Entrevista a Rodrigo Parra Sandoval

Transcripción

Entrevista a Rodrigo Parra Sandoval
14 de mayo de 2014
El investigador como maestro!
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Entrevista a Rodrigo Parra Sandoval
Por: Zabrina Welter
Área de Ciencia y Tecnología del
Convenio Andrés Bello
Actualmente el Convenio Andrés Bello, con el apoyo de la Fundación Restrepo Barco, la Universidad de Ibagué y la Universidad Externado de Colombia, prepara la publicación de la obra La vida de los maestros colombianos. Interculturalidad y ciudadanía en la escuela, que recoge los resultados de una investigación realizada por Rodrigo Parra Sandoval, Elsa Castañeda Bernal, Juan Carlos Tedesco, Patricia Calonje y Rocío Rueda, a finales de la década de los 90 del siglo pasado. En sus cuatro tomos, la publicación recoge la biografía de 72 maestros colombianos de Bogotá, el Pacífico, el Caribe y algunas etnias indígenas. A propósito del especial sobre los maestros, quisimos hacerle una entrevista a Rodrigo Parra Sandoval, sociólogo y uno de los más importantes investigadores educativos de Colombia y América Latina, que ha dedicado su vida a investigar la escuela colombiana. La entrevista hace énfasis en un momento específico de su vida: cómo él había llegado a ser maestro. A continuación está su respuesta. 1
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Zabrina Welter: ¿Cómo llegaste a ser maestro? ¿Fue una decisión que llegó inesperadamente o sabías desde el principio que querías serlo? Rodrigo Parra Sandoval: Cuando yo vine a la universidad, que era donde tenía que tomar la decisión de qué quería hacer por el resto de mi vida, mi decisión fue: “Yo lo último que quiero ser es maestro.” Mi madre era maestra y yo no quería ser lo que fuera mi madre. Eso me parecía muy bonito en ella, pues era una maestra que quería mucho su trabajo, pero por muchas razones de las maneras de ser padres e hijos de este país, yo no quería de ninguna manera ser eso. Yo decía: “Hay ciertas cosas que yo jamás puedo ser. Yo no puedo ser ni ingeniero, ni nada de ese tipo de cosas. Yo no tengo las habilidades para serlo y no quiero ser maestro, no me quiero dedicar a la educación.” Entonces, me quedaba una cosa que yo podía ser sin ser maestro, que era dedicarme a ser investigador, pues me gustaba escribir e investigar. !
Cuando empecé a estudiar sociología, hacíamos investigaciones con los profesores de primer orden, colombianos y extranjeros, incluyendo a Orlando Fals Borda, sobre muchas cosas y salíamos a hacer trabajo de campo. A mí ese mundo me fascinaba. Entonces me fui para Estados Unidos a formarme como investigador. Por el momento, no pasaba por mi cabeza ni ser maestro, ni estudiar la escuela o la educación, pero esas cosas son de pronto un destino a veces inevitable. Cuando me fui a hacer mi doctorado, tenía gran cantidad de información sobre el sistema educativo, sobre todo cuantitativa y yo llegué con eso a Estados Unidos y dije que iba a usarla en mi tesis. Caí en la trampa, hice una investigación sobre la educación y sobre la movilidad social. Cuando llegué acá, me preguntaron qué había hecho y todos mis trabajos eran sobre educación, tendría unos de sociología rural y de tecnologías agrícolas, que eran unas de las cosas que había hecho con Orlando Fals Borda, pero les interesó más el tema de la educación. En la Universidad de los Andes me dijeron que querían hacer un proyecto sobre educación en la economía, entonces me fui a trabajar con los economistas de los Andes. Era simpático, porque era el único que no era 2
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economista. Esos muchachos hablaban de la economía del país como quien habla de su finca, unas teorías que yo no entendía, entonces nadie me molestaba y yo hacía mi trabajo callado, pero ahí también tuve que hacer muchas cosas de educación. Un día hubo una discusión muy grande en la facultad de profesores y estudiantes sobre el siguiente tema: ¿Qué hacer con la educación en el país? Entonces unos decían: “La educación es la base del desarrollo, tenemos que reforzarla, modernizarla, hacer muchas cosas porque la educación es la que va a desarrollar el país.” Otros decían: “La educación es un aparato del Estado para que no haya una transformación verdadera, sino para que todo siga igual, por lo tanto hay que eliminarla.” Se formó una algarabía, una discusión que duró dos días. En un momento determinado de la discusión, alguien dijo: “ Y, ¿en qué estudio nos basamos para escribir que la escuela es lo uno o lo otro? Dónde están las investigaciones que s u s t e n t a n e s o .” S i l e n c i o t o t a l , n o h a b í a investigaciones en el país que trataran ese tema. A mí ese tema sí me llamó mucho la atención, es decir, estudiar la escuela como una institución social. Eso quería hacer, entonces le propuse a la universidad hacer la investigación, pero era una investigación que tomaba muchos años hacerla. Pero me respondieron que estaban interesados en la pobreza. Ahí me di cuenta que en ninguna universidad iba a poder hacerla, entonces me salí de los Andes y dije que la iba a hacer yo. Empecé un trabajo de más de 15 años, de hacer una cosa como un gitano sociológico, que era hacer propuestas para investigar escuelas en todo el país, en todas las regiones, estudiando temas distintos en cada una de ellas, para tener como una especie de gran paisaje para saber cómo es la institución escolar en Colombia. Me dediqué a eso, presentando proyectos en Colciencias, en Naciones Unidas, en todo el que tuviera algo para educación. Me iba de pueblo en pueblo, cogía una bicicleta y me iba a buscar las escuelas rurales, a preguntar si me dejaban hacer ahí el proyecto. Fui a escuelas en el Amazonas, en La Guajira, en el Chocó, Cali, en muchas partes y culturas hasta que llegó un día en el que decidí que lo que tenía que hacer era un compendio de todo lo que había investigado, ponerlo 3
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todo junto y mirar a ver qué era lo que podía decir sobre esto. Estaba en ese momento pensando cómo le enseñaba yo a los maestros a investigar, cuando por coincidencia me llamaron de la Universidad del Quindío, de la escuela de trabajo social, la directora, y me dijo: “Mira es que yo voy a formar maestros, pero ellos, para venir a Armenia tienen que gastarse cinco o seis horas en mula y después coger un bus para poder llegar a Armenia. Ellos van a hacer una maestría y tengo cinco generaciones de maestros. Yo quiero que me forme a las cinco generaciones en investigación, quiero que el centro de trabajo de ellos sea la investigación y yo sé que tú has estudiado i n v e s t i g a c i ó n y q u e h a s h e c h o m u c h a s investigaciones en la escuela. Quiero que les enseñes a investigar su escuela.” Yo me vi a gatas. Me decía: “¿Qué le digo?” Ella estaba muy entusiasmada y además era lo que yo había empezado a pensar, me parecía una oportunidad muy linda, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. Entonces le dije: “Déme tres días, yo la llamo”, y me puse a hablar con mis colegas que investigaban en educación y les preguntaba que qué les parecía. Me decían que estaba loco, que era un suicida profesional, que los maestros no escribían ni cartas de amor. Me decían que lo olvidara. Como todo el mundo me dijo que no, eso me picó la curiosidad. Entonces le dije a la directora: “Yo voy allá para que hablemos, pero solo para que hablemos y allá vemos.” Entonces fui para allá y nos reunimos para almorzar y luego para comer, era una mujer muy entusiasta. No sabía mucho qué era eso de investigar, pero sabía que era muy importante. Yo le explicaba qué hacía cuando investigaba y tuvimos una charla así. Al final, no supimos cómo hacerlo pero me dijo: “Bueno, anímese, hágale, de pronto lo descubre.” Y yo acepté. Llegó el primer grupo, 30 maestros, de los cuales cada uno tenía que hacer una investigación. Yo los visitaba en Armenia una semana de cada mes. Era un trabajo extenuante, porque ellos empezaban a presentar ideas de su trabajo y a decir cómo lo harían y yo tenía que revisar 30 investigaciones. Una hora para cada uno. El maestro presentaba el proyecto en media hora y yo en la otra media hora tenía que pensar si sí era un problema relevante, si como lo estaba planteando estaba bien, etc. Al 4
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cuarto de esos yo ya estaba muerto. Por la noche eso era terrible, no podía dormir porque tenía la cabeza llena de los proyectos de los maestros. Así me pasaba los ocho días. ZW: ¿Cómo solucionaste entonces este problema? RP: Pues resulta que empecé a entender el problema, que era que no sabía cómo llevarlos a plantear su pregunta, su problema, qué era lo que querían hacer, sin que ellos se pusieran a revisar libros. Yo les prohibía que lo hicieran y les decía: “Lo que me interesa es que miren su escuela y le pregunten a esa escuela, qué es lo que está mal, qué funciona ahí, qué preguntas les da usted la escuela.” Y venían otra vez con otro libro distinto a contarme qué querían. Ya se estaba acabando el primer taller y yo sólo pensaba en la atrasada que me iba a pegar si eso no salía, si no eran capaces de decir qué de su escuela iban a estudiar. Finalmente les dije: “El que me traiga un problema sacado de un libro, es decir, el que lea, lo rajo.” Yo solo pensaba: “¡En qué me estoy convirtiendo!” El último día, cuando yo ya estaba desesperado, una maestra alzó la mano y dijo: “Pues profe, yo estoy muy preocupada con el asunto de las tareas, porque yo pienso que las tareas que les ponemos no es para que ellos reafirmen sus conocimientos, lo que les estoy enseñando, sino para controlarlos en la casa, para que no salgan a jugar y terminen no haciendo nada, hay que controlar a estos muchachos también con la familia. A mí me gustaría saber qué estamos haciendo nosotros con las tareas, para qué las estamos poniendo.” A mí me volvió el alma al cuerpo cuando la maestra dijo eso. Yo dije: “¡No! Qué pregunta más interesante, ¡qué proyecto! Eso es un proyecto, esa es una pregunta para su escuela y sus muchachos y lo que usted está haciendo con ellos. Un aplauso para la profesora.” Ahí todos me dijeron: “No, profe de esos problemas yo tengo 800.” Les dije entonces, que cada uno cogiera uno de esos y logramos organizarlos. Acá ellos descubrieron qué era eso de plantearse una pregunta y que ellos la podían hacer por sí mismos y que no tenían que pedir asesoría internacional. Entonces ya cada uno empezó a trabajar muy bien su investigación. 5
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Cuando llegó la pregunta de ver cómo iban a interpretar la información que recogían, yo empecé a explicarles cómo se interpretan las historias que uno recoge de la siguiente manera: les dije que tenían que pensar como si fueran una alcachofa, en donde sacas una hojita de afuera, le untas salsa, te la comes y sacas la siguiente. Les expliqué que esto quería decir que iban entendiendo mejor su planteamiento, hasta que llegaban al corazón de la alcachofa, que quería decir que ya habían comprendido lo central de su problema. Yo me decía: “¿Cómo les explicas tú eso de investigar sin inventarte unas metáforas? Eso es muy complicado.” Entonces empezaron a hablar del corazón de la alcachofa y mamaban gallo. Un día estaban muertos de la risa y yo me preguntaba por qué se reían tanto. Entonces un estudiante me dice: “Profe, ¿sabe? Es que nos estamos riendo de usted.” Y yo dije: “¿Por qué?” Y me dicen: “Imagínese que nosotros le hemos dicho que sí, que el asunto de la alcachofa lo entendemos, pero resulta que nosotros en nuestra vida hemos comido alcachofa, ni sabemos cómo sabe.” Yo solo pensaba en lo bestia que había sido. Claro, cómo no se me ocurrió que eso no era un asunto del mundo popular. Entonces les dije: “Vámonos para la galería a buscar alcachofas.” Compramos un baldado de alcachofas y nos fuimos a la casa de una maestra que vivía en Armenia, cocinamos esas alcachofas y les hicimos una salsa para untar la alcachofa, inventada por ellos. “Como para una ensalada”, les decía yo. Entonces empezaron a comerse la alcachofa y se morían de la risa. “Estamos comiendo hojas como los caballos.” Y dijeron: “Profe, eso así no sabe a nada.” Y yo les dije: “Sí, pero el chiste es que nos comamos toda la alcachofa, para entender la metáfora.” Entonces dijeron: “¿Por qué no nos la comemos con cerveza?” Entonces les dije que bueno, que trajeran cerveza. Nos comimos la alcachofa con cerveza, fue algo muy particular, hasta que llegaron al corazón y dijeron: “Ah, sí, el corazón de la alcachofa.” Y tomando del pelo, ellos fueron entendiendo la lección de interpretación. Me dijeron que con esa demostración, ya habían entendido y empezaron a hacer el intento de interpretación y se fue volviendo muy interesante. 6
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ZW: ¿Qué aprendizajes tuviste de esta experiencia? RP: Ahí me di cuenta que uno mete las patas culturalmente, yo tenía la obligación de pensar como maestro, que ellos culturalmente no comían eso, pero no, no caí en la cuenta. Así fui aprendiendo con ellos y fue como me fui inventando la manera de cómo enseñarles a ellos esos conceptos muy complicados. Por ejemplo, en las primeras clases, una pregunta que me hicieron me dejó verde. “Bueno profe, ¿qué es la ciencia y qué es eso de investigar?” ¿Cómo les explicas tú en tan poco tiempo semejante discusión? Entonces busqué una nueva metáfora y de pronto se me ocurrió la metáfora del juego del ping pong. Les hice un dibujo en el tablero y les dije: “Hay una mesa y hay una red en la mitad y una bolita pequeña. La señora tiene una cacharra para jugar y hay otra persona al otro lado también con una cacharra. Supongamos que de este lado está la teoría y de este otro, la aplicación de esa teoría, o sea la búsqueda en la realidad, en la escuela, por ejemplo, que es su realidad. Entonces usted saca la bola de aquí para acá, es decir, tiene una pregunta de la teoría y le pregunta a la realidad, y la realidad le contesta y usted devuelve la bolita y con esa respuesta, usted va interpretando esa realidad.” Entonces me preguntaron que qué era la filosofía. Entonces les dije que la filosofía era un tipo que jugaba solito con su cacharra y la bolita. Uy, si me hubieran oído mis colegas, me matan, pero ellos entendieron así. Todo era así. A ellos les fascinaban las metáforas y se morían de la risa, pero iban entendiendo el asunto. Cuando había algún lío conceptual me decían: “Busquémonos una metáfora, profe.” Y así también fueron aprendiendo a buscar metáforas. Eso me libraba de unas discusiones terribles de ciencia en las que nos podíamos enredar en unas discusiones eternas. Era un proceso de aprender a enseñar a investigar a una persona que no ha sido formada para hacerlo, pero que en su profesión necesita eso, como los m a e s t r o s , p a r a l o s q u e l e s e s m u y ú t i l pedagógicamente. Así fui aprendiendo con la práctica cómo hacerlo y terminé formando a maestros en investigación de las escuelas normales del país con el Ministerio de Educación. Empecé a enseñarles a los 7
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maestros como de 80 normales, grupos como de a 20 maestros. Nos encerraban una semana en ese pueblito de las aguas termales, en Paipa, nos íbamos a un hotel y trabajábamos día y noche. Yo salía muerto, pero era muy rico, era de esos cansancios ricos que uno sabe que está haciendo algo que le gusta y que a uno le sale bien enseñar ese asunto. Ahí me descubrí, para relacionarlo con tu primera pregunta, siendo maestro. Entonces yo me decía: “Miércoles, terminé siendo como mi mamá, acá ella me está castigando.” Así descubrí que lo que a mí no me gustaba era por ejemplo, enseñarles a los estudiantes una teoría o una cosa que dijeron otros. Eso no lo enseñaba, porque no tengo el histrionismo, ni la capacidad para seducir a los estudiantes en masa, ni la habilidad para acordarme de todos esos autores, libros y artículos, yo era un profesor muy aburrido, me aburría a mí mismo. Yo pensaba que claramente los estudiantes también se morían del aburrimiento, pues no tenía el entusiasmo, pero entonces descubrí que me fascinaba enseñar a investigar haciendo investigación, haciendo las cosas en la vida real, que eso me encantaba, porque era un asunto en el que había riesgos, de que no te saliera nada y quedaras como una pelota, además delante de los estudiantes y que te dijeran: “Usted tampoco pudo, profe.” A mí me encantaba ver a los estudiantes creando cosas, enredados pensando: ¿cómo me invento esto?, ¿cómo hago esto? Esa cosa me encantaba, me divertía mucho y me parecía muy lindo que ellos estuvieran metiéndose en eso, en algo que no sabían. Entonces descubrí que sí me gustaba ser maestro, pero así. 8

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