Homilía Presbiterado Alexander Torres O. Valledupar, 20 de Nov

Transcripción

Homilía Presbiterado Alexander Torres O. Valledupar, 20 de Nov
Homilía Presbiterado Alexander Torres O.
Valledupar, 20 de Nov. de 2010.
Monseñor Oscar José Vélez I., c.m.f.
Obispo de Valledupar.
2 Tim 1, 6-14.
Salmo 118 (117), 1 y 4, 14-17, 21-24, 28-29
Marcos 3, 13-19.
“Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor”. Esta invitación del
salmo, que hemos proclamado, resume magníficamente los sentimientos que vive hoy
Alexander y que vive nuestra comunidad diocesana. Una vez más damos todos gracias a
Dios porque su misericordia para con nosotros es eterna y se manifiesta en forma
particular cuando nos concede un nuevo sacerdote. Es ésta también, ocasión la más
propicia para que todos los que un día recibimos el don del ministerio vivamos esta
celebración con profundo sentido eucarístico, es decir, de acción de gracias por el
ministerio recibido y de renovación de la entrega de nuestra vida, unida a la de ofrenda
sacrificial de Cristo, por la salvación de los hermanos. A ello nos invita expresamente la
primera lectura que hemos escuchado: “Te recuerdo que avives el don de Dios que recibiste
por la imposición de las manos… con la fuerza que Dios te da comparte conmigo los
sufrimientos que es necesario padecer por la buena noticia”.
El evangelio que hemos escuchado constituye en palabras de Benedicto XVI “la descripción
más concisa de la misión sacerdotal … Nos la ha dado el evangelista Marcos, que, en el
relato de la llamada de los Doce, dice: “Instituyó Doce, para que estuvieran con Él y para
enviarlos a predicar”. Estar con Él y, como enviados, salir al encuentro de la gente: Estas
dos cosas van juntas y, a la vez, constituyen la esencia de la vocación espiritual, del
sacerdocio. Estar con Él y ser enviados son dos cosas inseparables. Sólo quienes están “con
Él” aprenden a conocerlo y pueden anunciarlo de verdad. Y quienes están con Él no pueden
retener para sí lo que han encontrado, sino que deben comunicarlo. Es lo que sucedió a
Andrés, que le dijo a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 41).”
“Estar con Él” implicó para los seguidores de primera hora, los apóstoles, emprender un
camino discipular que conllevaba ir con Él de un lugar a otro, poniendo sus pasos en las
huellas de Jesús, para ir identificándose con Él en su estilo de vida, aprendiendo del
Maestro una nueva forma de vivir caracterizada por pertenecer sólo al Padre Dios y por la
entrega de la vida al servicio de los hermanos. Solo de Dios y por ello todo –el tiempo, las
capacidades, la vida entera- para los demás. Hermosamente dicen los Obispos en
Aparecida: “Jesús los eligió para que “estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”, para
que lo siguieran con la finalidad de “ser de Él”, formar parte de los suyos y participar de su
misión” (Aparecida 131). “Estar con Él” para “ser de Él” y compartir su misión y destino.
“Discipulado y misión, dijo el Papa en Aparecida, son dos caras de la misma medalla:
cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que
sólo Él nos salva”.
Para quienes estamos llamados a seguirlo en el tiempo de la Iglesia, “Estar con Él” se realiza
primera y primordialmente mediante la celebración y profunda vivencia de la Santa misa
diaria. En la medida que la vivimos como una intensa experiencia de oración, en que
escuchamos la Palabra como dirigida personalmente a cada uno de nosotros, en que
vivenciamos con profundo sentido cada una de las palabras y acciones del rito litúrgico y en
que entramos en profunda comunión con Cristo que se hace presente sacramentalmente
tenemos la mayor experiencia discipular posible y, en consecuencia, somos enviados, en
nombre del Señor, a la misión.
“La Eucaristía, nos ha dicho Juan Pablo II, no sólo proporciona la fuerza interior para la
misión, sino que es también en cierto sentido, su proyecto” (MND 25). “Cuando se ha
tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y su sangre, no
se puede guardar la alegría para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado
continuamente en la intimidad eucarística, suscita... la exigencia de evangelizar y dar
testimonio... Entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa
experimentar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado
en el rito” (MND 24). Los discípulos de Emaús, después de haber reconocido al Señor, se
fueron inmediatamente a comunicar lo que habían visto y oído. En días pasados, con
ocasión de la festividad de San Pío X, decía el Papa: “Sólo si estamos enamorados del Señor
seremos capaces de llevar a los hombres a Dios y abrirles a su amor misericordioso y de
este modo abrir el mundo a la misericordia de Dios”.
Hermanos, presidir en nombre del Señor exige al sacerdote tomar conciencia de ser
enviado por el Padre a invitar a los hombres al banquete del Reino. El Presbítero celebra la
acción del Hijo del hombre convocando y reuniendo a los hijos de Dios dispersos y perdidos
en torno a Jesucristo. “La despedida al finalizar la misa (podéis ir en paz) es como una
consigna que impulsa al cristiano -y con mucho mayor realce, al sacerdote- a
comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad”
(MND 24).
En unas ordenaciones realizadas en el día del Buen Pastor, decía el Papa Benedicto XVI a
los candidatos: “Para ser dignos ministros suyos debéis alimentaros incesantemente de la
Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana. Al acercaros al altar, vuestra escuela diaria
de santidad, de comunión con Jesús, del modo de compartir sus sentimientos, para renovar
el sacrificio de la cruz, descubriréis cada vez más la riqueza y la ternura del amor del divino
Maestro, que hoy os llama a una amistad más íntima con él. Si lo escucháis dócilmente, si lo
seguís fielmente, aprenderéis a traducir a la vida y al ministerio pastoral su amor y su
pasión por la salvación de las almas. Cada uno de vosotros, queridos ordenados, llegará a
ser con la ayuda de Jesús un buen pastor, dispuesto a dar también la vida por él, si fuera
necesario… A pesar de las incomprensiones y los contrastes, el apóstol de Cristo no pierde
la alegría, más aún, es testigo de la alegría que brota de estar con el Señor, del amor a él y a
los hermanos.” (Benedicto XVI, homilía ordenaciones, fiesta del Buen Pastor 2007)
Querido Alexander y amados hermanos sacerdotes: Es mucho lo que puede cambiar en
nuestra vida y en nuestro modo de celebrar la eucaristía cuando pronunciamos las palabras
de la consagración no sólo “in persona Christi”, sino también en nuestra propia persona.
“Tomad y comed, hermanos y hermanas, “esto es mi cuerpo –mi tiempo, mis energías,
recursos, capacidades- ofrecido en sacrificio por vosotros… Tomad, bebed, este es el cáliz
de mi sangre – mis sufrimientos, combates, fracasos, enfermedades-, derramada por
vosotros”… Estas palabras tomadas en serio pueden transformar toda la jornada del
sacerdote en una eucaristía. San Alberto Hurtado decía: “Mi misa es mi vida y mi vida es
una eucaristía prolongada.”
Cuando Jesús dijo: “haced esto en memoria mía”, tal vez no pretendía decir sólo: “Repetid
exactamente los gestos que me habéis visto hacer”, sino algo más esencial: “haced la
sustancia de lo que yo he hecho. Yo me he ofrecido al Padre por vosotros; ofreceos
también vosotros conmigo al Padre por los hermanos”. En todo caso, así es como entiende
Pablo las palabras de Cristo cuando dice: “Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de
Dios que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este ha de ser vuestro
auténtico culto” (Rom. 12, 1).
Quiero terminar estas consideraciones con una oración que ofrezco no sólo por Alexander
en el día de su ordenación sacerdotal, sino también por todos los amados presbíteros de la
Diócesis: Padre, haz de estos hijos tuyos, un reflejo fiel de tu eterno amor, capaces de
entregarse sin reservas para que tu pueblo crezca en la fe profunda, en la esperanza activa
y en la caridad generosa. Fórmalos según la imagen de tu Hijo, que sean acogedores con
todos, siervos por amor, discípulos humildes y constantes, anunciadores valerosos y
seguros de tu Palabra que es vida, amigos de Dios entre los hombres, profetas del Reino
venidero, sacerdotes del único sacrificio, pastores y guías transparentes de tu pueblo
peregrino en el camino hacia la Patria de tu promesa. Llénalos de tu Espíritu, Padre, y haz
que sean siempre profetas de la Buena Noticia para cuantos les confiarás, hoy y siempre,
transmitiendo a todos gozosamente la gracia inefable de tu amor. Amén. (Bruno Forte).

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