MISA CRISMAL 25 de marzo de 2015. Mons. Oscar José Vélez I

Transcripción

MISA CRISMAL 25 de marzo de 2015. Mons. Oscar José Vélez I
MISA CRISMAL 25 de marzo de 2015.
Mons. Oscar José Vélez I., c.m.f.
Obispo de Valledupar.
Heb. 10, 4-10.
Salmo 40 (39).
Lucas 1, 26-38.
Amados hermanos:
Celebramos esta misa crismal en la solemnidad de la Anunciación, una fiesta
simultáneamente mariana y cristológica. María recibe el anuncio del ángel de su
vocación a la maternidad y, gracias a su consentimiento, el Hijo de Dios toma carne en
su vientre virginal. Se abre así una nueva etapa en la historia de la salvación: el Nuevo
Testamento, la Nueva Alianza, que tendrá en los sacramentos los signos e
instrumentos de su actualización a lo largo de la historia. Hoy precisamente
consagraremos los aceites que servirán de materia en varios de ellos; y quienes un día
fueron ungidos como sacerdotes renovarán ante el pueblo cristiano las promesas
hechas el día de su ordenación.
Quienes fuimos elegidos y consagrados en el bautismo-confirmación así como quienes
fuimos elegidos y consagrados en la ordenación sacerdotal tenemos en la anunciación
de María las claves fundamentales para entender la experiencia de gracia que es
nuestra propia vocación: Todo se inicia en Nazaret, una lejana periferia, de la que “no
podía salir nada bueno”, según el parecer de los judíos. En esa coordenada de
exclusión geográfica y religiosa se realiza la encarnación del Hijo de Dios. Dios toma la
iniciativa de escoger a una mujer, apenas salida de su niñez, que no tiene otro
merecimiento fuera del que expresa su propio nombre: María, en hebreo “Miryam”, es
decir, “amada de Dios”, a la que el Señor en previsión de su elección ha colmado de
gracia desde el momento de su concepción. Por eso, el Ángel la saluda llamándola
como con un nuevo nombre, un sustantivo: “Alégrate, Llena de gracia”. Dios siempre
prepara a quien va a elegir; concede los dones que el ser humano necesita para ocupar
su lugar en la historia de la salvación. Ante el desconcierto de María, el Ángel anuncia
el motivo de su visita: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús…”. La
niña virgen, como todos los grandes llamados en la historia de la salvación,
experimenta su profunda pobreza, en este caso su virginidad: “no conozco varón”. El
Arcángel Gabriel, mensajero de buenas noticias, revela que Dios mismo la habilitará
enviándole el Espíritu Santo que la “cubrirá con su sombra”, pues el que concebirá
será el mismo “Hijo de Dios”. Ahora, la creatura, debidamente iluminada, responde
libremente a su Creador: “Yo soy la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
En ese momento, con el sí de María, con su “fiat”, su “hágase”, la historia se partió en
dos. El Hijo de Dios tomó carne en su vientre virginal. El Eterno se hizo mortal, el
Omnipotente se hizo debilidad, el Impasible se hizo pasión.
Hermanos: En este precioso relato nos vemos también retratados nosotros. Dios nos
salió al encuentro, tomó la iniciativa de llamarnos a la vida cristiana por el bautismo,
al ministerio sacerdotal por la ordenación. En la periferia de nuestro inmerecimiento,
de nuestrapobreza, Dios nos buscó, nos salió al paso. Allí se dio la gratuidad total.
Todos hemos sido “María”, es decir, “amados de Dios”. El, como gusta decir el Papa
Francisco, nos ha primereado. Antes de amar a Dios hemos sido amados por Él, antes
de creer en Él, Dios ha creído en nosotros, antes de salir a buscarlo, El nos ha
encontrado. A todos nos llamó a ser sus hijos en el bautismo y a algunos nos llamó a
ser servidores de la familia de los bautizados, la Iglesia, por la ordenación sacerdotal.
Ante la grandeza de la elección de Dios, también nosotros experimentamos nuestra
impotencia, nuestra indignidad, en definitiva, nuestra pobreza, pero el Señor, sabedor
de que “sin Él no podemos hacer nada”, nos brinda el auxilio de su gracia, nos habilita
para lo que Él quiere pedirnos. En los sacramentos nos concede las gracias que
necesitamos para nacer y crecer en la vivencia de la filiación divina. La conciencia de
esta oferta nos permite, como María, abrirnos libre, generosa y alegremente a la
acción poderosa de su Palabra para que acontezca también en nuestra vida el Hijo de
Dios, para que tome carne en cada uno de nosotros el Verbo, para que seamos
cristificados y vivamos un proceso existencial, como el de San Pablo, quién puedo
llegar a decir: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.
Hermanos: Cristo significa Mesías, Ungido, Consagrado. Con los aceites que hoy
bendecimos, se nos unge en los sacramentos, particularmente en el bautismoconfirmación y en la ordenación sacerdotal para que seamos Ungidos, Consagrados;
para que, como Jesús y María, pertenezcamos totalmente a Dios y vivamos al servicio
de los hermanos. De María se ha podido decir: “Sólo de Dios y por eso tan nuestra”.
Efectivamente quien pertenece a Dios por completo puede ser enteramente libre para
el servicio de los demás. Y esto, que es válido para todo bautizado, tiene que ser vivido
con particular intensidad significativa y profética por los sacerdotes y religiosos
consagrados.
Amados hermanos, la primera palabra del saludo del Ángel a María fue: “Alégrate”. La
llamada de Dios no solamente es una invitación a la alegría, sino la fuente misma de la
alegría. Una alegría que nace y se nutre de la experiencia del amor de Dios, de la
conciencia de que Dios está con nosotros. Y este gozo profundo se desborda en
nosotros en compromiso misionero. Afirma el Papa Francisco en Evangelii Gaudium:
“La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de discípulos es una alegría
misionera. (E.G., 21)… La alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su
preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida
constante hacia las periferias del propio territorio o hacia los nuevos ámbitos
socioculturales. Procura estar siempre donde hace falta la luz y la vida del
Resucitado”. (E.G., 30).
En este año 2015, dentro de la preparación para el Gran Jubileo Diocesano del 2019, la
Diócesis ha optado por vivir y revivir intensivamente los sacramentos del bautismoy
de la confirmación. Por eso tenemos como lema: “Nacidos y renacidos del agua y del
Espíritu, compartimos la alegría del Evangelio”. Por ello, las asambleas cuaresmales
nos han invitado a meditar en los compromisos bautismales para renovarlos
conscientemente en la próxima pascua. Y en el día de hoy, en esta misa crismal, los
sacerdotes de nuestra Diócesis renovarán los compromisos sacerdotales para revivir
también el gozo de haber sido llamados y, como decíamos hace un año, volver al
“primer amor”.
Continuemos la celebración de esta Eucaristía dando gracias a Dios por el don de su
amor y por habernos llamado a ser hijos en el Hijo amado, reviviendo el don de
nuestro bautismo. Y a todos Uds, amados laicos, invito a orar en forma particular por
los sacerdotes que hoy renuevan sus compromisos para que sean pastores que
renazcan también en la fuente del ministerio, que es el corazón traspasado, amante y
sangrante,de Cristo, nuestro Salvador. Amén.

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