Leer - Rodolfo Giunta
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MUSEOLOGÍA E INTERPRETACIÓN DE LA REALIDAD: EL DISCURSO DE LA HISTORIA Tereza Cristina Scheiner – UNIRIO, Brasil Todo discurso puede ser entendido como una ‘ metamorfosis de afectos ’ que produce, a partir de sí misma, otra forma de discurso: la historia. La historia, en este caso, se refiere menos al conjunto de hechos ocurridos en el espacio y en el tiempo que a ‘ la nueva ‘realidad ’, reinstaurada por aquellos que narran los hechos. Jean-François Lyotard La moderna historiografía, dice Certeau1, se construye representando lo real bajo cuatro categorías: la escritura, la temporalidad, la identidad y la conciencia. No hay lugar para una ‘naturaleza inconsciente’: los hechos deben ser documentados de modo homogéneo. La Historia se produce, pues, como narrativa formal, como interpretación de lo real que organiza los hechos a partir de procesos de escritura, componiendo un texto que re-significa los procesos culturales en el tiempo y el espacio: una operación de total desplazamiento. Nada más adecuado a una cultura que se quiere ‘occidental’ y ‘moderna’ - y que se piensa como el centro de un proceso civilizador - que este conjunto de operaciones simbólicas que “produce, preserva y cultiva ‘verdades no perecederas’”2, bajo un itinerario de lectura del mundo que parte siempre del centro hacia los márgenes del universo económico; desde lo alto hacia la base de la pirámide social. De modo organizado y consciente, la escritura hace la historia, construye identidades, moviéndose en un tiempo lineal donde el presente sucede al pasado proyectándose hacia un futuro siempre inalcanzado. Si, la escritura hace la Historia. Y para construirla, se sirve de las narrativas orales y de los procesos culturales según se den en el espacio y en el tiempo, cristalizando referencias intangibles bajo la forma de documentos de archivo, en sucesivas operaciones de preservación y acumulación, de clausura y desvelamiento de los hechos. El texto escrito es poderoso: se proyecta en el espacio, funciona más allá del cuerpo individual o colectivo, manteniendo una relación virtual con su lugar de origen, reconduciendo “la pluralidad de los recorridos a la unicidad del núcleo productor” 3. En el decurso de su proceso de constitución, ahoga las disonancias, anula las diferencias, sustituye, bajo la norma gramatical y la pureza de estilo, la naturaleza espontánea y libre de la palabra enunciada, del gesto, de la música, de las miradas, de las emociones. Al constituirse como texto, la Historia re-significa los símbolos, recrea los dioses y sustituye los mitos inmemoriales de la tradición por la mitología personal del enunciador. Actúa directamente en la esencia de la cultura no-material, fundamentada en los procesos intangibles del patrimonio, dejando en segundo plano todo lo que no puede ser capturado bajo la forma de ‘documento’: la oralidad (entendida como la palabra en proceso), la espacialidad (relación entre el hecho cultural y el lugar donde se da la experiencia), la alteridad y la inconsciencia (como espontaneidad y libertad de expresión, no relacionadas a un saber o norma específicos). He aquí por qué el reconocimiento y el estudio de las sociedades llamadas simples y de las tradicionales - como de cualquier otra colectividad cuyo modo social se fundamente en la oralidad - han permanecido, a lo largo de los siglos, como atributo de 1 CERTEAU, Michel de. La Escritura de la Historia. Trad. Maria de Lourdes Menezes. Revisión Técnica: Arno Vogel. RJ: Forense Universitaria, 1982. 2a. ed. P. 215. 2 Ibid., p.215. 3 Ibid, Op. Cit., p. 219. las Antropologías y las Etnografías - situación legitimada por un estatuto científico definido ya en el siglo XVII. Nada más natural, pues, que el Museo -ese instrumento enunciador de la cultura y de la experiencia humana- se haya fortalecido como experiencia hegemónica a lo largo del mismo siglo por medio de una de sus representaciones: el museo tradicional, espacio de guarda de documentos culturalmente relevantes para aquellos que, desde el centro, constituían las narrativas de la Historia. No es por azar que el discurso ‘museológico’ de la Modernidad se haya configurado basándose en dichas narrativas, utilizando la cronología, la paleografía, la diplomática -dispositivos reconocidos, hasta hace poco, como “ciencias auxiliares de la Historia”- ni que los museos etnográficos, que se ocupan esencialmente de las sociedades simples y de los grupos ágrafos, se hayan fundamentado, en muchos casos, en los abordajes cronológicos y en las narrativas de carácter historiográfico, construyendo el discurso del Otro a partir de una mirada proyectada desde el centro. En esos museos, los escritos tejidos sobre la oralidad han transformado personas en objetos y hechos culturales en narrativas de lo ‘exótico’. Un movimiento similar se ha verificado en los museos de Historia Natural, donde la naturaleza es casi siempre tratada como protagonista de un grandioso enredo que cuenta la evolución de la vida en el planeta. Constituidos con la preocupación de enunciar una ‘historia de la naturaleza’, dichos museos articulan narrativas a través de las cuales la vida evoluciona en el espacio según una perspectiva temporal, cronológica y lineal. Este es un movimiento propicio a los maniqueísmos. Forman parte de este contexto las imágenes de un ‘mundo salvaje’, de pueblos ‘primitivos’ y de ‘animales feroces’, sólo para mencionar algunos términos y conceptos con que se han revestido dichas narrativas. Bajo el pretexto de mantener las cosas ‘en su pureza’, se recrea la trayectoria de la vida en el planeta, especialmente la vida humana, desde un punto de vista centralizado, usando la palabra “como el cuerpo que significa”4, como aquello que presta verdadero sentido a lo real. Se percibe de este modo que la relación entre Museología e Historia nada tiene de sencillo y que su análisis puede incluso revestirse de algunos malos entendidos. No es una cuestión que se agote con el abordaje de las exposiciones en los museos de Historia, ni con la musealización de sitios históricos, aunque dichos movimientos sean parte de un ‘quantum’ relacionado con el tema. La problemática de esa relación es mucho más profunda e interfiere directamente en los modos y formas a través de los cuales se piensan y se construyen tanto la Historia como la Museología. Entre las muchas cuestiones a analizar, considero más relevantes aquéllas vinculadas con las siguientes categorías: 1. Museo y Lenguaje Se podría decir también Museo y Narrativas del Mundo. Aquí se pueden identificar movimientos de convergencia y divergencia. Tanto el Museo como la Historia se constituyen por medio del discurso, refiriéndose a lo real de un modo que les es propio. Ambos se valen de una conciencia racional y temporal del mundo y se articulan por medio de la razón, basados en las evidencias de los hechos. Pero los museos se constituyen simultáneamente en la espacialidad y en la temporalidad, y aunque por largo tiempo sólo hayan podido percibir o narrar el mundo en su historicidad, el pasaje del status moderno hacia el contemporáneo les ha permitido articular sus lenguajes a partir de nuevos recortes discursivos. Hoy ya no es posible desconsiderar el carácter mítico que define, desde su inicio, la génesis de las culturas, ni su influencia sobre la constitución de un riquísimo universo simbólico que impregna, de las más variadas formas, los movimientos de representación. A los museos hoy no les importa 4 Ibid, Op. Cit., p. 217. mayormente recrear el mundo a partir de un centro o de una idea previa, sino presentar las cosas en multiplicidad, presentificarlas como lo que son: fragmentos de lo real, singulares y fascinantes. Y que le quepa a cada uno buscar dentro de sí mismo los sentidos que se les puede otorgar. Pensar Historia y Museo implica, por lo tanto, intentar comprender cómo se articulan las temporalidades circulares (o cíclicas) de la tradición y la temporalidad lineal, vectorial, que caracteriza el modo ‘occidental’ (histórico) de pensar lo real. También, percibir cómo se articulan las evidencias entre sí o con los fragmentos documentales que las significan. Es esencial pensar de qué manera los museos representan la síntesis de dichas tendencias, especialmente en el ámbito de las narrativas que elaboran. Asimismo, se debe tener en cuenta la emoción de que se reviste el lenguaje museológico, hecho que le posibilita impregnar de todas maneras los sentidos del receptor e incluso articular, de modo apasionado, todos los actores del proceso comunicacional (proceso éste relegado a un segundo plano en la construcción historiográfica). Es importante recordar que, tanto la Historia como la Museología, operan con relecturas de lo real a través de la memoria; y que las diferentes figuraciones de la Historia promovidas por los museos dependen intrínsecamente de las relaciones que cada museo establece con la memoria y con la Historia, en cada tiempo y en cada lugar. Este proceso se desarrolla mediante operaciones de presentificación de los vestigios de hechos y fenómenos que permanecen en la memoria, elaborados por la narrativa histórica. Pero el tema no se agota en la relación entre historiografía y museografía. Va más allá: ¿cómo representa la Historia a los museos? ¿Cómo representan los Museos a la Historia? ¿Qué Historia representan? 1.1 – Memoria, evocación, representación Aunque definitivamente social, el proceso de la memoria se inicia como un proceso individual, directamente vinculado al modo cómo el individuo se percibe a sí mismo, al mundo interior que lo habita y a su relación con el mundo exterior. Esta memoria ‘particular’5 se define por medio del cruce de movimientos voluntarios e involuntarios de la percepción, donde se entrecruzan constantemente experiencias del pasado y del presente. El pasado se proyecta en el presente bajo la forma de representaciones mentales y sensoriales, contribuyendo a formar ‘escenarios’ donde el individuo se coloca como observador y/o como personaje6. La suma de los puntos de tangencia de esos escenarios constituiría lo que Halbwachs denomina ‘memoria social’ – un proceso de articulación de los vestigios comunes a determinados grupos humanos, que estaría en la base de los movimientos constitutivos de las identidades grupales. Sobre dicho proceso Nora comenta que lo que nos llega por medio de la manipulación de las huellas ya no es memoria porque es ‘historia’7. Se podría afirmar, por lo tanto, que aunque memoria e historia no sean lo mismo, la memoria social está impregnada de historicidad. Percibir el mundo en historicidad no significa percibirlo solamente bajo la mirada de la Historia o enunciarlo bajo el discurso de la Historia. La cultura, ya decía Sahlins, funciona como un espacio de encuentro, “una síntesis de estabilidad y cambio, de pasado y presente, de diacronía y sincronía”8. Estamos inmersos en tiempo integral en esta dinámica de trazos, vestigios y percepciones que nos constituyen, individual y socialmente, por medio de mecanismos de cambio y de reproducción cultural. En este proceso, muchas veces la incorporación de lo nuevo contribuye a justificar y reforzar 5 6 7 8 (Según estudiada por Freud, Bergson y Proust) Sobre el tema, ver a los trabajos de Erwin Goffman. NORA, Pierre, Apud CERTEAU, M. Op. Cit. SAHLINS, Marshall. Estructura e Historia. IN: Islas de Historia. RJ: Zahar, 1990 [1987]. p. 180 valores, conceptos y percepciones del mundo ya establecidos. Pero ello no significa la cristalización del proceso cultural. Toda reproducción de la cultura implica una alteración. Recordemos que toda percepción consciente de lo real tiene el carácter de un reconocimiento. Instintivamente, relacionamos los objetos percibidos con conceptos y/o percepciones preexistentes en continuo movimiento, como bien nos enseñan los análisis de la Gestalt. Lo mismo se da en la estructura lógica del discurso, donde lo particular es asimilado en el interior de un concepto más general: “la representación objetiva no es el punto de partida para el proceso de formación del lenguaje, sino el punto de llegada”9. El lenguaje no nombra, desde el exterior, objetos ya constituidos. Por el contrario, media en su formación desde el interior. Se deben, entonces, analizar de cerca los modos y formas bajo los cuales dicho proceso es aprehendido por los museos. La apropiación de objetos depende siempre del ojo que los percibe10, sea ese ojo individual o colectivo. Por lo tanto, siempre es arbitraria e histórica, y está relacionada a conceptos preexistentes, a modos específicos de concebir y enganchar al mundo. He aquí el problema del lenguaje y de la interpretación. No siempre los hechos y los fenómenos serán percibidos y explicados de la misma manera por observadores que utilizan diferentes sistemas simbólicos, aunque estén situados en el mismo tiempo o en el mismo espacio. Ese problema se proyecta hacia el ámbito de los museos. Como todo acto de re-lectura de lo real, la interpretación se constituye a partir de relaciones diferenciales existentes en el interior de un sistema simbólico dado (el recorte de lo real promovido por el movimiento interpretativo). En los museos, al conjunto creado por otros lenguajes se superpone un nuevo conjunto simbólico: ese híbrido al que denominamos ‘lenguaje museológico’. 1.2 – Museo y narrativas de la Historia Sabemos que es imposible que el lenguaje represente todas las nociones que un objeto despierta en la mente y que ello genera una desproporción entre la palabra, el signo y la cosa referida. Las palabras dirán siempre menos de lo que cada cosa significa. Los objetos (cosas materiales), al hacerse presentes en el discurso, develarán frente al observador su espectacular complejidad, presentando, “bajo la forma de experiencia, más propiedades y relaciones de lo que cualquier signo pudiera elegir y valorar” 11. Cuando se construye sobre objetos materiales musealizados12, se reconoce la innegable ventaja del lenguaje museológico: la fuerza simbólica de esos objetos como elementos de presentificación. En cuanto a la relación existente entre Museología e Historia, cabría considerar qué modo de vinculación se está constituyendo, caso por caso. Hay un discurso de la Museología sobre la Historia y un discurso de la Historia sobre los museos, y aún un discurso sobre la Historia elaborado por los museos. Este último se puede constituir bajo la forma de lenguaje académico y, en este caso, será definido y tamizado por los límites de la articulación del lenguaje escrito o del habla; pero puede asimismo, y muy frecuentemente, constituirse como lenguaje museológico, bajo la forma de exposiciones. Ante todas estas alternativas cabe analizar qué percepción de los hechos y de los actores de la Historia propician los museos y qué narrativas establecen. Muchos museos tienden hoy a proyectarse más allá de las narrativas formales, presentando recreaciones de los hechos históricos o naturales en espacios de consagrado valor patrimonial. En esas narrativas teatrales, los locales y los objetos funcionan como espacio 9 CASSIRER, E., apud SAHLINS, M. Op. Cit., p. 183 Ibid, p. 182 11 BRÉAL, J. apud SAHLINS, M. p. 185 12 Consideramos aquí el concepto expandido de objeto, que incluye todas las referencias móviles o inmuebles del patrimonio material. 10 escenográfico. En algunos casos, los visitantes son incorporados como actores, en experiencias que hacen de puente entre distintas espacialidades o distintas temporalidades y ofrecen una fascinante sensación al colocarse en el lugar del Otro, asumiendo, aunque sólo sea por un breve momento, su identidad. 2. Museo e Identidad Ofrecer al visitante la experiencia de ser el Otro es una perspectiva fascinante para la narrativa museológica. Sabemos que los museos han estado siempre vinculados a la percepción de la identidad (o identidades, como podríamos hoy considerar). Y aunque se piense la identidad, en el campo teórico, como un valor permanente, en el orden de la praxis se constituye siempre en proceso, como resultado de una permanente reordenación de trazos, calidoscopio polifacético de infinitos fragmentos - tangibles e intangibles - de lo real. ¿Cómo hablar, entonces, de la relación entre museos e identidades? Aunque se necesite tratar el tema en historicidad, debemos comprender la identidad más allá de la Historia, buscando indicadores de su presencia como marca de la tradición, forma de arte, movimiento poético o conjunto perceptual. O sea, buscando comprenderla como movimiento pleno de individualidades, donde el id de cada trazo que compone el conjunto se desvela en toda su significación. La sociedad de hoy desarrolla un vigoroso y continuado debate público sobre el tema de la identidad, tratado en distintos campos del conocimiento de modo casi obsesivo, como si hablar de un aspecto de lo real pudiera garantizar, por la proximidad, su desvelamiento. El análisis sociológico nos demuestra que dicho interés se vincula al colapso del “Estado de bienestar social”13 y al vaciamiento de las instituciones democráticas, efectos consecuentes de un proceso de globalización que nos deja a la deriva, en un mundo donde nada más es seguro, cierto, o esperado – y donde los lazos sociales se reconstituyen y re-significan, en un proceso continuado. En este ambiente, todo lo que deseamos es retornar a la esfera protegida y familiar de las normas y de la tradición, que (imaginamos) nos protegería de las incertidumbres y de los imponderables, ofreciendo una alternativa más viable para los males del mundo globalizado, donde todo parece estar mediado por las máquinas, desde las grandes decisiones globales a las relaciones familiares y de vecindad. La política de identidades habla sobre todo en el lenguaje de los excluidos, los que han quedado al margen del proceso de globalización; asimismo, de los que buscan redefinirse y reinventar su propia historia, conjugando la nostalgia del pasado con la fugacidad de los desarrollos culturales del presente. En su transcurso, se tiende a olvidar que las identidades representan, por un lado, “una convención socialmente necesaria”14 que permite derivar hacia el plano de la política el conjunto de percepciones individuales de lo que nos significa; y por el otro, la suma de trazos y tendencias que caracteriza a cada individuo o grupo social, desde el fondo mismo de su autenticidad. La importancia dada a los museos en la actualidad se vincula a la idea de que ellos ofrecen una posibilidad de recrear, en medio del caos y la iliquidez, un mundo ordenado, donde las identidades dejan de ser “frágiles, vagas e inestables”15. O sea, recrear el orden y el método por sobre la compleja tesitura de la realidad. Pero los museos son más que eso: son una poderosa ágora cultural, una instancia de aproximación entre los Diferentes. Y lo que importa aquí, más que la norma, es la 13 VECCHI, Benedetto. Introducción. IN: BAUMAN, Z. Identidad: entrevista a Benedetto Vecchi. Trad. Carlos Alberto Medeiros. RJ: Zahar, 2005. p. 11 14 Ibid, p. 13 15 BAUMAN, Zygmunt. Identidad: entrevista a Benedetto Vecchi. Trad. Carlos Alberto Medeiros. RJ: Zahar, 2005. p. 65 posibilidad de generar lo nuevo: nuevos discursos, nuevas miradas sobre las identidades. 3. Museo y Patrimonio Pensar el tema de la identidad nos remite al patrimonio, o sea a los modos y formas bajo los cuales la Museología y la Historia se relacionan con el par conceptual patrimonio x identidad. Me remito una vez más a Collomb16, para quien la noción de patrimonio y las operaciones de patrimonialización de referencias son modos de institucionalizar la memoria y los lazos generacionales. En este proceso, frecuentemente lo que se considera como ‘evidencias’ materiales o inmateriales de importancia histórica (que justificarían la atribución de un ‘valor patrimonial’ a ciertos objetos y/o conjuntos simbólicos), no pasa de ser un conjunto de huellas arbitrariamente seleccionadas en nombre de una ‘comunidad imaginada’ – inexistente en el plano concreto, pero con fuerza simbólica (e ideológica) suficiente para definir ciertos procedimientos de validación y legitimación cultural. Se puede así percibir al patrimonio bajo su verdadera faz: una construcción del imaginario, un valor atribuido a determinados fragmentos de lo real, sobre los cuales se establecen discursos específicos. 3.1 – Patrimonio como instancia discursiva Por lo tanto, el patrimonio puede constituirse en el ámbito del discurso. La articulación entre la memoria institucionalizada y los espacios y acontecimientos llamados ‘patrimoniales’ dependen de una articulación convincente de formas discursivas. Incluye la creación de escenarios conceptuales y visuales (mise-en-scène), estos últimos tan corrientes en la Museología. El discurso de la Historia resulta de operaciones mediáticas entre los hechos y la interpretación que de ellos hace el narrador. Lo que constituye la Historia es esa nueva realidad, instaurada por el proceso narrativo: “A la realidad de los hechos se superpone así la interpretación narrativa, que los recrea a partir de operaciones ideológicas definidas procurando, en muchos casos, provocar ciertos efectos emocionales en el interlocutor. Todo puede ser reinventado, adaptado, manipulado: lugares, hechos, personajes y el mismo tiempo de la historia. Todo 17 puede tornarse efecto narrativo” . Cabría así, tanto a los museólogos como a los historiadores, tratar de identificar, en este proceso, los límites éticos de la interpretación, la “línea sutil que establece la diferencia entre la creación interpretativa y la manipulación ideológica”18, cuidando que las operaciones interpretativas no presenten los hechos de modo totalmente distorsionado. Esta es la tarea más difícil del proceso de interpretación, ya que todos los movimientos humanos sufren la influencia de las sensaciones y el afecto y que, a cada movimiento de mediación, se agregan a los hechos nuevas emociones. En esta metamorfosis de afectos, se percibe que “el dispositivo narrativo no opera entre historia y discurso, sino entre la singularidad del deseo y su ocurrencia en el tiempo y el espacio”19. Debemos, pues, reconocer que esta nueva realidad, creada por la interpretación, estará siempre impregnada por nuestro modo de ver las cosas. Como ya sabemos, la imparcialidad absoluta no existe... 16 COLLOMB, Gérard. Ethnicité, nation, musée, en situation postcoloniale. IN: Musée, Nation, après les Colonies. Ethnologie Française, 1999-3. Tome XXIX. Paris: Presses Universitaires de France, Juillet-Sept. 1999: 333-336. 17 SCHEINER, Tereza. Museología, patrimonio y la construcción de la Historia. Conferencia presentada en el II Seminario de Museos y Casas Históricas. Alta Gracia, Argentina, sep. 2000. Alta Gracia: Museo Virrey Liners, 2000 [preprint] 18 Ibid. 19 LYOTARD, J. F. (1973), apud SCHEINER, op. Cit. (2000). El discurso ‘museológico’ resultante de operaciones interpretativo/narrativas específicamente constituidas para los museos será siempre, como cualquier otra forma de discurso, elaborado a imagen y semejanza del narrador. Los Museos tienen, por lo tanto, la especial responsabilidad de cuidar que las narrativas que enuncian se constituyan en la frontera entre la razón y la emoción, buscando un punto de equilibrio que pueda ser considerado ético, sin correr el riesgo de ocultar o silenciar los hechos. Es esencial para los museos definir quién habla, y verificar muy claramente los lugares desde donde operan los discursos, procurando el equilibrio, pero sin silenciar la voz de aquellos que construyen las interpretaciones. Es también importante especificar a quién se dirige el discurso pues, como ya lo afirmamos anteriormente, [...] ”al no dirigirse específicamente a nadie, el narrador anula al interlocutor... o se auto-anula, permitiendo al receptor tomar su lugar y agregar, a cada hecho narrado, sus 20 propios afectos” . No se puede olvidar que los museos son poderosos instrumentos mediáticos que se revelan en toda su plenitud cuando son utilizados siguiendo los criterios adecuados de la Museología. El uso de lenguajes correctos de comunicación es un dato fundamental para la práctica museológica. Nunca será demasiado evaluar críticamente los criterios bajo los cuales se da este uso, especialmente en lo que se refiere a los lenguajes de la exposición. El lenguaje museológico tiene tiempos y espacios definidos y toda creación discursiva debe adaptarse a las características y necesidades de cada museo, evitando el uso de discursos maniqueístas, que lleven el interlocutor a percepciones equivocadas o muy distantes de los hechos. En trabajos anteriores he llamado la atención sobre el hecho de que los museos actuales buscan a menudo renovarse aproximándose a las formas discursivas utilizadas por la publicidad y por otros medios. El resultado puede ser la excesiva valoración de un vocabulario y una manera discursiva que no siempre tienen que ver con las realidades y temporalidades del lenguaje de los museos. El universo factual se ve así reducido a ‘slogans’ publicitarios, e incluso a escenarios de temas folletinescos, interpretaciones bastante discutibles, tanto desde el punto de vista científico como ético. El modo como se escenifica la nación, el patrimonio y las identidades puede llevar a los museos a legitimar ideologías o prácticas sociales específicas, contribuyendo a ‘constituir’ nacionalidades o legitimar discursos que privilegien una cierta visión ‘oficial’ de la Historia. En ciertos casos, los museos pueden ser usados como instrumentos de suspensión de la memoria colectiva, silenciando los acontecimientos, como ha ocurrido en algunos países en períodos recientes y/o ambivalentes de su historia nacional. Pueden, asimismo, actuar como oposición al discurso oficial, operando al margen de la Historia oficial para valorar las historias individuales o de los grupos minoritarios. Sabemos que son muchas las estrategias de reiteración y/o de anulación de la Historia. Al apropiarse de las evidencias históricas, los museos deben evitar proyectar los hechos de un modo parcial, contribuyendo a perpetuar en el inconsciente colectivo la idea de que la única relación posible entre memoria y museo es la que se establece cuando los hechos han dejado de existir. Pues tanto la Museología como la Historia, para construir sus discursos, promueven recortes en lo real, pero nada impide que dichos recortes se ofrezcan desde un abordaje plural y diversificado. Aunque sea muy difícil presentar la Historia sin remitir a un tiempo pasado, los museos deben tratar de presentar los hechos, si les es posible, bajo su forma original, o por lo menos integrar el presente a sus narrativas21, abordando los hechos desde una perspectiva fenoménica o del ciudadano común como actor de la Historia. 20 Ibid, Op. Cit. Ver comentario sobre los Museos del Holocausto. IN: SCHEINER, Tereza. Museología, Patrimonio y la construcción de la Historia. Op. Cit. 21 3.2 – La instancia vivencial Los museos deben trabajar las evidencias de lo real bajo la forma de conjuntos abiertos que se articulan en permanente y continuada interacción. Esta es la idea - ya consagrada en el campo museológico - que fundamenta las teorías del Museo del Territorio y también de la Nueva Museología. Cabe reiterar una vez más la importancia de esta forma de abordaje que permite hacer la síntesis entre temporalidad y espacialidad, tradición y ruptura, y asimismo entre los procesos y los productos de la acción humana. La relación entre Museología e Historia puede ser vista aquí de un modo más completo, no sólo en el orden del discurso, sino también en el ámbito de la práctica cotidiana: más en esencia y menos en apariencia. Con esta forma de abordaje, la memoria consagrada se articula con las prácticas cotidianas, es decir con las vivencias de lo real, posibilitando las mencionadas síntesis. La Historia se construye como suma de múltiples recortes: el sentido no está del lado de los que hacen los escritos, sino que emerge de todos lados. No defiendo la perspectiva utópica de las comunidades ‘igualitarias’, propuesta por los primeros textos de la Nueva Museología -perspectiva ésta ya descartada por la misma experiencia de los museos comunitarios-. Tampoco creo que la síntesis entre discurso y vivencia sea exclusiva de los ecomuseos. Hablo de la fascinante paradoja de la práctica museológica: actuar simultáneamente sobre todos los tiempos y espacios posibles, registrando todas las miradas posibles, utilizando todos los lenguajes posibles, para recrear, de modo especialísimo, la memoria-síntesis (que se constituye en la frontera entre lo emergente y lo consagrado), el discurso-síntesis (lo dicho y lo no-dicho, lo ausente y lo presente), el escenario-síntesis (la historia oficial y las evidencias que permanecen al margen) y hacerlo a través del recorte, tratando a cada referencia como un fractal. Esta es la perspectiva que permite a los museos actuar verdaderamente como espacios de frontera, puentes entre culturas y espejos multifacéticos de la experiencia humana donde todos puedan reconocerse, comprenderse y aprender un poco del arte de respetar al Diferente a través de sí mismos, percibiendo a la Historia no como retorno, sino como flujo, donde cada individuo, cada grupo, cada sociedad, tiene su significado y su lugar. Río de Janeiro, marzo de 2006 Museóloga, Master y Doctora en Comunicación y Cultura. Profesora del Depto. de Estudios y Procesos Museológicos / Escuela de Museologia – UNIRIO, Brasil. Fundadora( junto a Nelly Decarolis) y Consultora Permanente del ICOFOM LAM. Miembro del Consejo Ejecutivo del ICOM.