CARTAS SIRIAS DESDE GRECIA Un grito por la

Transcripción

CARTAS SIRIAS DESDE GRECIA Un grito por la
Edición a cargo de
Cristina Llaràs Jordana
CARTAS SIRIAS DESDE GRECIA
Un grito por la dignidad
Prólogo de Sami Naïr
Sameer
Hassan
Liali
Ahmad Alyousef
Wadah Maktaby
Abdullah Hammal Sabouni
Dalal
Braa Ahmad Kharwof
Ahmed Dibou Darwish
Esraa Alabeid
Ibrahim Ayan
Jahina Aisa Almohamd
Abdullah Abdalkarim
Ahmed Sheikho
Ayad Al-Gharib
Abdulkader Chukri Jaafar
Abdulmejid
Mohamed Alyoussef
Shiar Yousef
Ghassan Ebrahim
Ahmed Yooso
Índice
Prólogo. Relatos de la gran tragedia, Sami Naïr . . . . . . . . 9
Introducción, Cristina Llaràs Jordana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Sameer. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Hassan Alhomse. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Liali . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Ahmad Alyousef. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Wadah Maktaby. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Abdullah Hammal Sabouni . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Dalal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
Braa Ahmad Kharwof. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Ahmed Dibou Darwish . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
Esraa Alabeid. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Ibrahim Ayan. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Experiencia de Ibrahim Ayan en Grecia . . . . . . . . . . . . . . . 89
Jahina Aisa Almohamd. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
Abdullah Abdulkarim. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
Ahmed Sheikho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Ayad Al-Gharib . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
Abdulkader Chukri Jaafar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Abdulmejid. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
Mohamed Alyoussef. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Shiar Yousef . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Ghassan Ebrahim. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Poemas de Ahmed Yooso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
Agradezco a Marta Fornes, Carol Palos, Ada Llorens y Lorenzo Hidalgo
por sus palabras de ánimo y también por su ayuda en el proceso de redacción de este libro. Gracias.
Prólogo
Relatos de la gran tragedia
Sami Naïr
He aquí el testimonio de una tragedia, de la que Europa, la Europa de
los gobiernos y los partidos políticos, tardará mucho en recuperarse
moralmente. Estas mujeres, estos hombres, estas chicas y chicos gritan
su dolor, su incomprensión, su terror al verse abandonados por aquellos países europeos que idealizaban. Unos dejan sus hogares por temor
a la muerte o por haber sufrido la de sus familiares; algunos, por no
entender qué ocurre, el porqué de la tragedia, y otros tantos, hartos de
la miseria, las enfermedades sin cura en los hospitales de su país y una
dictadura que los ahoga: la crueldad del régimen de Al-Asad, la locura
sangrienta, monstruosa, de los terroristas del ISIS. Sin alternativas, escapan de una tierra convertida infierno.
Su país, Siria. Aquí tenéis el relato doloroso de una nación que desaparece, que muere. Textos de sirios, refugiados, tratados como animales
en los campos, sometidos al despotismo de las mafias, torturados por
policías, perseguidos por guardafronteras, olvidados por todos. Pero
aquí tenéis, también, escondido en las palabras de agradecimientos de
las víctimas, el testimonio de la solidaridad anónima de estas personas
surgidas de las entrañas de la vieja Europa, de sectores de la sociedad
civil que tienden los brazos ayudando a los desesperados, defendiendo
con su ejemplo los valores de la humanidad de todos. Textos de sirios
que hubieran podidos ser de iraquíes, afganos, eritreos, sudaneses u
otros tantos. Relatos de seres humanos, chivos expiatorios de la locura
del mundo, del avance férreo de la razón de Estado, de la cínica inhu-
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manidad de las grandes potencias. El juego de los estados es definir
quién es un «verdadero» refugiado y quién un inmigrante «económico»
ilegal, y la gran ingenuidad de las cartas, de los testimonios y de los
microrrelatos aquí publicados permitirá a los jefes burócratas exhibir
esta distinción, obviando que se trata de una humanidad amenazada de
muerte que pide socorro.
Europa ha pisoteado sus valores reduciendo la categoría de refugiado a la de inmigrante clandestino; Europa prefiere encerrarse en su
fortaleza y dibujar un nuevo limes, que la separe de estos «bárbaros». Es
una gran traición que solo demuestra que la barbarie no está del lado
de los que piden ayuda, sino de los que rechazan ayudarlos. La barbarie
está en casa, aquí, disimulada bajo palabras de conmiseración hipócrita
y buenas maneras europeístas.
Os aconsejo leer estos textos, pues os enseñarán, como huellas o
pequeños relatos de Kafka, lo que ocurre ante nuestros ojos. Es un gran
acto de solidaridad por parte de la editorial Icaria ponerlos a nuestra
disposición.
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Introducción
Cristina Llaràs Jordana
En primer lugar, quisiera dar las gracias a los refugiados sirios del campo
de refugiados de Eko, Idomeni y Vasilika por su confianza, por contar
sus historias y por hacer posible este proyecto.
En especial quiero agradecer a mis amigos traductores Abdullah Sabouni, Ibrahin Ayan, Ahmed Alyousef y Ahmed Yooso por los muchos
días que pasamos juntos visitando las tiendas de los refugiados que no
hablaban inglés, explicándoles el proyecto, tomando café con ellos, escuchando sus historias, conociéndolos, compartiendo.
También doy las gracias a mis amigos Deyar Sheiko, Sameer y Ha­
ssan por traducir las historias y brindarme su amistad.
Durante este último año, he viajado a Grecia en cuatro ocasiones
como voluntaria. Mi madre fue refugiada en Francia tras la Guerra
Civil durante tres años. Tenía entonces 16 años. Iba con su hermana
pequeña y mis abuelos. Poco sé de su vida allí. Solo que el primer año
estuvieron separados, mi abuelo en un campo de hombres y ellas en
uno de mujeres y que mi madre escribía a su padre una carta cada noche. Cada año mi abuela nos regalaba a los nietos por Navidad media
docena de cubiertos de plata, hasta completar la cubertería. Cuando
protestábamos por dicho regalo, nos decía que ellos habían sobrevivido
en Francia gracias a la cubertería y que ella sería feliz de poder completarla antes de morir.
En noviembre de 2015 al ver las imágenes en la TV sobre Lesbos
algo se movió en mí y decidí ir a ayudar. En este primer viaje mi intención era simple: darles la bienvenida y mostrarles que no estaban solos.
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En noviembre en Lesbos éramos muchos los voluntarios, preparábamos
té caliente, les dábamos ropa seca y los abrazábamos al llegar. Mi gran
sorpresa fue la suciedad y las malas condiciones en las que se encontraba el campo de Moria. Me resultaba incomprensible que hubiera un
campo en esas condiciones en Europa, por primera vez tuve la clara
sensación de que había una voluntad política de maltrato detrás de la
situación.
Mi relación con los refugiados sirios se ha ido construyendo despacio. He visto el miedo en las caras de los que llegaban a las playas de
Lesbos en botes de goma y he sentido su euforia al pisar tierra firme y
saberse vivos. He sentido su dolor por los que se quedaron en el camino,
por la familia dejada atrás, por los amigos a los que no volverán a ver,
por el país perdido, por su ciudad destruida. He visto el horror en su
mirada al recordar escenas de guerra, a sus vecinos pasados a cuchillo,
el zumbido de las bombas. He sentido la impotencia y la frustración de
la frontera cerrada, la sensación de no importar a nadie, de ser un mero
número sin nombre bajo la etiqueta de «refugiado».
Se ha despersonalizado a hombres, mujeres y niños que han perdido
su individualidad, su país, su condición de ciudadanos y con ello sus
derechos. En principio ser refugiado de guerra supone el derecho de
asilo, que ha de ir acompañado del derecho al mantenimiento de la unidad familiar, a la escolarización de los niños, a una vivienda digna y al
trabajo. Esto no ha sucedido en Grecia. Los refugiados siguen viviendo
en condiciones indignas, los niños no están escolarizados y la mayoría
de los refugiados desconocen a qué país serán enviados.
Todo ello ha supuesto el derrumbe de su sueño de Europa. La Europa de los «derechos humanos», la Europa de la libertad se ha revelado
falsa. Su sueño ha muerto y también el mío. Se han sentido maltratados
física y psicológicamente al verse obligados a dormir hacinados en tiendas para cincuenta personas o bien en pequeñas tiendas que se llenaban
de agua de lluvia y se iban volando con el viento. He probado una comida incomible y he visto las duchas y los baños malolientes, carentes
de higiene y de agua caliente. Todo este sucede en Europa.
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A finales de febrero de 2016, volví de nuevo a Grecia tras ver
de nuevo las imágenes de Idomeni en televisión. No tenía ninguna
intención de hacer de médico, ya que llevo tiempo sin ejercer, pero
ya en el hotel me dijeron que faltaban médicos y acabé trabajando
como médica voluntaria con SCM (Salam Cultural Museum), una
pequeña ONG de Seattle en Idomeni y en el campo de la gasolinera
Eko. Nuestra clínica era una furgoneta con las puertas de atrás abiertas en la que guardábamos los medicamentos. Visitábamos de pie
al aire libre, muchos días bajo un frío viento del norte proveniente
de los Balcanes parecido a la tramontana o al cierzo. Con dificultad
aguantábamos tres horas seguidas en el exterior y andábamos todos
resfriados, con lo que me resultaba increíble que los niños pudieran
soportar esas condiciones durante veinticuatro horas. Era inhumano
tener a personas vulnerables como niños con asma, adultos con heridas de guerra y enfermos crónicos en esas condiciones que no hacían
más que empeorar su estado de salud. Allí conecté por vez primera
con los traductores que nos hacían de intérpretes con los enfermos.
A pesar de la situación extrema bromeábamos, pues todavía teníamos
la esperanza de que abrieran la frontera.
En este segundo viaje fue cuando decidí que había que denunciar
la situación de maltrato y que hacer de médico no era la solución. En
Europa se estaban cruzando líneas rojas y ello era inadmisible y contrario a lo que me habían enseñado toda la vida. Si nuestro ordenamiento
jurídico tipifica como delito la omisión del deber de socorro e impone
a los ciudadanos de a pie la obligación de auxiliar a la víctima de un accidente de tráfico, por ejemplo, cómo es posible que la Unión Europea
pueda abandonar a los refugiados en el mar y en tierra, y no solo omita
su deber de socorro y amparo ante las víctimas que llegan a su territorio,
sino que además exista una voluntad de que dicho abandono sea visible
con el fin de evitar el efecto llamada. A mi regreso a Barcelona busqué
abogados que me pudieran ayudar, pero todos me decían que era un
asunto interno griego y que debían ser los abogados griegos los que
reclamaran ante sus tribunales de justicia.
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Pese a ello, volví a Idomeni. Allí, por casualidad, conocí a unas abogadas italianas que estaban recogiendo casos para denunciarlos frente al
Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo (el TEDH).
Decidí hacer lo mismo y me dispuse con su ayuda a documentar los
casos de las familias vulnerables con el fin de preparar un recurso ante el
TEDH. Tienda por tienda y con la ayuda de los traductores recogimos
las historias de aquellas familias y las documentamos. La doctora catalana Anna Cabot nos ayudó con los certificados médicos, recogimos
sus firmas para recurrir y a mi vuelta a España contraté a un bufete de
abogados para que presentara la denuncia. Al igual que las abogadas
italianas, presentamos la denuncia ante el TEDH por vía urgente, pero
dicha vía fue rechazada por el TEDH, que nos remitió a la vía ordinaria.
El caso permanece abierto.
Leyendo las historias que se presentaron en el TEDH surgió la idea
de escribir un libro testimonial que recogiera aquellas historias escritas
por los propios refugiados, sin intermediarios y con sus propias palabras. Por lo que este libro recoge las historias tal y como fueron escritas
por los refugiados (unas en inglés y otras en árabe) y su traducción al
castellano. Esta forma de acercarnos a ellos nos permitía visualizarlos,
sacarlos del cajón de sastre de «refugiados» y reconocerlos como individuos y por sus nombres. También era una forma de que como autores
recibieran algo de dinero de la publicación del libro. Uno de los efectos humillantes de ser refugiados es que, durante todo el proceso de
solicitud de asilo, no tienen derecho a trabajar, por lo que todo lo que
obtienen (la comida, el poder tomarse un café caliente) lo consiguen
mediante caridad. El proyecto del libro les ha permitido implicarse en
un proyecto creativo generador de significado y de dignidad, y quizás
conseguir algo de dinero.
En contrapartida a esta Europa ausente y negligente, de la que forman parte las grandes ONG como ACNUR (ausente en Idomeni y
Eko), la solidaridad ciudadana ha sido impresionante. Han aparecido
pequeñas ONG y grupos de trabajo que resolvían problemas concretos. Un grupo creaba una escuela, otro ponía en marcha una cocina,
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otro compraba huevos para que la gente tuviera aporte proteico, otro
compraba cochecitos de niño, otro repartía ropa, plátanos, cazuelas…
Han sido muchas y diversas iniciativas las que han hecho el día a día
en los campos más llevadero. Los propios sirios han colaborado en estas
actividades. Voluntarios de diversos países han trabajado codo con codo
con los refugiados creando complicidades, puntos de encuentro, conociéndose y creando vínculos. Quiero hacer una mención especial a los
voluntarios catalanes que, quizás por recuerdo de nuestra historia como
refugiados, ha sido de largo el grupo de voluntarios más numeroso en
Grecia.
También me gustaría hablar de los griegos. Teniendo en cuenta que
el país está quebrado y que la respuesta institucional inspira tristeza, la
respuesta ciudadana ha sido muy bonita (dejando aparte exabruptos de
los pro nazis de Aurora Dorada que tiraron piedras a los refugiados).
Por poner un ejemplo, el dueño del hotel donde me hospedaba cerca
de Idomeni hacía ver que no se daba cuenta cuando dejábamos pasar a
sirios para que se ducharan con agua caliente. Otro ejemplo de solidaridad tuvo lugar en el campo de Vasilika cerca de Tesalónica. Los vecinos
de los pueblos de los alrededores se reunieron con los refugiados para
ver en qué podían ayudarles, cuando se les dijo que interesaría tener el
teléfono de algún taxista, por si había una emergencia médica por la noche, un señor mayor se ofreció para llevar en su propio coche a quien lo
necesitara gratuitamente y les dio su teléfono. También conozco casos
de griegos que, durante sus vacaciones, han cedido sus pisos para que
los ocuparan los refugiados.
A nivel personal la experiencia ha sido enriquecedora. He conocido
algo de la cultura árabe, he aprendido a cocinar berenjenas con tomate
y perejil y a bailar una danza siria. También he comprendido mejor a
mi madre, que a los dieciséis años llegó a Francia como refugiada. Tuvo
que abandonar el colegio y madurar antes de hora supeditando su vida
a la de sus padres. Lo mismo les ocurre a muchos jóvenes sirios que han
tenido que abandonar su país y sus estudios y que se han visto obligados
a trabajar desde edad muy temprana para ayudar económicamente a sus
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familias. Estos jóvenes han tenido que renunciar a sus sueños. Se han
convertido en adultos antes de tiempo, han asumido la responsabilidad
de sus familias ejerciendo de padres de sus propios padres y hermanos.
Cuando conectas con personas en situación extrema se pone en
marcha la empatía o simplemente la compasión, y sientes en primera
persona su miedo, su dolor, su frustración y desesperación y, también
en algunos momentos, el humor, la diversión y la alegría de compartir.
Sientes con ellos y se crea un vínculo. Esto es lo que me ha sucedido a
mí y a otros muchos voluntarios en Grecia.
Querido lector, este libro quiere acercarte el testimonio directo de
todos estos jóvenes y sus familias como si estuvieras charlando con ellos
sentado en el suelo de una tienda maltrecha en algún lugar de Europa.
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