Futuro y porvenir de la Tauromaquia en México

Transcripción

Futuro y porvenir de la Tauromaquia en México
Documento
Apuntes históricos
Futuro y porvenir
de la
Tauromaquia en
México
Por José Francisco Coello Ugalde
Master en Historia de México
En este trabajo, el autor trata de establecer un marco de
referencia para entender la forma en que ha transitado la
Tauromaquia en México, desde los siglos virreinales hasta
nuestros días, y así tener una mejor idea para construir un
futuro sólido y confiable.
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A mi entrañable amiga Rossana Fautsch Fernández,
le “brindo esta faena literaria”.
El
pasado 4 de abril, fui invitado por el “Centro Taurino Queretano,
A.C.” en el marco de la inauguración de su nuevo centro de reuniones,
para dictar la conferencia que lleva el título: “Futuro y porvenir de la
tauromaquia en México”. Me parece oportuno traerla hasta aquí, con
objeto de que los navegantes conozcan su contenido, cuyo enfoque
tiene que ver con una especie de labor evangelizadora, con vistas a
cumplir con las condiciones de un proceso que busca impulsar la
declaratoria que la UNESCO podría hacer a favor de la tauromaquia
para otorgarle el nivel de patrimonio cultural inmaterial de la
humanidad.
En buena medida, el pasado constituye alientos y desalientos entre los
taurinos que gozan o cuestionan hechos heroicos o episodios, nutrientes
para buena parte de la historia del toreo. Ahora bien, cuando es preciso
valorar el presente nos queda un dejo de incertidumbre pues ante los
hechos contrastados es más que evidente aquellos que hemos
observado, sin necesidad de mayores comentarios, o como afirmaba
Santo Tomás, “Hasta no ver, no creer”.
En estos tiempos que corren queramos o no, formamos parte de la
globalización. Los recursos actuales como el de la computación han
llegado a unos extremos en los que no podemos sustraernos, a menos
que se aplique el síndrome de “Robinson Crusoe” y la isla solitaria.
Estos recursos han hecho suyos a la tauromaquia, expresión que sigue
conservando anacronismos que, junto al ritual de sacrificio y muerte
hoy siguen siendo blanco de opiniones a favor o en contra. La cobertura
que alcanza y comprende a los toros se encuentra al alcance de todas
las escalas sociales y espectros culturales, bajo las condiciones de
acceso que así lo permiten.
Aún así, y aquí comparto no sólo la pregunta sino la inquietud inherente
a la misma: ¿cuál va a ser el futuro taurino? ¿Qué posibles escenarios
podemos prever? Sobre todo porque no hay puesta sobre la mesa
ninguna condición de seguridad.
Que van a terminarse y a desaparecer un día, es creíble, pero para que
eso suceda es evidente la presencia de elementos que produzcan o
provoquen tal eliminación. Es deseable por tanto analizar aquí y ahora
algunos paisajes que nosotros, aficionados a los toros con esta parte
recorrida del siglo XXI tenemos que hacer, en aras de trabajar y
analizar; evitando así, y en la medida de lo posible que ninguna
amenaza ensombrezca ese futuro, por ahora, impredecible.
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Exceso de poder, falta de control y sensibilidad sobre la protección y
resguardo de esa tradición, la presencia articulada y cada vez mayor de
los antitaurinos. Aunque a veces opiniones como las de Rafael Herrerías
son suficientes para explicar lo que sucede entre nosotros. Este
personaje “non grato” ha dicho: “Para qué queremos antitaurinos. Con
los taurinos tenemos”. Plazas semivacías, novillos y no toros, utreros y
no novillos. Toreros, pero no figuras, telegramas y no crónicas,
ausencia de plumas pertinentes y no excesos de folletineros son entre
otros, las constantes con las que convive la fiesta de los toros. Cultura
limitada, falta de especialistas en diversas materias no son, por ahora,
suma de optimismo.
A pesar de que Jorge Manrique ha sido nuestro aliado con aquello de
que “todo tiempo pasado fue mejor”, nos encontramos que la verdad
solo se le da a la fiesta de vez en cuando, de ahí que una embarcación
llamada mentira, navegue a sus anchas por el océano taurino.
Ahora bien, Crisis y porvenir de la ciencia
histórica es un libro que, para muchos
historiadores podemos entenderlo como
paradigmático. Este trabajo de Edmundo
O´Gorman, publicado por la Imprenta
Universitaria en 1947, anuncia lo que
después sería una de las obras más rotundas
del historicista mayor: La invención de
América, compendio de muchas razones que
sirvieron para polemizar, debatir sobre si lo
del descubrimiento de América fue un
invento,
encuentro,
desencuentro
o
encontronazo de culturas. Y más aún, por el
hecho de que con una obra así, se allanaba
el camino matizado de ligerezas planteadas
en ausencia del rigor. Sobre todo del rigor
histórico.
Crisis y porvenir de la ciencia histórica me ha servido de modelo o
referente para ocuparme, frente a ustedes, de un asunto que nos llena
de preocupación: el futuro y porvenir de la tauromaquia en México. Para
ello es preciso aclarar lo siguiente. Según el Diccionario de la Real
Academia Española:
Futuro: Es lo que está por venir;
Porvenir: Suceso o tiempo futuro. Situación futura en la vida de una
persona, de una empresa, etc.
Definitivamente no podemos fingir demencia cuando hemos sabido de
los intermitentes periodos de crisis a que ha quedado expuesta la
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tauromaquia en nuestro país, por lo menos desde el siglo XIX y hasta
nuestros días. Un intermitente cuestionamiento, aunque sin
consecuencias mayores se dio en el virreinato en dos sentidos: uno el
que provenía de la iglesia. Otro el que algunos representantes de la
corona o el gobierno se opusieran, sobre todo en los momentos en que
la Ilustración, ese peculiar fenómeno ideológico del siglo XVIII embestía
poderosamente. Pero dicho comportamiento persiste hasta nuestros
días, lo que es motivo para reflexionar y dejar sentado el hecho de que
nos vemos obligados a cobrar conciencia sobre el futuro de las corridas
de toros. De ahí que se haya puesto en marcha un proceso sin
precedentes, para que por medio de una serie de razones y sólidos
argumentos, sea posible que la UNESCO declare a la tauromaquia como
patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Con todo lo anterior, se tiene un marco de referencia para volcarnos en
una revisión lo suficientemente rápida para entender la forma en que ha
transitado la tauromaquia, desde los siglos virreinales hasta nuestros
días, y con ello tener una mejor idea para construir un futuro sólido y
confiable, contando así con la prospectiva más lógica y coherente que
nos deje presupuestar lo por venir.
El virreinato y los toros. Una síntesis.
Tres siglos virreinales siguieron, luego de consumada la conquista el 13
de agosto de 1521, por un sendero en el que las dos culturas: europea
y americana, se amalgamaron, quedando como resultado un mestizaje
peculiar, distinto incluso entre las colonias restantes. Además, nuevas
formas de vida cotidiana fueron el indicador perfecto de que aquellas
sociedades evolucionaban con todos los síntomas y contrastes que les
fueron consubstanciales.
En aquel complejo escenario, la diversión de los toros se integró a dicho
engranaje, hasta el punto que fue necesario establecer una
infraestructura que satisfaciera o satisficiera [1] la fuerte demanda de
un número indeterminado de fiestas, entre solemnes y repentinas, o
que seguían el patrón del calendario litúrgico, bajo condiciones como las
establecidas en la “Tabla de las fiestas”.
Para 300 años de virreinato el recuento de tan notables acontecimientos
no llega a 400 registros de los denominados “Relación de sucesos”, lo
que apenas dan una idea de aquella dimensión. Querétaro en este caso
no escapa al hecho de contar por lo menos con tres de ellas, a saber:
1680. Carlos de Sigüenza y Góngora: Glorias de Querétaro. México:
Vda. De Bernardo Calderón, 1680. (Contiene también Primavera
indiana).
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1701: Loa que se representó en la ciudad de Santiago de Querétaro en
las fiestas que hizo dicha ciudad a la coronación, y jura de nuestro
católico monarca don Luis Primero: Muestran con ella su lealtad los
texedores de obrages.
1738: Francisco Antonio Navarrete: Relación peregrina de el agua
corriente, que para beber… goza la… ciudad de Santiago de Querétaro…
México: José Bernardo de Hogal, 1739.
El toreo a caballo detentado por nobles, más que por plebeyos se
consolida en buena parte del virreinato. Sin embargo, al final de dicho
periodo el toreo de a pie ocupará lugar protagónico importante. Para
entonces ya se conocen diversas ganaderías como El Jaral, la Goleta,
Enyegé, Xaripeo, Bledos o Atenco, entre otras. En cuanto a plazas, casi
todas ellas efímeras, salvo las de Real de Catorce, la de Cañadas, en
Jalisco, o la de Zacatecas, fueron construcciones primitivas hechas de
mampostería, entre los siglos XVII y XIX. En la ciudad de México, se
encontraban estas:
Don Toribio: Por 1813-1828
Jamaica: Por 1813-1816
Plazuela de los Pelos: 1803
Tarasquillo :1803
Volador: 1803-1815
Villamil
Boliche: 1819 (?)
Plaza Nacional: 1822-1823
Necatitlán :1808?-1845
San Pablo: 1815-1821
[Como Real Plaza de Toros de San Pablo] : 1833-1850 y hasta 1864.
Paseo Nuevo:1851-1867
Siglo XIX, o el laboratorio del caos.
La guerra de Independencia, según Orlando Ortiz, comenzada por
Hidalgo en 1810 y concluida –formalmente- en 1821, marcó el arranque
de una etapa conflictiva –política, social y económicamente- en extremo
para el país. Según Paul Vanderwood, entre 1821 y 1875 México fue
sacudido por ochocientas revueltas. Esto, desde luego, repercutía
directamente en todos los niveles de la economía, pero por si fuera
poco, no faltaban los vivales que sabían que “a río revuelto, ganancia de
pescadores”, y con un granito de arena –parecido al peñón de Gibraltarcontribuían a agravar las desigualdades socieconómicas [2].
En los hechos taurinos, se puede entender que lo que ocurrió en
nuestro país, fue espejo de aquella realidad.
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Entre los toreros mexicanos sobresalientes puedo mencionar a los
hermanos Ávila, a Mariano González “La Monja”, Lino Zamora y en
especial a Ponciano Díaz. Este grupo convivió de una u otra forma con
un personaje clave: Bernardo Gaviño, de quien trataré de dar un breve
perfil a continuación.
Gaviño llega a nuestro país entre 1829 y 1835. Muere, a los 73 años
por cornada de toro en 1886, así que fue un torero longevo. Su
trayectoria no abarca solamente a México, también otros países como
Cuba, Perú y Venezuela. Que en 51 años toreó, según registros que he
hecho de él en 712 ocasiones, 388 de ellas fueron ante ganado de
Atenco. Por cierto, aquí otro dato clave. Entre 1815 y 1915 fueron
lidiados 1068 encierros de esta hacienda
emblemática, lo que señala que estamos
ante una unidad de producción agrícola
y ganadera con altos niveles de
capacidad que conviven con naturales
periodos de crisis.
Hablé de Ponciano. El torero nacido en
Atenco en 1856 en cierta medida es
depositario
de
los
avances
tauromáquicos del XIX no solo a pie.
También a caballo. Habiendo realizado
una biografía sobre este personaje,
puedo afirmar que por recuentos
exhaustivos que van de 1877 a 1899,
están registradas 579 actuaciones entre
México, Estados Unidos, Cuba, Portugal
y España. Sin embargo su paso por el
toreo fue un periodo que se caracterizó
por irregularidades pero también de
cismas, altos niveles de popularidad y
cambios que así como lo pusieron en
lugar de privilegio, también sirvieron
como elemento para su destrucción.
El siglo XX.
Del cúmulo de hechos ocurridos la pasada centuria debo sintetizarlo en
cinco nombres clave: Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”,
Silverio Pérez, “Manolo” Martínez y la ganadería de San Mateo. Lo
demás es complementario, accesorio.
Durante el siglo pasado se afirmó la expresión del toreo de a pie, a la
usanza española en versión moderna, siendo Rodolfo Gaona el que hizo
suya dicha modalidad, materializándola y enriqueciéndola de clasicismo,
pero sobre todo, universalizándola, según nos lo dijo en su momento
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José
Alameda
pues
al
ser
aprehendida por los nuestros, fue
Gaona el que de alguna manera les
regresa a los españoles ese bagaje,
corregido, aumentado y adecuado
con
expresiones
estéticas
importantes.
La del leonés no fue una presencia
casual o espontánea. Surge de la
inquietud
y
la
preocupación
manifestada por Saturnino Frutos,
banderillero que perteneció a las cuadrillas de Salvador Sánchez
Frascuelo y de Ponciano Díaz. Ojitos, como Ramón López decide
quedarse en México al darse cuenta de que hay un caldo de cultivo cuya
propiedad será terrenable con la primer gran dimensión taurina del siglo
XX que campeará orgullosa desde 1908 y hasta 1925 en que Gaona
decide su retirada.
Por otro lado, hace poco más de tres décadas que Fermín Espinosa
Armillita dejó la mortalidad para incluirse en el terreno de los
inmortales. Después de Rodolfo Gaona, el diestro saltillense abarca un
espacio que comprende la
“edad de oro del toreo” en su
totalidad
(1925-1946)
extendiendo su poderío hasta
el año 1954. O lo que es lo
mismo:
treinta
años
de
dominio y esplendor. Como se
ve, al cubrir las tres décadas
se convierte en eje y timón
para varias generaciones: una,
saliente, que encabezan Juan
Silveti
y
Luis
Freg,
la
emergente,
a
la
que
perteneció; y más tarde otra
en la que Alfonso Ramírez Calesero, Alfredo Leal, Jorge Aguilar El
Ranchero o Jesús Córdoba -entre otros- se consolidan cada quien en su
estilo.
Para entender a Fermín debemos ubicarlo como un torero que llenó
todos los perfiles marcados en las tauromaquias y reclamados por la
afición. Federico M. Alcázar al escribir su TAUROMAQUIA MODERNA en
1936, está viendo en el torero mexicano a un fuerte modelo que se
inscribe en esa obra, la cual nos deja entrever el nuevo horizonte que
se da en el desarrollo del toreo, el cual da un paso muy importante en
la evolución de sus expresiones técnicas y estéticas.
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Silverio Pérez. La sola mención de Silverio Pérez nos lleva a surcar un
gran espacio donde encontramos junto con él, a un conjunto de
exponentes que han puesto en lugar especial la interpretación del
sentimiento mexicano del toreo, confundida con la de “una escuela
mexicana del toreo”. La etiqueta escolar identifica a regiones o a
toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una
expresión que termina particularizando un estilo o una forma que
entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en
el amplio espectro del arte taurino.
Silverio Pérez representó
una fuerza que fue a
unirse
a
aquella
majestuosa expresión del
nacionalismo
cultural
como medida de rescate,
al recibir su generación
todo lo que queda del
movimiento armado que
deviene
movimiento
cultural,
en
inquieta
respuesta vulnerada entre
el conflicto de quienes
pretenden
extenderla
como signo violento o como signo demagógico.
Pero en medio de aquel estado de cosas, Silverio Pérez al incorporarse
al esquema de la otra revolución, la que enfrenta junto a un
contingente de extraordinarios toreros y una tropa de subalternos
eficaces, genera una de las marchas artísticas y generacionales de
mayor trascendencia para el toreo de nuestro país. En todo esto, el
papel protagónico de Silverio Pérez, con su peculiar y personal
expresión de la tauromaquia, nos dice que una vez más esta grande
expresión de arte y de técnica, se abrió para acumular el sello propio de
un gran torero, exponente quintaesenciado que por ningún motivo
representa a una escuela mexicana
del toreo, fabulosa invención que lo
único que consigue es confundir
unos cuantos árboles con el gran
bosque.
Manolo Martínez pertenece a la
inmortalidad desde el 16 de agosto
de 1996, al abandonar este mundo
luego de haber logrado uno de los
imperios taurinos más importantes
del pasado siglo XX.
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Cuando me integré de lleno a la fiesta, el diestro de Monterrey mandaba
y regía en el espectáculo de modo muy especial. Era la figura torera por
antonomasia. Ocupaba el lugar de privilegio que tuvieron en su
momento figuras como Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa, Lorenzo Garza,
Silverio Pérez o Carlos Arruza.
Sin embargo me consideraba antimartinista porque en esos años ejercía
un papel de mando que hacía infranqueable cualquier posibilidad para
que algún torero se acercara a sus terrenos. Eso por un lado, y por el
otro realizaba un toreo que atentaba los cánones más puros al abusar
de ciertos privilegios que da el mando y el control sobre los demás, a
partir de un ejercicio donde lo limitado de su quehacer, así como
detalles en el uso y abuso del pico de la muleta y lo crecido de ésta,
daban la impresión de un marcado exceso cercano más a la comodidad
que al compromiso por ser modelo a seguir.
Ahora, al paso de los años, de sensibilizar más en el significado de la
fiesta en cuanto tal, me doy cuenta de ciertas equivocaciones. Mi
cerrazón como aficionado tradicionalista o conservador no me
permitieron observar una serie de situaciones que hoy analizo con más
reposo. Una de ellas, creo que la principal, es su personalidad, dueña de
un carisma cercano al aspecto dictatorial. Mi observación no pretende
calificar con tono peyorativo su papel protagónico, pero el hombre se
convierte en una figura emergente que poco a poco se fue adueñando
del terreno que pisaba siempre con mucha fuerza, aspecto que al final
convenció a miles de aficionados que, por “istas”, fueron legión. Verle
caminar con aquel donaire y desaire a la vez lo convierten en centro de
atención y polémica. Manolo se desenvuelve con un desenfado y una
arrogancia que no compró ni copió a nadie. El mismo supo crearse esa
imagen que pocos toreros han logrado.
Su sola presencia inmediatamente alteraba la situación en la plaza,
pues como por arte de magia, todos aquellos a favor o en contra del
torero revelaban su inclinación. Parco al hablar, dueño de un gesto de
pocos amigos, adusto como pocos, con capote y muleta solía hacer sus
declaraciones más generosas, conmoviendo a las multitudes y
provocando un ambiente de pasiones desarrolladas antes, durante y
después de la corrida. Mientras, en los mentideros taurinos se
continuaba paladeando una faena de antología o una bronca de órdago.
Es importante apuntar
que la de San Mateo en
su
primer
origen
y
desarrollo
fue
una
ganadería moderna que
se alejó de los viejos
moldes con los que el
toro estaba saliendo a las
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plazas: demasiado grandes o fuera de tipo, destartalados y con una
casta imprecisa. El ganado que crió a lo largo de 50 años Antonio
Llaguno González recibió en buena medida serias críticas más bien por
su tamaño –“toritos de plomo”- llegaron a llamarles en términos
bastante despectivos. Pero en la lidia mostraron un notable juego, eran
ligeros, bravos, encastados; incluso una buena cantidad de ellos fueron
calificados como de “bandera”. San Mateo por tanto se convierte en
ganadería madre de otras tantas a lo largo de todo el siglo XX, por lo
que es posible que haya quedado perfectamente definida una influencia
sin precedentes en la historia de la ganadería de bravo en nuestro país.
El siglo XXI
En nuestros días, cuando el espectáculo refleja un arraigo contundente
en naciones como España, Francia, Portugal, México, Perú, Colombia,
Ecuador o Venezuela, lo que da por resultado un contraste muy peculiar
con la penetración generada con deportes como el fútbol, que han
hecho suyo la mayoría de las naciones, sea en la práctica directa o a
través de la enorme cobertura que tienen gracias a los medios masivos
de comunicación, nos refleja el hecho de que a pesar de seguir siendo
una minoría, goza de privilegios
que son resultado de una gran
acumulación histórica, primero,
de sus valores técnicos y
estéticos después. Y también de
un apoyo mediático que ha
generado su incorporación a las
esferas de la globalización.
El espectáculo de los toros,
anacrónico por naturaleza, con
estos
márgenes
y
estas
condiciones se ve obligado a
modernizarse, y lo ha hecho
aceptando
las
bondades
económicas que ofrece toda la estructura que lo sostiene. Si no fuera
así, ya habría desaparecido bajo los efectos del fracaso o la bancarrota.
De ella se conocen multitud de componentes, cada uno de los cuales
generan desde su parcela factores de la que surgen estímulos en dos
bien definidas direcciones para el espectáculo en sí y para aquéllos que
participan dotando desde su condición local todos esos elementos
complementarios, imprescindibles para el desarrollo de cada corrida.
Allí hay mano de obra, ingresos y egresos; una economía pujante a
veces mal entendida porque no existe una circulación recíproca, en la
que todos los actores -concretamente los ganaderos- gozan del
privilegio que si tienen unos cuantos, minoría que sostiene en buena
medida temporadas y ferias.
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México cuenta con una superficie en la que se distribuyen poco más de
300 ganaderías, donde pocas zonas gozan del privilegio de buenas
tierras y buenos climas. El resto sufre condiciones extremas donde, a
pesar de semejantes inconvenientes, muchos propietarios hacen
esfuerzos increíbles -milagros se entiende mejor- por salir adelante, sin
retribución alguna, con pocas esperanzas de figurar en los elencos
programados. Así que, además de hacer gastos muchas veces
infructuosos que merman una economía necesitada de revolvencia, esos
criadores seguramente se ven en la penosa situación de negociar a
cualquier precio sus ganados, o lo que es peor, mandándolos al
matadero para lograr la mínima recuperación antes que las pérdidas.
El hecho es que esta violenta introducción a nuevos mercados de
consumo, deja ver la necesidad de argumentos frescos y originales que
deben hacer a un lado situaciones tradicionales para entenderlas como
el nuevo orden de cosas bajo el cual deben moverse las estructuras de
aquí en adelante.
En nuestro tiempo, los acontecimientos suceden con tal velocidad que si
algo queda en nuestra memoria es porque la dimensión de un hecho
rebasa los parámetros convencionales y, por ende, debe tratarse de
algo notablemente extraordinario. De ahí que volvamos a un momento
en el que todos los síntomas parecen acomodarse de nuevo en
posiciones naturales.
La imagen que tenemos hoy de las corridas
de toros desde nuestra perspectiva, parece
someterse a diversos exámenes. Uno es si la
fiesta sobrevivirá. Otro, si
continuará
brillando con luz propia. Avanza ya el siglo
XXI y en el aquí y ahora que se mueve al
ritmo de los acelerados cambios que el
hombre de esta sociedad va condicionando,
va dictando, el toreo como expresión de arte
efímero, suma de técnicas acabadas en cuanto a perfeccionamiento y
concepto que no termina por acomodarse en legítimas interpretaciones
(arte, deporte o sacrificio), permanece en contra de las severas
llamadas de atención impulsadas por grupos ecologistas y antitaurinos
que han llevado sus demandas hasta las mismas cortes y congresos,
buscando acentuar su “salvajismo”. Ha sido difícil la aceptación de esas
minorías, porque tienen demasiados elementos de donde echar mano.
Su posición, aunque ajena a todo el significado de la tauromaquia,
desde luego que es respetable, pero olvida esos otros sacrificios
colectivos en mataderos municipales. Ignoran que la crianza del toro se
encuentra supeditada a unos principios marcados por costumbres y
hasta por ciclos agrícolas en alianza con rituales, producto de la
presencia e influencia de sociedades primitivas, acumulados y
enriquecidos por aquellas otras que se hicieron presentes y evidentes
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en sus mejores momentos de esplendor, llegando hasta nuestros días
fortalecidos, dispuestos a manifestar toda su grandeza enigmática.
Es difícil prever el destino de un espectáculo varias veces secular.
Culturas del pasado que aportaron elementos para su integración,
aunque desaparecidas completamente, han dejado claras evidencias de
su esplendor. Es la suma de influencias romanas, hispanas (en su
sentido originario), la mora, la egipcia e incluso nuestras culturas
indígenas, las que, en conjunto se han unido en diferentes épocas para
formar un todo sincrético, al que se ha agregado también el fuerte peso
del cristianismo. No ha faltado la adopción de aquellos protagonistas
que con sus experiencias técnicas, han generado un soporte sólido, el
cual se ha vestido de esas otras manifestaciones artísticas que hacen
profundo e intenso el quehacer taurino, incluso hasta nuestros días.
Empeñados en defender un
anacronismo en el presente,
nos olvidamos del futuro. Y
es que en estos tiempos de
modernidad galopante, que
lo
mismo
nos
vemos
afectados o beneficiados por
la globalización que por el
cambio
climático
o
la
hiperindustrialización
que
pronto nos pondrá ante una
nueva
generación
de
elementos
donde
la
nanotecnología se moverá a
sus anchas. Y entre todo ese
maremágnum de condiciones a que nos vemos sujetos, es preciso
aclarar que también existen las corridas de toros. Y ese existir es como
la supervivencia de un pasado que convive, se dirá que un poco
incómodo con nuestro presente. Quienes nos hemos comprometido a la
conservación, preservación y difusión de la fiesta de los toros,
absolutamente convencidos de lo que hacemos y decimos; planteamos
además que se trata de un espectáculo, una diversión; pero también de
un ritual que pervive en apenas ocho países que por fortuna lo hacen
suyo.
No cabe pensar aquí más que de una manera en la cual se requiere
información práctica para confirmar la fe de los creyentes y atraer a
todos aquellos que, en principio tienen curiosidad e incluso, sienten
animadversión por un misterioso fenómeno que posee la vigorosa razón
del enfrentamiento de un ser racional con un animal. Y más aún. Ya
dominado el toro se produce un espectacular como traumático
desenlace que ocurre con el sacrificio y muerte de ese mismo animal.
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Este ritual sujeto a una fuerte carga de elementos simbólicos se
desarrolla además, matizado de razones técnicas y estéticas que le
otorgan significado peculiar. Pero, y aquí la pregunta: frente a todas las
embestidas que ahora se producen contra los toros, ¿tiene este
espectáculo garantías de pervivencia por el resto de los tiempos?
Francamente no sé qué decir. Todo dependerá, y aquí el presupuesto,
de qué acciones tomemos sus defensores para garantizarle una correcta
transmisión a las generaciones venideras. Demasiada ha sido la lucha
que mantiene el espectáculo, defendiéndose así mismo tanto de los de
adentro como de los de afuera. Quizá un golpe de timón inesperado
pero oportuno sea el clima de aliento que espera la fiesta de los toros
para marchar de mejor manera, separándose de círculos viciosos,
eligiendo personajes más correctos –o se dice honestos-.
Estoy consciente de que ese punto, dependerá, en buena medida, de la
madurez en los trabajos que vienen realizándose con vistas a
documentar el expediente que habrá de presentarse a mediano plazo a
la UNESCO, con objeto de generar la declaratoria que permita elevar a
la tauromaquia a patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. En esa
medida, es muy probable que se tengan
condiciones de auténtico blindaje para cuidar,
conservar, preservar pero sobre todo mantener en
el punto de equilibrio más pertinente, a una fiesta
inveterada como es la de los toros.
Sabemos del largo recorrido milenario y secular de
esta fascinante representación, la cual tiene en su
haber legiones de partidarios y numerosos
enemigos. Pero el enigma aquí planteado es sobre
su incierto futuro. No nos convirtamos en
convidados de piedra, sino en activos participantes
en pro de esta manifestación. Desplegar todos sus
significados y explicarlos a la luz de la realidad es
una de las mejores tareas. Por eso es importante
la difusión, siempre y cuando esta sea coherente y
no una barata provocación.
El toreo evoluciona, no retrocede. Que siga siendo una expresión
anacrónica no quiere decir que la modernidad del siglo XXI esté reñida
con el aquí y ahora de la tauromaquia. Indudablemente cada sociedad
evoluciona, y en este caso una manifestación técnica y estética con
profundos elementos rituales como es el toreo, ha conseguido
afianzarse como realidad en momentos de terribles ataques.
Creo que si se buscan soluciones –todo tiene solución, menos la
muerte-, me parece oportuno incluir a continuación algunos puntos
críticos, pero también alternativas. Para ello, echo mano de parte de un
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texto que tuve oportunidad de presentar durante el coloquio
internacional: “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial
compartido”, celebrado en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla,
entre el 14 y 16 de abril de 2009, y
avanzada la lectura de mi intervención
cuyo título fue: “Fisonomía del toreo
mexicano en los dos últimos siglos.
Legados y propuestas”, planteaba este
escenario:
En México existe un monopolio de
empresas, apoderado de muchos años
a la fecha del control del espectáculo,
monopolio ensoberbecido, autoritario,
despótico,
nada
competitivo
que
impone, como los reinados o las
dictaduras, favoritos y delfines, o lo
que es lo mismo: toros y toreros.
Controlan plazas pero no dan festejos,
entran en acuerdo con los grandes medios de comunicación y no se
sirven de ellos para el mínimo indispensable de su apoyo mediático,
publicitario, por lo que enterarnos de los carteles que se programan en
muchas plazas, nos lleva a sentirnos en el pasado. Controlan,
condicionan y amenazan a las autoridades, a los jueces de plaza, hasta
el extremo de haberse consumado denuncias ministeriales por amenaza
de muerte.
En algunos foros he planteado la necesidad de que se sigan modelos
como los españoles y se licite, si no ante las comunidades sí ante las
autoridades en medio de una transparencia, la más confiable. Pero
sobre todo, y ante la irregularidad de un país que vive entre la realidad
de seguir padeciendo el subdesarrollo y las tentaciones del primer
mundo, sería deseable, aunque imposible por ahora, que se pensara en
la calidad total. Me refiero a uno de esos efectos de la globalización que
se materializan en la certificación ISO9001-2000, hoy día aplicada a
empresas y métodos donde se busca que el usuario tenga el mejor
producto, y eso ya es posible.
Sin embargo, las cosas siguen haciéndose con un primitivismo
asombroso, insultante. No me desmentirá José Carlos Arévalo cuando
un día me dijo en México: “En España, la fiesta de toros no es un
negocio. Es una industria”. Las comparaciones son odiosas, es cierto,
pero permiten entender en su cruda y fría realidad estadística o
estructural, que estos dos países se encuentran muy distantes de
competir, sobre todo en medio de las condiciones que ya he
manifestado. Por ejemplo, es curioso que el invierno taurino mexicano
adquiera una vigencia peculiar debido a la presencia de diestros
españoles de primer orden, y eso es muy bueno, pero no encuentran
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condiciones apropiadas para generar un nivel de competencia, de
rivalidad. “Hacer la América” como se estilaba y se decía en el pasado
hoy es un mero trámite, donde evidentemente triunfan, no estoy
negando su capacidad, pero tampoco se encuentran un toro como el
español.
México, tiene sus propios toros, incluso desde hace algunos años se ha
puesto en práctica la inseminación artificial y la cruza con ganado de
uno y otro lado del mar que empiezan a definir la presencia de un toro
con improntas de casas ganaderas españolas, pero con el sello de
“Hecho en México”. Ahora bien, el tipo de toros en esta temporada de
visita masiva no es el que espera el aficionado, es el que impone la
empresa en turno, o el apoderado; quizá el ganadero, y es el que está
lejos de toda la legalidad y la tradición. Condescendientes a esa toma
de decisiones son las autoridades (que presentan cuadros de
comportamiento entre lo bipolar y lo ambiguo) y la prensa. La víctima:
el público, el aficionado, la fiesta y la tradición en consecuencia.
¿Qué destino tomará el espectáculo de toros en México con el estado de
cosas que aquí he planteado?
Existen soluciones reales y antes de ver
demolida la plaza “México”, único reducto y
último bastión relevante del espectáculo en
mi país, deben tomarse medidas donde uno
de los factores más notables sea considerar,
porque ya ha entrado en la difícil senda de
ser una especie en extinción, a la fiesta
como un patrimonio cultural inmaterial,
susceptible de ser conservado con sus más
profundas manifestaciones. Entre otras,
aquellas
que
tienen
una
carga
de
significados que le han causado, a lo largo
de los siglos, conflictos interminables. Me
refiero al
sacrificio tauromáquico, al
holocausto, a la muerte del toro, situaciones
que han sido condenadas por la iglesia, el
estado, los grupos antitaurinos o ecologistas
a veces con o sin razón. Son ellos los que se apuntan como enemigos
públicos declarados, pero con actitudes de resistencia entre los
taurinos, el asunto puede complicarse pues entramos entonces en las
complicidades.
A la historia deben sumarse otros argumentos, otras reflexiones de
dimensión académica capaces de enfrentar la desmedida intolerancia de
los contrarios, basada siempre en ideas mal interpretadas, que luego
escalan a órdenes apocalípticos por lo que sus integrantes obran en
consecuencia. Estos grupos de antitaurinos siguen vertebrándose, ya no
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son clandestinos y se intensifican al inocularse entre ellos una falsa idea
que manejan bajo el discurso de la tortura (por lo que debemos ser
muy cuidadosos a la hora de enfrentarnos a ellos). Suelen aparecer en
movilizaciones que permean y se convierten, algunas veces, en
instrumentos mediáticos sensacionalistas.
De todo lo que suceda en adelante, tendrá que conjuntarse lo mejor de
los balances. Pero sobre todo, fundados en el hecho de que en tanto
tradición, la de toros con todas sus implicaciones –aquí y allá- es
susceptible de ser considerada, según lo indica la Organización de las
Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura (UNESCO por
sus siglas) como Patrimonio cultural inmaterial .[3]. Y todo esto debido
a que el patrimonio cultural hoy día es un tema que ya se ha constituido
en un paradigma de las políticas públicas en América Latina, por lo que
su gestión debe ser muy cuidadosa.
De ahí que sea importante invocar a los gobiernos cuyos pueblos
acogen esta tradición, a considerar un apoyo no solo como ente
turístico, no sólo como condición de economía sustentable. También
como forma cultural milenaria en unos sitios; y varias veces secular en
otros. Su pervivencia no es fruto de la casualidad y a todo lo antes
dicho, no me resta sino invocar aquí y ahora que el balance o las
conclusiones obtenidas en estas jornadas; su contenido en esencia,
afirme la salvaguarda [4] permanente de la tauromaquia. Fiesta,
tradición, espectáculo… como quieran llamarla, es un agente vulnerable,
en riesgo de extinción, al menos en México, ese México descapitalizado
y decapitado también, sometido hoy a la apología del crimen y otras
menudencias y del que vengo hasta aquí, acudiendo al llamado que han
hecho los organizadores de este evento para sumar, en la medida de lo
posible mi voz y mi experiencia, sin tintes melodramáticos sino
equilibrados y razonados, en un momento decisivo y definitivo también
para decidir la pervivencia o supervivencia de la fiesta de los toros, a la
que debemos terminar declarándola como la próxima postulante antela
UNESCO, con vistas a elevarla al concepto de patrimonio cultural
inmaterial.
Espero que todo lo anterior tenga alguna utilidad en estos tiempos de
recomposición para la fiesta de los toros en nuestro país y podamos ser
testigos presenciales de la declaratoria hacia la que se dirigen actos
como el que ahora se ha planteado y con el que pongo punto final a
esta exposición, agradeciendo su paciencia.
------------[1] Pretérito imperfecto.
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[2] Orlando Ortiz: Diré adiós a los señores. Vida cotidiana en tiempos de
Maximiliano y Carlota. México, Santillana Ediciones Generales, S.A. de C.V.,
2007, y 1ª ed. En Punto de Lectura. 291 p. (Punto de lectura, 402), p. 96.
[3] “Convención para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial.
UNESCO”, París, 17 de octubre de 2003. 13 p., p. 2. Se entiende por
“patrimonio cultural inmaterial” los usos, representaciones, expresiones,
conocimientos y técnicas –junto con los instrumentos, objetos, artefactos y
espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos, y
en algunos casos, los individuos reconozcan como parte integrante de un
patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de
generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y
grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia,
infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así
a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana.
El sustento de todo ello se encuentra en documentos como los que a
continuación se enuncian:
-La Convención para la protección del patrimonio mundial, cultural y nacional,
París, 21 de noviembre de1972;
-La Recomendación de la UNESCO sobre la salvaguarda de la cultura
tradicional y popular, París 15 de noviembre de 1989;
-La Declaración universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural, emitida
en la 31ª sesión de la Conferencia de la UNESCO, el 2 de noviembre de 2001;
-La Convención para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial, París,
17 de octubre de 2003, así como
-La Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las
expresiones culturales, París, 20 de octubre de 2005.
[4] Op. cit., p. 3. Se entiende por “salvaguarda” las medidas encaminadas a
garantizar la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial, comprendidas la
identificación, documentación, investigación, preservación, protección,
promoción, valorización, transmisión –básicamente a través de la enseñanza
formal y no formal- y revitalización de este patrimonio en sus distintos aspecto
© José Francisco Coello Ugalde
El autor
José Francisco Coello Ugalde [San Juan del Río,
Querétaro. 27 de julio de 1962], es Ingeniero mecánico
electricista, con la tesis: “Puesta en servicio de una
Subestación de interconexión de la red de alta tensión de 230
KV; Máster en Historia de México con la tesis: “Cuando el
curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867
por una prohibición. Sentido del espectáculo entre lo
histórico, estético y social durante el siglo XIX” y candidato al
grado de Doctor en Historia con el tema: “Atenco: La
ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y
permanencia”. Desde 1981 hasta la fecha he publicado alrededor de 800
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colaboraciones, entre artículos, reportajes, crónicas y entrevistas en periódicos y
revistas fundamentalmente del medio taurino, así como en el ámbito discográfico
y audiovisual. . Ha colaborado en un amplísimo número de conferencias , así
como en la edición de estudios y monografías.
Sobre sus actividades de investigación histórica y como escritor taurino, su
amplia relación de trabajos se pueden consultar en el blog “Aportaciones
histórico taurinas mexicanas”, que se localiza en la dirección informática
http://ahtm.wordpress.com/author/jfcoello/page/5/
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