Términos singulares y presuposición existencial

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Términos singulares y presuposición existencial
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
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ONOMAZEIN 7 (2002): 231-257
TÉRMINOS SINGULARES Y
PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
Juan Carlos García V.
Pontificia Universidad Católica de Chile
Resumen
El propósito principal de este trabajo es dar una descripción, desde una
perspectiva lingüístico-analítica, de la forma lógica exhibida por las presuposiciones existenciales asociadas al uso real de los términos singulares del
lenguaje. Tal análisis debe ser considerado como una elucidación de la estructura semántica de las oraciones asertóricas del lenguaje.
Abstract
(The author intends to offer a linguistic, analytical description of the logic
form shown in existentialistic presuppositions associated with the real use of
singular verbal tenses. This analysis must be considered as an attempt to
ellucidate the semantic structure of declarative sentences.)
Desde el oculto interior del nudo que parcialmente intentaremos
desatar, a saber: el problema relativo al modo en que debe entenderse
la estructura (o forma) semántica de las oraciones asertóricas de
nuestro lenguaje, asoman y se despliegan varios extremos relacionados de un oscuro modo. Entre ellos podemos señalar: la función
lógico-semántica de los términos singulares, las presuposiciones
existenciales y el controvertido predicado gramatical ‘existe’ (o uso
no copulativo del verbo ser, el cual parece rescatar el significado
primitivo de este). Nuestro esfuerzo analítico procurará poner a la
vista las relaciones entre el uso, aquí relevante, de los términos
singulares y las presuposiciones existenciales que los acompañan al
interior y en el curso de las enunciaciones. Además, nuestra no corta
tarea encontrará coronamiento en el esclarecimiento del modo en que
está determinado el contenido de las presuposiciones por las distintas
expresiones referenciales introducidas y efectivamente usadas. Las
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expresiones referenciales deícticas recibirán especial atención debido
a la importancia que llegan a alcanzar en el discurso acerca de
objetos concretos, i.e., objetos espacio-temporales, a los cuales solemos adjudicarles, en el uso espontáneo e instintivo del lenguaje, el
privilegiado carácter de reales. Por lo mismo, podemos confiar en
que mucha luz será arrojada sobre las cuestiones planteadas por los
recursos lingüísticos puestos en juego por el ontológicamente comprometedor y arraigado hábito lingüístico de referir identificadoramente a dichos objetos.
Sin duda una aclaración de la forma semántica de una oración
asertórica demanda la obtención y elucidación de un concepto determinado del significado de esa clase de oraciones. En fin, al encarar
nuestro problema, necesariamente nos tropezaremos con este último
como trasfondo de nuestro más fragmentario propósito.
Uno de los principios fundamentales de la semántica fregeana,
derivado de la distinción entre sentido y referencia, puede enunciarse
del siguiente modo: la referencia (Bedeutung) de una expresión compleja del lenguaje es funcionalmente dependiente de la referencia de
las expresiones que la componen. Teniendo siempre a la vista el serio
propósito de suministrar una explicación semántica coherente del
funcionamiento de las expresiones categoremáticas bien formadas
del lenguaje o, por lo menos, de un lenguaje posible, de inmediato
sale al camino una interrogante: ¿Qué acontece si por lo menos una
de aquellas expresiones que componen la expresión de mayor complejidad carece de referencia? ¿Tendrá referencia la expresión compuesta? Frege ha dado una respuesta negativa a esta pregunta. Considerando que el pensador germano sostenía la no intuitiva tesis consistente en que la referencia de las oraciones era su valor de verdad,1
las graves secuelas dejadas por tal respuesta negativa en el seno de
una teoría semántica, que pretenda ser consistente, son manifiestas.
Una oración asertórica o, para ser más precisos, una conexión
de signos del lenguaje (adoptada como signo-ejemplar, pues conviene resaltar que nos orientamos aquí según la perspectiva trazada por
los hechos de habla) usada para hacer o llevar a cabo la acción
lingüística denominada aserción que no ostente un valor de verdad
plantea, sin lugar a dudas, serios problemas a una teoría lógica, los
cuales pueden bosquejarse del siguiente modo: ante el hecho de,
usando la expresión de Quine, una laguna veritativa, podemos, desde
un punto de vista lógico, optar por abandonar el sistema bivalente
1
El mismo Frege reconoce esto en su ensayo On sense and reference. En: M. Black y P.
Geach (Eds.), Translations from the philosophical writings of Gottlob Frege. 2ª ed., Oxford:
Basil Blackwell (en adelante: TPW).
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clásico para adoptar un sistema divergente que incluya al menos un
tercer valor de verdad o, si somos un tanto más ambiciosos, un
sistema lógico de n valores de verdad (i.e., un sistema polivalente,
una generalización, por supuesto, de la alternativa anterior).2
Una solución como esta no ha sido adoptada, ni menos
sistematizada, por los principales teóricos de los estudios lógicosemánticos de la filosofía analítica clásica, a saber: Frege, Russell,
Wittgenstein y Strawson, quedando así reservada para desarrollos
ulteriores de los estudios lógicos asociados ya irreversiblemente con
la semántica y la filosofía de la lógica, ramas inextirpables del tronco
del árbol de la filosofía analítica. Enfrentados a las dificultades
teoréticas acarreadas por el problema de la laguna veritativa e ignorando, deliberadamente o no, la vía lógica recién mencionada, aquellos teóricos, con el único fin de encontrar una adecuada solución a
dicho problema, emprendieron rumbos diferentes. Conviene, en lo
que sigue, aclarar cuáles han sido esos rumbos.
Por un lado, Russell y, en la medida en que comparte la teoría
de las descripciones como un paradigma del análisis, Wittgenstein
consideran las unidades proposicionales básicas (u oraciones elementales) como unidades necesariamente dotadas de un valor de
verdad dentro del sistema lógico bivalente clásico o, como también
se le suele llamar, lógica standard. La necesidad exigida aquí reside
en la condición de significatividad que está atada al forzoso rasgo
veritativo de los enunciados atómicos del lenguaje. En perfecta consonancia con lo anterior, hallamos la postura teórica, defendida por
estos autores, consistente en estimar los enunciados desprovistos de
valor de verdad como enunciados que, aunque pertenecientes al sistema standard, poseen, vistos desde la perspectiva de su estructura
semántica real, una apariencia engañosa, la cual desaparece una vez
que se realiza la traducción al lenguaje formal, llevada a efecto por
medio de la referida teoría de las descripciones. Mediante este disolvente recurso formal, se le restituye al enunciado prima facie
semánticamente díscolo su condición de enunciado genuino del sistema, haciendo innecesaria la admisión de alguna variante no clásica
de la lógica standard. Si bien la práctica russelliana, en su aplicación
inmediata, se dirige sólo a aquel tipo de oraciones gramaticales de
sujeto-predicado, cuya posición referencial se halla ocupada por descripciones nominadas definidas y, como era de esperarse, cuya forma
gramatical cubre irregularmente su forma lógico-semántica, ella, como
simple ejercicio teorético (aunque no sin repercusiones en una inter2
Se puede consultar con provecho: Haack, Susan. (1979). Deviant logic. Londres: Cambridge
University Press.
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pretación de las funciones básicas del lenguaje), puede llegar a ser
extendida a todo tipo de enunciado, la estructura del cual exhiba un
término singular cualquiera en la posición del sujeto y un término
general especificativo cualquiera en posición predicativa. Esta lógicamente beneficiosa extensión ha sido puesta en práctica por W. van
O. Quine. Una revisión crítica de ella se hará efectiva más adelante.
Por otro lado, nos encontramos con Frege y Strawson, quienes,
al igual que Russell, no han deseado o no han podido sacrificar el
sistema standard al encarar el constantemente turbador problema de
la laguna veritativa. Sus elecciones, sin embargo, difieren en ciertos
respectos importantes de las de aquél y su escuela. Nuestros autores
se han dejado conducir por una intuición semántica más bien apegada al hábito lingüístico inveterado por natural, el cual, ejercitándose y
constituyéndose en el uso real efectivo del lenguaje, produce unidades lingüísticas genuinas3 que se presentan semánticamente (eo ipso,
funcionalmente) estratificadas. El describir enunciados como funcionalmente estratificados encuentra justa explicación en las constelaciones compuestas de enunciados presuponientes y enunciados presupuestos (portados por aquellos), con las cuales nos tropezamos a
cada paso en el uso vitalmente comprometido de nuestro lenguaje.
En este uso todo simple decir asertórico trae por fuerza aparejados
contenidos semánticos tácitos, que pueden llegar a ocupar el lugar de
contenidos explícitamente aseverados en aserciones posibles. En conformidad con todas estas afirmaciones, podemos ahora exponer sin
vaguedad las elecciones hechas por Frege y Strawson. Para estos
pensadores, una aserción afectada de carencia de valor semántico o
bien es considerada una aserción espuria, o bien una aserción auténtica privada del rasgo veritativo. De acuerdo al primer miembro de la
disyunción, mediante tal oración en un contexto particular de uso no
logramos dar origen a un genuino acto de habla del género asertórico,
sino sólo hacemos un uso secundario4 de esa oración. Simplemente
desterramos del dominio lógico clásico semejante seudoenunciado;
mientras según el segundo miembro de la disyunción, logramos dar
lugar a una aserción legítima, pero que no tiene valor de verdad,
aunque sí se sitúa dentro de los límites de la lógica standard. Por el
primer brazo de la bifurcación disyuntiva ha caminado Frege, por
ambos brazos y en distintas épocas ha circulado Strawson. La unidad
3
4
Al utilizar en este lugar la expresión ‘unidad lingüística’, me refiero a la unidad mínima del
habla, con la cual puede llevarse a efecto una jugada en el juego de lenguaje propio de las
emisiones asertóricas.
Este es el término que ocupa P.F. Strawson en una nota a pie de página de su ensayo On
referring. En: P.F. Strawson (1971), Logico-linguistic papers ( p. 13). Londres: Methuen &
Co. Ltd (LLP).
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temática que cobija bajo un mismo techo a ambos filósofos es el
factor lógico relacional que acostumbra a ser denominado presuposición. Debemos ocuparnos ya de ofrecer una apropiada aclaración de
esta relación lógica sui generis, si bien aquí pondremos sólo atención
a las presuposiciones relevantes para el estudio de las características
lógicas y semánticas de las oraciones asertóricas, a saber, las así
llamadas presuposiciones existenciales. Antes de comenzar, conviene
hacer una aclaración, la que efectuaremos de manera sólo tentativa
sin pretender resolver el problema.
Resulta interesante destacar el hecho de que todos nuestros
filósofos han ideado soluciones al problema de la laguna veritativa
que protegen el sistema de la lógica clásica de posibles ampliaciones
y transformaciones sistemáticas radicales, las cuales se presentan
como sistemas suplementarios o alternativos respecto de la lógica
standard. Semejante fidelidad al sistema clásico puede, únicamente,
explicarse indagando en la noción con que operan estos investigadores de las tareas que la lógica está destinada a cumplir dentro del muy
amplio margen cognoscitivo abarcado por el saber en general. Indudablemente, la construcción de sistemas logísticos buscó, desde el
principio, una aplicación directa en la articulación y formulación no
ambigua de los conjuntos de conocimientos adquiridos por las diversas ciencias. Asimismo, ha sido el progresivo avance del conocimiento uno de los factores que ha suscitado el nacimiento de las lógicas
alternativas, a las cuales todavía se duda en tildarlas de verdaderos
sistemas de lógica. En relación con el caso particular que aquí nos
ocupa, a saber, la lógica plurivalente, los cambios profundos en la
concepción de la verdad que ella exige la alejan demasiado del concepto de verdad nacido con la lógica clásica. Como era de esperarse,
el criterio demarcador para el ámbito de la lógica se diseña a partir
del modelo proporcionado por la lógica standard, el cual se define
por sus rasgos esencialmente formales y su independencia del tópico.
Entonces, la velada razón que han tenido nuestros autores para permanecer atados al modelo lógico clásico y rechazar algún otro sistema formal,5 i.e.: el sistema polivalente, es la concepción de la verdad.
Ahora bien, este modelo clásico de la verdad, del cual encontramos
una que otra variante en estos filósofos, depende originariamente del
modelo semántico de la oración asertórica. Dar una cabal explicación
de la estructura semántica de esta clase de oraciones es el punto
esencial de reunión para estos filósofos.
5
Los sistemas lógicos modales son también rechazados o, por lo menos, omitidos por estos
autores, pues ellos no parecen reconocer que la realidad tenga una estructura modal, sobre
todo Frege.
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También vale la pena recordar que, para pensadores como los
que hemos citado,6 la perfecta transparencia con que la construcción
de las oraciones permitidas (o bien formadas) en el cálculo de predicados clásico refleja la verdadera forma semántica de las oraciones
del lenguaje, estado de cosas sumamente inusual dentro de la órbita
del lenguaje cotidiano, cuya superficie gramatical desorienta en la
captación de la gramática lógica subyacente, se erige como el ideal y
perfecto medio para conducir el análisis. Asimismo, y como hemos
destacado más arriba, el apego a la lógica clásica da con un fuerte
apoyo cuando el estudio de las funciones lógico-semánticas implicadas en el uso asertórico del lenguaje se muestra accesible gracias a
las bondades del cálculo. Precisamente es este el uso lingüístico
relevante que ha despertado y guiado casi insensiblemente desde
siempre el pensar filosófico. Por ello, el valor asignado a aquel
hallazgo de un sustentáculo acrecienta su cuantía justo en la medida
en que el ropaje lingüístico de las aserciones deja traslucir el cuerpo
de algún determinado concepto de verdad. En fin, mientras nuestro
interés no pretenda abarcar contextos lingüísticos que contengan elementos opacantes del factor asertórico (en tanto que formalizable), la
lógica clásica se presenta como un instrumento idóneo para fines
filosóficos que, en tanto responden a la auténtica labor filosófica de
repensar lo pensado, hunden sus raíces en la propia tradición. Por
último, es necesario percatarse de que los teóricos mencionados más
arriba disfrutan de una conciencia (más clara en unos que en otros,
pero operante) de la dependencia fundacional en que se halla todo
lenguaje formal del lenguaje natural.
Frege7 ha sido el primero en destacar la diferencia entre lo
realmente aseverado por un enunciado y lo que sólo está presupuesto
en la respectiva aserción. La forma lógica del contenido proposicional
presupuesto es, conforme a lo que puede inferirse de los propios
escritos del pensador alemán, la propia de un enunciado existencial
general,8 cuya forma lógica es vertida por el sistema formal standard
como una cadena simbólica de conectivas y funciones proposicionales
prefijadas por el aparato formal de la afirmación existencial, el cual
6
7
8
Aunque las interpretaciones que cada uno hace del resultado del análisis son distintas en la
medida en que se tiene como horizonte una fundamentación de un lenguaje formal construido en el vacío.
Ver On sense and reference. En: TPW, p. 68-69.
Cabe observar que todos los enunciados de existencia, o sea, singulares como ‘Dios existe’ y
generales como ‘Los hombres existen’, son enunciados generales en el sentido de que
hablan de todos los objetos del mundo y no de lo que aparentan hablar, esto es, de los
objetos denotados por sus respectivos sujetos gramaticales.
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está conformado esencialmente por variables ligadas y cuantificadores
particulares o existenciales que ligan las variables. Para el caso particular de Frege, nos quedamos con su versión del cuantificador
existencial, que él ha definido en función del cuantificador universal.9 Observando con cuidado la conexión de signos que da expresión
al contenido presupuesto, es notoria la aparición del cuantificador en
posición no predicativa. ¿Qué significa esto? La existencia (o el uso
del verbo ser con el significado de existir) aparece en el cálculo
ligada al cuantificador particular, el cual, además de no dar lugar a
distinción ontológica alguna,10 cumple la función de un predicado de
nivel lógico superior. Este no funge como un predicado de objetos,
sino de conceptos. Entonces, ¿qué interpretación de índole semántica
cabe hacer de una oración como ‘X existe’? Según lo expuesto arriba, no podemos conferir al término singular ‘X’ la condición de
sujeto lógico de esta oración ni tampoco, por lo mismo, el carácter de
genuina expresión referencial o, para decirlo de otra manera, en esta
oración ‘X’ no tiene un uso referencial y ‘existe’ de ningún modo
tiene un uso predicativo. Esta interpretación adquiere un nuevo cariz
en la versión de la teoría semántica de Frege realizada por A. Church.
Allí la expresión referencial denota un sentido indirecto, es decir, un
concepto individual, del cual se afirma que no carece de aplicación.
La expresión en cuestión tiene que ser sustituida por una descripción
definida o, al menos, se la debe considerar asociada indisolublemente
con una. Esta versión difiere de la que el propio Frege ofrece, pues
este pensador, al examinar ‘El concepto X-ar está instanciado’, estima que el sujeto de esta oración denota un objeto y no un sentido
indirecto, un objeto que representa al respectivo concepto. La rígida
distinción ontológica concepto-objeto es la causante de este embrollo. A. Church, sacudiendo la teoría del problemático concepto de
función, ha resuelto el problema.
Ahora bien, Frege no ha adoptado la teoría de las descripciones
de Russell, pero la explicación anterior aparentemente no difiere de
la de alguien que sí la hubiese acogido. La aceptación dentro de su
sistema teórico de predicados de nivel superior no parece compatible
con la noción de presuposición. Esta noción entraña una relación
lógica distinta de la simple implicación lógica. Así, por ejemplo, por
la ley de generalización existencial toda oración singular ‘Fa’, donde
‘a’ es un término singular y ‘F’ un predicado monádico, implica
9
10
Véase su primera obra Begriffschrift. En: TPW, p 1-20.
Conviene recordar que el cuantificador existencial en la lógica standard es interpretado
como atemporal.
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lógicamente el enunciado existencial general ‘∃xFx’. El análisis de
Russell considera que este último enunciado expresa el contenido
proposicional realmente portado por la oración singular ‘Fa’. De este
modo se resuelve el problema suscitado por oraciones significativas
que contienen expresiones no denotativas cumpliendo el papel de
sujetos. Para un pensador como Frege, el contenido expresado por el
enunciado existencial no es parte de lo aseverado por ‘Fa’, sino que
es presupuesto por el uso del término singular ‘a’. Pero, si el filósofo
alemán asigna al contenido presupuesto la forma lógica característica
del enunciado general existencialmente cuantificado generado y postulado por la paráfrasis de Russell, ¿en qué radica la importancia de
la distinción entre implicar lógicamente y presuponer? ¿no es acaso
esta la distinción que ha de proveer al menos el comienzo de una
explicación de cuáles fueron las razones de Frege para no adoptar la
aparentemente muy convincente teoría de las descripciones?
Podemos presumir que hay varias razones, unas más importantes que las otras, para tal rechazo. Sin duda la distinción fregeana
entre sentido y denotación no obligó a Frege a alarmarse por la
presencia de expresiones referenciales o, para usar su propia terminología, nombres propios (i.e., nombres propios ordinarios y descripciones definidas) carentes de denotación, ya que la falta de denotación
de un nombre propio no trae como consecuencia su carencia de
sentido. La categoría lógica de los nombres propios se constituye
sobre la base de criterios independientes del simple hecho contingente consistente en la existencia o inexistencia de algo en el mundo. El
carácter directo de la relación nombre-objeto que mantiene a Russell
atado a la tradición moderna está ausente en el sistema semántico de
Frege. Este mismo carácter está atestiguado por la infructuosa búsqueda de los llamados nombres propios lógicos, la función semántica
de los cuales se agota sólo en denotar un objeto de rasgos ontológicos
simples, el cual, además, es dado por familiaridad epistémica directa
a la conciencia del hablante. El pensador inglés no ha sido capaz de
dar algún bosquejo de un lenguaje posible que contenga términos
singulares de tales características lógicas.
Según Frege, los nombres propios de su sistema denotan sus
referentes no directamente, sino por medio de una relación con conceptos (o predicados). O sea, la relación que exhibe un nombre
propio con el objeto denotado por él se constituye por la mediación
de una relación con entidades de un nivel lógico superior, las cuales
encuentran su expresión típica en descripciones definidas. Las descripciones definidas son, en efecto, expresiones denotativas de nivel
lógico superior. Los objetos para el pensador germano se dan a través
de haces de modos de presentación portados por dichas descripcio-
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nes definidas.11 Por esta razón, los objetos, en tanto que tales, no son
representables en el sentido de ser contenidos mentales de alguna
especie, los cuales al ser asociados directamente a los signos lingüísticos constituyen el significado de la expresión. Como se puede
notar aquí, la comprensión como tal no luce un carácter lingüístico,
ella es independiente del uso de los signos del lenguaje. En la teoría
fregeana, en cambio, el objeto se da por intermedio de entidades
abstractas (necesarias en el lenguaje del análisis) no mentales, cuyas
propiedades lógicas sólo son captables en el uso del lenguaje. La
comprensión está condicionada por el uso de signos de algún lenguaje posible.
Así, si deseamos dar una satisfactoria explicación de la función
semántica de, por ejemplo, los nombres propios ordinarios, debemos
apelar a un conjunto de dichos términos singulares descriptivos, el
cual debe estar a disposición del hablante, si este desea aclarar al
oyente a cuál objeto se refiere mediante esa emisión del respectivo
nombre. Por lo tanto, Frege ha constatado que las descripciones
definidas como ‘El x tal que Fx’ entrañan el enunciado existencial
general ‘Hay al menos (y a lo más) un x tal que Fx’, el cual, en su
calidad de enunciado presupuesto, es una condición necesaria de la
falsedad o verdad del enunciado presuponiente ‘El x tal que Fx es G’.
Por consiguiente, el enunciado general cuantificado particularmente,
el cual incluye en su contenido una afirmación de existencia y una de
unicidad y, justamente por ello, es un enunciado que habla de todos
los objetos de un dominio cubierto por las variables ligadas, expresa
el contenido presupuesto por una oración singular (o atómica por su
mínima complejidad) ‘Fa’, donde el término singular ‘a’ es (o está
asociado con) la descripción ‘El x tal que Fx’.
Resulta de extraordinario interés que el uso de un término singular logre referir identificadoramente al objeto denotado por él si y
sólo si intermedia entre signo y objeto una especial relación con la
totalidad de los objetos del dominio, del cual se admite que el hablante mismo, y el oyente también, tiene un conocimiento relevante
tácito o presupuesto. Es indudable que esta interpretación depende
del modo en que nuestra lógica standard contemporánea entiende las
funciones lógicas y semánticas del aparato de la afirmación existencial
y, en especial, del cuantificador ahí operante.12
11
12
Una clara formulación de este punto puede encontrarse en: Frege, G.: On sense and reference.
En: TPW.
Puede parecer al lector que este último párrafo no tiene sabor fregeano, pues introduce
terminología perteneciente a pensadores posteriores (por ejemplo: Strawson). Sin embargo,
la noción de criterios de identidad para objetos, presentada por Frege en Die Grundlagen
der Arithmetik, y la noción de aserción justifican la licencia que nos hemos dado. El notorio
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Con el propósito de aproximarnos a poner al descubierto algunas otras razones del rechazo por parte de Frege de la teoría de las
descripciones, resultará instructivo exponer la concepción sostenida
por Russell de las oraciones existenciales, la cual obviamente está
sostenida por dicha teoría. Los motivos que incitaron al pensador
inglés a construir esta teoría fueron de naturaleza estrictamente
ontológica. Su disputa con A. Meinong detonó la necesidad teórica.
La aceptación tácita y acrítica de cierta teoría acerca de los nombres
de temple platónico presentada en el diálogo Teeteto, a saber: la
expresión que ocupa una posición referencial en una oración de
sujeto y predicado significativa necesariamente debe tener una
denotación, o sea, debe existir un objeto referido si la oración tiene
sentido, lo cual se verifica por el mero hecho de que la oración es
comprendida, es el suelo y punto de partida común de ambos autores.
Ahora bien, sustentar una teoría siempre entraña asumir responsabilidades con las consecuencias lógicamente inferidas a partir de ella. En
efecto, ¿qué interpretación puede darse de una simple oración
existencial singular negativa como ‘Pegaso no existe’? Si aceptamos
que ‘Pegaso’ denota un objeto existente, pues, según la teoría, si un
nombre es un nombre debe denotar algo existente, se tiene primero
que admitir la existencia del caballo alado para en seguida arrebatársela, lo cual es simplemente una contradicción. Sostener una teoría
semejante nos vuelve incapaces de sustentar la parte negativa de una
disputa ontológica. Cuando nos percatamos de que lo anterior se
aplica a toda oración de este tipo (i.e., ‘A no existe’), las consecuencias devienen alarmantes.
Si llevamos a cabo un examen de una oración de la clase
predicativa simple como ‘A es B’ provista de una expresión sujeto no
denotativa, sobreviene, conforme a la teoría, un molesto resultado: si
el objeto denotado por ‘A’ no existe, estamos en la obligación de
atribuirle algún modo o grado de ser, pues lo que no existe debe ser
esfuerzo de Frege por diseñar explícitamente un sistema semático formal coherente dotado
de reglas también explícitas que no admita el surgimiento en su seno de unidades lingüísticas
bien formadas carentes de valor de verdad es un esfuerzo constantemente tramado con una
lúcida consciencia del funcionamiento complejo del lenguaje natural, dentro del cual el uso
irreflexivo tolera la construcción tanto de unidades semánticas privadas de valor de verdad
como, en consonancia con ello, de expresiones nominales sin referente. En un sistema
lógico perfecto es imposible, o por lo menos así debe ser garantizado por la teoría, que
tengan lugar presupuestos falsos, lo cual traería la consecuencia, del todo inadmisible en el
uso real del lenguaje, consistente en la omisión y desaparición de los problemas de la
existencia y de los términos singulares auténticos, cuya simple condición de receptáculos de
compromisos ontológicos instintivamente arraigados en nuestro esquema conceptual los
convierte en fuente imperecedera de perplejidades metafísicas.
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algo o sería sin duda un sinsentido negar su existencia.13 Estas afirmaciones constriñen a hacer una distinción entre ser y existir, concediendo a este último término un más restringido alcance. A simple
vista el recurso a esta distinción parece resolver el enigmático problema presentado por los enunciados existenciales negativos, pues
negar la existencia y negar el ser son dos cosas muy diferentes.
Aceptar una teoría como esta involucra un real compromiso con un
mundo poblado por clases de entidades de muy variados tipos. Empero, no debe olvidarse que la sobriedad ontológica es la prerrogativa
del lógico.
El filósofo británico se encontró desde el principio en posesión
instintiva de una concepción, una concepción insensiblemente arrastrada por nuestra tradición del pensar,14 cuyo contenido, inconscientemente operante, puede hacerse explícito así: si el lenguaje es significativo, entonces debe estar anclado en el mundo de un modo caracterizado primordialmente por la inmediatez. La exigencia de esta
modalidad de la relación efectiva entre lenguaje y mundo trae consigo una definida concepción relativa a la conexión nombre-objeto. De
aquí resulta una generalización de ella a toda expresión del lenguaje,
pues a cada clase de expresión que compone una oración asertórica
debe asignársele una entidad denotada, por ejemplo: a un nombre un
particular y a un predicado un universal u objeto abstracto.15
Esta posición es claramente un realismo extremo, al cual Russell
no tardó mucho en renunciar. Su concepción de los nombres propios
lógicos responde a aquella relación de inmediatez, puesto que en ella
se descubre fácilmente la, relevante aquí, confusión entre significado
y referente. Esta es precisamente un residuo de aquella postura, el
cual Russell introdujo en su filosofía atomista posterior.
13
14
15
Esta afirmación, brevemente, expone el núcleo básico de las concepciones ontológicas de
Meinong, las cuales fueron compartidas por Russell en un periodo temprano de su vida
filosófica ( The principles of mathematics, § 427). Fue justamente la teoría de las descripciones el factor que permitió a Russell liberarse de estas incómodas concepciones ontológicas
y sus respectivas ideas acerca del comportamiento semántico de las oraciones existenciales
y oraciones predicativas simples.
Esta es la tradición moderna del pensar, la cual se caracteriza por su esfuerzo en comprender
la relación referencial como representación, un concepto marcado por una orientación
psicológica y epistemológica. Esta orientación, además, cree poder comprender la función
semántica de los términos singulares como una relación con los objetos que se establece
pre-lingüísticamente. Asimismo, la explicación de la semántica de las oraciones predicativas
permanece recluida en una modalidad meramente objetual.
Enseguida se concibe la estructura semántica de la oración predicativa como una composición o síntesis de dos entidades. En la época moderna, la psicologización del universal no
aclara tampoco cómo se constituye la relación entre el universal y el particular, la cual
permaneció oscurecida por la idea platónica de participación.
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¿Cómo la teoría de las descripciones vino a liberar a Russell de
estas concepciones? La teoría de las descripciones no liberó a Russell
de su temprana creencia en la existencia de nombres propios lógicos.
Pero, como Quine ha probado,16 es posible coherentemente sostener
aquella sin necesidad de adherir a esta última ni a la confusión que le
sirve de sostén, lo cual verifica el carácter residual de la mentada
creencia. La teoría mencionada liberó a nuestro filósofo al proveerlo
de elementos teóricos que le dieron acceso a una nueva forma de
comprender los enunciados existenciales. Las críticas de Russell dirigidas a la posición de Meinong se sustentan primordialmente en este
nuevo modo de concebir la estructura semántica de las oraciones
existenciales, el cual instala al filósofo inglés dentro de los límites
estrechos de una postura estrictamente nominalista.
Desde Frege17 sabemos que la comprensión del significado de
una oración no es independiente del cómo determinamos su valor de
verdad, en cuanto mera posibilidad lógica. En consecuencia, determinar las condiciones de verdad de una oración entraña el conocimiento de la estructura semántica de ella y, al mismo tiempo, la
posibilidad de dar una explicación del uso específico que hacemos de
ella. En adición a esto, especificar las condiciones de verdad de una
oración asertórica implica saber cómo podemos, siempre como algo
sólo posible lógicamente (la lógica no es una ciencia empírica),
verificarla. Bien, ofrezcamos un ejemplo: la oración existencial singular ‘El demonio existe’ no cabe verificarla buscando al objeto
denotado por ‘El demonio’ y viendo si el predicado ‘existe’ se le
aplica o no. Más bien, el proceso idealmente contenido en su comprensión envuelve una búsqueda por el dominio completo de una
clase de objetos con el fin de encontrar ese al cual se aplica la
expresión nominal ‘El demonio’. Es notorio aquí que ‘existe’ no
posee la función semántica de un predicado y tampoco ‘El demonio’
tiene la función de un término singular genuino (o nombre propio
lógico). La interpretación que Russell ofrece de una oración como
esta es la siguiente: ‘Hay al menos un y sólo un x que es D’, donde D
es el concepto contenido en el predicado ‘x es un demonio’. Ahora
veamos qué ocurre con una oración predicativa simple, cuya expresión nominal sujeto no es denotativa: la oración de sujeto y predicado
gramaticales ‘El rey de Francia es sabio’ debe ser interpretada por
medio de la paráfrasis ‘Hay al menos un y sólo un x que es rey de
Francia y es sabio’; esta interpretación trata la oración como una
16
17
Véase su artículo On what there is. En: Quine, W. van O. (1996). From a logical point of
view. Cambridge: Harvard University press.
Refiero a su investigación lógica The thought: a logical inquiry. En: E.D. Klemke (Ed.),
Essays on Frege. Chicago: University of Illinois Press.
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
243
oración existencial general, la verificación de la cual procede del
mismo modo que expusimos más arriba. Russell evita de esta forma,
id est: negando el carácter de términos singulares genuinos (o auténticos sujetos lógicos) a las descripciones definidas,18 tener que admitir la existencia de objetos no existentes, lo que incluiría objetos
irreales y contradictorios. Asimismo, se infiere de todo esto que
1) carece de sentido decir de un individuo que existe y 2) prácticamente las oraciones predicativas singulares como ‘Fa’ pueden ser
eliminadas del lenguaje a favor de las referidas oraciones existenciales
generales.19
Otra arista de la interpretación dada es estimar que los términos
singulares del lenguaje son eliminables, con la notable excepción,
obviamente, de los nombres propios lógicos, cuya función lógica está
asegurada por el principio de familiaridad o conocimiento directo
(acquaintance).20 Pero, ¿podemos señalar dentro del lenguaje natural
alguna expresión nominal que se comporte como un nombre propio
lógico lo hace? Generalmente se cree que Russell considera las expresiones deícticas nombres propios lógicos. Empero, esta asunción
es incorrecta. El pensador británico, creo, tiene una intuición acertada del verdadero rol que tales expresiones cumplen en el lenguaje
natural, la superficie gramatical del cual sólo de modo irregular y no
constante deja asomar las funciones semánticas de los genuinos componentes lógicos de nuestro lenguaje. Por consiguiente, lo que realmente ha hecho Russell es aislar el elemento del funcionamiento de
estos términos singulares que constituye el núcleo funcional característico de los nombres propios lógicos, a saber: un genuino nombre
propio designa puramente un objeto sin describirlo en absoluto. De
acuerdo con esto, la expresión deíctica ‘esto’ es para Russell un
nombre propio ambiguo, ya que no está atada lógicamente de una
vez y para siempre al objeto que designa.21 Este autor no se ha
18
19
20
21
Esta negación se extiende también a los nombres propios ordinarios, los cuales son considerados por el pensador inglés descripciones definidas abreviadas. Esta postura, claramente,
tiene raíces fregeanas.
Russell ha expuesto con claridad estos puntos en su ensayo largo The philosophy of logical
atomism aparecido en su libro Logic and Knowledge. Essays 1901-1905. Londres: G. Allen
and Unwin ltd (1956), secciones II, V y VI.
Una decisiva formulación de este principio se encuentra en Knowledge by acquaintance and
knowledge by description en su libro Mysticism and logic and other essays. Londres: G.
Allen & Unwin Ltd. (1950).
La función del nombre propio lógico russelliano semeja y puede en parte comprenderse
como un bautismo. Esta semejanza sugiere identificar su función con la propia de un
designador rígido kripkeano. Sin embargo, la asimilación de aquel a este no puede ser
completa, pues, para Kripke, los nombres propios ordinarios son designadores rígidos, no
descripciones definidas encubiertas. Las funciones de ambas clases de término singular
genuino se traslapan.
244
JUAN CARLOS GARCÍA V.
ocupado verdaderamente de explicitar la semántica de los deícticos.
Por lo tanto, la pregunta que debemos formularle es la siguiente: ¿un
nombre propio lógico puede funcionar realmente como una expresión referencial identificadora? ¿el análisis russelliano no destruye la
fuerza identificadora de los términos singulares del lenguaje natural,
en el cual tiene su emplazamiento la comprensión originaria que es
condición necesaria de la inteligibilidad de un sistema simbólico
formal? Es imperioso ahora que retomemos las preguntas formuladas
en un comienzo.
Tras un largo camino recorrido, nos hallamos, pienso, por fin ante
la razón esencial de por qué Frege no adoptó la teoría de las descripciones: el pensador germano, como bien señala M. Dummett,22 tenía
plena consciencia de la dependencia lógica en que se encuentra un
enunciado existencial general de los enunciados predicativos singulares que resultan ser posibles instancias de él. Aclaremos un poco más
en qué consiste comprender una oración asertórica. Como vimos,
Frege dio pistas confiables en este asunto, pero no llegó a formular
este de modo explícito. L. Wittgenstein23 en su primera gran obra dice
lo siguiente:
“Comprender una proposición quiere decir saber lo que es el caso si es
verdadera”.
En efecto, comprender una oración asertórica consiste en poder
dar las condiciones de verdad de ella independientemente de si ella
efectivamente es verdadera o falsa. ¿Cuáles son las condiciones de
verdad de ‘Fa’? La oración predicativa singular ‘Fa’ es verdadera si y
sólo si el objeto denotado por la expresión referencial ‘a’ cae bajo el
concepto expresado por el predicado monádico ‘F’. Esta formulación
es claramente superior a la que daría la filosofía tradicional (antigua
y moderna), la cual sustentaba la tesis consistente en que entender
una oración quiere decir entender qué objetividad compuesta es representada por ella. El problema que se nos presenta de inmediato es
aquel ocasionado por la problemática asunción de que el término
general representa una entidad (más sucintamente, algo), una entidad
universal abstracta que se une oscuramente con la entidad concreta
representada por el término singular. Esta unión o síntesis ha sido
explicada por Platón mediante la introducción del término participa-
22
23
Dummett, M. (1981). Frege. Philosophy of language. Cambridge: Harvard University Press,
pp. 160-171.
Wittgenstein, L. (1961). Tractatus logico-philosophicus (4.024). London: Routledge & Kegan
Paul, p. 41.
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
245
ción. Así, los objetos concretos participan del universal o idea configurando una objetividad compuesta, cuya captación constituye la
comprensión de la oración ‘Fa’. Como habíamos señalado antes, la
comprensión de las oraciones del lenguaje, en cuanto posible, se
establece independientemente del uso de los respectivos signos
lingüísticos. En el caso particular de la comprensión de los términos
generales, para la tradición moderna tanto la captación como la entidad captada son de naturaleza mental; para la tradición representada
por Platón la entidad captada es de naturaleza extramental, pero la
captación ha de ser, por fuerza, mental. En nuestra época pensadores
como Husserl y Frege, de distinta forma ambos, comparten esta
postura, este realismo de los universales.
¿El pensador germano entiende la proposición (o, para usar la
misma expresión de sabor psicológico que él usa, pensamiento) como
un objeto? Esta es una pregunta que no tiene una respuesta simple y
directa, porque hay aspectos de su pensamiento que sugieren una
respuesta afirmativa y otros una negativa. La noción fregeana de
denotación indirecta supone tratar el sentido de una oración o contenido proposicional como pertenecientes al ámbito de la referencia y
precisamente es esta la palabra que lleva la carga ontológica en el
sistema de Frege. Sin embargo, Frege se ha esforzado en destacar
que los conceptos no son en absoluto objetos, lo que, en lo que
respecta a la clase de objetos que aquí nos interesa, i.e., los objetos
concretos, que se sitúan en el espacio y duran en el tiempo, indica
que los pensamientos captados al pensar son tramas conceptuales
unitarias que determinan a priori los objetos, los cuales nunca se dan
a la mente consciente en tanto que tales. Estas tramas conceptuales
unitarias nos son dadas sólo por medio de un uso del lenguaje, un
acto de habla específico de cualquier registro ilocucionario. Entonces, en principio un pensamiento no puede ser un objeto, pero, en la
medida en que puede pertenecer al ámbito de la referencia, tiene que
asignársele el carácter de una entidad abstracta, un algo, asignación
esta que nos compromete inevitablemente con una perspectiva objetual
respecto del significado. Por otro lado, si el sentido determina los
objetos, pues determina la referencia de los signos del lenguaje, él
mismo no puede ser un objeto. Si así lo fuese, sería necesario un
sucedáneo del sentido para determinar este nuevo objeto (y esto
expone uno de los aspectos de la crítica de Russell a la teoría del
sentido y la referencia) y, así, nos veríamos enfrentados a un regreso
sine fine. Además, la noción de captar una proposición no compromete a Frege, por lo menos no explícitamente, a admitir la existencia
de una intuición intelectual, lo cual lo libera parcialmente de su
filiación platónica. Los pensamientos se captan en el uso del lengua-
246
JUAN CARLOS GARCÍA V.
je, tomando la unidad del acto de habla (en nuestro caso, la aserción),
a la vez, como unidad epistémica y semántica, al interior de la cual
únicamente comprendemos los términos singulares y los términos
generales y se nos dan cognitivamente los objetos y los conceptos.
Estos últimos, si bien son conocidos por la mente humana mediante
el uso de unidades de habla, nos son dados como existiendo independientemente del lenguaje y de la mente. En consecuencia, Frege,
como indicamos más arriba, concibe los universales como representados por los términos generales,24 pero no afirma que podamos
entender las funciones semánticas de los términos del lenguaje de
modo aislado, pues este modo de proceder conduce a la teoría semántica moderna consistente en sostener que el significado de una
expresión es la imagen mental sensorial (en las versiones más sutiles,
no-sensorial).
Retomemos el problema donde lo dejamos: la justa comprensión de un enunciado existencial general implica la comprensión de
los enunciados singulares que pueden ser sus instancias. A su vez,
estar en posesión de un saber acerca de las reglas semánticas propias
de un enunciado existencial envuelve saber acerca de las reglas de los
enunciados singulares que son sus instancias, pues el enunciado ‘∃xFx’
puede interpretarse del modo siguiente: ‘(x es F) es algunas veces
verdadera’. He aquí la respuesta a la interrogante acerca de por qué
Frege no adoptó la teoría de las descripciones. Un lenguaje que
elimina los nombres propios a favor de las descripciones definidas no
es inconcebible, pero, al menos, su funcionamiento supone el dominio de un lenguaje que los contiene. Ahora bien, esta constatación ¿de qué modo nos ayuda en la explicación de la noción de
presuposición?
Despierta interés el hecho de que la teoría de las presuposiciones ha sido diseñada con el fin de proteger la función referencial
singularizadora de los términos singulares del lenguaje. El enunciado
presuponiente ‘Fa’ realiza algo completamente distinto de lo que
lleva a cabo el enunciado presupuesto ‘Hay al menos y a lo sumo un
x que es F’. Como bien afirma Strawson,25 un enunciado existencial
general provee de recursos consistentes en conocimiento identificador,
los cuales son la base sobre la cual se pueden llevar a efecto referen-
24
25
Cuando, con Wittgenstein, nos preguntamos cómo aprendemos el uso de estos términos (por
ejemplo: ‘verde’), nos percatamos de que una representación universal no tiene papel
alguno que jugar allí, pues ella no puede ser mostrada al aprendiz. Sabemos que alguien
comprendió una oración cuando puede usarla correctamente. He aquí una crítica fuerte a un
descriptivismo extremo.
Strawson, P.F. (1971). Singular terms and predication. En: LLP.
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
247
cias identificadoras en situaciones comunicacionales futuras. En cambio, en el caso de un enunciado predicativo atómico nos encontramos
con un acto lingüístico que se basa en recursos independientemente
establecidos. Como condición de posibilidad de todo acto de habla,
hay conocimiento identificador presupuesto por el hablante y por el
oyente; este conocimiento es un conocimiento de un dominio de
objetos existentes, de los cuales pueden darse descripciones identificadoras adecuadas. Así, una presuposición es en efecto un conocimiento tácito ya poseído por el hablante (y por el oyente: esta comunidad presuposicional es uno de los supuestos asumidos por el uso
serio del lenguaje) y capaz de ser expresado y explicitado por este en
un enunciado. Hasta el momento, creemos que la forma lógica que ha
de tomar este enunciado es la propia de un enunciado existencial.
Bien, conviene que nos mantengamos en esta creencia hasta que no
hallemos otra mejor.
La distinción entre un contenido explícito y uno tácito, sugerida
por lo afirmado al final del párrafo anterior y propuesta con el fin de
servir de aclaración de la noción de presuposición, ostenta un manifiesto carácter epistemológico. ¿Qué podemos aseverar del carácter
semántico? Desde el punto de vista lógico-semántico, ya sabemos
que la relación lógica sui generis de presuposición (presupposition)
es una relación distinta de la relación lógica de implicación material
(entailment), pues sus tablas de verdad son diferentes. Lo que llama
la atención en esto es que si el teórico de la presuposición ha diseñado su teoría con el fin de ofrecer, en lo relativo a la naturaleza de la
aserción y la función semántica de los términos que la componen,
una explicación alternativa a la dada por Russell, sería sin duda
razonable esperar que la forma lógica del presupuesto postulada por
aquel fuese distinta de la postulada por este. Hasta ahora, la forma
lógica del presupuesto postulada es idéntica a la forma lógica de los
enunciados existenciales generales. En consecuencia, el intento de
estratificar semánticamente los enunciados predicativos simples resulta estéril, ya que el hecho lingüístico de que usamos naturalmente
términos singulares en el curso normal de nuestras conductas vitales
puede encontrar motivación únicamente en factores de economía
lingüística. Cada vez, por lo tanto, que usamos la oración ‘Ga’,
donde ‘a’ es parafraseada por ‘El x tal que Fx’, decimos realmente
‘Hay al menos y a lo más un x que es F y el mismo x es G’. Por otra
parte, el teórico de las presuposiciones puede, con ánimo de justificar
la distinción hecha, apelar, como hace Strawson (pero no Frege),26 a
26
Véase su On referring. En: LLP, pág.12.
248
JUAN CARLOS GARCÍA V.
las reacciones usuales de los hablantes al presenciar algún acto de
habla defectivo como, por ejemplo, uno perteneciente a aquella clase
de actos dotados de una expresión referencial carente de denotación.
Esta estrategia no resulta decisiva, pues no es muy difícil imaginar
situaciones de habla en donde la reacción prevista por el teórico
russelliano es más natural que la prevista por el teórico de las presuposiciones. Teniendo a la vista estos resultados no favorables para la
posición de este último, surge naturalmente la pregunta siguiente:
¿De qué manera podemos, entonces, justificar la distinción entre
aseverar y presuponer? ¿Tal distinción se reduce sólo a las diferencias lógicas, las cuales ubican a nuestro teórico de las presuposiciones más cerca de un sistema divergente que al teórico de las paráfrasis? ¿No acaso dicha distinción pretendía dejar a la vista un modo
correcto y, simultáneamente, denunciar un modo erróneo de concebir
la función semántica de los términos singulares? Con seguridad una
distinción meramente lógica no basta para sustentar esta pretensión.
Frege,27 al examinar oraciones subordinadas, encuentra un caso
particular de estas oraciones, el cual Frege caracteriza del modo
siguiente: estas oraciones subordinadas no expresan un pensamiento
(o una proposición) completo y, por lo mismo, su denotación no es
un valor de verdad. Estas son expresiones referenciales descriptivas
(o descripciones definidas que contienen una cláusula de relativo o,
también, una cláusula adverbial). Bien, ¿qué podemos inferir de esto?
En una oración que contiene una descripción definida como sujeto
(o, en general, en cualquier posición dentro de la cadena sígnica), la
función que realiza la expresión referencial no puede ser identificada
con la de una oración o unidad del lenguaje completa. La completud
a la oración le viene de su condición de instrumento para el hablante,
el cual la usa para llevar a efecto una jugada en el juego de lenguaje
asertórico, es decir, un acto de habla completo. Una expresión referencial por sí sola no puede hacer una tal jugada, sino sólo una
subjugada, cuya autenticidad y adecuación sólo le pueden ser otorgadas en virtud de su dependencia del acto lingüístico completo.
El pensador germano, como puede apreciarse, da nuevo sostén a
su concepción de las oraciones singulares: del cómo captamos las
condiciones de verdad de las oraciones singulares depende el cómo
captamos las condiciones de verdad de las oraciones generales, en las
cuales hace presencia el aparato de cuantificación. Por consiguiente,
esta prioridad en la comprensión refleja la primacía del acto de habla
completo sobre los actos subordinados que se realizan con ocasión de
la realización de aquel. El acto subsidiario de la referencia posee
27
On sense and reference. En: TPW, pág. 68.
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
249
ciertos rasgos semánticos que lo distinguen de un acto de habla
hecho mediante el uso de una oración existencial general. Ese conjunto de rasgos semánticos teje su trama unitaria en torno al rasgo
identificatorio. Hacer referencia es identificar. Cada expresión del
lenguaje introduce28 entidades en el discurso identificándolas.
Hemos afirmado que el acto proposicional de la referencia no
constituye por sí solo un acto de habla completo o, conforme a
nuestro interés, una aserción. Como bien destaca J. Searle,29 la teoría
russelliana de las descripciones interpreta los enunciados predicativos
singulares como conteniendo en lugar de la expresión referencial una
aserción existencial. Tendríamos un acto de habla completo aconteciendo al interior de otro. Si probamos la teoría con otro tipo de acto
ilocucionario (una pregunta, una orden), el acto de habla consta de
dos actos de habla claramente heterogéneos, lo cual muestra elocuentemente las muchas dificultades que surgen cuando se intenta integrar la teoría de las descripciones dentro de una teoría general de los
actos de habla. El acto de habla proposicional de la referencia sólo se
constituye con ocasión de la realización acabada de un acto de habla
completo del cual forma parte estructural. Esta última afirmación
refleja, bajo el régimen de la teoría de actos de habla, el principio del
contexto fregeano. La aserción existencial opera como una condición
necesaria del cumplimiento del acto proposicional de la referencia.
Dicha condición constituye el contenido semántico de las reglas que
dan sus límites propios a la conducta referencial. Por todo esto,
pretender, como lo hace el teórico russelliano, que del hecho de que
un acto de habla sólo puede realizarse bajo ciertas condiciones se
sigue que la realización del acto envuelve la aseveración de que
aquellas condiciones se cumplen es incurrir en una grave confusión.
Ahora debemos orientarnos de acuerdo a las señales donadas por la
cuestión de la identificación de objetos concretos.
Hemos llegado al siguiente resultado: la llamada función
referencial de los términos singulares se ejercita por los hablantes
sujeta a ciertas condiciones necesarias, las cuales por ser constitutivas determinan su existencia o inexistencia efectiva. Estas condiciones conforman un contenido epistémicamente presupuesto o tácito,
que es parte del repertorio cognitivo naturalmente absorbido del hablante. Pero, dicho contenido nunca es introducido como contenido
proposicional actual de un acto de habla que tenga lugar simultánea28
29
Esta es una metáfora por supuesto. Y así lo reconoce quien la usa: Strawson, en su libro
Individuals. Dar una explicación analítica en su lugar es siempre posible para quien se sirve
conscientemente de ella.
Véase su obra Speech acts), New York: Cambridge University Press (1969), § 7.1.
250
JUAN CARLOS GARCÍA V.
mente con el acto de habla completo realizado y del cual forma parte
la expresión referencial que trae asociado dicho contenido presupuesto (en cuanto su propia condición).
Poniendo la debida atención a lo afirmado anteriormente, sale
una pregunta al camino: ¿las descripciones definidas, que hasta ahora
hemos considerado como el modelo de la expresión referencial y
que, además, se encuentran más estrechamente asociadas que las
otras clases de expresiones referenciales a los enunciados existenciales
generales que cumplen la función de condiciones del acto referencial
identificador, bastan para asegurar la identificación? Estas descripciones definidas son descripciones del tipo leibniziano, o sea, están
construidas en términos generales. La forma de la construcción determina el carácter también general de los enunciados existenciales que
tales expresiones singularizadoras disfrazan gramaticalmente. Sin duda
la acción identificadora llevada a cabo por medio de una de estas
expresiones, las cuales entrañan la posible instanciación de un concepto, puede verse frustrada por causa de la siempre lógicamente
posible existencia de más de un objeto al cual dicha descripción se
aplica. Que nuestro universo pueda albergar múltiples réplicas exactas de un mismo objeto es algo lógicamente posible.
Al parecer, nuestros últimos resultados eran sólo parcialmente
halagüeños, pues ahora nos percatamos de que los enunciados
existenciales generales que operaban como condiciones de posibilidad de los actos referenciales no pueden cumplir esta función cabalmente. ¿Qué camino debemos tomar? Sin duda uno solamente: encontrar la clase adecuada de enunciados existenciales realmente dotados para cumplir dicha tarea.
Se puede apreciar ahora cuán improbable es la explicación de la
función lógica de los términos singulares que un descriptivismo extremo y uno moderado como el de Russell dan. Exaltar desmesuradamente el uso atributivo de una descripción, pretendiendo a la vez
extenderlo como sustituto de otros usos y, en especial, del uso puramente referencial de las expresiones referenciales, es un recurso de
corta vida, puesto que, aunque pueda tener una que otra ventaja
técnica, desfigura irreversiblemente la verdadera función semántica
de los términos singulares. Proponer, como hacen algunos, una interpretación russelliana de la semántica fregeana30 no resuelve, por los
30
Esto quiere decir: interpretar la metáfora fregeana del modo de presentación como una
restricción en el modo de pensar el objeto, lo cual trae consigo una restricción en el modo
de comprender el respectivo término singular y, a la vez, asegura un referente a todo
término, pues un genuino término singular no puede no tener un referente. Hay, justamente,
indicios claros de estas ideas en los escritos póstumos de Frege. Ver su artículo Logic
(1897), en Posthumous Writings, Oxford: Basil Blackwell (1979), pp. 126-151.
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
251
mismos hechos aludidos antes, las confusiones introducidas inevitablemente en la explicación de la función lógico-semántica de aquellas expresiones destinadas a identificar objetos.
En la búsqueda de la verdadera forma de los enunciados
existenciales que cumplen papel de condiciones del acto proposicional
de la referencia, por fuerza nos topamos con el pensador británico
P.F. Strawson. Durante todo el trayecto de nuestro análisis, cada vez
que hemos hablado de Frege casi insensiblemente hemos introducido
algo del lenguaje de aquel sin llegar, creo, a ser injustos con este.
Este modo de proceder encuentra inmediata justificación en la comunidad de problemas planteados y soluciones ofrecidas por parte
de ambos autores, sin querer negar las diferencias manifiestas que
pueden hallarse entre ambos. De todas formas, para el tratamiento
del problema de la identificación de objetos espacio-temporales
tendremos que echar mano a lo expuesto por Strawson en algunas
de sus obras.
El problema de la identificación de particulares concretos es un
problema filosófico genuino justo en la medida en que abre una
nueva manera de entender y explicar la función referencial de nuestro
lenguaje. Afirmamos unas páginas más atrás que, dentro del ámbito
de las concepciones fregeanas, se entiende la función del término
singular de referir a un objeto único como siempre asociada a un
conocimiento de una pluralidad presupuesta de objetos pertenecientes al dominio mundano. Para Frege, este dominio es el mundo en su
totalidad y esto es un defecto en su postura teórica que debemos
abandonar para quedarnos con el núcleo básico de su concepción, a
saber: referir identificadoramente a un objeto presupone un conocimiento (una consciencia) de un dominio de objetos que instala el
horizonte contra el cual se recorta el objeto referido, en cuanto distinto de todos los demás pertenecientes a la pluralidad. Esta acción
singularizadora es llevada a efecto por un hablante para un oyente
bajo una comunidad de conocimiento presupuesto.31 La concepción
de Frege de los criterios de identidad de objetos, ofrecida en el
contexto de su libro Los fundamentos de la aritmética, puede
bosquejarse, en lo relativo a su contenido, como el intento de responder al problema planteado por el hecho de que seamos, como
hablantes del lenguaje, capaces de decir “este es el mismo que (es
idéntico a) aquel”. He aquí el antecedente fregeano de un aporte
teórico implícito en Strawson, pero, afortunadamente, hecho explíci-
31
Véase Identifying Reference and Truth-Value (1964). En: LLP, pp. 75-85.
252
JUAN CARLOS GARCÍA V.
to por Tugendhat,32 esto es: la semántica debe, por un lado, esclarecer el sentido de la expresión ‘es idéntico a’ y, por otro, está obligada
a tomar en cuenta la interrelación referencial entre deícticos y, por
ello, entre los otros términos singulares, ya que esta interrelación
permite desembarazarse de la inmediatez introducida por la situación
nominativa ostensiva. La teoría de los nombres propios lógicos, postulada por Russell, precisamente por descuidar esta interrelación funcional se torna ciega para la explicación correcta de cómo somos
capaces de referir a objetos concretos.
Bien, para Strawson referir es identificar y esto consiste en
seleccionar y distinguir un único objeto, i.e: un individuo, de entre un
conjunto determinado de ellos. Además, las descripciones definidas,
construidas en términos generales, no permiten al hablante que las
usa cumplir con las condiciones necesarias de una identificación
lograda con éxito sin introducir algún otro recurso identificador disponible (por ejemplo, el contexto). Strawson ofrece un buen argumento, el cual permite escapar a las objeciones nacidas de las dificultades constatadas más arriba. Este reza así: toda referencia o identificación no demostrativa se apoya o puede ser reducida finalmente a
una referencia o identificación que contenga algún elemento demostrativo o término singular deíctico.33 Como puede inferirse de esto,
las expresiones referenciales deícticas son una pieza esencial del
funcionamiento acabado de los hábitos de identificación lingüísticamente articulados (o, por lo menos, asociado al contexto de los usos
del lenguaje). La función lógica del deíctico consiste en asegurar el
éxito de las prácticas identificatorias, arrebatando la ambigüedad a
las identificaciones descriptivas generales por medio de una remisión
del acto referencial a la situación actual de habla, en la cual se
encuentran el hablante y el oyente situados en el punto cero subjetivo, marcado por la corporalidad (espacio-temporalmente incardinada)
de ambos, de las tres coordenadas espaciales ((x, y, z)) y una temporal (t). Una expresión deíctica hace posible el acto referencial o
identificación, a la vez que selecciona un único objeto de la totalidad
presente en el contexto actual abarcado sensorialmente por los integrantes de la relación verbal en la situación comunicacional básica.
A partir de lo anterior, podemos extraer la siguiente conclusión:
los deícticos no son eliminables del lenguaje. Esta afirmación es el
centro de la crítica que Strawson dirige contra un teórico russelliano
como Quine. Éste, al postular la eliminación de los términos singula32
33
Véase su libro Traditional and analytical philosophy, Cambridge University Press (1982),
lecturas 20-23.
Ver Strawson, P.F. (1990). Individuals, London: Routledge (1993), parte I, pág. 22.
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
253
res del lenguaje, no reconoce la función de los deícticos arriba señalada. La disputa entre Strawson y Quine, como veremos, es semejante en algunos aspectos a la disputa que examinamos antes entre Frege
y Russell.
Quine postula la posibilidad teorética de eliminar los términos
singulares del lenguaje a favor del aparato de cuantificación existencial,
puesto que sólo el uso de las variables ligadas del cálculo porta un
compromiso ontológico real. Todo lo que puede decirse en un lenguaje que contiene términos singulares puede decirse en uno que no
los tenga. Sólo los objetos del dominio de las variables ligadas pueden ser admitidos como realmente existentes.34 Como consecuencia
de estas concepciones, Quine piensa que no aprendemos los nombres
por definición ostensiva, sino los predicados que son verdaderos de
esos objetos.35 Esta primacía, precisamente, viene a apoyar su generalización del método, practicado por Russell, que elimina por superfluos los nombres del lenguaje, al considerarlos meras descripciones
definidas disfrazadas.
Strawson elabora un argumento para rebatir estas posturas36.
Para el pensador inglés, si un predicado ha de aprenderse por confrontación directa o definición ostensiva, esto no puede tener lugar
como una referencia directa al atributo mismo, sino que el predicado
se aprende como un predicado de los objetos que constituyen sus
instancias. En el lenguaje este estado de cosas se articula mediante el
uso forzoso de una expresión referencial demostrativa, la cual es la
encargada de identificar el particular del cual es verdadero el predicado. Pensar del primer modo resulta demasiado platónico para un
nominalista como Quine. Entonces, si no es posible eliminar demostrativos, no es posible eliminar términos singulares en absoluto. Se
puede apreciar que el argumento es el mismo que Frege ofrece en su
disputa con Russell, a saber: las oraciones singulares tienen primacía
semántica sobre los enunciados existenciales generales. Un cierto
lenguaje que admitiese sólo descripciones definidas como términos
singulares, lo que equivale a decir que no hay ninguno, y, en consecuencia, también admitiese que los términos universales tendrían que
ser aprendidos ostensivamente es un lenguaje que, si pretende de
alguna forma hablar de particulares, supone el dominio de un lenguaje que posee términos singulares y, en especial, deícticos.
34
35
36
Esta tesis Quine la examina en los capítulos I, VI y IX de su libro From a logical point of
view (1996).
Véase su libro Methods of logic, Cambridge: Harvard University Press (1982), pág. 276.
Consúltese su artículo Singular terms, ontology and identity; Mind 260 (1956), secc. IV,
págs. 445-448.
254
JUAN CARLOS GARCÍA V.
Por consiguiente, bosquejemos la cuestión: una oración como
‘El x que es F es G’ no es comprendida a menos que una oración
como ‘Este F es G’ lo sea. Demos la versión que introduce el aparato
de la afirmación existencial: la conexión de signos ‘Hay al menos un
x y a lo más uno que es F y es G’ no posee significado a menos que la
conexión siguiente de signos ‘Este F es G’ lo posea. Quine37 ha
replicado contra Strawson que los términos singulares en realidad no
se eliminan, sino que se introducen como predicados en los enunciados existenciales, es decir: la oración ‘Este F es G’ puede parafrasearse
como ‘Hay uno y sólo un F que está aquí y es G’. Pero, como nota
Tugendhat,38 ¿un predicado como ‘estar en’ no es acaso un predicado
diádico, una relación, y esta no exige la presencia de términos singulares para poder constituir una instancia del predicado? Queda clara
la semejanza de que hablamos entre la crítica de Frege a Russell y la
crítica de Strawson a Quine.
La dependencia de la identificación no demostrativa de la demostrativa nos da una pista para esclarecer en buena medida la forma
semántica específica de los enunciados existenciales relevantes para
una identificación exitosa, a saber: estos enunciados deben contener
algunas expresiones deícticas. ¿Cuáles o de qué clase son? Para responder esta pregunta, acudamos a cierta distinción que Strawson
hace39. Según él la identificación de un objeto espacio-temporal depende lógicamente de la identificación del lugar y del momento del
tiempo que ocupa el objeto y viceversa. Por lo tanto, si la identificación de un objeto está condicionada por la identificación del lugar
que ocupa y del instante en que dura, el sistema de coordenadas o de
relaciones espacio-temporales efectúa una función esencial en la identificación. Volveremos sobre esto inmediatamente.
Ya sabemos que toda identificación indirecta o no demostrativa
se apoya en una identificación directa. O sea, una identificación de
un objeto realizada con un enunciado como ‘El x que es F es G’,
donde, por supuesto, el x no puede ser demostrativamente identificado, sería exitosa si el objeto puede ser identificado mediante una
descripción que lo relacione singularizadoramente con algún otro
objeto que sí puede ser identificado demostrativamente, esto es: la
identificación se llevaría a cabo por medio de un enunciado como ‘El
x de z que es F es G’, donde z es un objeto que puede ser identificado
directamente. Supongamos que el particular z tiene la propiedad H.
Ahora bien, si este z puede ser identificado demostrativamente, en37
38
39
Ver su obra Word and object (1960), nota a §38.
Ver su artículo Existence in space and time; Neue Hefte für Philosophie 8 (1975), pág. 24.
Véase Individuals (1990), pág. 37.
TÉRMINOS SINGULARES Y PRESUPOSICIÓN EXISTENCIAL
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tonces nuestro enunciado sufre algunas transformaciones: ‘El x de
este H que es F es G’.
Ahora, podemos preguntar ¿una identificación directa llevada a
cabo por una expresión deíctica (como este), sin poder hacer referencia al lugar que ocupa el objeto mediante una expresión distinta de
aquí, basta para identificar exitosamente ese objeto? Es más o menos
claro que esta identificación aislada no sería cabal, porque ella sería
simplemente efímera y, además, quedaría librada a las descripciones
generales que el hablante pudiese dar del objeto percibido por él y
recordado más tarde. El oyente, con base en las descripciones del
hablante, no estaría capacitado para identificar el objeto. Sólo la
capacidad por parte del hablante de dar la ubicación espacio-temporal del objeto, dada mediante un enunciado como ‘aquello que está
en l en t’, puede dar cumplimiento a la identificación. Estamos en
presencia de un tipo nuevo de enunciado que no conocíamos, un
enunciado locativo-temporal. Asimismo, todo objeto identificable
abarcado por nuestro sistema comprehensivo de relaciones espaciotemporales (propio de nuestro esquema conceptual) que está en l en t
puede ser identificado al ser relacionado con otro objeto que está
aquí ahora. Strawson ha destacado con suficiente énfasis el hecho de
que es este sistema de coordenadas, dotado de las características de
ser omnicomprehensivo y permitir la interrelación referencial entre
los objetos que allí tienen un lugar, el sistema que asegura la posibilidad de ser comprendido del discurso intersubjetivo acerca de objetos
concretos.
Conforme a esto último, una condición de posibilidad del enunciado ‘El x que es F es G’ es el enunciado ‘El x de este H que es F
que está aquí ahora es G’. En fin, una referencia demostrativa aislada
no es una verdadera referencia. Del mismo modo, una referencia no
demostrativa que no pueda relacionarse con una referencia demostrativa posible tampoco puede considerarse acabada. La interdependencia es clara.
Ahora, puede agregarse que la identificación de lugares e instantes es una condición de la identificación de los objetos que ocupan
esos lugares y persisten en esos tiempos. Recordemos que para Frege
las expresiones que identifican lugares e instantes (y nos referimos a
los adverbios demostrativos aquí, ahora, etc.) son, desde un punto de
vista lógico, nombres propios, de lo cual se infiere que, para el
filósofo alemán, los lugares y los instantes son objetos. Strawson,
más bien, les niega este carácter con el fin de asignarles la función de
marcar la incidencia de un rasgo dentro de un enunciado localizador
de rasgos como ‘Aquí hay agua’, los cuales, por el hecho de no
contener términos singulares, permiten introducirlos o identificarlos
256
JUAN CARLOS GARCÍA V.
en el discurso. Nuestro pensador siente la necesidad imperiosa de
explicitar las condiciones de posibilidad de la identificación sin peligros de regressus ni circularidad. En esta excesiva exigencia no deseamos seguir al pensador inglés.
En consecuencia, los enunciados existenciales presupuestos son
enunciados con rasgos locativos y temporales objetivos como ‘Hay
uno y sólo un x que es F que está aquí ahora y que es…’. Las
expresiones deícticas que componen este enunciado, es bueno notarlo,
tienen, así lo ha mostrado Castañeda,40 una prioridad ontológica.
Igualmente su condición acompañante ‘yo’, el centro del entramado
de interrelaciones espacio-temporales que conforman los pronombres personales y los adjetivos y adverbios demostrativos. ¿Qué significa esto? Significa que las expresiones de esta clase no pueden
fallar en referir a un objeto, la existencia de este está por necesidad
garantizada. Es de mucho interés observar que los enunciados
existenciales locativos y temporales, por medio de estas expresiones
deícticas, se anclan en el mundo indisolublemente. El lenguaje, entonces, es significativo en virtud de este lazo indestructible. Una
expresión referencial como ‘Este F’ puede fallar en referir, pues
puede no haber en el mundo un tal objeto referido.
¿Qué ocurre con la captación de la existencia cuando usamos
expresiones deícticas? Cuando utilizamos otras expresiones referenciales (descripciones definidas, nombres propios), la existencia se
capta indirectamente y como objeto de una creencia tácita asumida
por el hablante y el oyente. Cuando usamos deícticos, la captación de
la existencia es directa. La existencia se muestra por sí sola y con
plena inmediatez. Esta inmediatez justifica que la existencia no pueda ser un predicado de objetos concretos. Si lo fuese, su captación
dependería sólo de entender el lenguaje no de una inspección directa
del mundo. Además, la oración ‘Yo existo’ no se verifica examinando
si el predicado ‘existir’ se me aplica o no, sino que, en virtud de la
prioridad ontológica mayor de ‘yo’, esta expresión no puede fallar en
referir a un objeto y, además, a un objeto de la categoría correcta; en
cambio, las expresiones ‘aquí’ y ‘ahora’ sí pueden fallar. El uso de
‘yo’ presupone la oración ‘Hay un único x aquí y ahora’. En efecto,
el contenido presupuesto transita desde el estrato de lo latente y
supuesto hasta el estrato manifiesto. La oración ‘Yo existo’ se verifica por mera inspección sensorial directa. La expresión ‘yo’ identifica
o distingue de todos los objetos presentes (de la misma categoría) a
quien la usa, asociando el acto proposicional de la referencia con una
40
Ver su artículo Indicators and quasi-indicators; American Philosophical Quarterly, vol. 4
(1967), pág. 87.
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pluralidad de objetos, cuya identificación, a la vez, depende de un
conjunto organizado y unitario de ubicaciones espacio-temporales
sistemáticamente interrelacionadas. Asimismo, las expresiones deícticas ‘aquí’ y ‘ahora’ identifican sus objetos respectivos asociando el
acto proposicional con una pluralidad de ubicaciones espacio-temporales. Cuando uso cualquier oración que contiene la expresión deíctica
‘yo’, presupongo ‘yo existo’, o sea, ‘Hay un único x aquí ahora’. La
identificación de mi cuerpo tiene como condición de posibilidad la
identificación del lugar que ocupo y del tiempo en que persisto sin
grandes modificaciones. La existencia en cuanto captada está íntimamente asociada a la ubicación espacio-temporal. Justamente, la existencia de un objeto concreto sólo la entendemos como presencia en
un lugar y tiempo determinados, discretos e inéditos,41 como lo es el
acto de habla mismo, del cual forma parte el acto proposicional de la
referencia respectivo. Cada acto de habla, en tanto acontecimiento
irrepetible, confiere relevancia a la ubicación espacio-temporal en la
que acaece, distinguiéndola de todas las demás posibles. Esta singular relevancia es concomitante a la individualidad del hablante y, en
cuanto posible, se halla internamente trabada con la función semántica realizada por los términos singulares y, en especial, por los deícticos.
El uso de una expresión deíctica al no ocultar el contenido
presupuesto, sino al manifestarlo volviéndose respecto de él transparente, hace posible que el acto de habla se constituya al tender un
lazo entre el contenido proposicional y el significado ilocucionario.
La determinación del significado y de la función referencial de un
deíctico acaece asociada al contexto no lingüístico de la enunciación
y esta tiene lugar sólo como un acontecimiento necesariamente emplazado espacio-temporalmente. En consecuencia, saltan a la vista
dos extremos: lo muy improbable de la tesis que afirma la eliminabilidad de los términos singulares y las semejanzas entre las posturas
de Frege y Strawson, los defensores de la teoría de las presuposiciones existenciales.
41
El carácter inédito de un acto de habla confiere a su emplazamiento espacio-temporal, en el
cual tiene lugar como acontecimiento, rasgos ontológicos incompatibles con los rasgos
ontológicos propios del entramado espacio-temporal cartesiano absorbido, al menos, por la
física clásica, a saber: homogeneidad y continuidad.

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