La imagen más bella está siempre a mis espaldas

Transcripción

La imagen más bella está siempre a mis espaldas
Valle, Agustín, “La imagen más bella está siempre a mis espaldas”,
Otros Hábitos otras miradas, Madrid, Sala Amadís, InJuve, 2002, pp.
38-41, Cat. Exp.
La imagen más bella está siempre a mis espaldas
1. No se cuál es el número exacto de vértebras que ha de tener una
espalda-da para que consiga llamarme la atención. A lo peor no se
trata de una cifra concreta sino una cuestión relativa a las medidas.
Tomar medidas, algo que cualquier artista también los contemporáneos
conoce perfectamente, al menos desde que H. Rousseau intentara el
retrato de Apollinaire: "He perdido la medida de tus espaldas;
¿podrías pasarte un momento por casa?" La anécdota la cuenta Ramón
Gómez de la Serna recordándonos cómo, mientras pintaba dicho retrato,
el aduanero no hacía otra cosa que tomarle medidas a la manera de los
sastres, y las iba apuntando en un cuaderno; después trabajaba de
memoria a partir de las mismas. El problema se iniciaba más tarde,
cuando, de forma casi obligada, semejantes medidas se iban perdiendo
por el suelo.
El arte se ha preocupado muchas veces por resolver el problema de la
espalda, dudando entre ser Ingres o Picasso, tanto da. Pero nadie
quiere hablar ya del uno ni del otro, y cuando lo hacen tontean con el
feo y limitado asunto de las deformaciones. Pero olvidan la verdad del
consejo: "Si a mí me preguntase un pintor lo primero que necesitaba
hacer para pintar una mesa, yo le diría: medirla".
Son palabras del mismísimo Picasso, y no miente, al menos cuando se
trata de hablar de arte. Una vez conseguida la medida podrás hacer lo
que tú quieras; o, al menos, lo que el arte te permita, tampoco te
creas tan seguro e importante.
Tomar medidas. Una cuestión que los sastres y algunos pintores se
saben de memoria. Aunque muchos sastres o pintores resultaron a veces
totalmente desmedidos.
Pienso en los trajes de fieltro de Beuys, o en su legión de falsos
seguidores, y concluyo en que, posiblemente, fueran por lo demás
desalmados; sin nadie o nada que los habite; aún peor, completamente
deshumanizados, cumpliendo sin urgencia lo que anunciara aquel otro.
2. "(...) mostrar el cuerpo envuelto sin dejar que se vea la desnudez,
como si de un traje se tratara". Son palabras de Soledad Córdoba que
acompañan uno de sus últimos proyectos en los que el cuerpo, su propio
cuerpo, es el soporte fundamental de su trabajo. Concretamente, en
esta serie de fotografías (dispuestas en una línea horizontal,
formando parte de un relato no literario, de un proceso) su espalda
¿desnuda? desaparece poco a poco a fuerza de irse cubriendo
¿vistiéndose? de oscuros dibujos. No estoy seguro de que, como ella
dice, el arte actual tenga algo de terapéutico; posiblemente lleve
razón, pero yo tampoco conozco mejor traje que mi piel, aunque el
pobre empiece a estar ya algo raído y se me esté arrugando sin
quererlo. Por eso trato de cuidarlo como puedo, evitando curarlo
demasiado.
Algo tan sencillo como la imagen de una espalda lisa y desnuda que se
va llenando poco a poco de dibujos me hace recordar que la piel es "lo
más profundo" (Valèry), aunque sea, en apariencia, pura superficie.
Desde que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso es el verdadero
material que permite que podamos sobrevivir en este mundo. Según se
cuenta en un viejo mito hebreo, cuando los primeros padres fueron
expulsados al mundo real, su fina y plana piel de luz se fundió de
golpe y se convirtió en cuero resistente. Gracias a ello podemos
resistir en un mundo quizá demasiado solarizado, para mi gusto.
Muchas veces he pensado hasta qué punto mi piel y mi sombra
coincidían. En principio no deberían parecerse, pero cuando me fijo
bien me doy cuenta de que son bastante más que hermanas. Será por su
curioso carácter anamórfico, que permite que ambas sean capaces de
estirarse hasta límites verdaderamente insospechados; será porque
constituyen la parte menos pesada de mi anatomía; o porque son un
retrato aplastado de mí mismo, el residuo más resistente e
inmasticable de mi propio cuerpo. Será porque me recuerdan a un
auténtico doble de mi mismo: lo que me hace estar vivo y no ser el
fantasma redivivo del desventurado Peter Schlemihl, ni del viejo
Marsias o de San Bartolomé.
3. Nunca me he preocupado por lo que pudiera existir detrás de una
superficie. Es una cuestión que dejo para los anatomistas, los
restauradores o, peor si cabe, para los antiguos o nuevos iconólogos.
Me temo que detrás del arte hay mucho menos de lo que se nos dice, o
de lo que algunos desean; posiblemente, cosas mucho menos apasionantes
que la simple presencia de una buena superficie figurada o de la
superficie de una espalda real. El arte ha tenido poco que ver con la
comunicación y sí con la presencia. Por lo demás, la mayoría de las
superficies son tan interesantes y profundas que me falta espacio para
saber de ellas, y tiempo o dedos para disfrutarlas.
En los últimos trabajos de Soledad Córdoba una figura se repite. Es
fácil comprobar cómo en casi todas ellas el cuerpo se escapa, se
oculta, desaparece, se anula, o es tapado, o envuelto de una forma más
o menos paulatina. No creo que sea una coincidencia sino, más bien,
una constatación. En esta serie concreta, titulada "Atrapar", es un
simple dibujo, una sombra, la que avanza arrastrándose antes que
creciendo por la piel de su espalda, mientras termina por aplanarla
aún más y promete una desaparición a la que no se nos deja asistir del
todo. En otras ocasiones, es la ropa, o unas hermosas y pesadas
lágrimas que salen de sus ojos como negros surtidores que terminan
tapándolo casi todo. Tal vez sea cierto que se llora para conseguir
desaparecer, antes que para hacer limpieza.
A todo el que dibuja le acomete la misma tentación: si dibujara
demasiadas cosas acabaría por llenar de negro toda la superficie del
papel y el dibujo terminaría ahogado en un mar negro; más vale
entonces saber parar a tiempo. Ella sabe cómo hacerlo, evitando un
final tan oscuro, antes que hurtárnoslo.
4. Es curioso aunque no tanto Soledad reconoce que sigue dibujando en
un cuaderno sus proyectos; acaso lo único que haga después sea
fotografiar lo que antes allí había dibujado: realizar una especie de
dibujo de un dibujo. Hacer público lo privado, una historia muy
antigua que la delata como una pintora que tiene en cuenta sus
orígenes.
Desde el principio el dibujo ha tenido que ver con las sombras y las
pieles. No es extraño que primero se dibujasen mapas sobre trozos de
piel ni que los pintores usaran durante tanto tiempo la carta pecorina
hasta su moderna sustitución por el papel vegetal. Tal vez un trazo
lineal de grafito no sea más que la concentración de ciertas
cantidades de sombra dispersa que se encuentran en este mundo. Del
mismo modo que el dibujo del mapa de mi cuerpo no sea distinto de
algún fragmento aislado de mi piel en donde la vida ha ido dejando sus
marcas y el Estado ha podido escribir con suficiente autoridad el
texto de la Ley.
Tapar algo para revelarlo, nunca para protegerlo. Esconder para
enseñar, una fórmula muy antigua y eficaz. La Maja vestida de Goya es
mucho más atractiva que la desnuda, no tiene discusión; como tampoco
he deseado nunca encontrarme de frente con la Venus de Velásquez,
porque hay gente que piensa que se parece demasiado al Hermafrodita
del Museo del Prado. Aunque me conformo pensando que, como dice Peter
Handke, "la imagen más bella está siempre a mis espaldas".

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