Maradona: ¿Líder o caudillo?

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Maradona: ¿Líder o caudillo?
Maradona: ¿Líder o caudillo?
Valeria Cifuentes R.
ESE - Escuela de Negocios, Universidad de los Andes
No sé nada de fútbol. Me gusta mirarlo a veces, pero eso no basta para conocer jugadores, fechas,
campeonatos, etc. Sin embargo… ¿Quién no conoce a Maradona? ¿Quién no ha visto al menos
una de esas jugadas pirotécnicas que lo han hecho famoso en la cancha? ¿Quién no sabe que ha
sido uno de esos pocos jugadores latinoamericanos en la historia del fútbol, que se ha paseado por
famosos equipos de Europa? ¿Quién no está al tanto de la admiración y fidelidad que despierta?
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Infunde pasiones Diego. El revuelo que ha causado su estado de salud en los últimos días,
demuestra que no estamos hablando de un pequeño grupo de hinchas. Se trata de primeras
planas, oraciones multitudinarias, “peregrinaciones” al lugar donde se encuentra, declaraciones de
los más famosos futbolistas, etc. El pueblo lo admira, el pueblo lo quiere, el pueblo lo sigue. Es
más, sus seguidores confían plenamente en su “redención”, luego de la oscura historia personal
que ha tenido. Algunos ni siquiera creen en la responsabilidad que le cabe en los errores
incurridos. Y aunque la tuviera, lo seguirían “hasta el fin”.
¡Qué líder…! ¿Líder? Con toda humildad y respeto, propongo que tomemos este ejemplo para
reflexionar en torno a algunos temas que nos interesan y de esta manera ir aclarando ciertos
conceptos que a veces pueden quedar obnubilados por el entusiasmo.
En términos sencillos, el liderazgo es la capacidad humana de dirigir, guiar o conducir a otras
personas. Algunas teorías de liderazgo centran su atención o fundamentan esta capacidad, sólo en
las habilidades de persuasión. De acuerdo a ellas, lo central estaría en algo así como una
capacidad “retórica” que mueve a la masa.
Esto es discutible y permítanme proponerles una tesis alternativa según la cual el auténtico líder es
quien suscita adhesión persuadiendo, moviendo voluntades, pero con un propósito
conscientemente buscado y que permita crecer a los seguidores. Fundamento esta posición de la
siguiente manera: los seguidores no son irracionales, son personas. Y no es posible ser un
auténtico seguidor -no un esclavo, un sometido o simplemente una parte indiferenciada de la
masa- si uno no acepta ser libremente un seguidor. Y este acto de humildad por el cual nos
reconocemos menos capacitados que el líder para dirigir, y por el cual a su vez nos disponemos a
obedecer, es un acto voluntario e inteligente. En él se pone a prueba nuestra posibilidad de
vislumbrar la finalidad propuesta por el líder, calificarla como razonablemente buena para nosotros
y de darnos cuenta que nuestro principal medio para obtenerla es, en primer término, seguir a
quien la ha propuesto. De esta manera, el poder (formal o informal) que tiene ese líder para
conducir nuestras voluntades, adquiere sentido cuando se pregunta un para qué y cuando ese
para qué también tiene sentido para nosotros.
Un auténtico líder colabora en el desarrollo de sus seguidores. Infunde confianza y fácilmente es
seguido en sus decisiones, pero porque lo que busca y manda, es bueno para todos. Si no fuese
así, su poder se desvanecería. Sin ir más lejos, cuando uno se sabe manipulado por una retórica
vacía, pierde las “ganas” de obedecer. Y si lo seguimos haciendo, será porque aquel que pretende
dirigirnos ejerce algún tipo de poder coercitivo… Y todos sabemos que alguien que es seguido por
obligación, no es un líder.
Diego Armando puede ser un gran caudillo, pero no un líder. Tal vez ya lo intuíamos, pero me
parece importante haber aclarado las causas de esta afirmación. Pues así, realidades tan
esenciales para las sociedades humanas como el liderazgo, no se vuelven triviales. Quien se ha
esforzado por ser un buen líder, aspira a “desaparecer” para que aquellos a quienes ha educado o
hecho crecer, se conviertan en directivos. Comprende que está dejando un legado a sus
seguidores y que está dispuesto a sacrificar su bien particular por el bien de todos. Mover masas,
ya sea con palabras o goles, no basta. Es sólo un requisito de la gran excelencia directiva.
Publicado en la "Columna de Recursos Humanos", Diario Financiero. Abril 2004.

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