Espera un mejor mañana, actuando hoy

Transcripción

Espera un mejor mañana, actuando hoy
Espera un mejor mañana, actuando hoy
Por Rony Miguel Sierra Rozo
Quise tomarme el atrevimiento de apropiar, como título de
mi escrito, esta frase que está en una especie de banner en
los computadores de la biblioteca Unicafam. El motivo es muy
sencillo: a poco tiempo de cerrar –espero que con broche de
oro– un nuevo semestre académico, muchos tienen ocasión
de correr innecesariamente en pro de aprobarlo y otros, no
tanto. Es interesante ver cómo abunda la preferencia por dejar
acumular cansancios, fatigas y afanes para los últimos tiempos: último corte, última semana, últimos días. Es por esta
razón que me permití el considerable –y espero que perdonable– permiso de usar esta frase, no sólo como título, sino,
además, como tema de estas cortas líneas.
La vida nos presenta posibilidades para desarrollarnos, quedarnos estancados o involucionar. Pensemos en situaciones concretas: tenemos un empleo en donde devengamos un sueldo
determinado y recibimos nuestra quincena. Tenemos tres posibilidades: la primera, malgastar el dinero en cosas que, muy
seguramente, degenerarán nuestra existencia (drogas, alcohol,
mujeres, etc.); la segunda, gastar todo el dinero que recibimos
en cosas útiles, pero innecesarias y poco urgentes; la tercera,
empezar a ahorrar para, en un futuro, poder invertir en una
buena causa, en una empresa, que pueda servir en beneficio
de futuras y mejores finanzas. En este ejemplo, la primera opción implica una inversión no sólo innecesaria sino, además,
perjudicial para cualquier persona que se someta a ella (habría
que pensar en todas las consecuencias que una decisión así podría implicar: un accidente de tránsito, estar al borde del éxtasis
y vaciar la cuenta bancaria en beneficio de alguien malintencionado, una enfermedad de transmisión sexual, entre otras). La
segunda opción no aportaría nada al desarrollo y, aunque no es
tan perjudicial, tampoco ayuda a salir adelante ni evolucionar
hacia mejores posibilidades (si se escoge esta opción, se estaría
resignado a trabajar eternamente en la compañía actual, renunciando a cualquier tipo de mejora de condición). La tercera
opción, es una oportunidad de asegurar un futuro mejor para
quien la tomara y para los suyos.
El mismo ejemplo se nos presenta en lo académico. Cuando
decidimos no cumplir con los requerimientos mínimos que nos
exige la vida académica, ¬por acomodo, mediocridad, o falta
de interés, estamos renunciando a las pequeñas recompensas
a las que se puede aspirar y/o pretender en un proyecto de
vida. Cuando simplemente asistimos a clases, cumplimos con
nuestros deberes académicos y rendimos lo necesario, nos
estamos quedando con lo más exiguo, ya que no estaríamos
interesados en formar parte de una competencia sana que
bien podría asegurarnos mejores oportunidades laborales en
un futuro y, por el contrario, haríamos parte de la bolsa infinita
de profesionales que no intentaron sobresalir, sino quedarse
con las superfluas cátedras que imparten nuestros profesores.
Cuando decidimos que una familia espera no sólo un profesional, sino al mejor de los profesionales, estaremos dispuestos
a dar la batalla con tal de ser los mejores, actualizándonos e
informándonos cada día más, involucrándonos en actividades
académicas extracurriculares y fijándonos una meta exitosa.
Basta una visión emprendedora, un espíritu dispuesto a la lucha y unos actos coherentes con las dos características anteriormente mencionadas, para decir misión cumplida en una
vida sometida a desdenes, decepciones, inestabilidades, pero
sobre todo, recompensas por nuestros logros. Mañana vere-
mos los frutos de nuestra siembra de hoy. Por ello, es necesario no aplazar la labor para no demorar sus frutos. Lo más
importante es esperar un mejor mañana, actuando hoy.
La vida nos castiga o nos premia dependiendo de nuestros
actos. Estos no son producto de la misericordia o el rencor
de Dios. La voluntad de Dios no es que unos sufran y otros
estemos bien, o viceversa, sino que seamos libres en nuestro actuar, asumiendo las consecuencias –favorables o no– de
nuestras decisiones. Lógicamente, si nos pasamos el semestre, sin cumplir nuestros compromisos académicos, cuando
llegue la sorpresa de haber perdido algunas materias, no podemos culpar a Dios de ello. En nuestro primer ejemplo, no
podemos exigirle a Dios ver pagados los servicios públicos y la
nevera llena de mercado, si malgastamos todo nuestro dinero
en cosas inoficiosas. En última instancia, no podemos exigirle
a Dios cosechar manzanas, donde hemos sembrado hiedra.
El hecho de que el hombre sea inacabado e inacabable, no es
más que la posibilidad que nos presenta la vida de hacernos
mejores a diario, la oportunidad de tratar de alcanzar nuestras
metas cual niño que, en el mar, trata de alcanzar el horizonte,
aquella línea lejana que vislumbra al final de la inmensidad
del mar, pero al acercarse más, ésta más se aleja. La vida no
es para conformismos, es para retos y, estos, deben ser más
y más ambiciosos, pretendiendo llegar más y más lejos, de lo
que nos propusimos al amanecer.
El cierre de semestre debe ser, pues, la oportunidad de reflexionar sobre la posibilidad de llegar más allá de nuestras
metas actuales; la oportunidad de crecer pero, sobre todo, la
oportunidad de saber que mañana podemos esperar el fruto
de nuestro esfuerzo; que no debemos esperar que las cosas
se nos van a dar por casualidad; que nada nos caerá del cielo.
Es la oportunidad de trazarnos, en serio, nuestro proyecto de
vida, nuestras metas; es la oportunidad de reflexionar en qué
es lo que esperamos de la vida y de nosotros mismos, y qué
estamos haciendo para merecerlo y qué nos falta hacer para
alcanzarlo y, lo más importante, es la oportunidad de aferrarnos a un propósito que enmarque el norte de nuestro actuar.
¡Feliz fin de semestre!

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