Táboa redonda

Transcripción

Táboa redonda
Táboa
Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
|
Número 57
|
Coordina: Santiago Jaureguizar
2
Stanley
Kubrick
4
5
Fauvismo
Manuel
Gago
7
Henrique
Mariño
O resplandor
Stanley Kubrick brillou con resplandor na historia do cine. María Valcárcel comenta as súas películas co
gallo da aparición de ‘Los archivos personales de Stanley Kubrick’. A paixón pola cor dos pintores fauvistas
é o tema dunha exposición que Ramón Rozas foi ver para nós en Madrid. Portorosa comenta a paixón polo
país da mostra ‘Galicia cen’. Manuel Gago fai un balance do que descubriron os seus ‘seisentidos. Javier
Nogueira comenta un ensaio de Stanley Milgram sobre un experimento social. Xurxo Chapela critica o
aborto da concesión do Nacional de Tradución. Henrique Mariño escribe sobre os seus heroes de dúas rodas.
Jaureguizar traza unha crónica sobre unha noite de hospital durante as eleccións norteamericanas.
Táboa Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
elpRogreso
2
por
María Valcárcel
Stanley Kubrick:
el cineasta
existencialista
La reciente publicación de ‘Los
archivos personales de Stanley
Kubrick’, por la
editorial Taschen,
ofrece al lector —y
más que probable
espectador— la
posibilidad de
adentrarse en el
complejo universo
de este cineasta,
caracterizado por
mostrar grandes
ideas a través de
grandes películas,
exponiendo un
entramado filosófico muy cercano
al existencialismo
de Sartre.
e
L DÍA en que JeanPaul Sartre obtuvo el
primer puesto de la
‘agrègation’ para dar
clase en los liceos franceses, Stanley Kubrick apenas
balbuceaba en su casa del Bronx neoyorquino.
A los 23 años, Sartre se disponía a crear un corpus de pensamiento que saltaría las barreras de
la filosofía y se incardinaría en los seres y en sus
actos a la manera de culto, con no poca pasión
y más frenesí que rigurosidad. El estallido del
existencialismo y, de algún modo, su popularización, tiene lugar en la posguerra, época en
que el concepto de condición humana había
caído en un agujero negro.
El 12 de abril de 1945 el presidente americano
Theodore Roosevelt muere repentinamente y el
país entero se sume en la desolación. Kubrick
tenía, por aquel entonces, 17 años, ninguna
curiosidad por seguir los estudios reglados del
instituto y una afición creciente por la fotografía heredada de su padre. Ese día aciago se
topó con una escena que marcaría su futuro: un
quiosquero rodeado de periódicos con las portadas informando de la muerte de Roosevelt.
El potencial de esa imagen —luego se supo que
no había sido producto de la casualidad, sino
de unos cuantos dólares que Kubrick le pagó
al hombre para que posara con cara compungida— le valió su primer trabajo en la revista
Look, que, a partir de ese momento, comenzó
a encargarle reportajes cada vez más complejos
y le permitió profesionalizarse. Descartado el
acceso a la universidad debido a sus mediocres
calificaciones, su pericia fotográfica le abrió el
camino hacia el cine.
La filmografía de Stanley Kubrick tiene mucho de cosmovisión que entronca con la filosofía existencialista sartriana, sobre todo en
esa idea de conciencia proyectada al mundo,
comprometida con el mundo y condenada a
ser libre. En todas sus películas se muestra una
preocupación por el hombre que va más allá
de la historia y que está respaldada por los elementos que componen el propio film —recursos
que le dan a la narrativa el carácter, el estilo, la
visión—. La idea prevalece sobre el diálogo y la
preparación de cada escena, el montaje final, la
música, la iluminación, forman parte esencial
de ese sistema kubrickiano, esa manera especial y obsesiva de mirar al mundo.
Tras el rodaje de unos cortos documentales
en los que hay más de instinto que de conocimiento, Kubrick se lanza, a los 25 años, a rodar
su primer largometraje titulado ‘Fear and Desire’ (‘Miedo y deseo’), que él mismo calificó de
poco profesional a nivel técnico pero en el que
ya se vislumbra el inicio de una estructura de
pensamiento que ya no abandonaría nunca. La
película es simbólica y sitúa al ser humano en
un conflicto a partir del cual salen a la luz acciones diversas que los definen. Poco tiempo antes
Sartre estaba escribiendo en París, mientras sus
acólitos bailaban, con el absurdo en la mirada,
en las ‘caves’ de Saint-Germain-de-Près, que
el existencialismo es un humanismo y que el
hombre es lo que él se hace.
«Eligiéndome, elijo al hombre», argumenta
Sartre, y de ese enorme compromiso devienen
la angustia y el desamparo humanos. No está
lejos la trayectoria cinematográfica de Stanley
Kubrick de esa afirmación y sus películas, una
tras otra, demostrarán una coherencia que se
corresponde con su personalidad —difícil para
muchos, irresistible para otros—. En una fusión del ser con su obra, Kubrick se hace con sus
películas y con ellas elige al hombre. La cosa no
podía ser más sartriana.
Tras ‘Killer’s Kiss’ (‘El beso del asesino’), un
acercamiento al cine negro que destaca por su
aprendizaje en el terreno de la técnica y una
búsqueda de la mirada peculiar en la composición de escenas, rueda ‘The Killing’ (‘Atraco
perfecto’), considerada ya una película con suficiente entidad como para calificarla de profesional. El nudo del film vuelve a ser el hombre
enfrentado a los actos que elige, esta vez a través del género policíaco y con un montaje innovador que recibe críticas importantes al tiempo
que pone de manifiesto un rasgo característico
de Stanley Kubrick: la absoluta determinación
de llevar a cabo sus proyectos tal y como los ha
concebido. Tiene una idea del mundo y quiere
dar testimonio por medio del cine.
Simone de Beauvoir dice de Sartre «…No
echaría raíces en ninguna parte, ni se quedaría en ningún puesto: no para estar siempre
disponible, sino más bien para dar testimonio
de todo… La obra de arte, la obra literaria era a
sus ojos un fin absoluto, llevaba en sí misma su
razón de ser, la de su creador y puede que incluso —él no lo decía, pero yo lo sospechaba— la
del universo entero».
La obra literaria es a Sartre lo que la cinematográfica es a Kubrick. Sus universos personales
se engarzan en distintos tiempos y lugares de
un modo curioso. Son, a la vez, esquivos, preservadores de su intimidad e instigadores de
masas. Con su siguiente película, Kubrick se
adentra en el género bélico, logra enemistarse
con las autoridades francesas y filma, a los 29
años, una de las obras más perturbadoras sobre
la Primera Guerra Mundial que se han hecho
jamás. ‘Paths of Glory’ (‘Senderos de gloria’)
vuelve a tratar sobre las decisiones humanas y
sus consecuencias, casi siempre trágicas e irreversibles. Que el actor francés Adolphe Menjou,
veterano de guerra, accediera a dar vida al perverso personaje del general Broulard, se debió
a las estratagemas de Kubrick para convencerlo
de la importancia esencial de su papel —evitan-
do el detalle de poner a su
disposición el guión completo y dándole solo su parte—, anécdota que recuerda a la
fotografía del quiosquero desolado y
da la medida de lo lejos que podía llegar
el director para cumplir sus propósitos.
Con una destreza técnica cada vez mayor,
Kubrick inicia la década de los 60 buscando un
nuevo tema que le cae de la mano de Kirk Douglas, protagonista de ‘Senderos de Gloria’, el
cual estaba rodando Espartaco a las órdenes
de Anthony Mann, con quien no se entendía.
Douglas, que también producía el film, despide
a Mann y contrata a Kubrick que se hace con
un proyecto de enorme presupuesto y miles
de extras revoloteando por todas partes. Nadie
salió muy contento de allí. El protagonista,
que retira la palabra al director; el director de
fotografía, que se queja de la intromisión por
parte de Kubrick en su trabajo; los actores veteranos, a los que no les acaba de gustar que un
joven inexperto de 32 años les dirija; y el propio
Kubrick, que no tiene el control absoluto de la
película.
«Sé que me gustaría hacer una película que
Táboa Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
elpRogreso
3
La naranja
mecánica
Stanley Kubrick
Formato DVD Género Drama
Prezo 11,99 €
transmitiese realmente el espíritu de una época, psicológicamente, sexualmente, políticamente, personalmente. Me gustaría hacer eso
más que cualquier otra cosa», declaró Stanley
Kubrick en 1960. Dos años más tarde, haría
Lolita, una adaptación de la novela de Nabokov
que tuvo problemas para pasar la censura y que
desarrolla un personaje de humor grotesco, el
cual le serviría para definir el tono reinante de
su siguiente film.
En esa misma época, Sartre comienza a decir
en sus conferencias, «entender es cambiar, ir
más allá de uno mismo», y pareciera que Kubrick, al otro lado del Atlántico, escuchase sus
palabras estrenando una película que rompió
moldes: ‘Dr. Strangelove’, or ‘How I Learned
to Stop Worrying and Love the Bomb’ (‘Teléfono rojo ¿volamos hacia Moscú?’), una sátira
tremenda sobre la Guerra Fría y la condición
humana, el año en que el filósofo rechaza el
premio Nobel alegando su independencia como
escritor.
Sus siguientes películas
son un ir y venir por el mismo universo, reconcentrado,
complejo, existencial y libre. 2001:
‘A Space Odyssey’ (‘2001: una odisea
del espacio’) vuelve a situar al hombre en
un estado de angustia comprometida en una
película de ciencia-ficción que llevó lo visual
y la música clásica a un terreno inexplorado;
‘A Clockwork Orange’ (‘La naranja mecánica’)
donde la libertad del individuo es anulada por
las autoridades; Barry Lyndon recurre, una vez
más, con cine de época, al problema del individuo ante el mundo; ‘The Shining’ (‘El resplandor’), cine de terror que plantea la dualidad
bondad/maldad del ser; ‘Full metal jacquet’
(‘La chaqueta metálica’) que revisa los temas
anteriores desde la perspectiva bélica y ‘Eyes
Wide Shut’ (‘Ojos bien cerrados’), que explora
los márgenes entre el deseo y la realidad.
«El hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y después se define»,
escribió Sartre en ‘El existencialismo es un
humanismo’. Stanley Kubrick hizo de él sus
películas y sus películas lo han definido, le han
dado la esencia que ahora ya es.
La película definitoria
de la filmografía de
Kubrick es ‘Clockwork
Orange’ (‘La naranja
mecánica’). La película
está ambientada en
Gran Bretaña y en un
futuro indeterminado.
Alex (Malcolm McDowell) es un joven muy
agresivo que tiene dos
pasiones: la violencia y
Beethoven. Es el jefe de
la banda de Los Drugos,
que dan rienda suelta
a sus instintos más
salvajes apaleando, violando y aterrorizando
a la población. Cuando
esa escalada de terror
llega hasta el asesinato, Alex es detenido.
En prisión se someterá
voluntariamente a una
innovadora experiencia
de reeducación que pretende anular drásticamente cualquier atisbo
de conducta antisocial.
Táboa Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
elpRogreso
4
por
Ramón Rozas
A cor como
emoción
A fundación Mapfre de Madrid
exhibe a mostra
‘Los fauves. La pasión por el color’,
na que se recolle o
nacemento e desenvolvemento dun
movemento artístico que con tan só
dous anos de vida
deixou unha fonda
pegada na historia
da pintura a través
do continuo berro
da cor.
d
O U S
A N O S
tan só serviron para
facer da cor un
xeito de expresión
da realidade como nunca antes se vira.
Entre 1905 e 1907 un grupo de pintores explotaron a vida que os rodeaba cunha febril
paleta de cores que reinterpretaba un mundo
cheo de novas miradas, de dúbidas, pero tamén
de respostas inmersas no sempre convulso cambio de século.
A fundación Mapfre na súa sede do madrileño
Paseo de Recoletos mergúllase neses dous anos
para achegarnos como xorde ese movemento,
que xa se iniciara na última década do secúlo
XIX arredor dun grupo de pintores formados no
taller de Gustave Moreau. Henri Matisse, Albert Marquet, Henri Manguin, Georges Roualt,
Charles Camoin e Jean Puy comezaron a experimentar unha nova realidade a través da pureza da cor e o seu exultante emprego. Ese senso
de amizade grupal foi moi importante á hora
da configuración deste movemento, algo non
moi habitual na historia da pintura, e tamén
fomentou novas creacións a través dos retratos
que se fixeron entre eles e que centran un dos
capítulos desta mostra.
En 1905 o Salón do Outono de París foi, como
xa sucedera noutras edicións cos pintores impresionistas, un balbordo arredor daqueles cadros
que semellaban conter lume no seu interior. O
público e a crítica alporizábase ante esas paisaxes con cores irreais, pero ante os que o espírito do espectador víase excitado dun xeito pouco
usual. Así quedaron bautizados como ‘fauves’, é
dicir, feras, uns salvaxes co pincel que arriscaron todo a esa radicalidade dos tons. A aqueles
nomes xa citados engadíanselle dous dos máis
interesantes pintores deste movemento incor-
{El vicio solitario}
100
por
Portorosa
«O aquí nadie
tiene hijos ya, o el
verdadero empujón a nuestra hostelería se lo da la
consolidación del
divorcio»
e
SPERO QUE no suene
muy endogámico si
digo en esta columna
que he ido a una exposición de la que hablaba el
otro día Manuel Gago en la suya. Porque así
es. La exposición era ‘Galicia cen’, un recorrido
por la cultura gallega y nuestra idiosincrasia a
través de cien objetos que van desde el paleolítico hasta los años 90, y tan variopintos como
una máquina de coser Refrey, un póster del
referéndum del Estatuto, el Códice Calixtino o
un arcón congelador. Fue interesante.
Con esa excusa fuimos a A Coruña —me pondrán el artículo, pero que conste que en Ferrol
decimos Coruña a secas; con lo que, además
porados un
ano antes, André Derain e Maurice
Vlaminck, que lle deron o empurrón definitivo
a todos eles para afianzarse nese xeito de pintar, para seren pintores libres e sen máis ataduras có seu maxín e uns pinceis que botaban
lume, como vemos nos cadros que enchen os
dous andares da sede da fundación coa habitual calidade da montaxe á que acostuma nesta
institución.
Deterse ante as vistas de Londres que fixo
Derain para renovar as famosas paisaxes que
alí tamén pintou Monet, ou facelo ante a vida
parisina recreada por Marquet ou fronte as paisaxes rurais de Chatou realizadas por Vlaminck,
son suficiente motivo para gozar desta exposición como dunha epifanía pictórica. Pinceladas e cores sen ataduras de liñas ou formas,
simplemente ceibes nunha superficie do cadro
entendida como un territorio de experimentación, pero tamén de expiación íntima dunhas
visións que deixaban de ser as que tiña todo o
mundo que participaba delas para converterse na visión que delas tiña o pintor. Un acto
subxectivo que acadaba un chanzo máis nas
conquistas impresionistas impulsadas dende
a cor como gran protagonista. Como todo lume
este tamén estaba condeado á
súa extinción e, como afirmou o gran
pintor do cubismo que tamén coqueteou co fauvismo, Georges Braque, «durou o que duran as
cousas novas».
Un movemento tan fulgurante tiña no factor
tempo un inimigo que o condeaba a medida
que este medraba á súa extinción. Aquelas feras
foron aplacando almas e pinceis, e sentíronse
máis cómodos a carón doutros mestres como
Cézanne e os seus progresos no relativo ás solucións formais e do debuxo. A liña irá domesticando as cores e apreciarase neles a docificación da paleta que aquí se recolle moi ben en
diferentes cadros de bañistas —recuperando un
tradicional motivo cezanniano— e de paisaxes
con formulacións híbridas entre as pesquisas de
Cézanne e o inminente cubismo.
De todos os xeitos, o feito xa queda aí, e non
hai máis que achegarse ante un cadro de Vlaminck para entender a capacidade da cor e da
pincelada para emocionar, para xerar unha ledicia na mirada que te afasta do real para inxerirte
no máis marabilloso que pode existir na arte, a
singular mirada dun creador e a súa capacidade
para traducir o noso mundo ao seu xeito.
de abreviar, sorteamos con elegancia el conflicto lingüístico— a comer y, previamente, a
tomar algo por la ciudad vieja. Han restaurado
muchísimos edificios, que tienen toda la pinta
de ser muy económicos. A sus pies, llenaba los
bares su clientela —supongo— más preciada,
treinta y cuarentañeros y gente en el primer
tramo de la cincuentena. O aquí nadie tiene
hijos ya, o el verdadero empujón a nuestra hostelería no estacional se lo está dando la consolidación del divorcio, que fin de semana sí,
fin de semana no, puebla las calles de parejas
y pandillas de adultos con sueldo más/menos
pensión.
Fundación contra fundación, tras Galicia
nos esperaba Sorolla. Algunos cuadros los habíamos visto este verano en su casa-museo de
Madrid. Entre ellos, dos cielos de tormenta
sobre el Guadarrama que justificarían una carrera entera. Pero, a pesar de ellos y a pesar
de que la exposición era pequeña y corta, la
sensación de siempre, de que hay demasiado
que ver, que en realidad ninguna exposición es
abarcable. ¿Se pueden disfrutar más de tres o
cuatro cuadros seguidos con calma?
A la salida iba dándole vueltas a los 100 objetos. Aunque en ningún momento pretende
ser un catálogo de logros, es inevitable hacer,
inconscientemente, una lectura evaluadora.
Al menos yo la hice. La visita me dejó una impresión de modestia —por lo que uno imagina
que sería esa muestra referida a otros pueblos,
y porque, como cabía esperar, la pobreza y los
reveses estaban muy presentes— y, sobre todo,
una sensación de oportunidades perdidas, de
posibilidades no aprovechadas, de intentos
cortos, de riqueza y valor desperdiciados, de un
afán infructuoso porque raras veces encontró
un camino. Sin buscar culpables —y menos
aun cayendo en el habitual error de buscarlos
solo fuera—, a mí me iba dando pena, me íbamos dando pena. La pena del que, no se sabe
muy bien por qué, nunca llega a demostrar de
qué es capaz.
Táboa Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
elpRogreso
5
{SeiSentidos}
por Manuel
Gago
Enunciados
«Monteagudo reclamou sen pelos
na lingua unha
literatura para
un público adulto ao igual que
hai outra para un
público infantil e
xuvenil. E criticou
as medias tintas:
os libros en teoría
escritos para adultos pero cheos de
corrección política, narrativa liñal
e sinxela, e valores
para que poidan
ser traballados en
clase».
a
MIÑA TEORÍA de
barra de bar: nalgún
momento dun século
pasado guindamos as
vellas historias por un
cavorco abaixo e quedamos
unicamente cos enunciados, e iso é a tradición
oral que chegou ao final do século XX. Nestes
quince días falamos sobre literatura e institutos, da contradición dos viños fortificados da
Madeira, sobrevoamos lagoas e illas e, por que
non, disfrutamos canda o novo malvado televisivo: o papa mozo de Sorrentino.
OÍDO
No web da Asociación de Escritores en Lingua
Galega escoito ao escritor Xosé Monteagudo
falar sobre novos públicos para a literatura
galega. Monteagudo reclamou sen pelos na
lingua unha literatura para un público adulto,
ao igual que hai outra para o público infantil e
xuvenil. E criticou as medias tintas: os libros
en teoría escritos para adultos pero cheos de
corrección política, narrativa liñal e sinxela e
valores para que poidan ser traballados en clase. Lembrei o que me aconteceu cos meus dous
libros de ficción, o mesmo día de presentalos.
No caso de ‘Vento e chuvia’, dixéronme: «É moi
bonito, pero un pouco caro para os rapaces do
instituto». No caso de ‘O anxo negro’, «Uf!, ten
cincocentas páxinas, vai ser moi longo para os
rapaces». Xúrovos que é certo. A verdade é que
a min nin se me ocorrera pensar como hai que
facer un libro para institutos. E penso seguir
igual. Precisamente porque tomo moi en serio
os adolescentes.
OLFATO
Probo varios viños de Madeira, pero non os fortificados. Coma no Douro portugués, os viños
tranquilos son unha sorpresa minusvalorada
baixo a tradición decimonónica. Aínda que me
gusta a ciencia e a experiencia veterana dos
viños fortificados, o certo é que boa parte do
seu sentido orixinal —facíanse así para que resistiran a viaxe por mar, e para manter longas
sobremesas— xa está perdido. Viaxamos en
horas e só facemos sobremesas longas o día do
cocido anual. En Madeira, as novas xeracións
atrévense a ver que dan de si os viños naturais. E ofrécennos elaboracións moi frescas,
con moita acidez, inspirados claramente no
vinho verde, pero cunha especifidade que os
fai únicos. Ese clima case tropical da Madeira,
húmido e caloroso.
GUSTO
O señor Luís, de Medeiros (Monterrei), cóntanos, como acontece moitas veces, o relampo
dunha antiga historia da que só nos chega un
anaquiño brillante: «Señores de Pixeirós / matastes a Raíña Loba/ Señores quedastes vós». Refírese á Raíña Moura de Medeiros, que é protagonista dun singular proxecto que promovemos
para ensaiar novas formas de aproveitamento
da cultura e da mitoloxía galegas para as entidades locais e as empresas (Murodemedeiros.
net). Insisto na miña teoría: hoxe só nos chegan
anacos de historias que no seu tempo foron máis
longas e que debían ser contadas dunha maneira especial. O señor Luís, 94 anos, continúa:
«Chamábanlle Raíña Loba porque nada máis
que comía carne de cristián, de aqueles nenos
que roubaba», di, susurrando, achegándose,
dando medo. Cóntanolo como llo contaron a el
de neno. A época na que todos eran contadores
de historias. E moi bos, abofé.
TACTO
‘The Young Pope’, a serie de Sorrentino que tanto está a dar que falar. O primeiro capítulo é
frustrante: unha sorte de colección de postais
cunhas tramas difíciles de ordenar. No primeiro episodio —as primeiras horas no Vaticano do
novo Papa— un non sabe aínda quen é o protagonista; no segundo episodio, se cadra cando
aprendemos a lóxica audiovisual de Sorrentino,
todo se organiza, e o final da emisión merecería
ser o final dunha gran película que nos deixara
a todos nas tebras, sen redención audiovisual
posible. Naceu un novo malvado, moito máis
turbio que calquera Borgia. Veremos en que
acaba. Eu non podo deixar de comparalo con
‘The Crown’, a serie de Netflix que percorre a
semieterna vida de Isabel II. A factura é impecable pero cando eu me descubrín botando
unha bagoíña pola morte de Xurxo VI dinme de
conta do efectismo. Agárdanos unha fermosa
haxiografía dunha das señoras máis ricas do
mundo. E, malia saberlles as trampas, verémonos aceptando a trampa dunha realidade
que é ficción.
VISTA
Montamos nunha avioneta do Aeroclube compostelán e percorremos un pouco da costa galega, voando pola ría de Arousa, facendo piruetas
sobre a lagoa de Carregal e volvendo por Monte
Louro e o castro de Baroña. Con curiosidade,
imos identificando todos os castelos medievais derrubados, as torres de avistamento de
piratas, os castros, os antigos camiños reais. O
piloto non dá creto: onde nós vemos murallas
e torres el só ve penedos, que é o que hoxe son.
En Galicia hai unha paisaxe invisible: segue aí
pero só a ve quen quere vela, ou a quen lla contaron —ou sexa, a case ninguén—. Supoño que
os mundos máxicos nacen dunha experiencia
similar. Pero realmente Galicia é un gran país
en parte por toda a trama invisible que agocha: os reinos pasados, as antigas provincias
de nome descoñecido e as pantasmas que crean
nas nosas conciencias.
Papo dunha sentada dous episodios de
ANTICIPACIÓN
Un clásico galego é queixarse da ausencia de
algo no país e descubrir ao pouco que xa existe.
Nun anterior SeiSentidos falei desa literatura
dos camiños e das viaxes a pé tan de moda no
Reino Unido. Pois dito e feito. Acaba de saír
‘Todo ser humano é un río’, de Manuel Veiga,
en Xerais, que viría sendo o equivalente galego desta tendencia editorial. Só que velaí a
realidade inglesa é tan distinta á nosa.
Mentres que os narradores ingleses disertan nun ermo de prados e chairas
e pérdense en abstractas elucubracións ao respecto, Manuel Veiga
e a súa muller, Ana, pasan os
capítulos, mesmo en soidades como as de Quintela de
Leirado, tropezando con
paisanos, marcos, aldeas
abandonadas, castelos
e dólmenes, emigrantes, contrabandistas,
calzadas e galiñas, microtopónimos e sucedidos. A literatura dos
camiños, en Galicia,
é esencialmente, a literatura da atención,
fronte a eses camiños
ingleses dispersos e
baleiros.
Táboa Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
elpRogreso
6
por
Javier
Nogueira
Nullius in
verba
o
DÍA 11 de maio de 1960
catro homes agardaron a que o bus da liña
203 de Bos Aires deixase
a Ricardo Klement na parada que estaba preto da rúa
Garibaldi. Cando baixou, metérono nun coche.
Oito días despois, como un suposto mecánico
borracho, voaba camiño de Israel. Ricardo Klement non existía: tras ese nome agochábase
Adolf Eichmann, responsábel directo da organización da Solución Final á cuestión xudía na
Alemaña nazi.
O xuízo celebrado en Israel foi atentamente seguido pola comunidade internacional.
E máis en particular pola filósofa xudea alemá Hannah Arendt, que en 1963 publicaba
‘Eichmann en Xerusalén. Un estudo sobre a
banalidade do mal’. Aquel episodio e aquel libro
cambiarían a visión existente sobre os crimes
nazis. Ata aquel momento a opinión xeral tendía a exculpar o pobo alemán e a considerar que
a guerra e o xenocidio foran obra dun grupo
de psicópatas antisemitas que arrastraran ao
resto do país. Arendt viña a amosar unha faciana máis crúa da situación: un dos principais
responsábeis de todo aquilo non era máis ca
un chaíñas que consideraba non ter responsabilidade: el só obedecía as leis, as ordes que
lle deran.
Ao principio as teorías de Arendt foron rexeitadas, pero en 1974 recibiron un pulo definitivo
grazas aos experimentos de Stanley Milgram.
‘Obediencia a la autoridad’, a obra que expón a
creación, desenvolvemento e conclusións desas
probas, vense de publicar en España por primeira vez dende os 80. Faino Capitán Swing,
editorial que está a rescatar clásicos verdadeiramente imprescindíbeis dende hai tempo.
Stanley Milgram non era psicólogo senón
un politólogo interesado na relación entre o individuo e a autoridade. E artellou un experimento sinxelo de
explicar. Dúas persoas son convocadas por un
investigador, unha delas é un actor contratado
en realidade. Ao chegar díselles que unha terá
que sentarse fronte a unha consola que emite
descargas eléctricas e a outra nunha cadeira
eléctrica. Faise un sorteo amañado, pois na cadeira sempre se sentará o actor. O investigador
dálle unhas tarxetas ao encargado da consola:
terá que lerllas ao da cadeira e cando este se
equivoque ao repetir o contido, darlle unha descarga. Cando dubide verase sometido á presión
crecente do investigador. Se resiste catro graos
de presión o experimento deterase.
En realidade a cadeira non tiña electricidade e o actor só finxía recibir descargas. Pero o
resultado foi contundente: a pesar de declarar
anteriormente que como moito darían descargas de 150 voltios, a meirande parte dos suxeitos, coaccionados polo experimentador pero
sen ameazas, remataban dándolle ao home
obediencia a la
autoridad
Stanley Milgram
Editorial Capitán Swing
Páxinas 296 Prezo 18,50 €
Pie-O-My
por
Xurxo Chapela
«En Alcalá 34 tiveron que recuar
surfeando lóstregos: nun erro do
xurado, admitiran
a candidatura dun
orixinal nunha lingua nacional»
h
ABERÍA QUE rastrexar en Arniches a
última estrea do Ministerio de Cultura,
que deixou o escritor e
carmelita Luis Baraiazarra
sen o premio Nacional de Traducción que lle
concedera, poucas horas antes, por verter ao
éuscaro a obra toda da mística Teresa de Cepeda y Ahumada. En Alcalá 34 tiveron que recuar surfeando lóstregos: nun erro do xurado,
admitiran a candidatura dun orixinal escrito
nunha lingua nacional —e non estranxeira,
como establecen as bases—. Cabronada apar-
te e frustrado o frade como para considerar a
clausura, El País soubo estar á altura da súa
valga. Titulou, enganosa e disparatadamente: «Anulado el último Premio de Traducción
porque consideraba el español una ‘lengua extranjera’». Algún bolseiro debeu de decatarse
da gaitada e agora na web do xornal os tipos
grandes afinan: «Cultura tiene que anular un
Premio Nacional por saltarse sus reglas». Pero
corrixir, xa o dixo Pavese, deslomba, e o corpo
da noticia orixinal sobrevive, incriminador:
«Sin embargo, la autora (1515-1582) escribía
en una lengua extranjera, según se infiere de
la decisión del ministerio».
da cadeira descargas que terían
sido mortais. Ao explicárselles o
sucedido a resposta á súa propia conduta era igualmente estarrecedora: «Fixen o que
vostede me dixo, era a súa responsabilidade».
Ler a Milgram ten dous efectos inmediatos.
Un, mergullarse na mesma experimentación
científica, pouco presente na literatura xa que
o que vemos adoito son as conclusións destes
procesos. O segundo, e máis recomendábel,
é o de reflexionar sobre o que somos e cremos
ser, como individuo e especie. Para vostedes,
para min, é difícil asumir o noso lado escuro.
En teoría ninguén mata, rouba, viola ou causa danos, pero na práctica e como demostrou
Milgram os peores crimes están ao alcance da
nosa man. O lema da Royal Society é ‘Nullius
in verba’, unha declaración contra a autoridade na ciencia. E o paradoxo de todo isto é
que a mesma ciencia acabou por demostrar o
dependentes que somos da autoridade e que esa
dependencia nos pode levar á mesma negación
da condición humana.
Retratado ao óleo como un militar do século
XIX, Arsenio Fernández de Mesa, director xeral da Guardia Civil e guerrilleiro de Cristo Rey
na súa mocidade franquista ferrolá, é o Tony
Soprano do cadro coa egua Pie-O-My: o que
mandou repintar Paulie Gualtieri.
Comezou o Cineuropa trixésimo. Sempre
que vexo anunciado ese festival pélanme as
sinapses e sufro alucinacións de modernos
e modernas con barba —hipsters eran Mezz
Mezzrow e os seus colegas músicos, contrabandistas e traficantes: da Gran Beirarrúa Negro-Americana do Mundo, dixo Kerouac—. Ao
Principal volvía, hai anos, cada novembro.
Naquelas butacas —esta leria xa a contei— gocei —dous exemplos de moitos— ‘Hana-bi’ e
padecín ‘Ayneh’. Daquelas butacas levanteime
canda os créditos: entre catro rosmadas e a
tripla atrofia dos máis da platea, que alí quedaron papando ‘kanjis’ e vermes ‘abyad’. Hai
xa varias edicións que non vou a Cineuropa: as
miñas lentes non teñen tanta pasta.
Táboa Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
elpRogreso
7
Tour de force
por
Henrique Mariño
«Cuando terminaba —que nunca
terminaba—, del
culebrón venezolano de la gallega
saltábamos a la
serpiente multicolor de la primera,
donde emitían el
Tour. A eso de las
cuatro de la tarde, el sol entraba
disparado por la
ventana, como un
Manhattanhenge,
si bien el Solsticio
de Carballo era un
poco menos espectacular, creo».
h
ABÍA QUE esperar a
que acabase ‘Simplemente María’, la primera telenovela que
causó adicción en casa.
No habían llegado las privadas y la TVG arrasaba después de comer. Mi padre y yo asistíamos a las desdichas de la inocente
María López, que había dejado el campo para
irse a la capital. Nada extraño para el televidente
medio, cuyos familiares andarían por Montevideo, Ginebra o Barcelona. Ni la veíamos ni la dejábamos ver, desinteresados por la trama, aunque cuando se acercaba el ‘cliffhanger’ —¿pero
qué carallo es un ‘cliffhanger’?— nos entraba la
curiosidad por saber quién era la novia de José
Ignacio, el hijo de María, o por qué Lorena del
Villar despreciaba tanto a la protagonista, a la
que cada día le iba mejor en la vida, o sea, en
los negocios.
Cuando terminaba —que nunca terminaba—, del culebrón venezolano de la gallega saltábamos a la serpiente multicolor de la primera,
donde emitían el Tour. A eso de las cuatro de la
tarde, el sol entraba disparado por la ventana,
como un Manhattanhenge, si bien el Solsticio
de Carballo era un poco menos espectacular,
creo. Los rayos partían de la parroquia de Sísamo, burlaban los primeros tejados, circulaban
por la rúa do Hórreo, —nuestra Calle 42— y se
colaban en el comedor, una salita donde casi
nunca comíamos, excepto cuando era fiesta.
La luz cegaba el televisor, mas allí debían de es-
tar Perico, o Lejarreta, o Fignon, que caía bastante mal. De niño, mi querido Carlos Morillo
aprovechó que la Vuelta pasaba por Jerez para
ver a Vicente Belda y Pepe Recio, sus ídolos del
Kelme. Una vez allí, no se le ocurrió otra cosa
que pedirle un autógrafo al francés: «¡Aléjate de
mí, enano!», le dijo Fignon al pobre Lillo, que no
entendía ni papa de francés.
Alguno dirá: «¡Pues si entra luz, baja las persianas!». Claro, una cosa es que cuente mi vida
y otra, que describa mi casa. Para no extenderme, añadiré que por aquellas viejas ventanas se
colaba todo el parte, desde el sol hasta el frío. Y
que la televisión, una Emerson, ya renqueaba,
aunque uno siempre podía echarse sobre la alfombra. El caso era ver de la forma más nítida
posible las pedaladas coléricas de Perico, que se
desfondaba en las subidas como si sólo faltasen
cien metros para la gloria. Arrancadas feroces
que te levantaban del sillón y te hacían olvidar
que debías abrir la tienda. Perico me gustaba por
eso: parecía que quería llegar lo antes posible a
la meta para que yo también pudiera abrir la
zapatería, cuya apertura se iba demorando en
función del número de puertos de montaña que
jalonaban la etapa.
Pese a que Lemond era el rey, ningún gran
ciclista ganaba por entonces más de dos años
seguidos, hasta que llegó Indurain. Siempre
me cayó bien, pero nunca me hizo vibrar como
Delgado. El segoviano, además de garra, era
amigo de Xosé Manuel Eirís. Habían hecho la
mili juntos y conservaron la relación hasta que
el cantautor falleció a los 37 años. En el homenaje, además del ciclista de Reynolds-Banesto,
también estuvo Amancio Prada, que compartía
con él la afición por la zanfoña. Supongo que
aquella amistad con mi paisano también me
unió a Perico, que terminó viendo a su compañero Miguelón convertido en el jefe de filas.
Indurain ganó cinco tours seguidos, un récord
de victorias compartido por los tres grandes: Anquetil, Merckx e Hinault. Luego llegó Armstrong
y sumó siete.
Indurain era un tipo generoso, nada que ver
con el estadounidense, mas dejó por el camino
un reguero de grandes ciclistas que no lograron
auparse al podio de París: Bugno, Chiappucci,
Zülle… Rominger fue práctico y se aplicó en la
Vuelta, que ganó tres veces, y en el Giro, donde
se impuso un año. A Beloki, Basso y Ullrich les
sucedió lo mismo durante la dictadura de Armstrong, aunque el alemán ya se había llevado
un Tour antes de su irrupción. En fin, que no
tengo ni pajolera idea de ciclismo, si bien es el
único deporte de sillón que me hace disfrutar,
incluso leyendo. No me canso de recomendar
‘Plomo en los bolsillos’, esa maravilla de Ander
Izagirre, apta para todos los públicos. Y todavía
tengo pendiente ‘Brindis por el Tour’, de Carlos
Arribas. En el fondo, las crónicas ciclísticas encajan tanto en la literatura de viajes como en
los libros de superación. Lo de menos, a veces,
es la bicicleta.
Ahora, el Tour se lo reparten entre varios.
Siempre hay favoritos que, una vez acabada la
carrera, no certifican esa condición, pues se
pierden en el hoyo de la clasificación. Sin embargo, el verano siguiente vuelven a estar en
la quiniela, en la que siempre figura una joven
promesa. Pereiro, por ejemplo, ganó un Tour
saltándose todas las previsiones, aunque los
dos años anteriores había finalizado entre los
diez primeros. A veces, algún veterano amenaza
con el envite. Caso de Borrell, quien no descarta
disputar el liderazgo del PSOE: un ‘jumping the
shark’, que dirían los seriéfilos, en toda regla.
Porque, si se fijan, la política no dista tanto de
‘Simplemente María’, llena de traiciones y sorpresas, de matrimonios por conveniencia e hijos
que venden a su madre por un escaño. Si ayer la
política era una película, hoy es una serie, con
sus giros inesperados y sus puntos de inflexión,
que te obligan a ver el capítulo siguiente para
saber cómo acabará la historia —que nunca acaba—. Te pierdes uno y te pierdes todo. O, lo que
es lo mismo, nada.
Al menos, antes ganaban los superhombres
—lo que resultaba bastante tedioso— y ahora
no se sabe quién va a hacerlo —tampoco es para
echar cohetes—. Bueno, no se sabía hasta que se
cepillaron a Sánchez, el Cipollini de Ferraz. A lo
que íbamos: la alternancia en el poder de Indurain y Armstrong dio paso a las victorias de Sastre, Contador, Schleck, Evans, Wiggins, Nibali
y Froome, que con sus tres Tour en cuatro años
amenaza con instalarse en el podio. Esperemos
que no sea así, pese a que Quintana, Yates, Porte
o Contador no lo tendrán fácil. Dios nos provea
de un nuevo Lejarreta o de un Jalabert, aquel
francés que, para entrar triunfante al sprint en
Burdeos, comenzaba a atacar en Chantada.
En fin, como esto va de libros, en la estantería
reposa uno del ferrolano Enrique Riobóo sobre
el Mesías, donde desmiente que sea tal redentor, aunque no sabremos si logrará salvar a la
humanidad española (sic) hasta que termine
la serie. El otro es de Montero Glez, un escritor
que me encanta cuando escribe sobre Camarón,
la bomba Orsini, El Nani o Chet Baker. Se titula
‘¡Al cajón! Crónica de un mitin’, y tampoco me
lo he leído. Me dan más pereza que una etapa
llana sin escapada.
Táboa Redonda
Domingo 13 de novembro de 2016
elpRogreso
8
por
Santiago
Jaureguizar
Os hospitais son
de cor branca rota
E
STA SEMANA pareceume longa de máis.
Cabalgou nerviosa da
noite do martes á madrugada do mércores.
Botei esas horas negras paseando polos corredores brillantes do hospital
de Lugo, que é grande coma un imperio e que
se despraza solemne na escuridade coma a nave
espacial de ‘Star Treck’. Eu era o zar de todas
as Rusias naquela soidade branca, paseando
de norte a sur —e volta de sur a norte— nun
camiño de trescentos metros que acabou sendo
unha ruta cotiá e querida. Mentres esperaba
noticias privadas agarraba no peto unha radio
gris cativa. O xornalista Xabier Ares ía dando na
Radio Galega noticias da feroz Guerra dos Mundos con voz de Orson Welles. Contaba como,
estado a estado da Unión, lle gañaban os confederados do sur ao desexado prestixioso exército
ianqui do norte. Hai nove anos Norteamérica
tiña un presidente branco ao que sucedeu un
presidente negro e agora escolleu un presidente
de pel laranxa. Cando menos os moinantes de
Wall Street e os columnistas do New York Times
puideron votar pola súa candidata. O resto do
mundo non gozamos do sufraxio universal para
opinar sobre o emperador pálido.
Abrumado pola dimensión da traxedia americana busquei algunha guía para comprendela. Marilyn Manson fai crónicas dos Estados
Unidos máis xenuínos criticando a súa pesada
carga moral, a súa ríxida orde social. O cantante presentábase na portada do anterior álbum,
‘The Pale Emperor’ (2015) inquietantemente
pálido e vestido cun traxe branco. Non vou especular con profecías alucinadas. O vindeiro
disco, o décimo, chamarase ‘Say10’ —‘Di 10’,
que en inglés lese como Satán—. No vídeo de
lanzamento, que publicou no Supermartes electoral, racha as páxinas dunha Biblia e decapita
un señor de tupé louro, pel laranxa e garavata
vermella. Marilyn Manson explicou que non foi
votar para non obrigarse a elixir «entre merda
de gato e merda de can».
Spotify permitiume escoitar ‘The Pale Em-
peror’ e tamén me trouxo boas noticias dende
o pasado: os dous discos de Kimuru. O músico da Pontenova, que encarna a modernidade
vestida con chaqueta e Converse, fascinárame
en 2006 con ‘Todas las naves espaciales son de
plástico’. Hai unha canción, ‘Bailactiva’, na que
fala sobre o pracer e o tempo. Na letra, alguén
goza intensamente do baile e propón: «¿Y si
paramos el tiempo? ¿Y si le damos a pause?».
Poida que gozar sexa a fórmula contra a decadencia. Francisco Nieva dicía que, co paseo
triunfal da idade, «uno ya no tiene el estímulo
de ser atractivo, y esa energía que venía por el
mundo sexual, se sustituye por la imaginación que siempre es autocompensatoria». A
imaxinación do dramaturgo rendeuse o xoves
ao cansanzo de vivir, aos 91 anos.
O pasado revélase penoso para o protagonista de ‘Flores rotas’ (2006),
a película de Jim Jarmusch que
estiven vendo o luns. No filme un vello desencantado
(Bill Murray) recibe unha
carta na que unha antiga
noiva lle conta que foi
pai 17 anos atrás. O director obriga a Bill Murray a expresar todo o
que unicamente un
intérprete da súa valía pode expresar sen
mover un músculo facial. Jarmusch escribe
uns guións cheos de
casualidades improbables que non sabe ligar,
pero é un xenio filmando
a miseria que convive coa
torre na que vive o presidente da pel laranxa nos Estados Unidos. O interesante do
seu cine non é o primeiro plano;
senón todo a pobreza e a violencia
que soportan os seus personaxes secundarios.
O martes estiven preparando a xornada elec-
Un paseo nocturno
por un hospital e o
empeño de Estados
Unidos en cavar un
burato negro para
arrastrarnos a todos amargáronme
a semana
toral na metrópole vendo ‘Idus de marzo’ (2011),
de George Clooney. A película é unha loita entre
asesores de campaña dun candidato a presidente de Estados Unidos. Conta a victoria da
ambición sobre a amizade. Mediada a historia,
un politólogo —o grande actor Philip Seymour
Hoffman— explícalle a outro —o mediano Ryan
Gosling— por que o condeou: «Valoro máis a
lealdade que a capacidade, e ti tes moita capacidade». A lealdade é un valor case inexistente
nos partidos, polo que non lles recomendaría
aos seus fillos que estuden Políticas. Mellor que
se dediquen á astroloxía visto o visto o pasado
martes en Norteamérica. Xa cantaba Marilyn
Manson o ano pasado en ‘The Mephistopheles
in Los Angeles’ que «o pasado pasou, e agora
resulta tan patético...».
Escoitando como avanzaban os soldados do
Presidente Laranxa polas inmensas e alleas
chairas de Nortamérica lembrei ‘A metamoforse’. Pensei en que Kafka escribía unha profecía
sobre a perplexidade das autoridades europeas
cara ao gañador das eleccións americanas cando di sobre Gregorio convertido en insecto que
«a pesar do seu aspecto triste e repulsivo era un
membro da familia ao que non podían tratar
coma un inimigo».
Despois de toda a noite camiñando de banda a banda da nave luminosa de ‘Star Treck’,
cando o día clarexaba con luces violáceas, ingresaron no hospital de Lugo unha señora
maior. Estaba soa. Achegóuseme para
falarme co pelo tinxido de marrón a
cachos e as zapatillas vermellas.
Eu corrixía un texto, pero non
lle importou porque estaba
mirando os ollos do anxo
exterminador. Anuncioume que podería
morrer. Contábame
ese pánico tan íntimo
sen coñecernos porque os dramas médicos fan estraños
compañeiros. Ela
non temía pola súa
vida, temía pola
vida dos netos que
coidaba como nai
subsidiaria, morta
a filla. «A vida avanza golpe tras golpe»,
díxome antes de que a
levasen facerlle un TAC.
Ata que non volvín a casa
aquela noite non me puxen
pálido de vergoña. Estivera corrixindo un texto e tomara o seu
horror por unha conversa funcional
motivada por un encontro azaroso. Agora miro atrás, pero non sei o seu nome.

Documentos relacionados