SOBERANÍA DEL PUEBLO Y PLENOS PODERES Holger

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SOBERANÍA DEL PUEBLO Y PLENOS PODERES Holger
SOBERANÍA DEL PUEBLO Y PLENOS PODERES
Holger Díaz Salazar1
Punto de partida: Al leer las páginas de la propuesta de Carta Magna elaborada y emitida
por el Consejo Nacional de Educación Superior (CONESUP, 2007), encuentra usted que
“La soberanía radica en el pueblo”, porque el “pueblo”, como en adelante diremos, la
multitud, es el “depositario del poder constituyente” (Art. 1, numeral 3) y del que deriva el
“poder público”. Nos da pie entonces a que hagamos una introspección pensante sobre
nosotros mismos y la retrospeccción del sentido y telos profundo de la soberanía y los
plenos poderes. Asevero que la soberanía descansa en el pueblo, y pensar lo contrario, es
mera falacia. Si la soberanía como principio de poder pertenece al pueblo, y solamente a la
multitud, entonces los plenos poderes son su razón de ser, si no lo son, entonces no es
soberanía.
Mi voz crítica me impulsa a emitir mi palabra, mi verbo, mi tono propio ante los
planteamientos de los sectores poderosos del país, llámense sectores financieros, gremios
empresariales, corporaciones políticas oligárquicas o aquellos vinculados a los oligopolios
comunicativos que han ingobernado el Ecuador por siglos y décadas, con resultados
onerosos para las grandes mayorías y con logros copiosos para la pequeña minoría,
acaudalada y avarienta; me detengo en analizar pormenorizadamente que en la soberanía
del pueblo o mejor dicho en la multitud de los sujetos como sujetos de derechos y deberes
(en abstracción el sujeto) descansan los plenos poderes y sin ella no es más que ignorancia
culposa. Por lo que en adelante, mi aserto está en dilucidar dos explícitas ideas: primero,
que el pueblo es depositario de su soberanía, y segundo, que los plenos poderes son la
razón de ser del soberano.
Primera idea: El pueblo como depositario de soberanía
¿Existe la soberanía?, ¿de quién es la soberanía?, ¿qué es la soberanía?, ¿para quién es la
soberanía?, ¿qué digo cuando hablo de soberanía? ¿No es cierto que los gobiernos de
turno, en lenguaje demagógico, la hayan usado a diestra y siniestra sin darle una
explicación explícita? En nombre de la soberanía del Estado, los países en el mundo entero
han erigido guerras cruentas y nucleares, y en ese mismo nombre han violado derechos
humanos y colectivos o han provocado holocaustos, vejámenes sociales, etcétera. Lo
manifestado antes me recuerda Europa y su historia, que a sangre y fuego se construye,
como nación, como Estado y como imperio septentrional, bajo la égida de la cristiandad, y
ahora, bajo el escudo del capital. También irrumpo en América Latina, donde a nombre de
la soberanía de los pueblos se ha mancillado, barbarizado y provocado holocaustos
sociales; y en nombre de la libertad de los débiles se ha vejado la dignidad de los pueblos.
Está bien que nos detengamos en la memoria humana, en la humanidad, para ver qué pensó
el ilustrado, incluso el de pensamiento despótico. Ya un hijo de su tiempo, Bodino,
discurrió que a la soberanía, propia del Estado, le correspondía el poder supremo.
Asimismo sustentó que el poder no reconoce otro por encima de sí mismo, ni otro más. El
poder supremo es el poder soberano, por lo que donde existe un poder soberano hay un
Estado. Sin más, Bodino aseveró que la soberanía es el poder absoluto y eterno de un
Estado. Más claro no canta un gallo: absolutismo y perpetuidad (Bobbio, 1997: 80-81).
1
Director de la Maestría en Educación, mención Gestión Educativa, de la Universidad Politécnica Salesiana,
Profesor Universitario, abril de 2008.
En otro tiempo, Thomas Hobbes (1588-1679) argumentó que el poder soberano es
absoluto, y si no lo es, entonces, no es soberano. El ser soberano y el ser absoluto son uno
e idénticos a sí mismos. Incluso, el poder soberano de Hobbes es más absoluto que el de
Bodino. Quienes cumplen las leyes positivas, son los que él llama, súbditos, es decir, las
leyes divulgadas por el soberano; no así el soberano que se rige por las leyes naturales o
promulgadas por Dios. Las leyes positivas, para los súbditos, son mandatos y deben ser
absolutamente obedecidas, no así el soberano, para quien las leyes naturales no son más
que reglas de prudencia, no está obligado ni nadie puede obligarlo ni castigarlo. En Hobbes
la soberanía está ligada al Estado y sólo este tiene la facultad de garantizar con su fuerza el
privilegio de lo mío y lo exclusivamente tuyo (Ibíd., 96-97). La propiedad privada y su
mejor expresión el capital (ismo) queda garantizada por el Estado absoluto, por el soberano
absoluto, por un Dios en la tierra. En suma, estima que el Estado es un acuerdo natural
entre gobernantes (léase poderosos) y súbditos y del cual se benefician ambos. Siendo así
interpreto que el interés del Estado es el valor nacional o mejor dicho el lucro de unos
pocos, y hoy, de los poderosos y minorías tiránicas, convertidos en corporaciones
nacionales o internacionales vinculados al gran capital mundial, porque la soberanía
moderna está estrechamente ligada con el capitalismo global.
De lo anteriormente enunciado se desprende que la soberanía está vinculada al Estado
moderno. Veamos lo que piensa otro pensador ilustrado, Hegel (1770-1831). Sostiene el
pensador de la idea absoluta, que cada uno, en su ser individual, está ligado al deber
supremo del Estado, porque cada uno es componente del Estado. Hegel irradia la teoría de
la soberanía moderna europea y la conjuga con la teoría del valor de Smith. Es la fórmula
perfecta de la soberanía capitalista, con autoridad, que en sí, gobierna en todos los niveles
de la sociedad. En fin, Hegel es el apologista del poder estatal y el precursor del
totalitarismo moderno, sobre todo del siglo XX. Hasta aquí llega el perfeccionamiento del
Estado moderno. En adelante habrá un camino contrario al hegeliano, se trata de la
extinción del Estado y su disolución en la sociedad sin clases.
Marx, auténtico hijo europeo del siglo XIX, invirtió los términos de la ecuación hegeliana;
pasó de la crítica a la constitución perfecta del Estado burgués, desarrollado por siglos, a la
abolición total del Estado moderno. Delimitó de una vez por todas la línea divisoria del
poder soberano europeo centrado en el monarca a la ‘in’ conciente (léase como conciencia
sentiente) forma de gobierno marcada profundamente en la multitud de los ciudadanos y
excluidos de siempre, los discriminados del poder y la sociedad, los ‘súbditos’; si para
Hegel “la soberanía del Estado es el monarca, para Marx, el monarca “tiene el poder
soberano” (Bobbio, 1999: s/p). El pensador del poder absoluto, Hegel, funda su idea sobre
la prioridad del Estado por encima de la familia y de la sociedad civil misma, en otras
palabras, sobre las condiciones que históricamente anteceden al Estado. No así, el pensador
marxista que en adelante sustentará la primacía de la sociedad civil y la familia, y luego el
Estado que será abolido en la utopía comunista.
Ahora bien, ¿si la soberanía moderna está conectada al Estado, cómo explicarnos el
problema de la soberanía del pueblo o mejor dicho la soberanía de la multitud? Hilando
más fino en la cuestión: ¿si la soberanía moderna contiene e implica el capitalismo
moderno, cuando la misma soberanía de la multitud está implícita en lo mismo, entonces
qué hace que la soberanía sea de la multitud?, ¿cuál es su cualidad? Como no hay
respuestas exclusivas ni fáciles, me acerco a una aproximativa. Se trata de entroncarnos
con la teoría política moderna manifestada por Maquiavelo, Spinoza y Marx. Si la
soberanía moderna se constituye en la contradicción, en la división de clases, y por sobre
todas las cosas en la plusvalía (léase también como plustrabajo + plusproducto), entonces,
no cabe otra cosa que reventar o estallar desde sí misma; por lo que sólo así puede abrirse
el campo para la alternativa, para la alternación que se construye desde sí mismo, y de
dentro mismo.
Hardt y Negri (2002: 168) nos ofrecen la posibilidad de explicar una salida reflexiva a la
soberanía moderna. Los pensadores se yerguen en la idea del exterior denominado como
“lo exterior” que se constituye en el interior o mejor dicho “lo interior”. Lo exterior y lo
interior son dos modalidades de ser de una misma realidad ontológica.
Si para Maquiavelo “el poder constituyente” es parte inherente de todo proceso
democrático, entonces hay razones suficientes para que rompa con todo orden anterior, el
de su tiempo, el “orden medieval”; todo “nuevo principio democrático” se transforma en
“una iniciativa utópica” que da cuenta del proceso histórico real y de su propia época. Muy
bien lo supo diferenciar aquél extraño ecuatoriano en Carondelet, Rafael Correa Delgado,
vivimos un cambio de época y no una época de cambios, que no es lo mismo; se rompe el
orden antiguo y se instituye uno nuevo; por eso es hora del cambio y de la transformación
radical, bien lo dijo Eduardo Delgado ‘o cambiamos todo o no cambiamos nada’.
En Spinoza (1632-1677) también la soberanía moderna emerge dentro del proceso
histórico; surge la democracia ante la monarquía y la aristocracia. Spinoza define la
democracia como la modalidad absoluta de gobierno de la sociedad, del pueblo, de la
multitud; la democracia es absoluta, teóricamente no hay término medio, es la única
modalidad en la que puede construirse lo absoluto. No hay otro modo de gobierno que no
sea el democrático porque es el mejor sistema posible, puesto que se ajusta a la naturaleza
y a la razón. En este plano, el Estado ha de lograr que todos los hombres sean libres y no
autómatas.
¿Y qué decir de Marx? El pensador de la reivindicación social y política, el de la iniciativa
liberadora, en el sentido que va desde las lides por la remuneración salarial llegando hasta
las revoluciones políticas, pone de manifiesto la autonomía “del valor de uso contra el
mundo del valor del intercambio” (Idem), de por sí, contrapuesto a las formas del
desarrollo económico capitalista. Se trata del proceso de liberación de la soberanía
moderna a otra soberanía, radicada fundamentalmente en el pueblo, en la multitud.
Segunda idea: Los plenos poderes como razón de ser del soberano, el pueblo
Si la soberanía descansa en la multitud, entendida esta como el conjunto de seres
pensantes, colectivos sociales-políticos y humanamente heterogéneos, denominados
sujetos y por abstracción sujeto, los plenos poderes son de aquella. ¿De dónde prorrumpen
los plenos poderes? Estos emergen del soberano, de la multitud, del poder constituyente
que no es lo mismo que el poder constituido en asamblea, v.g. la Asamblea Nacional
Constituyente. El poder constituyente es fundamento. Se yergue de la auto constitución del
poder soberano, de la multitud que es negra, indígena, mestiza, mulata, zamba, montubia,
porque quien no tiene de inga tiene de mandinga; en definitiva de la humanidad que es una
y muchas a la vez, en sus colores distintos y primigenios fenotipos.
Digo que la humanidad es una y no igual, a sí misma, porque una es en su esencia, en su
naturaleza, y no igual en su condición ni situación cultural, social. Cuando digo que es
igual a sí misma, entonces, no sobrepaso el principio de identidad formal, en que todo es
igual a sí mismo, una tautología de lo mismo, en que /a/ es igual a /a/ y no /x/, lo otro, la
otredad. Los plenos poderes son eso, multitud absoluta, democracia absoluta. La multitud
absoluta es el poder potencial, el sujeto político por excelencia; es la multitud configurada
en telos, el poder en calidad de verbo y actividad, lo que para Marx significaba praxis. Se
trata de enunciar finalmente que es el “poder de la multitud y de su telos, un poder
encarnado de conocimiento y ser, siempre abierto a lo posible” (Ibíd., 353), destinado a un
nuevo encuentro, encaminado al tiempo presente y la temporalidad futura que es su
esperanza, porvenir y devenir. Los plenos poderes son de la totalidad ecuatoriana sin
excepción ni límite alguno. La auto determinación es su espíritu ¡su libertad¡
BIBLIOGRAFIA
Bobbio, Norberto. La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento
político. Año académico 1975-1976. Sexta reimpresión, México, Fondo de Cultura
Económica, 1997.
Bobbio, Norberto. Ni con Marx ni contra Marx. México, Fondo de Cultura Económica,
1999.
Cap.
VII,
pp.
132-147.
Disponible
en
la
Web:
http://www.cholonautas.edu.pe/biblioteca.php. Fecha de consulta: 9 de octubre de 2007.
Hardt, Michal, y Antonio Negri. Imperio. Argentina, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 2002.
GLOSARIO
‘IN’ CONCIENTE. Que es inconciente pero también conciente o ambos a la vez. Va más allá de la
subjetividad conciente y de sentido mismo e incorpora radicalmente la comprensión del ser que queda
superado por la “impresión de la realidad” de Zubiri que he llamado conciencia sentiente.
MULTITUD. No entiendo por este término ni masa ni populacho ni tumulto ni rebaño como bien suelen
llamar algunos propios de la partidocracia ecuatoriana. Más bien la multitud es la pluralidad de personas,
pueblos y culturas con sus subjetividades, composiciones y recomposiciones identitarias que se mueven
creativamente en el mundo global de hoy, van aprendiendo a navegar, incluso en contradicción, en el mar de
la globalización capitalista. La multitud no es igual a sí misma pero está en todas partes, contiene sus
singularidades y se mueve en procesos de mezclas, hibridación y resistencia continuas. De por sí es el sujeto
político por excelencia.
PRAXIS. En lengua española se traduce como práctica, consistente en la actividad que tiene su fin dentro de
sí misma. En el marxismo la praxis social de la humanidad contiene un sentido histórico y de potencia
cognoscitiva de las ideas. La praxis transforma el mundo.
SUJETO. Louis Althusser propone la idea de sujeto en términos ideológicos, esto es, 1) no puede existir
práctica alguna sino “por y bajo una ideología”, 2) no existe ideología sino sólo por el sujeto y en función de
sujetos; por lo que la ideología interpela a las personas como sujetos. En definitiva, el sujeto es parte
integrante e innegable de la ideología y su funcionamiento. Tú y yo, nosotros y ellos, él y vosotros somos
sujetos. La noción de sujeto es una evidencia.
TELOS. Del griego telos, esto es, fin, cumplimiento. Se trata de la teoría del propósito, fines, objetos, últimas
causas, valores, el bien y la utopía.

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