Al estilo de Juan Azcue

Transcripción

Al estilo de Juan Azcue
Al estilo de Juan Azcue Infancia en primera persona Mi niñez en el campo en Tandil fue crucial en mi formación interior. Era un niño rodeado de adultos. El contacto fuerte con la naturaleza y los pocos elementos de entretenimiento, me obligaron a buscar distracciones que estaban más adentro mío que afuera. Una larga galería era mi pista de juego para los días de invierno. La primavera y el verano me permitía gozar de los viejos árboles, de una enorme quinta, de los arroyos cercanos o de mi querida sierra. La sombra fresca de una enorme tipa era mi lugar predilecto; el sol tejía y destejía una trama de sombras y luces a través de su follaje. A la noche, la cocina enorme y elemental pero pintoresca era mi reducto, donde encima de una mesa también enorme, desplegaba mis queridos papeles, lápices y acuarelas. Cerca de una cocina de leña que abrigaba desde la mañana este lugar tan agradable, creo que he pasado los momentos más felices de mi infancia. Juan Azcue, el narrador de estas líneas, aplicado ya desde la época de los dibujos en la bucólica cocina, ha hecho los deberes. Previendo la entrevista, se ha puesto a pensar (¡y a escribir!) sobre su vida, y sobre todo aquello que confluyó en la persona que es hoy: un reconocido diseñador de muebles e interiores que consolida su prestigio con cada trabajo, participación pública, y también con cada vidriera de su local frente a la Plaza Vicente López. ¿Minucioso? ¿Perfeccionista? Sí, hasta la obsesión, su gesto de escritura lo dice todo. "Es que soy mejor escribiendo que hablando", esgrime al tiempo que prepara los apuntes manuscritos para leerlos. Pero luego olvidará completamente sus miedos iniciales de que su locuacidad no esté a la altura de las circunstancias y, entregado a un diálogo fluido, refutará ampliamente ese temor: memorioso, expresivo y hasta teatral para contar su vida y su obra, Azcue no necesita machetes. Todo empieza, entonces, en el Tandil de los años `40, entre el campo serrano y el pueblo chico. Tiempo en que este chico solitario (fue único hijo) y pensativo, pasa sus tardes estudiando los contrastes de luces y sombras y, cuando refresca, aplica sus observaciones sobre papel. Claro que tanto manejo plástico llamará la atención de sus profesores en las clases de arte del colegio, "situación que me incomodaba, porque no entendía cuál era mi mérito". Y, llegado el momento de las definiciones vocacionales, la balanza se inclinará irremediablemente hacia la estética. "Momento duro: debía enfrentar a mi padre, que quería que el futuro de su hijo fuera a su imagen y semejanza -­‐no en balde él le había puesto tanto esfuerzo a su querido campo-­‐. Pero ese hombre austero en gestos y palabras fue sabio y me liberó, rompiendo para siempre su sueño", relata Azcue todavía conmovido. Bohemia en la azotea Así, libre para obtener su ansiada formación en arte y embriagado en fantasías de bohemia, Juan recaló en la metrópolis y se instaló en una pensión para jóvenes del interior. "Medio pelo total, en Bartolomé Mitre y Callao", define, y estalla en carcajada al evocar su primera residencia citadina. "Pero yo quería eso; y me elegí un cuarto solo para mí, tipo ático; para llegar, debía atravesar toda la azotea. Lo tapicé de afiches, y desde ahí veía los techos, las cúpulas y las demás terrazas". El tandilense se zambulló en el Buenos Aires cultural: carrera de escenografía, clases de dibujo, taller de pintura con Horacio Butler; el mejor teatro y el cine europeo de vanguardia lo contaban entre su público habitué; el incipiente Instituto Di Tella, también. En fin, no había actividad artística que se perdiera ni personaje del mundillo a quien no conociese. "Nada me importaba más que estar alerta y aprender", recuerda. Hubo también una frustrada incursión en la Facultad de Arquitectura. Pero hoy es claro como el agua para él que nunca pensó en terminar la carrera, que "arquitectura fue un pretexto para empezar a irme de Tandil" -­‐tal era el peso del mandato paterno-­‐. Por eso, a la muerte de su padre, Juan regresó al pueblo natal decidido a saldar una cuenta pendiente. Tenía 27 años. "Volví al campo y puse en marcha una empresa agropecuaria del nivel que él hubiese deseado ver; distinta a lo suyo -­‐él era un personaje hecho a sí mismo"-­‐ aclara. "Yo no; llamé a especialistas en agricultura y ganadería para que me dieran asesoramiento, y con bastante esfuerzo y muy poca aptitud mía, dejé eso funcionando, lo cual me hizo muchísimo bien moramente. Me reivindiqué frente a mi Viejo". Azcue, diseñador Así, a los treinta y pico, con las cuentas psicológicas en orden y la fuerza de la vocación pugnando por desarrollarse, Juan volvió a la ciudad, su verdadera casa. Recién llegado y sin meditarlo demasiado, puso su primer Azcue Diseños en un local en Callao entre Arenales y Juncal. "Fue una total inconciencia, en la que arriesgué parte de mi patrimonio… pero me urgía hacerlo, sentía que era para lo que estaba destinado. A esa altura ya había bajado mis humos de ser Picasso… ¡y quería ser David Hicks!", y vuelve a tentarse. Eso fue alrededor de 1977, según logra reconstruir. El principio de una trayectoria ascendente en el universo del diseño vernáculo que le ha deparado satisfacciones, el reconocimiento de sus pares (una enorme proporción de sus clientes son decoradores que le compran para sus ambientaciones); y sendos premios (en diversas ediciones de Casa Foa, por ejemplo, la mención DArA (Decoradores Argentinos Asociados) en 1997; el primer premio La Nación en 1998; la medalla de oro Mercedes Malbrán de Campos en 2000 y, en 2003, el primer premio Diseño de Autor). Como diseñador de interiores también ha trabajado y lo sigue haciendo, pero en menor medida, de manera absolutamente selectiva. "Decoraciones he hecho, pero no son mis favoritas. Me gusta hacer cosas para gente que me relaja, con la que yo siento que puedo compartir cosas gratas además del trabajo. En ese caso, como disfruto tanto de lo que hago, me cuesta considerar mis honorarios. Y si no, si te la hacen pasar mal, no hay plata que lo valga. Tengo una reacción como de irme encapsulando, autoprotegiendo. Pero me siento dichoso de poder vivir de lo que me gusta". Y asegura que, aunque por vía indirecta, fue su padre quien le mostró el valor de hacer lo que a uno le apasiona. "Al amar tanto lo que hacía y al ser tan exigente, él me dejó la enseñanza de que hay que tener una gran vocación. Uno trabaja muchas horas, no siempre en buenos climas y situaciones. Así que creo que realmente acertar con tu vocación, es una enorme dicha". En estos años, Azcue no ha cesado de incorporar elementos a su nutrida imaginación. La clave ha residido, básicamente, en mirar. Viajes, libros y revistas, análisis exhaustivo de las tendencias y del espacio, a los que sus ojos saben escanear con rayos de algún tipo especial. Además, claro, del contacto sostenido con artistas, esos eternos ídolos suyos (de todas las generaciones) que él invita a participar a su mismísima vidriera. Es paradigmático en este sentido lo de la próxima Foa, para la que ha convocado a un heterogéneo grupo de creadores que mostrarán obra en su sector. Será, seguramente, una exhibición de la plenitud que ha alcanzado en la experimentación formal. Porque indudablemente, sus diseños atraviesan la madurez, reflejan una síntesis. La elegancia de volúmenes, la pureza de líneas y, a la vez, cierta sofisticación muy contenida, los caracterizan invariablemente. "Siento que ha ido apareciendo en mí un mayor atrevimiento. Ahora soy más seguro, hago cosas que a otra edad no me animaba a hacer", reflexiona con satisfacción. Azcue, paterfamilias Pero la consagración de Azcue a su trabajo tiene límites: los que impone el haberse convertido -­‐algo tardíamente para la estadística-­‐ en un genuino paterfamilias. Porque, recapitulando, en algún punto de su vida adulta, Azcue se vio jugando al conquistador con una bellísima modelo veinte años menor que lo "deslumbraba". Luego de un período de amistad y del inicio de un romance entre la chica en cuestión y otro caballero, Juan tomó conciencia de la hondura de sus sentimientos y que -­‐vaya declaración-­‐ "no podía transitar el resto de mi vida si no estaba Gabriela". Airoso en el duelo con su contendiente, casóse con la mujer de los enormes ojos verdes que lo mira desde un retrato cada vez que está sentado en su escritorio en la trastienda del local, y saldó otra cuenta con la vida: convertirse en padre. "Yo tengo alma de Papá", afirma con mucho más orgullo del que demuestra ante el éxito profesional. Juan, de 14 años, Joaquín, de 13 y Manuela, de 10, hoy son el público al que más le importa agradar. "les fascina lo que hago; los sorprendo todo el tiempo". Compra arte de contemporaneidad rajante y similar nivel de provocación, y se los pone delante para ver qué opinan. Dice que quiere formarlos en la mayor cantidad de temas que esté a su alcance "más todo lo que llegan solos, cosa tan distinta a lo que me pasaba a mí… Y les digo, ustedes van a vivir 90, 100 años, van a tener vidas muy largas, mucho tiempo, tienen que llenar su cabeza con muchas cosas, porque cuantos más recursos tengan a mano, más felices van a ser." Ahora que planea hacer una casa en el campo en Tandil -­‐del que nunca se ha desprendido y que confiesa adorar-­‐ ellos intervienen… y él los escucha. Es sin duda un proyecto familiar. Ni la casa del 1800 sobre el bajo donde transcurrió esa infancia callada y feliz, ni el disparate arquitectónico que trazó un día su padre, decidido a trasladar la residencia familiar al alto ("un esperpento, pobre Viejo", resume Azcue). "Tengo una idea clara de lo que quiero: voy a sacarle el jugo a lo simple. Incluso estoy pensando en hacer una estructura de hierro y no de hormigón, para no afectar las sierras". Las líneas de la que seguramente será la obra de su vida, se le dibujan en la mente día y noche, y lo desvelan. Claro que -­‐como todos los proyectos donde interviene-­‐ los espacios son concebidos en escala real, y ya vienen amoblados. Sus lugares son como bebes que nacen vestidos. "Yo entiendo la cosa espacial. De pronto los arquitectos ven los espacios pero no incluyen los muebles; y yo no concibo una cosa sin la otra", afirma sin ánimo de polemizar, pero con años de experiencia a cuestas. Proyectada para el descanso familiar, diseñada para albergar nuevas horas felices, será una casa mimetizada con el entorno serrano, respetuosa de las piedras, rendida ante la magnificencia de las vistas. Echará a rodar los recuerdos y los recursos creativos de su dueño. Pondrá en diálogo el pasado y el presente, lo personal y lo laboral. Reunirá, por primera vez en la vida de Juan Azcue, la tierra natal con la vocación. El círculo se habrá cerrado. 

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