Táboa redonda
Transcripción
Táboa redonda
Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 | Número 57 | Coordina: Santiago Jaureguizar 2 Stanley Kubrick 4 5 Fauvismo Manuel Gago 7 Henrique Mariño O resplandor Stanley Kubrick brillou con resplandor na historia do cine. María Valcárcel comenta as súas películas co gallo da aparición de ‘Los archivos personales de Stanley Kubrick’. A paixón pola cor dos pintores fauvistas é o tema dunha exposición que Ramón Rozas foi ver para nós en Madrid. Portorosa comenta a paixón polo país da mostra ‘Galicia cen’. Manuel Gago fai un balance do que descubriron os seus ‘seisentidos. Javier Nogueira comenta un ensaio de Stanley Milgram sobre un experimento social. Xurxo Chapela critica o aborto da concesión do Nacional de Tradución. Henrique Mariño escribe sobre os seus heroes de dúas rodas. Jaureguizar traza unha crónica sobre unha noite de hospital durante as eleccións norteamericanas. Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 elpRogreso 2 por María Valcárcel Stanley Kubrick: el cineasta existencialista La reciente publicación de ‘Los archivos personales de Stanley Kubrick’, por la editorial Taschen, ofrece al lector —y más que probable espectador— la posibilidad de adentrarse en el complejo universo de este cineasta, caracterizado por mostrar grandes ideas a través de grandes películas, exponiendo un entramado filosófico muy cercano al existencialismo de Sartre. e L DÍA en que JeanPaul Sartre obtuvo el primer puesto de la ‘agrègation’ para dar clase en los liceos franceses, Stanley Kubrick apenas balbuceaba en su casa del Bronx neoyorquino. A los 23 años, Sartre se disponía a crear un corpus de pensamiento que saltaría las barreras de la filosofía y se incardinaría en los seres y en sus actos a la manera de culto, con no poca pasión y más frenesí que rigurosidad. El estallido del existencialismo y, de algún modo, su popularización, tiene lugar en la posguerra, época en que el concepto de condición humana había caído en un agujero negro. El 12 de abril de 1945 el presidente americano Theodore Roosevelt muere repentinamente y el país entero se sume en la desolación. Kubrick tenía, por aquel entonces, 17 años, ninguna curiosidad por seguir los estudios reglados del instituto y una afición creciente por la fotografía heredada de su padre. Ese día aciago se topó con una escena que marcaría su futuro: un quiosquero rodeado de periódicos con las portadas informando de la muerte de Roosevelt. El potencial de esa imagen —luego se supo que no había sido producto de la casualidad, sino de unos cuantos dólares que Kubrick le pagó al hombre para que posara con cara compungida— le valió su primer trabajo en la revista Look, que, a partir de ese momento, comenzó a encargarle reportajes cada vez más complejos y le permitió profesionalizarse. Descartado el acceso a la universidad debido a sus mediocres calificaciones, su pericia fotográfica le abrió el camino hacia el cine. La filmografía de Stanley Kubrick tiene mucho de cosmovisión que entronca con la filosofía existencialista sartriana, sobre todo en esa idea de conciencia proyectada al mundo, comprometida con el mundo y condenada a ser libre. En todas sus películas se muestra una preocupación por el hombre que va más allá de la historia y que está respaldada por los elementos que componen el propio film —recursos que le dan a la narrativa el carácter, el estilo, la visión—. La idea prevalece sobre el diálogo y la preparación de cada escena, el montaje final, la música, la iluminación, forman parte esencial de ese sistema kubrickiano, esa manera especial y obsesiva de mirar al mundo. Tras el rodaje de unos cortos documentales en los que hay más de instinto que de conocimiento, Kubrick se lanza, a los 25 años, a rodar su primer largometraje titulado ‘Fear and Desire’ (‘Miedo y deseo’), que él mismo calificó de poco profesional a nivel técnico pero en el que ya se vislumbra el inicio de una estructura de pensamiento que ya no abandonaría nunca. La película es simbólica y sitúa al ser humano en un conflicto a partir del cual salen a la luz acciones diversas que los definen. Poco tiempo antes Sartre estaba escribiendo en París, mientras sus acólitos bailaban, con el absurdo en la mirada, en las ‘caves’ de Saint-Germain-de-Près, que el existencialismo es un humanismo y que el hombre es lo que él se hace. «Eligiéndome, elijo al hombre», argumenta Sartre, y de ese enorme compromiso devienen la angustia y el desamparo humanos. No está lejos la trayectoria cinematográfica de Stanley Kubrick de esa afirmación y sus películas, una tras otra, demostrarán una coherencia que se corresponde con su personalidad —difícil para muchos, irresistible para otros—. En una fusión del ser con su obra, Kubrick se hace con sus películas y con ellas elige al hombre. La cosa no podía ser más sartriana. Tras ‘Killer’s Kiss’ (‘El beso del asesino’), un acercamiento al cine negro que destaca por su aprendizaje en el terreno de la técnica y una búsqueda de la mirada peculiar en la composición de escenas, rueda ‘The Killing’ (‘Atraco perfecto’), considerada ya una película con suficiente entidad como para calificarla de profesional. El nudo del film vuelve a ser el hombre enfrentado a los actos que elige, esta vez a través del género policíaco y con un montaje innovador que recibe críticas importantes al tiempo que pone de manifiesto un rasgo característico de Stanley Kubrick: la absoluta determinación de llevar a cabo sus proyectos tal y como los ha concebido. Tiene una idea del mundo y quiere dar testimonio por medio del cine. Simone de Beauvoir dice de Sartre «…No echaría raíces en ninguna parte, ni se quedaría en ningún puesto: no para estar siempre disponible, sino más bien para dar testimonio de todo… La obra de arte, la obra literaria era a sus ojos un fin absoluto, llevaba en sí misma su razón de ser, la de su creador y puede que incluso —él no lo decía, pero yo lo sospechaba— la del universo entero». La obra literaria es a Sartre lo que la cinematográfica es a Kubrick. Sus universos personales se engarzan en distintos tiempos y lugares de un modo curioso. Son, a la vez, esquivos, preservadores de su intimidad e instigadores de masas. Con su siguiente película, Kubrick se adentra en el género bélico, logra enemistarse con las autoridades francesas y filma, a los 29 años, una de las obras más perturbadoras sobre la Primera Guerra Mundial que se han hecho jamás. ‘Paths of Glory’ (‘Senderos de gloria’) vuelve a tratar sobre las decisiones humanas y sus consecuencias, casi siempre trágicas e irreversibles. Que el actor francés Adolphe Menjou, veterano de guerra, accediera a dar vida al perverso personaje del general Broulard, se debió a las estratagemas de Kubrick para convencerlo de la importancia esencial de su papel —evitan- do el detalle de poner a su disposición el guión completo y dándole solo su parte—, anécdota que recuerda a la fotografía del quiosquero desolado y da la medida de lo lejos que podía llegar el director para cumplir sus propósitos. Con una destreza técnica cada vez mayor, Kubrick inicia la década de los 60 buscando un nuevo tema que le cae de la mano de Kirk Douglas, protagonista de ‘Senderos de Gloria’, el cual estaba rodando Espartaco a las órdenes de Anthony Mann, con quien no se entendía. Douglas, que también producía el film, despide a Mann y contrata a Kubrick que se hace con un proyecto de enorme presupuesto y miles de extras revoloteando por todas partes. Nadie salió muy contento de allí. El protagonista, que retira la palabra al director; el director de fotografía, que se queja de la intromisión por parte de Kubrick en su trabajo; los actores veteranos, a los que no les acaba de gustar que un joven inexperto de 32 años les dirija; y el propio Kubrick, que no tiene el control absoluto de la película. «Sé que me gustaría hacer una película que Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 elpRogreso 3 La naranja mecánica Stanley Kubrick Formato DVD Género Drama Prezo 11,99 € transmitiese realmente el espíritu de una época, psicológicamente, sexualmente, políticamente, personalmente. Me gustaría hacer eso más que cualquier otra cosa», declaró Stanley Kubrick en 1960. Dos años más tarde, haría Lolita, una adaptación de la novela de Nabokov que tuvo problemas para pasar la censura y que desarrolla un personaje de humor grotesco, el cual le serviría para definir el tono reinante de su siguiente film. En esa misma época, Sartre comienza a decir en sus conferencias, «entender es cambiar, ir más allá de uno mismo», y pareciera que Kubrick, al otro lado del Atlántico, escuchase sus palabras estrenando una película que rompió moldes: ‘Dr. Strangelove’, or ‘How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb’ (‘Teléfono rojo ¿volamos hacia Moscú?’), una sátira tremenda sobre la Guerra Fría y la condición humana, el año en que el filósofo rechaza el premio Nobel alegando su independencia como escritor. Sus siguientes películas son un ir y venir por el mismo universo, reconcentrado, complejo, existencial y libre. 2001: ‘A Space Odyssey’ (‘2001: una odisea del espacio’) vuelve a situar al hombre en un estado de angustia comprometida en una película de ciencia-ficción que llevó lo visual y la música clásica a un terreno inexplorado; ‘A Clockwork Orange’ (‘La naranja mecánica’) donde la libertad del individuo es anulada por las autoridades; Barry Lyndon recurre, una vez más, con cine de época, al problema del individuo ante el mundo; ‘The Shining’ (‘El resplandor’), cine de terror que plantea la dualidad bondad/maldad del ser; ‘Full metal jacquet’ (‘La chaqueta metálica’) que revisa los temas anteriores desde la perspectiva bélica y ‘Eyes Wide Shut’ (‘Ojos bien cerrados’), que explora los márgenes entre el deseo y la realidad. «El hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y después se define», escribió Sartre en ‘El existencialismo es un humanismo’. Stanley Kubrick hizo de él sus películas y sus películas lo han definido, le han dado la esencia que ahora ya es. La película definitoria de la filmografía de Kubrick es ‘Clockwork Orange’ (‘La naranja mecánica’). La película está ambientada en Gran Bretaña y en un futuro indeterminado. Alex (Malcolm McDowell) es un joven muy agresivo que tiene dos pasiones: la violencia y Beethoven. Es el jefe de la banda de Los Drugos, que dan rienda suelta a sus instintos más salvajes apaleando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el asesinato, Alex es detenido. En prisión se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de reeducación que pretende anular drásticamente cualquier atisbo de conducta antisocial. Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 elpRogreso 4 por Ramón Rozas A cor como emoción A fundación Mapfre de Madrid exhibe a mostra ‘Los fauves. La pasión por el color’, na que se recolle o nacemento e desenvolvemento dun movemento artístico que con tan só dous anos de vida deixou unha fonda pegada na historia da pintura a través do continuo berro da cor. d O U S A N O S tan só serviron para facer da cor un xeito de expresión da realidade como nunca antes se vira. Entre 1905 e 1907 un grupo de pintores explotaron a vida que os rodeaba cunha febril paleta de cores que reinterpretaba un mundo cheo de novas miradas, de dúbidas, pero tamén de respostas inmersas no sempre convulso cambio de século. A fundación Mapfre na súa sede do madrileño Paseo de Recoletos mergúllase neses dous anos para achegarnos como xorde ese movemento, que xa se iniciara na última década do secúlo XIX arredor dun grupo de pintores formados no taller de Gustave Moreau. Henri Matisse, Albert Marquet, Henri Manguin, Georges Roualt, Charles Camoin e Jean Puy comezaron a experimentar unha nova realidade a través da pureza da cor e o seu exultante emprego. Ese senso de amizade grupal foi moi importante á hora da configuración deste movemento, algo non moi habitual na historia da pintura, e tamén fomentou novas creacións a través dos retratos que se fixeron entre eles e que centran un dos capítulos desta mostra. En 1905 o Salón do Outono de París foi, como xa sucedera noutras edicións cos pintores impresionistas, un balbordo arredor daqueles cadros que semellaban conter lume no seu interior. O público e a crítica alporizábase ante esas paisaxes con cores irreais, pero ante os que o espírito do espectador víase excitado dun xeito pouco usual. Así quedaron bautizados como ‘fauves’, é dicir, feras, uns salvaxes co pincel que arriscaron todo a esa radicalidade dos tons. A aqueles nomes xa citados engadíanselle dous dos máis interesantes pintores deste movemento incor- {El vicio solitario} 100 por Portorosa «O aquí nadie tiene hijos ya, o el verdadero empujón a nuestra hostelería se lo da la consolidación del divorcio» e SPERO QUE no suene muy endogámico si digo en esta columna que he ido a una exposición de la que hablaba el otro día Manuel Gago en la suya. Porque así es. La exposición era ‘Galicia cen’, un recorrido por la cultura gallega y nuestra idiosincrasia a través de cien objetos que van desde el paleolítico hasta los años 90, y tan variopintos como una máquina de coser Refrey, un póster del referéndum del Estatuto, el Códice Calixtino o un arcón congelador. Fue interesante. Con esa excusa fuimos a A Coruña —me pondrán el artículo, pero que conste que en Ferrol decimos Coruña a secas; con lo que, además porados un ano antes, André Derain e Maurice Vlaminck, que lle deron o empurrón definitivo a todos eles para afianzarse nese xeito de pintar, para seren pintores libres e sen máis ataduras có seu maxín e uns pinceis que botaban lume, como vemos nos cadros que enchen os dous andares da sede da fundación coa habitual calidade da montaxe á que acostuma nesta institución. Deterse ante as vistas de Londres que fixo Derain para renovar as famosas paisaxes que alí tamén pintou Monet, ou facelo ante a vida parisina recreada por Marquet ou fronte as paisaxes rurais de Chatou realizadas por Vlaminck, son suficiente motivo para gozar desta exposición como dunha epifanía pictórica. Pinceladas e cores sen ataduras de liñas ou formas, simplemente ceibes nunha superficie do cadro entendida como un territorio de experimentación, pero tamén de expiación íntima dunhas visións que deixaban de ser as que tiña todo o mundo que participaba delas para converterse na visión que delas tiña o pintor. Un acto subxectivo que acadaba un chanzo máis nas conquistas impresionistas impulsadas dende a cor como gran protagonista. Como todo lume este tamén estaba condeado á súa extinción e, como afirmou o gran pintor do cubismo que tamén coqueteou co fauvismo, Georges Braque, «durou o que duran as cousas novas». Un movemento tan fulgurante tiña no factor tempo un inimigo que o condeaba a medida que este medraba á súa extinción. Aquelas feras foron aplacando almas e pinceis, e sentíronse máis cómodos a carón doutros mestres como Cézanne e os seus progresos no relativo ás solucións formais e do debuxo. A liña irá domesticando as cores e apreciarase neles a docificación da paleta que aquí se recolle moi ben en diferentes cadros de bañistas —recuperando un tradicional motivo cezanniano— e de paisaxes con formulacións híbridas entre as pesquisas de Cézanne e o inminente cubismo. De todos os xeitos, o feito xa queda aí, e non hai máis que achegarse ante un cadro de Vlaminck para entender a capacidade da cor e da pincelada para emocionar, para xerar unha ledicia na mirada que te afasta do real para inxerirte no máis marabilloso que pode existir na arte, a singular mirada dun creador e a súa capacidade para traducir o noso mundo ao seu xeito. de abreviar, sorteamos con elegancia el conflicto lingüístico— a comer y, previamente, a tomar algo por la ciudad vieja. Han restaurado muchísimos edificios, que tienen toda la pinta de ser muy económicos. A sus pies, llenaba los bares su clientela —supongo— más preciada, treinta y cuarentañeros y gente en el primer tramo de la cincuentena. O aquí nadie tiene hijos ya, o el verdadero empujón a nuestra hostelería no estacional se lo está dando la consolidación del divorcio, que fin de semana sí, fin de semana no, puebla las calles de parejas y pandillas de adultos con sueldo más/menos pensión. Fundación contra fundación, tras Galicia nos esperaba Sorolla. Algunos cuadros los habíamos visto este verano en su casa-museo de Madrid. Entre ellos, dos cielos de tormenta sobre el Guadarrama que justificarían una carrera entera. Pero, a pesar de ellos y a pesar de que la exposición era pequeña y corta, la sensación de siempre, de que hay demasiado que ver, que en realidad ninguna exposición es abarcable. ¿Se pueden disfrutar más de tres o cuatro cuadros seguidos con calma? A la salida iba dándole vueltas a los 100 objetos. Aunque en ningún momento pretende ser un catálogo de logros, es inevitable hacer, inconscientemente, una lectura evaluadora. Al menos yo la hice. La visita me dejó una impresión de modestia —por lo que uno imagina que sería esa muestra referida a otros pueblos, y porque, como cabía esperar, la pobreza y los reveses estaban muy presentes— y, sobre todo, una sensación de oportunidades perdidas, de posibilidades no aprovechadas, de intentos cortos, de riqueza y valor desperdiciados, de un afán infructuoso porque raras veces encontró un camino. Sin buscar culpables —y menos aun cayendo en el habitual error de buscarlos solo fuera—, a mí me iba dando pena, me íbamos dando pena. La pena del que, no se sabe muy bien por qué, nunca llega a demostrar de qué es capaz. Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 elpRogreso 5 {SeiSentidos} por Manuel Gago Enunciados «Monteagudo reclamou sen pelos na lingua unha literatura para un público adulto ao igual que hai outra para un público infantil e xuvenil. E criticou as medias tintas: os libros en teoría escritos para adultos pero cheos de corrección política, narrativa liñal e sinxela, e valores para que poidan ser traballados en clase». a MIÑA TEORÍA de barra de bar: nalgún momento dun século pasado guindamos as vellas historias por un cavorco abaixo e quedamos unicamente cos enunciados, e iso é a tradición oral que chegou ao final do século XX. Nestes quince días falamos sobre literatura e institutos, da contradición dos viños fortificados da Madeira, sobrevoamos lagoas e illas e, por que non, disfrutamos canda o novo malvado televisivo: o papa mozo de Sorrentino. OÍDO No web da Asociación de Escritores en Lingua Galega escoito ao escritor Xosé Monteagudo falar sobre novos públicos para a literatura galega. Monteagudo reclamou sen pelos na lingua unha literatura para un público adulto, ao igual que hai outra para o público infantil e xuvenil. E criticou as medias tintas: os libros en teoría escritos para adultos pero cheos de corrección política, narrativa liñal e sinxela e valores para que poidan ser traballados en clase. Lembrei o que me aconteceu cos meus dous libros de ficción, o mesmo día de presentalos. No caso de ‘Vento e chuvia’, dixéronme: «É moi bonito, pero un pouco caro para os rapaces do instituto». No caso de ‘O anxo negro’, «Uf!, ten cincocentas páxinas, vai ser moi longo para os rapaces». Xúrovos que é certo. A verdade é que a min nin se me ocorrera pensar como hai que facer un libro para institutos. E penso seguir igual. Precisamente porque tomo moi en serio os adolescentes. OLFATO Probo varios viños de Madeira, pero non os fortificados. Coma no Douro portugués, os viños tranquilos son unha sorpresa minusvalorada baixo a tradición decimonónica. Aínda que me gusta a ciencia e a experiencia veterana dos viños fortificados, o certo é que boa parte do seu sentido orixinal —facíanse así para que resistiran a viaxe por mar, e para manter longas sobremesas— xa está perdido. Viaxamos en horas e só facemos sobremesas longas o día do cocido anual. En Madeira, as novas xeracións atrévense a ver que dan de si os viños naturais. E ofrécennos elaboracións moi frescas, con moita acidez, inspirados claramente no vinho verde, pero cunha especifidade que os fai únicos. Ese clima case tropical da Madeira, húmido e caloroso. GUSTO O señor Luís, de Medeiros (Monterrei), cóntanos, como acontece moitas veces, o relampo dunha antiga historia da que só nos chega un anaquiño brillante: «Señores de Pixeirós / matastes a Raíña Loba/ Señores quedastes vós». Refírese á Raíña Moura de Medeiros, que é protagonista dun singular proxecto que promovemos para ensaiar novas formas de aproveitamento da cultura e da mitoloxía galegas para as entidades locais e as empresas (Murodemedeiros. net). Insisto na miña teoría: hoxe só nos chegan anacos de historias que no seu tempo foron máis longas e que debían ser contadas dunha maneira especial. O señor Luís, 94 anos, continúa: «Chamábanlle Raíña Loba porque nada máis que comía carne de cristián, de aqueles nenos que roubaba», di, susurrando, achegándose, dando medo. Cóntanolo como llo contaron a el de neno. A época na que todos eran contadores de historias. E moi bos, abofé. TACTO ‘The Young Pope’, a serie de Sorrentino que tanto está a dar que falar. O primeiro capítulo é frustrante: unha sorte de colección de postais cunhas tramas difíciles de ordenar. No primeiro episodio —as primeiras horas no Vaticano do novo Papa— un non sabe aínda quen é o protagonista; no segundo episodio, se cadra cando aprendemos a lóxica audiovisual de Sorrentino, todo se organiza, e o final da emisión merecería ser o final dunha gran película que nos deixara a todos nas tebras, sen redención audiovisual posible. Naceu un novo malvado, moito máis turbio que calquera Borgia. Veremos en que acaba. Eu non podo deixar de comparalo con ‘The Crown’, a serie de Netflix que percorre a semieterna vida de Isabel II. A factura é impecable pero cando eu me descubrín botando unha bagoíña pola morte de Xurxo VI dinme de conta do efectismo. Agárdanos unha fermosa haxiografía dunha das señoras máis ricas do mundo. E, malia saberlles as trampas, verémonos aceptando a trampa dunha realidade que é ficción. VISTA Montamos nunha avioneta do Aeroclube compostelán e percorremos un pouco da costa galega, voando pola ría de Arousa, facendo piruetas sobre a lagoa de Carregal e volvendo por Monte Louro e o castro de Baroña. Con curiosidade, imos identificando todos os castelos medievais derrubados, as torres de avistamento de piratas, os castros, os antigos camiños reais. O piloto non dá creto: onde nós vemos murallas e torres el só ve penedos, que é o que hoxe son. En Galicia hai unha paisaxe invisible: segue aí pero só a ve quen quere vela, ou a quen lla contaron —ou sexa, a case ninguén—. Supoño que os mundos máxicos nacen dunha experiencia similar. Pero realmente Galicia é un gran país en parte por toda a trama invisible que agocha: os reinos pasados, as antigas provincias de nome descoñecido e as pantasmas que crean nas nosas conciencias. Papo dunha sentada dous episodios de ANTICIPACIÓN Un clásico galego é queixarse da ausencia de algo no país e descubrir ao pouco que xa existe. Nun anterior SeiSentidos falei desa literatura dos camiños e das viaxes a pé tan de moda no Reino Unido. Pois dito e feito. Acaba de saír ‘Todo ser humano é un río’, de Manuel Veiga, en Xerais, que viría sendo o equivalente galego desta tendencia editorial. Só que velaí a realidade inglesa é tan distinta á nosa. Mentres que os narradores ingleses disertan nun ermo de prados e chairas e pérdense en abstractas elucubracións ao respecto, Manuel Veiga e a súa muller, Ana, pasan os capítulos, mesmo en soidades como as de Quintela de Leirado, tropezando con paisanos, marcos, aldeas abandonadas, castelos e dólmenes, emigrantes, contrabandistas, calzadas e galiñas, microtopónimos e sucedidos. A literatura dos camiños, en Galicia, é esencialmente, a literatura da atención, fronte a eses camiños ingleses dispersos e baleiros. Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 elpRogreso 6 por Javier Nogueira Nullius in verba o DÍA 11 de maio de 1960 catro homes agardaron a que o bus da liña 203 de Bos Aires deixase a Ricardo Klement na parada que estaba preto da rúa Garibaldi. Cando baixou, metérono nun coche. Oito días despois, como un suposto mecánico borracho, voaba camiño de Israel. Ricardo Klement non existía: tras ese nome agochábase Adolf Eichmann, responsábel directo da organización da Solución Final á cuestión xudía na Alemaña nazi. O xuízo celebrado en Israel foi atentamente seguido pola comunidade internacional. E máis en particular pola filósofa xudea alemá Hannah Arendt, que en 1963 publicaba ‘Eichmann en Xerusalén. Un estudo sobre a banalidade do mal’. Aquel episodio e aquel libro cambiarían a visión existente sobre os crimes nazis. Ata aquel momento a opinión xeral tendía a exculpar o pobo alemán e a considerar que a guerra e o xenocidio foran obra dun grupo de psicópatas antisemitas que arrastraran ao resto do país. Arendt viña a amosar unha faciana máis crúa da situación: un dos principais responsábeis de todo aquilo non era máis ca un chaíñas que consideraba non ter responsabilidade: el só obedecía as leis, as ordes que lle deran. Ao principio as teorías de Arendt foron rexeitadas, pero en 1974 recibiron un pulo definitivo grazas aos experimentos de Stanley Milgram. ‘Obediencia a la autoridad’, a obra que expón a creación, desenvolvemento e conclusións desas probas, vense de publicar en España por primeira vez dende os 80. Faino Capitán Swing, editorial que está a rescatar clásicos verdadeiramente imprescindíbeis dende hai tempo. Stanley Milgram non era psicólogo senón un politólogo interesado na relación entre o individuo e a autoridade. E artellou un experimento sinxelo de explicar. Dúas persoas son convocadas por un investigador, unha delas é un actor contratado en realidade. Ao chegar díselles que unha terá que sentarse fronte a unha consola que emite descargas eléctricas e a outra nunha cadeira eléctrica. Faise un sorteo amañado, pois na cadeira sempre se sentará o actor. O investigador dálle unhas tarxetas ao encargado da consola: terá que lerllas ao da cadeira e cando este se equivoque ao repetir o contido, darlle unha descarga. Cando dubide verase sometido á presión crecente do investigador. Se resiste catro graos de presión o experimento deterase. En realidade a cadeira non tiña electricidade e o actor só finxía recibir descargas. Pero o resultado foi contundente: a pesar de declarar anteriormente que como moito darían descargas de 150 voltios, a meirande parte dos suxeitos, coaccionados polo experimentador pero sen ameazas, remataban dándolle ao home obediencia a la autoridad Stanley Milgram Editorial Capitán Swing Páxinas 296 Prezo 18,50 € Pie-O-My por Xurxo Chapela «En Alcalá 34 tiveron que recuar surfeando lóstregos: nun erro do xurado, admitiran a candidatura dun orixinal nunha lingua nacional» h ABERÍA QUE rastrexar en Arniches a última estrea do Ministerio de Cultura, que deixou o escritor e carmelita Luis Baraiazarra sen o premio Nacional de Traducción que lle concedera, poucas horas antes, por verter ao éuscaro a obra toda da mística Teresa de Cepeda y Ahumada. En Alcalá 34 tiveron que recuar surfeando lóstregos: nun erro do xurado, admitiran a candidatura dun orixinal escrito nunha lingua nacional —e non estranxeira, como establecen as bases—. Cabronada apar- te e frustrado o frade como para considerar a clausura, El País soubo estar á altura da súa valga. Titulou, enganosa e disparatadamente: «Anulado el último Premio de Traducción porque consideraba el español una ‘lengua extranjera’». Algún bolseiro debeu de decatarse da gaitada e agora na web do xornal os tipos grandes afinan: «Cultura tiene que anular un Premio Nacional por saltarse sus reglas». Pero corrixir, xa o dixo Pavese, deslomba, e o corpo da noticia orixinal sobrevive, incriminador: «Sin embargo, la autora (1515-1582) escribía en una lengua extranjera, según se infiere de la decisión del ministerio». da cadeira descargas que terían sido mortais. Ao explicárselles o sucedido a resposta á súa propia conduta era igualmente estarrecedora: «Fixen o que vostede me dixo, era a súa responsabilidade». Ler a Milgram ten dous efectos inmediatos. Un, mergullarse na mesma experimentación científica, pouco presente na literatura xa que o que vemos adoito son as conclusións destes procesos. O segundo, e máis recomendábel, é o de reflexionar sobre o que somos e cremos ser, como individuo e especie. Para vostedes, para min, é difícil asumir o noso lado escuro. En teoría ninguén mata, rouba, viola ou causa danos, pero na práctica e como demostrou Milgram os peores crimes están ao alcance da nosa man. O lema da Royal Society é ‘Nullius in verba’, unha declaración contra a autoridade na ciencia. E o paradoxo de todo isto é que a mesma ciencia acabou por demostrar o dependentes que somos da autoridade e que esa dependencia nos pode levar á mesma negación da condición humana. Retratado ao óleo como un militar do século XIX, Arsenio Fernández de Mesa, director xeral da Guardia Civil e guerrilleiro de Cristo Rey na súa mocidade franquista ferrolá, é o Tony Soprano do cadro coa egua Pie-O-My: o que mandou repintar Paulie Gualtieri. Comezou o Cineuropa trixésimo. Sempre que vexo anunciado ese festival pélanme as sinapses e sufro alucinacións de modernos e modernas con barba —hipsters eran Mezz Mezzrow e os seus colegas músicos, contrabandistas e traficantes: da Gran Beirarrúa Negro-Americana do Mundo, dixo Kerouac—. Ao Principal volvía, hai anos, cada novembro. Naquelas butacas —esta leria xa a contei— gocei —dous exemplos de moitos— ‘Hana-bi’ e padecín ‘Ayneh’. Daquelas butacas levanteime canda os créditos: entre catro rosmadas e a tripla atrofia dos máis da platea, que alí quedaron papando ‘kanjis’ e vermes ‘abyad’. Hai xa varias edicións que non vou a Cineuropa: as miñas lentes non teñen tanta pasta. Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 elpRogreso 7 Tour de force por Henrique Mariño «Cuando terminaba —que nunca terminaba—, del culebrón venezolano de la gallega saltábamos a la serpiente multicolor de la primera, donde emitían el Tour. A eso de las cuatro de la tarde, el sol entraba disparado por la ventana, como un Manhattanhenge, si bien el Solsticio de Carballo era un poco menos espectacular, creo». h ABÍA QUE esperar a que acabase ‘Simplemente María’, la primera telenovela que causó adicción en casa. No habían llegado las privadas y la TVG arrasaba después de comer. Mi padre y yo asistíamos a las desdichas de la inocente María López, que había dejado el campo para irse a la capital. Nada extraño para el televidente medio, cuyos familiares andarían por Montevideo, Ginebra o Barcelona. Ni la veíamos ni la dejábamos ver, desinteresados por la trama, aunque cuando se acercaba el ‘cliffhanger’ —¿pero qué carallo es un ‘cliffhanger’?— nos entraba la curiosidad por saber quién era la novia de José Ignacio, el hijo de María, o por qué Lorena del Villar despreciaba tanto a la protagonista, a la que cada día le iba mejor en la vida, o sea, en los negocios. Cuando terminaba —que nunca terminaba—, del culebrón venezolano de la gallega saltábamos a la serpiente multicolor de la primera, donde emitían el Tour. A eso de las cuatro de la tarde, el sol entraba disparado por la ventana, como un Manhattanhenge, si bien el Solsticio de Carballo era un poco menos espectacular, creo. Los rayos partían de la parroquia de Sísamo, burlaban los primeros tejados, circulaban por la rúa do Hórreo, —nuestra Calle 42— y se colaban en el comedor, una salita donde casi nunca comíamos, excepto cuando era fiesta. La luz cegaba el televisor, mas allí debían de es- tar Perico, o Lejarreta, o Fignon, que caía bastante mal. De niño, mi querido Carlos Morillo aprovechó que la Vuelta pasaba por Jerez para ver a Vicente Belda y Pepe Recio, sus ídolos del Kelme. Una vez allí, no se le ocurrió otra cosa que pedirle un autógrafo al francés: «¡Aléjate de mí, enano!», le dijo Fignon al pobre Lillo, que no entendía ni papa de francés. Alguno dirá: «¡Pues si entra luz, baja las persianas!». Claro, una cosa es que cuente mi vida y otra, que describa mi casa. Para no extenderme, añadiré que por aquellas viejas ventanas se colaba todo el parte, desde el sol hasta el frío. Y que la televisión, una Emerson, ya renqueaba, aunque uno siempre podía echarse sobre la alfombra. El caso era ver de la forma más nítida posible las pedaladas coléricas de Perico, que se desfondaba en las subidas como si sólo faltasen cien metros para la gloria. Arrancadas feroces que te levantaban del sillón y te hacían olvidar que debías abrir la tienda. Perico me gustaba por eso: parecía que quería llegar lo antes posible a la meta para que yo también pudiera abrir la zapatería, cuya apertura se iba demorando en función del número de puertos de montaña que jalonaban la etapa. Pese a que Lemond era el rey, ningún gran ciclista ganaba por entonces más de dos años seguidos, hasta que llegó Indurain. Siempre me cayó bien, pero nunca me hizo vibrar como Delgado. El segoviano, además de garra, era amigo de Xosé Manuel Eirís. Habían hecho la mili juntos y conservaron la relación hasta que el cantautor falleció a los 37 años. En el homenaje, además del ciclista de Reynolds-Banesto, también estuvo Amancio Prada, que compartía con él la afición por la zanfoña. Supongo que aquella amistad con mi paisano también me unió a Perico, que terminó viendo a su compañero Miguelón convertido en el jefe de filas. Indurain ganó cinco tours seguidos, un récord de victorias compartido por los tres grandes: Anquetil, Merckx e Hinault. Luego llegó Armstrong y sumó siete. Indurain era un tipo generoso, nada que ver con el estadounidense, mas dejó por el camino un reguero de grandes ciclistas que no lograron auparse al podio de París: Bugno, Chiappucci, Zülle… Rominger fue práctico y se aplicó en la Vuelta, que ganó tres veces, y en el Giro, donde se impuso un año. A Beloki, Basso y Ullrich les sucedió lo mismo durante la dictadura de Armstrong, aunque el alemán ya se había llevado un Tour antes de su irrupción. En fin, que no tengo ni pajolera idea de ciclismo, si bien es el único deporte de sillón que me hace disfrutar, incluso leyendo. No me canso de recomendar ‘Plomo en los bolsillos’, esa maravilla de Ander Izagirre, apta para todos los públicos. Y todavía tengo pendiente ‘Brindis por el Tour’, de Carlos Arribas. En el fondo, las crónicas ciclísticas encajan tanto en la literatura de viajes como en los libros de superación. Lo de menos, a veces, es la bicicleta. Ahora, el Tour se lo reparten entre varios. Siempre hay favoritos que, una vez acabada la carrera, no certifican esa condición, pues se pierden en el hoyo de la clasificación. Sin embargo, el verano siguiente vuelven a estar en la quiniela, en la que siempre figura una joven promesa. Pereiro, por ejemplo, ganó un Tour saltándose todas las previsiones, aunque los dos años anteriores había finalizado entre los diez primeros. A veces, algún veterano amenaza con el envite. Caso de Borrell, quien no descarta disputar el liderazgo del PSOE: un ‘jumping the shark’, que dirían los seriéfilos, en toda regla. Porque, si se fijan, la política no dista tanto de ‘Simplemente María’, llena de traiciones y sorpresas, de matrimonios por conveniencia e hijos que venden a su madre por un escaño. Si ayer la política era una película, hoy es una serie, con sus giros inesperados y sus puntos de inflexión, que te obligan a ver el capítulo siguiente para saber cómo acabará la historia —que nunca acaba—. Te pierdes uno y te pierdes todo. O, lo que es lo mismo, nada. Al menos, antes ganaban los superhombres —lo que resultaba bastante tedioso— y ahora no se sabe quién va a hacerlo —tampoco es para echar cohetes—. Bueno, no se sabía hasta que se cepillaron a Sánchez, el Cipollini de Ferraz. A lo que íbamos: la alternancia en el poder de Indurain y Armstrong dio paso a las victorias de Sastre, Contador, Schleck, Evans, Wiggins, Nibali y Froome, que con sus tres Tour en cuatro años amenaza con instalarse en el podio. Esperemos que no sea así, pese a que Quintana, Yates, Porte o Contador no lo tendrán fácil. Dios nos provea de un nuevo Lejarreta o de un Jalabert, aquel francés que, para entrar triunfante al sprint en Burdeos, comenzaba a atacar en Chantada. En fin, como esto va de libros, en la estantería reposa uno del ferrolano Enrique Riobóo sobre el Mesías, donde desmiente que sea tal redentor, aunque no sabremos si logrará salvar a la humanidad española (sic) hasta que termine la serie. El otro es de Montero Glez, un escritor que me encanta cuando escribe sobre Camarón, la bomba Orsini, El Nani o Chet Baker. Se titula ‘¡Al cajón! Crónica de un mitin’, y tampoco me lo he leído. Me dan más pereza que una etapa llana sin escapada. Táboa Redonda Domingo 13 de novembro de 2016 elpRogreso 8 por Santiago Jaureguizar Os hospitais son de cor branca rota E STA SEMANA pareceume longa de máis. Cabalgou nerviosa da noite do martes á madrugada do mércores. Botei esas horas negras paseando polos corredores brillantes do hospital de Lugo, que é grande coma un imperio e que se despraza solemne na escuridade coma a nave espacial de ‘Star Treck’. Eu era o zar de todas as Rusias naquela soidade branca, paseando de norte a sur —e volta de sur a norte— nun camiño de trescentos metros que acabou sendo unha ruta cotiá e querida. Mentres esperaba noticias privadas agarraba no peto unha radio gris cativa. O xornalista Xabier Ares ía dando na Radio Galega noticias da feroz Guerra dos Mundos con voz de Orson Welles. Contaba como, estado a estado da Unión, lle gañaban os confederados do sur ao desexado prestixioso exército ianqui do norte. Hai nove anos Norteamérica tiña un presidente branco ao que sucedeu un presidente negro e agora escolleu un presidente de pel laranxa. Cando menos os moinantes de Wall Street e os columnistas do New York Times puideron votar pola súa candidata. O resto do mundo non gozamos do sufraxio universal para opinar sobre o emperador pálido. Abrumado pola dimensión da traxedia americana busquei algunha guía para comprendela. Marilyn Manson fai crónicas dos Estados Unidos máis xenuínos criticando a súa pesada carga moral, a súa ríxida orde social. O cantante presentábase na portada do anterior álbum, ‘The Pale Emperor’ (2015) inquietantemente pálido e vestido cun traxe branco. Non vou especular con profecías alucinadas. O vindeiro disco, o décimo, chamarase ‘Say10’ —‘Di 10’, que en inglés lese como Satán—. No vídeo de lanzamento, que publicou no Supermartes electoral, racha as páxinas dunha Biblia e decapita un señor de tupé louro, pel laranxa e garavata vermella. Marilyn Manson explicou que non foi votar para non obrigarse a elixir «entre merda de gato e merda de can». Spotify permitiume escoitar ‘The Pale Em- peror’ e tamén me trouxo boas noticias dende o pasado: os dous discos de Kimuru. O músico da Pontenova, que encarna a modernidade vestida con chaqueta e Converse, fascinárame en 2006 con ‘Todas las naves espaciales son de plástico’. Hai unha canción, ‘Bailactiva’, na que fala sobre o pracer e o tempo. Na letra, alguén goza intensamente do baile e propón: «¿Y si paramos el tiempo? ¿Y si le damos a pause?». Poida que gozar sexa a fórmula contra a decadencia. Francisco Nieva dicía que, co paseo triunfal da idade, «uno ya no tiene el estímulo de ser atractivo, y esa energía que venía por el mundo sexual, se sustituye por la imaginación que siempre es autocompensatoria». A imaxinación do dramaturgo rendeuse o xoves ao cansanzo de vivir, aos 91 anos. O pasado revélase penoso para o protagonista de ‘Flores rotas’ (2006), a película de Jim Jarmusch que estiven vendo o luns. No filme un vello desencantado (Bill Murray) recibe unha carta na que unha antiga noiva lle conta que foi pai 17 anos atrás. O director obriga a Bill Murray a expresar todo o que unicamente un intérprete da súa valía pode expresar sen mover un músculo facial. Jarmusch escribe uns guións cheos de casualidades improbables que non sabe ligar, pero é un xenio filmando a miseria que convive coa torre na que vive o presidente da pel laranxa nos Estados Unidos. O interesante do seu cine non é o primeiro plano; senón todo a pobreza e a violencia que soportan os seus personaxes secundarios. O martes estiven preparando a xornada elec- Un paseo nocturno por un hospital e o empeño de Estados Unidos en cavar un burato negro para arrastrarnos a todos amargáronme a semana toral na metrópole vendo ‘Idus de marzo’ (2011), de George Clooney. A película é unha loita entre asesores de campaña dun candidato a presidente de Estados Unidos. Conta a victoria da ambición sobre a amizade. Mediada a historia, un politólogo —o grande actor Philip Seymour Hoffman— explícalle a outro —o mediano Ryan Gosling— por que o condeou: «Valoro máis a lealdade que a capacidade, e ti tes moita capacidade». A lealdade é un valor case inexistente nos partidos, polo que non lles recomendaría aos seus fillos que estuden Políticas. Mellor que se dediquen á astroloxía visto o visto o pasado martes en Norteamérica. Xa cantaba Marilyn Manson o ano pasado en ‘The Mephistopheles in Los Angeles’ que «o pasado pasou, e agora resulta tan patético...». Escoitando como avanzaban os soldados do Presidente Laranxa polas inmensas e alleas chairas de Nortamérica lembrei ‘A metamoforse’. Pensei en que Kafka escribía unha profecía sobre a perplexidade das autoridades europeas cara ao gañador das eleccións americanas cando di sobre Gregorio convertido en insecto que «a pesar do seu aspecto triste e repulsivo era un membro da familia ao que non podían tratar coma un inimigo». Despois de toda a noite camiñando de banda a banda da nave luminosa de ‘Star Treck’, cando o día clarexaba con luces violáceas, ingresaron no hospital de Lugo unha señora maior. Estaba soa. Achegóuseme para falarme co pelo tinxido de marrón a cachos e as zapatillas vermellas. Eu corrixía un texto, pero non lle importou porque estaba mirando os ollos do anxo exterminador. Anuncioume que podería morrer. Contábame ese pánico tan íntimo sen coñecernos porque os dramas médicos fan estraños compañeiros. Ela non temía pola súa vida, temía pola vida dos netos que coidaba como nai subsidiaria, morta a filla. «A vida avanza golpe tras golpe», díxome antes de que a levasen facerlle un TAC. Ata que non volvín a casa aquela noite non me puxen pálido de vergoña. Estivera corrixindo un texto e tomara o seu horror por unha conversa funcional motivada por un encontro azaroso. Agora miro atrás, pero non sei o seu nome.