03-38 Dom.Ordinario 19 – Año C Sab.18.6-9 // Hbr.11.1-2

Transcripción

03-38 Dom.Ordinario 19 – Año C Sab.18.6-9 // Hbr.11.1-2
03-38 Dom.Ordinario 19 – Año C
Sab.18.6-9 // Hbr.11.1-2 y 8-19 // Lc.12.32-48
En el jardín, frente a mi habitación, hay un árbol que en estas semanas está forrado con delicadas flores rosadas. Es un árbol de roble. Además, hay un tropel de palomitas que, en estos momentos,
están tejiendo sus nidos en sus ramos. Ahora, ese árbol y esas palomas tienen ciertas cosas en común,
pero en otros aspectos hay diferencias fundamentales entre árbol y paloma. Pues tanto el árbol como la
paloma tienen vida y, por esto, ambos participan en todas las actividades de los seres vivos: nacen, crecen, se alimentan, se reproducen, reparan ciertas heridas, se debilitan, envejecen y, al final, mueren.
Nada de esto en, por ejemplo, una piedra. Pero ahora ¿cuál es la diferencia entre el roble y los pájaros?
Respuesta: el árbol, como todas las plantas, no puede moverse de su lugar, para buscar agua o alimento
o fecundación en otro lugar de donde nació y se enraizó. Luego, si por alguna razón haya agotado o no
encuentre esas cosas en el lugar donde está enraizado, está condenado a morirse lentamente. En cambio, los pájaros pueden moverse y volar adondequiera se les antoje: si les falta la comida en un lugar,
van a otro. Aún pueden migrar enormes distancias en sus migraciones anuales entre los continentes.
Abraham, el Nómada Desarraigado (Hbr.11)
Ésta es una lección para nosotros, los humanos. Pues bien es verdad que, en cuanto al
movimiento local, gozamos de libertad ilimitada, especialmente hoy día con la aviación. No estamos
atados a ningún lugar, como el árbol, enraizado para siempre en su sitio. - Pero nuestra movilidad
mental o afectiva es otro cantar. Ciertamente, si queremos, podemos ‘cortar amarras’, y ser ‘libres como
un pajarito en el aire’, con aquella libertad a la que Cristo nos invita: “Vende todo lo que tienes y dáselo
a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme” (Lc.18.22). - Pero muchas personas
se atan a las cosas materiales con una inmovilidad como esos moluscos en el mar: que se ‘chupan’ y se
pegan a una roca para, durante toda la duración de su vida, ya nunca moverse de allí. O, volviendo a la
imagen del árbol, han echado raíz en este mundo con sus cosas. A esto le han dado su corazón, y ya no
se dejan desarraigar. Y aunque el oro se les vuelva herrumbre en las manos, no lo van a renunciar. Pero hay otras personas que nunca han echado realmente raíces aquí, y que han conservado su
libertad para moverse. Son como los lirios del campo o los pájaros de que habla Jesús: “No siembran ni
cosechan, pero vuestro Padre celestial las alimenta” (vea Mt.6.25-34). Son nómadas en este mundo,
hijos de Abraham, de quien la 2ª lectura de hoy dice: “Salió hacia la tierra que iba a recibir en herencia;
salió, pero sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero, habitando en carpas, mientras esperaba
aquella Ciudad de sólidos fundamentos, cuyo constructor es Dios… Confesando que era huésped y peregrino en la tierra, buscaba una patria mejor que aquélla de la que había salido: ansiaba la del cielo. Por
esto Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque le tiene preparada una Ciudad”: la Jerusalén
celeste que se nos pinta en los últimos capítulos de la Biblia (Apocalipsis, caps.21-22). – Otro autor lo
expresa así: “Nos asimos de la esperanza propuesta, como del ancla segura y sólida de nuestra alma, y
que penetra adonde entró por nosotros Jesús, nuestro Precursor” o ‘Abre-camino’ (Hbr.6.18-20). –
Las Verdaderas Riquezas (Lc.12.32-34)
El Evangelio de hoy consta de tres partes, independientes entre sí. - La primera parte celebra la
iniciativa totalmente gratuita del Padre de Jesús para con nosotros: “Ha sido su beneplácito1 darnos el
Reino”, a través de su Hijo Jesús. Esto significa dos cosas: admitirnos al disfrute de su presencia, haciéndonos experimentar su solicitud paternal por nosotros, ya aquí en la tierra. Y luego, en el cielo, hacernos
1
Subrayo esta palabra importante. Ya los ángeles en Belén cantaban: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz
a los hombres de (su) beneplácito” (Lc.2.14). Jesús mismo es el primero sobre quien recae este ‘beneplácito’ de
Dios: “Vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy amado, en quien está mi beneplácito” (3.22). Y Jesús alaba a su
Padre por “revelar estas cosas no a los sabios, sino a los pequeños: Sí, Padre, tal ha sido tu beneplácito” (10.21). -
participar con Él mismo en el gobierno del mundo y de la humanidad: “Yo dispongo para vosotros un
reino como el Padre lo dispuso para mí: para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino, y os sentéis
sobre doce tronos, para gobernar a las doce tribus de Israel” (Lc.22.30). Esto significa: incorporados en el
Cristo Glorioso, participamos con Él en su señorío sobre el mundo. – Mientras tanto, esto conlleva dos
cosas: (1) nos estimula a desembarazarnos de las ataduras a las cosas materiales o, más bien, servirnos
de ellas para crecer en caridad, ayudando a hermanos necesitados. – (2) Además, da dirección a nuestro
corazón (v.34): pues según la mentalidad bíblica, el ser humano queda marcado por aquel ideal u objeto
hacia el cual tiende con todas sus energías,- o, como diríamos nosotros: por el ‘proyecto’ de su vida. –
Siempre Vigilantes y Sirvientes (12.35-40)
Vivimos “en la última hora” de la historia (I Jn.2.18), y en cualquier momento puede irrumpir el
final, sea de nuestra vida personal, sea de la humanidad entera. Por esto, la vigilancia es actitud básica
de la vida Cristiana: no podemos permitirnos ‘dormir’. Somos como los Israelitas en Egipto: que se mantenían listos para la acción de Dios, “ceñidas las cinturas y calzados los pies” (Ex.12.11). Así nosotros:
cuando el Señor al llegar por sorpresa no nos encuentre dormidos como las muchachas necias (Mt.25.
2), sino vigilantes y sirvientes, entonces él mismo asumirá la posición de esclavo, para agasajar a sus
esclavos, sirviéndolos a la mesa uno por uno (= con atención muy personal). Esto lo realizó hasta físicamente cuando lavó los pies de sus discípulos (Jn.13.4-5): “porque no he venido para ser servido, sino
para servir, hasta dar mi vida en rescate por muchos” (Mt.20.8). O como dice en la Cena: “¿Quién es
mayor: el que está a la mesa, o el que sirve? Yo estoy entre vosotros como quien sirve” (Lc.22.27). Para los Líderes en la Iglesia (12.41-48)
La pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús se refieren a los que están llamados, por el Señor
mismo (v.42), a ejercer ciertas tareas de liderato para con los demás hermanos. Sus tareas incluyen también “darles a su tiempo su ‘ración-de-trigo’2. El líder que, en vida, ejerció bien este encargo, cuando
venga el Señor, será revestido de aún mayor autoridad en beneficio de sus hermanos: el Amo “lo pondrá
al frente de toda su hacienda” (vea arriba, 22.30, sobre el “gobernar las 12 tribus de Israel”): desde el
cielo los Santos nos ayudan, uniéndose a la gran intercesión de Cristo por nosotros (vea Hbr.7.25).
Pero para el servidor que descuida o aún abusa su ministerio, la reacción del Señor, cuando
venga, será fulminante. La traducción litúrgica diluye el sentido, pero el texto griego dice: “lo cortará, y
pondrá su parte entre los que no son fieles”. Esa palabra ‘cortará’ (griego: ‘dijo-tomesei’) ha causado
confusión. Los Testigos de Jehová interpretan que, como Dios es la Fuente de toda vida, si alguien es
‘cortado’ (o sea ‘separado’) de esa Fuente, dejará de existir. Es decir: el pecador que vive de espalda a
Dios, cuando muere, simplemente deja de existir y, por tanto, ¡para ellos el infierno no existe!
El error de esta interpretación consiste en que no distingue entre las dos formas de vida que
tenemos: (1) una vida, que tenemos en común con todos los hombres, sean pecadores o no. Y ésta es la
vida humana que Dios le sopló a Adán en la nariz (Gn.2.7). Y esta vida, una vez dada por Dios, nunca
termina porque, por naturaleza, es espiritual y lo espiritual no puede disolverse. – (2) La otra es la que
Jesús llama: “la vida eterna” o divina. Es decir: nuestra participación en la vida de Dios mismo, según dice San Pedro: somos “partícipes de la naturaleza divina” (II Pe.1.8). Ésta es la vida que el pecador pierde.
– Ahora, el que la pierde, no deja de existir, sino sigue existiendo por aquella vida propia de la naturaleza humana así como Dios la ha creado. Pero será una vida “en la gehena, donde el gusano no muere, y el
fuego no se apaga” (Mc.9.48; Mt.3.12). “Sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia
del Señor” (II Tes.1.9). “Serán atormentados con fuego y azufre por los siglos de los siglos, y no tendrán
reposo ni de día ni de noche” (Ap.14.10-11): pues será un “castigo eterno” (Mt.25.46). - ¡Estemos alerta!
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Donde el texto griego de Mt.24.45 dice ‘trophe’ = alimento en general, Lc.12.24 dice a propósito ‘sito-metron’ =
ración-de-trigo, con clara referencia a la Eucaristía.

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