COOPERAR Y COMPETIR

Transcripción

COOPERAR Y COMPETIR
COOPERAR Y COMPETIR
No se puede leer el mercado sólo en términos de competencia. Es, en cambio, una acción
cooperativa y competitiva conjunta. La experiencia así lo demuestra
El pensamiento y la cultura occidentales han arrastrado
las
tras de sí durante milenios algunas dicotomías que han
marcado su desarrollo produciendo tal vez algunos frutos,
pero creando también muchos problemas en la vida de la
gente. Las dicotomías más conocidas son: alma-cuerpo,
del
espiritual-material, eros-agape y don-mercado. Algunas de
estas contraposi-ciones se están superando en los últimos
siglos (por ejemplo, alma-cuerpo), pero otras siguen bien
radicadas en nuestra cultura, como es el caso de la que
por
opone don y contrato, gratuidad y deber. En consecuencia,
la gratuidad se ha considerado gravemente como un asunto
ajeno a la vida económica normal y ha habido que
inventarse un sector “no lucrativo”, basado en la
filantropía, al que confiar el monopolio de la gratuidad en
la vida económica y civil. Pero en realidad la cooperación y la competición muchas veces son
dos caras de la misma vida común.
En efecto, la competición tiene un papel co-esencial dentro de las organizaciones.
Algunas veces las organizaciones enferman por un exceso de competición, pero otras veces lo
hacen por la ausencia de competición entre sus miembros, siguiendo una dinámica de
nivelación en la mediocridad y la ineficiencia. Si se lee la competición correctamente como
cum-petere, como “buscar juntos” pero de manera distinta al buscar juntos de la
cooperación, entonces la comparación con los demás y la emulación desempeñan un papel
importante para conocer las propias limitaciones y potencialidades. Lo mismo ocurre en el
deporte, donde el competidor es también el que me ayuda a conocer y superar mis límites y a
poder alcanzar así la excelencia (la mía y la de la disciplina). La competencia con los otros
señala mis límites y revela mi potencial escondido, que podría quedar latente (sobre todo en
la juventud) si no hubiera competición.
Quienes vivimos dentro de empresas, escuelas, universidades e instituciones en
general, sabemos que, cuando estas organizaciones e instituciones funcionan, la buena
competición convive con la buena cooperación. En algunas fases y momentos se coopera por
un objetivo común y en otros (por ejemplo ante un premio o un ascenso) se compite con las
mismas personas con las que, al mismo tiempo, se coopera en muchos otros frentes. Cuando
se pierde la capacidad de moverse contemporáneamente en estos dos registros, es decir de
ver al compañero como un competidor y como un aliado, la vida en común se reduce a una
sola dimensión y entra en crisis y la calidad humana de las relaciones se empobrece y
deteriora.
Al mismo tiempo, no se puede leer el mercado sólo en términos de competencia, ya
que la dinámica del mercado, tal y como nos enseñan autores clásicos como Mill o Einaudi y
contemporáneos como Sen o Becattini, es sobre todo una acción cooperativa y competitiva
conjunta, encaminada a crear un beneficio mutuo para los sujetos involucrados y, cuando
funciona bien, para toda la sociedad. En otras palabras: si queremos entender la vida en
común, las organizaciones y el mercado, debemos superar la contraposición entre
cooperación y competición, una de las últimas dicotomías radicadas de las que no
conseguimos liberarnos. Al igual que el eros no es ágape, la competencia no es cooperación,
pero ambas son co-esenciales para el crecimiento de las personas y las comunidades. Tal vez
si miramos más de cerca y observamos su dinámica histórica, nos demos cuenta de que entre
eros, don, competencia y cooperación hay más semejanzas que diferencias.
virtudes
mercado
Luigino
Bruni
Entonces, ¿por qué una de las virtudes del mercado, que ha sido concebido siguiendo
este pensamiento dualista como el reino de la competición o la competencia, es la
cooperación?
El primer economista que captó la naturaleza profundamente cooperativa del
mercado fue el inglés David Ricardo, quien más o menos en 1815 formuló una de las primeras
teorías económicas de verdad (ya que era contra-intuitiva). Según la teoría anterior el
comercio y el intercambio tenían lugar cuando existía una ventaja “absoluta”. Pero Ricardo
intuyó y demostró algo más: que también cuando la ventaja es solamente “relativa”, el
intercambio es conveniente. Aunque Inglaterra sea más eficiente que Portugal en los dos
sectores del vino y la seda, a Inglaterra le conviene especializarse en el sector donde es
relativamente más fuerte, y – esto es lo importante – también en este caso el intercambio con
el “más débil” es ventajoso para el “más fuerte”. Un ejemplo clásico es el del abogado que
es más rápido que su secretaria escribiendo en el ordenador; en cualquier caso le conviene
contratar a la secretaria para poder concentrarse en sus prácticas legales, que son más
remunerativas (es el concepto conocido hoy como “coste oportunidad”). Pero, al igual que en
el caso de Inglaterra, cuando este abogado contrata a una secretaria menos eficiente que él,
no está haciendo “asistencia” o beneficencia, sino que está obteniendo también él (y no sólo
la secretaria) una ventaja del intercambio. Cuando el mercado hace esto, es decir, incluye a
los más débiles y les convierte en una oportunidad para todos, entonces cumple con su deber
cívico, entonces es virtuoso.
Pensemos en la gran innovación que supuso el nacimiento de la cooperación social en
Italia: los sujetos desfavorecidos incluidos en la empresa muchas veces han sido, más que un
“coste” o un acto de beneficencia, ocasión de ventaja mutua también para la empresa
contratante. Probablemente el escaso éxito de la Ley 482/1968 sobre la inserción laboral de
personas con discapacidad en las empresas radique precisamente en que no se percibe esa
ventaja mutua. Tanto las empresas como los sindicatos veían (y ven) al trabajador
discapacitado esencialmente como un coste, como un peso. La cooperación social fue y sigue
siendo verdaderamente innovadora al decir que esos trabajadores desfavorecidos podían ser
un recurso para la empresa. Cuando esto no se hace, no salimos del aistencialismo en sus
distintas formas y no valoramos las virtudes del mercado.
Pero cuando conseguimos activar esta cooperación dentro del mercado, los que
reciben “ayuda” se sienten dentro de una relación de reciprocidad entre iguales que expresa
una mayor dignidad. Ya no se sienten asistidos, sino sujetos dentro de un contrato de ventaja
mutua y por ello experimentan una mayor libertad e igualdad. Una persona con síndrome de
Down también puede realizar un contrato de ventaja mutua con una empresa, pero para ello
es necesario que el empresario civil sea verdaderamente innovador y generador, porque la
ventaja mutua siempre es una posibilidad (no se realiza siempre ni de forma automática), que
requiere mucho trabajo y creatividad. Pero cuando esto ocurre, el mercado se transforma en
un verdadero instrumento de inclusión y de crecimiento humano y cívico. El sacrificio del
benefactor no siempre es una buena señal para quien recibe ayuda, porque puede ser
expresión de una relación de poder escondida tal vez detrás de la buena fe.
Un empresario civil no debería descansar hasta que las personas incluidas en su
empresa no se sientan útiles a la empresa y a la sociedad, y no asistidos por un filántropo o
por una institución. El microcrédito ha supuesto una de las principales innovaciones de estos
tiempos, que es la bancabilidad de los excluidos, que ha conseguido la liberación de muchas
personas (sobre todo mujeres) de la miseria y de la exclusión de una manera más eficaz que
muchos programas de ayuda internacional. También podríamos formular una especie de regla:
si un programa no ayuda a todas las partes involucradas, difícilmente será de auténtica ayuda
para ninguna. Si no me siento beneficiado, menos aún voy a beneficiar a otros y difícilmente
los otros se sentirán beneficiados por mí, sobre todo si la relación dura en el tiempo. La ley
de la vida es la reciprocidad, que hace que las relaciones no enfermen y crezcan en la mutua
dignidad. También la reciprocidad del mercado puede entonces entenderse genuinamente
como una forma de cooperación.

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