Fernando Alvira. El color del viaje y sus relámpagos
Transcripción
Fernando Alvira. El color del viaje y sus relámpagos
FÓRUM FERNANDO ALVIRA El color del viaje y sus relámpagos Antón Castro Escritor El paisaje es un manantial de tentaciones. Para el pintor, para el escritor, para el paseante, para el soñador. Para el historiador del arte. Y mucho de todo ello hay en Fernando Alvira Banzo. Su complejo perfil abarca casi todas esas disciplinas e incluso alguna más: como la de profesor, igual que su admirado Ramón Acín, que fue, entre otras muchas cosas, un pintor de paisajes. Alvira Banzo es un ladrón de luces, un jinete de emociones, un Paisaje viajado. 2006. Óleo sobre tela, 100 x 400 cm. FORUM_139 conductor incansable que va y viene por carreteras principales o secundarias. Su cometido es inequívoco: viaja y atrapa instantes, la melodía de las estaciones, el peine de los vientos sobre los campos. Viaja y retiene los colores del fuego, la tensión de la luz, el arabesco de la abstracción impresa en la naturaleza. Viaja: se mueve, avanza, reflexiona, y a la vez algo le palpita por dentro: los campos, los árboles, las nubes o los pájaros veloces le inyectan un temblor, un cosquilleo en esa región difusa que se llama alma. O intimidad. O laboratorio de sentimientos donde se mezclan las imágenes y las heridas y aquello que ni puede decirse. Fernando Alvira Banzo viaja y en ese hecho corriente encuentra la esencia o la motivación de su oficio: el origen de su quehacer artístico. Alvira dice que casi nunca hace fotos. Que a veces se para y toma un dibujo del natural, esboza unas notas, una masa informe, o que sencillamente reduce la velocidad para contemplar mejor, y absorber, un volumen, la línea del horizonte, el algodón impetuoso de una nube. Sigue viendo cosas, sigue atravesando el tiempo –el alba, el mediodía, la tarde luminosa, el crepúsculo, la noche que se precipita con sus sombras habitadas...–, sigue atravesando la luz, y todo ello, la luz y el 140_ROLDE 143-144 El Pueyo de Barbastro. 2011. Óleo sobre tela, 100 x 200 cm. tiempo, el tiempo y las sensaciones de tantos y tantos instantes en tránsito, pasará a sus lienzos. A su pintura panorámica. A sus sueños. A ese ejercicio de memoria: memoria selectiva, memoria y recreación del poniente, fundación y fecundación de una realidad plástica tras la meditación y la síntesis. Pintar es crear un mundo nuevo. Un universo de formas, de gestos, de trazos, de cromatismo. Una atmósfera. Un estado de ánimo. Un pálpito. Pintar el paisaje es volver a vivir una emoción indeleble. Pintar es buscar el color y sus relámpagos. Pintar es asomarse al abismo y salir indemne o estremecido. Pintar es aventurarse, culminar la odisea de un doble viaje: el exterior y el interior. El primero se cuenta en kilómetros, en curvas, en árboles vertiginosos, en montañas que se alzan a los lejos; el segundo pertenece al reino de la imaginación: sus huellas igual se precipitan al vacío que desaparecen en la niebla de la conciencia. Fernando Alvira Banzo es un pintor entre pintores. Un pintor con fantasmas. Los fantasmas de todo creador y artesano de un oficio antiguo que busca la intemporalidad y una nueva imagen para siempre. Y es un pintor que avanza con otros artistas, con sus lecciones de sabiduría y de tinieblas. A él, en algún momento de la jornada en su obrador, le aconsejan Joaquín Mir, Martín Coronas, León Abadías, Valentín Carderera, Félix Lafuente o el citado Acín, capaz de pintar paisajes granadinos o una feria de felicidad y algazara en Ayerbe. Fernando los lleva en el pincel y en el corazón. Le hacen compañía en su diario de artista que conduce a cualquier hora en la soledad del paisaje. Derecha arriba: Somontano de Huesca. 1984. Óleo sobre tela, 46 x 55 cm. Derecha abajo: Monegros. 2012. Acuarela sobre papel, 31 x 41 cm.