creativos; se tiene que leer mucho, pero sin abandonar la
escritura. Hay cosas que no descubres hasta que escribes.
MEM: Usted dice que le asustaba la crudeza que mostraba en
Peregrinos de Aztlán pero, por otro lado, también encuentro
trozos surrealistas, por ejemplo, ese pasaje donde el indio
Cuamea, enamorado de la Muerte la seduce.
MM: Alguna vez me pregunté el por qué de ese capítulo y se
me ocurre que lo hice porque a veces nos rebelamos contra
tantos tabúes y quisiéramos destruirlos y no actuar de manera
tímida. Y claro, también, me subyuga la cultura de los yaquis,
su carácter tan férreo. El amor de Cuamea no era platónico
sino sensual. Él quería poseerla y la persigue y cuando lo logra
es terrible.
MEM: La tradición mexicana de la Muerte une lo trágico con el
humor. En su novela frecuentemente se da la yuxtaposición de
estos dos elementos.
MM: Sí. Se trata de algo trágico-cómico. En Peregrinos de
Aztlán yo me negaba a usar un lenguaje vulgar o palabras
fuertes, pero al leer lo que llevaba escrito me dije: "¿Cómo está
esto?" Yo oía hablar a esas personas y no eran tan comedidas,
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sino fuertes en su expresión. Y empecé de nuevo la novela,
haciendo una fusión del lenguaje directo, el rebelde y el lírico,
con 1a experiencia que me daba el quehacer literario.
MEM: ¿Se puede hablar, entonces, de una literatura chicana
sólida o de sólo algunos elementos destacados como Usted o
el poeta Alurista?
MM: Hay algo que pasa en todas partes: entre muchos literatos
sólo las obras de algunos pasan a figurar como clásicas y
otros, a pesar de sus esfuerzos, se quedan al margen. Pero
creo que la literatura chicana es sólida y se proyecta de una
manera audaz.
MEM: ¿Qué tanta es la aceptación de los mexicanos ante la
literatura chicana? ¿Qué tanta la de los angloamericanos?
MM: Hay un reconocimiento de la literatura chicana que no se
otorga así nada más: Debe haber un impulso más. Yo me
siento muy bien con los chicanos y también como pato en el
agua, entre los sonorenses.
MEM: ¿Y los planteamientos de "no ser de aquí ni de allá"?
Existen personas a las que les pesa mucho lo de las dos
culturas...
MM: No en lo personal. A mis personajes no los detiene nada:
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Cruzan fronteras. Ésa es la virtud de la novela, el cuento o el
poema. En la novela fronteriza existen convergencias y
divergencias (son más las divergencias); esta literatura puede
ser llamada igualmente "del noroeste de México" o del
"sudoeste de Estados Unidos". Y es natural: Es una zona
fronteriza con semejanzas culturales.
Fuente:
Revista Cultural Perfiles, con fecha 16 de mayo de 1999.
(Entrevista originalmente publicada en la revista Mucho Gusto:
Arte en sus Sentidos, número 1, octubre de 1990, Hermosillo
Sonora).
Colaboración:
Federico Fuentes Pérez
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