Un viaje por el surrealismo

Transcripción

Un viaje por el surrealismo
Un viaje por el surrealismo
Edith Helaine Magdaleno – 5º A
Un día me levanté muy cansada por la mañana. Era sábado, cuando fui a la
cocina a coger un vaso de leche vi… como una especie de ascensor, que estaba
al lado de la nevera.
Como soy un poco cotilla, abrí
el ascensor y cuando me metí
di al botón número 1. No sé
cómo ni por qué, pero subió.
Cuando se paró el ascensor,
se abrieron las puertas y salí
pitando. De pronto me di
cuenta de que estaba en un
pasillo muy largo y estrecho y
que al fondo de ese mismo
pasillo
había
una
puerta
donde
estaba
colgado
un
letrero y ponía: “Prohibido el paso a los realistas".
Yo, como he dicho antes, soy un poco cotilla y entré sin permiso de nadie. De
repente a lo lejos vi algo colgado en la pared. Cuando me aproximaba escuché
un grito y vi una señora que corría hacia mí con las manos sujetándose la
cara, con la boca abierta con una expresión del horror.
De pronto sonó un teléfono, seguí el sonido
hasta el cuadro. El teléfono era real y como
auricular tenía una langosta. Cogí el auricular
con cuidado y contesté:
—¿Quién es?.
—Y tú, ¿quién eres?—dijo la persona del otro lado del teléfono.
—Yo soy Gala. Disculpe, ¿la langosta puede picarme?—pregunté..
—No, ni la langosta puede, ni tengas miedo de ese grito. Es de Muuch. ¿Has
pasado por el segundo piso?.
—No, ni me atrevo. ¿Tengo que coger el ascensor?.
—No seas miedica—me contestó la voz— No te pasará nada. Tranquila, dime ,
¿Cómo decías que te llamabas? Es que tengo amnesia.
—Gala —contesté.
Yo colgué el teléfono y volví a montarme en el ascensor con ánimos de
aventura, y apreté el botón número 2. Cuando la puerta del ascensor se abrió
estaba en un pueblo con mar. Yo ya había estado allí, me recordaba el verano
pasado, ¡eso es! ¡Cadaqués!
Me acerqué a mojarme de los pies en la playa. Y una ola grande que se hacía
cada vez más pequeña, cuando llegó hasta mis pies la quise tocar y la levanté
como si fuera una sábana.
Debajo había una llave, la cogí, me quité la ropa y me bañé. ¡Claro había que
aprovechar, en Valladolid no me puedo bañar en el mar!
Después de secarme al sol, subí por una
calle que llegaba hasta la iglesia. Aunque
no soy religiosa, me gusta ir a las iglesias
a ver las vidrieras. Cuando llegué a la
puerta había una escalera de caracol y al
final una puerta redonda.
Estaba cerrada y a simple vista se veía
que encajaba con la llave que me
encontré debajo del mar. Abrí la puerta
sin miedo. Había un balcón y desde allí
se veían elefantes de veinte metros de
alto, con patas finas y largas como las de un avestruz. Había una persona a mi
lado con una cámara de fotos sonriendo. Tenía largos bigotes como los del
pizzero de los dibujos animados. Él me preguntó:
—¿Eres tú Gala?
—Sí, ¿por qué, me conoces?. ¿Es usted el señor que me llamó por teléfono?
—Sí, soy yo. Me presento: me llamo Salvador "Salvador Dalí".
—¿El pintor? —pregunté extrañada.
—Sí.
El me acompañó de nuevo al ascensor y cuando íbamos a montarnos le
pregunté:
—¿Qué hora es?
—Date la vuelta y mira esa mesa.
Vi un reloj que se estaba derritiendo y
que marcaba las dos en punto.
—¡Ay,
qué
tarde
es,
y
yo
sin
desayunar! Me tengo que ir a la cocina
—exclamé de repente.
—Quizá hasta otro día, —me dijo
Salvador.
—Espero que sí.
Entré en el ascensor, apreté el botón
número 4 y empecé a subir. Al cabo de unos segundos, cuando yo ya había
salido del ascensor oí un chasquido y el ascensor desapareció.
Escuché el sonido de la televisión.
Mi hermana ya se había levantado, pero mis padres aún dormían.
Yo miré el reloj de la cocina, marcaba las diez y media. Suspiré en voz baja
diciendo:
—Repámpanos ¿qué habría en el tercer piso?

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