ALASKA, la última frontera
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ALASKA, la última frontera
Cultural 18 NEGOCIOS cultural internacionales Cultural Alaska, la última frontera Por Isabella Falco * Es un territorio inmenso y blanco que Rusia le vendió en 1867 a Estados Unidos por unos 7 millones de dólares, sin saber que allí había enormes reservas de petróleo, gas natural, oro, carbón y más salmón que en ninguna otra parte del mundo. a ese precio, cada kilómetro cuadrado del estado más grande de la unión costó menos de $5 dólares. Hoy lo llaman la última frontera. Aterricé en Anchorage después de volar desde San Francisco en Alaska Airlines, justo una semana antes de que se caiga un avión de esa aerolínea. El capitán se la pasó hablándonos acerca de los hitos que sobrevolábamos en la ruta, con tanta simpatía que pensé que nunca querría viajar en otra aerolínea. Esa sensación me duró siete días. Al llegar, me encontré en un aeropuerto que presidía con fiereza un oso polar parado en dos patas. Canoas, orcas y tótems multicolores completaban la decoración. Me enamoré de Alaska porque en ella transcurría Northern Exposure, una de las primeras series creativas de la televisión. En el ficticio pueblo de Cicely se sucedían, los lunes, las aventuras del entrañable doctor Fleischman y la intrépida Maggie, piloto de avionetas. La lectura de Alaska, de James A. Michener, terminó de despertar mi interés por esa tierra fascinante. Para cuando entrara en escena en el 2008 la controvertida Sarah Palin, cuyo perfil ultra conservador hubiera podido ahuyentarme, ya el estado me había seducido. Welcome to Alaska, residencia original de los pueblos nativos aleuitas, inupiat, inuit, athabascans y tinglit, temerarios cazadores de bestias gigantescas como ballenas azules y elefantes de mar. En la actualidad, los descendientes de estos pueblos cazan poco y pescan menos, quizás una vez al año, cuando el salmón regresa a morir donde nació y el Estado les da permiso para aprovisionarse de pescado para el invierno. Pero, organizados en corporaciones nativas, los indígenas son propietarios de una décima parte del estado número 49 de los Estados Unidos y se benefician del usufructo de las riquezas de sus suelos y subsuelos. Además, cada residente oficial, nativo o no, recibe entre 300 y 3000 dólares anuales por dividendos del canon petrolero. Pero volvamos a la aventura. Alaska es dueña de la mitad de los glaciares del planeta; de interminables kilómetros de tundra poblada por alces, caribúes, leones marinos y osos polares; y de bosques de cedros y abetos en los que anidan orgullosas águilas blancas. El verano en el Pasaje Interior del golfo de Alaska es una delicia de temperatura moderada y espléndido paisaje. Hacer el recorrido en un crucero lleva a los viajeros hasta la histórica ciudad de Skagway. Allí, en la década de 1890, prendió la fiebre del oro y muchos de sus habitantes descienden de aventureros y mineros. Luego viene Juneau, capital del estado desde 1906, proclamada la ciudad más bella de Norteamérica, a la que solo se accede por vía aérea o marítima. Pero lo mejor del trayecto está aún por venir: el Parque Nacional Glacier Bay. Allí el barco se detiene en una bahía de fotográfica belleza a rendirle tributo al glaciar Hubbard, venerado por los indígenas como un dios. Grandes estallidos de hielos celestes y turquesas se desprenden del glaciar y levantan encrespadas olas en aguas translúcidas. Al final está Ketchikan, una ciudad rodeada de bosques, con estrechas callecitas de madera ornamentadas con tótems de cedro, un recuerdo imborrable. Sobre todo si ese recuerdo incluye una vista aérea del pintoresco pueblito desde la terraza en lo alto, donde comí el mejor pescado frito de mi vida: halibut con papas fritas y sal gruesa de mar. n * Creativa.