El nacimiento del post mercado No siempre han existido Mercados

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El nacimiento del post mercado No siempre han existido Mercados
El nacimiento del post mercado
No siempre han existido Mercados. De hecho comenzaron a desarrollarse merced al
comercio propiciado por las rutas marítimas, fluviales y algunas terrestres que en la
antigüedad permitían el trasiego de mercancías. Precisamente el brillo de Roma, la
imperial, la monumental, la gloriosa, comenzó a apagarse cuando los mercados
comenzaron a resentirse de la inseguridad de las comunicaciones y la debilidad del
consumo, provocado por las crisis monetarias que se desarrollaron a lo largo de los siglos III
y IV de la actual era.
Para que exista el mercado es preciso que existan compradores y vendedores, y por
ese orden, ya que si no hay compradores es imposible mercadear. Este hecho tiene mucho
que ver con la crisis de consumo a la que occidente se ve abocado, no hablemos de
terceros y cuartos mundos, donde ese concepto casi no existe.
Asistimos en el presente al declive de la fuerza de trabajo humano para garantizar
los procesos productivos. Siempre se han utilizado máquinas, y sobre todo en los dos
últimos siglos se enfatizaba la destrucción de empleo que estas generaban. Se destruían
empleos en unos sectores y se creaban en otros, padeciendo la población los rigores de la
migración del agro a la urbe y de un territorio a otro, incluso a otros continentes. Pero en la
actualidad, y se llevan décadas anunciándolo -por ejemplo Jeremy Rifkin, en su libro El fin
del Trabajo-, la destrucción de puestos de trabajo humanos alcanza proporciones
inimaginables no hace tanto y sobre todo la confirmación de que los nuevos sectores
productivos que emergen no tienen capacidad alguna de dar trabajo a tanto desempleo.
El capitalismo, sobre todo los capitalistas, se frotan las manos con el abundante
maná, en forma de plusvalías, que van atesorando, sin percatarse de que en algún
momento la rueda del consumo se frenará, ya lo está haciendo, e incluso llegará a pararse,
si algo no cambia. Quienes no trabajan tienen poco o nulo poder económico para
consumir, quienes trabajan cada vez tienen menos, ya que para “hacer competitivas” a las
empresas, se reducen los salarios y aumentan las jornadas de trabajo (horas
extraordinarias, que también destruyen empleo). La pregunta es evidente: ¿Si no hay quien
compre, porque dinero no hay, cómo se va a vender lo que se produce?
Las primeras personas en sentir en sus propias carnes esta evidencia son los
pequeños empresarios y comerciantes. Pasear por nuestras calles y plazas es percatarse
del inmenso desierto de negocios que ya no existen y de locales comerciales que no son
capaces de ser habitados o, a duras penas, mantienen vida comercial algún tiempo antes
de cerrar. Y ¡oiga!, de ese dinero de bolsillo, de ese dinero que gasta el pueblo, viven
millones de personas. Cuándo deje de fluir ¿quién sostendrá este desastre? Mientras tanto,
a ver si se resuelve el “grave problema” de si mandará Juan o Luís.
Fdo Rafael Fenoy Rico

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